Una familia gitana
Análisis de unas vivencias por parte de alguien que las exxperimentó en la confrontación interna del bien y del mal, de la culpa y del morbo y un lujo poder leerlas aquí..
El pueblo gitano es de los más antiguos que existen. Su origen es nómada y se cree que proceden de la India y de ahí se expandieron por toda Europa, sobre todo, por lo que casi todos están emparentados de alguna forma, siendo a lo largo de los siglos, objeto de persecuciones, discriminaciones y ataques de todo tipo, quizás debido a esas costumbres tan ancestrales que conservan de generación en generación y que chocan con lo normalmente establecido.
Este es el relato de una familia gitana, de procedencia rumana, con unas costumbres muy curiosas y desconocidas, que cuando salen a la luz, provocan tanto morbo entre muchos y escándalo en otros, pero espero que sirva como homenaje a esta etnia marginada tan injustamente.
Os pongo en antecedentes de que en estas familias el incesto es habitual y tolerado, siendo habitual los matrimonios concertados y los embarazos precoces inevitables, porque gran parte de su vida gira en torno al sexo y las relaciones interfamiliares.
En un poblado cualquiera, habitado por varias familias numerosas emparentadas entre sí, son habituales estas situaciones como la que cuento, empezando por la conversación tenida entre los padres de una de estas familias, llamados Marco y Carmen:
—La Lucía me ha dicho que tu primo va a venir a pedirnos a nuestra hija Romina, para su hijo el mayor.
—Bueno, Romina tiene ya 11 años y supongo que quieren preñarla para que les dé el primer nieto, porque Teo se quedó viudo al morirse su mujer en el parto, en el que perdieron a la criatura también.
—Es que su mujer era una cría también. Tengo miedo de que a la nuestra pueda pasarle eso también.
—No te preocupes, Teo tiene ya 30 años y la cuidará bien. Eso que pasó fue una desgracia nada más. Les diremos que esperen a que Romina cumpla los 12 para casarla.
—Bueno, pues diles a sus hermanos que Romina va a estar comprometida y que no se les ocurra encamarse con ella y metérsela, para guardar su virginidad, que no pase como con la mayor, que ya no la podemos casar.
—Se lo diré, hasta ahora sólo jugaban con ella, pero si quieres estar más tranquila, será mejor que la cría duerma en nuestra habitación, para evitar que se ajunten con ella.
—Me parece bien, pero a ver lo que haces tú con ella, al tenerla tan a mano.
—No pasará nada, mujer, me controlaré, sólo la prepararé un poco para el matrimonio.
—Pues ya debe estar bien preparada para eso, porque cuando no está en una cama, está en otra, con sus hermanos. Y su tío también anda buscándola. Suele venir cuando tú no estás y se lleva a la niña detrás de la casa.
—Sí, ya lo veo últimamente rondando mucho por aquí, a él le gusta que se la chupe y por eso la busca, pero ya le avisé de que no me desgraciara a la cría.
Esa misma tarde apareció por la casa Antón, el primo del padre de Romina, para hacerles todo ceremonioso la petición:
—¡Hola primo!, vengo a ver si nos arreglamos y casamos a los hijos. Mi hijo Teo se ha fijado en tu cría pequeña, porque cuando la ve en la puerta de casa siempre se queda mirándola y le parece muy bonita para casarse con ella, si das tu consentimiento.
—Claro, Antón, estoy encantado de casarla con Teo, me parece un buen hombre, que tuvo mala suerte con su anterior mujer.
—Sí, la pobre no aguantó el parto, pero Teo necesita otra mujer. No quiero ofenderte, primo, pero Romina será virgen todavía, ¿no?
—Sí lo es, puedes comprobarlo tú mismo. Carmen, trae a Romina para que la vea el primo.
La propia madre de Romina puso a su hija con las piernas abiertas delante de Antón, abriendo con los dedos su vagina para que viera que todavía conservaba la telita que acreditaba su virginidad.
