Vouyerismo Familiar 2
Una vez experimentado ese vouyerismo dentro de la familia, el morbo nos hizo seguir disfrutándolo fuera de ella, con todas las consecuencias queeso acaerraría.
Después de todo lo vivido con mi hija Yosi y con todos los que se fueron sumando a nuestro morbo vouyerista, como conté en la primera parte de este relato, nos dimos cuenta de que era algo que nos iba acompañar ya toda nuestra vida y que necesitábamos vivir esas situaciones de perversa intensidad morbosa para seguir estimulando nuestra propia libido.
Hasta ahora, todo eso había sucedido en nuestra casa, comenzando con nuestro amigo José, siguiendo con mi suegro y nuestros amigos con sus hijos, que habían generado entre ellos una dinámica parecida a la nuestra.
Pero supongo que una vez vives esta situación irrepetible con tu hija y a esas edades concretas, llega un momento en que ya deja de ser lo mismo, porque la cría va creciendo, va perdiendo esa inocencia de las primeras veces que suceden esos actos morbosos, perdiéndose un poco esa sorpresa o incertidumbre por lo que va a pasar, ya que todo se vuelve más predecible y rutinario.
Por esa razón, quizás como una forma de intentar seguir disfrutando de ese morbo, buscamos nuevas situaciones en las que no supiéramos lo que podría pasar, a quién podríamos conocer y como reaccionarían ante lo que nosotros provocáramos.
Se podría pensar que somos unos malos padres por nuestra conducta y forma de educar a nuestra hija, pero nosotros nunca permitiríamos que se le hiciera ningún daño o continuar con esto si ella no mostrara esa voluntad para participar en estos actos, en los que era principal protagonista, y en cierta forma, utilizada para satisfacer nuestras perversiones.
Pero como todo es opinable y puede haber diversas teorías de como “educar en familia”, consideramos que es algo privado nuestro, pero abierto a quién quiera participar en ello, siempre dentro de los límites que nos hemos marcado.
Por lo tanto, estábamos dispuestos a seguir provocando esas situaciones en las playas o en los parques a los que íbamos con Yosi, donde nos gustaba observarla y fijarnos si había algún hombre que la mirara especialmente, algo que solía pasar frecuentemente, aunque en la mayoría de las veces lo hicieran de una forma discreta para no llamar excesivamente la atención, pero alguno no podía evitar frotarse la polla, supongo que empalmada, por encima del pantalón.
Estas sensaciones a veces las compartía con mi marido, que se excitaba igualmente con estas secuencias que alimentaban nuestro fetichismo, y en otras, lo vivía yo sola, como en una ocasión en la que la había llevado al parque, y Yosi jugaba en los columpios y otros elementos que había por allí, como en uno en el que se ponía boca abajo, por lo que al caer su vestido dejaba a la vista sus piernas y sus braguitas con forma de tanga que mostraban su culito.
Observando alrededor, me di cuenta de que un hombre que estaba sentado en un banco, la miraba sin quitarle ojo, deleitándose especialmente en esos momentos en los que la niña enseñaba casi todo su cuerpo al voltearse su vestido, supongo que con ese ánimo libidinoso con el que suelen mirar los hombres en estas ocasiones.
También comprobé que era el padre de otro niño que estaba jugando con mi hija, y eso podría servirle de excusa para mirarla, aunque también para entablar algún tipo de conversación con él, por lo que me acerqué a donde estaba mi hija, para que él también se fijara en mí, diciéndole a ella:
—Ten cuidado, cariño, no te hagas daño. Tenías que haberte puesto otra ropa para venir aquí.
—No, mamá, no pasa nada. Me gusta este vestido.
Me di cuenta de que ese hombre sonreía al escuchar nuestra conversación, algo que utilicé para sonreírle también y decirle:
—No se puede con estos críos…., hay que estar todo el día encima de ellos.
Contestándome él:
—Están en la edad, el mío es muy inquieto también.
—Pero la mía es una niña y con este vestido…., ni le importa enseñarlo todo.
