UNA FAMILIA QUE SE AMA
Una madre, su nueva pareja y su hija llevaran la relacion familiar a otro nivel..
A Inés y Sofía, las conocí en la parada del autobús. En un principio, verlas era señal que el ómnibus aún no había pasado. Inés es una mujer de alrededor de unos treinta y siete años, delgada, pelo castaño, un corte estilo “bob”. Porta lentes fuera de moda, que le dan un aspecto nerd. Es la típica madre mojigata. Eso, me llamó la atención, porque detrás de esos cristales había picardía.
Su hija Sofía era una versión adolescente de ella, pero sin lentes. Siempre estaba vestida con el uniforme del colegio de un talle más grande.
De vernos seguido, comenzamos a saludarnos. Después, vinieron las conversaciones banales. Un día, ante la risa nerviosa de ambas, invité a Inés a tomar un café. A la semana, ya las visitaba, salíamos juntos, y hasta ayudaba a su hija con matemáticas.
Un fin de semana, Sofía, nos dejó solos. En esa ocasión, conocí a otra mujer. Inés en la cama era muy desinhibida, fogosa, sin ningún tipo de escrúpulos.
Sus pechos son dos naranjas deliciosas, que chupo con desesperación. Ella tiene algo que me hace perder la cabeza, además de su culito estrecho. Tal vez, como gime mi nombre, cuando me cabalga.
Cómo nos llevamos muy bien, decidimos mudarnos juntos a un apartamento por la misma zona. Al principio, solo cogíamos cuando su hija no estaba. Lo hacíamos como si no hubiera un mañana, ya sea en la cocina, el comedor o el dormitorio. Todo lugar servía.
Su boca me lleva al paraíso, sus ojos encendidos de lujuria mientras lame es sublime. Ver a esa mujer arquearse de gozo es un espectáculo. Esa flaca sabe explotar mi morbo.
A los dos nos gustaba el sexo, tanto que, esperábamos a que Sofía se durmiera para echarnos un “rapidito”. Quién pensaría, que esa maestra de colegio de monjas, le gustaba ver porno y leer relatos de incesto. Juntos, conversábamos sobre nuestras fantasías. Las suyas eran más retorcidas que las mías.
Una tarde que estábamos solos, ella me despertó de la siesta. Estaba vestida con el uniforme de Sofía, y allí, comenzó todo el desmadre.
-Papi me puedes ayudar con mi tarea de biología… – me propuso con un dedo cándido en su boca.
Eso bastó para tomarla y hacerle el amor ahí mismo, contra el marco de la puerta. Ella, me decía lo rico que lo hacía entre gemidos.
-¿Así le das a mami? Me habló sensual en el oído.
-Sí, mi Sofi… se me escapó en ese momento de plena locura lasciva.
Ambos quedamos mirándonos, habíamos pasado un límite, ya no había vuelta atrás. Estábamos tan calientes, que seguimos dándole bomba, pero sin mencionar a la chica.
Una noche, tenía en cuatro a Inés, me pareció ver entre la sombras una silueta que nos miraba atenta. Si bien, nos dimos cuenta de su presencia, la dejamos que nos espiara. Eso nos exitaba aún más y montamos escenas bien explicitas. Ella veía la cara de gozo de su madre cuando la tomaba por detrás, y mi cara aturdida de placer en el momento que Inés me succionaba mi pene hasta tragarse mi semen.
No sé cuanto tiempo, estuvimos así, días, meses y años.
En ese lapso, la joven ya no era ese fideo vestido. Habia echado un cuerpo delgado como una gacela, a pesar que aún conservaba esa cara de niña. Ya era mayor de edad. Desde entonces, no vestía ropa dos tallas mas grande, sino una más chica.
Luego de convivir años, decidimos casarnos con Inés. Bajo el seudonimo “pecadora” mi novel esposa, escribía novelas eróticas, para canalizar esas fantasías locas y le iba muy bien.
Cierto día, madre e hija salieron a tomar algo, con la excusa de buscar un regalo para mi cumpleaños.
