Un padre, un hijo y una bañera
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por hector.richvoldsen.
Acababan de dar las ocho de la tarde, y Gerard se disponía a darse su ducha diaria.
Era viernes, pero hoy sus amigos le habían dejado plantado, así que no tenía demasiada prisa.
Mientras se rasuraba con escasa precisión el incipiente bigote, puso a llenar la bañera para darse un buen baño, en lugar de la ducha habitual.
Una vez bien llena, probó el agua con el pie derecho descalzo, y dado que estaba a su gusto, se desvistió y se introdujo en el agua.
Se enjabonó un poco el pelo, y se lo aclaró dejándoselo algo alborotado.
Era tan moreno como su padre, aunque no se parecían tanto como a Gerard le hubiera gustado.
Según recorría la esponja con su cuerpo, iba pensando en lo poco que le gustaba.
Enclenque, imberbe y desangelado, aspiraba secretamente a tener algún día un físico como el de su padre.
"Todo llegará", solía decirle éste, pero aquel argumento no le terminaba de convencer.
Acababa de cumplir los catorce años y a su edad, prácticamente todos los chicos estaban más o menos formados, mientras que él seguía teniendo un cuerpo a medio camino entre niño y adulto.
Sumergió la cabeza bajo el agua caliente, tratando de dejar la mente en blanco mientras vaciaba lentamente sus pulmones.
Silencio.
Solo el ruido sordo del agua golpeando sus oídos.
Cerró también los ojos, el agua impedía ver apenas nada.
De pronto algo se apoyó en su brazo, para inmediatamente después agarrarlo con fuerza y tirar de él hacia fuera.
-¿Se puede saber que coño haces?
-Ducharme, ¿no lo ves papá?
-Digo ahí debajo.
-Relajarme un rato.
¿Y tú que haces? ¿No puedo estar un rato solo?
-Vengo a mear, no a espiarte.
Te he visto desnudo cuarenta veces, estoy curado de espanto.
Jaume se desabotonó el pantalón, levantó la tapa y se puso a descargar su vejiga.
No hacía mucho que había ido, pero empezaba a notar como su próstata envejecía más deprisa que el resto de su cuerpo.
-Joder, es mucho más grande.
-¿El qué?
-¿Qué va a ser, papá? Tu polla.
-No creas.
–Jaume se asomó un poco a la bañera y certificó su afirmación.
–Tampoco la tengo mucho más grande que tú.
-Ya, claro.
Y más peluda tampoco.
-Eso sí, pero todo llegará, ya lo verás.
-Claro.
-Para tu edad, tienes muchos pelos.
–Se sacudió un par de veces y volvió a guardársela dentro del pantalón.
-No tantos como tú.
-Y dale.
-¿Vas a dejar de mirarme?
-¿Te da vergüenza?
-No.
–Respondió Gerard.
-Entonces me dejarás bañarme contigo, ¿no? Hazme hueco.
No era la primera vez que se duchaban juntos, en su afán por ahorrar agua solían hacerlo de vez en cuando.
Era algo de lo más natural, en casa nunca había habido pudores, ni siquiera con la madre de Gerard, la única mujer de la casa.
-¿Y mamá?
-Viendo la tele.
–Respondió Jaume metiendo una pierna en el agua.
–Está buena.
-¿Quién? ¿Mamá?
-El agua.
¿Me haces hueco o no?
-Voy.
A ver si te crees que tenemos una piscina olímpica.
-Que gracioso el niño.
-He heredado tu humor, que le vamos a hacer.
-Si, de momento es lo único que has heredado de mí.
–Dijo el padre, sosteniéndose por un momento la polla antes de sumergirla en el agua.
-Y dale.
-Si es para quitarle hierro.
La tienes grande.
-No tanto como tú.
-No exageres.
Ni que tu padre fuese Nacho Vidal.
-Pero la tienes más grande que yo.
-Todo llegará.
Silencio de nuevo por unos segundos.
Padre e hijo cerraron los ojos, y disfrutaron de la agradable temperatura del agua.
La posición no era muy cómoda, pero sentados con las piernas abiertas y colocadas junto a las caderas del otro se habían acoplado bien.
