Violeta 6
Soy una mala persona, lo sé. En ocasiones las circunstancias te orillan a decidir algunos dilemas en pocos segundos..
Los hilos de sangre goteaban desde la frente, formando un pequeño charco entre mis rodillas, la visión aún estaba borrosa pero aún así, alcanzaba a ver a mi agresor, quien lentamente se quitaba la ropa detrás de su esposa, que amarrada boca abajo, sobre el asiento de una silla, balbuceaba algo ininteligible, pues se encontraba no solo atada con firmeza sino también amordazada, con el culo desnudo y tembloroso.
– ¿Te gusta portarte como una puta? – le preguntó Jesús a Vania con voz serena y sin esperar una respuesta.
– Pues ahora te trataré como una. – continuó al tiempo que dejaba caer su bóxer para descubrir su total rigidez, acercándose al voluptuoso trasero de su esposa para sodomizarla. No tenía idea si había usado lubricante o no, pues acababa de despertar, pero el alarido ahogado de Vania me hizo creer que no. Mientras la bombeaba con demencia, Jesús no paraba de combinar la palabra “puta” con cualquier otra obscenidad. Fue en ese momento que me di cuenta del dolor insoportable en las muñecas y tobillos, y de que estaba atado a un pilar de la sala en la vieja casona de la carretera. Entre el dolor de cabeza y de mis extremidades, comencé a recordar todo: Como habíamos llegado a este punto, a esta situación en la que, a punta de pistola, Jesús nos tenía como rehenes luego de descubrirnos desnudos, enredados entre mascadas y pareos a la mitad de la sala, en nuestra cama árabe. Pero las cosas no habían empezado a salir mal aquí, la cadena de errores inició al menos, una semana antes.
Era viernes, último día de escuela, las vacaciones de verano comenzaban. Violeta y yo fuimos por las calificaciones del semestre. Terminando con ese trámite, iríamos a casa de Vania. El plan era simple: consistía en llegar los dos sincronizados al hogar de su tía política y hacerlo parecer coincidencia. Para esto, mi novia tendría que llegar unos segundos antes que yo, al cerrar la puerta, yo volvería a tocar, para encontrarnos ahí en el pórtico. Una vez sintiéndose engañadas las dos por mi, Violeta casi como un chantaje, seduciría a su tía, y unos pocos días después, Violeta le propondría a Vania que me perdonaran, y así, integrarme una vez más a la misión, que en ese momento contemplaba como objetivo principal, el incesto de Siddhartha con su madre y con Noé. Sinceramente, nunca estuve convencido del plan, podía pasar cualquier cosa con Vania, desde corrernos a los dos, hasta nunca perdonarme. Como ya dije, parecía un plan simple, pero lo único simple de la vida es complicársela, pero Trinidad confiaba ciegamente en las habilidades de su hija mayor.
Cuando llegamos Violeta tocó la puerta, yo me escondí detrás de un árbol cruzando la calle. Vania abrió, soltó un grito de felicidad y abrazó a su sobrina, a penas cerró, salí de mi escondite para ejecutar mi parte: Crucé la calle directamente hacia la casa, pero en ese preciso momento llegó Jesús en su auto. Sin saber que hacer y con torpeza, cambié de dirección, pero en vez de seguirme por la acera y pasarme de largo para disimular, regresé por donde venía cruzándome la calle de vuelta, y aunque no miré atrás, sentí la mirada de Jesús durante todo el camino hacia la otra banqueta. Pensé en intentarlo de nuevo, mas su presencia impediría cualquier éxito. Marcharme de ahí era lo mejor. Decidí ir a mi casa, sin embargo, a mitad del camino preferí desviarme a casa de Trinidad. Me sentía algo inquieto por lo sucedido con el tío de Violeta, y no quería estar con esa preocupación cerca de mi familia. Sabía que la vivienda estaba sola en ese momento, pues Isabela aún se encontraba en el convivio de fin de cursos de su escuela. Mi suegra, por otro lado, estaba en su negocio resolviendo algunos problemas. Dicho negocio lo había heredado de su padre, quien con el capital por la venta de sus “videos familiares” había invertido en la producción y distribución de materiales para la construcción, blanqueando así el dinero ganado en el mercado negro de la pornografía infantil.
