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Fantasías / Parodias, Incestos en Familia, Orgias

TRES PUTAS EN CASA (4ª parte)

El deseo de convertirme en una auténtica puta va creciendo dentro de mi..

TRES PUTAS EN CASA (4ª parte)

Twitter (X) @CarolFdezPuta

E-mail: [email protected]

A pesar de las excitantes experiencias vividas en los dos días anteriores, dormí más placenteramente que nunca. Al contrario que la noche anterior, en la que apenas había pegado ojo, con la mente llena de dudas y de culpabilidad, aquella noche dormí del tirón. Soñé con mi madre, con el momento de descubrirme ante ella como su digna sucesora. Soñé con su rostro lleno de lágrimas de emoción y de felicidad al ver a su hijita ganarse la vida con la profesión más antigua del mundo. Esa misma que ella había elegido casi veinte años antes y que ahora sus hijas estábamos dispuestas a continuar.

Me desperté a casi las doce y lo primero que vino a mi mente fue la pregunta sobre qué nuevas aventuras me depararían aquel domingo. Según me había contado Alicia, mamá se iría al club por la tarde, de manera que teníamos la casa para nosotras solas, igual que el día anterior. Seguro que mi hermana tenía algo preparado para aquella tarde.

Bajé a la cocina impaciente por saber el plan que me había preparado. Allí estaba mi madre, vestida únicamente con una bata cruzada, cuyos bajos quedaban un palmo por encima de sus rodillas. Su larga melena rubia caía por su espalda, algo despeinada, pero preciosa. Cualquier otro día la habría mirado sin reparar en su belleza. En cambio ahora, después de lo que sabía de ella, me detuve en observar cada centímetro de su piel, cada gesto y cada movimiento. Me fijé en su manera de caminar: dócil y armónica. En sus tobillos: finos y elegantes. En sus pies: pequeños y frágiles. En sus muslos: rotundos y tersos. Y por supuesto me fijé en sus pechos: enormes, carnosos y redondos. Sin duda era lo que más destacaba en su perfecta anatomía. Era una diosa. Quizás me haya excedido en el calificativo, pero … qué le voy a hacer, al fin y al cabo … es mi madre.

– Buenos días, hija.

– Hola, mamá – contesté observándola minuciosamente.

– ¿Qué quieres para desayunar? – me preguntó como si nada de lo que había sucedido tuviera importancia. No hablábamos desde hacía dos días cuando la sorprendí junto a mi hermana. No es que esperase explicaciones. Ya me lo había advertido Alicia, pero … no sé … un gesto, un comentario. Pero nada.

– Un zumo – contesté sin dejar de observarla con detalle, aunque me hubiera gustado responder que quería que un par de pollas me regasen la boca de leche caliente para desayunar.

– ¿Qué tal ayer? – me preguntó desde la nevera – No te vi en todo el día. ¿Qué hiciste?

– Nada del otro mundo – contesté, pensando en que me había pasado toda la tarde follando con cuatro chicos y que había ganado 60 Euros por ello. Decirla que su niña era una puta. Exactamente como ella. De tal palo tal astilla.

– Pero … veo que te has hecho algo en el pelo – argumentó – Te queda bien.

– ¡Ah! ¡Sí! ¡Ya no me acordaba! – exclamé – Me lo he alisado. También me he aclarado dado mechas. ¿Te gusta?

– Me encanta – me dijo acercándose a mí – Estas muy guapa – añadió al tiempo que me daba un beso en la mejilla. Al hacer esto sus enormes tetas se toparon contra mi pecho. No lo hizo aposta. Sólo que tenían tal volumen que era difícil acercarse sin que sus encantos me rozaran. Eso me excitó. ¡Joder! ¡Mi propia madre me había puesto cachonda! En ese momento supe que ya no había marcha atrás. Había entrado en un mundo del que no había salida. Cada vez quería más y más. Y ahora, lo siguiente, era mi propia madre. No sé si ella notó algo de lo que estaba pasando por mi cabeza o si pudo advertir el escalofrío de lujuria que recorrió todo mi cuerpo. El caso es que, me sonrió como si algo hubiese captado. Después se giró y salió de la cocina.