—Jaja, no tienen malicia —ni se imaginaba todo lo que había hecho mi hija ya—, pero está muy bonita igual. A su edad no tienen por qué esconder nada….
Sus comentarios me estaban dando pie a que tuviera más picardía en los míos:
—¿Le gusta mirarla?
Él me miró, como dudando que contestar:
—Sí, claro, pero a ver, entiéndame….. Me fijé en ella porque estaba con mi hijo, y por esa espontaneidad que tiene, que me hace gracia, pero no piense cosas raras….
—No, perdone, no lo decía por acusarle de nada. No me importa que la mire, ninguna mujer podemos evitar que nos miren, incluso nos halaga, y en el caso de las niñas sucede igual, créame.
—Sí, ya lo supongo, son muy presumidas y coquetas, pero como yo no tengo hijas, no tengo esa experiencia con ellas.
—Seguro que le hubiera gustado tenerlas. Todos los hombres lo desean cuando tienen hijos.
—Sí, es verdad, son nuestra debilidad, y lo sé por otros amigos que las tienen. Su marido es afortunado.
—Claro, yo lo sé también, y por eso, en ningún momento quise incomodarle con mis comentarios.
—No se preocupe, lo que pasa es que las mujeres no suelen ser como usted de comprensivas. Vuelvo a pensar que su marido es muy afortunado con usted.
—Gracias, pero es verdad, él ha tenido mucha suerte conmigo, jaja….
Este hombre se río con ganas también, acabándonos por presentarnos, diciéndome que se llamaba Gustavo y su hijo Ernesto, por lo que empezamos a tutearnos y ya con más confianza, le dije:
—En tu caso, la afortunada será tu mujer por tener a un niño tan guapo como Ernesto.
—Sí, ella está encantada, le llena de mimos y le consiente todo.
—¿No tendrás celos?
—No, es mi hijo también, pero eso interfiere en nuestra vida íntima, ya me entiendes….
—Te entiendo, porque a nosotros nos pasó lo mismo con esta cría, pero es lo que pasa en la pareja cuando se tienen hijos.
—Pero es que lo de mi mujer es demasiado. Todavía le deja estar y dormir en nuestra cama con la edad que tiene ya.
—Eso nos pasa a nosotros también, no te creas, pero hay que llevarlo como mejor se pueda. Aprovechar cuando se quedan dormidos, o yo que sé, siempre se busca la forma.
—Sí, tienes razón, pero es que nuestro hijo hasta se empalma y todo con los rozamientos con su madre.
—¿Qué pasa? ¿Qué se frota con ella para rozarse y ella lo permite?
—Sí, por eso te lo decía. Se abraza a ella, le levanta el camisón para tener contacto con su piel y se pega a su culo y mi mujer encantada, por lo que parece.
—Jaja, bueno, es normal. Si con ésta pasa igual con su padre.
—¡Buufff!, no me digas…. ¿También se roza? Bueno, perdona, es que me lo imaginé……
—Tranquilo, lo comprendo. Si tuvieras una niña en vez de un niño, te estaría pasando a ti eso y ¿qué diría tu mujer…?
—Supongo que no lo vería de la misma forma, está claro, pero las cosas son como son y hay que aceptarlas así. Yo lo estoy haciendo, al menos.
—Ahora soy yo la que te digo que tu mujer es afortunada contigo. No todos los hombres lo verían de la misma forma que tú.
—Sí, puede ser, quizás en el fondo me dé morbo a mí también eso, pero yo tampoco soy un santo. Ahora ya puedo reconocerte que antes estaba mirando a tu hija con morbo y deseo.
—Jaja, lo sé perfectamente, pero es algo que tienes que reconocer tú mismo y asumirlo. Ya te dije que a mí no me importaba.
—¡Uuufff! Qué conversación más extraña estamos teniendo…. Me confundes..
—¿Por qué dices eso?
—Una vez, un amigo me hablo de que había padres y madres a los que les gustaba ofrecer a sus hijas, exhibirlas y excitarse con lo que provocaban en los hombres. ¿Eres tú una madre de esas?
