TODO SE DIO POR LAS TETAS DE MI HERMANA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Antes que todo debo de aclarar que nunca pretendí llegar a realizar lo que hicimos, y que nunca vi a ninguna de las mujeres con las que crecí –hermanas y madre- con ojos que no fueran otros que los de un simple hermano e hijo.
En consecuencia, nunca las vi de modo diferente, hasta que las circunstancias o hechos me desviaron de ese camino de pura inocencia.
Ahora que ha pasado mucho tiempo, veo el tema del incesto de un modo diferente a lo que piensa la gente, que suele ser muy ligera en sus opiniones.
Yo en cambio lo respeto porque lo vivo, y solo quienes hemos pasado por estas experiencias saben de lo que hablo.
Quizá por ser el último de los hombres mi hermana Victoria desde un comienzo, o desde que tengo uso de razón, fue muy apegada a mí, me llevaba para todo lado desde muy chico y era muy amorosa conmigo.
En casa eran cuatro habitaciones para repartirnos entre todos, pero desde muy pequeño yo me quedaba con ella en el cuarto más pequeño de la casa, junto a nuestra hermana menor.
Ellas dormían juntas en una cama semidoble mientras yo hacía lo propio en una sencilla.
Victoria era muy juguetona con nosotros, y es por eso que prefería quedarse con nosotros en vez de compartir habitación con los demás.
En esos juegos siempre había forcejeos, posturas incomodas, pero nada de mala intención.
Y fue cuando ya tenía 13 años, y uno comienza ese despertar sexual, que pasó lo que denomino el detonador de un deseo irreversible.
En ese entonces mis 3 herman@s mayores ya se habían ido de casa a hacer sus propias vidas, y cierto día Victoria, que ya tenía 18 años, salió con mis papás y mi otra hermana a una fiesta de un vecino que se había casado.
Yo me quedé junto a mi hermana menor y a la que sigue después de Victoria.
Miraba la TV con ella mientras mi hermana menor se fue a dormir temprano como era su costumbre.
Luego a eso de las diez hice lo propio, y empezaba a conciliar el sueño cuando escuché que mamá y mis hermanas habían llegado.
Mi hermana menor dormía plácidamente en su cama, y cuando Victoria entró yo cerré los ojos para hacerme el dormido.
Ella, tal vez desconfiando de que estuviera despierto, pues mi otra hermana con la que veíamos TV le dijo que no hacía mucho me había ido a dormir, comenzó a llamarme muy quedo para estar segura, pero yo simulaba estar profundo, y se acercó a mi cara y pude percibir cierto tufillo de alcohol, aunque no se le veía borracha.
En eso quise darle un susto pero me contuve.
Y llena de confianza comenzó a desvestirse dándome la espalda, y no pude evitar seguir sus movimientos hasta que quedó en bragas, y en un momento que giró y quedó casi de frente a mí y se distrajo en su ombligo, pude apreciar por primera vez la desnudez de una mujer, con sus tetas bien desarrolladas, paraditas, excitantes y con un pezón grande y oscuro.
Además su calzón amarillo se transparentaba un poco, y dentro de mi inocencia me impresionó que se le adivinara su creciente monte de venus.
Para ese momento la imagen más erótica que yo recuerde la tuve cuando alguna vez en un viaje en autobús con mis padres, iba de pie frente a una señora que tenía un bebe y este de pronto se rebulló en su canto para que lo alimentara.
Ella sacó su teta con un pezón enorme para ofrecérselo al infante, y yo experimenté algo extraño y a la vez fascinante en mi vientre que me emocionó.
Tendría 7 u 8 años, pero al ver ahora a mi hermana y descubrir sus hermosas redondeces, esa exquisita sensación estaba de vuelta en mi estómago y no podía reprimir cierto temblor y el repentino crecimiento de mi pene.
Desde entonces no pude sacarme esa imagen de encima por más que intentaba eliminarla, al sentir que aquello no estaba bien, pero por más lucha que tuve ésta terminó por vencerme, y comencé a ver de manera diferente a Victoria.
