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Fantasías / Parodias, Incestos en Familia, Orgias

TRES PUTAS EN CASA (3ª parte)

Mi hermana me prepara para convertirme en una buena putita..

TRES PUTAS EN CASA (3ª parte)

Twitter (X) @CarolFdezPuta

E-mail: [email protected]

 

Aquella noche apenas dormí pensando en todo lo que había sucedido. No podía dejar de pensar en mi madre y mi hermana follando como locas frente a mis propios ojos, en la mentiras de mamá para ocultar su verdadera vida y en el shock que todo ello me provocó. Pero tampoco podía dejar de pensar en el delicioso sabor de las pollas que había chupado y en la sensación indescriptible de sentirlas en mi coño y en mi culo. En un solo día pasé de vivir la peor pesadilla que una chica de mi edad podría encontrarse en su propia casa a sentir la necesidad de volver a mamar pollas y a follar como la tarde anterior. Aún no sabía muy bien qué era lo que me esperaba a partir de entonces, pero lo que sí era seguro es que mi vida no sería nunca la misma. Ahora podía comprender a mi hermana y sentirme más unida a ella de lo que nunca lo había estado. Había cruzado una línea y no había vuelta atrás.

Cuando me desperté, bajé a la cocina para desayunar. Estaba hambrienta, ya que el día anterior no había comido nada, excepto pollas y semen. Entonces pude escuchar una conversación entre mi hermana y mi madre, que estaban en el comedor.

– ¿Conseguiste hablar con Carol? – preguntó mi madre.

– Eh … ¡no! – mintió Alicia.

– ¡Vaya! – exclamó contrariada – Pensé que a ti te escucharía …

– Ni me abrió la puerta.

– Hoy es sábado y no podemos traer clientes a casa, ¿quieres venir conmigo al club esta noche? – dijo mi madre – Allí no te faltarán pollas.

– Me hace mucha ilusión, mami, pero tengo planes para esta noche. Ya te contaré – contestó Alicia – Por cierto, necesito algo de dinero para comprar unas cosillas – añadió.

– Claro, hija – respondió mi madre – ¿Cuánto quieres?

– Con 75.000 pesetas (450 Euros) bastará – dijo mi hermana.

Mamá buscó en su bolso y sacó un fajo de billetes, que entregó a mi hermana. Era el sueldo de todo un mes para mucha gente y se lo había dado sin rechistar ni preguntar para qué quería tanto dinero. Después, se besaron en la mejilla y mamá salió de casa. Irrumpí en el salón. Al verme, mi hermana exclamó:

– ¡Carol, vístete! Tenemos que salir.

– ¿A dónde? – pregunté.

– ¡Te lo explicaré por el camino! – concluyó, enseñándome el fajo de billetes que le acababa de dar mamá.

Salimos de casa. Supuse que me llevaba a algún encuentro con amigos suyos, pero nos dirigimos a un centro de estética. Allí me dieron mechas para aclararme el pelo. Soy rubia de nacimiento, como mi madre y mi hermana, pero Alicia me aconsejó que el tono ideal era aún más rubio, casi platino. Me alisaron el pelo y me hicieron la cera en todo el cuerpo. Incluido el coño y la entrada del culo. Después me hicieron la manicura. La verdad es que quedé muy mona. Parecía otra. Incluso más mayor. Después, mi hermana me llevó de tiendas. Me compró bastante ropa. Toda del mismo estilo que ella solía vestir: minifaldas, tops minúsculos, pantalones ajustados, zapatos de plataforma, tangas, botas altas, medias de rejilla, … Con esa ropa estaba espectacular, me sentía distinta, más adulta. Aunque no tengo unas tetas muy grandes, siempre he presumido de tener un buen culo. Desde niña, en el colegio los niños jugaban a tocarme el culo mientras decían “tía buena, maciza, tu culo me hipnotiza”. Y aquellas prendas realzaban aún más mi trasero, unas por ser muy ceñidas, otras por la escasez de tela que lo dejaban prácticamente a la vista.

Ese conjunto te queda muy bien, Carol – me dijo mi hermana mientras me probaba un vestido de tirantes con unos zapatos de plataforma blancos.

– Es un poco corto, ¿no? – dije, pues casi se me veía el culo.

– ¡Que vá! Al contrario – me contestó – Con esas piernas y ese culazo que tienes, una falda corta te queda de miedo. En cuanto salgas a la calle así se te va a quedar mirando todo el mundo. ¡Joder, pero si me estoy poniendo cachonda sólo con mirarte! – me dijo al tiempo que me daba un cachete en las nalgas.

– No quisiera impacientarme, pero yo pensaba que hoy íbamos a … ya sabes .. – insinué pensando en sus amigos del día anterior.

– ¡Habla claro! ¡No te andes con rodeos! – me espetó con energía – ¡Di lo que quieres sin vergüenza!

– Pues … eso – dije tímidamente, ya que nunca había usado los términos con los que solía hablar mi hermana.

