Verito — Capítulo II
Historia de cómo una chica inocente va descubriendo el sexo de una manera inusual..
Capítulo II: El Rafa
Me quedo allí parada, confusa, siento como suena la puerta al cerrar y me largo a llorar con rabia y vergüenza. Corro a mi dormitorio y me tiro a la cama, ¡me siento tan sucia!, ¿¡Cómo pude hacer algo así!?. Me limpio la cara con una orilla de la sábana dejándola manchada de esa cosa asquerosa que aún llevo pegada en mi cara. Más rabia me da. Entre sollozos me paro, salgo al pasillo y me dirijo al baño.
Me quito la bata y me meto a la ducha nuevamente. Me restriego con furia queriendo sacar la mancha invisible que me cubre, pero ésta no sale. Trato de serenarme y no caer en descontrol, tengo que pensar. Sí, todo está bien, no ha pasado nada malo, tengo que vestirme para preparar el almuerzo así es que salgo de la ducha y me seco con una toalla muy suave que acaricia mi cuerpo. Me miro al espejo y recuerdo que allí estuvo ese hombre. Me horrorizo. No, no me horrorizo, mi mente me juega malas pasadas. Miro la puerta y veo el ojo de la cerradura. La luz del pasillo se filtra.
—Después de todo no fue tan malo —pienso—, nadie lo sabrá.
En realidad si yo no le digo a nadie, nadie lo va a saber —me convenzo—, y eso cambia mi ánimo. Es cierto que todavía me siento confundida, tengo sentimientos encontrados con eso que pasó, pero también, para qué negarlo, me siento feliz, me dio tanto gusto chupar aquella vara de carne caliente, ¡fué tan rico! Recuerdo el sabor cuando me puse la cabecita en la boca, tan húmeda, tan suave y ese aroma tan peculiar que no puedo olvidar. También tengo el sabor de la crema esa pegada en mi garganta. Me tragué casi todo eso. Pienso, ¿será malo?, a lo mejor me enfermo. ¡Ay! ¡por qué me pasan estas cosas a mí! Paso mi lengua por el paladar y trago saliva y el sabor aún está ahí. ¡Qué rico sería que me hubiera dado más!, ¡NO! ¡NO PUEDO PENSAR ASÍ!
Mientros me visto en el dormitorio pienso que me gustaría tanto tener de esas braguitas que salen en las revistas de Avon, pero mi madrina nunca me compra de esas, así es que tengo que usar mis calzones pasados de moda. Me pongo una faldita, un sujetador y una polera holgada encima. Enseguida me cepillo el pelo y me maquillo un poquito, no mucho porque si no mi madrina me reta. Mientros me miro al espejo juro que nunca más he de pasar por algo así en mi vida, pero un minuto después lo pienso mejor y me prometo que si algo así ocurre nuevamente, nadie ha de saberlo, ¡no quiero que piensen mal de mí!
Soy buena cocinando, me enseñó mi madre y luego mi madrina. Mi padrino dice que hago pura comida para pájaros, pero no es cierto, lo que pasa es que a veces él viene a almorzar a casa aprovechando que yo estoy de vacaciones y prefiere cocinar él, ¡claro que él hace puras cosas que engordan! ¡qué rabia!
Una hora después ya me siento mucho más tranquila y decido ir al almacén a comprar algo de laurel, pan y algunas verduras que faltan; a lo mejor diviso al Rafa, ¡qué lindo sería!
Allí está, conversa con alguien, tal vez un amigo. Tengo que pasar frente a su casa, no hay más remedio. Él me ve, pero sigue conversando. Cada tanto gira su cabeza para verme, creo. Su amigo me mira y le dice algo. Rafa también me mira y yo me siento desfallecer, bajo la cabeza y sigo caminando. Alcanzo a escuchar al amigo del Rafa diciendo algo así como «——— tú espera aquí».
El amigo del Rafa me sigue, aunque… no, no me sigue a mi, me pasa y camina delante mío. Entra al almacén y yo entro justo después de él. Hay más gente, así es que me pongo a elegir la verdura. Él también parece buscar algo muy cerca mío y yo de reojo veo que mira sonriente.
