Violeta 5
Soy una mala persona, lo sé. En ocasiones las circunstancias te orillan a decidir algunos dilemas en pocos segundos..
El rosetón al frente de la iglesia era magnífico, así como los adornos barrocos en las grandes puertas de madera. Lo que no tenía calidad era el video que, tras años de descomposición, se veía oscuro y gastado. Trinidad de unos once años, estaba vestida como pequeña novia, sujetando un ramo entre las manos. Mireva, la madre, usando su acostumbrado antifaz, vestía formalmente para la ocasión y la acompañaba del brazo. Las dos caminaban hacia dentro del recinto. La edición se cortaba en ese momento, para después reanudarse, en uno de los adoratorios, ya dentro de la iglesia. Pensé que, seguramente, la escena habría sido filmada con el templo cerrado al público.
Ahí, aparecían a cuadro: Trinidad, caminando hasta el altar; Mireva entregándola en matrimonio; Jesús, que fungía como el novio, enfundado en un smoking negro y, lo que parecía ser un párroco, usando también un antifaz, oficiando la falsa ceremonia. El único que no salía en escena, pero seguramente estaba ahí, era el director y fotógrafo de la película, el difunto abuelo de Violeta. En un principio la misa (corta como era de esperarse) transitó por los clichés que cualquier mala película te mostraría de una boda. Después el falso enlace omitió la recepción, yéndose directo a la consumación del matrimonio.
– […] y ahora puedes besar a la novia. – dijo el cura, finalizando la ceremonia. Su voz, sonaba más como un deseo reprimido, que al colofón de una misa.
Trinidad y Jesús en ese instante se dieron un tierno beso en la boca. Los dos niños lo hacían suavemente, mientras su papá ejecutaba un zoom out para abrir la toma. Mireva se acercó a su hijo arrodillándose frente a él, bajando lentamente su bragueta. Sacó el pene infantil de Jesús, dándole lengüetazos por todo el tronco, rematando con círculos en el glande. Los dos niños seguían besándose con más lengua que boca. Entonces el párroco caminó hacia los novios, se acercó por detrás a Trinidad, levantó la falda del vestido blanco, bajó sus diminutas bragas y hundió su cara entre las nalgas de la pequeña. En los gemidos de los novios se escuchaba una acústica típica de iglesia. Mireva desnudó por completo a Jesús, obligándolo a separarse de Trinidad, que a su vez, fue desnudada por el sacerdote. Después la madre de los niños cargó a Jesús y lo recostó sobre la mesa del altar para continuar la felación, mientras en primer plano la pequeña novia, ya sin su vestido nupcial, y sólo llevando en sus sienes el velo, era devorada por el párroco, en un sexo oral que la hacía gemir fuertemente. Luego de algunos minutos Mireva con un acento típico de las lenguas eslavas, dijo en su mejor castellano.
– Padrre, crreo quei ya están listos.
– Así es hija, lo están… ¿Tu también lo estás?
– Sí padrre, yo también.
El cura llevó hasta el altar a la pequeña Trinidad, la cargó y la depositó suavemente en el cuerpo de su amado Jesús.
– Y ahora hijos míos, sobre este santísimo lugar de adoración, ¡consumad su matrimonio! – sentenció el cura extendiendo las manos.
En ese momento el director del video y padre de los novios, realizó un paneo hacia la derecha para apreciar mejor como su pequeña hija se penetraba con el pene de su gemelo, dándose un sentón lento y prolongado, que me hizo recordar la primera vez que ella se sentó sobre mi. La madre de los niños, ahora se desnudó frente al cura, quitándose el vestido de noche, para después ir despojando de su túnica al sacerdote, quien aún se encontraba con los brazos abiertos. Mireva volteó, poniéndose en cuclillas, ofreciendo su magnífico trasero al ministro, quien ya se encontraba duro como una roca y sin dudarlo la acribilló con fuerza, mientras recitaba de memoria un Ave María. Jesús se había sentado para besar y abrazar a su gemela, mientras ella se movía furiosa encima de él, montándolo sobre el altar. Los jadeos y gemidos entrecortados de los actores y las actrices retumbaban en el audio del VHS. La película, como las anteriores, era obscena y decadente, pero al mismo tiempo excitante, tanto que Violeta ya desde hacía unos minutos me masturbaba. Trinidad, que también estaba atenta a la producción de su padre, se encontraba desnuda, amarrada sobre la cama y con un cinturón de doble dildo ajustado al rostro: uno saliendo de su boca; el otro incrustado hasta su garganta. Isa por su parte, sin desviar tampoco la mirada del video, se ponía un collar con correa, sus incipientes pezones estaban duros y apuntaban casi al techo. Durante el desayuno a Violeta le dieron ganas de que yo las dominara a las tres al mismo tiempo, su mamá e Isabela de inmediato estuvieron de acuerdo.