-Mira papá, creo que ahora si que te gano.
-¿En qué?
-Mira.
–Dijo Gerard, haciendo un gesto con la cabeza.
-Sí, ahora sí.
Pero no estamos en igualdad.
Tú la tienes tiesa.
-¿Y qué?
-Pues que si tú la tienes tiesa y yo floja es normal que me ganes.
Aunque no te creas, que la mía dura no es mucho más grande que la tuya.
-No me lo creo.
Seguro que me sigues ganando.
-Flojas hay más diferencias, duras estamos casi iguales, ya verás.
-¿Se te está empalmando a ti también?
-No, pero si quieres me la pongo tiesa en un momento.
-Vale.
Jaume comenzó a manipular su polla suavemente, tratando de pensar en aquello como algo natural.
Simplemente estaba enseñando a su hijo adolescente que en erección casi todas las pollas son iguales para que no se acomplejara.
Nada raro, se repetía mentalmente.
Aunque algo le decía que si su mujer entraba en escena, se podría mosquear.
-Más o menos está.
¿Ves como es más o menos igual?
-Es mucho más grande, no mientas.
-No tanto.
-Ya verás como sí.
Pégala a la mía.
-¿Cómo?
-Échate un poco más para mi lado.
Así.
Y ahora ponla al lado de la mía.
Aquello empezaba a írsele a Jaume de las manos.
Literalmente.
En vista de que no se animaba a juntarla, Gerard le echó mano a la entrepierna y puso las dos pollas pegadas para comparar medidas.
El padre le sacaba dos o tres centímetros de largo al hijo, pero en realidad tampoco era tanta diferencia.
-¿Ves como no era para tanto?
-Pero la sigues teniendo más grande.
Y más gorda.
-No solo depende de eso, también hay que saber usarla.
-Ya.
-¿Qué, la has estrenado ya?
-No, de momento no.
-Pues ya llegará el momento, no desesperes.
Yo hasta los veinte no la estrené, y desde entonces no he parado.
Y será que no he tenido tiempo de hacer cosas con ella.
-¿Pero a que nunca la habías puesto al lado de otra polla?
-Mira, eso no.
-¿Y te ha gustado, papá?
-Es raro.
-Ya, pero mola.
¿Las juntamos otra vez?
-¿Para qué?
-No sé.
Me ha molado.
-Venga hijo, pero solo una vez más, que como nos vea tu madre.
-¿Y qué pasa? Son cosas de hombres.
-Ya.
Los hombres somos muy de estas cosas.
No sé tú, pero yo a tu edad siempre estaba con la polla fuera, comparando con las de mis amigos para ver quien la tenía más grande.
-Y siempre ganarías tú, seguro.
-No.
Había un chico, Felipe, que siempre nos ganaba a todos.
Vaya pollón tenía, y seguro que todavía le ha crecido más.
Bueno, ¿me la sueltas ya o qué?
-¿Te hago daño?
-No.
-¿Entonces?
-Es por cambiar de mano.
Déjame que las sujete yo un momento.
-Vale.
¿Qué tal?
-No sé.
Nunca había tocado una polla que no fuera la mía.
-¿Qué pasa? ¿Siempre le tocaba a mamá cambiarme los pañales?
-Me refiero a una polla en condiciones, no un pichurrín como el que tenías de pequeño.
-Pero a ti si que te la habrán tocado más de una vez, ¿no?
-Pues unas cuantas, hijo.
¿Y a ti?
-Solo tú ahora.
Mola.
-¿Sigo?
-¿Cómo que si sigues?
-Pues que a este paso nos vamos a acabar pajeando.
-Por mí.
La verdad es que pensaba hacerme una paja en la bañera antes de que entraras.
-Gerard, que soy tu padre.
-Por eso, hay confianza.
Ni que nunca hubiéramos hablado del tema, si fuiste tú quien me enseñó a hacérmelas.
-Te expliqué como se hacían, ya está.
Pero de explicartelo a hacértelas yo, hay un buen trecho.
-¡Hala! Yo he dicho de hacernos una juntos, pero cada uno con la suya.
