Viciosas preadolescentes
¿Quién de pequeña no lo ha deseado todo? Un buen balón… una buena muñeca… un tren eléctrico con mucha vías… una buena polla… ¡todo normal a esos años! .
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Andaba yo por la calle cagándome en la puta madre del conserje del instituto, que nos había pillado a dos de mis amigas y a mi fumando al salir de las clases, y había tomado nota de los nombres para informar a la directora ¡joder con ese pigmeo de mierda que no me llegaba ni a las tetas y el cabrón se enteraba de todo… y se chivaba de todo! Ya era la cuarta o quinta vez que me pillaba fumando a mis 13 años y encima, solo dos días antes, un camata de mierda se había chivado a mi madre que me había visto tomarme un chupito de whisky de un amigo, que lo pidió como para él, pero que me bebí yo ¡seguro que esta vez me la cargaba, y encima mi madre había reñido con su penúltimo novio!
Enfrascada en mi mala suerte, mi mala leche, y deseando matar a alguien, tropecé con alguien. Y ese alguien se rio de mi, de mi mala cara y de lo despistada que andaba por la calle. Y no lo maté porque era mi hermanastro, Josema, de 21 años. Los dos compartíamos padre. Un chico admirado por todas, alto, fuerte, buen chico, universitario, pero incapaz de mirar a ninguna chica por debajo de los 17-18 años. O sea, que ni siquiera podía ser para mí.
– Pero Idoia ¿dónde vas con esa cara y ese despiste? Ni te has enterado que has cruzado la calle con el semáforo rojo ¡y ni siquiera mirabas el móvil!
Y me giré alrededor mío, como si me despertase de un mal sueño y efectivamente, la calle, de dos carriles, la había cruzado sin enterarme que lo estaba haciendo. Me entraron unas ganas espantosas de llorar de rabia y Josema se dio cuenta. Me agarró del brazo y casi me empotró dentro de una de esas entradas de fincas antiguas, muy amplia, y arrinconándome, me preguntó de nuevo lo que me pasaba ¡y se lo conté!
– Mira Josema, a mis 13 años y con más de 165 cm de altura y un cuerpazo que ya quisieran muchas de tus amigas de 17, no me dejan fumar, no me dejan emborracharme, no me dejan ponerme de coca hasta las cejas, y hasta todavía soy virgen con las ganas que tengo de pollas ¿no crees tú que soy una mierda de tía?
– Pero Idoia ¿todavía eres virgen… y yo que creí que trabajabas de puta en las calles del polígono?
Entendí su mal sentido del humor y viendo como se reía, también yo empecé a reírme. Los dos vivíamos separados, pero nuestro afecto era cordial y en él siempre tuve mucho más que un protector ¡lo adoraba! Y entonces hizo algo curioso que me gustó. Sacó un cigarrillo de su paquete, lo encendió y me lo dio a fumar mientras me decía:
– Yo lo sostendré, tú lo coges, lo fumas y me lo devuelves a mis dedos, y si alguien nos ve, pues creerá que soy yo quien fuma.
Le miré fijamente a los ojos, pero no tardé ni medio segundo en llevarme ese cigarrillo a mis labios, y aspirando con enorme fuerza, inundé de tóxico y canceroso humo mis pulmones una y otra vez. Y me relajé. Todo el cigarrillo lo fumé yo. Y cuando terminé, lo arrojé al suelo y lo pisé, agarré su brazo, le miré a los ojos y le di las gracias. Y nunca, posiblemente, sabré por qué, pero le di un beso en la comisura de sus labios. Nunca había besado la boca de un chico, nunca había follado, solo alguna masturbación y mamadas a chicos de mi edad y cursos superiores. Josema además, era medio hermano, aunque eso importaba mucho menos. Y me sonrojé.
Y Josema, cogiéndome de la mano, me sacó de nuevo a la calle y andamos unos minutos en silencio así cogidos. Y de repente, me pregunta:
– ¿Tan importante es para ti, y a tu edad, el fumar, el beber y el follar?
Estuve unos momentos meditando, me sonrojé brutalmente y sin levantar la cara del suelo donde miraba, solo le dije con voz muy apagada:
– Si
– ¿Sabes dónde vivía mi abuela y yo con ella, verdad?
