Un error no tan desafortunado. Parte I
Como una reserva por error en un camping nudista con hija y sobrina se convierte en la experiencia mas morbosa y excitante de su vida.
Relato traducido: Une erreur pas si malecontreuse de A. Huri del frances.
Personajes: 1 hombre, 2 chicas adolescentes. La hija menor tiene 12 años. La sobrina tiene 15 años
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¡¡Mira, papá, la gente está toda desnuda en este camping!! exclamó Sara riendo, con su voz chillona de preadolescente.
– Así es, tío, ¡están todos desnudos! supera a Julia, tan divertida como su prima. Tuve que admitir que las dos niñas no estaban equivocados. Tan pronto como crucé la puerta del camping «Le Paradis d’Adam et Ève», también me di cuenta de que todos los visitantes de verano que iban y venían estaban completamente desnudos. Los caprichos de reservar por Internet: ¿había estado tan distraído como para alquilar un bungalow con mi hija y mi sobrina en un camping naturista?
– ¡¡Cierren los ojos, chicas!! grité, sorprendido.
– Vamos, papá, no es que nunca hayamos visto hombres desnudos…,
Sara trató de calmarme. No estoy bromeando !! añadió burlonamente, encontrándose con mi mirada angustiada.
Dejé a las chicas, emocionada de ver tantas pollas y coños, en el coche y fui a preguntar a recepción. Frente a mí, dos chicas rubias desnudas, un poco más jóvenes que Sara y Julia, obviamente gemelas, esperaban con sus padres holandeses. Mientras completaban sus trámites, no pude evitar mirar a las dos bellezas nórdicas, cuyos pechos apuntaban muy bien, pero que aún no tenían vello en sus coñitos. Cuando fue mi turno, mis bermudas se estiraron dado de que tenía una buena erección. La joven de recepción, también desnuda, me confirmó que el camping era exclusivamente naturista. Ingenuamente pregunté si la playa no tenía un rincón “textil”, lo que hizo reír mucho al empleado, acostumbrado a los clientes atónitos que descubrían en el último momento el tipo de lugar en el que habían reservado sus vacaciones.
– ¿Crees que pueda encontrar otro bungalow en un camping cercano? Lo intenté. La mujer puso los ojos en blanco: – Mi pobre señor, estamos en la Costa Azul en julio, a ver!!
Me recordó, quitándome mi última esperanza de salir de esta grotesca situación. Regresé al auto.
Las chicas, que habían bajado las escaleras, charlaban animadamente con dos chicos un poco mayores que ellas, que lucían pollas bastante esbeltas que emergían de sus tupidos mechones púbicos. Se alejaron cuando me acerqué. Le expliqué la situación a mi hija ya mi sobrina: ¡o volvíamos inmediatamente a París o nos quedábamos aquí, guardando toda nuestra ropa durante quince días!
– ¿¿Qué piensas, cariño?? Le pregunté a Sara.
– ¡Creo que me gustaría eso, bañarme desnuda! respondió mi hija.
– ¿Y tú, Julia? Yo pregunté. ¿Crees que tus padres se sorprenderían si les dijera que estamos de vacaciones en un campamento nudista?
No quería meterme en problemas con mi hermana mayor cuando volviéramos a París…
– El verano pasado, con mamá y papá, nadamos desnudos varias veces en Lacanau. No era un campamento naturista, pero como en la playa no había casi nadie, aprovechamos para quitarnos el bañador.
Tienes razón Sara, ¡es genial nadar desnuda! Tranquilizado, volví a recepción para confirmar que nos alojábamos en el camping. Me dieron las llaves y un plano del vasto complejo para que pudiera ubicar el bungalow que nos habían asignado, hacia el cual conduje el auto, con las dos niñas en la parte de atrás, obviamente encantado con el giro inesperado que estaban tomando las vacaciones.
Mientras bajaba las maletas -innecesariamente pesadas, considerando lo que nos esperaba- las chicas aprovecharon para deshacerse de sus camisetas, sus pantaloncitos y sus braguitas. Con casi trece años, mi sobrina Julia ya tenía unos pechos bonitos y un mechón castaño bien surtido. Volví la mirada hacia mi hija.