– ¡Vamos! Si no dices lo que quieres, yo no podré hacer nada – me dijo intentando manipularme para oírme hablar como ella quería. Pensé entonces que no debía darme vergüenza.

– Pues … quiero … comerme una polla – dije, mirando al suelo avergonzada.

– ¿Y qué más?

– Y … ¡quiero que me follen! – añadí.

– ¿Qué te follen? ¿Por dónde? – preguntó sonriendo como si aquello se tratase de un juego.

– Por el coño y por el culo – dije perdiendo la poca vergüenza que me quedaba.

– ¡Eso es justo lo que quería oír! Por lo que veo estás muy salida – añadió sonriendo mientras descolgaba una percha y miraba con atención unos pantalones.

– La verdad es que sí. ¿Eso es malo? – pregunté, mientras la seguía por la tienda y Alicia miraba prendas de ropa como si la conversación no fuera con ella.

– Al contrario. Demuestra que has sabido apreciar lo que probaste ayer – me explicó – Ahora nos vamos a ir a casa. Mamá estará toda la tarde en el club, así que tenemos toda la casa para montar una buena fiesta.

– ¿En el club? – pregunté mientras pasábamos por caja y mi hermana pagaba.

– Sí, mamá trabaja varias noches en un puticlub, sobre todo los fines de semana porque no puede traer clientes a casa … ¡por ti! Ya te dije que cuando nos decía que iba al gimnasio o que quedaba con sus amigas, en realidad iba a un puticlub.

– ¿Tú has estado allí? – pregunté intrigada por saber más del trabajo de mamá.

– Aún no – dijo cogiendo varias bolsas del mostrador y saliendo de la tienda – Mamá hoy me ha invitado a ir por primera vez. Me hace mucha ilusión, la verdad – explicó – pero tengo otros planes. Tenemos que preparar el regalo de cumple de mamá – dijo guiñándome un ojo – ¡Tú! Hoy vamos a montar un buena fiesta en casa …

Ya en mi habitación, volví a probarme toda la ropa que me había comprado mi hermana. Me miré al espejo intentado descubrir en mi propia imagen reflejada quién era verdaderamente yo. ¿Seguía siendo la inocente Carolina, delegada de clase, responsable y estudiosa? ¿O era una puta viciosa que solo vivía para follar? Con aquel conjunto que llevaba puesto (minifalda, top ajustado y zapatos de plataforma) era evidente que había dejado atrás mi etapa como buena estudiante y ejemplo a seguir para sus compañeras de clase. Maquillada, más rubia, depilada, manicura francesa, … “Soy una puta”, me dije a mí misma, convencida de que el sexo me hacía más feliz que un sobresaliente en un examen de Historia.

Estaba impaciente por empezar con la fiesta que había dicho mi hermana. Me encontraba como hipnotizada. Sólo podía pensar en el momento de coger un cipote y metérmelo en la boca. Sentir el capullo en mi lengua. Acariciar los huevos. Sentir cómo se iba endureciendo en mi boca. Metérmelo hasta la garganta y mamarlo hasta que derrame sobre mí su rica leche. Me di cuenta de que me había convertido en una adicta con sólo haberlo probado una vez. Bajé impaciente a preguntar a mi hermana cuándo vendrían sus amigos. La encontré en la cocina.

– ¿Falta mucho para que vengan tus amigos, Ali? – pregunté – Creo que no voy a aguantar mucho. Necesito una polla ya mismo o me va a dar algo.

– Tranquila. Aún tardarán un rato – me dijo – Entretanto, voy a ponerte un enema. Ya te dije ayer que no se debe utilizar el culo si no está bien limpio. Aunque reconozco que ayer, para ser tu primera vez, y tener el ojete intacto, apenas soltaste mierda.

– Lo cierto es que cuando me la enchufaron en el culo, pensé que le iba a poner al tío perdido. Pero luego no fue para tanto – comenté recordando el día anterior.

– Por eso es conveniente ponerse un enema antes – me dijo. A continuación, nos dirigimos al baño. Alicia trajo un par de instrumentos que consistían en un conducto con un aplicador en un extremo y una perilla en el otro – Desnúdate y ponte a cuatro patas dentro de la bañera – me ordenó. Yo obedecí expectante. Mi hermana llenó la perilla con agua, metió el aplicador en mi ano y bombeó. Poco a poco comencé a sentir el agua tibia en mis intestinos. Resultaba agradable.

– ¡Qué bueno! – exclamé.

– Cuando tengas todo dentro, deberás aguantar unos minutos. Es posible que sea algo molesto y que notes presión y dolor en la barriga. Pero tú aguanta – me indicó.

– ¡Vale! – asentí. Unos minutos más tarde el agua empezó a pesar en mi tripa y comencé a sentirme mal. Pero aguanté, como decía mi hermana.

– Creo que ya es suficiente – dijo Alicia – Ahora, ponte en cuclillas y suéltalo todo – ordenó. Así lo hice y cuando comencé a vaciar todo el líquido sentí un alivio inmenso.

