Una preciosidad de hijita 9
El pederasta padre es llevado por su propio deseo incestuoso al apasionante desfloramiento de Rubí, hallando en el camino la recompensa equivalente a su desbordada lujuria..
Una preciosidad de hijita (9)»
El pederasta padre es llevado por su propio deseo incestuoso al apasionante desfloramiento de Rubí, hallando en el camino la recompensa equivalente a su desbordada lujuria.
Cap. 9
Con la sesión de sexo tan fogosa que habíamos protagonizado los tres la noche anterior se abría un capítulo más en nuestra íntima vida familiar que nos marcaría para siempre, a más de señalarnos de igual manera el incestuoso camino que habríamos de seguir en adelante. Había sin embargo dos cosas en mi pensamiento que no dejaban de impactar mi mente. Una era la extraordinaria y participativa actividad por parte de Rubí en nuestros encuentros secretos, lo que evidentemente le encantaba practicar en conjunto disfrutando todo ampliamente con su mentalidad de niña, pero al mismo tiempo con una idea muy clara de lo que es el ardor del deseo carnal. La otra, la petición aún no manifiesta por parte de Elsa, quien me había hecho jurar que haría lo que ella me pidiera, sin que me quedara claro de qué se trataba su oculto anhelo. Por otra parte, era indudable que lo que sucedía ahora entre nosotros significaba para mí mucho más de lo que hubiera pensado al principio, después de aquella noche de calentura en que le froté subrepticiamente y por primera vez mi pene a mi hija sobre su preciosa cuquita imberbe. Debido a todas las circunstancias vividas no podía dejar de pensar en Rubí ni un solo momento, y si he de ser sincero debo decir que la nena se había convertido en el centro de mi atención, sustituyendo incluso a mi bella esposa. Todos los días, estando en la oficina, me quemaba íntimamente un perverso e incontrolable deseo por penetrarla sin que pudiera quitármelo de mi pensamiento.
Fue por eso que aquel día me vino la idea de confiarle a mi mujer, de una vez por todas, el secreto anhelo que no me dejaba tranquilo, dispuesto incluso a negociar con ella de la mejor manera posible su secreta y aún no revelada petición a cambio de la virginidad de mi propia hija. De modo que no deseando postergar mis ansias por más tiempo, me decidí a telefonearle a Elsa esa misma tarde. Tomando las debidas precauciones le ordené a mi secretaria que no permitiese que nadie me molestara y me encerré en mi despacho. Con las manos temblorosas marqué el número de mi casa.
-¿Si, hola?
-Elsa, soy yo…como están ustedes?
-Oh Aldo, no pensé que fueras tú…como estás, ¿amor?
-Bien, bien…todo está bien…sólo quise llamarte para saber cómo están.
-¿Estamos bien…Rubí está en la sala viendo televisión, y yo casi termino de hacer la casa…sucede algo, Aldo?
-Pues sí…tengo algo que decirte…
-Si….dime, amor.
-Oh Elsa…se trata de algo que desde hace días he querido pedirte pero por alguna razón no lo había hecho…
-Si…si….claro…dime de qué se trata…
-Es sobre Rubí…
-Hummm….¿Qué se te ha ocurrido ahora, cariño? –me respondió con melosa complicidad-
-Es algo que necesito decirte, amor…
-Pues anda…dímelo ya…
-Mira Elsa….recuerdas la promesa que te hice?
-Ay pues claro…esa no la olvidaré por nada del mundo….
-Lo sé…lo sé…sólo quiero saber qué es…de qué se trata tu petición…
-Ah no…eso no…quedamos que te lo diría en el momento preciso, corazón…
-Si, es cierto, Elsa…pero sucede que tengo un deseo que no te he confesado y pues…
-¿Qué?…dime qué es…anda, cielo…
-Si…si…te lo diré…
-¿Quieres decírmelo ahora mismo por teléfono, o quieres esperar a que estés en casa?
-No lo sé….no sé que sea mejor…
-¿Es seguro hablar por aquí?….¿No hay nadie que te escuche en la oficina?
-No, no…estoy completamente solo…
-Pues bien…entonces no hay problema…sólo dime que es que yo te complaceré.