Trinidad me había dado un juego de llaves desde que acepté participar en esta cruzada, pero nunca había tenido que usarlas, así que, al tratar de abrir fallé un par de ocasiones en la elección de la llave, finalmente, en un tercer intento acerté. Fui directo a la cocina, sentía la garganta seca. Llegando escuché el primer gemido, al mismo instante que veía a Isabela parada en una silla, con un arnés ceñido a sus caderas, penetrando a su madre, quien se encontraba con las piernas abiertas recibiendo el dildo, encima de la mesa del desayunador. Me quedé boquiabierto, observando la maravilla de escena sin que alguna se diera cuenta de mi presencia. Estaban tan excitadas, que su concentración las abstraía del mundo. Pensé en saludarlas, pero era tal su vehemencia que podrían exaltarse, unirme tampoco era buena opción, al menos no por el momento, pues tendría el mismo resultado. También podía irme al cuarto de Violeta, pero no quería perderme ese espectáculo.
No sabía que hacer, pasaban los segundos y los gemidos de las dos eran más intensos, mi verga empezó a reaccionar y sin más, lo único que se me ocurrió fue desnudarme para masturbarme frente a ellas. Cuando me saqué la última prenda, el pubis lampiño de Isa, chapoteaba con cada golpe en los jugos de Trinidad que se desbordaban de su vagina, bañando toda el área de su entrepierna; ese chasquido resonaba en toda la cocina, probablemente en toda la casa. Jalé mi falo con mayor rapidez, concentrándome en la orilla del glande, que estaba duro y muy sensible, cerré por un instante los ojos disfrutando la firmeza de mi puño alrededor del pene, los chasquidos de cada metida que Isabela le daba a su madre se oían ya como latigazos, eso me hizo abrir los ojos para verlas de nuevo, encontrándome con la mirada de Isabela regalándome una hermosa sonrisa.
– ¡Hola novio…! – saludó Isabela con voz agitada, distrayendo en su camino el orgasmo de Trinidad, que volteó entre extrañada y confundida hacia mi.
– ¡Hola Tristán… ¿misión cumplida?! – exclamó Trinidad, dándose cuenta de que era yo al que había saludado su hija. Sus ojos observaron, casi en todo instante, mi verga a punto de estallar.
Si le contestaba con la verdad, esta pequeña sesión de voyerismo llegaría a su fin y probablemente ninguno de los tres alcanzaríamos el clímax. Y por más placer que le diera su hija embistiéndola o su yerno masturbándose frente a ella, bien sabía yo lo que le daba mayor placer en esos momentos de su vida: cualquier avance que significara recuperar a su amado hermano. Por consiguiente, cualquier atraso la apesadumbraría. Así que opté por la evasión, por lo menos hasta que termináramos.
– Ahora te cuento Trini… primero quiero ver como termina de cogerte Isa.
– ¡Perfecto…porque después sigues tú! – respondió Trinidad con una sonrisa maliciosa, que de haber sabido a que se refería nunca le hubiera contestado que si.
Las pequeñas manos de Isabela, enterraron sus uñas en los senos de mi suegra, que sólo emitió un leve sonido nasal mientras echaba la cabeza para atrás mordiéndose los labios. Isa comenzó a moverse rapidísimo, como si esas uñas lacerando el pecho de su madre, le sirvieran como un anclaje que daba mayor potencia y rapidez a sus embestidas. La mesa se movía un milímetro hacia atrás con cada latigazo entre las vulvas. Ninguna de las dos dejaba de verme ni yo apartaba mis ojos de ellas. Los jadeos de los tres eran tan tumultuosos, que parecían quejidos más de animales que de humanos.
