Yo no quería ser "putita"
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Vanessa0022.
Siempre fui una niña muy tímida y seria; no antisocial, simplemente selectiva.
Desde que mis padres se separaron cuando yo tenía cinco años, mi madre, mis hermanos y yo nos mudábamos seguido.
Estuve en muchas escuelas.
Mis hermanos no batallaban en hacer amigos, pero a mí siempre me ha costado.
A los diez años completé todo un año escolar en el mismo lugar, algo nuevo para mí.
Ya tenía buenos amigos, y me gustaba mucho esa zona de la ciudad, muy tranquila.
Pero ese verano llegaron cambios.
Dos meses después de cumplir los once años (soy de mayo), a mi madre le ofrecieron un trabajo en EEUU.
Yo no quería irme, pues ya estaba ambientada a la ciudad, a la escuela, a los compañeros; tenía excelentes calificaciones, siempre quedaba en primeros lugares en competencias académicas, y era portera en el equipo de fútbol de la escuela.
Después de mucho discutirlo, se acordó que me quedaría en casa de mis tíos, el hermano mayor de mi madre y su esposa.
Ambos tenían hijos de sus matrimonios anteriores, pero únicamente los dos hijos biológicos de mi tía vivían con ellos, (de 5 y 7 años).
El plan inicial era que yo solo estaría con ellos un año, y terminando la primaria, me uniría con mi madre y mis hermanos.
En agosto empezaron las clases.
En septiembre me llegó mi primera regla.
Mi tía se espantó demasiado; dijo que no era normal, que a ella le llegó hasta los diecisiete y a su hermana a los dieciséis.
Puso el grito en el cielo, aseguraba que yo “ya andaba de puta” y me llevó al médico para que me revisaran.
El médico le aseguro que yo aún era “señorita” y que estaba saludable; no había nada de que preocuparse.
Pero desde que eso pasó, ella no me trataba igual.
Si iba al parque o una fiesta con los niños, ya no me invitaba, y eran más las tareas domésticas que tenía que hacer.
Lo único que ella hacía en la casa era la comida.
Yo lavaba hasta la ropa de todos.
Ella trabajaba de noche en un hospital y durante el día dormía, entonces yo entendí que era mi deber ayudarle.
Transcurrió el año escolar con normalidad, pero al terminar la primaria tuve un promedio excelente, el mejor de mi generación.
Me ofrecieron una beca completa para una secundaria muy avanzada a donde iba puro “cerebrito”.
Dos de mis amigos irían también.
Mis tíos hablaron con mi madre, diciéndole que yo no era malcriada y que no les causaba problemas, que no había problema si me quedaba para ir a una escuela que me causaba ilusión y que yo me había ganado.
Aparte, económicamente no era un peso; todo lo contrario.
Mi madre mandaba dinero cada quincena, más de lo que yo podría necesitar.
Así fue como me quedé unos años más en casa de mis tíos, y comencé a descubrir mi sexualidad guiada por mi tío.
——
En realidad, todo comenzó poco antes de cumplir catorce años.
Notaba que mi tío me miraba diferente, más detalladamente, y se acercaba mucho a mí.
Siempre fue un tío cariñoso cuando yo era pequeña, pero desde que se volvió a casar había dejado de serlo.
Y ahora intentaba serlo nuevamente, pero solo cuando mi tía no estaba presente.
Cuando ella estaba, él no me hacía mucho caso.
Una vez me dio una nalgada cuando yo estaba lavando trastes.
Solamente llegó y de la nada, ¡taz! Volteé a verlo algo espantada, por la sorpresa, no por el dolor.
La última vez que me nalgueó antes de eso fue cuando accidentalmente tiré pintura sobre sus botas.
Yo tenía siete años, y obviamente lo había hecho para reprenderme.
Esta vez la nalgada no tenía fundamentos.
Él solamente me sonrió y siguió preparándose un sándwich.
Yo no dije nada, solo me ruboricé y continué con mis deberes.
Pero esas nalgadas esporádicas y sus acercamientos extraños continuaron unos meses más.
Obviamente, solo cuando mi tía no estaba presente.
Yo ya había cumplido catorce años cuando una noche desperté y lo vi a él sentado a mi lado en la cama.
Me había quitado la sábana de encima y estaba solamente en bóxer, pero con el miembro afuera, agitándoselo efusivamente.
–¿Qué estás haciendo! – le dije, casi gritando mientras jalaba la sábana para taparme.
Él se puso de pie y se guardó el miembro.
–No grites, no es necesario.
Los niños duermen.
Juro que nunca te he hecho daño, solamente me gusta verte.
Eres hermosa.