No había visto a Sara desnuda desde hace casi tres años con diez años. Ese período de niñez definitivamente había terminado. Seis meses menor que su prima, sus diminutos pechos, apenas más desarrollados que los de las gemelas de la recepción, no podían competir con los de Julia. Por otra parte, a diferencia de las pequeñas holandesas, un vello castaño muy sensual ya cubría su montículo regordete.
Tuve que decidirme: ¡Sara ya no era la niña que imaginaba!
– ¡A ti, papá! Quítate los shorts, me animó Sara.
– ¡Ay, tío, no es justo que estemos desnudos y tú no! Julia me reprochó.
– Estoy todo pegajoso del viaje en coche, supliqué. Prefiero darme una ducha primero…
Así que iros a ver la playa y mirar si el agua está buena, luego nos encontraremos allí… A decir verdad, estaba engalanado con una erección espectacular, que realmente no quería revelar a los niños. Tan pronto como se fueron, inmediatamente fui a masturbarme en la ducha.
Primero visualicé a las lindas nenitas holandesas desnudas, el coño y los pechos de Julia, pero fue el coño peludo de Sara el que finalmente se impuso en mi mente febril. Mentiría si dijera que nunca me había pajeado imaginando a mi amada hija en el dispositivo más simple. Pero desde que había visto sus adorables tetitas, sus nalgas redondas y su regordete coñito de jovencita en flor, mi fantasía adquirió una agudeza dolorosa. Eyaculé, imaginando con gran vergüenza que untaba con semen el rostro angelical de mi hija. Mientras me limpiaba la polla, me debatía entre la alegría de alegrarme la vista de forma inesperada durante las próximas dos semanas y el remordimiento de fantasear de forma tan depravada.
Con la polla finalmente en reposo, fui a unirme a las chicas en la playa, trayendo sus toallas de baño y su protector solar, particularmente necesario en las partes de su cuerpo que no solían exponer al sol.
Acababan de regresar de bañarse, sus cuerpos núbiles cubiertos de gotas de agua que brillaban al sol del Mediterráneo.
– Esta súper buena, papá, me enseñó una Sara radiante, mirando con insistencia mi polla, mi pubis y mis huevos peludos. Su prima no ocultó su interés por mi hermosa polla, que volvió a endurecerse peligrosamente.
De hecho, estaba hinchadose, y tuve que luchar enérgicamente para no mostrarles mi erección.
Fui a bañarme, el agua fresca tuvo un efecto calmante en mi erección. La playa se fue vaciando poco a poco, siendo ya muy avanzada la tarde cuando llegamos al camping, y decidimos volver a nuestro bungalow.
Una vez en el bungalow, las chicas se fueron a duchar y yo me puse un bóxer, solo para estar más cómodo con su desnudez. Mientras preparaba el aperitivo, observé por la ventana a nuestros vecinos, los holandeses que habían llegado justo antes que nosotros al camping.
Observé que los padres multiplicaban sin escrúpulos los gestos, por decir lo menos, se dirigían hacia sus mellizas preadolescentes, cuyas nalgas toqueteaban alegremente, y hasta los chochitos entre sus esbeltos muslos. Las niñas, lejos de asustarse, aceptaron alegremente estos gestos de ternura y, a cambio, tocaban la polla circuncidada de su padre y los pechos de su madre.
Ciertamente, tenía ante mis ojos una familia incestuosa, y el bendito padre holandés tenía todas las posibilidades de meter el final del glande en breve en los pequeños labios apretados de sus mellizas.
No ignoraba que el naturismo tenía fama por la promiscuidad que generaba en las familias para promover el amor ilícito. Tenía una confirmación rotunda de esto ante mis ojos. Sara y Julia salieron de la ducha, limpias como nuevas, el pelo de sus coños despeinado por el secador de pelo que había oído correr. Mientras observaba a los holandeses, me había servido un whisky bien cargado.
– ¿Podemos tomar uno también?
—preguntó Sara, calurosamente apoyada por Julia.
Cedí a su capricho, haciéndole prometer a mi hija que no le diria a su madre todas las transgresiones de estas vacaciones tanto el alcohol, la desnudez, entre otras.