Ya los forcejeos y cosquillas no tenían la misma inocencia de antes, y echo un mar de nervios me aventuraba todo lo posible por tener contacto con sus senos.
Al parecer esto a ella no le molestaba, y casi siempre yo terminaba con mi pito baboso y con esa fascinante sensación de la que no quería desprenderme cada día.
Tal era mi inocencia que no sabía masturbarme, ya que en ese pueblo la gente no suele hablar abiertamente de sexo por considerarlo tabú, así que mucho menos lo hablábamos con mis amigos de colegio, salvo muy vagamente.
Otra cosa hubiera sido si en ese tiempo existiera la internet, creo.
Cuando nos íbamos a dormir Victoria siempre se cambiaba cerrando la habitación, para ponerse la camiseta larga que una tía le regaló y que le servía de pijama, dejándose debajo solo su calzón, lo que permitía que ahora me fijara mucho más en la insinuación de sus pezones puntudos.
Alguna vez me dijo “qué tanto miras”, y yo no pude evitar sonrojarme y volver la cara para otro lado sin dejar de decirle que “nada”.
Algunas veces mi hermana menor se quedaba con mis otras hermanas en otra habitación, y Victoria me permitía quedarme con ella.
De hecho era ella quien me invitaba aquejándose del frio, y casi siempre dormíamos de cucharita porque ella me daba la espalda y me agarraba de las manos de modo que la abrazara hasta quedarnos dormidos.
Yo siempre he dormido solo en calzoncillos y a ellas no les incomodaba, lo que significaba toda una dulce tortura dormir apegado a ella con su imagen desnuda en mi mente.
Los nervios me dominaban y decía estupideces mientras ella conciliaba su sueño.
Victoria me decía si era tonto, pero no le daba mayor importancia a mis incoherencias.
Me costaba dormir cuando ella ya lo había conseguido, y tenía una lucha moral por no ir más allá de lo permitido.
Experimentaba erecciones, y pasado un año, una noche que volvimos a dormir juntos, decidí dejar de lado los prejuicios morales y cuando ya sabía que había quedado dormida, me liberé de sus manos, y con la excitación del momento, me dispuse a acariciarle las tetas, y era avanzar un paso para detenerme y esperar si reaccionaba, y volver nuevamente a la aventura.
Afortunadamente el sueño de Victoria era pesado, y eso me generaba confianza para ir por más.
Era increíblemente fascinante todo aquello, y aunque por ratos mi conciencia me alertaba que era mi hermana, finalmente el poder de la excitación me llevaba a librar las barreras.
Su camiseta se había arrugado en sus nalgas, y yo me replegué contra ella, al punto que mi pene erecto y baboso encajó en su culito.
Luego bajé mi mano derecha y replegué su camiseta lo más arriba que pude, y sin medir las consecuencias y ciego de excitación, y tal vez por un gesto instintivo debido a mi inexperiencia, llevé mi mano hacia su entrepierna sin que ella reaccionara.
No hacía más que temblar de la emoción que me dominaba, y el solo toque de la piel tibia de Victoria me ponía a volar.
Era exquisito sentir sus labios vaginales, e impulsado por tan delirante sensación liberé mi pija, y no fue sino que el grande hiciera contacto con el calzón de Victoria para que tuviera por primera vez un orgasmo e inundara con mi esperma toda su entrepierna.
Lo único que se me ocurrió fue quitarme mi calzoncillo y limpiarla lo mejor que pude, y levantarme primero que ella en la mañana.
Al ser mi primera eyaculación consciente, fue lo mejor hasta entonces conocido, aun hoy, cuando ya han pasado muchos años.
Ella al parecer no se dio cuenta de lo ocurrido o no quiso darle largas al asunto porque nunca me dijo nada.