– ¡Qué gusto! ¡Ya no aguantaba más! – exclamé.

– ¡Muy bien, hermanita! Ahora date un duchita y estarás lista para la acción. A partir de ahora, harás esto todos las mañanas antes de ir a clase – sentenció Alicia.

– ¿Y tú? – pregunté – ¿No te aplicas uno de estos?

– Ya me puse uno esta mañana antes de salir. Siempre lo hago – me explicó – Nunca se sabe cuando voy a tener que usar el trasero, así que prefiero ir preparada desde por la mañana.

Durante la ducha probé a introducir varios dedos en mi ojete. No sólo para comprobar si estaba realmente limpio, sino también para ver si gozaba de la suficiente dilatación. El día anterior me había dolido un poco. En realidad, sólo al principio. Pero quería que si una polla se intentaba abrir camino en mi culo lo hiciera con facilidad. Con tres dedos dentro, intenté separarlos lo más posible a fin de abrir el agujero al máximo. Repetí la operación varias veces y pensé que sería suficiente por el momento.

Salí de la ducha y fui a mi habitación ilusionada con estrenar las provocativas y excitantes prendas que había adquirido antes. Me puse un minúsculo tanga y un vestido corto de una pieza. Cuando me estaba calzando los zapatos blancos de plataforma, mi hermana irrumpió en mi habitación. Llevaba puesto el vestido de latex rojo que el día anterior vi cómo se probaba junto a mamá. Observé que lo cruzaba una cremallera metálica de arriba abajo, de tal forma que si se abría, el vestido caería al suelo dejando a mi hermana totalmente desnuda. Unas botas negras hasta la rodillas completaban su atuendo.

– ¿Qué te parece? – preguntó girando sobre sí misma y dando una vuelta completa – Me lo compró mamá. ¿A que mola?

– ¡Ya lo sé! Os vi cuando te lo probabas – comenté.

– ¡Ahhh! Así que nos estabas espiando, ¿eh?

– ¿Qué querías que hiciera? Tenía que saber lo que estaba pasando – expliqué.

– Bueno, pero ¿te gusta?

– Es precioso. Te queda de miedo – añadí mirándola de arriba abajo y observando cómo el látex se ceñía a sus caderas y a sus tetas, marcando su silueta como si de un guante se tratara. Estaba espectacular. Su melena rubia caía sobre sus hombros y su escote parecía que iba a reventar por ese par de tetas redondas que Dios le había dado.

– Hermanita, ¡tú tampoco estás nada mal! – exclamó mientras yo me ponía en pié. Se acercó a mí mirándome fijamente mientras dibujaba una leve sonrisa con sus labios. Cogió mi cara entre sus manos y me besó suavemente en la boca. Me quedé estupefacta. Había quedado claro que nos gustaban los chocos a las dos. De eso no había duda. Pero … ¿las chicas? Recordé cómo mamá se morreaba con Alicia cuando trataba de recuperarla tras un orgasmo. Y aún más: recordé cómo en una de las posturitas que se habían marcado era mi propia madre la que lamía el coño de mi hermana mientras las daban caña por todos los lados. En aquel momento comprendí que ellas eran bisexuales. Que le daban a todo, vamos. Pero, ¿y yo? Me gustaban a mí también las chicas. Nunca hasta ese momento me lo había planteado, pero el caso es que ver a mi hermana vestida así y el beso que me había plantado, habían hecho humedecer mi entrepierna. Estos pensamientos pasaron por mi cabeza en apenas unas décimas de segundo. Todo ello unido a la dinámica de los acontecimientos que se venían sucediendo en apenas un par de días, hizo que me dejara llevar y devolví el beso a mi hermana. Beso que, unos segundos después, se había convertido en un apasionado y lujurioso morreo en el que nuestra lenguas se buscaban con pasión en el interior de nuestras bocas.

– Carol, ¡ábrete de piernas que te voy a comer el coño! – me dijo separando su boca de la mía. Obedecí. Me senté en un extremo de la cama, me subí la faldita y me saqué el tanga. Mi hermana me separó las piernas y acarició mi recién depilado chochito – ¡Qué conejo más bonito tienes! – me dijo. Al momento hundió su cabeza en mi raja y me hizo mi primera comida de coño. Era delicioso. Me lamía el clítoris lentamente y, de vez en cuando, me daba un lametón en los labios vaginales. Despúes, metió la lengua en mi interior mientras me acariciaba las nalgas.

– ¡Qué gusto, Ali! – gemí con los ojos entreabiertos – Lo haces muy bien. Se ve que te has comido ya unos cuantos coños …

– En realidad el tuyo es el segundo – explicó dejando de lamerme por un momento – Solo se lo he comido a mamá – añadió volviendo a meter su lengua dentro de mí.

Tras unos minutos en esa posición, Alicia tomó la almohada y la puso bajo mi trasero, para levantarlo. Con sus manos me separó los mulos e hizo algo inesperado hasta ese momento. Me metió la lengua en el ano.