– Es una pena que te hayas vuelto a poner los bóxers, papá… se lamentó Sara, haciendo una mueca después de probar la bebida fuerte. Tenía un pie apoyado en su silla y el otro en el suelo, de modo que yo tenía una vista sin obstrucciones de su coño, cuyos grandes labios entreabiertos revelaban el interior de color rosa brillante.
– ¡Creo que le gusta ver nuestros coños! rió Julia, un poco achispada, que adoptó la sugerente postura de su prima. Sabes, tío, no hay de qué avergonzarse, a papá le pasó lo mismo cuando me vio desnuda en la playa el verano pasado, me confió.
Continuó, con una naturalidad que desarma: ¡Por suerte mami me enseñó como hacer para que se corriera!
Me encontré con la mirada de Sara, quien no parecía sorprendida por la confidencia de su prima sobre los juegos incestuosos con sus padres.
Este no fue mi caso: – Tienes sexo con tu padre?? exclamé, asombrado.
– Sí y no… Mamá me enseñó a pajearle y chupársela, pero él no me folla. Todavía no, añadió con aire sensual pero es trampa. ¡Mamá y papá solo hacen que me corra con sus dedos y con sus lenguas!
Sara añadió. – Julia me contó cómo le lame el coño su madre, es demasiado bueno.., confirmó Sara. ¿Papa, quieres que te la chupe ahora?? ¡¡Tengo tantas ganas de aprender!! añadió con impaciencia.
¡Estaba perdiendo completamente el control de la situación! Me dolía la polla apretada contra mis calzoncillos, mientras imaginaba a mi propia hermana dándole a su hija una lección de mamadas.
– Papá también estaba atascado, antes de que se lo chupara. ¡Pero después, no se arrepintió!
– ¿Lo haces a menudo con él?
—pregunté bajándome los bóxers, resignado a ceder a los caprichos de las niñas.
– Oh sí !! Al menos una vez a la semana, y casi todos los días, cuando mamá está de viaje de negocios…
Mi hermana Maria, que trabaja en una agencia de viajes, viaja a menudo al extranjero. Enseñando a su hija cómo satisfacer a su marido Pedro, descubrió cómo evitar que se vaya a otra parte durante sus ausencias, ¡Ha hilado fino!
– ¡La polla de tu papá es incluso más grande que del mio! exclamó Julia, descubriendo mi polla.
Sara se mostró con orgullo al saber que su padre tenia mejor polla que mi cuñado. Luego de sorber un buen trago de su whisky, ella se acercó felina a cuatro patas cerca de mi verga, atenta a los consejos de su prima, quien se acercó a pararse cerca de mí para que le halagara las nalgas y su cálido y jugoso coñito.
– Coge su polla con tu manita. Desliz el pellejo para retraer el glande.
– Mmmmmmmhhhh… Gemí profundamente cuando Sara lo hizo. – Toca su glande ahora.
– ¡Es tan suave y tan húmedo! exclamó mi hija.
– Dale besos… Pasa la punta de la lengua por todo el glande, continuó Julia.
– Lo hace bien, tío?? se preguntó acerca de su estudiante.
– ¡Oh, sí, eso es tan bueno! siseé, mientras aceleraba la paja que le estaba haciendo al coño de mi sobrina, para agradecerle el maravilloso regalo que me estaba dando.
– Toma la punta en tu boquita…
Me hundí con deleite entre los cálidos labios de mi hija, que se tragó el primer tercio del rabo, sin poder ir más allá.
– ¡Acaricia sus huevos al mismo tiempo, se correrá pronto!
anunció Julia, al ver mi polla estremecerse en la boca de Sara.
¡Llévate el semen a la cara, a los papis les encanta! añadió, como buena conocedora de la mentalidad de los padres incestuosos.
Me vacié con intenso alivio en la carita de mi hija, pudiendo satisfacer así mi más secreta fantasía.
Fue quizás la eyaculación más abundante de toda mi vida. Mis chorros ensuciaron el rostro radiante de Sara, desde la raíz del cabello hasta la punta de su naricita traviesa. Pasó la punta de su lengua sobre el semen pegajoso que goteaba por sus labios.