– Si, muy cerca de aquí.
– Pues como yo la cuidaba y atendía, cuando ella falleció ya estaba yo en la universidad, y no sé si sabes que lo heredé, y de acuerdo con mis padres, arreglamos un poco aquello y lo convertí en mi segunda casa y mi despacho. Allí estudio, trabajo y es ya casi mi hogar. Desde allí llevo las contabilidades de dos pequeñas empresas que me pagan por ello y también allí, me reúno con algunos de mis mejores amigos y amigas. Si deseas venir alguna tarde para esconderte, fumar y tomarte algún chupito, te dejo hacerlo siempre que no me molestes en el trabajo. Y si me encuentras con alguna chica, te callas y tu a lo tuyo y nosotros a lo nuestro. ¿Te parece bien? Es el número 17, segundo piso puerta cinco. Solo aprieta el botón 5 y yo te abriré ¡y que no se entere tu madre!
La sorpresa de esa oferta era enorme, increíble. La cabeza me pesaba, era como si el mundo se hundiese sobre mí en una loca espiral de alegrías contenidas. Tan nerviosa y satisfecha estaba, que simplemente me solté de su mano, me di la vuelta y me fui para mi casa sin despedirme.
Unos días más tarde, tuve por la noche una de esas salvajes discusiones sin sentido con mi madre, y me planteé ir al día siguiente al pisito de Josema. Y me planteé esa noche, no sé por qué, un dilema ¿hasta dónde sería capaz de llegar yo con Josema si me proponía lo que tod@s imagináis, a cambio de estar en su piso? Porque gratis, gratis, no me lo imaginaba yo tan generoso, aunque ¿y si era yo quién le atacaba por mis ganas de vicios? Simplemente iría y ya veríamos.
Y bastante menos nerviosa de lo que cabría suponer, fui del colegio a su finca, pulsé el timbre desde la calle y de repente una voz potente y con mala leche dice del tornavoz:
– ¿Y qué cojones quieres ahora?
Yo me quedé sorprendida. No había circuito de TV para saber quien llamaba. Josema me había invitado a ir y de repente me soltaba todo eso, pero ¿y si no se refería a mí?
– Josema, soy Idoia. Me parece que te pillo en mal momento. Si quieres me voy.
Unos pocos segundos transcurrieron en silencio y de repente una voz responde:
– Lo siento Idoia, no era para ti. Anda sube.
Y subí. Hasta el segundo piso y busqué la puerta 5 que ya estaba abierta. Entré, cerré tras de mí y me introduje hasta el salón-comedor y allí estaba Josema, supongo que desnudo porque solo llevaba una toalla alrededor de la cintura. Me miró y me dijo:
– Lo siento cielo, estaba con una amiga y cuando la iba a penetrar mira el reloj y me dice que se le hace tarde para ir de compras con una amiga. Ella ya se había corrido antes y yo me he quedado como estoy, para la ducha y bien fría. En ese cajón tienes tabaco rubio y negro, y en esos estantes y vitrina tienes copas y licores. Coge lo que quieras que yo me voy a bajar la temperatura corporal en la ducha.
Pero por el bulto que se notaba en su toalla, no solo le hacía falta bajar la temperatura corporal. Y esa polla se la podía haber bajado yo, porque virgen era, pero me gustaba mamar pollitas y eso aparentaba ser una maravillosa polla adulta. Pero fui al cajón a coger tabaco y tenía razón, habían varias marcas de tabaco, pero también una preciosa colección de condones de varios sabores y tamaño grande. Y mi clítoris empezó a maullar pidiendo su ración, ración que para mi era desconocida por ser virgen. Pero no me pude aguantar, cogí uno y me lo guardé. Encendí un cigarrillo, me senté en un sillón, puse un cenicero sobre el brazo, y me sentí tan feliz y relajada, que metí mi mano bajo mis bragas y empecé a acariciarme.
Cerré mis ojos, seguí acariciándome y seguí fumando. No recuerdo el por qué, pero me sentía muy a gusto. Mi cabeza pensaba en esa polla escondida bajo la toalla de Josema ¿cómo sería de grande y de gorda? ¿sería capaz Josema de follarme a mí? Porque a mi me gustaba Josema y no solo como hermanastro. Pero él tenía 21 años y yo 13. Yo era alta pero él estaría sobre 190 cm. Y era fuerte. El gimnasio le había dado músculos. Y a mí, el clítoris me estaba dando unos gritos desconocidos.
