TRES PUTAS EN CASA (1)
De cómo a los 16 años descubrí que mi hermana de 17 y mi madres eran putas.
TRES PUTAS EN CASA (1ª parte)
Mi hermana se comportaba de forma extraña desde hacía semanas. Siempre nos habíamos llevado bien, pero ahora se actuaba de forma esquiva conmigo. Apenas si hablábamos y siempre intentaba quedarse a solas en su habitación, cuando siempre habíamos compartido confidencias y secretos.
En el colegio y el barrio nos conocían como “las gemelas”. Ella me sacaba un año de edad (17 por 16) y nos parecíamos bastante. Cabello rubio, ojos claros (ella verdes, yo azules) y con bastante éxito entre el sector masculino. Salvo por el hecho de que Alicia era unos centímetros más alta (1,60 por 1,57), casi podríamos pasar por hermanas gemelas, de ahí el apodo.
Además, siempre íbamos juntas a todos los lados, incluso con ropa parecida, por lo que era frecuente que si alguien no nos conocía bien, pudiese confundirnos.
No entendía ese distanciamiento y me dispuse a averiguar lo que le pasaba.
– Alicia, tengo que hablar contigo – le dije abriendo la puerta de su habitación.
– ¡Sal de aquí, niñata! – me ordenó muy enfadada.
– Pero, ¿qué te pasa? – pregunté.
– ¡Nada! ¡No me pasa nada! Pero no tengo ganas de perder el tiempo hablando gilipolleces con una cría – me dijo cerrando de un portazo su habitación.
No entendía nada ya que sólo me sacaba un año y eso no le daba derecho a despreciarme así. ¿Por qué me llamaba “cría”? Ese desplante me dolió y estaba dispuesta a averiguar qué le pasaba. Íbamos al mismo colegio. Ella un curso por delante de mí. Así que me dispuse a vigilarla siempre que pudiera.
A la mañana siguiente yo ya estaba preparada para salir de casa e ir a clase. Mientras desayunaba con mi madre, Alicia salió de su habitación. Iba vestida con una minifalda muy corta, un top ajustado con un pronunciado escote y unos zapatos de plataforma. Más que al colegio, parecía que fuese a la discoteca. Miré a mi madre para ver cómo reaccionaba, en la certeza de que la regañaría por vestirse así y la prohibiría ir a clase vestida con esas pintas de puta poligonera. Mi madre se la quedó mirando y dijo:
– Pero … Alicia, ¡qué guapa te has puesto hoy!
– Sí, hoy es un día especial – dijo – Ya te contaré.
– Vale, hija. Esta tarde tú y yo nos vamos a ir de compras y así charlamos – dijo guiñándole un ojo – Creo que necesitas más ropa de este estilo. Te queda muy bien.
– Vale, mamá – y dicho esto le dio un beso y salió de casa.
– ¿Vas a permitir que vaya vestida así al colegio? – pregunté escandalizada.
– Está preciosa con esa ropa. No creo que haya nada de malo en eso. A mí me gusta mucho cómo le queda. ¿A tí no?
– Parece una fulana – dije con gesto de desprecio – No entiendo cómo consientes esto. Y encima te la llevas de compras – dije con visiblemente enfadada. Mamá no me contestó nada y me marché dando un portazo.
De camino al colegio no podía dejar de pensar en lo que había ocurrido. ¿Cómo podía permitir mi madre que mi hermana saliese de casa con esas pintas? Mi madre era muy joven. Sólo tenía 34 años. Nos tuvo a mi hermana y a mí con 17 y 18 años respectivamente, y quizás era más abierta y tolerante que la mayoría de las madres. Pero en ningún caso éso justificaba su actitud.
Miré a mi hermana, que caminaba unos metros por delante de mí, y pensé en si no tendría frío. Llevaba un top de tirantes y una minifalda un palmo por encima de la rodilla. Estábamos en Marzo de 1.994, eran las 8:30 de la mañana y la temperatura no superaría los 12 o 13 grados. Hacía frío para ir vestida así. No entendía a qué venía, de pronto, ir a colegio vestida como una puta barata, además de las consecuencias que podría conllevar.