—Hola —me dice.
—Hola —le respondo— es lindo él, se ve simpático.
—¿Tú vives por aquí cerca, no?
—Sí
—Ah, claro… el Rafa me ha contado.
—¿Quién?
—El Rafa, el amigo con quien estaba conversando recién.
—Ah
—¿Tú lo conoces a él, no?
—Ehh, sí, pero… o sea… no.
—Bueno, sí o no —ríe.
—Ehh, sí, pero nunca hemos conversado, no somos amigos.
—Ah, bueno, pero tampoco nosotros somos amigos y aquí estamos conversando, me contesta con una amplia sonrisa. Me llamo Diego.
—Vero, le respondo ya con más ánimo como para sonreir también.
Me acerco al mesón, pido el pan y me ponen la verdura en una bolsita plástica. Pago y salgo. Quise despedirme pero él se dirige a la salida conmigo, me cuenta que él vive en otro barrio, pero que vino a invitar al Rafa. ¿Invitación a qué?, me pregunto, pero callo. Me siento tan tonta, nunca sé qué decir, ¡qué rabia ser tan tímida!. Nos acercamos a la casa del Rafa, él sigue parado ahí y nos mira mientras su amigo sigue caminando conmigo y no parece tener intenciones de cruzar a su acera. Cuando llegamos frente al Rafa me dice que espere y me toma del brazo.
—Hey Rafa! —le grita, señalándole que se acerque—. ¡Me quiero morir!, ¡que me trague la tierra ahí mismo! Rafa se acerca sonriendo. Yo lo miro sólo por un segundo, luego miro a su amigo y me quedo ahí sin saber qué decir mientras él llega a nuestro lado.
—Oye, le dice su amigo, quería presentarte a Verito.
—Hola —me sonríe y acerca su mejilla.
—Hola —respondo— y nos saludamos de beso y su olorcito me invade los sentidos.
Me acompañan hasta la puerta de mi casa. Diego se despide de mi y de Rafa. Este último se queda parado junto a mí. No sé qué hacer. Él me menciona que hace calor.
—¿Quieres pasar a tomar una bebida?
—Bueno —me dice.
¡Me siento tan inadecuada! Ojalá yo tuviera más personalidad y pudiera afrontar las cosas con mayor naturalidad, aunque él tampoco se ve muy cómodo, a decir verdad.
Ya terminó el colegio y ahora trabaja ayudándole al papá. De eso me entero cuando ya tomamos confianza como para decir algo, porque entre los dos somos un atado de nervios. A todo esto, me he olvidado del almuerzo y ahora estamos ambos sentados en la sala, conversando. Él tiene 18 años y se sorprende de saber que yo solo tengo 14. —Pensaba que tenías 16. Yo sonrío (me halaga saber que me confundió por alguien mayor). En ese momento me siento tan feliz, que siento cosquillitas en la barriga y no me acuerdo en absoluto de lo que pasó un rato antes con el pordiosero, me siento tan contenta que sonrío sin motivo.
—Tienes una linda sonrisa —me halaga.
—Gracias, tú también —replico.
Sonreímos ambos y luego callamos y nos miramos.
—Te pued…?… ambos lo decimos a la vez y nos largamos a reir. Estamos sentados en el sofá y él toma mi mano, me mira a los ojos y me dice que le gusto. Yo a duras penas levanto la vista y, sonrojada, le susurro que él también me gusta. Me atrae hacia él y cierro los ojos.
Se siente tan rico. Besa mis labios con suavidad y me dejo llevar. Con una mano acaricia mi nuca y con la otra me abraza por la espalda, yo toco su brazo mientras un remolino de sentimientos se apodera de mí. A las cosquillas en la barriga se agrega un leve estremecimiento en todo mi cuerpo, una especie de descontrol, pero un descontrol que me hace sentir bien. Su brazo lo siento tan varonil, fuerte y con muchos pelitos que toco con las yemas de los dedos. Lo acaricio y me imagino cosas con él, ¡me siento tan dichosa! Los pelitos de la nuca se me erizan con sus dedos que hacen círculos deliciosamente placenteros. Es tal cual lo imaginaba, ¡Rafa!, ¡te quiero!, el grito sólo retumba en mi mente, sus labios no me permiten decir nada. Se separa de mí y me mira fijamente a los ojos.