Sin mariconadas, como dice Torrente.
-Sin mariconadas.
-Eso mismo.
Tú con la tuya, y yo con la mía.
Nada más.
-Vale.
Pero no le digas ni pío a mamá, que ya sabes como es.
Ahora le ha dado por querer hacerlo solo los sábados, y a mí me tiene más salido que un mono.
-Oye, ¿qué da más gusto, hacerte una paja o que te la hagan?
-Depende, hijo, depende.
-¿De qué?
-Pues de quien te la haga.
-Bueno, y por decir algo, ¿son mejores las pajas que te hace mamá o las que te haces tú solo?
-¿Y tú como sabes que tu madre me hace pajas?
-No lo sé, me lo imagino.
No seréis los típicos que solo hacéis la postura del misionero con la luz apagada, ¿no?
-Pues no.
-¿Entonces?
-Mejor las que me hace ella.
¿Contento?
-Sí.
-Pues cállate, que así no hay quien se centre.
De repente, las dudas.
¿Estaban actuando bien? Había confianza más que de sobra para verse desnudos y tratar todo tipo de temas sexuales, pero quizá estaban yendo demasiado lejos.
Fuera como fuera, ya estaban en plena faena, y ni padre ni hijo parecían muy dispuestos a cambiar de idea.
Después de la última comparativa, sus pollas habían quedado muy juntas, aunque a la suficiente distancia como para poder masturbarse sin molestarse.
-¿Qué tal?
-Bien, ¿y tú?
-Bien.
¿Puedo tocar?
-¿Para qué, papá?
-Para ver si se me sigue poniendo igual de dura que cuando tenía tus años.
-Toca.
–Gerard sintió un escalofrío al sentir la mano ajena.
-¿Qué, está dura o no?
-En eso me ganas, parece que la mía ya no consigue ponerse tan tiesa.
-¿Me dejas tocar? –Dijo Gerard, aunque no esperó a la respuesta de su padre para agarrarla también con su mano derecha.
–Sí, la tienes un poco más floja.
Oye, ya sé que antes he dicho qué.
Pero.
¿Quieres qué.
?
Jaume no respondió, pero sabía perfectamente a lo que se refería.
¿Por qué no? No tenía nada de malo, solo estaban experimentando.
Eran padre e hijo, pero aquello no tenía nada de obsceno, ninguno de los dos tenía ninguna pretensión oculta.
Solo trataban de jugar un poco, variar de las mismas pajas de siempre.
Comenzó a mover su mano despacio, descapullando la polla de su hijo con suavidad aprovechando la lubricación que ofrecía el agua tibia.
A su vez, Gerard hacía lo propio con su padre, indagando lo que era pajear una polla ajena.
-¿Es la primera vez que.
?
-Sí.
-¿Nunca te has enrollado con ninguna chica?
-Sí, pero no hemos llegado a tanto.
Mira que eres cotilla, papá.
-Curioso, nada más.
¿Voy bien?
-Vas de puta madre.
¿Y yo?
-Casi tan bien como tu madre.
-Gracias, supongo.
Dijo Gerard.
Cuando los dos se callaban, solo se oía el ruido del chapoteo del agua.
Ambos habían cerrado los ojos, en parte para evitar mirarse directamente y en parte para centrarse más en sus sensaciones.
-¿Ya te correrás, no?
-Claro, joder.
-Vale, preguntaba por sí acaso.
-¿Cómo no me voy a correr, papá? Que tengo catorce años, no diez.
-¿Y yo que sé? Yo me empecé a correr a los trece, a lo mejor tú vas más retrasado.
-Mira, pues en eso te gano, yo desde los once.
-¡Venga ya!
-Te lo demostraría, pero.
-Pero si cuando te di la charla me dijiste que no tenías ni idea de lo que era el semen.
-Porque todavía me salía transparente, no blanco como decías tú.
No me bajes tanto la piel, que me haces daño.
-¿No tendrás fimosis?
-No.
Pero es que pegas unos tirones.
-Bueno.
Pues tú no vayas tan despacio, que se me va a desempalmar.
-Quejica.
Ambos obedecieron a las indicaciones del otro, pero tratando de aportar su toque personal.