Estudiábamos en un colegio privado, de ideología católica, y aunque no llevábamos uniforme, sí había unas reglas acerca de la vestimenta. No sería la primera vez que expulsaban a alguien por llevar minifalda o vaqueros rotos, de manera que estaba convencida de que cuando mi hermana entrase en su clase y un profesor viera su vestimenta, la echaría de inmediato, daría parte a Dirección y avisarían a mi madre por teléfono de lo ocurrido. Ese era el protocolo habitual. Estaba deseando ver cómo Alicia se enfrentaba a todo esto.
Cuando llegamos al colegio, sorprendentemente, el conserje, Rafael, sonrió a mi hermana y ésta le devolvió la sonrisa con gesto pícaro. Lo normal habría sido que Rafael la hubiera parado antes de entrar en el recinto del colegio, advirtiéndola de que su atuendo no era compatible con las normas de vestimenta del centro. No tenía potestad para impedirla el paso, pero sí para darle un advertencia. En cambio, no pasó nada, y mi hermana siguió caminando, contoneándose más aún si cabe, como si pretendiese que todo el mundo se percatase de cómo iba vestida.
Durante unos minutos perdí de vista a Alicia, ya que la entrada al pasillo de las clases de COU (lo que ahora es 2º de Bachillerato) estaba situada en un punto distinto del edificio al de BUP. Entré en mi clase de 3º (el equivalente ahora a 1º de Bachillerato), y desde los amplios ventanales al patio pude ver a mi hermana rodeada por un grupo de chicos, junto a una de las canastas del campo de baloncesto. La verdad es que mi hermana era bastante guapa. Tenía todo lo que se requería para que los chicos la considerasen un «tía buena». Medía 1´60 y aunque estaba algo rellenita poseía un culo y un par de tetas redondas y firmes, que nunca pasaban desapercibidos. Todo ello aderezado con unos bonitos ojos verdes y una melena rubia muy cuidada. El parecido conmigo era innegable, salvo porque yo estaba más delgada y tengo los ojos azules. Y con la ropa tan provocativa que llevaba no era raro que los chicos se acercasen a ella. Estuvo un rato hablando con ellos y después entró en clase. No volví a verla hasta la hora del recreo. A nuestra edad, ya se nos permitía abandonar el colegio en esa media hora de recreo para ir a alguna panadería a comprar el almuerzo y regresar después al colegio. Yo lo hacía cada día en compañía de mi grupo de amigas de clase. Pero ese día, esperé en mi clase para comprobar si veía a mi hermana rondando por el patio.
Efectivamente, Alicia apareció cruzando el patio junto a un chico. Ambos caminaban apresurados hacia los servicios del patio de los mayores, que separaba nuestro patio del de los alumnos de EGB (ahora Primaria), y entraron juntos. Llegué a la conclusión de que estaba enrollada con ese chico y por eso se comportaba de forma tan extraña, mirándome por encima del hombro y tratándome de niñata. “Alicia se ha enamorado”, pensé. En mi mente quedó zanjado el tema, al haber encontrado una explicación lógica ante el extraño comportamiento de Alicia.
Por la tarde, mamá y Alicia se marcharon de compras. Ni siquiera me ofrecieron la posibilidad de ir con ellas. Parecía cómo si las dos escondiesen un secreto del que yo no podía ser partícipe. Aproveché la ocasión de que estaban fuera, para entrar a indagar en la habitación de Alicia. En el armario descubrí bastante ropa del estilo que llevaba últimamente. Minifaldas, pantalones y leggings de varios colores, camisetas diminutas, varios pares de botas altas y zapatos de plataforma. También encontré ligueros y tangas. ¿Para qué necesitaba aquellas prendas mi hermana? Nunca la había visto vestida así. Todo era cada vez más extraño y apuntaba a que mi madre estaba al corriente de la nueva personalidad de Alicia. Y no sólo eso, sino que le parecía bien y la animaba a ello. Por eso decidí espiar sus conversaciones. Seguro que entre ellas hablaban algo relacionado con todo esto.
