YO SELVA DE 15 Y MI HERMANA INGRID (FINAL)
Al fin pude llegar al tesoro de mi hermana Ingrid de 22 .
YO SELVA DE 15 Y MI HERMANA INGRID (FINAL)
UN FINAL FELIZ
Nos preparamos de comer. A mis quince años jamás pensé que iba a tener a mi merced a mi querida hermana de 22 Nunca le he dado tantos besos en la cara como en el armado de aquella comida. Luego comimos y le propuse a Ingrid la idea de preparar una fiesta para esa noche. Aceptó, así que compramos refrescos y una botella de ginebra. Ingrid se reía que una deportista como yo fuera a beber alguna bebida
También compramos pan de molde para hacernos sándwiches. La tarde pasó en la cocina. Nos pusimos a prepararlos. Cada vez que podía, como de broma, le pegaba a Ingrid un apretón en su culo que ella me devolvía. Cada vez eran más fuertes y nos fuimos bebiendo los primeros cocteles. Yo era la que los servía, y no los servía iguales.
Ingrid pronto tenía más que un nivel de alcohol. Por eso, cuando tras un apretón que me pegó, yo la agarré por la espalda, noté que la resistencia que ponía era más ficticia que real. Le mordí en el hombro, siempre como de jugueteo, y ella echó el culo para atrás, pero se encontró con mi pelvis. Sólo le dije una cosa: -Preparate, que esta noche va a ser movida.-
No contestó ni sí ni no, sólo sonrió con malicia. Lo tuve entonces muy claro. Le puse un par de cocteles más. Comimos la una sentada frente a la otra. Yo llevaba mi típico pantalón suelto y una camiseta, debajo de la cual no tenia nada. Ingrid vestía una falda y una camisa de botones, con unas zapatillas. No me gustaba como estaba para esa ocasión, por eso, tras tomarnos los últimos tragos, le dije que íbamos a bailar, pero que era necesario que cambiara de aspecto.
La llevé de la mano a su dormitorio y le saqué del armario una ropa que mi hermana no se ponía desde hacía diez años. Eran faldas que le quedaban mucho más cortas y suéter que le quedaban súper ceñidos.
Al volver a su cuarto, pude verla en ropa interior. Le ordené que se quitara el sostén, ya que no lo necesitaba con el suéter. Luego fui a buscar unas bragas mías, y le ordené que se las pusiera. No quería violentarla, así que salí de la habitación, pero sólo al comprobar que comenzaba a cambiarse las bombachas. Yo también me cambié. Me puse una camisa blanca de papá, que me estaba anchísima y unos pantalones del traje, que me estaban igual. El conjunto remataba con unos zapatones. Cuando llegué, Ingrid comenzó a reírse al ver mi aspecto estrafalario. Luego me dijo, de broma. -No le da vergüenza, hacer esperar a una dama.-
Puse un disco de Carlos Gardel y nos pusimos a bailar tangos. Imagínense. Ella con esos zapatos de tacón y la falda cortísima. Yo con aquella ropa anchísima. Aquello me sirvió para que con el meneo, Ingrid estuviera todavía más mareada, y de paso, para que le perdiera el miedo a mi contacto.
Tras los tangos pusimos un disco muy romántico, de Roberto Carlos, que sabía que le encantaba. Comenzamos a bailar agarradas, con los zapatos de mamá, ella estaba muy alta. Comencé a hablarle.
-Querida mía. Creo que la adoro. No puedo vivir sin Usted.- Ella se reía. Su risa me exasperaba. Me ponía nerviosa.
– ¿Qué le ocurre?. Se ríe de un caballero- Mi cara se acercaba a la suya. De pronto, una de las manos que caballerosamente conservaba en la cintura la agarró de la nuca y acercó la boca suya contra la mía.
– Eso ha estado muy mal, muy mal.- Me dijo tras el primer beso. Pero no opuso ninguna resistencia al segundo beso. Esta vez fue ella la que llevó la voz cantante, introduciendo su lengua en mi boca. Yo quise morderla con mis labios pero se escurrió.
Como antes me había comido los bocaditos, ahora empezaba a disfrutar el trabajo del día anterior. Mis manos comenzaron a subirle la falda y a acariciarle el trasero, En efecto, mis bragas le estaban minúsculas a Ingrid. Sentí el frío de sus nalgas, que se calentaban rápidamente en mis manos. Tiré de ellas hacia lados opuestos y sentí como las bragas se le iban metiendo entre los cachetes. Ella con sus manos se limitaba a agarrarse por detrás mía.
El suéter señalaba los pezones de Ingrid, ahora mejor que nunca. Nuestras bocas no paraban de pelear entre sí, intentando conquistar cada una el territorio de la otra.