– ¡Ayy, qué gusto! – exclamé al sentir su lengua jugando en mi ojete. Mientras lo hacia, deslizó dos dedos dentro de mi coño, ya totalmente húmedo, y comenzó a follarme con ellos, sin sacar la lengua de mi culo – ¡Diosssss! – exclamé al borde del orgasmo. Entonces paró.

– ¡Es tu turno, hermanita! – ordenó poniéndose en cuclillas sobre mi cara y ofreciéndome su chumino perfectamente depilado. Lo lamí como ella había hecho antes conmigo, mientras magreaba su carnoso pandero.

– ¡Eso es, nena! ¡Come coño! – me contestó mientras giraba sobre sí misma y adoptaba la postura del 69. La entrada de su culo quedó a la altura de mi nariz. Era el momento de lamer su ojete. Y así lo hize, mientras sentí su lengua jugando con mi clítoris. Estuvimos comiéndonos el coño y el culo durante un buen rato. Esstaba a punto de correrme, cuando sonó el timbre – ¡Son ellos, Carol! Para antes de correrte.

– ¡Vale! – dije relamiéndome de los flujos vaginles de mi hermana, que tenía por toda la cara.

Bajamos a toda prisa al piso de abajo. Íbamos como auténticas perras en celo desesperadas por trincar nuestra dosis diaria de polla.

– ¡Vamos, chicos, pasad! – dijo mi hermana abriendo la puerta. Pasaron cuatro tíos, a los que en seguida identifiqué. Eran del último curso de nuestro colegio – ¡Venga, cabrones! ¡Pollas fuera que estamos muy salidas!

Las siguientes horas se me pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Follamos con los cuatro en todas las posturas. Me harté de comer pollas. Lo hacía hasta de dos en dos. Mi coño y mi culo fueron follados sin piedad por los cuatro mientras mi hermana me decía guarradas. Todos ellos se corrieron en nuestras bocas. Después de tragar toda la lefa que pudimos, volvimos a la carga. Primero estimulamos con nuestras bocas su recuperación y después, cuando conseguimos que se empalmaran nuevamente, siguieron follando nuestros hambrientos agujeros. Ellos no paraban de alabar nuestros encantos y nuestra magistral forma de mamar y de follar, al tiempo que nos dedicaban calificativos del tipo de zorras, rameras, guarras, cerdas, putas, comepollas, ninfómanas, etc. Un par de días antes estas palabras me habrían ofendido profundamente. Pero ahora me parecían piropos maravillosos. Para finalizar, volvieron a regar nuestras caras con su leche. Esta vez hubo menos cantidad, pero igual de rica.

Los chicos se marcharon sin parar de alabarnos y prometiendo que volveríamos a vernos en breve. Yo me había corrido unas cuantas veces. (no sé cuántas porque perdí la cuenta) y estaba exhausta. Me quedé tirada sobre la alfombra del salón saboreando aún los últimos resquicios de semen en mi garganta. Aunque no prestaba mucha atención sí pude ver cómo uno de los chicos le entregaba un sobre a mi hermana mientras le daba una palmada en el culo, justo antes de salir por la puerta. Alicia regresó al salón y sacó unos billetes del sobre.

Bueno, hermanita. Aquí tienes tu parte – me dijo extendiendo unos billetes hacia mí. Alargué la mano y los recogí. Sumaban 10.000 pesetas (60 Euros).

– ¿Qué es esto? – pregunté, a pesar de ser evidente.

– ¿No querías ser una puta? Bueno, ¡pues ya lo eres! Cada uno de ellos ha pagado 5.000 pesetas (30 Euros) por follar con nosotras – me explicó.

– Yo creía que … bueno … que … como eran chicos del colegio … pues que … – balbuceé.

– ¿Creías que no pagaban? – terminó Alicia – Ya te dije ayer que desde lo que me pasó el día del bar les cobro siempre. Incluso a los de ayer cuando te estrenaste. Les cobré menos ya que en parte nos estaban haciendo un favor. Y no te di nada a ti porque estabas aprendiendo – me explicó.

– Es mucha pasta, ¿no? – pregunté.

– En realidad no. Con mamá gano mucho más dinero – me explicó – Pero, claro, ella es una puta con mucho caché y los clientes que trae tienen otro nivel. Yo no puedo pedirles a los chicos del colegio las tarifas que cobra mamá. Gano menos con ellos pero me garantizo clientela que, a fin de cuentas, es lo que me interesa.

– Ya entiendo …

– Bueno, hermanita … ¿y cómo te sientes ahora que ya eres toda una puta? – me preguntó sonriendo.

– Pues … la verdad es que … estoy de puta madre – contesté, tratando de hacer un divertido juego de palabras.

– Nunca mejor dicho – apostilló Alicia para, a continuación, echarnos a reír a carcajadas.