-Está bien…quiero desvirgar a Rubí…necesito hacerlo, linda. compréndeme por favor…
Mi mujer no contestó. El silencio que siguió se me hizo eterno. Tuve que volver a decirle:
-Hola…hola…Elsa…¿Me estás oyendo?
-Si, si…aquí estoy…es sólo que…no sé…
-¿Qué pasa, amor?
-Pues de momento me imaginé todo…y supongo que la niña aún no está preparada para eso…tú sabes…es demasiado pequeña…
-Lo sé, linda….es por eso que quiero que tú estés completamente de acuerdo…
-Hummm….pues no sé qué decirte, amor….
-Mira, Elsa…nada pasará, te lo prometo…lo haré con mucho cuidado…y por supuesto, tú estarás cerca para ayudar en todo…
-Si…si…tiene que ser así, amor…
-¿Entonces qué opinas?
-Ay amor…¿Pero y yo?…..¿Qué beneficio obtendré yo de eso?…
-Mucho….mucho, linda…te daré todo lo que deseas….¿Te parece poco?
-No…claro que no…al contrario…
-Pues ese será tu premio, vida…
-Ay Aldo…pero si ni siquiera sabes qué es lo que quiero de ti….
-Así es….pero no me importa….desde ahora te ofrezco hacer todo lo que desees…lo juro…
-Mmmm…pues no me parece mala idea….¿Pero qué has pensado?…¿Cuál es tu plan?….anda, dímelo, que estoy calentándome ya…
-Si, te entiendo….porque yo estoy igual…
-Entonces….¿Me lo dirás?
-Si…por supuesto…la idea que tengo es que esta misma noche desflore a Rubicita…y mañana te daré tu premio…¿Qué te parece mi oferta?…
-Vas a ver, cabrón de mierda….jajajajaja…..pero si ya se ve que la niña te trae loquito, no?
-Si…para qué negarlo…tú sabes que así es…
-Ujum…pues creo que yo tampoco podré negarme a complacer tu querella, mi amor…pero tendrá que ser como yo diga….
-¿Qué quieres decir, Elsa?….no te entendí bien…
-Te diré lo que haremos…tú desvirgarás a la niña y yo te ayudaré con eso que tanto deseas….pero con una condición…
-¿Cuál condición, linda?
-Que yo haga realidad mi deseo en ese mismo momento…
-¿En ese mismo momento?…no entiendo…
-Ya lo entenderás, amor…ya lo entenderás…así que o lo tomas o lo dejas…
-No, no…está bien, acepto…será como tú quieras…
-Perfecto…entonces prepararé todo para esta noche…
-Oh, gracias, linda…por eso te amo tanto….
-Yo también, Aldo…yo también…
-Bien…entonces hoy me saldré de la oficina más temprano para tener suficiente tiempo…¿Te parece bien?
-Si…me parece estupendo, amor…
-Bueno, linda….entonces te dejo…nos veremos a las nueve.
-Te esperaré….las dos te estaremos esperando…
-Muy bien…te mando un beso, linda….y otro para Rubí…
-Igualmente, amor…hasta luego.
-Hasta luego.
Corté la comunicación sentiendo un gozo inmenso dentro de mi ser. A partir de allí ya no pude concentrarme en el trabajo, y sólo anhelaba que llegara la hora para irme corriendo a casa. Cuando el reloj marcó las nueve ya estaba arriba de mi automóvil y con rapidez conduje hasta mi casa. Entré y subí las escaleras, encontrando como siempre a mi mujer con Rubí sentadas en la cama de nuestra habitación. Las dos me abrazaron con ternura y yo correspondí con sendos besos sobre sus mejillas. En seguida mi cachonda esposa me dijo:
-¿Qué deseas hacer, amor?….anda, dímelo… –comentó guiñándome un ojo con complicidad-
-Todo lo que te dije….eso es lo que quiero, linda…
-Muy bien…muy bien…entonces déjame preparar a la niña, si?
-Si, está bien…¿Quieres que me salga?
-No, no…quédate…será mejor así…
-De acuerdo.