—¡Mmmmm!, podría ser. La verdad es que hace tiempo que disfruto con estas cosas, con que los hombres miren a mi hija, se exciten con ella y hasta que se masturben…
—¿Eso ha llegado a pasar más veces?
—Sí, en mi casa, con un amigo de mi marido, tuvimos una situación muy morbosa. Cuando veían la tele juntos, él se dedicaba a sobarla y excitarse con Yosi, mientras nosotros lo permitíamos, pero hacíamos como que no nos enterábamos de nada.
—¡Buuffff! Que cosas me cuentas…, otro afortunado vuestro amigo, jaja. Como me gustaría estar en esa situación…., pero no sé por qué te digo todo esto…..
—Puedes contarme lo que quieras. Ya te habrás dado cuenta de que no me molesta hablar de ello.
—Ese es el problema, que me estoy calentando demasiado y me voy a llevar el calentón a mi casa, jaja.
—¡Vaya! Siento que no te puedas desahogar…..
—¿Sabes? Nunca he tocado a una cría como tú hija, pero lo he imaginado muchas veces….
—Ya me imagino, como la mayoría de los hombres, os conozco bien, he tenido 4 hermanos mayores que yo, que me despertaron al sexo.
—¡Eehhh! ¿Quieres decir que ellos te sobaban…?
—Pues sí, unos más que otros, pero se aprovechaban bien de mí.
—¿Y tú te dejabas….? ¡Dios! ¿Qué clase de mujer eres tú?
—Una de tantas, tampoco soy tan extraña, lo que pasa es que a las que has conocido, no te lo habrán contado.
—Puede ser…. Yo sé que mi mujer tuvo algo también con su padre, pero nunca me lo quiso contar.
—Se sentirá avergonzada y no quiere que pienses que era una puta, que es lo primero que piensan los hombres cuando les cuentas este tipo de cosas.
—Es verdad, jaja. Es lo que me vino a la cabeza cuando me dijiste lo de tus hermanos. Es que me lo imagino y … ¡uuufff! ¿Pero una niña puede ser una puta?
—Depende de cómo lo consideres… ¿Tú crees que mi hija es una puta por enseñarte las bragas en el parque o por dejarse sobar? ¿Crees de verdad que yo lo era a una edad en la que no sabía ni siquiera lo que era el sexo?
—Puede que sea injusto decir eso de una niña, y solo sean unas niñas “calientes”, siendo la culpa de los hombres que las emputecemos para satisfacernos con ellas.
—Tú lo has dicho, parece que nos vamos entendiendo….
—¿Entonces me vas a dejar tocar un poquito a tu hija?
—¿Será eso suficiente para bajarte el calentón o será peor todavía, jaja…..?
—No sé, la verdad es que no sé ni lo que haría con ella. Creo que hasta la follaría, si pudiera…. ¡Oye!, si vuestros amigos la soban, su padre también estará disfrutándola bien.
—Él empezó disfrutando viendo a los demás, como yo, pero también se lleva su parte, claro, jaja.
—¡Uuuuufff!
La cara de Gustavo era todo un poema, según avanzaba la conversación, mirando de vez en cuando a Yosi, como queriendo asociar su imagen a lo que le estaba contando, siendo su erección dentro del pantalón ostensible y visible para mí, diciéndole:
—Creo que cuando llegues a casa, tu mujer se va a llevar un buen regalo, jaja.
—Sí, jaja, voy a follarla sí o sí, aunque esté el niño delante…., pero mi cabeza ya sabes dónde va a estar….
Yo le hice un gesto de asentimiento y de resignación por mi parte, siendo la hora de marcharnos ya de allí porque se nos había echado la noche encima y los niños tenían que cenar, pero aprovechando esa oscuridad, llamé a mi hija y la puse a su lado, diciéndole a Gustavo:
—Puedes meterle la mano un poco, si quieres…
—¿Sí? ¿Puedo….?