Continuará …

TRES PUTAS EN CASA (3ª parte)

Aquella noche apenas dormí pensando en todo lo que había sucedido. No podía dejar de pensar en mi madre y mi hermana follando como locas frente a mis propios ojos, en la mentiras de mamá para ocultar su verdadera vida y en el shock que todo ello me provocó. Pero tampoco podía dejar de pensar en el delicioso sabor de las pollas que había chupado y en la sensación indescriptible de sentirlas en mi coño y en mi culo. En un solo día pasé de vivir la peor pesadilla que una chica de mi edad podría encontrarse en su propia casa a sentir la necesidad de volver a mamar pollas y a follar como la tarde anterior. Aún no sabía muy bien qué era lo que me esperaba a partir de entonces, pero lo que sí era seguro es que mi vida no sería nunca la misma. Ahora podía comprender a mi hermana y sentirme más unida a ella de lo que nunca lo había estado. Había cruzado una línea y no había vuelta atrás.

Cuando me desperté, bajé a la cocina para desayunar. Estaba hambrienta, ya que el día anterior no había comido nada, excepto pollas y semen. Entonces pude escuchar una conversación entre mi hermana y mi madre, que estaban en el comedor.

– ¿Conseguiste hablar con Carol? – preguntó mi madre.

– Eh … ¡no! – mintió Alicia.

– ¡Vaya! – exclamó contrariada – Pensé que a ti te escucharía …

– Ni me abrió la puerta.

– Hoy es sábado y no podemos traer clientes a casa, ¿quieres venir conmigo al club esta noche? – dijo mi madre – Allí no te faltarán pollas.

– Me hace mucha ilusión, mami, pero tengo planes para esta noche. Ya te contaré – contestó Alicia – Por cierto, necesito algo de dinero para comprar unas cosillas – añadió.

– Claro, hija – respondió mi madre – ¿Cuánto quieres?

– Con 75.000 pesetas (450 Euros) bastará – dijo mi hermana.

Mamá buscó en su bolso y sacó un fajo de billetes, que entregó a mi hermana. Era el sueldo de todo un mes para mucha gente y se lo había dado sin rechistar ni preguntar para qué quería tanto dinero. Después, se besaron en la mejilla y mamá salió de casa. Irrumpí en el salón. Al verme, mi hermana exclamó:

– ¡Carol, vístete! Tenemos que salir.

– ¿A dónde? – pregunté.

– ¡Te lo explicaré por el camino! – concluyó, enseñándome el fajo de billetes que le acababa de dar mamá.

Salimos de casa. Supuse que me llevaba a algún encuentro con amigos suyos, pero nos dirigimos a un centro de estética. Allí me dieron mechas para aclararme el pelo. Soy rubia de nacimiento, como mi madre y mi hermana, pero Alicia me aconsejó que el tono ideal era aún más rubio, casi platino. Me alisaron el pelo y me hicieron la cera en todo el cuerpo. Incluido el coño y la entrada del culo. Después me hicieron la manicura. La verdad es que quedé muy mona. Parecía otra. Incluso más mayor. Después, mi hermana me llevó de tiendas. Me compró bastante ropa. Toda del mismo estilo que ella solía vestir: minifaldas, tops minúsculos, pantalones ajustados, zapatos de plataforma, tangas, botas altas, medias de rejilla, … Con esa ropa estaba espectacular, me sentía distinta, más adulta. Aunque no tengo unas tetas muy grandes, siempre he presumido de tener un buen culo. Desde niña, en el colegio los niños jugaban a tocarme el culo mientras decían “tía buena, maciza, tu culo me hipnotiza”. Y aquellas prendas realzaban aún más mi trasero, unas por ser muy ceñidas, otras por la escasez de tela que lo dejaban prácticamente a la vista.

Ese conjunto te queda muy bien, Carol – me dijo mi hermana mientras me probaba un vestido de tirantes con unos zapatos de plataforma blancos.

– Es un poco corto, ¿no? – dije, pues casi se me veía el culo.

– ¡Que vá! Al contrario – me contestó – Con esas piernas y ese culazo que tienes, una falda corta te queda de miedo. En cuanto salgas a la calle así se te va a quedar mirando todo el mundo. ¡Joder, pero si me estoy poniendo cachonda sólo con mirarte! – me dijo al tiempo que me daba un cachete en las nalgas.

– No quisiera impacientarme, pero yo pensaba que hoy íbamos a … ya sabes .. – insinué pensando en sus amigos del día anterior.

– ¡Habla claro! ¡No te andes con rodeos! – me espetó con energía – ¡Di lo que quieres sin vergüenza!

– Pues … eso – dije tímidamente, ya que nunca había usado los términos con los que solía hablar mi hermana.

– ¡Vamos! Si no dices lo que quieres, yo no podré hacer nada – me dijo intentando manipularme para oírme hablar como ella quería. Pensé entonces que no debía darme vergüenza.

– Pues … quiero … comerme una polla – dije, mirando al suelo avergonzada.