Mi cuerpo empezó a moverse. Mi mano se movía cada vez más profundamente dentro de mí, alcanzando lugares desconocidos hasta ahora… y un orgasmo loco me llegó. Y mi mano no dejó de agitarse y de agarrar mi peludo coño desesperadamente. Hasta que poco a poco empecé a relajarme y abrí los ojos…
– Ostia Josema ¿desde cuándo estás ahí mirándome?
Porque Josema, que estaba ya medio vestido y con unas zapatillas suaves, me estaba mirando sentado sobre el brazo derecho del sofá. Imaginaos la escena. Yo, estirada sobre el sillón, frente a él, y con las piernas bien abiertas. Mi falda escolar hasta casi la cintura. Mis bragas a medio muslo y mi mano agarrando mi chorreante coño cuyos flujos descendían hasta el mismísimo sillón ¡fantástico espectáculo para él! Y lo curioso es que me sentía sorprendida, pero no escandalizada ni avergonzada.
– Idoia, podías haber venido tu hace una hora en lugar de la idiota. No me habría hecho falta la ducha y tú ya no serias virgen -me dijo un Josema sonriente- ¡Estás preciosa así!
– Aún lo puedes solucionar -le dije yo cabreada- Tienes mogollón de condones. Coge uno y me la clavas hasta el fondo. Y además estoy muy corrida. Te entrará bien -le dije-
El me miró poniéndose serio y me dijo:
– Idoia, hay un grupo de mujeres con las que jamás uso ni usaré condón. Y si en el futuro, nosotros tuviésemos relaciones sexuales y ya sabes que no me gustan las crías, serán siempre sin condón. Jamás usaría condón contigo. Querría que mi semen llenase totalmente tus agujeros y tu boca. Y ahora, puedes ir a lavarte, a seguir fumando y a tomarte unos chupitos que te alegren. Yo tengo que trabajar que para eso me pagan. Puedes estarte el tiempo que necesites. Y puedes seguir masturbándote, el sillón y el resto de los muebles, están plastificados para evitar mancharlos.
¡Y el muy cabrón se marchó sin follarme! La verdad es que tal y como estaba estirada sobre el sillón al resbalarme tal y como me masturbaba y con las piernas bien abiertas, debí ser un espectáculo para Josema. Y al verme así me di cuenta de dos cosas: 1) que me estaba entrando una risa tonta de verme así de exhibicionista, y 2) que cualquier chico u hombre no hubiesen dudado en follarme… y Josema no lo hizo ¿por cariño o por ser yo tan menor de edad? Porque aunque mis tetas destacaban muy bien y mi coñito ya estaba poblado de un césped prometedor ¡seguía teniendo mis 13 años!
Un rato, unos cigarrillos y unos chupitos más tarde, me cansé de estar sola y escondida en la casa para aplacar mis vicios. Me arreglé de nuevo en el baño y entré en la habitación que Josema había transformado en despacho, con sus ordenadores, archivos, impresoras y todo eso. Al oírme entrar, levantó una mano que estaba tecleando como señal que esperase Y al terminar lo que estaba haciendo, me sonrió y me preguntó:
– ¿Ya has podido fumar, beber y correrte a tu gusto sin que nadie te pille?
– Me has pillado tú -le dije sonrojándome acordándome de la escena anterior-
– Ya sabes que no me refería a eso. Si deseas venir de nuevo, ya sabes que si tengo trabajo me dedicaré a él y si tengo tiempo libre, te lo dedicaré un poco a ti para que no estés sola y podamos conocernos un poco más. A veces, en la vida, necesitamos tiempo para poner en orden nuestros pensamientos. En esta casa y conmigo Idoia, sé libre y siéntete libre.
Y me acompañó a la puerta del piso y casi cuando la iba a abrir, le pregunté:
– ¿De verdad si follaras alguna vez conmigo lo harías sin condón?
