Verito — Capítulo V parte b
Primer secreto.Capítulo V parte b: Mi amado Rafael
Cuando abrí los ojos nuevamente, me encontraba acostada de lado con mi Rafita haciendo cucharita conmigo, con sus manos firmemente agarradas a mis tetas y su pene aprisionado entre mis piernas, no se encontraba completamente duro, pero todavía sentía su grosor y su calor; parece que mi Rafita no es tan diferente después de todo y eso ¡me fascina! ¿Será posible que sea como yo, que anda siempre pensando en la maldad?
Rafael me daba besitos en mi cuello y yo apreté mis piernas para sentir aún más el miembro de mi amor, de mi adorado Rafita quien apretando un poquito sus caderas, me lo metió un poco más entre las piernas rozando mi vulva caliente que si hubiera podido decidir lo tendría dentro de nuevo.
Sus besitos por mi cuello, mi cara, sus mordisquitos en mi orejita me hacían delirar en una ensoñación, un sopor que me hacía flotar con todos mis sentidos alertas a las sensaciones que me prodigaba mi Rafita en silencio… hasta que este se rompió en un susurro en mi orejita:
—¿Desde cuándo se la ha estado culeando su padrino, mi amor?
Me paralicé, mis piernas que apretaban su pico se pusieron rígidas y dejé de respirar; Rafael me giró un poco y me miró fíjamente a los ojos, mi expresión demudada de susto y vergüenza mostraba mi turbación y no atinaba a emitir palabra alguna; miré a Rafa, con el corazón queriéndose salir de mi pecho y me largué a llorar.
—Shhh, shhh, tranquila —me susurraba el Rafa mientras me acariciaba el rostro, enjugándome las lágrimas.
—¿Por qué dices eso?, me animé a preguntar entre gimoteos, mientras por mi mente se cruzaba el recuerdo de la sombra que creí ver en la ventana mientras mi padrino me tenía completamente ensartada y más fuertemente sollozaba, a estas alturas, con un hipo incontrolable.
—Porque es obvio que no soy el primero que pasa por aquí, respondió Rafita agarrándome la vulva abarcándola completa con su mano, —Se comió el pico enterito y sin dolor, ya estaba bien abiertita, agregó.
Me sentí bien confundida; el Rafa me decía todo esto, pero no parecía enojado; me acariciaba la cara y me arreglaba un mechón de pelo.
—¿La obligó él? —soltó de pronto.
—No —respondí.
—¿Y desde cuándo? —insistió.
—Desde que nosotros empezamos a pololear.
—¿O sea que ya lleva un mes culeando con él, mientras estaba conmigo?
—¡Rafa, perdón! —imploré con cara compungida.
—Le gusta mucho el pico, ¿no, mi bebé? Se nota que le gusta mucho.
—¡Ay, Rafita!, ¡Sí, me gusta!, ¡me gusta tanto! —le espeté, siendo honesta con él porque no veía otra salida más que decir la verdad. —El Rafa se sonrió y me miró divertido, yo no entendía nada, ¿por qué no estaba enojado conmigo? Más bien parecía que no le importaba nada la situación.
—Verito —me dijo, —a mí no me importa que le guste el pico, tampoco me importa que se la monte su padrino, pero quiero que me diga cuando esté con otro, ¿sí? Quiero saberlo todo, quiero que me cuente con detalles todo lo que hace con su padrino, todo.
—¿Y por qué? —le dije, con un poquito de miedo de saber la verdad.
—Porque me recalienta saber que otros también te clavan la verga, ¿no te gustaría que mi papá también te la metiera? La tiene bien grandota mi viejo —me dijo, abandonando su costumbre de tratarme de usted.
Admito que esa no es la forma en que pensé que podría desarrollarse todo; yo más bien creí que Rafa se molestaría conmigo y no querría saber nada más de mí, pero, por el contrario, parecía gustarle toda esta rara situación. Por mi parte pensé que tal vez podría disfrutar de muchas vergas sin parecer una mala mujer ante los ojos de nadie y… ¡Ay! ¡Todo es tan confuso! ¡No sé qué pensar!