En los días siguientes anhelaba desesperado la hora de irnos a dormir, pues producto de mis hormonas alborotadas y en un proceso de prueba y error descubrí la masturbación, la cual ejecutaba casi todas las noches ante el riesgo de ser descubierto por mis hermanas, lo cual hacía más excitante la cosa, y no hacía otra cosa más que pensar en la noche en que mi hermana menor nos dejara la habitación solo para los dos.
Era claro que ya miraba a Victoria diferente, y tal vez ella lo advertía también o se hacía la loca, y otra noche que nos quedamos viendo la telenovela, donde los protagonistas se daban sendos besos que me prendían, y aprovechando que aquella noche nos quedábamos solos, una vez dentro de las cobijas y con la luz apagada, le pregunté si sabía lo que era besar.
Ella me dijo que sí, pero no le creí, porque a sus 19 años nadie le había conocido un novio, a menos que lo tuviera bien escondido.
No es que tuviera un buen cuerpo, en conjunto, pues no tenía nalgas tan prominentes y su cara poco le ayudaba, aunque tampoco era fea, con sus ojos cafés, su nariz delgada y algo pronunciada, su cabello crespo sobre los hombros, mientras sus labios eran finos y delicados.
Pero sin duda lo mejor de ella son sus tetas preciosas, de una redondez envidiable para mujer alguna.
El año anterior se había graduado del colegio, y en aquel tiempo tampoco era toda una anormalidad salir del colegio sin conocer una pareja, quizá por la timidez de unos y otros, pues también a mí me sucedió.
Así que no le creí, y ella a su vez me preguntó si ya había besado a alguien, ante lo cual le dije que no, lamentándome por ello, pues parecía que era sensacional, añadí.
En ese momento tenía el corazón acelerado por lo que estaba pensando, y siguiéndole el juego finalmente me decidí a decirle que qué tal si me enseñaba.
-¿A besar? –preguntó ella sin sorpresa en su voz.
Y presa de los nervios le dije que sí.
Ella me molestó como si fuera un chiquillo, revolviéndome el cabello mientras me decía “pobrecito mi bebecito que se muere de las ganas por dar un beso”.
Yo fingí molestarme dándole la espalda, y le dije que no era para que ella se burlara de mí.
Al parecer mi fingida reacción funcionó y ella me dijo que no era para que me molestara, y me pidió enseguida que le diera la cara.
Yo me negué haciéndome el difícil, pero ella insistió, y al hacerlo ella tomó mi cabeza con sus manos y sin esperarlo me besó en los labios por unos cinco segundos.
-¿Ahora si contento? –me dijo muy quedo-.
Ahí tienes tu beso y que esto quede entre los dos, ¿entiendes?
Le dije que sí, y se lo agradecí dándole un fuerte abrazo que oprimió sus tetas.
-No es para tanto, bobito.
Ya llegara el momento de que beses a una mujer de verdad.
Le dije que ella era una mujer de verdad, y estaba tan eufórico que le dije que me gustaría casarme con una mujer como ella.
El piropo le gustó, agradeciéndome por él y abrazándome a su vez, para quedar me mejilla sobre teta izquierda, la cual bese con delicadeza bajo la tela.
Ella se sonrió y me dijo “qué haces”, le contesté que nada, que solo quería a mi hermana preferida.
A partir de ese momento noté que ella también comenzó a cambiar conmigo, así como yo lo había hecho tiempo atrás.
Ya no quería jugar, y a veces la notaba distante aunque no dejaba de ser cariñosa.
Para entonces ya la deseaba como mujer, a pesar de que mi conciencia me seguía recriminando, y justo cuando ya pensaba que podía llegar a más con ella, a los dos meses del beso nocturno ella se fue de la casa a trabajar al pueblo.
Yo quedé devastado y ya casi poco nos veíamos.
Con el paso del tiempo ella se levantó un novio, ya casi no llegaba a casa, y no tuve más remedio que refugiarme en mis estudios y dejar aquellas experiencias como algo bonito y finalizado.