Mi primer lechazo las tomó por sorpresa, había apretado mi esfínter y mi puño con tanta fuerza para retardarlo que salió con mucho poder, viajando hasta la barbilla y el cuello de Trinidad. Ambas cambiaron sus gemidos agudos por unos más roncos y guturales en una señal inequívoca de que llegaban juntas al orgasmo. Mis demás lechazos cayeron en el piso de la cocina, fueron alargados y cargados de fluidos. Nos quedamos unos minutos en silencio, recuperándonos. La primera en hacerlo lógicamente, fue Isabela, quitándose el cincho y corriendo felizmente hacia mí. Con los pies desnudos, la hermosa niña pisó el semen regado frente a ella, haciendo que su liviano cuerpo se fuera hacia un costado; al intentar poner sus manos para amortiguar la caída, se dobló el brazo hasta el hombro, soltando un alarido al caer. Trinidad se apuró a socorrerla, comprobando casi de inmediato que la clavícula no estaba donde debía estar. Nos vestimos de prisa, ayudando en esa tarea a la pobre niña que no paraba de llorar, el dolor parecía insoportable. Subimos en el coche, fuimos directo al hospital, yo iba manejando; en la parte trasera, Trinidad con el pulso más sereno consolaba a su hija.
– Isa, tranquila pequeña.
– ¡Me duele mucho mamá…aggh!
– Ya te van a atender, ya vamos a llegar. ¿Verdad Tristán? – preguntó Trinidad observándome por el retrovisor.
– Claro Isa, vas a estar bien. – respondí directamente a la niña quien no paraba de llorar sin importarle que decíamos.
Una vez en el hospital, entraron a urgencias y yo me quedé en la sala de espera por algún rato. Luego Trinidad salió sin su hija. Había sufrido una fractura de clavícula, que afortunadamente no requería cirugía. Mientras la estaban entablillando se había quedado dormida gracias a los analgésicos y los doctores le recomendaron a su madre que la dejara descansar unos minutos.
– Valiente estudiante de medicina eres Tristán. – dijo Trinidad sentándose a mi lado.
– ¿Por qué lo dices Trini?
– Porque mi hija cayó frente a ti y no hiciste nada, tuve que ir yo a ayudarla.
– Bueno Trini, yo quiero ser cirujano, no enfermero ni paramédico.
– ¿Y no se empieza por algo?
– Claro, diseccionando cadáveres, pero tu hija no se encontraba así de mal, ¿o sí?
A Trinidad, ya estresada con la situación, no le gustó ni le causó gracia mi sarcasmo, pero tampoco quería pelea. Se cruzó tanto de piernas como de brazos y sin mirarme comenzó a interrogarme sobre lo sucedido en casa de Vania que, hasta ese punto, ella suponía que era todo un éxito.
– Mejor cuéntame como les fue con Vania. A estas horas mi hija ya debe haberla seducido.
– No lo sé. Sinceramente no lo creo.
– ¿Por qué? ¿Qué pasó? – contestó ligeramente alarmada, girando su cabeza hacia mí.
– Llegó Jesús.
– ¡¿Cómo? ¿Los vio? ¿Dónde está Vi?! – preguntó Trini, ahora si casi a los gritos. Algunas personas en la sala de espera nos miraron.
– Tranquila, baja la voz. Ella supongo estará bien.
– ¿Supones? Cuéntame qué pasó…ya.
Podía sentir su ansiedad, así que no le di más vueltas y le conté las cosas tal como sucedieron, excepto que Jesús me había visto (otro error), pues al no estar cien por ciento seguro de esto, no quise preocuparla más. Creí que con eso se calmaría, tal vez estaría un poco desilusionada, pero en calma, mas no fue así.
– ¡¿Qué?! ¡¿La dejaste sola con los dos ahí?!
– Que bajes la voz.
– ¡Me importa poco que me escuchen! ¡¿Cómo se te ocurre dejarla ahí?!
– ¡¿Y qué querías que hiciera?! ¡¿Seguir con el plan y que todo se viniera abajo?!
– ¡Por supuesto que no! ¡¿Qué no tienes un maldito celular, con crédito que yo te pago para emergencias como está?! ¡Me hubieras marcado!
– ¡Lo siento, nada más pensaba en huir de ahí y llegar a tu casa!
– ¡Una casa que suponías estaba vacía! ¡¿No es cierto?!
– ¡Sí, lo siento, entré en pánico!
– ¡Y cuando entraste, en vez de quedarte como idiota viéndonos, ¿por qué en ese momento no me dijiste?, hubiera ido por ella!
– ¡No pude! ¡Se veían hermosas!
– ¡Dios mío! ¡Todos ustedes son iguales, piensan con el pito en la mano!