Me hubiese gustado preguntarla qué había hecho ella aquella noche. A pesar de saber que la había descubierto, me habría mentido. Me pregunté a qué hora se habría acostado. ¿Cuántas pollas se habría comido aquella noche? ¿Cuántos orgasmos habría disfrutado? ¿Cuántos se habrían follado el coño del que me parió? Supongo que a muchos les costará entender que una hija se haga estas preguntas sobre su propia madre sin sentir repulsión y asco. Un par de días antes hubiera sido así. Pero ahora me resultaba lo más excitante del mundo, y la admiraba por ello.

Subí al cuarto de mi hermana, pero ella no estaba. Me entretuve husmeando en sus cajones y en su armario, en busca de prendas sexys y excitantes. Ya lo había hecho antes con el fin de averiguar qué ocultaba. Pero ahora era muy distinto. Buscaba ropa que yo misma pudiese usar. Encontré varias faldas muy cortas y recordé que Alicia me había dicho que me quedaban muy bien las minifaldas. Me las probé y las conjunté con varias camisetas y tops ajustados. Me quedaban muy bien. Es la pura verdad. Me miré una y otra vez en el espejo intentando imaginar cómo reaccionaría la gente de la calle si me pasease por ahí con ese aspecto. ¿Me dirían piropos? ¿Me mirarían mal? ¿Intentarían ligar conmigo? Todo aquello era nuevo para mí. Ya he dicho que había tenido algunos rolletes con chicos de mi edad, y que aunque tenía éxito entre el género masculino del colegio, nunca hasta el punto de decirme piropos por la calle. Lo cierto es que me daba un poco de vergüenza salir a la calle vestida de esa guisa. ¡Qué curioso! Podía pasarme una tarde follando con desconocidos por todos los agujeros y, en cambio, me daba vergüenza pasearme por el barrio en minifalda. Justo en ese momento, mi hermana irrumpió en la habitación.

– ¡Qué bien te queda ese conjunto! – exclamó – De no ser porque estoy un poco cansada, me tiraría sobre tí ahora mismo.

– ¿Dónde has estado? – pregunté, mirando la hora en el despertador que había sobre su mesilla de noche. Era más de la una.

– Todos los domingos hay partidos de fútbol y baloncesto en el colegio – me explicó – Ya sabes lo que eso significa: una gran reunión de pollas hambrientas de sexo. Y ahí estoy yo para complacerlas. Bueno … y para llevarme un buen dinero.

– Pero … ¿cómo lo haces? – pregunté sorprendida.

– Fácil – explicó – Cuando acaba un partido, paso a los vestuarios y ofrezco mis servicios. No necesito presentación. Ya me conocen y saben a lo que voy. Y a partir de ahí, el que paga … moja, y el que no … se queda con las ganas – dijo guiñándome un ojo mientras se tumbaba en la cama – Últimamente me tiran más los del baloncesto. Son altos y grandes. Y por lo general tienen rabos más … potentes. Además, como son menos, controlo mejor el vestuario. ¡Joder! ¡Estoy hablando como un entrenador! – dijo entre carcajadas.

– ¿Y cuánta pasta has ganado? – pregunté.

– No mucha. Hoy el equipo del cole ha perdido y no estaban para muchas fiestas. Si lo sé me voy con los del fútbol, que han goleado. Ahí sí que me habría dado un festín y hubiera hecho buena caja. Pero, ¡qué se le va a hacer!

– Bueno, pero … ¿cuánto? – insistí.

– 7.500 pesetas (45 Euros), que corresponden a tres mamadas y un completo – contestó – Al principio sólo uno quería, pero cuando empecé a chupársela, en seguida otros dos se animaron. Y al final hubo otro que se decidió a follarme – explicó – Lo normal es que se acabe animando casi todo el equipo, pero es que los cuatro que nos cepillamos ayer son del equipo y se ve que los dejamos secos.

– ¿7.500? – dije en voz alta, tratando de descifrar el precio de cada servicio – Ali, ¿a cuánto cobras cada cosa?

– 1.500 pesetas (9 Euros) la mamada, 2.000 pesetas (12 Euros) el completo por el coño y 3.000 (18 Euros) si es por el culo – me explicó, mientras se cambiaba de ropa – Empecé cobrando 1.000, 1.500 y 2.000 respectivamente, pero en estos seis meses ha tenido que aumentar los precios – añadió.

– Oye, ¿y nunca te han pillado? – pregunté – Ya sabes … un entrenador o un monitor … – sugerí.