—Sí, ya veo, que bonita está. Mi hijo tiene un buen gusto, jaja., —pasando él también los dedos por la rajita de la cría.
Por lo que su madre le tuvo que decir:
—Bueno, Antón, cuidado con los dedos, aguanta un poco, que en unos meses ya la tendrás en casa tú también.
—Eso espero, tenemos a pocas crías en la casa ahora. Muy bien primo, ya la he visto, acuerdo cerrado. Ahora cuidármela bien, para cuando le hagan la prueba del pañuelo no nos llevemos un disgusto.
—No te preocupes, la tendré bien vigilada en la casa para que nadie se meta con ella.
—Pues estate pendiente de sus hermanos, que ya sabes lo que suele pasar.
Al salir de la casa, después de despedirse de Carmen, Antón le dice al oído a su primo:
—¿Sabes? Tengo a Albita preñada de 6 meses, cuando quieras pásate por allí.
—¡Mmmm, no me digas!, tiene 13 añitos ¿no?
—Sí, esta preciosa, ya la verás.
—¿No sabéis quien es el padre?
—No, porque todos los hermanos la estaban montando.
—Y tú también supongo.
—Claro, yo el primero, primo. Está muy rica.
—Está bien, me pasaré, ahora que hemos cerrado el casamiento.
Marco no podía perderse el suculento manjar que le había ofrecido su primo y fue a su casa, siendo recibido cariñosamente por Lucía y Antón, ahora que iban a estrechar lazos familiares.
—Bienvenido Marco, ahora vamos a unir a las familias y tenemos que olvidar aquel problema que pasó con tú hija mayor —le dijo Lucía.
—Sí, mejor, lo de atrás queda olvidado, cuando tu hijo Román desvirgó a mi hija mayor y no quiso ajuntarse con ella, lo pasamos mal, aunque por otro lado, fue mejor, porque tengo muchos hijos varones y así pueden desahogarse con ella. Ahora vamos a ser compadres y agradezco mucho a Antón el ofrecimiento que me ha hecho, —dirigiéndose a Lucía.
—¡Ah!, no me dijo nada, vienes por Albita, supongo.
—Sí, tengo ganas de verla.
—Está en su cuarto, echada en la cama descansando.
—¿Tenéis muchos compromisos con ella?
—No, Antón no deja venir a muchos hombres, porque ya tiene bastante con sus hermanos, y todas las noches tiene a alguno con ella.
—Ven, pasa a verla, Marco —le dijo Antón.
Albita estaba sentada en la cama con un camisón de su madre medio transparente, disculpándose Lucía:
—Es que no la vale ya su ropa y tengo que dejarle la mía, aunque todavía le queda grande.
El amplio escote del camisón no llegaba a tapar del todo sus hinchados pechos, que fueron sacados por su padre para que Marco los viera bien:
—Mira primo, que belleza.
—Sí que los tiene hermosos la niña, —tocando sus gruesos pezones.
—Mira como ha engordado, fíjate que muslazos se le han puesto. ¿Y del coñito, qué me dices?
—¡Buufff!, qué maravilla, lo tiene muy gordito, que cosa más rica. Lo que gozaréis con ella en la casa.
—Ahora lo vas a comprobar tú. Bueno, primo, te dejamos a solas con Albita para que la disfrutes con tranquilidad.
Marco, ya en la intimidad pudo recrearse en el voluptuoso cuerpo que había formado el embarazo en la niña, acariciando, besando y lamiendo cada centímetro de su piel como la mayor exquisitez que hubiera probado nunca.
Pocos hombres pueden disfrutar de una experiencia tan morbosa y él se tomó su tiempo para saborear la leche que salía de sus duros pechos al presionarlos con firmeza, besando su boca entreabierta, que buscaba aire por la fatiga que le causaba su precoz embarazo, bajando luego con su boca a los hinchados labios vaginales que rezumaban una jugosidad especial al destilar continuamente un embriagador jugo que volvería loco a cualquier hombre.