– Deja mi verga en paz y ve a sentarte en la cara de tu madre. – le ordené a Violeta. Ella obedeció de inmediato y yo fui hasta donde Isa terminaba de enganchar su correa al collarín. El vinil negro con estoperoles plateados alrededor de su cuello, hacia que su desnudez fuera un poema.
– Ahora te quiero en cuatro. – le dije, sujetándola con fuerza de la correa.
– Si Mi Amo. – respondió Isabela obedeciendo al instante.
– ¡¿Escucharon?! ¡Así es como deben dirigirse a mí! ¡A partir de este momento así lo harán, entendido!
– ¡Si Mi Amo! – exclamaron al unísono Isabela y Violeta. Trinidad imposibilitada por el dildo, sólo balbuceó.
En ese calabozo iluminado con velas, llevé a Isa como mi perra hasta la cama purpura, subiéndola a un lado de su madre en el momento justo cuando Violeta iniciaba la penetración de su hermosa vagina, sentándose en la cara de Trinidad. Sus movimientos eran de arriba abajo, y aunque verla haciendo eso, resultaba muy erótico, yo tenía pensado algo distinto.
– No, así no. Quiero que te sientes por completo en su rostro y te muevas de atrás hacia adelante. Cuando veas que no puede aguantar más por la asfixia, la dejas descansar un poco, para luego reanudar el movimiento otra vez. ¿Estamos?
– Sí, MI Amo. – contestó Violeta, siguiendo las órdenes, con un mirada de excitación. El color de sus ojos era más bello en ese lugar, el violeta era tan intenso que más bien, parecía morado.
– Y tú, – dije señalando a Isa. – ve a meterle el hocico entre las piernas a tu madre. ¿Qué no hacen eso las perras?
– Sí, Mi Amo. – respondió Isabela, a quien mis órdenes, francamente la divertían.
Había armado una escena casi a la par de la vista en pantalla que, en ese segundo, nos mostraba a Mireva cabalgando a su hijo y al cura totalmente sudado, recibiendo en su pene las chupadas vigorosas de la pequeña gemela. Ambas escenas comenzaban a calentarme mucho: Violeta jadeante, asfixiando con la vulva a su madre; Mireva gimiendo penetrada por su hijo; la pequeña Trinidad provocando una copiosa eyaculación al párroco y la otra Trinidad, la adulta, retorciéndose por la lengua de Isa, quien succionaba su vagina. Me concentré en el culo de Isabela. Su sexo lampiño entre el final de sus nalgas y el principio de sus muslos era una imagen centellante, tan cerca y tan lejos de mí. El vaivén hipnotizaba, su aroma dulce y húmedo viajaba hasta mi nariz. Ese culo balanceándose de un lado a otro, llenaba de sangre mi pene a tal punto, que no podía más con su dureza. Me sentía en trance, consumido cada vez más por mi lado dominante, ese personaje que ellas me habían dado para que yo las sometiera. Odié en ese momento nuestro secreto, la excitación era tanta que, en mi mente sólo existía la hermosa vulva de Isabela. Tenía que atravesar ese botón de carne.
Perdido me abalancé sobre ella, en total rendición a ese placer que me esquivaba. Escupí entre sus nalgas y mi saliva cayó directo en su ano. Isa lanzó un corto gemido, más de sorpresa que de placer. En ese instante, justo antes de meterla, dudé si era mejor por esa vía. Lo único más atractivo que ese sexo puberto y regordete, era su cerrado y simétrico ano, con pocas arrugas y de un color rosa pálido. Un suave destello magenta desvió mi atención, era Violeta que, con los ojos cargados de lujuria, resolvió mi dilema. Interprete su intención al dirigirme esa mirada como una arenga para sodomizar a su hermana menor. Por poco lo hago sin dilatarla, mis caderas solo empujaban hacia adelante. Reculé, fui por lubricante en uno de los cajones del buró, y con abundancia lo puse en mis dedos índice y medio, puse un poco en su entrada dando pequeños giros con las yemas de ambos dedos, Isabela sacó un suspiro desde el fondo de sus pulmones.
– ¿Qué haces Tris? – preguntó con voz entrecortada.
– ¡Calla, las perras no hablan! Voy a cogerme este culo. – repliqué dándole una pequeña nalgada y aumentando la presión de mis dedos, que ya entraban un poco en su orificio.
– ¡Pero tú y yo…!
– ¡Qué te calles perra! ¡Y para ti soy: Amo, recuérdalo!
– Si Mi Amo.