– Ellos también participan. De hecho, las primeras veces no les cobraba. Por aquello de entrar con buen pié, ya sabes. Pero a las pocas semanas, cuando tomé conciencia de que no podían pasar sin mis servicios, empecé a exigirles las mismas tarifa que a los jugadores – me explicó.

– ¡Joder! ¡Cómo te lo montas! – exclamé.

– Una buena puta debe saber cómo conseguir clientela y que nunca le falten pollas – comentó – No sólo se trata de follar alegremente, sino de saber enganchar a tus clientes para que necesiten de tus servicios. Yo de momento tengo que conformarme con los críos del colegio. Pero, mira a mamá. Muchos de sus clientes llevan follándosela desde hace más de una década y ahí siguen, reclamando sus servicios semanalmente, pagando bien y, a su vez, trayendo a más clientes.

– Ya entiendo … – asentí.

– ¿Qué te apuestas a que esta tarde me llaman los del equipo de fútbol? Hoy no he pasado por su vestuario y han ganado. Seguro que tienen ganas de marcha y como siempre han quedado contentos conmigo … pues eso … que repiten – me explicó sonriendo con picardía – Es una pena que hoy no pueda atenderlos.

– ¿Cómo que no? ¿Por qué? – pregunté.

– Mamá tiene trabajo esta tarde. Una despedida de solteros – comentó – Nuestra especialidad. El caso es que mamá tenía que ir al club, pero le han ofrecido esto y como pagan tan bien … no ha podido rechazarlo.

– ¿De cuánto estamos hablando?

– 150.000 pesetas (900 Euros). Lo que no sé es cuántos tipos vendrán – me explicó, con total normalidad – Por cierto, mamá me ha pedido que me invente algo para que no estés en casa en toda la tarde. Así que di que te vas a estudiar a casa de una amiga, ¿vale?

– ¿Y qué voy a hacer yo? – pregunté – Estoy desesperada por trincar una polla y me dices que me vaya. O sea que hoy me quedo con las ganas, ¿no? – dije con gesto triste.

– ¡Joder, Carol! Tienes que aprender a conseguir pollas por ti misma. Si estás tan salida no creo que te resulte tan difícil.

– Pero, Ali, ¡por favor! – supliqué – ¡Necesito follar o me va a dar algo! ¿Por qué no participo yo también con vosotras? Podríamos adelantar el «regalito» de mamá. Yo ya estoy preparada – aseguré.

– No sé … creo que es un poco precipitado – me dijo – Aún tienes muy poca experiencia. Su cumple es el Viernes que viene – explicó – Tenemos cinco días para prepararte mejor.

– Por favor – volví a suplicar.

– ¡Está bien! Si es lo que quieres, ¡allá tú! – me dijo – Pero, creo que aún no eres lo suficientemente puta como para medirte a nosotras.

– ¡No os decepcionaré! – exclamé ante la idea de follar junto a las dos.

– Haremos una cosa – me explicó – Tú te quedas en tu habitación, que mamá no sepa que estás en casa. Cuando lleguen los clientes nos dejas a mamá y a mí que los recibamos. Les ponemos a tono y entonces entras tú. Tendrás que hacer las cosas muy bien o mamá no lo permitirá, ¿de acuerdo? Lo que tienes que hacer es comportarte como una perra en celo. Que mamá vea que necesitas follar más que el aire que respiras – me aconsejó – Y sobre todo, que te vea muy segura de ti misma y de lo que haces. Si dudas o te quedas cortada ante la petición de algún cliente, ella lo detectará. Tienes que ir dispuesta a todo, ¿de acuerdo? – me preguntó muy seria.

– ¡Vale! – dije ilusionada – ¡No hay problema!

También debes tener cuidado con no correrte con facilidad o descubrirá que aún eres una novata – me aconsejó – ¡Ah, y habla mucho! Di guarradas como hago yo. Ya sabes, que te encanta follar, que eres una puta, y esas cosas.

Por la tarde, bajé al comedor y le dije a mi madre que me iba a casa de una amiga a estudiar y que no volvería hasta la hora de cenar. Salí de casa y subí a mi habitación desde el jardín, por la verja. Cerré el pestillo y comencé a arreglarme. Me vestí con la ropa más sugerente que tenía. Me maquillé y me pusé mis zapatos de plataforma. Cuando terminé, me miré al espejo. Ya no parecía una inocente niña de 3º de BUP. Ahora parecía toda una furcia. Ya sólo quedaba esperar el momento. Al cabo de una media hora sonó el timbré. Entreabrí la puerta de mi habitación con la intención de escuchar todos detalles.