Jamás te haría daño.
– decía eso mientras salía de mi habitación.
Al siguiente día, el camino a la escuela fue diferente.
Casi no hablamos.
Regularmente, me dejaba a mí primero y luego iba a dejar a los niños, pero esa vez los dejó a ellos primero.
Y cuando íbamos llegando a mi escuela, me dijo: Por favor no vayas a decir nada a nadie.
No vuelve a suceder.
Yo no quiero hacerte daño.
Cuando llegamos a la escuela, por rutina me acerqué a besar su mejilla y darle las gracias, y él cambió el rutinario “que tengas un buen día” por un: Te quiero, Vane.
Sentí un ligero peso en mi estómago y así caminé a clase.
Estuve distraída el resto de la semana.
De la nada, venían a mi mente todas las nalgadas que me había dado, las disimuladas miradas a mi escote, su mano agitando su miembro enseguida de mí.
Pero entre más pasaba el tiempo, menos recurrentes eran esos recuerdos.
Todo volvía a la normalidad.
Y aunque las miradas disimuladas continuaban, él dejó de nalguearme y puso un poco de distancia nuevamente.
En el transcurso del semestre, entró a mi clase de geometría una chica nueva.
No era guapa, pero sí muy extrovertida.
En poco tiempo ya era popular.
Una vez me tocó trabajar con ella y otros dos chicos en trabajo grupal.
Yo me concentraba en el trabajo, pero escuchaba sus charlas con el resto del grupo.
Ella decía ser bisexual.
Uno de los chicos le preguntó que si sus padres lo sabían y la apoyaban.
–Al principio, mi padre se enojó, pero mi madre habló con él y le dijo que solamente era una fase.
Ahora él lo acepta, y hasta creo que se excita cuando me ve besando a otra chica.
Yo no podía creer que ella estuviese diciendo eso de su propio padre.
No dije nada, pero por dentro me escandalicé.
Ella siguió hablando.
–Cuando va una amiga a casa, él siempre está atento para ver si solo somos amigas o si hay otra clase de contacto.
He notado que les pone más atención a mis amigas de buenas tetas.
Tú, Vane, por ejemplo, no te quitaría los ojos de encima.
¿Es verdad que solo tienes catorce años? Esos melones no son de una nena de catorce años, y mira que he tenido varios en mis garras.
Todos reían y yo sentía mi cara caliente.
Quería desaparecer; seguramente parecía tomate de lo roja que estaba.
Nunca había sentido tanta vergüenza.
En cuanto terminó la clase, salí casi corriendo del aula.
Tuve dos clases más ese día.
Las sobrellevé, pidiendo no encontrarme con ninguno de los que se reían de mí en clase de geometría.
Estando en casa, cuando me desvestí para entrar a la ducha, me detuve un momento a mirarme en el espejo.
En realidad, nunca lo hacía.
Yo no me maquillo, ni lo hacía en ese entonces.
Siempre me miraba sin detenerme, mientras me lavaba los dientes o me peinaba, pero nunca me había detenido a verme bien, a ver mi cuerpo.
Puse mis manos en mis senos, sosteniéndolos, notando que ya pesaban un poco.
Empecé a acariciarlos y sentí como mis pezones se pusieron un poco duros.
Y no sé por qué, pero regresaron a mi mente esos momentos en los que mi tío me daba nalgadas o me miraba penetrantemente.
Empecé a recordar con detalle el momento en que estaba sentado en mi cama, su miembro.
Ni me había puesto a analizar lo diferente que se miraba.
Yo solo había visto penes en los libros de biología, flácidos, inofensivos.
El de mi tío, en ese entonces, me parecía tan grande.
Sentí algo en mi entrepierna y solo apreté mis piernas.
Decidí dejarme de eso y apurarme a la ducha para hacer mi tarea.
Al siguiente día, no quería ir a la escuela.
Era la primera vez que me pasaba.
Me sentía avergonzada de mis senos.
Le pedí a mi tío si podíamos dejar a los niños primero, él aceptó.
Supongo que me notó extraña, y me preguntó que si todo estaba bien.
Le dije que no quería ir a la escuela.
–Pero siempre te ha encantado la escuela.
¿Te hicieron algo?
–No, solamente no quiero ir.
–Tiene que haber una razón, Vane.
–Me da pena decirte.
–¿Prefieres hablarlo con tu tía? ¿Quieres que le hablemos a tu mamá?
–No, las dos son muy cerradas.
No quiero que me saquen de la escuela, solamente ahora no quiero ir.
–Me asustas, Vane.
¿Por qué te sacarían de la escuela? ¿Qué te hicieron? – empezó a alzar la voz.