Luego se casó y a sus 25 años dio a luz a su primer hijo.
Dos años después tuvo a su 2do hijo, y quizá algo resentido por todo evitaba verle o encontrarme con ella.
Yo terminé el colegio y de largo a trabajar.
Me conseguía novias ocasionales pero nada serio, y luego ella por razones de trabajo de mi cuñado se trasladó lejos, a una capital, y solo nos veíamos para finales de año.
Pasó el tiempo y un día me enteré que Victoria estaba nuevamente embarazada, y a sus 32 años tuvo a una bebita.
Fueron todos a visitarla, menos yo, como solía hacer, y de regreso una de mis hermanas me dijo que Victoria no hacía más que preguntar por mí, extrañada de que no fuera a visitarla.
Esto me hizo sentar cabeza y pensar que mi actitud era ilógica y hasta inmadura.
Así que decidí dejar mi orgullo de lado, la llamé y le dije que iría a visitarla tan pronto como me dieran vacaciones.
Y llegó el día, cuando mi sobrinita ya cumplía su 4to mes de vida.
De modo que hice la maleta y viajé con el fin de quedarme unos días.
Era un viernes y ella me recibió alegre, y luego de comunicarle mis intenciones me dijo que llegaba en buen momento para que le hiciera compañía, pues mi cuñado al día siguiente se iba a viajar, ya que es camionero, y mis sobrinos también se iban con sus abuelos paternos que estaban allí de visita.
La encontré más bonita, caderona, como si el embarazo le hubiera venido bien.
Esa noche, ya solos, hablamos hasta tarde de muchas cosas, acomodados en su cama, mientras mirábamos la TV y ella alimentaba la bebita.
Me impresionaron el tamaño de sus tetas, y mucho mejor el tamaño de su pezón cuando lo acercaba a la boca de mi sobrina.
Aunque ya había salido con varias mujeres, todavía esas tetas eran motivo de mi adoración secreta y de mis pajas nocturnas.
Al día siguiente le ayudé con el aseo y le hice el almuerzo para que ella atendiera la bebe.
En la tarde salimos a un centro comercial a mirar ropa, comimos algo y de regreso a su casa nos bebimos algunas cervezas a petición de ella.
Pero contrario al día anterior, cuando la veía amamantar sin que me inquietara, ahora, cada vez que lo hacía, no dejaba de sentir esa extraña sensación que tuve por primera vez con la señora en el autobús.
Ya en casa nos quedamos en la sala escuchando música, sentados en el sofá, y hablando de muchas cosas para ponernos al día.
Así pasaron las horas y en un momento ella se retiró y volvió sonriente con dos cervezas diciendo “mira lo que encontré en la maleta de Raúl”.
-Qué bueno –le dije-, porque ya tenía seco el gaznate.
-Pero tázala bien porque es la única.
Más adelante Victoria empezó a averiguar por mi vida afectiva, y le dije para mi pesar que estaba solo porque no hacía mucho había terminado con mi novia, quejándome de mi mala suerte con las mujeres.
Ella dijo que no desesperara, que ya llegaría a mi vida una buena mujer.
Le dije que ojalá fuera así, como ella, tal como se lo había dicho la noche de nuestro beso.
Ella se me quedó mirando, sonriéndome con algo de picardía, me pareció.
Me dijo que si aún me acordaba de aquello.
-Y cómo no, si fue de lo mejor que me ha pasado.
-Era cosa de chicos, hermanito.
-Sí, pero fue inolvidable… A quien me imagino que le está yendo bien en ese sentido es a ti.
Se encogió de hombros y me dijo que no podía quejarse, guardó silencio por un momento, y en seguida me confesó que con aquello del embarazo mi cuñado la tenía un poco descuidada.
Le pregunté por la razón.
Ella me dijo que a él no le llamaba la atención tocarla después de cada parto, y solo lo volvía a hacer después de pasado medio año.