Padre e hijo debían de tener callo en la mano de tanto pelársela, y esa experiencia se notaba a la hora de recibir esas caricias.
A mano cambiada las sensaciones eran distintas, y poco importaba el hecho de ser familia directa.
-Si que está mejor.
–Dijo Gerard.
-¿El qué?
-Que te las hagan.
-¿El qué?
-¡Las pajas! Que es mejor que te las hagan a hacértelas tú.
-Depende de quien te las haga.
-Pues tú lo haces bien.
-Tú también.
-¿Mejor que mamá?
-No sé.
-Antes decías que no.
-Pues ahora te digo que no sé.
Y cállate, leñe, que no me centro.
-¿Te vas a correr ya?
-No, todavía no.
-Vale.
-¿Y tú?
-Tampoco.
-¿Entonces para qué preguntas?
-Yo que sé.
¿No querías que me callara? Pues cállate tú también.
Callaron.
Y no precisamente por hacer caso al otro, sino porque era mejor disfrutar en silencio.
De nuevo el chapoteo del agua.
Para no oírlo y centrarse aún más en lo que sentía, Gerard sumergió la cabeza lo suficiente como para tapar sus oídos y dejar el resto de la cara fuera del agua.
Jaume al ver a su hijo hizo lo mismo.
Silencio una vez más, solo ellos dos experimentando con sus cuerpos.
Los dedos de Gerard cubrían y descubrían una y otra vez el glande rosado y regordete de su padre.
Al tacto era la diferencia más destacable respecto a la suya, la polla de Jaume acababa en una abultada cabeza, mientras que la de Gerard era de un grosor más uniforme, sin apenas diferencias entre la punta y la base.
Descorría el prepucio hacía atrás, y cuando notaba la suave tirantez del frenillo volvía a colocarlo en su sitio.
Sin prisas, como cuando se daba placer a sí mismo y no había nadie en casa y podía entretenerse sin miedo a ser descubierto.
Jaume por su parte no iba mucho más deprisa, para una vez que hacía algo así, lo mejor era hacerlo bien.
Su hijo lo estaba haciendo francamente, debía ser un buen pajillero, y tenía que estar a la altura.
No estaba innovando mucho, la verdad, en realidad masturbaba a su hijo del mismo modo que se pajeaba aquellas noches en las que a su mujer le dolía la cabeza, aunque por razones obvias la cosa era bien distinta.
El agua templada suavizaba lo violento de la situación, pues limitaba la visión de lo que ocurría en la bañera y también porque igualaba las temperaturas corporales amortiguando el tacto caliente de la polla ajena.
El ritmo era incesante, aunque fuera del agua parecía no estar pasando nada.
Pero pasaba.
Los movimientos de Jaume eran más cortos, pero igual de eficaces.
En lugar de bajar hasta el final el prepucio, simplemente agitaba su mano en torno al glande, sacudiendo suavemente la piel para estimular más la punta.
La otra diferencia principal respecto al estilo de pajeo de su hijo era que él solo sostenía su polla con la yema de los dedos, mientras que Gerard agarraba la suya con toda la mano, no dejando ni un centímetro cuadrado de piel sin tocar.
Métodos distintos, pero igualmente placenteros.
-¿En qué piensas? –Dijo Gerard sacando un poco la cabeza del agua.
-En nada.
–Respondió Jaume haciendo lo mismo.
-¿Cómo no vas a pensar en nada?
-En tu madre, estoy pensando en lo buena que está tu madre.
¿Contento?
-Yo también.
-¿Tú también estás pensando en tu madre?
-Sí.
Pero no pienses mal.
Pienso en la cara que pondría si entra ahora y nos pilla.
-No pienses en eso, que me cortas el rollo y me queda poco.
-¿Te vas a correr ya?
-Si sigues así, sí.
-Pues sigo.
Y lo hizo incluso un poco más deprisa, pues a él le encantaba apretar un poco más al final.
Además que la corrida solía ser mucho más fuerte al hacerlo.
Sentía palpitar la polla de su padre en su mano, y se le veía en la cara que estaba muy cerca del orgasmo.