– ¡Así es, tu amo y ahora voy a dilatarte, luego guardaré toda mi leche en lo más profundo de tu recto!
Después de espetarle esta última frase, Violeta paró su movimiento encima de la boca de su madre. Sentí las dos miradas atravesándome. La de Trinidad era una llamarada color café, inundada de erotismo; la de Violeta un negro acantilado, oscuro y profundo que me llevaba directo a la perversión. Yo podía ser el dominante ese día, pero estas dos mujeres dictaban todas mis voluntades. En el aceite había un adaptador para lubricar más adentro, lo introduje lo más que se podía e hice presión para aplicar abundantemente, me puse un poco más en mi pene y empecé a hacer círculos con la punta empujando un poco más cada vez. Isa dejo de chupar a su madre y le enterró las uñas en los muslos cundo sintió entrar mi glande; abrió la boca dejando salir un suspiro que raspaba con el aire su garganta. Empujé hacia adentro, metiendo más de la mitad del pene. Aún con el lubricante, la sensación de estrechez era imponente. Parecía como si con un puño cerrado me estrangulara todo el falo. La ignición de un fuego tomo por sorpresa mi pecho, generando una sensación de placer como nunca antes sentí. Violeta regresó a montar la cara de su mamá con más fuerza. Esto me motivó a entrar del todo en Isa, que al sentirme dentro, dio un grito de dolor, giró la cabeza para verme y con ojos vidriosos me dijo:
– Mi Amo, ya no me importa nada, seré tuya para siempre.
Si lo hubiera pensado mejor en ese momento, tal vez me hubiera dado cuenta a lo que se refería, pero en esa situación mis pensamientos vagaban entre sudores y jadeos. Su entrega a pesar del dolor que le infringía desató en mí, una furia por destrozarla. El amo dominante que habitaba en mí, despertó por completo. Las embestidas que siguieron, fueron salvajes.
– ¡Aaah, auuh…! ¡Duele…!
– ¡Umh, umh! ¡Y va a doler más!
– ¡Aaahh, auuh…! ¡No importa! ¡Sigue, sigue!
– ¡Cállate ya! ¡Sólo puedes gemir y chillar, como la perra que eres!
– ¡Ay, ay, ah, ah, ah, ah!
Las olas de excitación que envolvían el calabozo, eran más densas con cada embestida, Violeta tuvo un orgasmo en la cara de su madre que casi la ahoga. Trinidad desesperada, luchaba para seguir masturbarse con la boca de Isabela que en ese momento se había olvidado de darle placer a su mamá. Violeta recuperando el aire notó esto y se desenterró el dildo, para ir directo al sexo de mi suegra succionando violentamente su clítoris. Trinidad ahora se retorcía de placer, enmudecida por el dildo que ella misma había elegido. Una de sus hijas le comía el sexo, la otra le sangraba los muslos con las uñas, recibiendo mis embates. Sinceramente tenía ganas de escucharla gemir y disfracé mi deseo con una orden:
– Violeta, quítale el dildo para escucharla.
– Sí, Mi Amo. – respondió Violeta dejando atrás el clítoris al rojo vivo, coronando la vulva de su madre. Fue a desabrochar los cordones, sacando el dildo del fondo de su garganta y regresando rápidamente a degustar su vulva. La hija de migrantes eslavos tosió un poco, escupiendo un denso cuajo de saliva, para inmediatamente después, comenzar a gemir en una mezcla entre dolor y placer que le producían sus niñas. Miré la espalda de Isa, su musculatura se contraía con cada avance de mi falo, sus gemidos eran ya, gritos ruidosos y descarados. Venirme desde lo más profundo de mis genitales, iba a ser incontenible, la explosión sería dolorosa pero también un alivio. Jalé de su cadera para descargarme lo más adentro de sus entrañas, Isabela se dejo hacer, dirigiendo sus nalgas lo más atrás posible. Mis jadeos eran casi alaridos, alertando mi venida dentro de Isa. Lo que siguió fue una avalancha de orgasmos entre quejidos y suspiros que terminó con una marejada de cuerpos sudorosos, exhaustos y tendidos sobre el colchón, hechos una maraña.
– Te va bien lo dominante Tristán. – comentó mi suegra rompiendo el silencio después de algunos minutos.
– Las tres me lo hacen fácil. – respondí un poco agitado todavía. Mi cabeza, en el final de nuestra orgía, había quedado en los suaves y acolchonados glúteos de Violeta.
– Mi hija no se equivocó, para mi, sin importar qué, ya eres parte de esta familia.
– Gracias Trini.
– No me agradezcas nada, donde tú ves azar, yo veo providencia. Esto ya estaba destinado a suceder.
– Ya me lo habías dicho, y con días como este, me convences más.