Me pareció raro, y ella agregó que a él le pasaba que no la encontraba atractiva, mucho menos mientras lactaba.
-Qué pena, Vicky –le dije-, porque a mí me parece que este periodo hace más provocativas a las mujeres.
Es una pena.
-Imagínate –dijo riéndose-… y una a veces con esa urgencia.
-Pues aquí me tienes para lo que necesites –le dije, desinhibido por el alcohol.
Ella sonrió a la vez que se sonrojaba.
-Qué tonto eres –dijo-.
Ya estas desvariando como cuando eras chico.
Yo sentí que la conversación me daba pie para abrirme en cuerpo y alma, y confesar lo que siempre mantuve en secreto por miedo a la censura.
-Claro que no –le dije-.
En ese momento lo que dije fue sincero, de corazón.
-¿Cómo qué? –dijo picarona y sonriente.
-Como que deseaba de verdad un beso tuyo, y eso, que me gustaría casarme con una mujer como tú.
-¿Y por qué deseabas besarme?
Yo guardé silencio ante su pregunta, mientras ella no dejaba de mirarme sonriente, hasta que me golpeó la pierna para que le contestara, y entonces me aventé.
-Tal vez no me vuelvas a hablar por esto, y asumo el riesgo, pero la verdad es que te deseaba como mujer, y por eso deseaba tanto un beso tuyo.
Lejos de molestarse o recriminarme con indignación, ella seguía tranquila.
-¿Y no te parece que eso está mal?
-Claro que sí.
Mi conciencia siempre me lo advertía, pero no pude con ello.
-Yo pensé que era algo inocente, divertido –me dijo-, pero mi picardía me salió cara porque también a mí me gusto el beso… me sentí extraña a partir de entonces, y por eso me empeñé en conseguir trabajo y salir de casa para estar lejos de ti, hermanito.
Estábamos de frente, haciendo contacto con nuestras rodillas.
Ella comenzó a sobar suavemente la mía y no dejaba de mirarme.
Yo estaba sorprendido con su confesión, entendiendo ahora su cambio hacia mí.
Guardamos silencio, y nos reíamos como tontos, avergonzados con nuestra conversación.
Entonces ella me preguntó si al fin había aprendido a besar.
-Claro.
Ahora soy todo un experto –sonreí-.
Si quieres te lo demuestro.
Lejos de intimidarse ante el atrevimiento, fue ella quien me desafió.
-A ver –dijo cruzando sus brazos sobre el lomo del sofá, y descansando su cabeza sobre éstos.
Yo no pensé llegar a tanto, y debo admitir que vacilé ante qué hacer después de matar el tigre y asustarme con el cuero.
Ella permanecía impasible, como dispuesta a todo, esperándome.
Era ahora o nunca tener a mi hermana, a quien había deseado desde la primera vez que la vi desnuda, y por quien siempre fue la razón de mis pajas nocturnas.
Ella quizá me vio perplejo, y para despabilarme me dijo “¿y entonces?”.
Y lo logró porque dejé mi irresolución y poco a poco me acerqué y con mi mano izquierda, temblorosa, tomé su mejilla derecha y la acaricié con el pulgar y ella no dejaba de mirarme con ojos de deseo mientras levantaba un poco su cabeza, presta, para el beso que le estampé en sus labios húmedos.
Fue un beso delicado, deseado, dispuesto, con nuestras lenguas traviesas, que duro algunos segundos.
Nos miramos de cerca y yo supe que no tendríamos retorno.
Nos volvimos a besar y nuestros cuerpos se acomodaron mejor en el sofá.
Mi brazo derecho rodeó su espalda mientras mi otra mano dejó su cara para recorrer su brazo, el costado de su vientre y finalmente su teta derecha, mientras sus manos acariciaban mi pecho y los costados.
Era tremendo nuestro morreo, y en una de las pausas para respirar y dedicar nuestros labios a otras partes, le dije que no se imaginaba cuánto tiempo había deseaba esto, y ella me dijo “demuéstramelo entonces”.