Jaume casi había dejado de pajear a su hijo para centrarse en sí mismo, aunque seguía agarrándosela.
Había estado callado todo el tiempo, pero empezó a respirar fuerte por la boca, prácticamente gimiendo de gusto.
Gerard aceleró un poquito más el ritmo, aunque eso supuso no bajar tanto el prepucio para evitar hacerle daño.
Sintió en su mano como la polla se hinchaba un poco más, e inmediatamente después vio salir varios chorros de semen que comenzaron a mezclarse con el agua haciendo formas finas y alargadas.
Siguió un poco más, hasta que la lefa empezó a salir en pequeñas gotas.
Redujo la velocidad despacio hasta que paró completamente.
-¿Mejor que mamá?
-Mejor, mejor.
-Me alegro.
Pero cuando quieras sigue, que yo todavía estoy a medias.
-Voy, hijo, voy.
Déjame que me recupere un poco.
-¿Cuánto llevabas sin.
?
-Pues desde el sábado.
Cuatro días.
-Se nota, se nota.
¡Qué cantidad de leche!
-Ya te saldrá tanta a ti también.
-Y me sale, pero solo cuando llevo tiempo sin hacer ninguna.
Así, así, hazme eso, que mola.
-¿El que? ¿Lo de ir a toda leche?
-Sí, eso.
Sigue, sigue, que si haces eso no voy a tardar nada en correrme yo tampoco.
-Sabrás que cuanto más aguantes mejor, ¿no?
-Pues claro.
Pero eso es cuando tienes que darle gusto a una chica, ahora da igual.
Así, así.
-Así me las hacía yo cuando tenía tu edad y me tenía que encerrar en el baño para que no me pillaran.
Si tardaba mucho ya me estaban dando golpes a la puerta, así que aprendí a hacérmelas así, y de vez en cuando me hago una paja express para rememorar viejos tiempos.
-Madre mía, si que hagan una paja da tanto gusto, follar tiene que ser la leche.
-Hijo.
-¿Qué?
-Pues que te cortes un poco.
-Ahora te dará vergüenza.
-Es por si nos oye tu madre, imbécil.
-Vale, vale.
Sigue así, un poco más.
Gerard sumergió de nuevo la nuca, tapándose los oídos con el agua.
Estaba a punto de correrse, e iba a ser la primera vez que lo hiciera gracias a otra persona.
Hubiera preferido que fuese Irina Shayk en lugar de su peludo padre, pero no se lo estaba pasando nada mal.
Su padre tenía suficiente experiencia en el tema de las pajas como para conseguir que se corriera como nunca.
Unas cuantas sacudidas rápidas más, y tuvo el mejor orgasmo de su vida, al menos hasta el momento.
Se le durmió casi todo el cuerpo, tenía espasmos e incluso al terminar se sintió un poco mareado.
-Me has ganado.
-¿Eh?
-Que me has ganado.
Mira.
–Dijo Jaume señalando a los restos de semen que flotaban por la bañera.
–Menuda corrida te has pegado, hijo.
Estás hecho un semental.
-Ya será menos.
-Con esa potencia vas a tener que tener cuidado si no quieres hacerme abuelo antes de tiempo.
-Sí.
-¿Estás bien?
-Sí, sí.
Todo lo bien que se puede estar después de haberme corrido como nunca.
-Ya será menos.
Anda, vete saliendo que nos vamos a poner perdidos de cosa de esta.
-¿Hay toallas para los dos?
-Supongo.
Sí.
Toma, salte del agua y sécate antes de que te quedes frío, que se me ha olvidado poner la calefacción.
No hablaron del tema el resto del día, pues no era precisamente algo de lo que hablar delante de la madre.
Quizá no era algo para comentarle a nadie, que un padre masturbe a su hijo y viceversa no está muy bien visto, la verdad.
Pero ninguno de los dos se sentía culpable por nada, eran dos adultos y aquello había surgido espontáneamente.
Una paja mutua no era algo tan grave, muchos heteros lo hacen con amigos o primos y no pasa absolutamente nada.
¿Cambia algo el hecho de ser padre e hijo?
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