Esa última afirmación de Trinidad, trajo más atención de la que ya de por si teníamos con nuestra acalorada discusión. Sin preocuparse de los demás, mi suegra caminó a toda prisa hasta el consultorio donde entablillaron a Isabela, seguramente para despertarla. En pocos instantes salieron las dos, con pasos rápidos, aunque en el caso de Isa estaba siendo casi arrastrada.
– Vámonos. – dijo pasando frente a mí sin detenerse.
De regreso Trinidad manejó, Isabela aún con algo de efecto por los analgésicos, durmió todo el camino. Trini muy seria, me pidió que le llamara a su hija. Mi novia contestó enseguida y nos informó que ya se encontraba en casa; que todo había quedado como una visita espontanea. Jesús había regresado por unos papeles y que al verla apenas la saludó y salió a toda prisa. En ese momento nos tranquilizamos, creyendo que todo iba bien, y que sólo había sido un contratiempo, pero estábamos equivocados. Y las cosas se iban a complicar aún más.
El fin de semana transcurrió como ya normalmente lo hacíamos: cogiendo los cuatro por toda la casa, incluyendo por supuesto, el calabozo. Fue ahí, el domingo por la tarde, cuando sucedió la siguiente pifia en esta cadena de errores. Subí desde el sótano a la cocina, cuando me encontré a Isa en la bodega de los alimentos, Violeta y Trinidad se habían quedado dormidas en la cama púrpura. Isabela no tenía permiso de su madre para bajar al calabozo, gracias a la fractura en su clavícula. Aún así, en el resto de la casa, la pequeña se las arreglaba para dar y recibir sexo oral, cada que se le antojaba. Como estaba desnudo a penas me vio, se arrodilló, agarró mi pene con su extremidad sana y lo introdujo a su boca. Mi verga tomada por sorpresa había entrado en absoluta flacidez a su cavidad, pero rápidamente cobró forma.
– ¡Ah…! ¡Isa, tu mamá y tu hermana podrán ser las diosas del sexo…! ¡Pero nadie chupa la verga como tú…! – le dije a Isabela entre balbuceos por el placer de sentir esa boca tibia que parecía no tener dientes.
– ¡Eso es porque…! ¡Mmmmm… eh… eres mi novio, y yo quiero hacerte sentir muy bien! – dijo Isabela mirándome a los ojos. Su lengua daba vueltas por mi glande.
– ¡Aaah…Isa otra vez con eso! ¡Yo soy novio de tu hermana…no tuyo! – respondí casi sin poder respirar, la niña se había introducido por completo mi tronco haciendo presión en la punta entre la garganta y el inicio de su tráquea.
– ¡Eso…grup…era antes! ¡Ahora tienes dos novias…slurp!
– ¡Ah… te equivocas!
– ¡No, no me equivoco! – aclaró Isabela sacándose mi pene, y parándose frente a mi continuó:
– Tu y yo teníamos un acuerdo, nuestro secreto. Pero aquel día en el calabozo me penetraste, y aunque no fue en la vagina, sentirte dentro de mi lo cambia todo. Tu lo decidiste, tu sabías lo que yo sentiría y aún así lo hiciste… y te amo por eso.
La niña tenía razón, yo sabía por más caliente que estuviera en ese momento, lo que implicaba penetrarla. Para mi había sido un deseo reprimido, para ella una liberación romántica. En este mundo extraño que ahora vivía, sodomizarla fue una declaración de amor. Se veía bellísima frente a mí. Su inteligencia la volvía más atractiva; pero era su romanticismo al mirarme lo que me derretía. Con la cabeza inclinada hacia arriba y con el cabestrillo sujetando su fractura, esperaba una respuesta. Un par de caireles castaños enmarcaban su hermoso rostro, y no se si fue por la magistral felación que acababa de darme o simplemente por que amaba a esa niña, que sin más dudas acepté lo que éramos.
– Tienes razón Isa, yo sabía lo que significaba hacerlo. – dije agachándome para abrazarla. Isabela hizo lo mismo emocionada, pero con cuidado de no lastimar su hombro; también estaba desnuda y lentamente me rodeó con ambas piernas, yo bajé mis manos hasta sus glúteos para cargarla. Nuestros sexos se encontraron en el medio.
– ¿Sabes lo que esto significa novio? – preguntó dándome tiernos besitos con mucha saliva, pero casi sin meterme la lengua.