Rafa, viéndome cabizbaja y silenciosa, me recostó nuevamente y cambiando su posición me abrió de piernas y acomodó su cabeza allí; inmediatamente sentí su lengua en mi chorito y sus labios ardientes aprisionando los míos, los de allí abajito, con una vehemencia y un ardor que me provocaban un temblor en las piernas que sin querer se levantaban tratando de sujetar su cabeza, de impedir que se retirara de ese lugar tan privado y tan placentero a la vez. A ratos, trataba de meter su lengua muy dentro de mí y en otros sólo me besaba el clítoris o me lo mordía suavemente; fuera lo uno o lo otro, creo que me tenía con los ojos blancos de gusto.
Mientras me comía el choro, yo subía las piernas en un acto involuntario de placer; esto tal vez le dio a Rafa la idea de seguir con su lengua por el camino que lleva a ese lugar innombrable y sin atinar a pensar en ello de pronto sentí su lengua afilada y húmeda en el hoyito cerradito de mi culo; me fruncí, me dio muchísima vergüenza y apreté los cachetitos como para impedir la invasión de aquella zona tan impensable como fuente de placer, pero Rafa, adivinando mis sentimientos, me sujetó las nalgas y me dijo bajito: —afloja el potito, no te asustes, yo sé lo que hago.— Y vaya que sí sabía; me hizo delirar de pasión, una corriente eléctrica corrió por mi estómago apretado y continuó por mis tetas hacia arriba, sumiéndome en una dicha y un deleite extra terrenal. Mi cabeza echada hacia atrás, mis quejidos irreales en el silencio de la pieza y el calor proveniente de mi entrepierna me sumían en un completo e irracional abismo de lujuria.
De pronto lo que parecía ser un dedo, intentó ingresar en mi gruta posterior y sentí un pequeño dolor.
—Tranquilita —me dijo el Rafa— y luego otra vez sentí como me punzaba el hoyito.
—Relaja el culo —me dijo—, pero yo no podia porque me daba mucha vergüenza de que se me pudiera salir un pedo, sin embargo, venciendo mis temores, relajé el esfínter y el dedo de Rafa se coló en mi interior.
Más que dolor, sentí una incomodidad al principio, pero luego, con un suave mete y saca, el dedo me fue provocando una cosquillita muy agradable y hasta deseé que lo metiera más adentro, todo mientras la boca de mi Rafita hacía maravillas en mi chorito. ¡Oh, dios! ¡qué placer tan grande tener un hombre comiéndome el choro!, ¡cómo me gusta!, ¡cómo me gusta! Cada vez sentía menos molestia con el dedo que me penetraba, hasta llegué a pensar en un rato que no era uno, sino dos o tres, ¿sería posible?
Cuando ya lo estaba disfrutando, Rafa se hincó frente a mí levantando mis piernas y rápidamente puso bajo mi espalda una de las almohadas para enseguida dirigir su verga a mi hoyito recién traspasado por el dedito suyo y apuntó; sentí la cabecita del pico caliente y babosa, muy mojadita, haciendo presión en mi potito.
—Afloja el hoyito —me ordenó Rafael— y yo le hice caso, mi cuevita se abrió y dio paso a la durísima pichula que a pesar de todo el trabajo previo, me hizo ver las estrellas.
—¡Ay! —grité— ¡me duele! y Rafa se quedó por un ratito muy quieto, pero sin retroceder ni sacarme ni un milímetro de la lanza encajada en mi posterior. Levantó un poco más mis piernas y apuntando a mi recto soltó un escupo y me embadurnó el hoyo para suavizar la entrada; así, poco a poco, me fue metiendo su herramienta provocándome un dolor inaguantable; sentí que me desgarraba el ano con la pichula, pero poco a poco se fueron alternando en mí momentos de placer mezclado con otros de incomodidad, poco a poco el dolor comenzó a disminuir. Cuando ya me sentí un poquito más segura de que no me saldría caquita, sentí que debía aflojar el culo e hice fuerzas como para expulsar el pico y este, con la distensión del hoyo, se fue adentro de una vez, clavándose en lo más profundo del culo con una fuerza que hasta a Rafa lo hizo soltar un bufido del gustito que debe haber sentido.