–Nada, no me hicieron nada.
Solo que hay una chica bisexual en mi clase de geometría.
–¿Y te gusta? ¿Te sientes atraída por ella?
–¡No! Solamente que se ha burlado de mí.
Ha dicho que tengo senos grandes para mi edad y los demás se rieron.
Me sentí súper incómoda y me sonrojé y ellos más se reían.
–Vane, tus senos no tienen nada de malo.
Todo lo contrario, son preciosos.
Quizás le gustas a esa chica simplemente.
Eres una señorita hermosa y tenía que llegar el momento en que le gustases a alguien.
Los demás se ríen solo porque son inmaduros.
Si notaron que te molesta, te seguirán fastidiando.
Ignórales.
–No sé ignorar esos comentarios.
Obviamente yo no dije nada, pero mi cara me delató.
–¿Se puso roja como la tienes ahora?
–Creo que más.
Él rio.
–Si en verdad prefieres que no te lleve a la escuela, está bien.
No te llevaré.
Pero ellos podrían pensar que no vas por lo que te dijeron, y eso podría empeorar las cosas.
Dime qué hacer.
–Está bien, llévame a la escuela.
Ese día, la chica ya no dijo nada.
El tema parecía olvidado.
¡Qué alivio!
Cuando mi tío me recogió de la escuela, me preguntó cómo me había ido en clase de geometría.
Le dije que ya todo estaba bien, que ya nada había pasado.
Sentí lindo que me preguntara.
Aunque tenía tres años viviendo con ellos, nunca me sentí parte de la familia.
Los niños eran infantiles, mi tía me hablaba poco, y mi tío siempre era bromista y alegre.
Era la primera vez que hablaba de algo “serio” con él, y me sentí contenta de poder hablar con alguien.
Llegó el viernes en la noche.
Mi tía se fue a trabajar.
Estábamos los niños, mi tío y yo mirando una película en la sala.
Los niños se quedaron dormidos y de rato terminó la película.
Mi tío empezó a cambiar por canales, pero no había nada interesante, así que decidimos ir a dormir.
Se llevó a los niños a sus habitaciones, mientras yo levantaba las basuras de dulces y los platos de palomitas.
Él me alcanzó en la cocina y tuvimos una pequeña charla; hasta ahora, no sé por qué se me ocurrió preguntarle eso.
–Tío, ¿en serio crees que mis senos son preciosos?
–Sí, Vane.
Eres ya una chica hermosa de pies a cabeza.
–¿Por eso te tocabas el otro día?
–Vane, Vane, no quiero hablar de eso.
Sé que estuvo mal entrar así a tu cuarto.
Perdón.
Pero ya no lo he vuelto a hacer.
Me contengo.
–¿Por qué tienes que contenerte?
–Porque eres mi sobrina, y porque eres muy jovencita.
–Lo sé, no me refiero a eso.
Más bien, ¿de qué te contienes?
Se quedó mudo un instante.
Yo comprendí que no debía estarle preguntando esas cosas.
Entonces le dije que me iba a dormir.
–Me contengo porque eres atractiva, y como hombres tengo deseos.
Ya sabes, a veces es necesario masturbarse para que pase el momento de la calentura.
Eso es normal, lo que no está bien es que haya entrado a tu cuarto.
Perdón.
–¿Master… qué? ¿Qué es eso?
–Vane, ya estás en edad.
No me digas que no te masturbas.
¿No te tocas?
–No.
–¿No sientes deseos?
–No.
No lo sé.
Quizás.
–Empecé a sonrojarme.
–No tiene por qué darte pena, Vane.
Es natural.
Si te sientes más cómoda hablando con tu tía o tu mamá, pregúntales a ellas.
–No, solamente no sé qué es.
Yo no había notado el tamaño de mis senos, en realidad, y…
–Tuviste que notarlos.
Ya usas sostén.
–Sí, bueno.
Obviamente lo noto por eso, pero fue como mi regla.
Solamente llegó y pues… me ajusté al cambio.
No me notaba a mí misma.
–¿Y ahora?
–Ahora no sé.
Yo me reí, él también.
–Lo único que te puedo decir es que si sientes deseos te toques.
Nadie te juzgará.
Es tu intimidad y es normal y natural, aparte de muy placentero.
Nos despedimos y cada quien se fue a su habitación.
Yo estaba batallando mucho para dormir, pensaba en tocarme, pero tenía algo de pena conmigo misma.
No lo sé.
Era muy tonta o inocente o prejuiciosa.
No me atrevía.
Estaba dando vueltas en mi cama.
De pronto, se abrió la puerta despacio y entró mi tío en bóxer.
