(っ◔◡◔)っ TEEN SWEET MODELS – 2/4 Firmando el contrato de mi hija 😍
La forma en que Ismael firma el trato es sorprendente.
©Stregoika 2021
𝑉𝑎𝑟𝑖𝑎𝑠 𝑛𝑒𝑛𝑖𝑡𝑎𝑠 𝑑𝑒 𝑚𝑖𝑠 𝑟𝑒𝑙𝑎𝑡𝑜𝑠 𝑠𝑒 𝑟𝑒𝑢𝑛𝑒𝑛 𝑓𝑖𝑛𝑎𝑙𝑚𝑒𝑛𝑡𝑒, 𝑝𝑜𝑟 𝑜𝑏𝑟𝑎 𝑑𝑒𝑙 𝑑𝑒𝑠𝑡𝑖𝑛𝑜, 𝑒𝑛 𝑢𝑛𝑎 𝑎𝑔𝑒𝑛𝑐𝑖𝑎 𝑑𝑒 𝑚𝑜𝑑𝑒𝑙𝑜𝑠. 𝐶𝑜𝑠𝑎𝑠 𝑚𝑢𝑦 𝑟𝑖𝑐𝑎𝑠 ℎ𝑎𝑛 𝑑𝑒 𝑜𝑐𝑢𝑟𝑟𝑖𝑟…
Estábamos sentados a la mesa. Había un tensa calma, pues la tarde anterior habíamos hablado y yo había pedido perdón de rodillas a mi hija, por haberle arruinado su disfrute —aunque obvio, no se lo manifesté así— con su amiguito de m*erda. Para la hora del desayuno, hubo más de una revelación. Primero, que mi hija me llevaba semanas con ganas de perdonarme pero no podía perdonarme gratis. Pero me amaba. Otra, que yo le tenía ganas, solo que antes no podía aceptarlo, pero gracias a ese psicólogo de da-mier tan profesional, acepté que el culito de mi Paula era un deseo auto-prohibido para mí, y que des-prohibírmelo me traería paz. En efecto, mi Paula, mi niña de piel blanca como la yuca, cabello castaño oscuro y ojos azul claro; llegó a desayunar con su ropa de dormir todavía puesta. Usaba una delgada pantalonetita muy corta. Era la primera vez que la veía tan sexy, habiéndome quitado yo el sesgo de lo paternal. Me saludó con timidez, pues no sabía cómo portarse después de la complicada charla de la noche anterior. Y yo también estaba confundido.
—¡Ay, ustedes parecen novios adolescentes! —dijo Amanda, medio burlándose y medio regañándonos.
Su apunte sirvió para romper el hielo. Mi hija rió y yo también. Mientras sentía que el alma me volvía al cuerpo porque mi hija me había sonreído otra vez, llegó Melorica, la gata, y maulló, pues Paula siempre la consentía. Mi hija volteó y se dobló para acariciarla. ¡Ay Dios! Pero qué situación con la que tendría qué vérmelas de ahí en adelante. Tenerle tantas ganas a Paula. Cuando se dobló, su culo se infló y la tela de su ropita de dormir se estiró. Se le dibujaron varias rayas en la prenda, desde su gloriosa entrepierna hasta bien arriba en las nalgas. Sentí una punzad en la próstata y sin darme cuenta, junté los labios con fuerza, sin dejar de mirar el espectáculo.
—Está rica ¿no? —dijo mi esposa.
—¿QUÉ? —me aterroricé.
Paula se enderezó y volteó, poniéndose una manita en el orto. Sintió como si algo fuera a entrarle por el ano. Así de intenso acababa yo de imaginarlo, tanto que ella percibió mi lengua pervertida y erecta. Pero astutamente, Amanda metió en mi boca una tostada embadurnada de mermelada.
—Está rica ¿cierto? —Repitió.
Yo me levanté y corrí al baño a echarme agua fría.
Aquella noche, le di una tremenda follada a Amanda. Ella gritaba dentro de su mano mientras se agarraba de la cabecera de la cama y me miraba con los ojos arrugados. Yo empujaba tanto que parecía que me metería en ella. Bien dice un libro —de detectives— que los hombres llegan al mundo por la vagina, y pasan el resto de la vida queriendo volver a ella. Mi esposa solía disfrutar el éxtasis apretándome con las piernas y aprisionándome con los brazos y besándome hambrientamente. Así podíamos durar varios minutos después que yo me viniera. En fin.
Cobijados por el humo de un par de cigarrillos, Amanda me soltó la bomba. Agarró su smartphone y reprodujo una dulce voz de mujer en un mensaje para mí:
Señor Ismael Zorro, es un placer para mí tener la oportunidad de ser escuchada por usted. La idea ha sido de su señora, Amanda. Espero que esté usted tan bien como yo deseo que lo esté.
—Y ¿esto qué es…?
—¡Escucha, escucha!
Soy Alejandra Guayara, manager del estudio TSM…
—Teen Sweet Models —Susurró mi esposa.