– ¿Y qué más?

– Y … ¡quiero que me follen! – añadí.

– ¿Qué te follen? ¿Por dónde? – preguntó sonriendo como si aquello se tratase de un juego.

– Por el coño y por el culo – dije perdiendo la poca vergüenza que me quedaba.

– ¡Eso es justo lo que quería oír! Por lo que veo estás muy salida – añadió sonriendo mientras descolgaba una percha y miraba con atención unos pantalones.

– La verdad es que sí. ¿Eso es malo? – pregunté, mientras la seguía por la tienda y Alicia miraba prendas de ropa como si la conversación no fuera con ella.

– Al contrario. Demuestra que has sabido apreciar lo que probaste ayer – me explicó – Ahora nos vamos a ir a casa. Mamá estará toda la tarde en el club, así que tenemos toda la casa para montar una buena fiesta.

– ¿En el club? – pregunté mientras pasábamos por caja y mi hermana pagaba.

– Sí, mamá trabaja varias noches en un puticlub, sobre todo los fines de semana porque no puede traer clientes a casa … ¡por ti! Ya te dije que cuando nos decía que iba al gimnasio o que quedaba con sus amigas, en realidad iba a un puticlub.

– ¿Tú has estado allí? – pregunté intrigada por saber más del trabajo de mamá.

– Aún no – dijo cogiendo varias bolsas del mostrador y saliendo de la tienda – Mamá hoy me ha invitado a ir por primera vez. Me hace mucha ilusión, la verdad – explicó – pero tengo otros planes. Tenemos que preparar el regalo de cumple de mamá – dijo guiñándome un ojo – ¡Tú! Hoy vamos a montar un buena fiesta en casa …

Ya en mi habitación, volví a probarme toda la ropa que me había comprado mi hermana. Me miré al espejo intentado descubrir en mi propia imagen reflejada quién era verdaderamente yo. ¿Seguía siendo la inocente Carolina, delegada de clase, responsable y estudiosa? ¿O era una puta viciosa que solo vivía para follar? Con aquel conjunto que llevaba puesto (minifalda, top ajustado y zapatos de plataforma) era evidente que había dejado atrás mi etapa como buena estudiante y ejemplo a seguir para sus compañeras de clase. Maquillada, más rubia, depilada, manicura francesa, … “Soy una puta”, me dije a mí misma, convencida de que el sexo me hacía más feliz que un sobresaliente en un examen de Historia.

Estaba impaciente por empezar con la fiesta que había dicho mi hermana. Me encontraba como hipnotizada. Sólo podía pensar en el momento de coger un cipote y metérmelo en la boca. Sentir el capullo en mi lengua. Acariciar los huevos. Sentir cómo se iba endureciendo en mi boca. Metérmelo hasta la garganta y mamarlo hasta que derrame sobre mí su rica leche. Me di cuenta de que me había convertido en una adicta con sólo haberlo probado una vez. Bajé impaciente a preguntar a mi hermana cuándo vendrían sus amigos. La encontré en la cocina.

– ¿Falta mucho para que vengan tus amigos, Ali? – pregunté – Creo que no voy a aguantar mucho. Necesito una polla ya mismo o me va a dar algo.

– Tranquila. Aún tardarán un rato – me dijo – Entretanto, voy a ponerte un enema. Ya te dije ayer que no se debe utilizar el culo si no está bien limpio. Aunque reconozco que ayer, para ser tu primera vez, y tener el ojete intacto, apenas soltaste mierda.

– Lo cierto es que cuando me la enchufaron en el culo, pensé que le iba a poner al tío perdido. Pero luego no fue para tanto – comenté recordando el día anterior.

– Por eso es conveniente ponerse un enema antes – me dijo. A continuación, nos dirigimos al baño. Alicia trajo un par de instrumentos que consistían en un conducto con un aplicador en un extremo y una perilla en el otro – Desnúdate y ponte a cuatro patas dentro de la bañera – me ordenó. Yo obedecí expectante. Mi hermana llenó la perilla con agua, metió el aplicador en mi ano y bombeó. Poco a poco comencé a sentir el agua tibia en mis intestinos. Resultaba agradable.

– ¡Qué bueno! – exclamé.

– Cuando tengas todo dentro, deberás aguantar unos minutos. Es posible que sea algo molesto y que notes presión y dolor en la barriga. Pero tú aguanta – me indicó.

– ¡Vale! – asentí. Unos minutos más tarde el agua empezó a pesar en mi tripa y comencé a sentirme mal. Pero aguanté, como decía mi hermana.

– Creo que ya es suficiente – dijo Alicia – Ahora, ponte en cuclillas y suéltalo todo – ordenó. Así lo hice y cuando comencé a vaciar todo el líquido sentí un alivio inmenso.

– ¡Qué gusto! ¡Ya no aguantaba más! – exclamé.

– ¡Muy bien, hermanita! Ahora date un duchita y estarás lista para la acción. A partir de ahora, harás esto todos las mañanas antes de ir a clase – sentenció Alicia.