Comencé a quitarme la ropa mientras ella hacía la propio, quedándose en ropa interior, y volvimos al morreo y de pronto sentí que sus manos quitaban mis calzoncillos, liberando mi pija que estaba como un fierro babeante, y su mano se posó en mi grande para dar inicio a un sube y baja lento y delicioso.
Como ella estaba debajo fui recorriendo su cuello y le quité el brassier quedando ante mi vista sus hermosos senos turgentes por la lactancia, y me pegué a uno de sus pezones como delirante, al tiempo que a ella la escuché sonreír y decirme “están cargadas de leche, ya sabes”, cosa que no me importaba, porque eso era precisamente lo que deseaba.
No fue sino que me advirtiera cuando su grueso pezón comenzó a llenar mi boca de una rica, suave y tibia leche materna.
Mi hermana gemía desesperada y me pedía que siguiera así, hasta que le vaciara la teta.
Así estuve un par de minutos mamando su leche hasta que cambié de pezón para seguir en lo mío, y con mi mano izquierda fui deslizando su calzón blanco hasta que lo aventé sobre la mesita de centro.
Luego de un rato de mamar ese hermoso pezón largo y marrón, con leche aún en mi boca, la volví a besar ofreciéndole el sabor de su propia leche al compás del duelo desenfrenado que mantenían nuestras lenguas.
Victoria ya tenía bien abiertas sus piernas, dispuesta, ofreciéndome su chochito bastante peludo y babeante, el cual advertí al separarme de ella para darme cuenta de lo que iba a ser mío, y donde me uniría por completo a ella.
Victoria estaba completamente agitada, con su cuerpo en constante movimiento y con su mano resbalosa al no separarse de mi verga.
“Mira cómo me tienes de caliente, y lo deseosa que estoy de tu vergota, Rafa”, me dijo lujuriosa, y mis dedos rastrillaron suavemente su poblado vello púbico, y cuando acaricié la entrada de su cuquita ella se agitó más intensamente, y vi salir de sus pezones chorritos de leche que me apresté a beberla para luego volver a sus labios a devorarnos de pasión, al tiempo que me fui acomodando entre sus piernas y Victoria deslizaba mi grande baboso sobre sus labios vaginales para “padecer” un poco más con su calentura, hasta que el cuerpo no le dio más y dejó mi verga en la entrada de su cuquita, y cerrando mis ojos se la fui hundiendo suavemente para alargar el máximo placer.
Fue indescriptible estar dentro de ella, a diferencia de las demás mujeres con las que había estado, al punto de sentir que me moría del placer inimaginable.
Ella apenas lo sintió penetrándola hasta el fondo, gimió con más fuerza, como si descansara de un largo padecimiento y me abrazó fuerte con sus brazos, enterrándome las uñas en la espalda, y con sus piernas rodeó mis nalgas.
Delirábamos con el suave mete y saca demoledor, que no duraría mucho por la intensidad del placer.
No tuve ni conciencia de atender que lo estábamos haciendo a pelo y sin protección, y era tanto el placer en cada embestida, que lo único que deseaba era inundarla en sus entrañas y así lo hice.
Ella también se quejó con fuerza mientras se agitaba como un gusanito y sentía que sus contracciones se devoraban mi verga dentro.
Exhaustos de tanta tensión reprimida, continuamos besándonos suavemente sin salir de ella, y a la vuelta de un par de minutos sentí que mi verga se reanimaba y comencé nuevamente a bombearla un poco más rápido esta vez, y al poco ella volvió a gritar diciendo obscenidades mientras me enterraba las uñas en la espalda.
Nos manteníamos unidos por boca y vagina, y ella me pidió que cambiáramos de posición.
Así que me senté en mitad del sofá y ella me montó controlando las arremetidas como toda una amazona experimentada, y al quedar sus tetas a la altura de mi cara me agarré a uno de sus pezones para seguir mamando su leche que salía a borbotones, y apenas me daba el tiempo suficiente de tragar.
