TODO QUEDO EN FAMILIA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por rafles69.
Luisa tendría en ese tiempo unos 19 o 20 años, era muy delgadita y de baja estatura, monumental como su hermana no obstante.
Qué bien hechecita estaba mi cuñada; aunque para ser sinceros con mi esposa tenía para divertirme un buen rato pues era un forrazo.
Luis tenía un culito pequeño pero macizo y bien paradito, la espalda larga característica de las mujeres de su tierra y unos senos pequeñitos y redondos que comenzaba a abultar su angosto pecho.
Su cuello largo y liso terminaba en una cara graciosa y agradable.
No era preciosa pero era simpática.
Su nariz un poco larga contrastaba con su boca pequeña y sus grandes ojos iluminaban su rostro con una luz juvenil.
Su cabello lacio y pesado debe haber sido muy fácil de peinar.
Vestía sencilla y pulcramente.
Ese día llevaba un pantalón de vestir ajustado de color azul marino y un sweater beige con adornos bordados alrededor del cuello.
Se veía muy bien.
Arregladita para ir al médico.
Mis dedos acariciaban mi cabello que alguna vez fue largo y poco a poco bajaron por mi cuerpo hasta llegar a mis genitales.
Una enjabonada aquí otra enjabonada allá provocó que mi pene poco a poco se fuera despertando.
Francamente no tenía ganas de darle un aventón a Luisa pero nunca he podido decir que no.
Inesperadamente me encontré masturbándome suavemente cuando escuche toser nerviosamente a la muchacha.
Ya era tarde.
Me quede admirando mi verga, debía ser muy sabrosa, no tan larga pero si muy ancha en la base, puntiaguda y curvada hacia arriba.
Su color violáceo en la punta era magnifico.
Alguna vez la tuve parada todo un día en tiempos de universidad.
Ese día no llevaba sweater y no hallaba la manera de esconderla.
– ¿Qué te pasa niño? – me dijo una maestra con voz meloso y yo me sentí morir de vergüenza.
“The first cut is the deepest, baby I know, first cut is the deepest …” cantaba Rod con su ronca voz.
Me había tardado casi el total de un CD bañándome, ¡pobre Luisa! No iba a alcanzar.
Me enredé una toalla blanca alrededor de la cintura y me rocíe medio frasco de loción Stefano.
Mucha gente me relacionaba con ese perfume en aquel entonces.
Súbitamente una chispa tronó en mi cerebro; una idea se incubó dentro de mi y comenzó manipularme.
¿Y si le enseñaba mi palo erecto a Luisa? , ¿Cómo reaccionaría?
-Luisa, Luisaaaa; veeeeen – grité
-¿Qué quieres Robert?- respondió
-Ven, te quiero enseñar algo-
Pasó un rato que se me hizo eterno y entonces escuché sus pisadas subiendo la escalera.
Yo la esperaba en medio de la habitación prácticamente desnudo y cuando ella apareció cual si fuera un enfermo exhibicionista deje caer la toalla.
Mi verga se hizo aun más grande de la emoción.
Luisa echó un gritito y se tapó la cara aunque pude darme cuenta de que sus palmas no estaban bien cerradas y entre los dedos echaba una mirada.
No creo que ella haya visto alguna vez un hombre desnudo aunque bien pudiera estar equivocado.
– Acércate – le dije mientras me encaminaba hacia ella.
Tomé su blanca mano que al principio se resistió y la coloqué sobre mi pene.
Ella quiso retirarla pero entonces la calle con un beso.
Mi enorme boca se tragó sus labios y comencé a besarla suavemente, luego un poco más fuerte tomándola de la nuca.
Sentí padrísimo cuando su mano se cerró sobre mi miembro.
Le besé los ojos, la frente y las orejas.
Un ligero gemido escapó de sus labios.
– ¿Quieres que te coja? Mamacita; – noooooo; digo, siiiii- me respondió con un hilito de voz.
Le acaricié la espalda y le levanté la blusa calentando mis manos en su piel.
Desabroché su brasier y con mis manos cubrí sus tetas.
Estaban bañadas de talco, olían muy rico.
Comencé a jugar con sus pezones miniatura y le quité totalmente la blusa hasta que quedaron al aire libre.
Sus senos eran perfectos.
Me lancé sobre ellos como si fuera a una batalla.
Jugué con la idea de que mi lengua sería la primera que recorrería sus caminos.
Le chupé sus pequeñas chiches mientras ella jugueteaba inexpertamente con mi reata mojada ya de líquido pre seminal.
Volví a besarla y aproveché para lamer su cuello sin dejar un centímetro sin humedecer.
Ahora si gemía sin menoscabo mi cuñada.
Poco a poco mis manos recorrieron su espalda hasta meterse entre sus pequeñas nalgas bajo su pantalón No opuso resistencia así que abrí sus nalgas y jugué un ratito con ellas.