– ¿Mamá ya te contó Tris, lo de Vania y Noé? – interrumpió Violeta preguntándole a Trinidad quien tenía las piernas enredadas a través de sus dos hijas, pero los brazos aún amarrados.
– Sí.
– ¿Segura?
– Sí Violeta, que entró desnuda y lo besó. ¡Qué excitante debió ser eso!
– No eso no mamá. – atajó Isabela con una sonrisa burlona.
– ¿Cómo? ¿Ya hubo otro evento? – preguntó Trinidad volteando a verme con asombro.
– Sí, acaba de pasar Trini. – respondí con una sonrisa.
– Pues termina de desatarme y cuéntame. ¿Por qué soy la última en enterarse?
Desatamos a la joven matriarca, nos acomodamos de mejor forma en la cama y las tres atentamente escucharon mi relato:
Llegué a la dirección que me había dado. El mensaje de texto tenía instrucciones muy específicas. Una casona vieja, rodeada de vegetación, fuera de la ciudad, entre los kilómetros 33 y 34, al lado de la carretera. La autopista estaba casi vacía, nadie pasa por ahí entre semana, así que, cuando vi un carro a lo lejos, supe que era ella. Bajó de su auto, vestía ropa casual, nada para llamar la atención; mezclilla y playera, como para ir al supermercado, con todo, no podía disimular sus voluptuosas curvas. Me contó que la propiedad había sido de una tía, quien falleció hace algunos años y nunca tuvo hijos, así que, se la heredó. Ella regularmente pasa algún tiempo ahí, en especial, cuando busca algo de tranquilidad. Antes de entrar, por el portón de madera, nos dimos un beso algo efusivo.
Si la casa por fuera parece vieja y descuidada, por dentro es mucho más moderna y acogedora. Nos desnudamos casi al instante, sentí que ella no podía esperar más. Vania había preparado con antelación, una especie de cama árabe con almohadas y cojines en toda la sala, con pareos y mascadas colgando de las paredes. Acomodó su hermoso cuerpo desnudo, sentándose entre un montículo de suaves almohadas, me miró y abrió las piernas, dejando ver su recién depilado sexo, sin un solo vello.
– ¿Te gusta? – me preguntó refiriéndose a su nuevo afeite.
– Ajá. – le respondí metiendo mi cara entre sus piernas.
Su humedad ya recorría la parte interna de los muslos y para cuando llegué a la entrada de su vagina, ya estaba más empapada que mi lengua. Vania ya no quería tanto juego previo, lo que deseaba era, como ella misma me pidió: “[…] quiero tener tu verga dentro”. Pero como sabemos, ella no puede pasar en ningún momento a dominar la relación, así que, la hice esperar haciendo círculos por encima de su vulva y lamiéndola a lo largo de sus ingles. Debía suplicarme. Ella lo sabía y casi enseguida comenzó a hacerlo. Yo sinceramente agradecí que no haya tardado, pues moría por entrar en esa vagina que estaba lamiendo. Como nos encontrábamos solos, ella se mostró mucho más desinhibida, confiada de que el bosque ahogaba todos nuestros ruidos.
– ¡Ah…! ¡¡Ahhhh!! ¡Cógeme duro! ¡Muy duro!
– ¡Mierda, si ya sabes como hacerlo! ¡¿Por qué no lo dices?!
– ¡Por favor, métemela duro…muy duro…te lo suplico!
– ¡Muy bien, ahora te cogeré muy duro!
Tuvo un orgasmo descontrolado, gimiendo desde el fondo de su garganta. Un poco perdida, reaccionó cuando me quedé pegado a ella tratando de entrar lo más posible, una señal de mi inminente eyaculación.
– ¡Sí, sí…! ¡Vente dentro! ¡Toda adentro!