Cuando volvieron, mi hermana se estuvo probando varias prendas que mamá le había comprado. Cuando vi aquella ropa, me quedé alucinada. Una de las prendas era un vestido de látex rojo que se le ceñía al cuerpo como un guante. A juego se había comprado unos zapatos de plataforma también rojos. Yo estaba tras la puerta de la cocina intentando escuchar su conversación.
– ¿Te gusta, mamá?
– Estas preciosa, mi vida – respondió mi madre – Espero que me lo dejes alguna vez.
– Claro, mamá. Puedes ponértelo cuando quieras – respondió Alicia.
– Entonces, cariño, ¿estás segura de querer trabajar conmigo? – le dijo mi madre. Aquella pregunta me descolocó. Siempre había pensado que mi madre no trabajaba. Desde pequeña nos había contado que mi padre había muerto siendo nosotras muy pequeñas y que vivíamos de la pensión de viudedad y de algún dinero que papá nos había dejado.
– Sí. Es lo mejor que puedo hacer. Me gusta mucho y estoy segura de que valgo para ello – añadió mi hermana.
– Es indudable que tienes condiciones. Sólo hay que mirarte. Pero no quiero que te dejes influenciar por lo que has vivido hasta ahora. Quiero que sea tu decisión – explicó mi madre.
– Tranquila, mamá. Lo he pensado mucho y no encuentro nada mejor a lo que dedicarme.
– De acuerdo, hija. Empezamos mañana. Pero tu hermana no debe enterarse de nada, por el momento. Ya tendrá tiempo de descubrirlo.
– No te preocupes. No creo que sospeche nada. Además, sólo trabajaremos en casa cuando ella esté en el colegio – dijo mi hermana.
– Tú haz que vas al colegio, para que ella te vea. Disimula. Luego te vienes y empezamos – dijo mi madre.
– ¡Qué nerviosa estoy! – dijo Alicia – ¡Estoy deseando que llegue mañana!
– Tranquila. Compórtate con naturalidad. Si lo haces como tú sabes, todo saldrá bien – explicó mi madre – Ya lo verás. Nos lo vamos a pasar en grande y vamos a ganar mucha pasta.
Después se quedaron charlando un rato más, pero ya no pude oír nada. Me fui a la cama con el firme propósito de averiguar de qué se trataba ese trabajo que se le daba tan bien a mi hermana, y con el que iban a ganar tanto dinero además de pasarlo tan bien.
A la mañana siguiente todo parecía normal. Mi madre nos preparó el desayuno y las dos nos fuimos a clase juntas. Esta vez, Alicia no iba vestida como el día anterior. Vaqueros, deportivas y una sudadera. LO que se mantuvo igual fue que mi hermana prácticamente ni me dirigió la palabra.
Cuando llegamos al colegio, ella se dirigió a su clase. Me escondí detrás de la escalera de cemento que daba acceso al pasillo de COU y pude ver cómo mi hermana salía por donde unos segundos antes había entrado y, a continuación abandonaba el colegio disimulando. La seguí a una distancia prudencial. No fue difícil ya que ella no sospechaba nada y, además, sabía cuál era su destino ya que lo había escuchado la tarde anterior. Cuando entró en casa, yo me fui al jardín, desde donde subí a mi habitación escalando por la verja exterior. Una vez dentro, esperé un rato a ver si advertían mi presencia. Entonces, sonó el timbre de la puerta principal. Me asomé con sigilo a la ventana de mi habitación, desde donde pude ver a un grupo de hombres esperando junto a la puerta de entrada. En ese momento, se abrió la puerta y fueron pasando uno a uno. Conté cuatro.
Rápidamente, me fui hacia la puerta de mi habitación, intentando escuchar la conversación. Oía voces pero era incapaz de distinguir qué decían. Con el máximo sigilo, para que nadie advirtiera mi presencia en la casa, abrí la puerta de mi habitación y me acerqué hasta las escaleras que daban al vestíbulo. Bajé algunos peldaños hasta que encontré un hueco que me ofrecía un ángulo de visión desde el que podía contemplar el salón. Me agazapé para no ser descubierta y me dispuse presenciar aquello que mi madre y mi hermana me ocultaban.