– Por supuesto -me contestó él mirándome a los ojos- Y una cosa, es posible que alguna vez te abra la puerta mientras estoy con alguna amiga, ya sabes. Piensa en los monos: No oír, no hablar, no ver. Todo lo que sucede en esta casa se queda en esta casa, incluyéndote a ti ¿te parece bien?
No pude contenerme, le abracé y le di un beso en la comisura de los labios. Yo misma abrí la puerta y salí a la escalera y a la calle. Y me sentí feliz. Creo que por primera vez en mi vida «adulta» preadolescente, me sentí feliz. Es como si de repente, alguien abriese las puertas y las ventanas de mi vida. Y sonreí a la vida… mientras en mi bolsillo buscaba chicles de menta, limón o eucaliptus, para que anulasen el olor a tabaco de mi boca. No me descubriese mi madre y me cerrase todas las ventanas y puertas de golpe.
Volví esa semana. Y dos veces la semana siguiente. Y en dos de esas ocasiones, Josema compartió unos minutos y unos chupitos conmigo, porque fumar, fumaba poco. Y me dio un consejo: ¡Si fumas menos, sabe mejor! Y aunque no os lo creáis, le empecé a hacer caso… pero no en su casa. Empecé a fumar menos en el cole y en la calle, pero en su casa no. Porque si en su casa fumaba poco ¿qué excusa le iba a dar para ir a la casa si no quería follarme? Pues eso.
Pero la séptima vez que fui a su casa, me abrió como siempre las dos puertas y al entrar, vi a una chica totalmente desnuda que salía de su enorme habitación al baño del pasillo, y que estaba hablando con alguien en el baño. Ella se quedó mirándome y me preguntó:
– ¿Eres Idoia?
Y al asentir con la cabeza, me miró detenidamente. Bueno, las dos nos miramos. Ella debería tener entre los 22-25 años, algo más bajita que yo, con unas pequeñas y duras tetas con areolas y pezones enormes, y el coño totalmente afeitado. Se acercó a mí, acarició mi rostro y sin darme tiempo ni a respirar, me besó en los labios ¡joder, era la primera mujer que me besaba! Pero detrás de ella, una voz tronante nos interrumpió:
– Begoña, déjala en paz, aún es una cría.
Begoña, sin casi separarse de mi, me tendió su mano y me preguntó:
– ¿De verdad eres aún una cría? ¿O te gustaría desnudarte ahora, venirte a la cama, jugar conmigo hasta agotarnos y dejar que Josema juegue con nosotras y nos llene de su leche? Y así lo podríamos hacer otras veces porque por desgracia, cuando yo termine el curso también terminaré mi carrera, y tendré que irme a mi caserío con mi novio, y tú te podrías quedar con Josema conociendo gran parte de sus vicios para complacerle a tope.
No lo pensé dos veces, asentí, sonreí y cogiendo su mano me dirigí con ella al dormitorio, pero la voz tronante de mi dios Thor, el todo poderoso amo de la casa, descargó el martillo de su voz sobre nosotras y nos detuvo.
– Begoña, te ibas a tu apartamento porque tenias que hacer la cena que esta semana te toca a ti. Y tú Idoia, has venido a fumar y a beber, así que ya sabes dónde está el salón.
– No te equivoques Josema, Idoia no es una cría. Es joven e inexperta, pero no es una cría -dijo Begoña mientras me soltaba la mano mirándome- ¡Ponla a prueba y lo verás!
Miré con odio a mi hermanastro. Creí que hasta entonces nunca había odiado a nadie como a él. Ni siquiera al pigmeo del conserje del cole, Le miré y le vi desnudo tal y como estaba en el baño aunque ni me fijé en su cuerpo, y no me pude contener. Exploté en un lloro y me fui corriendo de la casa dando un terrible portazo.
Esa noche fue horrible. No sabía como llorar para que mi madre no me oyese ¡me sentía terriblemente humillada! Pero al mismo tiempo, el desnudo cuerpo de Begoña me aparecía constantemente y yo me imaginaba follando con ella, aunque sin saber cómo ya que nunca había tenido relaciones sexuales con nadie ¡malditos mis 13 años! Y Thor, o sea Josema, nos follaba a las dos una y otra vez… y yo no se cuantas veces me masturbé esa noche entre mocos y lágrimas. Al final, mi agotamiento me durmió.