Sin avisar metí mis dedos en su entrepierna y me di cuenta de que estaba igual de mojada que yo.
Con dificultad busqué su clítoris y lo acaricié.
La levanté en vilo y la acosté bocarriba en la cama, – nooooo, gritaba, ¿y si llega Lore? ¿Qué vamos a hacer? – Con maestría le quité el pantalón con todo y calzoncillos.
Le saqué sus zapatitos de tacón y sus calcetas y me metí su pie derecho en la boca.
Le lamí todos los dedos y me detuve en los dedos gordos para chuparlos como si yo mismo me hiciera una felación.
Luisa tenía los ojos cerrados por tanto placer.
Acaricié las plantas de sus pies y mordisqueé sus pantorrillas delgaditas.
La puse de espalda y pude entonces admirar su pequeño cuerpo perfecto.
Ni un solo gramo de grasa tenía en su juvenil silueta.
Masajee su espalda y con un poco de brusquedad la tomé por los brazos cruzándolos detrás de la espalda tal como hacen los policías con los delincuentes.
Entonces puse mi pene bien erecto entre sus nalguitas y lo moví adelante y atrás con frenesí.
Lamentaba no tener condones en casa.
Confié en no cometer una tontería.
La volví a voltear de frente y le lancé mi lengua hacia su vientre, su pubis estaba rasurado con gran estética, una tirita de bello a cada lado de su rajita rosita.
En todas las dimensiones era menor a mi esposa, incluso en las de su vagina.
Jugueteé con su ombligo metiendo la puntita de mi lengua mientras mis dedos se introducían en su panochita.
Le abrí los labios vaginales y se los besé con cariño.
Tal vez si hubiese sido más joven me hubiera enamorado de mi cuñada.
Mi lengua recorrió toda su área prohibida y la yema de mi dedo índice se encargó de hacerla bramar de placer al masajear circularmente su clítoris.
Casi pude sentir su clítoris retorciéndose de felicidad.
De verdad, juro que se movía solo.
Como vibrador lo hice oscilar arriba y abajo con mis dedos índice y medio de la mano derecha.
No pude más y también me comí su clítoris, lamí, chupé, sorbí.
Qué momento tan hermoso estaba yo viviendo.
Luisa seguía gimiendo con los ojos bien cerrados musitando mi nombre una y otra vez; Robert, Robert, ahhhhh.
Cuando creí que Luisa llegaba a su momento cumbre, levanté sus piernas con ambas manos y metí mi lengua en su ano.
Hasta esa parte traía perfumada la muchachita.
Tiré toda mi saliva en su ano y a lo largo de la canal que divide sus redondas nalguitas.
Ella no pudo más y pareciera que sufrió un ataque epiléptico al moverse entre estertores del más alto placer.
Sentí como terminaba en mi boca.
La besé una vez más y le dije – ahora si, te voy a coger-
-No Robert, por favor.
Quiero llegar virgen al matrimonio- me dijo poniéndose en pie.
Entonces me sorprendió gratamente cuando volvió a tomar mi verga y se la metió a la boca.
La mamó como si fuera cuestión de vida o muerte, fue riquísimo.
Era una mamadora nata.
Sus manitas jugaban con mis huevos mientras su boca se tragaba toda mi reata.
– Así chiquita, así, asiiiiii_ gritaba yo a punto de eyacular.
Decidí no avisarle y me vine en su boca.
Ella ni siquiera sacó la vara de su boca y con locura vi como le escurría mi semen blanco y espeso entre las comisuras de sus labios.
Tomó sus calzoncillos y escupió lo que pudo, pues ya se había tragado casi todo.
Se paró, me dio un fuerte abrazo y me besó en la mejilla.
Se metió a bañar, se vistió y se despidió de mi con una tierna sonrisa picara llena de complicidad.
– Luisa, te acompaño- grité al escucharla cerrar suavemente la puerta de la calle.
Se fue.
Yo me volvía a bañar y cambié sabanas y colchas esperando que mi esposa no notara el cambio.
Ya las llevaré mañana a la tintorería me dije mientras las echaba a la cajuela del auto.
Ese día mi esposa regresó bastante tarde y ni siquiera se disculpó.
Se quejó de que el médico tenía operación y pues tuvo que esperar.
Preguntó por su hermana, le respondí que nunca llegó.
Se volteó en la cama y se quedo dormida.
Yo me volví a masturbar en honor a Luisa.
Un año después el teléfono sonó a medianoche cuando ya casi estábamos dormidos.
Me tardé en responder pero seguía sonando.
Contesté.
– ¡Me casó en dos meses.
Nunca te olvidaré pues me has dado la tarde más feliz de mi vida.
Te amo! – dijo una voz de mujer.
– Bueno, bueno, respondaaa- grité yo.
– ¿Quién es? – Preguntó mi esposa; – no se, no contestaron-
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