Elsa tomó a Rubí y la sentó sobre sus piernas diciéndole:
-Linda…¿Recuerdas aquel jueguito que te conté que hicimos con mi tía Rebe en casa de su amiguita Ana?…
La niña se quedó pensando unos instantes y respondió:
-¿Cuál de todos, mami?…
-Oh si…tienes razón…te he contado muchas cosas, verdad, Rubí?…
-Si mami….por eso te pregunto cuál juego es…
-Bien…es aquel jueguito al que jugamos las tres…el del «juguetito»…¿Lo recuerdas ahora?
-Si…si…es ese de las correas con la cosita de hule, no?…
-Exacto…pues bien, linda….esta noche jugaremos a eso…
-Ay de verdad mamita?….si…yo quiero jugarlo…
-Si linda, y lo haremos….sólo que será de una manera un poquito diferente…
-¿Diferente?…¿Y cómo será, mamita?
-Ahora te lo diré…mira, Rubicita, tu papito participará también en el jueguito… tú serás la mujer y él será el hombre….y yo te ayudaré para que puedan jugar bien….sólo que nosotros lo haremos en forma distinta….¿Qué dices?
-Si…si…yo quiero, mami…
-De acuerdo…ahora ven que te quitaré tu ropita….tenemos que estar sin nada encima…y luego te pondré una venda en los ojitos, Rubicita, para hacer el jueguito más interesante…
-Ay, ¿qué lindo, mami…entonces será como el juego de la gallina ciega, no?
-Si, pequeña…será algo muy parecido a eso…dime, ¿te gusta?
-Si…si… –respondió Rubí llena de emoción y calentura-
La nena se bajó de inmediato de sus piernas y se colocó frente a mi esposa. Elsa comenzó a quitarle la ropa para después despojarse ella misma de sus propias vestiduras y luego ponerle una tela oscura sobre sus ojitos. Yo estaba tan caliente al verlas desnudas y a mi hija con aquel antifaz sobre su lindo rostro, que mi pájaro se me puso durísimo. Elsa me dijo con palabras dulces:
-Anda, amor…desnúdate todo….
Hice lo que me pidió y empecé a quitarme la ropa hasta quedar en cueros. Los ojos de Rubí se posaron de inmediato sobre la protuberancia de carne inflamada que sobresalía por encima de mis peludos huevos. La observé con detenimiento comprobando que en efecto la nena tenía la mirada vidriosa a causa del ardor que la visión de mi pito le producía. Ese detalle me cautivó animándome a llevar adelante mis perversos planes de cogérmela esa misma noche. Sin embargo, me abstuve de intervenir, dejando que fuese Elsa quien llevara la voz cantante. Mi mujer comentó:
-Bien, Aldo…creo que para este juego necesitaremos un catalizador muy especial….
-¿A qué te refieres? –le pregunté con manifiesto interés-
-Aceite de oliva, amor….aceitito muy suave y sutil….eso lo facilitará todo…
-Si…si… –le respondí gozoso-
Mi mujer se dirigió hasta el cajón de la cómoda y sacó un frasco con un líquido verdoso. Acostó a Rubí sobre el colchón con la cara hacia arriba y tomando el frasquito de aceite comenzó a frotarle la esencia en la parte superior de su rajita, para después hundirle suavemente uno de sus dedos embadurnados dentro de su breve e inviolada hendidura. Luego de dejarla completamente embarrada de su conchita tomó mi pene endurecido y lo llenó de aquél ungüento especialmente aceitoso hasta dejarlo todo humectado y brilloso. En seguida me comentó:
-Ahora, Aldo…viene mi parte….el cumplimiento de mis deseos…
-Oh si, linda…claro… –le contesté emocionado sin saber lo que me esperaba-
-Pero para ello quiero que hagas todo lo que yo te diga…
-Si..si…dime qué tengo que hacer, amor…
-Bueno…lo primero que haré será vendarte los ojos…
-¿Los ojos?…¿y eso para qué, Elsa?…
-Ay Aldo…es parte del juego que quiero hacer…tú solo deja que yo dirija todo, si?