Sus palabras esta vez no las pude rebatir, entendiendo que cada cosa que me pidiera lo debía suplicar, pero la potencia con la cual llegaba mi orgasmo me lo impidió. Estuvimos un rato breve abrazados recuperando el aliento después del primer encuentro. Luego tuvimos otro mucho más extendido, donde prácticamente revolvimos cada centímetro de la cama árabe, dejándolo todo hecho un desastre. Fue ahí, mientras nos reponíamos del segundo encuentro, en ese momento de intimidad que me lo contó. No recuerdo bien como llegamos a ese punto en la plática ni tampoco sus palabras exactas, pero más o menos esto fue lo que me dijo:
Fue el día que no llegaste a la clase de yoga, ¿recuerdas? Tenía ganas de traerte a casa, pues iba a estar sola hasta la noche. En el trabajo de Jesús cada año existe una dinámica en la que llevas a tus hijos. Ya sabes, estupideces para la integración de los trabajadores y mejora del ambiente laboral e idioteces como esas, pero a los niños les encanta ir. Normalmente me voy con mis amigas a tomar un café, o me quedo en casa a disfrutar del silencio y me pongo a leer algún libro, pero este año quería que fuera diferente, pues solo deseaba tenerte ahí conmigo. Incluso si recuerdas te mandé mensajes, que no contestaste. En fin, llegué a casa, fui directo a darme una ducha, creí que eso me ayudaría con mi calentura, pero no fue así. Al salir me tumbé desnuda en la cama y con mi mejor dildo empezaba a masturbarme cuando sonó mi celular. Primero pensé que serías tú, pero obviamente no fue así. Era Jesús, que nunca llamaba a esas horas, y menos si está con sus hijos en esa dinámica. Le contesté, sólo para escuchar a Noé pidiéndome que fuera por el al trabajo de su papá, no se sentía bien del estómago y se la había pasado vomitando en el baño. Con un poco de pesar, por no terminar de masturbarme, me vestí y salí a toda prisa por mi hijo. Llegando al trabajo, Noé ya me esperaba en la recepción, creí que Siddhartha también decidiría irse, pero mi hijo me informó que ella se quedaría con su papá.
El regreso fue en silencio, un poco incomodo. No habíamos hablado en ningún momento sobre el incidente en su cuarto el fin de semana anterior. Sinceramente yo evitaba estar a solas con él para que no me preguntara nada, y así, no tener que explicar nada. Apenas entrando a casa, fue directo al baño y vomitó otra vez. Le preparé una bebida con suero y se la llevé a su habitación. Tendido en la cama, le pregunté como se sentía y que había comido recientemente. Él al principio no me respondió, después ya no pude esconderme más.
– No es algo que haya comido mamá.
– ¿Entonces amor?
– Me siento así desde lo que pasó el fin anterior… cuando vino tu amigo Tristán. – me dijo tartamudeando un poco. Sabía exactamente a que se refería, si fingía no recordar, estaría tomándolo por tonto, así que, sin hacerme a un lado, y sabiendo lo que me costaba platicar con él sobre esto, decidí encarar lo que viniera.
– Te refieres a cuando entré desnuda a tu cuarto.
– Sí… a eso y…
– Al beso que te di.
– Sí… también.
– Lo siento amor, no debí hacerlo…
– Pero mamá…
– De seguro me odiaste y te hice sentir muy mal, perdóname, yo sólo…
– Mamá, no es eso…escúchame…
– …no se qué me pasó…
– ¡Mamá!
– Sí, ¿qué pasa amor? ¿Por qué gritas?
– Escúchame…por favor.
– Sí, lo siento. Dime.
Yo me sentía muy nerviosa, pensaba que había arruinado no sólo nuestra relación sino su infancia.
– No te odié, ni me sentí mal…bueno no así.
– ¿Cómo entonces?
Noé se sentó en la cama, con la cabeza gacha mirando sus manos.
– No se ni como decirlo mamá. Fue todo lo contrario a odio. Y no me hiciste sentir mal, por el contrario…muy bien, me sentí muy bien. Y ese es el problema…
– ¿Cuál amor?
– Que cuando recuerdo ese momento, me gusta tanto y me pongo como nervioso y siento que el estómago se me revuelve y… y no sólo hoy he vomitado, sólo que en la oficina de papá hay tantas personas que no pude ocultarlo más.
En ese instante supe que tenías razón Tristán, probablemente mi hijo ya fantaseaba conmigo. No sabía que hacer ni que decir. Por un lado me parecía mal todo este asunto, lo mejor hubiera sido no cruzar esa línea, que en mí (de no ser por ti) ni cerca estaba de ser pensada o deseada; por otro lado, que tuviera claros signos de enamoramiento, me llenaban de amor y ternura. No sabía que hacer ni como proceder a partir de ahí. Mis dudas se mezclaban unas con otras y fue una última pregunta que hizo, lo que aclaró mi mente.
– Mamá.
– Dime mi amor.
– ¿A ti te gustó como a mí?
Estaba en una encrucijada, si le decía que no, habría sido el acto de una loca que entraba de esa manera, para después aceptar su disgusto, sin mencionar, el rechazo que le haría sentir. Si le decía que si, nuestra relación cambiaría para siempre, abriendo puertas hacía lugares que no podría adivinar. Había una tercera opción, pero era improbable; fingir un lapsus de demencia, una especie de evento erótico que se me salió de las manos, lo cual no estaba tan alejado de la realidad, pero también hubiera sido una mentira, además las explicaciones me llevarían a ti, y lo pondría en entredicho con la lealtad hacia su padre. Sopesando las opciones, había un ruido de fondo que contenía la respuesta, y no importaba cuanto más lo negara: haberme sentado encima de él, en total excitación y haberle dado ese beso lleno de morbo y cachondez, despertaba en mi una lujuria que no sabía que podía experimentar, no sólo obedecerte desde la calentura, sino también cruzar la línea del incesto y la pedofilia, de lo prohibido, me hacía sentir tan perversa y tan vulgar, que ese momento, al besarlo por primera vez mientras tu nos veías, me embriagaba la vida, y llenaba cada poro de mi piel, con los más primarios instintos sexuales. Así que, sin pensarlo más, tomé mi decisión.