Sus dedos entraban fácilmente en ese coño tantas veces follado para su edad, por lo que él no tardó en empezar a joderlo, proporcionándole una de las mejores experiencias de su vida cuando metió su polla hasta el fondo sintiendo su calidez y presión sobre ella, mientras masajeaba su ya abultada barriga y sus esplendidas tetas que se balanceaban con sus impulsos al joder con fuerza a la niña.
Luego, sujetándola por las caderas, la giró para recrearse con su maravilloso culo que palmeaba con las manos al ritmo de su follada sin descanso, que hacía que la niña no parara de gemir, lo que hacía que a duras penas consiguiera evitar su rápida eyaculación.
Finalmente, la presión que ejercía la vagina en su miembro, le hizo correrse dentro de ese coño que parecía querer succionar todo lo que le metieran, con glotonería, saliéndose parte del semen de su interior, escurriendo entre sus muslos.
Pero no quiso terminar sin dejar que Albita lamiera el resto de su semen y las gotas que todavía seguían saliendo de su glande para acabar tragándose con la boca la totalidad de su pene, igual que lo hiciera su coño, hasta empezar a sentir con el roce en su garganta que iba a explotar de nuevo en la boca de la niña, y cuando salió su semen sin remisión, se lo volvió a tragar todo demostrando lo acostumbrada que estaba ya a hacerlo.
Marco había disfrutado con la hija de su primo como pocas veces lo había hecho antes y cuando salió de la habitación, los padres de Albita esperaban expectantes a que les dijera como había ido, siendo sus palabras sólo de agradecimiento a los dos por permitirle disfrutar de algo así.
Antón únicamente le dijo:
—Recuerda, primo, tenemos un trato. Tenemos que organizar la fiesta de pedida.
—Sí, llamaremos a los parientes.
De vuelta a casa, vio a su hijo mayor metiendo mano a Romina, por lo que tuvo que prohibirle que se volviera a acercar a la niña, recordándole que estaba comprometida con Teo y que si quería correrse que se fuera con su otra hermana, que aunque ahora tuviera 14 años, ya no era virgen desde los 11, ya que al ser la mayor de las hermanas, pronto se convirtió en el desahogo de todos.
Luego se dirigió a su hija Romina, para decirle:
—No dejes que tus hermanos se acerquen a ti.
—Es que a mí también me gusta.
—Pues tendrás que aguantarte un poco, hija. Ahora vas a dormir con nosotros y voy a darte el gusto que necesites, pero sin metértela. Ya vistes que vino mi primo a pedirte para su hijo Teo, vengo de cerrar el acuerdo con él.
—Pero Teo es muy mayor, papá.
—Pues mejor, hija, así sabrá cuidarte con más cariño. Además me dijo que esperará a que seas más mayor para dejarte preñada.
—¡Ah bueno!, entonces le doy el culo como a mis hermanos.
—Sí, así es hija, pero él será tu marido y también querrá disfrutar de tu coño, aunque él ya sabe cómo hacer para que no te embaraces, no como tus otros primos, que con 14 años ya son papás.
—Es que así presumen ellos, papá, dejan preñadas a las niñas para que veamos que ya son mayores —le decía Romina a su padre, con la ingenuidad de su edad.
Convocada la fiesta de pedida de Romina, se juntaron varios familiares de los dos clanes, surgiendo muchas conversaciones entre ellos, como cuando Petros vino a saludar a Marco y a Carmen para presentarles a su familia, ya que hacía tiempo que no se veían:
—Mira, Marco, esta es mi esposa Estefanía, la hija pequeña de Constantín, no sé si te acordarás.
—Sí, era muy pequeña la última vez que la vi y ahora es una belleza. Además ya veo que está a punto de ser mamá otra vez.
—Va a ser nuestro quinto hijo, y estos son los que tengo ahora, Aurora, Nico, Anika y Manuel.
—Son muy guapos y las niñas están preciosas con esos vestidos tan cortitos y ajustados y ya veo que tienes a Anika preñada también.
—Sí, me la preñó el hermano de Estefanía que vive con nosotros porque está soltero, pero nos ha prometido que va a ajuntarse con ella porque ya no se va a poder casar.