Yo me senté inmediatamente.
–Perdón, ¿te desperté?
–No, no puedo dormir.
–Ni yo.
Quería ver si estabas despierta.
–¿Ibas a tocarte si yo dormía?
–No, no, Vane… no sé.
Es probable.
–Lo has seguido haciendo después de aquella vez, ¿verdad?
–Sí, pero lo hago menos seguido.
–¡Dijiste que ya no lo hacías! ¿Cómo es posible que yo duerma y tú.
?
–¿Crees que te hago daño haciéndolo?
Hubo un silencio que parecía eterno.
Yo intentaba pensar en alguna razón por la cual me hacía daño.
Pero no, solo pensaba que era incorrecto, pero no podía decirle por qué.
Él volvió a hacer la pregunta.
–No, no me haces daño.
Pero yo estoy dormida y es como… no sé, como un abuso.
–¿Prefieres que te despierte?
–¡No! No.
¿Estás loco? Pero tampoco que entres cuando yo estoy dormida.
–Son las únicas dos opciones.
No te puedo decir que dejaré de hacerlo.
Es mentira; ya lo intenté.
Si prefieres irte de la casa y regresar con tu mamá, yo entiendo.
Pero por favor, no vayas a decir que es por mí.
Eso me perjudicaría mucho.
–No.
No me quiero ir.
Otro silencio que parecía larguísimo, y yo lo rompí.
Sigo sin entender por qué dije eso.
–Está bien, despiértame cuando entres.
Él me miro detenidamente, penetrante.
–¿Como ahora?
–Hoy no me despertaste tú, pero supongo que sí, como ahora.
Entonces, sin decir otra palabra, sacó su miembro del bóxer.
No estaba tan firme como la vez anterior, pero él empezó a agitarlo despacio.
No me quitaba la mirada de encima.
Yo sentía algo en mi entrepierna.
Él me extendió su mano, como ofreciéndome un baile, y yo le di la mía.
La colocó en su pene, su mano encima de la mía.
Empezó a mover mi mano.
Despacio.
Luego empezó a incrementar la velocidad.
Su pene empezó a sentirse más duro y verse un poco más grande.
Sus ojos parecían estar más pequeños, su respiración agitada.
Salían jadeos de su boca.
Yo sentía mis bragas húmedas, solo mantenía las piernas apretadas.
Fueron solo unos minutos, y sentí dos espasmos de su pene y luego un chorro blanco, un poco espeso, saltó en mi brazo y en la sábana.
Él tomó pañuelos desechables del tocador y me limpió.
Me preguntó que si quería que él me masturbara a mí.
Conteste que no.
Me dio un beso en la frente, y mientras salía de mi habitación volteó y me dio las gracias.
El lunes que mi tía regresó al trabajo, él entró a despertarme.
Fue muy similar a lo que había sucedido el viernes, solamente había durado unos minutos más.
Y así siguió despertándome todos los días de esa semana.
Para el jueves, él ya no sostenía mi mano.
Yo lo hacía sola.
Así transcurrieron los días.
Yo empecé a tocar mis senos cuando estaba sola en la ducha, pero seguía sin atreverme a tocar mi entrepierna.
Después de que se corría, él siempre me preguntaba si podía tocarme a mí y siempre contesté que no, hasta que llegó un día en que le dije que podía tocar mis senos.
Inmediatamente, bajó los tirantes de mi camiseta, acariciando mis hombros y mi pecho lentamente.
Sus manos no llegaban a mis senos.
–¿No me vas a tocar los senos? –dije, algo impaciente.
–Sí, claro.
Solo disfruto verlos, son tan bellos.
Mis pezones ya estaban duritos cuando bajó sus manos a mis senos.
Los acariciaba despacio, apenas rozando mis pezones con las yemas de sus dedos.
Yo sentía que me quemaba.
Acercó su cara sacando su lengua un poco, pero la detuve.
–No, con tu boca no.
–¿Por qué, Vane?
–Simplemente no.
Su pene volvió a ponerse tieso, lo cual me sorprendió.
Yo estaba por decirle que ya se saliera de mi habitación.
Se lo empezó a tocar él con una mano, mientras con la otra acariciaba mis senos y mi cara.
Quité su mano para hacerlo yo, sin prestar mucha atención a que ésta vez su pene apuntaba directamente hacia mí, a diferencia de las veces anteriores, en las que intentaba no mancharme mucho.
Lo seguí masturbando y cuando llegaron los espasmos, él quitó sus manos de mis senos y los chorros cayeron en mi pecho y senos.
Era más semen de lo habitual.