– Pasad, chicos – dijo mi madre. Por las voces debía ser un grupo numeroso – Pasad al salón.

Hola, nenes – dijo mi hermana que esperaba en el salón. Entonces me miré en el espejo por última vez, cerré los ojos intentando concentrarme para lo que me esperaba y salí de mi habitación. Me agazapé en las escaleras. Exactamente igual que dos días antes. Desde allí pude ver la escena. Eran siete hombres. De diferentes edades. Más o menos entre 25 y 45 años. Mi madre llevaba un vestido rosa de látex con un escote tan pronunciado que parecía que las tetas se le iban a salir. Mi hermana llevaba otro vestido parecido, pero de color negro.

– ¡Vaya hembras! – exclamó uno.

– ¡Nos vamos a poner morados! – comentó otro – ¿Vais a poder con todos?

– Yo sola os podría dejar secos a todos, nene – le contestó mi madre arrimándole sus tetas. El tío empezó a sobárselas mientras un par de ellos se bajaban los pantalones. Estos dos últimos, con la polla al aire, y otro más, rodearon a mi hermana, que se acercó a ellos y cogió una polla con cada mano mientras les sonreía. Enseguida, uno de ellos empezó a besarla por el cuello, mientras los otros dos la metían mano, tocando su culo, sus test y su entrepierna. Mi hermana no dejaba de sonreír mientras meneaba las dos pollas

– Vamos a ver qué tal saben estos rabos – dijo Alicia arrodillándose e introduciendo uno en su boca.

– ¿Te gustan mis tetas? – preguntó mi madre mientras el tipo hundía la cabeza entre sus melones. Dejó que lamiese sus tetas unos segundos mientras animaba a los otros tres – ¡Vamos! ¡No os quedéis ahí parados! ¡Acercaros y serviros a vuestro antojo! – exclamó. Era el empujón que aquellos hombres necesitaban para ponerse manos a la obra. Rodearon a mamá entre los cuatro, sobándola y magreándola todo el cuerpo. En apenas unos segundos, los siete tíos las habían desnudado. Todos tenían ya sus pollas visibles, y mamá y Alicia se dedicaban a mamárselas con las rodillas clavadas en el suelo.

A diferencia de dos días antes, ahora podía apreciar la belleza de la escena: mi hermana, de rodillas, chupaba tres pollas alternativamente mientras la metían mano por todo el cuerpo; y mi madre se comía cuatro pollas con una sonrisa en la cara y los ojos llenos de lujuria. Sabía que aquel era el momento de entrar en acción. Estaba impaciente y nerviosa. Noté como las piernas me temblaban con cada paso que daba subida sobre los interminables tacones de mis zapatos nuevos. No era por los tacones, sino por la responsabilidad que sentía. Era como si el resto de mi vida dependiera de cada pequeño detalle, como en un examen de fin de curso. Quizás el resto de mi vida dependiera de si aquello salía como esperaba.

En la puerta del comedor, y aún sin que nadie advirtiera mi presencia, estuve a punto de echarme atrás. Deseaba tanto que mi madre me viera haciendo todo el lo que ella era una experta, que tenía miedo de decepcionarla, de no estar a la altura. Por un momento, quise correr escaleras arriba y encerrarme en mi habitación. Sin embargo, alguien advirtió mi presencia antes de lo esperado

– ¡Mirad! – gritó uno de los chicos – ¡Otra putita más! ¡Y está buenísima! – dijo mirándome de arriba abajo. Automáticamente, mi madre separó a los cuatro tíos a los que se las chupaba y me miró fijamente. Alicia contemplaba la escena sin dejar de mamar y pajear las tres pollas que la rodeaban.

– ¡Carolina! – exclamó mi madre – ¿Qué haces aquí?

Continuará…

 

Twitter (X) @CarolFdezPuta

E-mail: [email protected]

17 Lecturas/18 noviembre, 2025/0 Comentarios/por agosto10
Etiquetas: amiga, colegio, follando, follar, hermana, hija, madre, sexo
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