Los cuatro hombres de mediana edad que había visto entrar en casa estaban sentados en el sofá. Mi hermana llevaba una minifalda de cuero negro, una camiseta escotada de lycra y los zapatos de plataforma transparentes que descubrí en su armario. Mamá llevaba un top que resaltaba sus grandes pechos y una falda por encima de la rodilla. Aún no he dicho que mi madre estaba de muy buen ver. Tenía sólo 34 años, un cuerpo muy bien cuidado ya que iba al gimnasio todos los días y una larga melena rubia. Pero lo que más resaltaba en su cuerpo eran sus grandes pechos. En ese momento mi madre dijo algo:
– Esta es Alicia. Es mi hija y a partir de hoy vamos a trabajar juntas. Hoy es su primer día – explicó mamá.
– Por nosotros, no hay problema – dijo uno de ellos.
– Al contrario – añadió otro – Además, está muy buena- dijo lentamente mirando a mi hermana de arriba a abajo.
– Gracias – respondió mi hermana, complacida por el elogio.
– ¡Un momento! – exclamó uno de ellos – Supongo que tendrá la edad. No queremos problemas.
– ¡No os preocupéis! – se apresuró mi madre – Tiene 18 recién cumplidos – mintiendo descaradamente, ya que Alicia sólo tenía 17 años. Aún le quedaban tres meses para cumplir los 18 – Lleva tiempo esperando a cumplir la edad para poder trabajar.
Pero nosotros vamos a pagar por algo de calidad … y si es una principiante … ¿estará a la altura? – preguntó uno de ellos.
– ¡Os garantizo que quedaréis satisfechos! – explicó mamá – Por algo es mi hija. De tal palo tal astilla. Y ya sabéis que yo trabajo bien – añadió quitándose el minúsculo top y dejando al aire sus enormes tetas – Bueno, a lo nuestro – dijo mi madre – Vosotros dos conmigo. Y los otros con mi hija. Luego iremos cambiando.
– Perfecto – dijo uno de ellos mientras se aflojaba el cinturón. Aquello no tenía buena pinta. Me estaba dando la impresión de que iban a prostituirse.
En ese momento, mi hermana se arrodilló frente a los dos hombres que le había indicado mi madre. Le bajó los pantalones hasta los tobillos a uno de ellos, cogió su polla y se la metió en la boca. A pesar de la distancia pude ver cómo la polla desaparecía por completo en el interior de la boca de mi hermana, mientras acariciaba la polla del otro individuo, que también se había bajado los pantalones liberando su carne de macho. Mamá estaba sentada en el sofá chupando una polla mientras meneaba otra. Uno de ellos le sobaba las tetas con energía. Al principio estuve a punto de desmayarme. Luego, quise gritar. Pero lo cierto es que me quede allí viendo cómo mi madre y mi hermana se prostituían.
– ¿Qué tal te la chupa mi hija? – dijo mi madre.
– ¡De lujo! – exclamó el fulano. Entonces mi hermana se la sacó de la boca y se metió la polla del otro. Del mismo modo que antes, de un golpe secó la polla despareció en su boca.
– Es buena puta – dijo mi mamá mientras volvía a meterse una de las pollas en la boca. Así estuvieron durante unos minutos, comiéndoles las pollas a aquellos cuatro hombres. Entretanto, a mi hermana ya la habían desnudado y le sobaban todo el cuerpo.
– ¡Tenéis unas pollas deliciosas! – exclamó mi hermana – ¡Me encantan! – dijo frunciendo el ceño, con gesto vicioso.
– ¿Quién quiere comer conejo? – preguntó mi madre.
– Yo quiero comértelo a tí – dijo uno a los que se la chupaba Alicia – Tienes que tener un coño tremendo.
– No te equivocas, majete – dijo mi madre sonriendo. Entonces se abrió de piernas y con las manos separó los labios vaginales – ¡Vamos, cabrón! ¡Cómeme el coño! – exclamó mientras mi hermana hacía lo mismo. Se sentó en el sofá y se abrió de piernas. Mientras las comían el coño, ellas chupaban las pollas de los otros dos.
– ¡Eso es, cabrón! – exclamó mi hermana – ¡Fóllame con la lengua!