—¡Ah!, estupendo entonces. Así no tendrá que andar con unos y con otros. Es muy joven todavía.
—A ver si aquí les encuentro unas esposas a mis hijos, porque ahora solo tienen a Aurora y como todavía es pequeña, antes de que se la monten, quiero tenerlos ya casados.
—Mi vecino Nicola tiene dos hijas como Romina. Seguro que él también está buscando casarlas antes de que se las desgracie alguno. Habla con él.
—Gracias, amigo, lo haré.
La fiesta siguió transcurriendo entre bailes, comida y bebida que fueron animando el ambiente lo que provocó también alguna discusión familiar:
—Marco, a las niñas les están dando alcohol y los mayores aprovechan para meterlas mano —le dijo Carmen.
—Bueno mujer, están pasándoselo bien. Ya estoy yo echándolas un ojo.
—Eso espero, porque a ti también te veo muy entretenido con la hija de Mateo.
—Ella es libre, no es virgen ni está ajuntada, sólo paso un buen rato con ella.
Al oír la discusión, una amiga de Carmen, intervino:
—A mí sí que me vendría bien tener una así en casa, porque sólo tengo dos varones que están en una edad que es imposible contenerlos.
—Sí, lo entiendo, tendrás que ocuparte tú de ellos.
—Claro, cuando está su padre en casa, todavía me respetan un poco, pero cuando sale a trabajar fuera, se me meten en la cama todas las noches. Y ahí me tienes a mí sacándoles la leche a los dos.
—Jaja, quien te verá con los dos chiquillos, pero seguro que tú lo disfrutas también, teniendo a los dos para que te monten.
—No te voy a decir que no, pero son dos y me dejan agotada y me gustaría que se buscaran a alguna para casarse o ajuntarse aunque fuera y no me importaría tenerla en casa también, aunque mi marido se aproveche para joder con ella.
—Seguro que aquí hay alguna con la que te podrías apañar. Mira, la Sofi está sola también sin marido y además con una hija.
—Sí, pero eso tendría que arreglarlo mi marido con ella y como siempre está fuera, habrá que esperar. Aunque yo preferiría que mis hijos encontrasen a alguna niña para casarse como es debido, que no andar perdiéndose con una vieja.
Cuando la fiesta fue acabándose, todos se marcharon muy contentos a su casa, porque se lo habían pasado muy bien, como siempre que hay una fiesta gitana, en las que suele aprovecharse para apalabrar algún casamiento, que suele ser una de sus mayores preocupaciones familiares desde que empiezan a tener hijos.
A la fiesta, como no podía ser de otra forma, había asistido también el Patriarca del poblado, un hombre mayor, respetado por todos porque su palabra era “ley” y sus gustos y apetencias debían ser satisfechos sin discusión.
Él se había fijado en una de las niñas que correteaban por allí, con la ingenuidad e inocencia de una edad en la que ya la habían empezado a perder las mayores, por lo que era ajena a esos juegos que se traían con los adultos, pero quizás su exuberancia y belleza había empezado a despertar esas primeras miradas y deseos, que ella recibía sin malicia.
El Patriarca preguntó quiénes eran sus padres, unos recién llegados al poblado, que todavía estaban integrándose en él, por lo que Matías, el padre de la niña, recibió con recelo el interés de ese hombre por su hija:
—¿Cómo se llama la niña? —le preguntó el hombre de piel morena y barba blanca, todo vestido de negro, incluido un sombrero que daba porte a su figura.
—Se llama Clarita, señor.
—No la conocía. Deberías mandarla a hacerme alguna “visitica”.
Matías se revolvió dentro de sí, porque sabía perfectamente lo que significaban esas “visiticas” que demandaba el Patriarca, pero no podía negarse, por lo que la madre de la niña, Encarna, asintió rápidamente a esa petición, a la vez que miraba a su marido, resignada:
—Se la enviaré para que la vaya conociendo.