– ¿Y tú? – pregunté – ¿No te aplicas uno de estos?

– Ya me puse uno esta mañana antes de salir. Siempre lo hago – me explicó – Nunca se sabe cuando voy a tener que usar el trasero, así que prefiero ir preparada desde por la mañana.

Durante la ducha probé a introducir varios dedos en mi ojete. No sólo para comprobar si estaba realmente limpio, sino también para ver si gozaba de la suficiente dilatación. El día anterior me había dolido un poco. En realidad, sólo al principio. Pero quería que si una polla se intentaba abrir camino en mi culo lo hiciera con facilidad. Con tres dedos dentro, intenté separarlos lo más posible a fin de abrir el agujero al máximo. Repetí la operación varias veces y pensé que sería suficiente por el momento.

Salí de la ducha y fui a mi habitación ilusionada con estrenar las provocativas y excitantes prendas que había adquirido antes. Me puse un minúsculo tanga y un vestido corto de una pieza. Cuando me estaba calzando los zapatos blancos de plataforma, mi hermana irrumpió en mi habitación. Llevaba puesto el vestido de latex rojo que el día anterior vi cómo se probaba junto a mamá. Observé que lo cruzaba una cremallera metálica de arriba abajo, de tal forma que si se abría, el vestido caería al suelo dejando a mi hermana totalmente desnuda. Unas botas negras hasta la rodillas completaban su atuendo.

– ¿Qué te parece? – preguntó girando sobre sí misma y dando una vuelta completa – Me lo compró mamá. ¿A que mola?

– ¡Ya lo sé! Os vi cuando te lo probabas – comenté.

– ¡Ahhh! Así que nos estabas espiando, ¿eh?

– ¿Qué querías que hiciera? Tenía que saber lo que estaba pasando – expliqué.

– Bueno, pero ¿te gusta?

– Es precioso. Te queda de miedo – añadí mirándola de arriba abajo y observando cómo el látex se ceñía a sus caderas y a sus tetas, marcando su silueta como si de un guante se tratara. Estaba espectacular. Su melena rubia caía sobre sus hombros y su escote parecía que iba a reventar por ese par de tetas redondas que Dios le había dado.

– Hermanita, ¡tú tampoco estás nada mal! – exclamó mientras yo me ponía en pié. Se acercó a mí mirándome fijamente mientras dibujaba una leve sonrisa con sus labios. Cogió mi cara entre sus manos y me besó suavemente en la boca. Me quedé estupefacta. Había quedado claro que nos gustaban los chocos a las dos. De eso no había duda. Pero … ¿las chicas? Recordé cómo mamá se morreaba con Alicia cuando trataba de recuperarla tras un orgasmo. Y aún más: recordé cómo en una de las posturitas que se habían marcado era mi propia madre la que lamía el coño de mi hermana mientras las daban caña por todos los lados. En aquel momento comprendí que ellas eran bisexuales. Que le daban a todo, vamos. Pero, ¿y yo? Me gustaban a mí también las chicas. Nunca hasta ese momento me lo había planteado, pero el caso es que ver a mi hermana vestida así y el beso que me había plantado, habían hecho humedecer mi entrepierna. Estos pensamientos pasaron por mi cabeza en apenas unas décimas de segundo. Todo ello unido a la dinámica de los acontecimientos que se venían sucediendo en apenas un par de días, hizo que me dejara llevar y devolví el beso a mi hermana. Beso que, unos segundos después, se había convertido en un apasionado y lujurioso morreo en el que nuestra lenguas se buscaban con pasión en el interior de nuestras bocas.

– Carol, ¡ábrete de piernas que te voy a comer el coño! – me dijo separando su boca de la mía. Obedecí. Me senté en un extremo de la cama, me subí la faldita y me saqué el tanga. Mi hermana me separó las piernas y acarició mi recién depilado chochito – ¡Qué conejo más bonito tienes! – me dijo. Al momento hundió su cabeza en mi raja y me hizo mi primera comida de coño. Era delicioso. Me lamía el clítoris lentamente y, de vez en cuando, me daba un lametón en los labios vaginales. Despúes, metió la lengua en mi interior mientras me acariciaba las nalgas.

– ¡Qué gusto, Ali! – gemí con los ojos entreabiertos – Lo haces muy bien. Se ve que te has comido ya unos cuantos coños …

– En realidad el tuyo es el segundo – explicó dejando de lamerme por un momento – Solo se lo he comido a mamá – añadió volviendo a meter su lengua dentro de mí.

Tras unos minutos en esa posición, Alicia tomó la almohada y la puso bajo mi trasero, para levantarlo. Con sus manos me separó los mulos e hizo algo inesperado hasta ese momento. Me metió la lengua en el ano.