– Sí amor, a mi también me gustó. – le respondí con la voz más suave que pude hacer. Noé levantó la cara e hizo otra pregunta:
– ¿Y tú también te sientes con el estómago revuelto?
– Un poco, pero mi experiencia hace que lo controle.
– Oye mamá.
– Dime.
– ¿Y tú pensabas en repetirlo?
– Sí.
– ¿Y cuando lo hacías te emocionabas tanto que te daban ganas de vomitar?
– Me emocionaba, y sentía en la panza una especie de remolino, pero como ya te dije, el vomito lo puedo controlar.
– Mamá.
– Aquí estoy.
– ¿Por qué lo hiciste?
En ese momento la verdad era imposible de decirse, tenía que dejarte fuera de esto. Así que opté por una verdad substituta, aunque en ese momento no haya contado como una razón para irrumpir en su cuarto de tal forma.
– Porque me pareces muy lindo y guapo. – le dije mientras me sentaba a su lado.
– ¿Te gusto? – preguntó con inocencia, ver su bello rostro otra vez a esa distancia, me hizo recordar su aliento en aquel beso.
– Mucho. – respondí sujetando su mano, el por instinto se acercó a mi.
– Tú a mí también mamá. Mucho.
Acerqué mi muslo al suyo.
– ¿De verdad Noé?
– Sí… y también eres sexy.
– ¿Sexy?
– Sí, mucho. ¿Yo te parezco sexy mamá?
Pasé mi mano por su cabello
– Claro que si Noé. Eres el niño más sexy del mundo.
Noté que cambiaba su respiración.
– ¿Qué fue lo que más te gustó de lo que hicimos ese día mamá?
– Eso es fácil. El sabor de tu boca.
El recuerdo de su boca abierta besándome aumentaba mi libido.
– A mí también me gustó el sabor de la tuya. Pero me gustó algo más…
– ¿Y qué es eso Noé?
– El calorcito…
– ¿Cuál calorcito amor?
Solté su mano y la puse en uno de sus muslos.
– Tu… ya sabes, cuando te sentaste… lo sentí. Parecía que salía de tu…
– Mmmmm, ya entiendo. ¿Te gustó ese calorcito mi amor?
– Sí, mamá…
– A mi también me gustó la reacción que tuviste al sentir mi calorcito.
En ese momento puse mi mano en su entrepierna, ya tenía un pequeño bulto en el pantalón. Palpar con mi mano esa dura reacción, hizo que sintiera mi flujo deslizarse desde el fondo hasta la entrada de mi vagina. Mi corazón latía rápido y desde ahí, casi podía escuchar el de Noé. Estaba por cruzar ese umbral otra vez, sólo que ahora, no había nada ni nadie que nos impidiera llegar hasta el final. Frotando con una mano su pene por encima de la ropa le di un beso con mucha saliva y poca lengua, la suavidad de sus labios pre pubertos es perfecta Tristán, su boca tiene un aroma dulce, a frutas. Tenía ganas de acostarlo, desnudarlo y chuparle todo, pero Noé quería que me sentara encima de él, como la vez anterior. Entendí, había idealizado ese momento y quería repetirlo.
– Pues ve a sentarte en tu silla. – le pedí y lo hizo enseguida. Me desnudé frente a él, notando que su bultito crecía un poco, me acerqué lentamente. Mientras daba esos pocos pasos, sentí mi ritmo cardiaco acelerarse aún más. Percibí un calor que venía desde dentro y mi cuerpo empezó a sudar. Llegué y me senté en Noé lento y suave. Una vez arriba lo besé y todos los recuerdos del fin de semana anterior llegaron de golpe, dándome cuenta de que yo también me había quedado ene ese lapsus de tiempo, desatando toda la lujuria contenida desde ese día.
En mi mente yo devoraba su boca, pero al poner más atención, me percaté de que el movía sus labios y su lengua a mi par. Pegué mi sexo a su bulto, y esta vez sin ninguna inhibición lo restregué de adelante hacia atrás, masturbándome con su erección. Tuve un orgasmo y gemí un poco dentro de su boca. El traía unos pantalones café oscuro, y al despegarnos un poco, él notó que en la zona de su pene había una gran mancha blancuzca.
