Un secreto de mi madre
Si mi madre practica el incesto, éste no puede ser malo..
Mi madre tiene un primo al que siempre le hemos llamado “tío”. Cuando yo era niña, el tío Ricardo nos visitaba dos o tres veces al mes. Generalmente, lo hacía el viernes por la tarde y pasaba la noche en nuestra casa. Si ese era el caso, teníamos que dejar la habitación para que él durmiera allí, pues era el invitado.
Nosotros, (mis dos hermanos menores, mi madre, y yo), vivíamos en una casa de una sola habitación. En esa habitación había dos camas matrimoniales que apenas cabían pegadas, y formaban lo que parecía una enorme cama. La sala tenía dos sillones medianos y un corral para bebé, el cual servía para que durmiera la siesta mi hermanita Celeste. Y cuando visitaba el tío Ricardo, allí pasaba la noche ella, mientras que los demás nos acomodábamos en los sillones.
A mí no me gustaba que él nos visitara. Aparte de que nos mandaba a dormir a la sala, nunca nos daba “domingo” y era muy regañón. También solía llevar mucha cerveza, una de esas cajas grandes que la gente adulta compraba cuando había fiestas. Mi madre le hacía de cenar, y bebían cerveza juntos. Luego, nos decían que era hora de dormir y que ellos platicarían en la habitación. Llevaban una tina de acero con ellos, llena de hielos y la cerveza restante.
Nunca supe lo que pasaba entre ellos, hasta que un día mi hermanita enfermó. El tío Ricardo nos visitó y todo era normal, pero a la hora de dormir, la pequeña Celeste tenía fiebre y mi madre no pudo acompañar al tío Ricardo a la habitación. Le dijo que iría en cuanto controlara la temperatura de la niña y se durmiera. Pero mi hermanita dio guerra esa noche.
Pasaba de media noche, y mi madre seguía al pendiente de Celeste. El tío Ricardo salió de la habitación y se sentó en la alfombra, recargándose en el sillón en el que estaba mi madre con la niña enferma. Tenía una cerveza en la mano y la otra mano la subió a la pierna de mi madre. Se supone que yo dormía, pero no podía hacerlo porque mi hermanita despertaba a cada rato y lloraba. Luego, no pude dormir por lo que vi. Aunque sólo fue entre sombras y siluetas por la oscuridad de la noche, sabía lo que estaba pasando.
Miré cómo el tío Ricardo subía y bajaba su mano, intentando tocar a mi madre. Al inicio, ella le quitaba la mano, pero luego lo dejó. Incluso, abrió sus piernas un poco. Él siguió tocando a mi madre a la altura de su pubis; primero despacio, luego más rápido. A mi madre se le escuchaba algún respiro profundo de vez en cuando. Entonces, él se desabrochó su pantalón y empezó a agitar algo con su mano. Movía ambas manos al mismo ritmo, pero una estaba en la entrepierna de mi madre y la otra sobre su propio miembro.
Eso no duró mucho tiempo. Mi madre se levantó y caminaron juntos a la habitación, tropezando con el bote de cerveza que llevaba el tío Ricardo. Lo poco que quedaba en el bote se derramó, pero no detuvieron su camino para limpiarlo. Siguieron a la habitación y cerraron la puerta.
Entonces, se oía que él hablaba, pero yo no distinguía lo que decía. Luego, ella empezó a quejarse y gritar un poco. Estos ruidos duraron una eternidad. Fueron seguidos por un momento largo de silencio, y después escuché que se abría la puerta de la habitación y él salió para ir al baño. En ese momento me puse de pie y caminé a la habitación. Encontré a mi madre desnuda en la cama.
Yo ya sabía lo que hacían los adultos. Cuando aún vivíamos con mis hermanos mayores, miré unos vídeos en la computadora que ellos usaban. Le conté a una prima lo que había visto, y ella me dijo que todos los adultos hacían eso, que lo hacían para tener hijos pero también por placer. Era normal, pero ¿también lo era que mi madre hiciera eso con el tío Ricardo?
Escuché que bajaba el agua del escusado, y corrí al sillón asustada. Pero él me vio, y con la luz que salía de la habitación, pude verlo guiñar un ojo y sonreírme.
Habían pasado unos cuantos meses; a veces los oía mientras “hacían cosas de adultos”, y otras veces me tapaba las orejas para no oír.
Llegó él un día con más cerveza de lo usual. Dijo que irían un par de amigos a cenar con él. Y esta vez los niños podíamos quedarnos en la habitación porque no sabía cuándo se irían sus amigos, y no quería ser grosero con ellos.
En cuanto llegaron los amigos del tío Ricardo, nos enviaron a la habitación. Me encargaron que me asegurara que se durmieran mis hermanitos. Cuando se durmieron, dormí yo también.
Pero desperté de madrugada. Se escuchaban voces y risas de hombre solamente, pero mi madre no dormía con nosotros. Yo salí para ir al baño, y de regreso, me asomé a la sala. No pude ver a mi madre completamente, pero el tío Ricardo y uno de sus amigos estaban desnudos. El otro tenía solamente su camisa puesta, y estaba sujetando las piernas de mi madre, (lo único de ella que yo podía ver), una a cada lado de su cuerpo, y se movía en medio de éstas, como empujando levemente su propio cuerpo hacia enfrente y luego regresando a una postura natural. Lo hacía despacio y luego tomaba velocidad.