El Patriarca sonrió mientras se alejaba sin dejar de mirar a la niña, ajena a todo eso, lo que aprovechó Encarna para tratar de contener la rabia de su marido, diciéndole:
—Es lo normal, todas pasan por él. Solo le va a hacer lo mismo que le estás haciendo tú, sobarla un poco y calentarse con ella.
—Pero es muy niña todavía y no quiero que le haga daño.
—Si no se lo haces tú cuando le metes el dedo, él también sabrá darle gusto para que quiera repetir esas visitas.
A pesar de que Matías sabía que negarse a que su hija visitara al Patriarca, podría ocasionarles la expulsión del poblado, solo las permitió en dos ocasiones, por lo que fue llamado para pedirle explicaciones.
Cuando Matías entró en la casa del Patriarca, él estaba entretenido con una cría que tenía encima medio desnuda, a la que sobaba los pechos, ante la mirada atónita del padre de Clarita, al que le dijo:
—¿Has visto que pechos? Los tiene como la madre…, firmes y jugosos.
Matías miraba como la cría se dejaba manosear por las manos rugosas de ese hombre, que volvió a decirle:
—Hace mucho que no me mandas a la tuya, deberías compartirla más…. No será porque no te correspondo. ¿Quién se te apetece? Todas pasan por aquí, sus madres me las ofrecen y no hay problema en compartirlas contigo.
Matías no podía evitar sentirse tentado por esa oferta, sabía que esa era la ley gitana y no debía ofender al Patriarca, pero se atrevió a preguntar:
—¿Por qué se le antojó mi hija?
Él le miró desafiante sin abandonar ese talante calmado de quien sabía que tenía el poder en sus manos, y que podía permitirse cierta condescendencia con ese hombre alterado por tener que cederle a su hija para darse gusto con ella.
—Clarita es una niña muy rica y cariñosa, como bien sabrás tú, o ¿es que quieres ser el primero en meterle la polla? Yo no lo haré, me gustaría que fuera para alguno de mis sobrinos y sabré respetarla. Espero que tú hagas lo mismo.
—Soy su padre. Mi mujer no me deja que me sobrepase con ella —contestó algo ofendido Matías, por el control que quería ejercer el Patriarca sobre su hija.
—No quiero imponer nada ni meterme en la intimidad de tu familia, prefiero que tengamos un acuerdo. Si cumples, tú podrás estar con quién quieras. Mi mujer te lo arreglará y hablará con la madre para que la tengas discretamente. Seguro que ya se te ha antojado alguna; o esta misma —señalando a la cría que tenía encima, mostrando su desnudez—, le puedes meter la polla sin problema. La gozarás mucho. Ven, ponle la mano —invitándole a compartirla.
Matías no rechazó esa invitación y pasó su mano por el cuerpo desnudo de esa cría, abriendo con sus dedos la jugosa rajita empapada de sus jugos, lo que le hizo olvidar momentáneamente la tensa conversación, pero aunque esa situación le estaba calentando mucho, prefirió no tomar esa decisión todavía, mientras el Patriarca le decía:
—Sácate la polla y métesela, que ya la tengo a punto y lo está deseando ya.
Él le hizo caso, y perturbado por el momento, metió su polla en el coño de la niña, que era sujetada por el Patriarca mientras la jodía muy excitado, hasta que se corrió dentro de ella.
Eso le hizo sentirse un poco culpable por lo que había hecho, pero el Patriarca ya le tenía en sus manos y se alegró cuando Matías le dijo:
—Mi mujer le traerá a Clarita mañana. A ella le parece bien todo esto y yo tendré que aprovecharme de ello.
—Es la mejor decisión. Veo que ya nos vamos entendiendo —le despidió con satisfacción el Patriarca.
La mujer del Patriarca había estado observando discretamente toda la escena, sintiéndose orgullosa del poderío sexual de su marido, ya que sabía perfectamente que Clarita ni ninguna de las que se antojara su marido eran competencia para ella, aún en su madurez. Había aprendido que ser la esposa del Patriarca le otorgaba ciertos privilegios y se había ganado el respeto como “arregladora” o alcahueta para propiciar esos encuentros íntimos que todo gitano buscaba para mostrar su hombría y que las mujeres debían satisfacer.