– No lo sé novia. – contesté fingiendo, aunque ya sabía de lo que hablaba.
– Que ahora quiero que hagamos todo lo que los novios hacen.
– ¿Todo?
– Todo…mmm…pero aquí no.
– ¿Dónde entonces?
– Vamos a mi cuarto.
La liviandad de su cuerpo me parecía de lo más erótico. Nos besamos durante todo el camino hasta la habitación. Con el pene erguido pude sentir húmeda su vulva. Al depositarla sobre la cama, ella rozó descarada y apretadamente nuestros sexos. Abrió las piernas invitándome a subirme en ella. Sin decirnos nada, sabíamos lo que pasaría, lo que deseábamos desde hacía meses. Entré a su regazo teniendo cuidado de no lastimar su fractura. Isabela volvió a rodearme con las piernas dejando expuesta su vagina. Sentí mi pene hinchado y duro, listo para atravesar esa niña de ojos color miel. Antes ella quería darme un par de lengüetazos más.
– Espera, primero quiero chupártela una vez más. – dijo con voz excitada. Nadie lo hacía tan bien como Isa, nadie que lo supiera en carne propia, se negaría a ponérselo en esa pequeña boca elástica y suave cuantas veces ella lo quisiera. Se lo acerqué hasta la cara, Isa lo lamió delicadamente y luego con vehemencia, para luego metérselo todo hasta la base y contraer su cavidad bucal alrededor de él. Con su mano sin cabestrillo acariciaba mis testículos. Yo estaba en el cielo o algo parecido tanto, que casi pego un brinco cuando se sacó mi verga de la boca de un movimiento.
– Ahora estoy lista. – articuló suspirando las palabras, abriendo las piernas, levantando la pelvis y tocando su humedad entre los labios menores para demostrarme el abundante flujo lubricándola.
– Nada me pone más caliente que mamártela. – remató con voz de putilla agudizando las vocales en especial las aes.
Dirigí mi pene hacia esa pequeña entrada, enmarcada por labios lampiños y regordetes, así como ingles ruborizadas. Nunca creí tener una verga descomunal ni mucho menos, aunque tampoco recibí ningún reproche por mi tamaño, pero a punto de atravesar a Isabela parecía que la iba a destrozar, no estaba seguro de que entrara. Si bien ya había alcanzado la pubertad y había tenido sus primeras menstruaciones, tenía mis dudas de que aguantara una verga adulta como la mía.
Deslicé mi glande varias veces entre sus labios, sólo para comprobar por última vez sus jugos desbordantes. Ni siquiera la Violeta más excitada me había esperado con tal humedad. Decidí meterla despacio, no quería lastimarla, esperando encontrar resistencia en los primeros centímetros de la entrada. Para mi asombro, a pesar de su impresionante estreches, la lubricación era tanta, que entró prácticamente la mitad de mi verga. Isabela soltó un grito, que parecía de sorpresa combinado con dolor.
– Pensé que no te iba a entrar ni la mitad niña. – le confesé mirándola fijamente, ella con una mirada aún más penetrante y con las ojeras marcadas como si estuviera en un trance me respondió:
– No te detengas, hazlo…hazlo hasta el fondo de mí.
Quise advertirle de nuestra asimetría de grosores, pero ella me interrumpió de inmediato, adivinando mi preocupación:
– Pero Isa…
– ¡Nada, sólo hazlo! ¡Aunque me deshaga en aullidos!
Su voz era agitada, mas en sus palabras no había titubeos. Eso fue todo lo que necesité escuchar. Le saqué un cuarto de lo que se la había metido, sólo para empujar con más fuerza. Si bien, su angostura era formidable, su lubricación también lo era, logrando metérsela por completo de un solo empellón. La presión de sus paredes en mi falo era alucinante, especialmente en mi glande, lo que interpreté como haber llegado al fondo de su vagina.
– ¡Oh mi Dios! – gritó Isabela cerrando un poco sus rodillas y dando un puñetazo a la cama con su mano libre. Por un segundo me detuve, pensando que la estaba lastimando, luego recordé que ya no importaba cualquier “aullido” que emitiera. Inicié con un ritmo suave, sobretodo cuando la volvía a meter. Isabela pasó de los quejidos a los jadeos, saltándose por completo los gemidos.