Ante mi gesto de asentimiento, él metió una mano bajo su vestido, acariciando sus muslos y subiendo hasta su culo, deleitándose luego con ambas manos un rato, con la suavidad de la piel de la cría y hasta metiéndoselas por su vagina:
—¡Madre mía…! ¡Qué rica está….! Hasta se le ha mojado el coño, no me lo puedo creer…. Como me gustaría comérselo todo….
—Bueno, ya está… Lo siento, pero puede vernos alguien.
—¿Podemos ir a un sitio más discreto?
—Ya se ha hecho tarde, pero si nos vemos otro día….
—¡Buufff! Muchas gracias, estaré siempre en deuda contigo, por dejarme cumplir parte de mi sueño.
Al siguiente día, volvimos a ese parque y allí estaba Gustavo de nuevo con su hijo, que se alegró al vernos, diciéndome:
—Tenía miedo de que no nos volviéramos a ver, de que ya no trajeras más a tu hija aquí.
—¿Por qué dices eso?
—Pues por lo que pasó ayer… Me pareció tan increíble que estuve toda la noche haciéndome pajas pensando en ello y hasta mi mujer se quejó de que no la dejaba dormir, porque me dijo que estaba cansada y que no tenía ganas de nada, así que ya ves, tuve que desahogarme yo solo del calentón. No sé si me estaré volviendo loco por querer estar con tu hija, ¿podré follarla también….? Perdona, no sé ni lo que digo… No está follada todavía, ¿no….? Perdona otra vez, como va a estar follada, si es una cría todavía…..
Su estado de nervios y de ansiedad me hacía gracia, e intenté tranquilizarle:
—A ver, tranquilo, hombre. Podrás hacer lo que ella quiera, pero recuerda que es una niña, tendrás que tratarla como tal si quieres conseguir algo de ella.
—Sí, claro, claro, lo entiendo… ¿Lo que quiera, me estás diciendo….? ¡Buuffff! ¡Madre mía! Tengo el corazón que se me sale…..
—Jajaja, bueno, vayamos con calma. ¿A dónde podemos ir?
—No sé…. Es que tengo al crío conmigo. Tendré que dejarlo con alguien, ¿con quién…? —preguntándoselo él mismo.
Yo miraba sorprendida como estaba de desquiciado ese hombre, pero pensándolo bien, quizás no era para menos. Estaba a punto de cumplir una de sus mayores fantasías, algo que creía que nunca podría realizar, reaccionando él de repente:
—¡Ah! Ya sé, lo llevaré con su abuela a la tienda donde trabaja, y subiremos a su casa, que no hay nadie.
—¿Estaremos tranquilos ahí?
—Sí, no te preocupes, hasta que no termine el trabajo, no vuelve a casa.
Después de andar por unas calles, llegamos a donde trabajaba la abuela de Ernesto y vi como Gustavo hablaba con su madre y le dejaba al niño.
—Ya está, menos mal. Tenemos una hora tranquilamente.
Quedándose más relajado, nos dirigimos con él a la casa de su madre, mientras hablaba con mi hija gastándole bromas, intentando que la cría tuviera confianza con él:
—¿Te gustan los gatos? —le preguntó él.
—Sí —contestó expectante mi hija.
—Te voy a enseñar una gata preciosa que tiene mi madre en su casa. Es muy mimosa y se deja acariciar todo lo que quieras.
Cuando llegamos a la casa, ya vimos en la entrada a una gata de pelo gris rayado, muy llamativa, que al acercarse a Gustavo, la cogió en brazos y nos sentamos en el sofá del salón, donde le dijo a mi hija:
—Tómala, acaríciala tú, ya verás que suavidad.
Mi hija le pasó la mano, exclamando:
—¡Jo!, qué suave, parece un peluche, jaja.
—Sí, es muy suave y le encanta que la acaricien. Pero tu piel es más suave, ¿a ti te gusta que te acaricien también? —le preguntó directamente, Gustavo.
—A veces…..
—¿Ayer te gustó cuando te acaricié yo?
Mi hija estaba entretenida jugando con la gata y contestó sin penarlo mucho:
—Sí.