-Mmm….bueno, está bien….aunque…
-Nada…nada…no hay excusas…recuerda tu promesa…
-Si…si…lo sé….y está bien, amor….haz lo que deseas…
-Oh si…esto será genial…ya lo verás…
Elsa fue de nuevo al cajón de la cómoda y sacó ahora un pañuelo negro que por lo visto había preparado de antemano para la sesión de esa noche. De inmediato se dio a la tarea de vendarme la cara alrededor de los ojos, para después escuchar de nuevo ruidos en el cajón de madera, como si estuviese maniobrando para sacar algo que yo desconocía. Fueron varios minutos los que se mantuvo en ese tenor, hasta que al fin oí su voz:
-Todo está listo, amor….anda, ahora te ayudaré a subiré a la cama…
-Pero….¿Cómo le haré con Rubí?….no puedo ver nada, amor…
-Oh, no te preocupes…yo llevaré las cosas…y les iré diciendo a los dos qué hacer….¿Está bien, cariño?
-Bueno….si…está bien…
Tomándome de la mano me condujo hacia el lecho. Una vez arriba me fue dando indicaciones para que me colocara a modo sobre el cuerpecito abierto de piernas de Rubí, quien me esperaba igualmente privada de su vista, hasta que sentí la pequeñez de su tierno cuerpecito debajo de mí. Elsa, con toda la parsimonia que le caracterizaba, se dio a tocarme el erguido falo que ya se levantaba retador y que rezumaba breves pero abundantes gotitas de licor en el hoyito de la cabeza. Habiendo considerado mi mujer que todo estaba a punto me dijo:
-Ahora, Aldo, pondré la punta de tu pito en la entradita de la cuevita de Rubí…
-Si…si… –le contesté lleno de euforia-
Ella tomó mi miembro y me fue empujando de la espalda suavemente al tiempo que yo me dejaba caer lentamente sobre el imberbe tesorito de la nena, a quien escuchaba suspirar como consecuencia del deseo y el ardor contenidos por la genialidad de aquel perverso jueguito familiar. A poco sentí que mi glande tocaba por fin la anhelante entradita del bollito sin pelos de mi hija. Fue entonces cuando Elsa me volvió a decir:
-¿La sientes, amor?….¿sientes la rajita de Rubicita pegadita a tu verga?… –me preguntó mi esposa-
-Si…si… –le contesté embramado-
-Perfecto…ahora se la irás metiendo muy lentamente….recuérdalo, cariño, tiene que ser poco a poquito…no quiero que la lastimes…
-Si…si, claro…
Abandonándome al peso natural de mi cuerpo me fui dejando caer con lentitud sobre la abertura apretadísima de Rubí, quien se estremeció de gozo al sentir el contacto de la suave textura de la cabeza de mi verga con la parte interior de los plieguecillos de su cuquita de niña. Allí me detuve unos instantes tratando de que su pasaje secreto se fuera acostumbrando a la incipiente penetración del invasor intruso. Al cabo de unos minutos que me parecieron siglos volví a empujar suavemente mi miembro en su diminuta rajita, la que sentía abrirse todo lo que podía sin que por ello mi grueso pito cupiera en su virginal conducto frontal. Sentí las manos de Elsa detrás de mi espalda que me empujaban lentamente sobre el precioso cuerpo abierto de Rubí, para después rodearme con sus brazos a fin de detener una probable e indeseable arremetida que pudiera provocarme obnubilación como consecuencia de la lujuria de aquellos sublimes instantes de penetración primeriza. A pesar de hallarme vendado sentí claramente cómo mi pito se abrió paso en la cavernilla aceitosa de Rubí, que ahora albergaba toda la cabeza de mi inflamado glande dentro de sus labios vaginales sin que profiriera por ello algún tipo de dolor. Como podía ver un poco por debajo de la oscura venda que tenía sobre la cara, pude apreciar que esta vez Elsa se fue sobre la abertura principal de la nena para ayudarla a abrirse más de piernas, poniendo especial atención en el accionar de sus manos alrededor de ambos labios de la cuquita de la niña, con los cuales fue abriendo hacia los costados los sedosos pliegues de sus labios superiores con la finalidad de facilitar la penetración.