Me molestó un poco que lo aventara a mis senos sin preguntar, pero me gustó esa sensación.
Me gustó ver mis senos cubiertos de semen.
Se hizo habitual que yo lo masturbara mientras él me tocaba los senos.
Incluso empecé a ponerme rodillas y masturbarlo con ambas manos.
Cada vez le tomaba más confianza a masturbarlo.
Una noche, mientras estaba masturbándolo, me pidió que lo metiera a mi boca.
Me negué, pero cuando me pidió que lo escupiera, lo hice.
Me pidió varias veces que lo hiciera para mantenerlo mojado entre mis manos.
Lo seguí masturbando hasta que se corrió en mis senos nuevamente.
Cuando me dio pañuelos para limpiarme, se acercó y me besó la boca.
Era increíble que mi primer beso viniera de mi tío.
Y ahora que lo pienso, era aún más cómico que el beso llegara después de varias semanas de masturbarle y ver su semen caer sobre mi cuerpo.
Dejó de buscarme toda una semana.
No entendía por qué.
Quería preguntarle, pero quedamos de no hablarlo nunca.
Era algo que solo quedaría para las noches, como si tuviésemos alguna personalidad oculta.
No lo hablábamos, aunque estuviéramos solos.
Una noche esperé despierta por una hora y no llegó, entonces decidí ir yo a buscarlo.
No pude abrir la puerta de su habitación, entonces toqué.
Él abrió y cuando entré, estaba mirando la televisión: una chica desnuda que se estaba metiendo el pene de un hombre a la boca.
–¿Por qué miras eso? ¿Prefieres ver eso que ir conmigo? –me sentía traicionada.
–No, no es eso, Vane.
Solo es fantasear con algo diferente.
A tu tía no le gusta hacerlo y tú tampoco quieres.
–¿Por qué lo hacen?
–Es algo muy rico.
Yo he intentado besar tus senos, pero no me dejas.
Tu cosita no me dejas ni tocarla, menos me dejarás besarla.
–Claro que no.
–La boca te da otras sensaciones, y extraño esas sensaciones.
Me quedé de pie un instante, sin saber qué decir.
Él hizo un gesto con su mano y yo me senté a un lado de él en su cama, mirando como una mujer le hacía “sexo oral” a un hombre.
Yo no aprendía de esto en la escuela, obviamente.
¿Cómo me iba a imaginar que era algo aparentemente normal? Orina con su pene; ¿por qué querría yo tenerlo en mi boca? Sí, claro que sabía que el hombre introduce su pene en la vagina de la mujer y eso es el sexo y así nos reproducimos como mamíferos, pero esto era otra clase de “sexo”.
Solo por placer.
No tenía ningún otro fin.
Mi tío sacó su pene y empezó a tocarlo.
Yo quité su mano y lo empecé a masturbar.
Ya me gustaba masturbarlo.
Aunque yo me reprimía solo apretando mis piernas, me encantaba ver su cara vulnerable al placer.
Me puse de rodillas en la cama para poder inclinarme a escupirle, como a él le gustaba.
Le escupí dos veces; a la tercera, él me empujó un poco de la cabeza y así tuve la cabecita de su pene en mi boca.
Me alcé para verlo, desconcertada.
Y entre jadeos y con voz cortada, él dijo: por favor, Vane.
No pude decirle que no.
Regresé la punta de su pene a mi boca, mientras volteaba a ver en la pantalla como lo hacía la chica, pero ella lo estaba metiendo todo a su boca y yo no quería hacer eso.
No me iba a caber, y aunque cupiera, no quería.
–No los mires a ellos, mírame a mí.
–dijo, mientras apagaba el televisor.
–No sé hacerlo.
–Yo te digo cómo… Saca la lengua y pásala por la cabecita.
Así, Vane… empieza a meterlo poco a poco a tu boca, chupándolo como una paleta.
Así, sí, primero la cabecita.
Qué rico, Vane… Ahora un poco más.
Así, así, preciosa… Como paletita, Vane.
Cuidado con los dientes, abre un poco más la boca… Así, sigue así, no pares, bebé… No es necesario que pares para tragar saliva, deja caer toda tu saliva.
Entre más saliva, más rico… Ay, bebé, qué rico chupas.
No pares… Ayúdate con la mano abajo.
Así, así… Como cuando me masturbas, solo persigue tu mano con tu boca… Así, Vane, así…
Eso duró unos minutos.
Vinieron los espasmos y el chorro salió hacia mi garganta.
Yo me atraganté un poco y me quité de inmediato.
No pude evitar tragar algo, pero escupí casi todo.
Él reía, se levantó por pañuelos para limpiar y limpiarme.