– ¿Estás disfrutando, hija? – preguntó mamá.
– ¡Joder, mamá, estoy en la gloria! ¡Y aún no hemos empezado a follar! – dijo mi hermana.
No daba crédito a lo que estaba viendo. Pero lo cierto es que parecía que se sentían bien con todo aquello, disfrutando y comentando lo mucho que les gustaba. Eso me animó a seguir mirando. Pasados unos minutos, cambiaron de postura. Mi hermana se puso a cuatro patas y unos de los hombres se la metió por detrás en el coño, mientras el otro se la metía en la boca. Mi madre estaba despatarrada sobre el suelo con un polla clavada en el coño y otra en la boca. Los tíos metían y sacaban sus rabos de agujeros, mientras Alicia gemía con cada envestida.
– ¡Eso es, mi niña! – exclamó mi madre – ¡Goza de tu trabajo! ¡Ya eres una puta!
– ¡Qué gusto, mamá! – gritó mi hermana – ¡Estoy en la gloria!
– ¡Me encanta ver lo mucho que te gusta follar! – sentenció mi madre para volver a la tarea de chupar polla.
Cambiaron varias veces de postura pero siempre metiéndose una polla en el coño y otra en la boca. Entonces mi madre ofreció a los hombres una nueva posibilidad:
– Creo que es el momento de que probéis nuestros culos – dijo ordenando a uno que se tumbara en el suelo. Entonces ella se sentó sobre su polla incrustándose ésta en su ano. Lo hizo sin ningún esfuerzo. Mi hermana hizo la imitó.
– ¡Sí! ¡Qué bueno! – exclamó a medida que la polla avanzaba por su recto. Cuando se la hubo metido hasta el fondo, separó las piernas ofreciendo su coño a otro tío – ¡Ahora, otra polla en mi chocho! ¡Quiero que me ensartéis! – el tipo al que se lo dijo miró a mi madre como para pedir su aprobación.
La sorpresa y el estupor por lo que estaba presenciando, viendo cómo mi madre y mi hermana se prostituían ante mis propios ojos, hicieron que bajase la guardia para no ser descubierta. Mi posición, agazapada en el hueco de la escalera, se relajó inconscientemente y mis ojos y los de mi madre se cruzaron durante una décima de segundo. El tiempo suficiente para ser descubierta. Mi madre ya sabía que las estaba viendo. Volví a esconderme al instante y, por un momento dejé de presenciar aquella escena que, pasase lo que pasase de ahí en adelante, sabía que había cambiado mi vida para siempre.
Cerré los ojos aterrada por lo que había descubierto. “Qué va a pasar ahora” – pensé – “No podré volver a mirarlas a la cara” – cavilé mientras escuchaba de fondo gemidos, suspiros y alabanzas de aquellos hombres ante las habilidades sexuales de mi madre y de mi hermana. Podría haber corrido a mi cuarto y haberme encerrado allí, para estar lo más lejos posible de aquella vergonzosa y depravada escena. Pero no lo hice. Abrí los ojos y busqué recuperar el ángulo de visión desde el que podía observarlo todo.
A mi madre no parecía haberle afectado el hecho de advertir mi presencia y que hubiera descubierto a qué se dedicaba.
– ¡Adelante! ¡Sin miedo! – replicó mi madre – ¡Haz lo que te diga! – el tío se arrodilló, empujó suavemente hacia su conejo y su polla fue desapareciendo en su interior. Mi madre miró al que quedaba y le dijo: – ¡Tú metésela en la boca! – él obedeció y de un golpe secó le enchufó el rabo hasta la garganta. Mi hermana enloqueció. Empezó a moverse frenéticamente. Las pollas entraban y salían de todos sus agujeros.
– ¡Me corro, cabrones! ¡Me corro! – gritó Alicia entre espasmos.
– ¡Sí, cariño! ¡Córrete! – exclamó mi madre mientras votaba sobre la polla.
– ¡Ahhhhh! – gritó mi hermana anunciando su orgasmo. Después se quedó inmóvil durante unos segundos. Tiempo durante el cual los tres tíos que la follaban no detuvieron el mete-saca en sus agujeros.