Y tardé una semana exacta en volver a ir ¡necesitaba ir… necesitaba verle… necesitaba saber qué pasó! Mis amigas me decían esos días que estaba rara. Casi no fumaba, no me apetecía compartir ningún porro. Estaba seria. Mis amigas me decían que «estaba mayor». Pero lo que realmente estaba, era desesperada por no poder follar ¡jamás tuve tantas ganas de ser follada! Podía haberlo hecho con Josema dos veces distintas. También con Begoña y así hubiese degustado el sexo lésbico. Pero Josema lo había impedido. Y necesitaba saber por qué. Y si él no quería follarme por mi edad, sabía dónde dos de mis amigas, un poco más mayores, follaban por dinero. O me follaba él o me follaban otros, aunque eso marcase toda mi vida.
Cuando entré en el piso, encontré a mi hermano con la camisa abierta. Cierto que era una tarde calurosa de la primavera, pero ahora si miré sus músculos. Y sin levantar la cabeza de los papeles que estaba arreglando puesto en pie, me dijo que fuese al salón que él tenía unos minutos libres para charlar un ratito conmigo. Y al entrar al salón, vi encima de la mesita de centro, un cartón de tabaco completo de la marca que más me gustaba fumar y encima, un bonito encendedor. No caro ni lujoso, sino bonito. Lo estaba cogiendo y mirando, cuando entró él y se sentó en el sillón frente a mí.
Le vi sonriente y de sopetón me dijo:
– Idoia, quizá la pasada semana fui un poco borde contigo. Pero me siento un poco tu guardián más que hermano, porque nuestros padres nunca nos han dejado ser hermanos de verdad. Y el tenerte aquí escondida, me hace ser más protector, pero Begoña tiene razón, eres una mujer maravillosa y no debo tratarte como cría si tú no deseas ser tratada así. Ya ves, yo deseo que sigas viniendo, me gusta que estés aquí, y ahí tienes la prueba para mantener tu vicio del humo.
– Por supuesto que también lo deseo y te lo agradezco más de lo que imaginas -le contesté sorprendida y sonriente- Pero yo te veo más como hombre, muy amigo, no protector ni hermano.
– ¿De verdad me ves como hombre?
Nos miramos muy detenidamente y yo me puse muy nerviosa al darme cuenta de lo que había dicho. Su mano me hizo ese gesto de que me acercase a él. Abrió un poco más sus piernas y yo me acerqué todo lo que pude entre ellas, y así de pie me quedé, mirándole fijamente a sus ojos, aturdida, un poco desorientada, sin comprender demasiado lo que podía pasar. O comprendiéndolo muy bien y aceptándolo.
Sus dos manos agarraron las partes internas de mis muslos unos centímetros por encima de las rodillas y empezaron a acariciar mi carne ¡y yo me estremecí sintiéndome morir de felicidad! Sus manos, fuertes y cálidas, empezaron a subir poco a poco de forma muy suave y un calor salvaje me inundó la cabeza, y no sé por qué, miré su bragueta y vi un bulto muy prometedor ¡estaba tan caliente como yo!
Cuando sus manos ya rozaban las partes bajas de mis glúteos y sus dedos cogieron mis braguitas, se detuvieron. Su respiración. Nuestra respiración, era agitada. En su desnudo pecho empezaron a aparecer unas gotitas de sudor. El bulto de su pantalón ya era muy apreciable. Y me la jugué, ahora o nunca. Y quise poner de mi parte para que se olvidase de que era una niña. Y le ofrecí todos los vicios de mujer que habían en mí.
Mis manos, muy nerviosamente, empezaron a despasar los botones de la blusa, y esos movimientos le incitaron a que sus manos siguiesen jugando con mi culo. Sus cálidas y fuertes manos se introdujeron en el interior de mis bragas agarrando con fuerza la carne de mi culo y rozando profundamente con sus pulgares mis labios vaginales ¡y me corrí! Fue una explosión peor que la de Hiroshima. Todo mi cuerpo temblaba convulsivamente. Terminé de despasarme la blusa, la tiré sobre la mesita y me quité el sujetador. Y así, en topless, retrocedí ligeramente y me arrodillé ante mi dios y Señor.