—¿Quieres pololear conmigo? —me susurra.
—¡Sí, sí! —le digo yo con mis mejillas encendidas.
Me embarga tal emoción que ni siquiera me acuerdo de lo que pasó hace sólo un par de horas atrás. Tampoco quiero echar a perder el momento sublime que estoy viviendo con ese deseo que me aqueja tan frecuentemente, aunque igual le dedico un par de pensamientos y, la verdad, no siento que haya sido algo malo realmente, al contrario, pero también sé que Rafa no haría algo así, él es distinto y no lo imagino teniendo esos pensamientos cochinos.
Al final quedamos en que hablaríamos con mis padrinos para que me den permiso para pololear con él. ¡Mi padrino!, ¡Oh!, debe estar por llegar. Se lo digo a Rafa y éste me dice que mejor se irá para que no lo encuentre allí y volverá en la tarde cuando estén ambos… pero no alcanza a decir eso y suenan las llaves en la puerta, mi padrino entra y se queda parado mirándonos muy serio.
—¡Hola, padrino! —lo miro con indisimulada felicidad.
—Hola mija —me responde mirando a Rafa con curiosidad o fastidio, no sé.
—Padrino, tengo algo que decirle.
—¿Si?, ¿y qué será?
Miro a Rafa y sonrío.
—Padrino, él es Rafael. Es el vecino de la cas…
—Sé quién es, mija, hola Rafael, le extiende la mano.
Rafa lo saluda y un poco atropelladamente le explica que él y yo desde hace un tiempo nos gustamos y que quería pedirle permiso para pololear conmigo. Mi padrino no dice nada, pero yo sé que él, por lo anticuado que es, se siente bien por lo que Rafa le dice ya que él siempre anda hablando de que los jóvenes de hoy no tienen respeto, etc, etc, Me pide que vaya a la cocina y se quedan ambos conversando en la sala. Espero que Rafa no se ponga muy nervioso ya que mi padrino es bien mandón.
¡Me siento tan feliz!, mi padrino no ha dicho que sí, pero yo sé que aceptará porque dijo que hablaría con mi madrina primero y yo sé que eso significa que sí porque… ¡quién mejor que Rafa? Además ya va siendo hora que yo tenga amigos, eso no se le puede prohibir a nadie. Acompaño a Rafael a la puerta y le doy un beso en la mejilla (es que con el padrino hay que tener mucho respeto).
Me uno a mi padrino en la cocina y lo abrazo feliz. Él me abraza también, un tanto sorprendido. Mi mejilla roza los pelitos de su pecho que sobresalen por la camisa y nuevamente uno de esos pensamientos me ronda la cabeza. Me dice que me quiere mucho, pero que no le parece bien que ese muchacho esté a solas conmigo en la casa. Yo solo sonrío y le digo –¡Sí, padrinito!, y me empino a darle un beso en la mejilla justo en el instante en que él da vuelta su cara y… sin querer lo besé en sus labios, pero él simula que no fue nada y nos ponemos manos a la obra para cocinar, sin embargo, de reojo me parece notar que el bulto del padrino está más prominente y me acuerdo del pordiosero. ¡Ay!, ¡por qué hice eso!, me recrimino.
Luego mi padrino se va a dormir la siesta y me pide que lo despierte en una hora más y yo me pongo a lavar los platos y a hacer aseo, porque con los eventos de la mañana, ni me acordé. Luego veo mi telenovela favorita, bueno, en realidad no es mi favorita, pero igual la veo.