Las mujeres gitanas tienen fama de “calentucas” por la estimulación que reciben desde niñas, por lo que les gusta mucho el sexo y así se lo demandan a sus maridos, que tienen que corresponderlas, y si no pueden, tienen libertad para irse con otros hombres, siempre de forma discreta, claro.
Cuando no consiguen casarse suelen acabar en la prostitución, para uso de los hombres de su propio poblado, e incluso, ellos pueden ofrecérselas a algún payo para sacarse su dinero, sin importar edades tampoco.
Eso fue lo que le sucedió a Fernando, un payo que acabó casándose con Luisa, una mujer soltera que a pesar de su edad, ya tenía dos niñas, y que cuando la conoció, ya se dedicaba a la prostitución en un bar de alterne, no dudando de ofrecer a sus propias hijas a los clientes que se las solicitaban, muchos hombres del pueblo que acudían allí ante la resignación e indiferencia de sus esposas, incapaces de evitarlo.
Todos sabían que allí podían encontrarse con alguna sorpresa inesperada, como la de acabar en la cama con alguna adolescente, e incluso niñas de apenas 10 años, que tenían ocultas a las miradas más indiscretas.
En esos años, la hipocresía social era la norma general, e incluso el cura del pueblo hacía sus visitas a aquél depravado lugar, al que luego condenaba en sus homilías, llegando a llamar a aquellas niñas, “hijas del diablo”, una vez que se había corrido en ellas, como si quisiera espiar sus culpas ante los ojos de Dios.
Fernando se enamoró de aquella mujer, apiadándose de sus hijas y de la vida que llevaban, por lo que la familia de Luisa aceptó la relación, teniendo que integrarse Fernando en las nuevas costumbres familiares, que llegaban a escandalizarle pero también normalizarse en su mente.
Por eso, cuando Luisa le ofrecía a alguna de sus hijas, su rechazo inicial no fue suficiente resistencia para conseguir gozar con aquellas criaturas de una forma que nunca se hubiera imaginado.
Al fin y al cabo, él también tenía que aceptar que fueran “usadas” por otros hombres del poblado, y por supuesto, por el Patriarca, que ya había sido el primero.
Durante el tiempo que vivió con ellos tuvo que ver todo tipo de cosas, no siempre agradables y contra la ética en la que había sido educado, como en una ocasión, en la que andando por el campo, vio una furgoneta, de la entraban y salían de la parte de atrás, unos gitanos que conocía del poblado, y que al llegar, le invitaron a pasar.
Allí tenían a una mujer desnuda, a la que iban follando por turnos, mientras ella, aturdida, se dejaba montar por aquellos chicos hasta que se quedaron saciados. Él se negó a participar de aquello y siguió su camino, aunque tampoco pudo hacer nada por evitarlo, porque aquella mujer era una extranjera, de paso por el pueblo, que atraída por los “machos del lugar”, acabaron emborrachándola, sirviéndose ella de forma que nadie iba a culpabilizarles. Esa mujer no le importaba a nadie y en el concepto machista de las costumbres imperantes ella se lo buscó y suponían que lo disfrutó.
De esta forma, Fernando siguió lidiando con situaciones singulares que a la vez que rechazaba, provocaban su morbo, como cuando un vecino suyo dejó embarazada a una de sus hijas y se apresuró a buscarle marido, para que se viera normal el crecimiento de la barriga en aquella niña, a la que había visto en muchas ocasiones con su padre, invitándole incluso a estar con ella, lo que tuvo que hacer para que su vecino estuviera seguro de su complicidad.
Todas estas situaciones, quizás “surrealistas” pueden darse en alguno de estos poblados, como se daban en el pasado y suponemos que así seguirán dándose en el futuro, porque las tradiciones y cultura de los pueblos perviven y resurgen a través de los tiempos.
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Que excitante, lo ame