– Ahora tienes que recuperarte rápidamente. Te debes a tus clientes y no debes permitir que un orgasmo te paralice – dijo mamá mientras se levantaba sacando la polla de su culo. Apartó la polla de la boca de Alicia y comenzó a morrearse con ella con el fin de estimular su recuperación lo más pronto posible. Pude ver como sus lenguas se fundían jugueteando la una con la otra – ¡Vosotros, seguid follándola! – ordenó. En unos segundos mi hermana parecía recobrar su energía.
– Gracias, mamá. Ya estoy lista para seguir follando – dijo mi hermana con gesto orgulloso.
Entonces volvieron a cambiar de postura. Uno de los hombres se tumbó boca arriba y mi madre se sentó sobre él metiendo su rabo en el coño. Otro se la metió en el culo, por detrás. Mi hermana se sentó sobre una polla dejando su coño abierto de par en par y el otro se la enchufó en la boca. La novedad residía en que el conejo de mi hermana quedaba a la altura de la boca de mamá, quien con cada envestida de los tíos que la follaban el coño y el culo, metía la lengua hasta lo más profundo del chocho de Alicia. Durante el rato que mantuvieron esa postura mi madre se corrió. Lo sé porque lo gritó a los cuatro vientos cuando el orgasmo tuvo lugar. Poco después, el tío al que se la chupaba mi hermana se corrió.
– ¡Sí! ¡Córrete en mi cara, cabronazo! – dijo Alicia mientras un chorro de semen la regaba literalmente la cara al tiempo que recogía con las manos todos los restos que podía y se los llevaba a la boca relamiéndose de gusto.
– ¿Está rica, Alicia? – preguntó mi madre.
– ¡Deliciosa! Ya me apetecía un buen tragó de leche – dijo mi hermana. En ese momento el que daba por culo a mi madre se levantó y acercó su polla a la cara de Alicia – ¡Sí! ¡Quiero más leche! – casi al instante un nuevo chorro de semen invadió la boca de mi hermana. Los otros tíos ya habían salido de los coños de ellas y mi madre les estaba haciendo una mamada doble. Al poco tiempo, mi hermana se unió a mamá y las dos se dispusieron a recibir un nuevo baño de semen.
– ¡Eso es! Una buena corrida para terminar – dijo mi madre. Los tipos se corrieron en sus bocas y ellas dos se lo tragaron todo ante los comentarios de ellos.
– ¡Sois la hostia! – dijo uno mientras se vestía.
– ¡Nunca había follado con una madre y su hija! ¡Es genial! ¡Vaya par de zorras estáis hechas! – comentó otro.
Mi hermana se quedó en el sofá tumbada mientras los hombres se vestían rápidamente. Mamá les acompañó a la puerta. Una vez que el grupo se hubo marchado, y mientras regresaba al salón, mi madre volvió a verme agazapada en la escalera. Rápidamente corrí hacia mi habitación y cerré con el pestillo. Me quedé tumbada en la cama, muerta de vergüenza por haber sido descubierta por mi madre. No podía creer lo que había visto. Pero era cierto y más tarde o más temprano tendría que asumirlo y enfrentarme a ello. Por un lado sentía repulsión hacía mi madre y mi hermana. Pero por otro pensaba que no sería algo tan malo cuando mi propia madre animaba a Alicia a hacerlo. Ella siempre había cuidado bien de nosotras. Nunca nos había faltado de nada. Había sido una buena madre. Lo cierto es que las dos parecía que disfrutaban de lo que hacían. Y yo me había excitado bastante viendo la escena que habían protagonizado.
Me quedé un buen rato pensando en todo aquello, con los ojos lloroso, cuando mi madre llamó a la puerta de mi habitación. No pudo entrar ya que tenía el pestillo echado.
– Abre, Carolina. Soy mamá.
– ¿Qué quieres? – contesté de mala gana.
– La comida está lista – me dijo.
– No tengo hambre – respondí.
– Tienes que comer algo, cariño.
– ¡No quiero nada! ¡Y déjame sola! – grité. Mi madre no respondió y escuché sus pasos alejándose.
Pasada media hora fue mi hermana quien acudió a mi puerta.
Continuará …
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