Yo sentía que la leche amenazaba con salirse a borbotones de mis huevos; sin embargo y sin decirle nada a mi mujer, pude hacer un tremendo esfuerzo para contener el aluvión, centrando mis pensamientos justamente en el hundimiento de mi pene en aquel precioso conducto que tanto ansiaba desvirgar. Escuché cuando Elsa me dijo:
-Amor…ya puedes intentar entrar otro poquito más…
Yo ni siquiera le respondí sino que me dediqué a obedecer su petición impulsándome suavemente sobre la pequeña vulvita abierta y humectada, pudiendo ingresar un pedazo de pene en su interior. No cabía duda de que el aceite de oliva estaba ayudando a la perfección en la consumación de aquel acto desfloratorio, pues tenía mi verga tan resbaladiza que cuando la tomaba con mis dedos para sentir cómo estaba siendo aprisionada por el tesorito imberbe de Rubí, el pito se me iba de las manos. Igualmente, al tocar los bordecillos felposos de la nena, me daba cuenta de la abundante liquidez que brotaba de sus contornos prohibidos, lo cual me despertó una brama tan indecible que está de más tratar de describirla. Al cabo de algunos minutos de permanecer en la misma posición sin moverme para nada, Elsa volvió a la carga abriendo lo más que podía las piernas de la niña al tiempo que insistía con sus manos alrededor de sus verijas intentando abrir más el obtuso vértice de sus piernas, a fin de que mi tranca inflamada tuviese mayor cabida en el laberinto virginal de mi hija. Habiendo insertado más o menos un cuarto de verga en su interior, Rubí ni siquiera hacía muecas sino que se mantenía con su típica sonrisa infantil aflorando en su rostro al tiempo que sus ojitos se ocultaban bajo la tela del antifaz. Era obvio que la nena estaba disfrutando al máximo aquel jueguito sin siquiera imaginarse lo que le esperaba. Después de mantenerme estático por un rato disfrutando de la deliciosa prisión alrededor de la punta de mi parado pito, Elsa volvió a decirme con voz suave:
-Cariño….empújasela otro poquito…sólo un pedacito más…
Como si fuese un robot que sólo obedece por impulsos las órdenes de su ama, me dejé caer sobre las piernas abiertas de Rubí para ingresar otro pedazo de carne caliente dentro de su precioso tesoro inexplorado hundiéndose en esta ocasión más de la mitad de mi pájaro vibrante dentro de su breve laberinto caliente. Yo esperaba algún quejido de dolor de mi hijita al sentirse empalada con más de la mitad de mi verga en su interior, sin embargo Rubí no emitió queja alguna, lo que me hizo pensar que quizás no sentía tanta molestia debido a que yo no era, como lo he dicho, un dechado de virtudes en términos de dotación penil. Lo cierto es que, y debo decirlo, mi pene es de tipo estándar, más bien tirando a un tamaño pequeño, a más de la extrema delgadez del tronco, lo que seguramente significaba en ese momento una gran ventaja para llevar adelante mis planes desvirgatorios. Mi sagaz esposa sabía muy bien eso y por supuesto comprobaba lo mismo que yo al observar que Rubí no mostraba hasta el momento ninguna reacción dolorosa, por lo cual me animó esta vez a meterlo por completo en la ansiosa rajadura de mi hijita, diciéndome:
-Anda, Aldo…ahora sí méteselo todo….parece que no le molesta…
-Ujum…. –alcancé a bufar presa de la más alta excitación-
Deseando aprovechar las circunstancias me impulsé hacia abajo con fuerza al tiempo que Elsa me empujaba por detrás para que el embate final fuese contundente. Fue en ese instante que ambos escuchamos el estremecedor alarido de Rubí, quien lanzando gritos de dolor comenzó a aullar con delirio implorándome entre sollozos:
-Noooo….noooo…..no quierooo…..me dueleeeeeeee….sácame esooooo….sácameloooo, papitoooooooo….sácamelooooo que me dueleeeeee….
De momento los lloriqueos de la nena me causaron espanto y estuve a punto de replegarme hacia atrás para sacar mi falo endurecido que ahora se hallaba perdido en los intrincados pliegues color de rosa de Rubí. Mas Elsa, experta conocedora de las clásicas reacciones de una desfloración, me contuvo poniendo sus dos manos en mi espalda al tiempo que me espetaba:
-No, Aldo…ya está adentro…si se la sacas ahora será más doloroso….anda, amor…comienza a moverte sobre ella lentamente….pero no se la saques para nada….
Tomando confianza al escuchar sus palabras, me di a moverme suavemente de un lado hacia otro con la esperanza de que la niña no acusara un efecto mayor. Pero mi intento fue inútil, pues Rubí siguió gimiendo y lloriqueando con fuerza en tanto profería una serie de quejidos alusivos al tremendo dolor que sentía, y que sólo le hacían anhelar no tener mi verga dentro de su rota conchita.