– ¿Estás bien, pequeña? – le pregunté con la voz menos excitada que logré encontrar. Isabela sudando copiosamente, sólo encontraba jadeos entre sus palabras.
– ¿Quieres que pare? – continué preguntando, aún sabiendo que ni ella ni yo pararíamos de cualquier forma en ese momento. Isabela reaccionó saliendo un poco de su trance.
– ¡Ah…! ¡No, eso no! ¡Ni se te ocurra! ¡Aaaah…!
– ¿Te duele?
– ¡No…aah! ¡Sólo un poco de ardor…!
– ¿Soportable?
– ¡Sí…y también siento…aaah…algo de presión, pero…soportable!
Con cada respuesta positiva que daba yo la embestía un poco más fuerte.
– ¡Si Tristán…ah, ah… esto es genial…aaaah!
– ¡Sí, lo es pequeña…umgh! ¡Lo es!
Mis caderas ya tenían un ritmo adulto, Isabela bañada en sudor, jadeaba con gritos. Estuvimos así por varios minutos, no quería cambiar de posición, nos habíamos acoplado tan bien, que cambiarla era arriesgarse a no tener la misma suerte y que entonces doliera.
– ¡Dame con todo amor mío…ah!, ¡que me siento como nunca…aaaaah! – gritó Isa en mi oído pues ya me había desplomado sobre ella para besarla en la boca y el cuello. Yo también sudaba en abundancia: Las paredes vaginales se estaban dilatando sólo un poco, pero el golpeteo de la punta de mi glande con su elástico fondo, más allá del cérvix, me volvía loco y no podría aguantar mucho más.
– ¡Mierda Isa, tu coño es increíble, no puedo aguantarme ya!
– ¡No lo hagas amor…vente ya!
Las últimas metidas fueron vigorosas, tratando de aguantar hasta el último momento antes de salirme para no venirme dentro, no quería tener la angustia de embarazarla en su primera vez, pero ella justo cuando intenté salirme, se movió hacía adelante para continuar besándome, esto provocó que mi pene se metiera otra vez casi a la mitad, en ese instante con los chorros saliendo y sin poder moverme más que para adelante, se la volví a enterrar toda, terminando mi venida en lo profundo de su (nunca más virgen) útero. Las estrechas paredes de la niña ejercían una presión tal, que terminaron exprimiendo cada centímetro de mi falo, ahogando mis gritos de intenso placer, en el fondo de su garganta. Caí desplomado a un costado, ella fue sobre mí, todavía en el ritmo de la cogida, enterrándome su sexo en el muslo, y con voz aún entre jadeos.
– ¡Fue justo como lo soñé Tristán!
– ¡Y tu eres un sueño Isa! – respondí aún agitado. Isabela al escucharme escondió su cabeza entre mi pecho y comenzó a sollozar.
– ¿Estás bien? ¿Te lastimé?
– ¡Para nada, me hiciste sentir increíble! – contestó levantando la cabeza y sonriéndome.
– ¿Entonces?
– ¡Lloro porque te encontré, porque soy feliz a tu lado! – dijo Isa volviendo a poner la cara entre mi pecho. Abrió las piernas y buscó mi sexo con el suyo, gracias a que la sensación de presión en mi tronco todavía era palpable, aunque ya no estuviera dentro de esa hermosa niña, mi pene aún estaba erecto y escurrido en semen. Isa movió sólo su cadera para encontrar mi glande con su vulva. Hizo unos pequeños movimientos metiendo y sacando solo la punta.
– Debemos tener cuidado Isa, no quisiera embarazarte en tu primera vez.
– Me gusta que pienses que un día me vas embarazar… ya eres mío. – declaró Isabela en mi oído, con su voz de putilla jadeando las vocales, y sin hacer caso a mi preocupación, se clavó de nuevo le verga hasta el fondo. Nuestros fluidos lo hicieron más fácil esta vez, aunque la angostura seguía siendo igual de intensa. Puso las plantas de los pies en la cama y empezó a sentarse una y otra vez sobre mi falo. Ambos estábamos en el cielo, y creí que sólo gritaríamos de placer hasta el final, pero Isabela tenía algo más en mente.
– ¡Me gusta…aaah…que seas mi novio!