Me besó la boca, mientras me decía que era hermosa y me daba las gracias.
Al siguiente día, regresó a mi habitación, y siguió regresando.
Así como fui tomando confianza para masturbarlo, empecé a adquirir confianza para chupársela.
Me fascinaba ver cómo se corría, sentir su semen en mi boca, en mis senos, en mi cara.
El sabor no me gustaba, solo la sensación.
Si caía en mi boca, yo lo escupía.
Una noche se la estaba chupando enérgicamente, pero se arruinó el momento con las palabras:
–¿Te gusta chuparla, Vane?
–Sí, tío, me gusta.
–¿Te gusta mi verga?
–Sí, me gusta tu pene.
–Di que te gusta mi verga.
Llámale verga.
–Ok, tío… Sí, me gusta tu ve.
verga.
–Batallé para decir a palabra.
–Así, putita, chúpamela.
–¿Por qué me dices así?
–Es de cariño.
–No, no me gusta.
No soy ninguna putita.
Solo hago esto contigo.
–Es de cariño, Vane.
No te enojes.
Sé una buena zorrita y sigue chupándomela.
–Te dije que no me dijeras así.
No uses esas palabras conmigo.
Me levanté del piso y le dije que saliera de mi habitación.
–Perdón, ya.
Tú sigue, bebé.
Ya no te diré así.
–No, ya no quiero.
Se me quitaron las ganas.
Vete.
–¡Qué hija de puta eres! ¿Cómo me dejas así?
Se salió enfadado de mi habitación y yo me quedé de la misma manera.
Pasaron varios días en los que evitábamos hablarnos.
No me despedía de él cuando me dejaba en la escuela.
Tampoco él me preguntaba por mi día.
Yo la pasaba mal.
Una noche, por fin, intenté tocarme mi entrepierna.
Pero no sentía nada.
Nada.
Me acariciaba los senos, pero no quería pensar en él.
¡Qué ridícula! No quería ni dirigirle mis pensamientos.
Y si no pensaba en él, no pasaba nada con mi cuerpo.
Un viernes, los niños se quedaron dormidos en la sala viendo televisión, como de costumbre.
Él no estaba en la sala porque no queríamos vernos.
Fui a su habitación a decirle que los niños ya dormían para que los llevara a sus respectivas habitaciones.
Pero antes de decir yo algo, habló él.
–Te extraño, Vane.
–Yo a ti.
–Ven, siéntate a mi lado.
Me besó los labios.
Yo me estremecí.
Tenía su mano en mi mejilla y la fue bajando, acariciando mi cuello, mi pecho.
Cuando llegó a mis senos, los apretó encima de mi blusa.
Mi respiración se aceleró.
Puso su mano en mi pierna y me fue empujando despacio con su cuerpo para que me recostara en la cama.
Seguía besándome.
Yo dejé de pensar por completo.
Me sentía en las nubes.
Subió su mano a mi entrepierna y yo intenté quitarla.
Me separé de ese beso largo para decirle que no.
Pero su mano se mantuvo firme, posada encima de mi sexo.
–No lo arruines otra vez, Vane.
Déjate llevar.
Yo quiero que tú también aprendas a disfrutar.
Con besos y caricias, me despojó de mi ropa.
Me quedé solo en bragas.
Él seguía tocándome el sexo.
–Estás muy mojada, estás empapando las braguitas.
Al oír eso, sentí pena por un instante y cerré mis piernas.
Él volvió a abrirlas un poco, algo brusco, pero su voz era dulce.
–No las cierres, preciosa.
Sé que te está gustando.
Ábrelas más.
Yo le hice caso.
Su boca iba de mis labios a mi cuello, a mis oídos cuando tenía algo que decir.
De pronto, bajó su boca a mis pechos.
Yo intenté cubrirme con mis brazos y volví a cerrar las piernas.
–¿No te está gustando?
–Sí, mucho.
–Entonces, ¿qué sucede?
–Tengo miedo.
–¿De qué?
–De que me duela, de quedar embarazada, de todo.
–No, no tengas miedo.
No te voy a penetrar si no quieres.
–¿Seguro?
–Claro.
Tenme confianza.
No puse más resistencia.
Me llevó a lo más alto del mundo, lo más increíble que había sentido hasta entonces.
Solo con su boca entre mis senos y sus dedos en mi sexo.
No introdujo sus dedos, solamente acariciaba encima, mi entradita y mi clítoris.
Me regaló dos orgasmos increíbles.
Uno tras otro.
Yo grité, olvidando que los niños dormían en la sala, que la puerta estaba abierta.
–¿Quieres que siga?