Julia probó mi semen en los labios de su prima. Las chicas se dieron un morreo memorable. Supuse que no era el primero.
Me lo confirmaron sin vergüenza alguna. Fue Sara la primera en el asunto. Desde el último año de la escuela, mi hija ha estado practicando con sus amigas Beatriz y Yesenia. Intercambiaron besos e incluso tocaron sus tiernos coñitos en los baños de la escuela, más por diversión que por excitacion, porque aún no estaban mojadas.
Todo había cambiado al ingresar a sexto curso, por el sabio consejo de las más grandes colegialas, quienes felizmente se besaban. Yesenia fue la primera en empezar a ponersele duros sus pezones y a mojarse cuando las otras dos le lamían los pezones y el clítoris.
Estas acabaron disfrutando a su vez, antes de finalizar el sexto año. En cuanto a Julia, obviamente era mi hermana Maria la que le había lamido el coño por primera vez, el verano anterior, mientras ella misma se la chupaba a su padre.
En París habían repetido la experiencia varias veces, en mi casa o en la de los padres de Julia, ambas, o en una fiesta del pueblo con Beatriz y Yesenia. No encontraron nada mejor que hacer que complacerme con un show lésbico muy lascivo, pero con el estómago a gritos de hambre, me encargué de ir a comprar pizzas para llevar al restaurante del camping, mientras Sara y Julia se encargaban de preparar fresas con azúcar.
A riesgo de explotar entre los naturistas del camping, me cuidé de volver a ponerme los bóxers para disimular mi erección, que ya estaba de vuelta. Compré más pizzas una botella de rosado, solo para mantener la leve borrachera de las niñas y la mía, que contribuyó en gran medida al ambiente lascivo de esta noche.
Una vez devoradas las pizzas y bebida la botella de vino, Sara tuvo la idea de usar el coño de Julia para probar sus fresas. Abrió sus muslos y metió un trozo de jugosa fruta entre los labios de su vulva. Mi sobrina se reía a carcajadas, mientras mi hija sorbía su coño con fuertes ruidos de lengua.
Julia me invitó a comer mis fresas en el mismo recipiente, que quedaron deliciosas. Lamí ansiosamente los jugos que fluían en el surco de la raja y en el cabello castaño. Mi sobrina disfruta cuando lamo los granos de azúcar que recubren su clítoris, sorprendentemente duros en una chica tan joven. Durante este tiempo, Sara había llenado su propio coñito con cuartos de fruta, que probamos por turnos, su prima y yo. El suave sexo de mi hija no era menos jugoso que el de mi sobrina, y su clítoris no era menos duro…
– ¡Oh, sí, cariño, me estoy corriendo! gimió cuando me tragué su pequeño botón.
Uy, lo siento…, agregó, al darse cuenta de que había soltado unas gotas de orina en el momento de su orgasmo. Julia se rió y me confirmó que Sara a menudo se meaba cuando se corría.
No me ofendí y le lavé el coño, empapado en una deliciosa mezcla de agua, pipí, jugo de fresa y azúcar.
Tal como prometieron, las niñas comenzaron en el sesenta y nueve, Sara encima de su prima. Mientras me masturbaba, admiraba el trasero de mi hija, devorado desde el montículo al final de la línea, donde la lengua de Julia se activaba descaradamente.
Una vez más, unos chorros de orina dorada escaparon de la vulva de mi hija cuando se corrió, y terminaron en la boca abierta de su prima.
Pasé del otro lado para asistir al ruidoso orgasmo de Julia, quien le respondió a la mujer meando inundando su boquita de la misma manera.
Sara y Julia finalmente me gratificaron con una mamada a dos bocas, que me llevó a eyacular profusamente en las dos bocas ansiosas, que intercambiaron mi jugo con un interminable beso pegajoso.
Me quedé dormido en brazos de nudistas somnolientos, acostados a ambos lados de mí, sin arrepentirme ni un segundo del desafortunado clic que me había llevado a reservar nuestras vacaciones en un camping de un tipo un tanto especial.
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