Mis manos, aunque temblaban, abrieron con bastante torpeza la bragueta de Josema, sacaron su polla y antes de darme cuenta, la tenía ya dentro de mi boca. Como ya os he dicho antes, yo era virgen, pero bastante mamona. Y me dediqué plenamente a mamar esa polla. Bastante más grande que las demás anteriores, pero cuando sabes mamar una polla, las mamas todas con más o menos dificultados. Y lo hice bien, se notaba en su respiración y en las caricias que sus manos hacían en mi rostro. De vez en cuando le miraba a sus ojos y le veía satisfecho. Hasta que momentos más tarde, oigo su voz:
– Idoia para. Deja de mamarla.
Y dejé de mamarla y me lo quedé mirando sorprendida ¡estaba segura de estar haciéndolo bien!
– Idoia, ha llegado el momento en que debes elegir tú. Puedes seguir mamando mi polla hasta hacer que me corra… o puedes elegir clavarte tú misma esta polla en tu coño y dejar de ser virgen ahora mismo. Pero ya sabes ¡sin condón!
Tal y como nos estábamos mirando, me di cuenta que ya no me estaba tratando como la niña que era. Miré su preciosa polla. La cogí con mi mano derecha, sonreí, le di un besito a su capullo, me levanté, me quité la falda y las bragas, y totalmente desnuda me volví a acercar a él. Subí mis piernas al sillón, me arrodillé sobre las piernas de Josema y le dije:
– Josema, voy a mancharte de mi sangre y de mis flujos tus pantalones y el sillón ¿de veras lo quieres aquí y así?
– Siempre tendremos cama para nuestras locuras, pero solo hay una primera vez ¡elige tú que eres la virgen! Y no te preocupes de los pantalones ¡los guardaré siempre!
Esa frase me hizo entregarme para siempre. Mi mano izquierda agarró desde atrás su polla, calculó la distancia hasta mi agujerito, y poco a poco me fui acercando hasta situarlo convenientemente entre mis labios vaginales. Y sin ningún miedo, empecé a dejarme caer sobre esa polla y mi destino futuro.
No me preguntéis sobre dolores, dilataciones musculares, las sensaciones de una primera penetración y con una polla nada pequeña… no me preguntéis nada de eso, porque nada de eso recuerdo ya que estaba en éxtasis glorioso. Solo recuerdo que las manos de Josema jugaban con mis tetas y mis pezones. A veces me agarraban de los glúteos y me ayudaban a subir y a bajar mi cuerpo sobre su polla, sobre todo, cada vez que yo me corría, porque me volvía más pesada, y me agotaba un poco más.
Mi cuerpo, mi mente, eran una locura de sensaciones satisfactorias, explosivas de luz y sonido. Ni puta idea de las veces que me corrí, pero tal y como dejé los pantalones de Josema y el sillón, debieron ser bastantes. Ni sé el tiempo que estuvimos follando. Solo sé que en esta vida, todo tiene su fin y casi coincidiendo con una nueva y agotadora corrida mía ¡Josema se corrió dentro de mi coño! Fue una corrida enorme. Jamás me imaginé que un adulto pudiese expulsar tanto semen. Me mareé. Le abracé intensamente y me dejé caer sobre él aún clavada en su polla. Y le besé. Pero no como hermano, sino como hombre. Nuestras bocas se fundieron y nuestras lenguas se conocieron por fin.
Permanecimos así, besándonos como locos, un tiempo, y de pronto, me fue levantando y haciéndome a un lado. Él se fue escurriendo hacia el otro y me dejó medio tumbada entre el asiento del sillón y el brazo del mismo. Yo estaba entre medio mareada y bastante cansada. De repente, lo vi delante de mi agitando su polla que estaba muy brillante y totalmente empalmada de nuevo… y le sonreí. Cogió mi cuerpo y dejó que mis piernas cabalgasen por el brazo del sillón hasta el suelo y el resto de mi cuerpo sobre el sillón, viendo y oliendo todo lo que de mi cuerpo y del suyo había salido unos minutos antes. Y no fui capaz de adivinar lo que iba a pasar.