La boca de Ingrid me sabía a miel. Era un caramelo que tenía que deshacer en mi propia boca. Metí una pierna entre las suyas y se la clavé en el sexo. Sentía la excitación de Ingrid en que cada vez se entregaba más. Ahora era yo la que había triunfado en al lucha por su boca. Mi lengua se introducía en cada rinconcito.
-Hoy vas a saber lo que es un orgasmo, putita- Le dije al verla entregada. Ella me escuchaba concentrándose sólo en mis caricias. Notaba mi propia excitación como un peso en el vientre. Le di un tirón al suéter que se desgarró. No nos importó, por lo viejo que era. No conseguí mucho, así que volví a tirar de él, y ahora si asomó uno de sus senos. Rápidamente lo agarré con las manos, presionándolo, y me lo llevé a los labios.
Lamí ese seno varias veces, alrededor de la aureola. De pronto, me metí el pezón en al boca y miré a Ingrid a la cara, entornado la vista. Ingrid me miraba placenteramente y hasta agradecida. Comencé a sentir crecer la punta del pezón entre mis labios y apretar estos a la vez. Jugué con él como si quisiera arrancárselo de un mordisco, moviendo la cara hacia un lado u otro. Ingrid comenzó a susurrar un ronco gemido. Mi otra mano se adentraba por detrás en la zona trasera de su sexo.
Me incorporé. Noté el muslo que había entre las piernas de Ingrid un poco húmedo y me acordé que los pantalones eran de Papá, así que rápidamente me los quité, sin quitarme los zapatones. Me costó. Por poco me caigo, pero salieron. Ingrid se desabrochó la falda mientras tanto y calló al suelo. Mis braguitas, por delante no le cubrían ni la mitad de la barriga. Se le adivinaban los dos labios del sexo, y pensé que debían de estar acariciándole el clítoris. Se iba a quitar el suéter, pero se lo impedí. Me gustaba verla así, con el suéter roto y un seno al aire.
Comenzamos de nuevo a bailar, pero esta vez más tranquilos. La besaba en el canal del pecho, en los hombros, en el cuello. Ingrid me musitaba susurrando palabras de reprobación, que no servían sino para ponernos más calientes a las dos.
Le di un beso cuando pasaron unas cuantas canciones, le dije que fuéramos a su dormitorio. Ella fue delante. Yo veía media espalda desnuda y un culo con los dos cachetes desnudos por lo pequeñas de las bragas. Mantenía el equilibrio como podía con los altos tacones. Me fui desabrochando los botones de la camisa de papá, y me deshice de ella, dejando al descubierto mis pechos pequeños y bien puestos. Ingrid se quería quitar los zapatos, pero yo no la dejaba.
Llegamos a su cuarto. Me fui a abrazar a ella, pero cuando estaba próxima a mí, le di un empujón que la hizo caer de golpe sobre la cama. Ingrid me miró confusa y sorprendida, pero se podía adivinar su excitación.
-Te voy a hacer una mujer.- le dije, mientras ella se llevaba las manos al pelo, alisándoselo, esperando la próxima jugada. Me coloqué de rodillas frente a ella y tras besarla en la boca y el cuello, volví a disfrutar de la excitación de su pezón. Mientras, de un tirón terminé de romperle la costura del otro tirante y comencé a manosear con fuerza el seno recién descubierto. Ingrid me daba besos en la sien mientras repetía mi nombre -Selva, Selva, Selvaaaa-
Puse la mano sobre el sexo de Ingrid, apenas cubierto por las bragas, y lo encontré empapado. Me acordé entonces de la negativa y la oposición que había encontrado hacía unas semanas, y decidí vengarme. Agarré las bragas por la parte trasera del cuerpo de Ingrid, y tiré de ella con fuerza. Sentí como se agitaba su cuerpo y se abrían sus piernas, buscando seguro un poco de sosiego para su almejita.
Comencé entonces a besarle entre los muslos, mientras ella acariciaba tiernamente mi cabeza. Tiré de sus piernas hacia arriba para que se tumbara sobre la cama, y deposité sus piernas sobre mis hombros. Comencé a bajarle las bragas. Las bragas se enrollaban sobre sí mismo al discurrir a lo largo de su muslo.
Se las terminé de bajar, pero se la dejé enganchadas en las pantorrillas. Ingrid sólo conservaba en su sitio los zapatos de mamá, y yo tenía puestas mis bragas y los zapatones de papá. Me empeñé en meter la cabeza entre las piernas, que se me abrían sumisas. Allí estaba el tesoro con el que había estado soñando. Pude ver más abajo otro agujero con el que nunca había ni soñado en poseer y que ahora era mío.