Esa noche vinieron mis padres y algún amigo a saludarme. La reunión fué muy amena, recibí obsequios y muchas muestras de cariño, en especial de Sofía.
Cuando todos se fueron, Inés y Sofía, me vendaron los ojos para darme mi regalo especial.
-Listo. Abrí los ojos. dijo Inés.
La sorpresa fué mayúscula, las dos estaban completamente desnudas ante mí, riendo nerviosas.
-Te gustó el regalito. Inés me mostraba a su hija desnuda.
-Quiero que seas al primero. Suspiro Sofía sonrojada. Y agregó:- Ví todo lo que hacen con mamá y no quiero quedarme afuera.
A esa altura, mi erección rompía los pantalones. Acto seguido, me saqué toda la ropa hasta quedar tan desnudo como ellas.
Respiré profundo y acerqué mi boca a la de mi hijastra. Su lengüita deliciosa se enroscaba con la mía en los primeros juegos de la pasión.
Mis manos cayeron lentas por la espalda, pasaron por la cintura hasta detenerse en sus nalgas duritas, redondas y tan chiquitas que cavian en mis manos grandes.
Una oleada de placer subió por mis entrepiernas en el momento, que sus manos curiosas acariciaron mi dureza con una suavidad única.
Inés observaba expectante aquella escena, que la iba cargando de lujuria, se sentía sucia por entregar a su hija a su hombre, pero eso le exitaba de sobremanera al punto de mojarse.
Mi boca fue bajando por su cuello hasta besar sus tímidos pezones rosáceos, apenas dos botones paraditos, se me hacían agua la boca. Inés, no soportó más y le dio un beso a su hija.
Ooohhhh… suspiro la chica, que a esa altura sentía mis dedos dentro suyo.
Su madre la acariciaba la espalda en un gesto de ternura y para fortalecer su confianza. También deseaba a su nena.
La alzé en mis brazos, y los tres nos fuimos al dormitorio.
Ya en la cama matrimonial, Sofía, boca arriba, abrió sus piernas para recibir mi lengua traviesa, entre suspiros y movimientos voluptuosos de su cuerpo.
La boca conocedora de Inés, envolvió con su calidez mi sexo, haciendo de ese momento una deliciosa experiencia.
Madre e hija eran mis amantes, por eso, me acomodé encima de mi dulce hijastra y la penetré con suavidad. Su cuerpo tembló, al tiempo que, Inés acariciaba los pechos de su hija.
La vagina apretada de Sofía me tenía afiebrado de calentura, apenas podía pensar correctamente, solo me guiaba por los sentidos. Al igual que mis hembras, que ya comenzaban a tocarse.
Verlas era una visión que ni las fantasías más retorcidas podían concebir. Sofia abanderada de su colegio, catequista, y ayudante de las monjas, estaba ahí, cómo una puta cojiendo nada más y nada menos con su madre y su padrastro. Inés. la maestra de escuela, que se llenaba de besos de sus alumnos, en ese momento, tenía otra cosa en su boca.
Me recosté en la cama para que las nalgas tiernas de Sofía se apoyaran en mi cara y mi lengua jugara con su esfínter. Una delicia. Inés, montada sobre mí recibía las caricias de su hija.
Los gemidos y suspiros llenaban la habitación. En ese clima, madre e hija, acabaron felices.
Quedamos los tres rendidos en la cama acariciándonos, lamiendo y besando, hasta que mi amigo volvió a levantarse. Esta vez, reclamé el culo de mi hijastra. Su madre, sacó de la mesita de luz un lubricante y empezo a frotarlo en el ano de su hija, con alguna lamida.
-AAAAaaayyy!! Gritó la chica ante el primer embate.
-¡Calma, Amor. Es su primera vez! Me reclamó Inés.
-Perdoná Cariño es la exhitación. Y volví a realizar la maniobra con más cuidado.
Con paciencia, todo mi dote entro en su culo y como pidiendo permiso pude hacerle la cola con gran placer.
Somos una familia que se ama.
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