—¿Me dejas acariciarte otra vez?
Como mi hija no le hacía mucho caso, absorta con la gata, él insistió:
—¡Oye! Yo te estoy dejando acariciar a la gata. Tú tendrías que dejarme a mí también….
—Bueno, vale —aceptando mi hija, sin darle mayor importancia.
Gustavo, satisfecho por haberla convencido, empezó a meter su mano bajo el vestido de mi hija, levantándoselo y descubriendo sus piernas:
—Tienes unos muslos preciosos. ¿Me dejas quitarte el vestido?
A mi hija no pareció importarle y se dejó desabrochar los botones para dejarla desnuda, solo con las braguitas, diciéndole él:
—Ponla junto a tu piel, verás lo calentita que está y como le gusta a ella.
Así lo hizo mi hija, poniendo a la gata junto a su pecho y la gata empezó a ronronear, demostrando que eso estaba siendo agradable para ella.
Desde luego, mi hija estaba entusiasmada con esa gata, dejándose hacer por Gustavo, que pasaba sus manos por el cuerpo de mi hija, recreándose en sus formas y en la visión que tenía de mi hija desnuda, sentada con las piernas abiertas flexionadas en el asiento enseñando su vagina, y con esa gata en su regazo, diciéndole él:
—¡Qué bollito más rico tienes! —refiriéndose a los gorditos labios vaginales de Yosi, con su rajita en el medio, que rezumaba esa humedad típica de la excitación, que prepara nuestros coños para ser penetrados.
Continuando él:
—Déjame comértelo…. ¡Mmmmm, que delicia!
Gustavo se agachó entre las piernas de mi hija, saboreando sus flujos, que brotaban sin parar por la estimulación de su lengua, mientras Yosi gemía abrazada a la suave gata acomodada sobre su pecho, quizás percibiendo esas vibraciones de excitación de la cría, produciéndole una sensación agradable a esa mimosa gata.
Yo presenciaba todo eso, sentada en un sillón enfrente de ellos, mirándome Gustavo, de vez en cuando, en parte para asegurarse mi consentimiento en los pasos que iba dando con Yosi y por otro, porque notaba como yo me iba excitando con esa situación, lo que seguramente aumentaba su morbo y excitación, y puede, también, que preguntándose una vez más, que clase de madre era yo, que consentía y disfrutaba viendo cómo se entretenía con mi hija, sobándola, lamiéndola y besándola, habiendo llegado el momento en el que ya no aguantaba más y se sacó la polla para metérsela en la boca de la cría y hacer que se la mamara.
Yosi se quedó mirando con curiosidad la polla de Gustavo, pero sin la sorpresa o temor que la observarían muchas otras niñas de su edad, ya que ella se había habituado a tenerlas en la mano, incluso en su boca, por lo que no le costó trabajo agarrarla con una mano, pajeándola ligeramente antes de empezar a lamerla y darle los primeros chupetones a su glande, lo que aceleró la excitación de ese hombre, que parecía a punto de correrse ya en la boca de mi hija:
—¡Uuufff! Qué maravilla, esta imagen no se me borrará en la vida de mi cabeza. Que bien me lo hace, con que suavidad y dulzura. ¿Cuántas pollas se ha metido en la boca ya? —preguntándome a mí.
Pero yo no le contesté, porque mi excitación me estaba llevando a masturbarme viendo todo lo que estaba sucediendo, algo que le sorprendió a él también, y no sé si al verme, por un momento dudó si dejar a la nena y venirse conmigo o continuar con ella, aunque supongo que pronto decidió seguir con ella, porque esa oportunidad no podría perderla y estaba decidido a disfrutarla hasta el final.
Quizás le hubiera gustado correrse en la boca de Yosi, pero prefirió mantener la dureza de su polla en su esperanza por intentar joderla sin que yo lo evitara, algo que no tardó en hacer, al pensar que dentro de mi excitación, permitiría que eso pasara.