Poco tiempo después, él levantó su mirada al techo y dejó salir un alarido ahogado mientras sostenía uno de esos empujones que hacía entre las piernas de mi madre muda. Soltó sus piernas y se alejó un par de metros. Reía y algo les decía. El tío Ricardo se puso de pie y se acercó a donde estaba mi madre. La movió de una manera en la que yo ya no podía ver ni sus piernas. Se puso él de rodillas y solamente podía ver su rostro. Reía, parecía decir algo, mordía su labio inferior, cerraba los ojos. El hombre de la camisa se acercó a decirle algo, y reían los tres.
Yo intentaba entender lo que decían, pero solamente captaba alguna palabra malsonante de uno u otro. Estaba concentrada, esperando oír algún sonido de mi madre también. Si la había oído antes a través de la puerta, lo más normal era que la oyera estando a unos metros.
—¡Una espía! —Alzó la voz un amigo del tío Ricardo—. ¡También quiere!
Me supe descubierta y corrí a la habitación, cerrando la puerta con botón. Aterrada, esperé unos instantes pegada a la puerta. Nadie se acercaba y decidí acostarme. Estaba quedándome dormida, cuando el tío Ricardo tocó a la puerta.
—Abre, Vane. No estoy enojado, no te voy a regañar.
No abrí, pero un minuto después, él logró entrar. Estaba ya completamente vestido, y se acercó a mí.
—No eres tontita, pero yo tampoco. Desde hace tiempo sabes que me gusta coger con tu mami, y yo lo sé pero no le dije nada a ella. No le podemos decir que te has dado cuenta porque después no querrá que yo vuelva. ¿Entiendes, verdad?
Asentí.
—Entonces tampoco le diremos lo que viste hoy. Ella se quedó dormida, pero ten—. Me dio dinero—. Ya no le pude dar esto. Confío en que se lo des tú. Ella lo estará buscando cuando despierte. Ahora acompáñame a la puerta para que cierres por dentro. Estás muy bonita, y no me gustaría que algo malo te pasara.
Caminé atrás de él hacia la puerta, rodeando a mi madre que estaba desnuda en la alfombra de la sala. No le presté mucha atención en ese momento. Sólo quería que el tío Ricardo se fuera. Cuando salió, detuvo la puerta un segundo y me guiñó el ojo. Se fue y me aseguré de cerrar bien la puerta.
De regreso a la habitación, volví a ver a mi madre en la alfombra. Esta vez la miré bien. Tenía casi todo su rostro cubierto con su cabello despeinado, su boca entreabierta con el labial corrido y difuminado, sus manos cercanas a su cuerpo, las piernas abiertas en un ángulo apenas obtuso, su entrepierna con abundante vello húmedo; y sus grandes pechos se iban ligeramente a lados opuestos, víctimas de su propio peso y la gravedad. Con esos pechos era fácil ignorar las estrías que había en su vientre, causadas por ya cinco embarazos. Era una mujer aún fértil, y lo sabríamos pronto.
Yo sostenía aún el dinero que el tío Ricardo me había dado para mi madre. Lo conté: siete mil quinientos. Pensé en qué le diría a mi madre cuando le diera el dinero. ¿Qué pasaría si me preguntaba por qué me lo dio a mí, por qué estaba despierta, si vi algo, qué fue lo que vi? No se me ocurría qué decir, entonces decidí que era mejor dejar el dinero allí. Lo puse cerca de su mano derecha, y me fui a dormir a la habitación.
Cuando desperté a la mañana siguiente, ella hacía el desayuno en la cocina. Tenía una toalla envuelta en su cabello mojado, y cantaba. Estaba contenta. Claro que no le dije nada; guardé su secreto sin que ella misma se enterara.
Muy buen relato !
¡Gracias! 🙂
Me ha gustado mucho el relato,no se si es una vivencia real.Muy bien narrado y crea en la mente del él que lo lee una imagen clara, de donde suceden los hechos y transmite bien, las emociones que siente la protagonista ,manteniendo un buen ritmo narrativo.
¡Muchísimas gracias!
Me encanto tu relato, me gusto que algunas cosas las deja a la imaginación del lector. Me pregunto si ¿abra segunda parte?
Espero ansioso tu siguiente relato Vanessa ^^.
Besos
¡Muchas gracias!
No habrá segunda parte, porque realmente nunca vi algo más. Él seguía visitando a mi madre, y claro que sé para qué. Pero dado que no volví a ver algo, no puedo agregar más a este relato. Gracias por tu interés.
MUY BUEN RELATO
Me alegra te haya gustado.
Me gusta mucho tu escritura. No idealizas lo que sucede, empatizamos con tu punto de vista, con la confusión, con el miedo, con el sentir que estás presenciando algo prohibido, a la vez excitante y angustioso. Me deja la pregunta de «si mamá despertó feliz ¿entonces lo que pasó fue bueno?»
Hacen falta más relatos como este por aquí.
¡Muchas gracias por esas palabras!
Que excitante relato, me vine demaciado. Estuviera chido que también a ti te Cogiera
Puto y jodido relato super caliente, me tuve que pelar la pija y eyacular sobre la pantalla y el teclado…
Me encantaría que madre e hija tengan sexo y se coman las conchas y los anos mutuamente…
sería super jodido chingón un relato así…