– ¡Ayy, qué gusto! – exclamé al sentir su lengua jugando en mi ojete. Mientras lo hacia, deslizó dos dedos dentro de mi coño, ya totalmente húmedo, y comenzó a follarme con ellos, sin sacar la lengua de mi culo – ¡Diosssss! – exclamé al borde del orgasmo. Entonces paró.

– ¡Es tu turno, hermanita! – ordenó poniéndose en cuclillas sobre mi cara y ofreciéndome su chumino perfectamente depilado. Lo lamí como ella había hecho antes conmigo, mientras magreaba su carnoso pandero.

– ¡Eso es, nena! ¡Come coño! – me contestó mientras giraba sobre sí misma y adoptaba la postura del 69. La entrada de su culo quedó a la altura de mi nariz. Era el momento de lamer su ojete. Y así lo hize, mientras sentí su lengua jugando con mi clítoris. Estuvimos comiéndonos el coño y el culo durante un buen rato. Esstaba a punto de correrme, cuando sonó el timbre – ¡Son ellos, Carol! Para antes de correrte.

– ¡Vale! – dije relamiéndome de los flujos vaginles de mi hermana, que tenía por toda la cara.

Bajamos a toda prisa al piso de abajo. Íbamos como auténticas perras en celo desesperadas por trincar nuestra dosis diaria de polla.

– ¡Vamos, chicos, pasad! – dijo mi hermana abriendo la puerta. Pasaron cuatro tíos, a los que en seguida identifiqué. Eran del último curso de nuestro colegio – ¡Venga, cabrones! ¡Pollas fuera que estamos muy salidas!

Las siguientes horas se me pasaron en un abrir y cerrar de ojos. Follamos con los cuatro en todas las posturas. Me harté de comer pollas. Lo hacía hasta de dos en dos. Mi coño y mi culo fueron follados sin piedad por los cuatro mientras mi hermana me decía guarradas. Todos ellos se corrieron en nuestras bocas. Después de tragar toda la lefa que pudimos, volvimos a la carga. Primero estimulamos con nuestras bocas su recuperación y después, cuando conseguimos que se empalmaran nuevamente, siguieron follando nuestros hambrientos agujeros. Ellos no paraban de alabar nuestros encantos y nuestra magistral forma de mamar y de follar, al tiempo que nos dedicaban calificativos del tipo de zorras, rameras, guarras, cerdas, putas, comepollas, ninfómanas, etc. Un par de días antes estas palabras me habrían ofendido profundamente. Pero ahora me parecían piropos maravillosos. Para finalizar, volvieron a regar nuestras caras con su leche. Esta vez hubo menos cantidad, pero igual de rica.

Los chicos se marcharon sin parar de alabarnos y prometiendo que volveríamos a vernos en breve. Yo me había corrido unas cuantas veces. (no sé cuántas porque perdí la cuenta) y estaba exhausta. Me quedé tirada sobre la alfombra del salón saboreando aún los últimos resquicios de semen en mi garganta. Aunque no prestaba mucha atención sí pude ver cómo uno de los chicos le entregaba un sobre a mi hermana mientras le daba una palmada en el culo, justo antes de salir por la puerta. Alicia regresó al salón y sacó unos billetes del sobre.

Bueno, hermanita. Aquí tienes tu parte – me dijo extendiendo unos billetes hacia mí. Alargué la mano y los recogí. Sumaban 10.000 pesetas (60 Euros).

– ¿Qué es esto? – pregunté, a pesar de ser evidente.

– ¿No querías ser una puta? Bueno, ¡pues ya lo eres! Cada uno de ellos ha pagado 5.000 pesetas (30 Euros) por follar con nosotras – me explicó.

– Yo creía que … bueno … que … como eran chicos del colegio … pues que … – balbuceé.

– ¿Creías que no pagaban? – terminó Alicia – Ya te dije ayer que desde lo que me pasó el día del bar les cobro siempre. Incluso a los de ayer cuando te estrenaste. Les cobré menos ya que en parte nos estaban haciendo un favor. Y no te di nada a ti porque estabas aprendiendo – me explicó.

– Es mucha pasta, ¿no? – pregunté.

– En realidad no. Con mamá gano mucho más dinero – me explicó – Pero, claro, ella es una puta con mucho caché y los clientes que trae tienen otro nivel. Yo no puedo pedirles a los chicos del colegio las tarifas que cobra mamá. Gano menos con ellos pero me garantizo clientela que, a fin de cuentas, es lo que me interesa.

– Ya entiendo …

– Bueno, hermanita … ¿y cómo te sientes ahora que ya eres toda una puta? – me preguntó sonriendo.

– Pues … la verdad es que … estoy de puta madre – contesté, tratando de hacer un divertido juego de palabras.

– Nunca mejor dicho – apostilló Alicia para, a continuación, echarnos a reír a carcajadas.

Continuará …

 

Twitter (X) @CarolFdezPuta

E-mail: [email protected]

39 Lecturas/18 noviembre, 2025/0 Comentarios/por agosto10
Etiquetas: amigos, colegio, hermana, hermanita, hija, madre, mayor, sexo
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