– ¿Qué…es eso…mamá? – preguntó con voz agitada.
– Esos Noé, son mis fluidos y quiere decir que estoy disfrutando mucho estar contigo. – contesté dándole un beso, moviendo suavemente mi lengua.
– ¿Y sabes dónde se sienten mejor esos jugos? – pregunté moviendo mi vagina una vez más sobre su pantalón.
– No, ¿en dónde mamá? – me respondió, aunque probablemente ya sabía la respuesta.
– Alrededor de tu pene… ¿Quieres sentirlos amor?
Noé respondió afirmando con la cabeza, en ese momento le quité toda la ropa. Tenía un par de años de no verlo así. Si bien, su delgadez aún es infantil, su vientre comienza a marcarse un poco, así como los brazos y las piernas. Pero lo que más disfruté viendo fue su sexo, el pene totalmente erecto, aún presenta ese lunar morado de nacimiento en el glande, y aunque aún es pequeño, promete estar increíble cuando crezca. Me parecía muy excitante su falta de vello y lo parado que estaba, es tan prohibida esa imagen que me puso muy cachonda, verbalizando mi calentura en cada frase.
– Ahora me voy a sentar otra vez, pero será diferente. Esta vez me voy a meter tu penecito dentro de mi vagina, ¿está bien amor?
– Sí mamá. ¿Crees que es pequeño?
– Un poco amor, pero crecerá con el tiempo, además es bellísimo, y me encanta que esté tan duro.
– ¡Uy, uy…ahh!
– ¡Ah…sí amor, no sabes el morbo que me da tener tu verga aquí dentro…!
Estar sentada con su pene dentro de mí, me puso super caliente Tristán. Primero me moví un poco en círculos, quería que tocara todas mis paredes, luego no aguanté más y decidí darme unos sentones, no muy fuertes, bastante controlados, para que no sufriera con mi peso. Tomé mis senos y se los puse en la boca, Noé se abrazó a ellos y los lamió con vehemencia. Al principio su lengua se concentraba en la redondez alrededor de mis pezones, luego como un acto reflejo, inició una succión como si fuera un bebé otra vez. Eso me calentó aún más, me enterré hasta el fondo su verguita y empecé con movimientos atrás y adelante, eso lo hizo enloquecer. Primero, no pudo seguir chupándome los pechos, su necesidad de gemir era mayor. Sus tiernos jadeos me anunciaron que no aguantaría más y estaba por venirse, eso a mí, me hizo enloquecer también. Nuestros jadeos se intercalaban, me dí cuenta de que su cuerpo se contraía. Noé tuvo el primer orgasmo de su vida gritando: “¡Mami, mami, mami…!” Esa forma de venirse me llenó tanto de amor y ternura, como de una incontrolable lujuria que provocó el orgasmo más intenso que tuve en mi vida.
Recobré la consciencia unos segundos después, sólo para que el morbo me invadiera de nuevo, pues quería saber si había soltado algo de semen, nuestros sexos estaban tan calientes que no pude percibir si algún chorro había salido, de hecho, no sabía si Noé ya podía eyacular. Me levante de su regazo, la silla soltó un rechinido, Noé se avivó un poco, saliendo del trance post orgásmico. Para mi gusto y sorpresa si había eyaculado, pero la gran mayoría de su leche estaba en la parte baja de su falo y en sus testículos, su hermoso pene aún estaba erecto. En un arrebato totalmente morboso decidí limpiarle ese semen con mi boca. Lo sujeté del tronco con una mano y comencé a masturbarlo de arriba abajo, al tiempo que iba metiendo por completo sus testículos llenos de semen a mi boca hasta dejarlos limpios. Después pasé mi lengua por la base de su verga para terminar de tragar las últimas gotas de su primera venida. En mi mano pude sentir que su dureza estaba regresando al límite. Para asegurarme de que no perdiera tono, succioné su glande haciendo círculos con mi lengua, Noé estaba en las nubes y yo con él, creí por sus jadeos que se volvería a venir pronto, pero yo quería ese esperma, dentro de mi vagina una vez más. Paré el sexo oral, para luego subirme a la cama.
– Ven amor, ahora hagamos algo diferente. – le dije abriendo las piernas, mi hijo reaccionó de inmediato, de un salto trepó a la cama y se puso hincado, entre las mismas.
– ¿Qué mami? – preguntó inocentemente, aunque yo creo que ya sabía que pasaría.
– Quiero sentir como la metes así. Anda, ven, métela.
Noé en todo instante no dejó de ver mi vulva, dirigió su pene a mi entrada y fácilmente la penetró. Sentir nuevamente esa pequeña verga dentro de mí, hacía que me mojara como nunca.