– ¡Uf…y a mí que seas mi novia…pequeña! ¡Dios estas tan apretada!
– ¡Ah…ah…ah, oye mi amor!
– ¡Dime…!
– ¡Quiero ayudarte…!
– ¡Aah…! ¡¿A qué?!
– ¡Con… las misiones…ah!
– ¡Tu mamá…no…no te va a…dejar! ¡Al menos… no por ahora…oh!
– ¡No le vamos…ah, ah, a decir! ¡Yo puedo seducir a esa…monjita…de mi prima!
– ¡Oh…no lo dudo!
– ¡Aaah…anda! ¡Di…que sí!
En ese instante tuve que haberme negado, pero estaba a punto de desmayarme de placer y no supe ni que contestar, además me daba curiosidad como ella pensaba involucrarse, pero sobre todo verla con Siddhartha era muy morboso para dejarlo pasar. Ese fue otro error. Isabela al no recibir respuesta insistió:
– ¡¿No quieres amor…?! – dijo de nuevo con esa voz de putilla que cada vez me gustaba más. Se quedó quieta con la verga totalmente enterrada y comenzó un vaivén de adelante hacia atrás. Era evidente que había practicado con sus peluches o sus almohadas. Yo ya no estaba consciente ni de mi propia existencia.
– ¡Amooor…! ¡¿No… me vas ah…contestar?!
– ¡Amor…aaah…! ¡¿Qué…?!
– ¡¿Entonces?! ¡¿Sí o no?!
Mi pene sufría, destrozado a presión por esa vagina puberta. Los recorridos de las caderas de Isabela eran cada segundo más largos, como si se hubiera dislocado la cintura de la pelvis, su pubis sin pelo, estaba colorado por la fricción con mis vellos. Ninguno aguantaría mucho más.
– ¡Mi vida….ah, ah…no me respondes!
– ¡No sé…Isa…oh…oh…!
– ¡Aaaah…ah, ah, ah, ah, ah…dime que sí…ah!
– ¡Sí…si, si, si…oh sí…!
– ¡Oh…si, mi amor…te amo…ah, aaaaaah! ¡¡Aaaaah!!
– ¡Y yo a ti niña…! ¡Aaaaaaaaagh!
Nos quedamos pegados, como un par de perros en celo, dando y recibiendo semen, como si yo tuviera una bola anudándola y no se pudiera quitar de mí. Como si en el fondo de su vagina un remolino jalara hacia el fondo mi pene impidiéndole la retirada. Isa se tumbó, y así, con su sexy liviandad sobre mi cuerpo, nos quedamos dormidos. La siesta duró pocos minutos, pues al quedarnos acoplados se reavivó nuestro libido, Isabela cerró y puso seguro a la puerta. Se subió en mi y se volvió a penetrar, antes de empezar a moverse me miró fijo y con su tono jadeante de putilla me dejó en claro que no saldría de ese cuarto hasta el lunes por la mañana.
En la madrugada desperté solo en su cama, Las sensaciones de la noche anterior aún recorrían mi cuerpo, como si hubiera estado muchas horas en altamar y todavía sintiera su marea. Eso hacía que despertar en solitario tuviera algo desolador, pero también moría de hambre así que, sin interiorizar más en esos pensamientos, bajé a la cocina. Las encontré, perfectamente vestidas a las tres, lo cual se me hizo raro pues tanto yo, como Violeta e Isabela, estábamos de vacaciones.
– Alguien no se enteró que la orgía terminó. – dijo con sarcasmo Trinidad, viendo como entraba desnudo en la cocina.
– Alguien no durmió con su novia por tener una noche de sexo con su cuñada. – replicó Violeta con algo de molestia en su voz. Isa soltó una risita. Yo no quería contestar, no solo porque no me apetecía justificarme, también para no caer inevitablemente en la discusión de las dos novias. Esa conversación podía esperar. Así que mejor le respondí a la matriarca:
– Lo siento, nadie me avisó que estábamos por salir…como estamos de vacaciones…
– Del colegio tal vez, pero no de nuestros objetivos, menos estando tan cerca. – respondió Trinidad en clara alusión a la familia de su hermano. Miré a Isabela, le había prometido incluirla, intenté decírselo a su madre, olvidando que no debía hacerlo, pero ella adivinó mis intenciones y atajó rápidamente mi petición de que se uniera.
