Una tarde de padre e hija
La tarde comienza en un ambiente de relativa calma. Iván está en casa, en lo que parece ser un día cualquiera. Está tirado en el sofá, su perra se le acurruca cerca, y su teléfono está inundado de mensajes en el grupo de WhatsApp del trabajo. Él lo llama en broma «el zoo» porque todos tienen apodos .
Pero pronto su hija, Sofía, interrumpe esta escena. Sofía, de ocho años, entra en la sala con su mochila en la espalda y una revista adolescente mientras le cuenta con entusiasmo sobre los chicos de su clase. Apenas unos meses atrás, parecía una niña pequeña. En el colegio, le gusta charlar sobre chicos y empieza a soñar con su primer amor, algo que desconcierta a Iván, aunque trata de ocultarlo con una sonrisa. Escucharla hablar de sus intereses amorosos lo hace sentir un extraño nerviosismo, como si ese interés fuera un recordatorio de lo rápido que Sofía está creciendo y alejándose de él.
Mientras ella le cuenta sobre un chico en su clase, Iván intenta centrarse en lo que dice, pero se ve abrumado por una mezcla de emociones. Su hija, que hasta hace poco le pedía ayuda con los deberes o le hablaba de sus juguetes, ahora está interesada en otras cosas, un mundo en el que él se siente torpe e incómodo. Sofía, con su inocencia y curiosidad, lo enfrenta sin saberlo con las cosas de las que él se ha desconectado: el amor, la vulnerabilidad, la vida en su sentido más humano.
Este momento lo toma por sorpresa. Le gustaría compartir y guiar a Sofía en esta nueva etapa de su vida, pero se da cuenta de que su propia capacidad de conectar emocionalmente está dañada. La culpa y el distanciamiento que siente por su trabajo lo hacen torpe al momento de hablar de temas tan simples y universales. Trata de responderle con palabras de aliento, diciéndole que debe ser ella misma, pero siente que el consejo suena vacío.
Cuando Sofía finalmente se retira, dejando atrás el eco de sus palabras y una estela de energía juvenil, Iván queda solo en la sala. Siente un nudo en el estómago, sabiendo que cada día que pasa, ella se está volviendo más independiente. Mientras observa cómo Sofía se aleja, Iván entiende que también está perdiendo una oportunidad de ser un verdadero apoyo para ella.
Después de un rato, Iván decidió que lo mejor sería salir de la casa y caminar un poco con Sofía para despejarse. Se levantó del sofá y se acercó a la puerta de su cuarto, llamándola suavemente.
—Sofía, ¿quieres salir a caminar al parque?
Ella asomó la cabeza, sin pensarlo demasiado, Sofía asintió y, en pocos minutos, ambos salieron de la casa y se dirigieron al parque del vecindario.
El parque, con su césped verde y los columpios rechinantes, estaba tranquilo. Sofía se subió de inmediato a los columpios, empujándose con fuerza para alcanzar más altura. Iván la observaba desde una banca cercana, recordando lo simple que era ser niño, sin el peso de las decisiones difíciles, sin remordimientos que cargaran en la espalda. Mientras la veía balancearse, con el viento alborotándole el cabello, algo en su interior se agitó.
Después de unos minutos, Sofía se deslizó del columpio y caminó hacia su padre. Se sentó a su lado en la banca, mirando el cielo que comenzaba a teñirse de colores naranjas y rosados.
—Papá —dijo Sofía de repente, rompiendo el silencio—. ¿Tú crees que todos cometemos errores?
Iván se quedó en silencio, tratando de procesar lo que Sofía acababa de decir. Su respuesta natural había sido un simple «sí» a su pregunta sobre los errores, pero esa afirmación no hacía más que intensificar sus dudas. ¿Por qué le preguntaba algo así? Había algo en su tono, en la forma en que había formulado la pregunta, que lo inquietaba profundamente.
—¿Has cometido algún error? —le preguntó, tratando de sonar casual, aunque la curiosidad y la preocupación empezaban a filtrarse en su voz.
Sofía lo miró un momento, con esa expresión enigmática que solo tienen las niñas cuando están a punto de confesar algo.
—Soy una jovencita, papá —le respondió, con una mezcla de inocencia y picardía que descolocó a Iván—. Me han dicho que soy un bomboncito para los hombres… que les doy morbo.
Iván sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Su hija, su pequeña Sofía, hablaba de sí misma de una forma que nunca había imaginado escuchar. Era como si, de repente, se encontrara frente a una versión de ella que no conocía, una versión que había empezado a ver el mundo con ojos nuevos, y no precisamente inocentes. ¿Acaso Sofía ya estaba despertando esa clase de interés en otros?
—¿Quién te ha dicho eso? —preguntó Iván, tratando de controlar el temblor en su voz.
Iván la miró sorprendido, sin poder ocultar la mezcla de incredulidad y enojo que empezaba a formarse en su interior. No podía creer que alguien se hubiera atrevido a decirle algo así a su hija, y menos que ella lo tomara con tanta normalidad.
—¿Quiénes son esos chicos? —pregunté, tratando de sonar calmado, aunque mi voz traicionaba el enfado que sentía—. Sofía, nadie debería hablarte así, ¿entiendes? Eso no está bien.
Sofía le miró como si no entendiera del todo mi reacción, y por un momento pareció titubear.