–No.
–¿Por qué, Vane?
–Ya no.
Ya me voy a dormir.
Me levanté.
Tomé mi ropa y me salí de la habitación, diciéndole que los niños dormían en la sala.
Esa noche no pude dejar de tocarme.
Me encantaba.
No era igual que cuando él lo hizo.
De hecho, no pude provocarme un orgasmo a mí misma, pero se sentía muy rico.
No supe a qué hora me quedé dormida.
Tenía que ser fin de semana, ¡maldita sea! Tenía que esperar dos largos días para poder volver a buscar a mi tío.
Sabía que se acercaban los días de mi regla, y estaba negociando con el calendario que se esperara al miércoles.
Pero tengo mala suerte, y mi regla llegó el domingo.
De nada me serviría que llegara el lunes.
Antes no pensaba en eso porque no sabía lo que era sentir un orgasmo.
Yo se la chupaba a mi tío sin importar qué día del mes fuese, pero para mi orgasmo iba a tener que esperar más.
Los días transcurrieron muy lento.
Estuve ansiosa.
El jueves ya no me bajó, y fue el día más largo de todos.
Anduve con mis bragas mojadas todo el día, anticipando lo que me esperaba en la noche.
En cuanto se fue mi tía, entré al cuarto de mi tío.
Él se sorprendió.
–Es temprano.
¿Ya se durmieron los niños?
–No lo sé.
–Voy a ver… …ya, ya duermen.
–Tío, me gustó mucho el viernes.
–Eso parece, –dijo, riendo –¿no podías esperar más?
–No.
–Quítate tu ropa.
Lo hice.
–Acuéstate… Abre las piernas… Tócate para mí.
–Tío, no sé tocarme como tú.
No se siente igual.
–¿Quieres que yo lo haga?
–Sí.
Se recostó a mi lado, mirándome fijamente a los ojos.
Empezó a rozar mi vientre con una mano.
Recorría su mano desde mi ombligo hasta mi cuello, sin rozar mis senos, solo pasaba entre ellos.
Hizo ese movimiento varias veces, sin quitarme la mirada.
–Tío, tócame.
Tomé su mano y la coloqué en mi seno izquierdo.
Él se lanzó con su boca a mi otro seno.
Pronto, me agarraba mis senos con ambas manos mientras hundía su cara entre ellos, pasando su lengua de uno a otro.
Me daba mordiscos, succionaba los pezones despacio.
Me empezaba a perder.
Bajó su mano a mi entrepierna y me beso los labios.
Su mano no se movía.
Solamente estaba allí encima de mi sexo.
Involuntariamente empecé a mover mi cadera.
–Tío, ¿por qué no me tocas?
–Pídemelo.
–Tócame… Tócame, por favor.
Empezó a introducir su dedo en mi rajita, solo por encima.
Ya estaba mojadísima.
Subió despacio a mi clítoris y continuó tocándome en ese movimiento, de arriba a abajo.
Yo seguía moviendo mis caderas.
Quería que fuera más intenso, como la primera vez, pero no lo hacía.
Yo me estaba desesperando.
–Tío…
–¿Qué pasa, bebé?
–Tócame.
–Te estoy tocando, preciosa.
–No, tócame más.
Como la otra vez.
–Pero a ti te gusta tierno, mi amor.
–¡¡Pero quiero más!!
–¿Quieres que te toque como a una putita?
–No, tío… No.
Como la vez pasada, por favor.
–¿Como una putita?
–No.
Solo como la otra vez.
–La otra vez te toque como una putita.
–Tío, tócame como esa vez.
–¿Cómo una putita?
–Sí tío, como una puti…ta.
–¿Quieres ser una putita? –me empezó a tocar un poco más rápido.
–Sí, tócame.
–¿Eres una putita? –un poco más rápido y su boca en mi seno derecho.
–Sí.
–¿Sí qué?
–Sí soy.
–¿Eres qué?
–Una puti…ta, tío.
–Dilo.
Di que eres una putita.
–Soy una putita.
–Di que eres mi putita.
–su mano seguía moviéndose en mi sexo.
–Soy tu putita.
–Repítelo más… Dilo mientras quieras que te siga tocando.
–Soy tu putita.
Soy tu put, putita… (no sé cuántas veces lo dije).
–Así, putita.
Te vas a correr rico como puta… Sigue diciendo que eres mi puta.
Yo continué diciéndolo hasta que no pude hablar, hasta que mis piernas me temblaron y mis pechos estaban ya rojitos por sus mordidas y sus succiones y lo rasposo de su barba.
Los orgasmos que tuve la semana anterior habían sido de poca intensidad comparados con estos.