– Ahora sácalo y vuelve a meterlo… ¡Ah…sí así! Repite lo mismo… ¡Sí, así…ah…sigue así, ya no pares!
Empezó un vaivén un poco descoordinado y sin mucha fuerza, mientras yo le acariciaba el pecho y los hombros. Eso le dió confianza. En poco tiempo sus embestidas tenían ya un ritmo grandioso y su fuerza ya provocaba algunos chasquidos típicos de esos placeres. Pasamos varios minutos así, hasta que me dijo:
– ¡Mamá, me está pasando otra vez, no lo puedo controlar!
– ¡Muy bien amor…! ¡Ah, ah, ah, ah… no te controles!
– ¡Aaaah…mamá…es muy fuerte!
– ¡Ah, ah…si Noé, lo sé amor…! ¡Déjalo salir…ah, ah, ah!
– ¡Ya mami, mami, mami…!
– ¡Sí, mi cielo…! ¡Mami lo recibe…sácalo! ¡Ah, ah…yo te lo guardo!
Nuestros orgasmos fueron simultáneos, en mi desvarió provocado por el exceso de endorfinas, ansiaba que su leche me preñara. Un poco más cuerda, recordé que tenía pastillas del día siguiente en mi buró que al rato tomaría. Nos quedamos dormidos en ese misionero. Me desperté cuando el reloj marcaba media hora para que llegaran Jesús y Siddhartha. Limpié, perfumé y le puse pijama a Noé, quien apenas se despertó y volvió a quedar fulminado en su cama. Yo me fui a mi recamara a hacer lo mismo. Me metí en las cobijas, quedándome profundamente dormida pensando en ti, agradecida de haberte conocido, pues eso me ha llevado por senderos tan excitantes y prohibidos, que nunca imaginé caminar.
Para cuando Vania terminó su historia ya estábamos cogiendo de nuevo, caliente por el relato, hice que me montara. Sus últimas frases las pronuncio entre besos casi exclusivamente hechos de lengua y jadeos llegando al orgasmo.
– ¡Lo ves Tristán, por eso te lo repito a cada rato, sabía que Violeta no se había equivocado al enamorarse de ti, – exclamó Trinidad faltándole poco para dar brincos por todo el calabozo. – pero lo que has hecho va más allá de mi expectativa! – agregó casi en éxtasis.
– Me alegra que estés complacida Trini, pero ¿qué no era esto parte del plan? – le repliqué un poco contrariado.
– ¡Claro, pero que hayas transformado a esa mujer en incestuosa en tan poco tiempo, es toda una hazaña, sin mencionar que debe ser un record!
– ¿Ahora que sigue mamá? – interrumpió Violeta preguntando con algo de fastidio a la reacción de su madre.
– La niña, Siddhartha, naturalmente. – le respondió Trinidad ya más calmada.
– Eso no será tan fácil Trini.
– ¿Por qué Tristán?
– Porque según lo que he podido averiguar, Siddhartha es más beata que toda la sacristía junta.
– ¿Sí? ¿Qué tanto?
– Parece que mucho Trini, según Vania está estudiando para monja.
– Eso no será ningún impedimento, si yo lo sabré. – concluyó Trinidad en clara referencia a sus orígenes.
– ¿Y qué voy a hacer? La niña no me pela mucho…ni a su madre.
– No te preocupes Tristán, se exactamente lo que haremos. Necesitas algo de caballería. – respondió mi suegra mientras veía fijamente a Violeta. – Y ahora volvamos a coger, que este relato me ha puesto muy feliz y cachonda.
Nos dispusimos todos a reanudar nuestra orgía, de hecho, duró todo el fin de semana. A veces entre pausas íbamos dando ideas para el éxito de la siguiente misión. Todo estaba saliendo a la medida, sin embargo, algo me inquietaba. La mirada que cruzaron Trinidad y Violeta. Era como si mi novia estuviera tan interesada como su madre en esta cruzada, por momentos incluso más. Me quedaba una sensación de que ella era en realidad la intención y la voluntad moviéndose en las sombras.
Fin parte 5
Estaba esperando un capitulo más. Lo que estoy haciendo es cortar los capìtulos por orden y pegarlos en pdf, para no hacerme la picha un lìo. Son excitantes y morbosos, y como tú algun vez has comenntado, para leerlos, no para cascarla y salir del paso. A por el siguiente!!!!
Gracias por tus comentarios Corsario. El 6 ya lo tenía listo, pero al final cambié de opinion y lo estoy reescribiendo. Acabo de ver que ya publicaste más de Botín de guerra, me voy a leerlos, gracias, saludos. Te escribo allá.