—No es para tanto, papá —dijo, encogiéndose de hombros—. A veces se ponen a bromear y… no sé, me dicen esas cosas. Dicen que soy «linda» o «bonita» y que eso es… normal.
Iván respiró profundamente, intentando calmarse. Sabía que tenía que elegir bien sus palabras. No quería que sintiera que la estaba regañando a ella, pero necesitaba que entendiera el peso de esas palabras y la importancia de cuidar su espacio y su valor propio.
Mientras le decía esto le tocaba la espalda y la acariciaba, llegaba a la altura de sus nalgas.
Al cabo de un rato, Iván notó que el parque se había llenado de gente. Niños corriendo, padres paseando y otros vecinos que habían salido a disfrutar del atardecer. Fue Sofía quien, al percatarse, le dio un suave empujón.
—Papá, creo que ya es hora de irnos —le dijo con una sonrisa ligera.
Iván asintió, algo perdido en sus pensamientos. Mientras se levantaban de la banca, Sofía le cogió la mano con naturalidad y lo guió de regreso hacia casa. Iván se dejó llevar, sintiendo el peso de la conversación anterior.
En casa, Iván le propuso a Sofía ver una película. Ella aceptó con entusiasmo, y ambos se acomodaron en el sofá, una manta sobre sus piernas. La luz tenue de la televisión iluminaba sus rostros mientras la trama de la película comenzaba a desarrollarse.
Al principio, la compañía era tranquila, pero a medida que avanzaba la película, la atmósfera se tornó más relajada y cómoda. Se reían de las situaciones cómicas y comentaban sobre los personajes, y poco a poco, las conversaciones se volvieron más informales, llenas de complicidad.
Mientras la historia se deslizaba por la pantalla, Iván notó que, en momentos de tensión, Sofía se acercaba un poco más a él, como buscando un refugio. Él, sin darse cuenta, también comenzó a disfrutar de esos pequeños toques, esos roces inocentes que antes no habrían significado nada, pero que ahora parecían cargar el aire de una nueva intimidad.
A medida que los minutos pasaban, Iván se sorprendía de lo mucho que había crecido su hija. Sofía, con sus comentarios perspicaces y su risa contagiosa, parecía haber cruzado un umbral de madurez que él no había anticipado tan pronto. Cada gesto de ella lo hacía sentir una mezcla de orgullo y nostalgia; recordaba los días en que su pequeña apenas podía hablar.
Poco a poco había piqueos y confianzas, toqueteos y roces, ella se prestaba e Iván estaba probando la madurez de Sofia y se sorprendía con sus actitudes, donde aprendió esto? se preguntaba. Poco a poco tras unos 15 minutos de película, Tapados con las cobijas, las manos de Iván tocaban las tetitas, y la vagina de Sofia , Pero no pasaban de allí, no quería llegar a más.
-Sofia querida, déjame jugar un poco- dijo Iván desabrochando su cinturón y bajando el cierre, sacando su grueso pene. Sofia inmediatamente lo tomo con sus manos, y allí, en ese instante, Iván pudo comprender que no era el primero que su hija veía. Sofía no le quitaba la mirada al pene de su padre y lo masturbaba con suavidad, o lo acariciaba porque quizás no comprendía con certeza lo que hacía. Pero, al tener el pene ya erecto, se agacho, lo tomó de la base y lo introdujo en su boca, rodeándolo con sus labios húmedos y rosados para empezar a mamarlo.
Iván tenía un pene bastante grande y no era físicamente posible que entrara en la boca de Sofía, sin embargo ella lo intentaba y él también, pues subía sus caderas intentando penetrarla, pero Sofía no podía abarcar mas que una parte de su cabeza adentro.
Iván la tomo del cabello y la hizo enderezarse, la besó en la frente y Sofía sentía la dulzura y calidez de su boca. Iván se puso de pie y comenzó a subirse nuevamente su pantalón, pero Sofía le sujetó de la mano.
Nadie debe saber esto hija, dijo en ese momento Iván, mientras se arrodillaba a los pies de su hija y volvía a tocar su vagina sobre su ropa, poco a poco la masturbaba. Sofía comenzaba a expresar tiernos gemidos y su cuerpo se movía pidiendo más, hasta que su calzoncito se mojó levemente. Iván la llevo al baño para que dejara su ropa sucia en el cesto y luego con su vagina ya desnuda se la beso, introduciendo su lengua por cada pliegue de esta. Papá, decía ella entre gemidos leves, Iván sabía en ese momento que esto se convertiría en una adicción para él.
Todo iba bien, Sofía intentaba tocarse al mismo tiempo, Iván entonces le preguntó si se tocaba estando solita, Sofía le respondió que sí, cuando nadie la miraba, eso le excitó, Iván le dije que no lo haga fuera de casa, que era peligroso, mientras seguía haciéndoles sexo oral a su pequeña hija, hasta que volvió a sentir como se mojaba con sus líquidos infantiles.
Fin de la parte 01…
(Tener en cuenta que esto es un relato ficticio, se reciben sugerencias para su continuación)
Sigue, por favor.
La exploración de sus cuerpos me está encendiendo el morbo.
Luego que ella le cuente sus primeras experiencias con algún compañero o profesor con «clases privadas «.
La entrega del uno al otro podría ser un buen final.
En escritura la parte dos