Por lo que, con un poco de ansiedad por su parte, agarró a Yosi y la hizo sentarse sobre sus piernas, poniendo su polla en contacto con su rajita que ya había sido abierta por su lengua, lamida y lubricada, por lo que no le fue difícil hacerla entrar poco a poco en esa estrecha vagina que él nunca habría soñado poder penetrar, sin saber siquiera si era virgen, aunque quizás en ese momento, ya no le importaba las pollas que le hubieran podido meter.
La gata se había quedado ya acurrucada en una esquina del sofá, ajena a lo que estaba sucediendo a su lado, donde ese hombre se estaba follando a mi hija y yo me estaba masturbando frente a ellos, en una perversa imagen que pocas madres se hubieran permitido, o puede que más de las que pensamos, pero en ese instante poco importaba eso también.
Yosi se movía rítmicamente sobre la polla adulta de Gustavo, como si ya lo hubiera hecho miles de veces, llevando a los dos casi al desvanecimiento por el placer de sus orgasmos y la abundante corrida de Gustavo que rezumaba entre las piernas de mi hija, dejando su coño lleno de esa espesa leche que goteaba poco a poco de él, lanzándome yo misma sobre esa polla cuando se la sacó del coño para seguir mamando esa hermosura que tanto gusto le había proporcionado a Yosi.
Gustavo se sorprendió al verme con su polla en mi boca, pero no le importó que continuara hasta hacer salir su última gota, diciéndome:
—¿Te follo a ti también?
—¿Puedes?
—¡Uuufff! Se me ha bajado un poco, pero enseguida estoy listo otra vez.
Él siguió pajeándose para poner en forma su polla nuevamente, después de esa corrida tan intensa, siendo la vista de mi coño la mejor motivación para no perderse nuevamente la oportunidad de joder a la madre y a la hija en un mismo acto.
Cuando la tuvo dispuesta, yo misma me monté sobre ella, empezando a cabalgarlo con ganas de llegar rápidamente a mi orgasmo, algo que se había convertido en una necesidad para mí después del espectáculo que me había dedicado.
Mientras me follaba, Gustavo se recreaba con mis tetas, chupándolas, mordiendo mis pezones y dándome palmadas en las nalgas, llamándome puta y no sé cuántas cosas más, que servían para aumentar la intensidad del orgasmo que me iba llegando hasta el punto de no retorno, en el que empecé a gritar quedándome casi sin respiración, continuando hacia un estado de relajación en el que me hubiera quedado dormida en aquella casa, sin ser consciente de donde estaba.
Así que intentando salir de ese trance, me vestí junto a mi hija y salimos de allí mientras Gustavo se quedaba recogiéndolo todo y limpiando los restos de aquella improvisada orgía o trío, como queráis llamarlo.
Los días siguientes preferí no ir a ese parque, por el temor de encontrarme con Gustavo y no saber cómo reaccionar, ya que esta vez pensaba que se me había ido un poco de las manos, habiendo pasado del simple vouyerismo fetichista a una pervertida relación con cuernos incluidos para mi marido, al que lógicamente, no conté nada de lo sucedido en esa ocasión.
Pero dio la casualidad que un día que iba por la calle, con mi marido y mi hija, nos cruzamos con él. Iba solo, por lo que fue más fácil disimular que no nos conocíamos, aunque las miradas que nos echamos lo decían todo, sin que mi marido entendiera nada, habiendo aprendido también mi hija a guardar los “secretos de cama” como una experimentada infiel o la zorra que en un futuro se convertiría seguramente, con la connivencia o no de sus parejas.
Pero sí, luego hubo más encuentros, porque habíamos conseguido una conjunción morbosa difícil de explicar y de abstraerse de ella, aunque finalmente, por mi parte reuní la voluntad suficiente para cortarla, porque mi culpabilidad se estaba haciendo demasiado grande, impidiéndome contárselo a mi marido de una forma inexplicable, ya que él seguramente lo entendería y participaría de mi morbo, pero mi bloqueo psicológico lo impidió.
Psicología humana, que muchos estudian y pocos entienden…..
Uff me excité demasiado, gracias Vero!!