Un no tan inocente inicio en la zoofilia
A raíz de mi relatos pasados muchos se han preguntado cómo fue crecer en una familia incestuosa y demasiado abierta al sexo. Así qué aquí les contaré un poco..
El haber crecido en un pequeño pueblo en irlanda (prácticamente a las afueras de este) fue, según a mi punto de vista, un punto clave para haber crecido en medio de personas que profesaban el sexo como algo bueno y liberal. Al rededor nuestro, a kilómetros a la redonda, no vivía absolutamente nadie cerca. Incluso la familia se había preocupado por tener sus propias granjas al no poder ir constantemente al pueblo por compras y ese tipo de cosas.
Teníamos establos, hermosos animales y una libertad tan increíble que, si te daba por beberte un café en el antejardín de nuestro hogar, perfectamente podrías ver a lo lejos, al patriarca de la familia, follándose a su mujer.
Ese era el grado de libertad con el que contábamos, y por eso mismo, no era obligatoria la ropa, mucho menos la ropa interior que a las mujeres de la familia nos habían prohibido usar a menos que estuviéramos menstruando.
Yo, por mi parte, al ser muy pequeña en ese entonces, usaba hermosos vestidos estampados, floreados, ropa que me hacía ver como un pequeño angelito casi que inocente y puro. De no ser porque en ese tiempo, pese a ser pequeña, contaba con cierta inteligencia. No era la típica niña tonta que solo le interesaban los juguetes. No. Yo buscaba el tacto, buscaba sentir, ustedes ya me entenderán en qué sentido lo estoy diciendo.
Antes de mi iniciación con mi familia, mi curiosidad había llegado a un punto en el que me interesaba saber si los animales hacian lo mismo que mi familia. Si entre ellos mismos se follaban o no. Eso me llevaba a tener largos ratos en los establos y las granjas para ver a nuestros animales. Incluso el abuelo y mi padre me pedían acompañarlos cuando debían aparearlos entre sí y vaya que disfrutaba de eso hasta el punto de que mis pequeñas manos, algunas veces buscaban las pollas de nuestros sementales para estimularlas y así pudieran follar a sus hembras con gusto.
En uno de esos días, fue mi madre la que me había pedido ir con ella al establo. Yo, ni corta ni perezosa, de su mano la acompañé entre pequeños saltitos.
— Mi amor. ¿Todavía sigues de curiosa?
— ¿Con qué, mami? — Pregunté ladeando mi cabeza, lo que hizo que mis coletas largas negras calleran hacia un costado.
— Lo he notado, pequeña Kate. Te gusta ver cómo se aparean los animales.
— Es que me hace cosquillas.
— ¿Qué clase de cosquillas, mi amor?
— Las mismas que me dan aquí… — Señalé mi coñito sobre el vestido. — Cuando te veo con ellos.
Mamá sonrió, un deje de orgullo pasó por sus ojos y entonces me cargó, sentándome en el mesón de madera mientras ella traía a uno de nuestros sementales y lo ataba a un costado. De esta forma él no se movería mucho.
— Hola, Cinnamon. — Saludé con entusiasmo a nuestro hermoso caballo color canela y, como especie de saludo, relinchó y sacudió su gran melena.
— ¿Sabías que los animales no solo se aparean con los de su misma especie?
— ¿A qué te refieres, mami?
— Me refiero a que nosotras también podremos disfrutar de ellos. — Murmuró agachándose mientras empezaba a estimular a nuestro joven caballo quién, inmediatamente, empezó a relucir su deliciosa polla. O cosa enorme, como le decía yo en ese momento.
Mamá se la metía a la boca, pero al ser tan enorme era poco lo que podía abarcar con ella. Yo sonreí, sin poder quitar la mirada de ellos y fue en ese momento en qué comencé a ver cómo se movía mamá de modo en que pudiera estar bajo el caballo.
— Ven, mi amor. Ayúdale a mamá. — Murmuró entregándome el enorme falo del caballo. Yo ya sabía que hacer, pues esto mismo lo hacía con ella cuando me pedía sostener sus juguetes o cualquier cosa fálica para guiarlos hasta su coño.
Yo siempre obedecía por lo que tomé la polla del caballo con cuidado y busqué el coño de mamá, quién ya se encontraba en cuatro bajo nuestro caballo, como una verdadera hembra del mismo.
— ¡Agh! Mi amor. — Gruñó. Su cuerpo se tensó y azotó a palmaditas su coño mientras yo forzaba al caballo a penetrar a mami hasta que lo logré. Fue entonces cuando me aparté y volví a mi lugar.
Esa tarde había sido fabulosa. Pude ver cómo dos sementales, uno y después el otro, habían llenado el coño de mamá hasta rebozar. Se vería delicioso, debo decir. Era como ver una pequeña fresa colorada, casi que roja, cubierta de una deliciosa crema encima de ella. Así mismo había terminado el coño de mami, rojito, dolorido, pero satisfecho de sus corridas y sus recompensas.
Mama había terminado en medio del heno, agotada, gimiendo y llena de pequeñas ramitas que la cubría por su sudor.
— Mami, quiero. — Solo eso me bastó decir para que ella me entendiera.
— Papá se dará cuenta. — Murmuró.
— No se daría cuenta. Papá ya me ha cogido con sus dedos.
— No es lo mismo.
— ¿Y el más pequeño? — Mamá se rió con esto. Podía ver mi urgencia por vivir lo mismo que ella.
— Ven.
Me acerqué y ella pasó a quitarme mi vestido. Al estar sentada y yo de pie, pudo lamer y succionar un poco mis pezoncitos, los cuales reaccionaron de inmediato. Con uno de sus brazos me rodeaba, pero sus dedos acariciaron su coño, recogiendo toda esa cantidad de semen de nuestros sementales, para cubrir mi coño con él. Mientras lo cubría, sus deditos me acariciaban gentilmente el coño, los abría y buscaba sentir mi clítoris mientras yo me apoyaba de su hombro y sonreía. Era rico sentir cómo mamá acariciaba mi coñito con todo el semen de caballo.
— Te daré una pequeña probando de eso. — Susurró, besando mis tetitas.
Mami se levantó y me pidió que me acostara y que abriera mis piernas, cosa que de inmediato hice mientras ella iba a buscar algo. No sabía el qué, pero no fue sino verlo para saberlo. Había traído a Shaggy, uno de los cerdos del lugar. Aquel con el que yo solía jugar.
— Te gustará, bebé. — Susurró mi mamá, buscando recoger más semen de su coño para vertirmelo todo encima del mío. Sí que había quedado completamente llena.
Con todo este semen en mi coño, el cerdo, ayudado por mamá, se fue acercando para olfatearme. Eso me hacía cosquillas y entonces, con gran desespero pero con mamá controlando su fuerza, Shaggy comenzó a lamer mi coñito buscando limpiarlo de todo el semen. Se sentía realmente delicioso y no supo detenerse hasta que terminó y perdió el interés en mí. Mama lo devolvió a su corral y vino a sentarse conmigo, sonriente y ambas agitadas.
— ¿Te gustó?
— Se siente rico. — Dije aún acostada mientras sentía con mis deditos la sensibilidad de mis labios vaginales.
Antes de la iniciación mamá no podía comerse mi coño, ni siquiera penetrarlo con algo, pero en ese instante ella no se aguantó y hundió sus dos dedos en mí, terminando por hacerme correr en esa deliciosa tarde de domingo.
¡Gracias por leer mi relato!
Les dejo mi correo por si quieren que hablemos cositas ricas o compartir experiencias o fantasías juntos.
Chau. 🖤
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