Ya pasó más de una hora y tengo que despertar a mi padrino, pienso, así es que me paro y me dirijo a su cuarto, abro la puerta y entro. Mi padrino duerme un poco encogido de frente a mi, ¡llega a roncar!, ¡pobrecito, trabaja tanto!
—Padrino —lo llamo.
—Mmmhh —rezonga— mientras levanta una pierna y se estira, pasando a llevar con ese movimiento la colcha que lo cubre.
—Padr…, se me atraganta el llamado en la garganta. Ese movimiento lo ha dejado descubierto y si bien no está desnudo del todo, sí se ha acostado sólo con un calzoncillo de esos de pierna ancha que usa él. Eso no tendría nada de malo, pero se ha retorcido dejando salir su miembro por un costado. Yo me quedo estática mirándolo, tiene una cosa rotunda y morena. Su cabecita con forma de hongo está cubierta de un pellejo grueso y apenas se deja ver. Me acuerdo del pordiosero, se le parece mucho. Por mi mente pasan escenas de lo que hice esa misma mañana y pienso qué se sentirá chupársela al padrino, pero ¡de inmediato me arrepiento de pensar eso! ¿Es parecer mío o la cabecita del pene ahora está más descubierta?, mmm, no, no es mi imaginación, esa cosa se está agrandando cada vez más. ¡Oh, Dios!, ¡¿cómo puede crecer tanto eso?!, las bolas parecen moverse, distenderse, engrosarse. Miro a mi padrino y creo ver que cierra los ojos. Rápidamente salgo de la pieza con la imagen de la pichula firmemente grabada en mi mente y decido volver y tocar.
—Ya voy… —me contesta mi padrino con voz adormilada.
Al rato después aparece en la sala listo para irse a su trabajo nuevamente, yo miro su entrepierna y no parece tan grande como antes, pero aún así se nota. Mi padrino se la arregla con una mano y como si nada se acerca a mí, me levanta el mentón y me da un beso que roza mis labios y me recuerda que no quiere que deje entrar a nadie a la casa mientras esté sola.
En la tarde Rafa no viene a la casa. Me siento insegura. En cuanto llega mi madrina, le cuento todo, bueno, todo lo que pasó con el Rafa, es decir, casi todo; la parte de que le va a pedir permiso para que me deje pololear con él nada más. Mi madrina me hace muchas preguntas, pero no parece enojada ni mucho menos. «Si supiera su mamá con quién quiere pololear», se le escapa entre dientes. No sé por qué dijo eso, pero se vuelve hacia mí y me dice que tendrá que conversar con Maroto (mi padrino se llama Mario, pero mi madrina le dice así vaya uno a saber por qué).
Toda esa tarde estuve muy nerviosa, sin saber qué decidirían mis padrinos, pero de repente mi madrina se acerca y me cuenta que han decidido dejarme pololear con «el muchacho». ¡Salto de felicidad! Abrazo a mi madrina y le doy un beso y luego abrazo a mi padrino y le doy uno a él también, pero esta vez le doy un besito en la cara. Ojalá Rafa estuviera aquí, no sé por qué no ha venido.
A la hora de dormir me acuesto asaltada por los pensamientos de todo lo que ha ocurrido aquél día. ¡Qué día tan peculiar!; le chupé la cosa a un pordiosero, ¡también se la vi a mi padrino! y además estoy pololeando con Rafa. Tal vez no sea todo tan malo después de todo.
Antes de dormirme le pido a diosito que aleje esos pensamientos sucios de mi cabeza, porque ahora que estoy con el Rafa quiero ser muy buena y no quiero que él piense mal de mí (pero parece que diosito no me escuchó porque antes de dormirme igual pensé mucho en lo rico que fue chuparle la cosa esa al mendigo) ¡Ay! ¡quiero decir la palabra pi… sin remordimientos, pero no me atrevo! ¿Y si lo digo en voz alta, pero bien bajito para que nadie me escuche? Me pongo la almohada apretando mi boca y repito en un susurro casi inaudible: «pi—co» «me gusta el pi—co» y me duermo muerta de vergüenza.
Torux
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