– Anda bobo, ve a darte un baño y a vestirte, tienes que ponerte de acuerdo con ellas. – exclamó Isa, dándome a entender que no le dijera nada a su madre. En ese momento recordé que no le diríamos. Su secretismo tenía lógica, anticipándose con razón, a una negativa de Trinidad o incluso de su hermana.
En poco tiempo regresé, mientras desayunábamos, platicamos del nuevo plan, que en realidad Violeta ya lo había puesto en marcha el viernes anterior, pues platicando con Vania durante su visita, quedaron de reunirse para ir de compras a una plaza comercial cercana. Regresando a casa de Vania, yo estaría esperándolas en el pórtico y montaríamos nuestra escena en ese momento. Una vez más el plan no me convencía. Esta vez se lo dije claramente a Trinidad, quien me aseguró que: “Violeta se hará cargo de hacerlo funcionar”. En los ojos magenta de Violeta no existía duda tampoco.
– No te preocupes amor… – me tranquilizó mi novia mayor dándome un tierno beso. – … yo se como hacerlo. – finalizó diciendo despegándose de mis labios.
Miré a mi novia menor, un poco preocupado por el beso que acababa de darme Violeta, esperando una mala reacción de su parte, pero no fue así. Isabela estaba sentada en la mesa con nosotros, mas su conciencia no estaba allí. Creí que no le preocupaba nada pues sabía que yo la incluiría, y que en ese momento se encontraba imaginando cualquier cosa de niñas. De haber sabido que en esa pequeña cabeza se maquilaba un plan que lo derrumbaría todo, hubiera intentado interrumpir esos pensamientos para detenerla.
La cita de Violeta con su tía era ese mismo Lunes, por lo que salió temprano para su encuentro. Trinidad, Isa y yo nos quedamos un rato más en casa. Después de varias horas salí de ahí para esperarlas en el pórtico. Mi suegra me prestó su coche, que estacioné a un par de cuadras de la casa de Vania para no despertar sospechas. Llevaba algunos minutos esperándolas cuando escuché una voz familiar:
– Hola, ¿esperas a mi mamá? – saludó y preguntó Siddhartha en su habitual tono indolente, sacando sus llaves sin siquiera mirarme. El nerviosismo y la confusión estaban a las puertas de mis reacciones y por un momento agradecí que no haya visto mi cara entre asombro e interrogación: ¿Cómo era posible que una niña de doce estuviera sola en la calle?
– Hola Siddhartha, sí, quedamos de vernos aquí. – respondí lo más rápido posible para que no se notara mi sorpresa. Luego de inmediato la cuestioné. – ¿Por qué estás sola en la calle? ¿Qué no tienes doce?
Siddhartha sonrió casi sin querer hacerlo y me respondió:
– En realidad, acabo de cumplir trece, pero eso no importa, desde hace tiempo mis padres me dan permiso de visitar a Oli.
Supuse que era una amiga, aunque también podría ser un niño, sinceramente no me interesaba, pero quise seguir con la plática, después de todo nunca había entablado una conversación tan larga con esa niña.
– Oli es tu amiga supongo.
– Sí, lo es…oye, es raro que estés aquí.
– ¿Por qué?
– Porque mamá está con mi prima y vienen juntas para acá. No creo que quiera que mi prima te vea.
– ¿No? ¿Qué tu mamá no puede tener amigos?
– Claro que si, por eso estás tú aquí. Pero…tu ya no eres sólo su amigo ¿O sí?
El cuestionamiento de Siddhartha era incisivo y con una sonrisa irónica esperaba mi respuesta. Si contestaba que no, la insultaría, pues era algo que evidentemente ya sabía, si quería ganarme su confianza, algo que no había podido lograr hasta ahora, tenía que decirle la verdad. Sin embargo, mi respuesta nunca llegó pues una voz conocida nos saludó de imprevisto.
– ¡Hola prima!, ¡hola novio!
La voz de Isa en un principio retumbó en mi tímpano, para luego hacer nudo mis arterias y revolverme por completo el estómago. Siddhartha, también confundida, miró a su prima y luego rápidamente a mí, atestiguando mi cara de terror.
Fin Parte 6
Exelente relato