-Nooo…noooo….ayyyy…….ya sácamelaaaaa….sácamelaaaa…..ayyyyy….ayyyyyy……me duele muchooooo….papitoooo…sácamelaaaaa….ayyyyyy….ya nooooooo…..
Pero mi mujer, que conocía muy bien las causas y los efectos de un acoplamiento semejante, sin decir palabras me siguió empujando por la espalda sobre las piernas abiertas de Rubí, quien continuaba con sus estremecedores gritos de auxilio con su carita inundada por las lágrimas. Yo por mi parte continué moviéndome ansioso dentro del coñito apretujado de la niña, la cual ahora sí ya sentía empalada hasta las cachas con mi parada verga perdida en su interior, que esta vez acababa de ser roto para siempre. Entre bramidos de lujuria que salían de mi boca y gritos de dolor que exhalaba Rubí, se consumó por fin la desfloración tan ansiada, en tanto mi mujer no dejaba de empujarme con fuerza sobre el cuerpecito de la pequeña, que ahora se hallaba hundido sobre el colchón y perdido por completo bajo el peso de mi sudoroso cuerpo.
Habiendo considerado que los razonamientos de Elsa eran acertados, no dejé de moverme sobre ella ni un instante, lo que provocó que poco a poco su tierna hendidura abierta se fuese adaptando al intruso desflorador que tenía hundido dentro, lo que pude constatar muy pronto al irse transformando sus gritillos de dolor en suspiros intensos. Era evidente que Rubí comenzaba a acusar ahora el gozo de la penetración, pues en un momento dado comenzó a moverse suavemente bajo de mí en un vano intento por autopenetrarse más. Pronto sentí sus bracitos alrededor de mi espaldilla, al tiempo que ella se abría más y más ante mis furiosas y violentas acometidas, restregándome sus uñitas infantiles sobre la piel de mi cuerpo. Fue en ese mismo instante que sentí el dedo de mi mujer untándome el aceite alrededor de mi esfínter. La caricia de momento me dejó perplejo y quise voltear para ver lo que sucedía, pero la venda que tenía puesta en la cara me lo impidió. Elsa, sabedora de mi reacción, no cejó en su empeño y continuó embadurnándome de aceite la entrada de mi trasero. Al experimentar por primera vez la intrusión de sus dedos alrededor de mi culo, quise reprimir en primera instancia el sabroso cosquilleo que sus tocamientos me causaban, pero siendo Elsa una experta en las artes manipulatorias, pronto abandoné el sentimiento de rechazo que se convirtió rápidamente en un deseo incontrolable por que me siguiera tocando el culo. Sentí su dedo ingresar lentamente en el oscuro y peludo pasadizo secreto, que se empezó a mover en suaves círculos ayudado por el catalizador aceitoso. Mientras me deleitaba con aquel extraño toqueteo, yo continuaba hundido en la hendidura de Rubí, quien a esas alturas se había convertido en una perrita embramada con mi dura verga metida entre sus piernitas. Puse mi mente en la intensidad de sus suspiros y me di cuenta que la nena había pasado del dolor a la lujuria, pues se movía y removía debajo de mi como una víbora ensartada, manteniendo ahora sus dos pequeñas piernitas alrededor de mi cintura, como indicándome con ello que no la dejara de penetrar. La leche fluía con ardor dentro de mi tronco enhiesto anunciándome la proximidad del clímax, por lo que no me pude contener más y exploté dentro de la cuquita de Rubí, la que comenzó a palpitar ahíta y atravesada estremeciéndose una y otra vez al tiempo que mi verga entraba y salía con furia de su interior.