Comencé de nuevo a besarle los muslos, mientras mi mano se le acercaba lentamente, hasta llegar a su tesorito. Por otras parte, yo misma comencé a acariciar mi sexo, metiendo mi mano por debajo de mis bragas. Separé los labios que tapaban su clítoris, y acerqué ambos dedos por cada lado de su botoncito. Cuando estaba así, mi boca se abalanzó sobre él, lamiéndolo con la lengua violentamente. Ingrid se retorcía de placer y podía sentir en la palma de mi mano como su almejita soltaba el líquido viscoso con sabor a mar y a miel.
Me recordaba a un osito goloso que le roba la miel a las abejas. Las convulsiones de Ingrid eran cada vez más violentas. Empezó a soltar unos alaridos casi exagerados. Tuve miedo de que nos escucharan en toda la casa, pero ya no me podía detener.
Para terminar de cogerme a mi hermana, así, tal como estaba la mano, con la palma vuelta hacia su sexo, comencé a introducir lentamente el dedo pulgar. Mi hermana reventó de placer al sentir el dedo pulgar introducirse en su húmeda almejita. Yo seguí moviéndolo esperando prolongarle el orgasmo hasta el fin de sus días, o al menos hasta que me viniera a mí, como así sucedió al poco tiempo. Entonces perdí los papeles y me limité a restregar mi cara contra su sexo y su monte de venus mientras repetía el nombre de mi hermana.
Nos quedamos así un rato, hasta que decidimos ducharnos. Nos duchamos juntas, por supuesto. Le enjaboné de nuevo, mientras ella aguantaba la lluvia bajo su cabeza pacientemente. Había conquistado un agujero de mi hermana, pero aún me quedaba por conquistar el otro. Metí la esponja entre las nalgas de Ingrid, mientras nos miramos con mirada cómplice. Le di fuerte entre las nalgas. Mi hermana estaba prácticamente abrazada a mí, y nos besábamos de vez en cuando. Entonces la agarre de la cintura para obligarla a ponerse de espaldas a mí. La tome de los senos mientras le mordía la oreja, y luego, la puse contra la pared. Yo me puse de rodillas, frente a sus nalgas y hundí mi cara entre ellas.
El agua bajaba por su espalda y lo inundaba todo. Entonces le separé las nalgas para acariciar con mi lengua su agujero. Mi sorpresa fue observar a la puta de mi hermana separarse ella misma las nalgas.
Entonces comencé yo misma a acariciarme de nuevo y a posar la otra mano sobre su sexo. No duramos mucho tiempo así, porque ella se empeñó en acariciarse el clítoris, aunque yo le aparté varias veces la mano violentamente. Así que tuve que quitarme la mano de mi sexo y separarle la nalga que dejó libre. De nuevo le introduje el dedo, primero el corazón, pero luego también el índice. Ella los rozaba con los dedos con que se acariciaba el clítoris. No tardó en ponerse a chillar, esta vez bajo la lluvia. Dejé de lamerle el ano, para lamerle la parte trasera de su almejita. Créanme que a Ingrid le fallaron las piernas y fue escurriéndose en mí hasta quedar en cuclillas entre mis piernas.
Nos secamos, comimos y dormimos en su cama. Bueno, dormimos a ratos. Nos tumbamos desnudas en la cama y nos clavamos las piernas en nuestros sexos mientras nos acariciamos. Como yo no me había corrido, y estaba muy excitada, me tumbé encima de ella y comencé a moverme entre sus piernas, rozando mi clítoris contra el suyo, cada vez más rápido hasta que me corrí. Pero la cosa no acabó ahí, ya que volví a masturbarla con mis dedos, un rato más tarde.
El fin de semana pasó. El domingo las dos estábamos avergonzadas. Al pasar la borrachera nos entró la resaca. Pero la resaca no duró mucho. Un día me puse a estudiar de noche en la habitación de Ingrid. Ingrid se acostó con las bragas ortopédicas de siempre y un camisón de monjita. Mi papá me dijo que era mejor que fuera a estudiar a otro sitio donde no molestara a Ingrid. Pero Ingrid intervino. -Déjalo, papá, si no me molesta.- No tardaron en dormirse mis papás cuando yo estaba de rodillas junto a la cama de Ingrid, «ordeñándole la almejita».
Desde aquella noche, mi hermana era mía, pero lo teníamos que hacer de espaldas a mis papás. Esperábamos a los fines de semana. Mi hermana se deshizo de los complejos estúpidos y pronto encontró a otro chico con el que se comportaba como una verdadera puta en la cama. Yo, por mi parte, encontré pronto mi media naranja en mi mismo hemisferio.
Ingrid se caso y tiene un hijo. Me parece que sus relaciones conyugales empiezan a ser aburridas en el plano sexual. De vez en cuando nos miramos como con cierta complicidad. Tal vez sea el momento de visitar a mi hermana un día que no haya nadie en su casa.


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