Porque el brillo de su polla, era del lubrificante que en grandes cantidades se había puesto para desvirgar mi culo. Sus manos separaron mis glúteos. Su glande lo apoyó sobre mi anillo anal ¡y sus casi 90 kilos de peso se dejaron caer sobre mí, clavándome en una sola vez casi la mitad de su polla! Aunque debo reconocer que su experiencia era suma y eso le ayudó. Al mismo tiempo de esa penetración tan brutal, su mano tapó mi boca para que mis aullidos de loba ferozmente herida, no se oyesen desde Rio.
Creo que jamás he peleado tanto por evitar el terrible dolor que me invadía. Pero su fuerza era muy superior a la mía. Y mi dolor y mi sensación de haber sido castigada, eran terribles. Me sentía usada, humillada, violada… Me sentía un juguete roto en sus manos mientras me penetraba sin piedad. Incluso noté como sus huevos golpeaban sobre mis anteriormente castigados labios vaginales ¡toda su polla la tenía dentro de mí! Y me hundí, me abandoné a sus deseos. Me dejé caer sobre el sillón y me dejé follar.
Y no solo una vez, sino dos, se corrió en mis intestinos. Durante largo tiempo disfrutó de mi cuerpo. Incluso destapó mi boca con la seguridad de que yo no gritaría, y sus dos manos recorrieron mi cuerpo. Jugaron con mis pezones, con mis ya preciosas tetas, me masturbaron, tiraron y pellizcaron mi clítoris, me masajearon. Empezó a llenarme de una sensación dolorosamente placentera mientras mi culo me ardía como una brasa. Y me volví a correr. Una vez… dos… tres… Y el terrible dolor y ardor de mi culo, fue poco a poco acompañado del placer de mis orgasmos. Que no lo mitigaron en absoluto, pero mi dolor ya no era solo dolor ¡era como dolor con un poco de nata!
Cuando se corrió por segunda vez en mi culo, me dejó sobre el sillón, recogió mis piernas que subió hasta mí y me dejó acurrucada, y poco después me trajo una suave y ligera mantita y me tapó hasta el cuello. Me acercó algo más de medio vaso de licor ¡solo sé que era potente! y no solo bebí un traguito ¡me bebí todo su contenido! En pocos minutos, el calor de la mantita y el calor del licor me espabilaron, y sin necesidad de pedirlo, él mismo me dio un cigarrillo ya encendido. Todo eso me espabiló bastante y quitándome la manta de encima un rato después, quise bajarme del sillón para ducharme e irme a mi casa. Pero solo «quise».
Porque con esa terrible follada anal, al estirar mi pierna y apoyarla en el suelo, un espantoso dolor me invadió y me dejé caer. Unas amigas dicen que han sentido en esas ocasiones, como si una barra al rojo vivo las atraviesa. Otras dicen que es como una larga descarga eléctrica de alto voltaje continuo. Yo creo que recibí las dos cosas y algo más. Con tanto dolor recibido mientras me follaba el coño y ahora con ese otro anal, le miré con odio inhumano.
Me puse en el suelo a cuatro patas y poco a poco me fui levantando. Fui sola al baño aunque parecía una borracha andando apoyada en las paredes derramando semen, y solo me di una ligera ducha. Renuncié a su ayuda. No quería saber nada de él.
Cuando me vestí, entre millones de agujas clavándose en todas las partes de mi entrepierna, le dije algo así como que jamás me volvería a ver, y él me respondió:
– Me ha dicho Begoña que mañana a las 5 te espera para enseñarte lo que el otro día no hicisteis y hablar las dos de cosas del futuro. De los planes que te insinuó. Yo no estaré mañana, así que no te preocupes por mí, solo estará ella.
– Jamás perro de mierda. Jamás volveré por aquí ni contigo ¡eres el mayor cerdo del mundo!
Al coger mi bolsa para irme, vi el cartón de tabaco y el encendedor bonito sobre la mesa, los cogí y guarde en mi bolsa mientras le decía:
– Me los llevo. Me los he ganado.
Y andando como podía, con un culo y un coño tan castigados, doloridos y ardientes, salí jurándome no volver jamás con mi hermanastro.
Pero volví. Sin yo saberlo aún, mis vicios preadolescentes habían empezado a despuntar con fuerza ¡y menuda fuerza Dios mío!
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Libre95 ** [email protected]
Excelente muy excitante y tiene morbo, debes continuarla.