No había acabado aún de soltar el caudal lechoso dentro del conejito de Rubicita cuando sentí por detrás el ataque. Era Elsa, que me había puesto una cosa dura dura en el centro de mi culo, dejándose caer con fuerza sobre mis espaldas. El grito de dolor que me provocó su embestida no se hizo esperar, e intenté deshacerme de aquel aparato vibratorio que ya se había hundido hasta la mitad en mi conducto trasero. Pero Elsa, previendo quizás mi reacción, me abrazó con fuerza y no me permitió deshacer el nudo corporal en que nos habíamos convertido los tres, empujando con violencia aquella tranca de látex, la que se perdió irremisiblemente en mi laberinto oscuro. Ante las tercas arremetidas que mi mujer efectuaba tras de mi, tuve que abandonarme finalmente al delicioso escozor que aquella verga artificial me producía, lo que ocasionó que mi pito se mantuviera erecto dentro de la conchita recién desflorada de mi hija, viéndome obligado a continuar bombeándole la inflamada verga en su interior. La nena ni por enterada se dio de aquel último juego que mi esposa había iniciado en mi popa, sino que volvió a deleitarse con mis acometidas dándose el primer banquete de pene de su vida. Elsa, mientras tanto, no cejaba en su empeñoso accionar entrando y saliendo con aquel pito de hule hundido en mi culito, que ahora se abría palpitante para recibir gozoso al invasor de látex que mi mujer movía de un lado para otro sin misericordia alguna. Dándome cuenta de lo inevitable, y comprendiendo que era aquello el regalo misterioso que mi esposa ansiaba, me relajé lo más que pude dispuesto a disfrutar de aquella triple matanza que los tres escenificábamos, pues mientras Rubí recibía con regocijo mi duro pito en su imberbe cuquita, yo estaba siendo atacado al mismo tiempo por una verga extraña en mi culo, que ahora había sido también desflorado por igual; al tiempo que Elsa se regodeaba con su papel de macho cogesor entrando y saliendo de mi túnel trasero.
De haberse presentado la oportunidad de admirar el triple acoplamiento, cualquier observador imparcial hubiese tenido que admitir el atípico y tríptico aquelarre sexual en que nos habíamos convertido, ya que por un lado Rubí se quejaba intensamente, pero no de dolor sino de brama, mientras yo exhalaba ansiosos gemidos de placer y de lujuria, en tanto Elsa, con su tranca artificial perdida en el interior de mi culo, profería por igual una sarta de frases obscenas que por alguna razón me hacían recordar la cachondez de su ardiente tía Rebe. De manera que totalmente entregados al placer y al desenfreno, toda la familia se estremecía de gozo ante el inusual ayuntamiento, moviendo nuestros cuerpos con extraño frenesí impulsados por aquella frenética brama incestuosa que sólo se presenta cuando existe un auténtico y genuino desborde de los sentidos, como el que nosotros tres experimentábamos. Fue por esta causa que, más pronto de lo que hubiésemos deseado, volví a descargar mi torrente lechoso dentro de la inundada rendijita de Rubí, impelido por la fogosa penetración de aquella verga misteriosa dentro de mi estremecido culo, en tanto Elsa gritaba y gritaba de placer autogozándose hasta el delirio de su inocultable protagonismo masculino. Cuando hubimos acabado, tanto mi mujer como yo nos dejamos caer exhaustos sobre la cama a un lado del cuerpecito estremecido de Rubí, quien permanecía con las piernas abiertas como anhelando más verga. Pero yo no podía más. Esta vez sí que me había descargado por completo sin que me quedara ni una sola gota de leche en mi depósito testicular. Mi esposa aprovechó el momento para quitarme la venda y luego hacer lo propio con Rubí, a quien veía sonreír de gozo causándome todo ello un placer indescriptible. Si, la desfloración se había consumado. Pero tenía que admitir que en realidad había sido un desvirgamiento doble, reconociendo igualmente que yo, a final de cuentas, había tenido que pagar un alto precio por desflorar a mi propia hija. Si. Había sido un precio caro, pero muy novedoso y estimulante: El precio de mi propio desfloramiento. El precio del desfloramiento de mi propio culo a manos de mi propia esposa.
Nuestros cuerpos sudorosos y extasiados de placer permanecieron por largo tiempo tendidos sobre el colchón sin que ninguno de los tres pronunciáramos palabras. Y en realidad no había necesidad de hacerlo. Después de todo y habida cuenta de lo que acababa de suceder, lo cierto es que los tres nos habíamos prodigado las más intensas sensaciones jamás vividas y con eso bastaba. Me puse a pensar que todo aquello prometía, y prometía mucho. Si. No había duda. Hacía demasiado calor. Era verano.
Deliciosoooo !!