No supe cuántos tuve.
Antes de que terminara uno, ya estaba teniendo otro.
Se empalmaron.
Yo sentí que me salí de mi cuerpo y volvía a él.
Exploté en un grito ahogado.
Creí desmayarme.
Quizá lo hice por unos instantes.
Todo mi entorno se llenó de nada por un momento.
Volví en mí cuando me acarició la pierna, la cual estaba sumamente sensible.
Le pedí que no me tocara, mi cuerpo se recuperaba.
Cerré los ojos y dormí profundamente.
No me di cuenta a qué hora ni cómo me llevó a mi habitación, pero amanecí en mi cama aún desnuda y
con mi ropa en la almohada.
Él dejó agua a un lado de mi cama.
Gran detalle, pensé.
Moría de sed.
La noche siguiente, me regaló un par de orgasmos.
Luego me pidió que se la chupara.
Me coloqué de rodillas en la cama, inclinada, con el cuerpo hacia un lado.
Él me acariciaba la cadera y las nalgas.
–Eres la mejor, Vane… Eres la mejor putita que he tenido.
–me dio una nalgada.
Separé mi boca solo un instante.
–¿Eso por qué lo haces?
–Porque eres mi putita, ¿no?
Yo tenía su pene nuevamente dentro de mi boca y solo asentí con la cabeza.
–Te ves hermosa mamándola, Vane.
Siempre has sido la niña más bonita, pero con la verga en la boca te ves preciosa… Mírame… Sí, mírame y sigue chupando así, mi putita.
Con sus palabras yo me excitaba más.
Lo empecé a hacer un poco más rápido, con un poco de desesperación.
–Métela toda, Vane.
–No me cabe.
–Sí, tú puedes.
–Me tomo la cabeza con las manos y la empujó para que me entrara toda su verga en mi boca.
Yo sentí ahogarme y me quité, pero él volvió a empujar mi cabeza.
–Toda, putita, toda… Ahh, así… Ven…- Me tomó de la mano y nos bajamos de la cama.
–Ponte de rodillas, putita.
– yo obedecí.
–Abre esa boca de zorra… Así… Toma… Toma… Toma, puta.
-La metía toda a mi boca y luego la sacaba, y luego la metía nuevamente de un golpe.
Empezó a pasarme la verga por mi rostro.
–No cierres los ojos.
Mírame… mírame mientras te doy de vergazos en tu hermosa cara de niña buena.
-Y comenzó a darme golpecitos en mi rostro con su verga.
–Tu cara de niña buena y nadie se imagina lo puta que eres.
Nadie se imagina que te encanta mamar verga… ¿Verdad que te encanta?
–Sí, tío.
Me encanta.
–Qué zorra eres, qué putita… Dime lo que eres.
–Soy una putita, tío.
–Dame tus tetas… Escúpelas…
Puso su verga entre mis tetas, mientras las apretaba para que permanecieran juntas.
Se movía violentamente entre ellas.
–Ahora abre la boca.
Te la voy a coger.
Abrí mi boca y me tomó bruscamente de la cabeza, metiendo toda su verga dentro de mi boca.
Yo intenté empujarlo, pero él era más fuerte y sostuvo mi cabeza de esa manera.
Se movía poco y luego la volvía a sostener.
De mis ojos empezaron a brotar lágrimas.
–No dejes de mirarme, puta… Ahhh, Vane, mi puta…
La sacó de mi boca.
–Deja la boca abierta y mírame… Ahh… ¡Tomaaaa!
Se corrió en mi boca y cara.
Yo iba a escupirlo, como de costumbre.
–No, no lo escupas, ¿eh? Te lo tragas como una buena zorra.
Hice lo que me dijo.
Todo lo que había caído a mi boca lo pasé.
No me costó tanto como pensé.
Su verga seguía firme.
Me la acercó a la boca.
–Límpiala, putita.
Límpiala con tu lengua.
Yo la empecé a lamer, a quitarle el semen que le había quedado en la verga.
Después él pasó su verga por el semen que había en mi cara y me lo volvió a poner en la boca.
Hizo eso tres veces.
El semen que no quedaba embarrado en mi rostro, yo lo estaba limpiando de su verga.
–Quiero que te la comas toda.
Las putas no desperdician la leche.
Así pasaron algunos meses, en los que él me masturbaba y yo se la mamaba.
Él incrementaba el vocabulario “obsceno”, y a mí me volvía loca.
Eventualmente, fue él quien me penetró, pero cuento esto porque fue el comienzo de mi debilidad.
Hasta ahora, lo mejor para mí es estar de rodillas con una verga en mi boca.
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