Otro tanto ella disminuía el ritmo y volvíamos a juntar nuestras bocas hasta que sentí que Victoria volvió a tener otro orgasmo al morderme los labios y sentir como sus jugos calientes mojaban mis piernas.
Yo aproveché y le agarraba las nalgas y le hacía roscas con el índice en su ano, y ella tomó una de sus tetas y llevó su pezón a mi boca y la abracé con fuerza como si quisiera exprimirle aquella teta enorme hasta que después de unos diez minutos volví a descargar una fuerte corriente de esperma.
Ella me pidió que no dejara de mamarle el pezón, y de este modo volvió a venirse.
Era sexo de verdad.
Nada experimentado con las demás mujeres.
Con Victoria era como tres veces mejor.
Sin salir aún de ella, abrazados y recobrando el aliento, dispuestos a seguir, cuando escuchamos el llanto de la bebita que estaba despertando.
Le dije que mejor me iba a dormir y ella lo aceptó yéndose a alimentar a la bebe.
Sin embargo no lograba conciliar el sueño, repasando cada uno de los momentos de nuestro sexo desenfrenado, y un par de horas más tarde, a eso de la una de la madrugada, volví a escuchar a mi sobrina, y un rato después vi por el resquicio de la puerta que el pasillo se iluminó, y enseguida los pasos de mi hermana hacia el baño.
Después de un par de minutos regresó y al pasar por mi puerta vi su sombra detenerse.
Allí permaneció por unos segundos en silencio, y finalmente su voz recobró vida.
-¿Rafa? ¿Estás dormido? –dijo.
De inmediato le dije que no.
-¿Puedo pasar?
Le dije que desde luego, y al abrir la puerta se quedó allí parada, transparentándose su cuerpo a través de su pijama enteriza por el efecto de la luz.
-Lo que pasa es que no puedo dormir –me dijo-, y no hago otra cosa que pensar en lo que acabamos de hacer.
Sé que esto no está bien ante los ojos de Dios, pero no sabes cómo deseo volver a revolcarme contigo.
-No estás sola –le dije- porque me pasa lo mismo, y también sigo deseando tu cuerpo como ninguna otra cosa en el mundo.
Ella entonteces se abalanzó sobre la cama, y quizá por la vergüenza que nos invadía, volvimos a hacerlo un par de veces más en la oscuridad, esta vez mucho más tierno, si se quiere, delicado y con tiempo suficiente para dedicar a cada una de nuestras caricias.
Cuando desperté a media mañana no me sentí culpable ni arrepentido, aunque lo lamentaba un poco por mi cuñado.
Y no me imaginaba qué podría estar pensando Victoria ya lejos de los estragos del alcohol.
La imaginaba molesta, arrepentida, avergonzada, lamentándose por su osadía, sin querer hablarme en la vida, pero no ocurrió así.
Tan pronto nos vimos ella se mostró como siempre, aunque un poco afectada por su marido, como me lo dijo, pero consiente de que se había entregado a mí a conciencia, con pleno convencimiento y por eso no se arrepentía de nada.
De hecho seguía diciéndome, algo avergonzada, que no hacía más que pensar en nuestros coitos, por lo que su cuerpo no dejaba de pedirle mi verga.
Así estuve con ella hasta el día antes que llegaba mi cuñado, y todos los días lo hicimos hasta el cansancio, con el extra de siempre dejarme acabar dentro suyo, pues con el parto le habían ligado las trompas.
De eso ya ha pasado varios años, y lo seguimos haciendo siempre que tenemos la oportunidad, y hemos notado que con el paso del tiempo nuestro sexo incesto es cada vez mejor.
El hecho de ser parientes ha sido la mejor de nuestras fachadas, porque quién piensa que en este mundo de locos un par de hermanos se revuelquen sobre una cama incestuosa.
Pásenla bien.
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