Sentí que el pico me llenaba completamente. También, debo ser honesta, sentí como ganas de cagar y nuevamente me asusté de que me pudiera ocurrir algo desagradable, pero nada pasó; sólo que la pichula de mi adorado se abrió paso como una verdadera campeona en las artes amatorias, deleitándome con la fricción de su vaivén, conquistando para sí territorio virgen y proclamándose así el rey del culo.
Rafa me mordió suavemente el cuello bajo la oreja y me susurró:
—Qué rica eres, Verito, me encanta como culeas.
Yo lo escuché entre orgullosa y avergonzada; no sabía muy bien qué pensar de mí misma; ya no era la Vero inocente de poco tiempo atrás; ya no era la niña virgen que soñaba con el amor de un príncipe azul; ahora me sentía una perra caliente que solo un buen pico podía calmar. Mi Rafa era mi adoración, pero intuía que yo necesitaría de muchos picos más para estar satisfecha y darme cuenta de eso me hizo estremecer.
Ni supe en qué momento me puso Rafa con las piernas en sus hombros y sujetándome de mis tobillos comenzó a propinarme unas estocadas furiosas y potentes; creo que su fuerza llegaba a moverme hacia el respaldo de la cama y sentía que el pico me llegaba al estómago; yo ya no gemía, bramaba de gusto:
¡RAFAEL! RAAA-FAAA! ¡AGHHH! ¡MAAASSS, MAAS A-DEEEN-TR-OOO!
Mi cara ardía y mi cuerpo y el de Rafael lucían completamente mojados por la pasión del sexo animal. Un empujón final y Rafa, quieto, con los ojos cerrados y su pico dando estertores expulsó su esperma caliente en mis entrañas en una unión de antología; entonces, al ver la cara de mi amado, mi razón se nubló y casi como en un ataque de epilepsia, sentí también la cumbre del placer contrayendo involuntariamente la zorrita atravesada por la pichula de mi hombre. Cerré los ojos y, creo que me desmayé. Bueno, en realidad no me desmayé, pero el sopor que me invadió me dejó tirada en la cama como una muñeca de trapo.
Rafael me abrazó por detrás y agarrándose firmemente de mis tetas me acercó a su cuerpo haciendo nuevamente cucharitas conmigo y eso me gustó tanto que tomé sus manos y las apreté con las mías, haciendo del agarrón de tetas un acto de entrega y posesión y así nos quedamos en una suerte de muda alianza del sexo adolescente y salvaje.
¡Quién lo hubiera dicho un mes antes! Hace apenas unas semanas estaba en la escuela con mis compañeras, tanto o más cándidas que yo, y heme ahora aquí, rebosante de la plenitud que solo un buen pico puede hacer sentir; el mendigo aquel, mi padrinito, mi Rafael, todos ellos, hombres ardientes, deseosos, abandonados al deseo, a la lujuria, al goce sexual me tenían convertida en una ninfómana; así creo que se les llama, según lo leí una vez, a las mujeres que tienen tanto ardor por el pico; ¿será así con todas las mujeres?, ¿seré anormal yo? Pero yo no soy tonta, sé que también hay otra palabra con la que también se me podría calificar, ¿seré una puta por gustarme tanto la pichula? ¡Ay! me daría una congoja tan grande si me llamaran puta, pero no quiero nunca dejar de ser bien cogida, quiero seguir haciéndolo siempre, toda mi vida, ¡es taaan riiicooo! Bueno, a lo mejor sí soy un poco puta, pero ¿qué puedo hacer? Simplemente ¡no lo puedo evitar!
—Vamos a bañarnos —me sacó Rafa de mis cavilaciones— ya es hora que regreses a la casa.
Y tiene razón, mis padrinos ya deben estar preocupados así que nos levantamos y nos dirigimos ambos a la ducha. Me cuidé eso sí de no mojar mi pelo, porque si no ¡cómo lo podría explicar en la casa! Rafita me ayudó a pasarme el jabón por todo el cuerpo y yo también hice lo mismo con él, y aunque ambos queríamos, preferimos no hacer nada más porque ya no teníamos más tiempo; nos dimos unos besitos bajo el agua nada más y rápidamente salimos de la ducha y comenzamos a vestirnos; cuando me estaba poniendo el sostén don Rafael apareció por la puerta y me dijo de la manera más natural: “¿Ya se va, Verito?”.
Torux
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