…Y quiero manifestarle la intención de parte nuestra, de que su hija Paula haga parte de nuestro grupo de modelos. Ya contamos con el visto bueno de su esposa, pero el suyo es indispensable. No esperamos respuesta aún, pero sí queremos invitarlo a conocer nuestros estudios y cómo trabajamos. Los esperamos a los tres cualquier día de la semana en la hacienda La Polonesa. ¡Eso sí, vengan con tiempo y el estomago vacío!
—Qué voz tan arrechadora —dije.
Amanda me dio una palmada en un brazo.
—Vamos a ir ¿cierto? —me preguntó.
—Vamos, pero por la ilusión de pasear y de comer majares gratis. No es un ‘sí’.
—Tengo más para que veas.
Puso el teléfono frente a mi cara y deslizo varias fotos. Eran sets de TSM. ¡Válgame el cielo! Había nenas de la misma edad de mi Paula y tan bonitas como ella. Las nenas aparecían posando de modo provocador, usando prendas de fantasía sobre un sinfín. Solo hice algunas caras, sobre todo tensionando la mandíbula.
—¿No vas a decir nada? —me retó Amanda— Qué niñas tan divinas ¿cierto? Opina, Ismael, con confianza.
—Qué rico —dije, con timidez pero con sinceridad.
—¿No crees que Paula merece estar allá? Esta mañana me tocó recogerte los ojos del piso. Se te salieron viéndole el culo a la niña. Además pagan muy bien —luego repitió con énfasis—: MUY BIEN.
En mi defensa, no dije nada.
La hacienda La Polonesa era como de mafiosos. Parqueamos en medio de varios carros den alta gama. Derrochaban lujo por allí. Antes que nos bajáramos de la camioneta, una muchacha delgada y sonriente nos recibió y nos condujo a un área con mesitas y parasoles, en una de las cuales, una elegante dama en short, con gafas negras y sombrero, se levantó de sus silla al vernos. Trotó en puntitas a saludarnos. Era la dueña de aquella excitante voz.
—¡Señor y Señora Zorro! Uff discúlpenme si parezco una niña eufórica, es que me alegra mucho su visita y ¡no voy a disimularlo! —entonces puso sus ojos en Paula— ¡Hola preciosa! —parecía querer comérsela.
—Hola Cris —Mi hija la saludó batiendo fuerte su mano.
—Cristina y Paula ya se conocen —apuntó mio esposa—. La gente de TSM hace eventos musicales en colegios y han ido al de Paula.
—Es nuestra estrategia caza-talentos —Apuntó la tal Cristina, quitándose las gafas.
Rato después, la mujer logró quedarse a solas hablando conmigo. Amanda y Paula daban un tour por la hacienda. Me habían puesto una piña colada en la mesa, pero no quería probarla si quiera, porque sentía que estaba vendiendo el culito de mi Paula.
—Señor Zorro, permítame, y no crea que es por adularlo y ya, que usted ha llegado donde muy pocos llegan. Ser padre de una niña y contemplar el hacerla modelo es para un nivel de mente superior al promedio. Aclaro: Solo ‘contemplar’. De igual manera, todavía no ha decidido nada ¿cierto? Y para llegar a decidirlo, se necesita mente aún más abierta. Nosotros vamos a darle un empujoncito. ¿Conoce a nuestras modelos, señor Zorro?
En ese momento, un chico se acercó en interrumpió:
—Señorita Cristina, todas están listas. Pero Bambina acaba de llamar y confirmar. ¿La preparo también?
—¡Claro! Todavía estamos a tiempo.
—Permiso —asintió el joven y se retiró.
—Usted tiene mucha suerte, señor Zorro. Nuestra mejor modelo llegará en un rato.
«Y eso ¿qué carajos tiene qué ver conmigo?» me pregunté en privado. Pero para ella, solo subí una ceja.
—La semana pasada mi esposa me mostró algunas fotos… —respondí.
—Pero no distingue a nuestras modelos —torció la boca.
—Me temo que no.
—No importa. Pero ¿Qué le parecieron las fotos? Y le suplico que sea honesto.
—Lindas.
—¡Señor Zorro! No se reprima. Aquí es donde tomamos esas fotos y yo soy la manager. No voy a juzgarlo por lo que me diga. Anímese.
Resoplé.
—¿No sintió excitación? —preguntó Cristina.
—¡¿Perdón?!
—En el sitio web de TSM dice que nuestras fotos no tienen la intención de excitar a nadie. Pero ese es un formalismo de ley, señor Zorro. Cada singular foto busca encender al público, y no solo al masculino ¿sabe?. ¿Lo logramos con usted, señor Zorro?
¿En serio? Ahora ¿una versión femenina y sexy del psicólogo ese? Me decidí a ser honesto, poniendo en práctica lo que había aprendido con aquél doc. Me acordé de una foto de una niña espectacular, de la misma edad de Paula, que tenía un top de malla cuya transparencia se disimulaba con collares de lentejuelas brillantes. Abajo tenía un pantymedia blanco. Nada más. Nada. Nadita. Tenía las piernas cerradas y solo se le veía el principio de la rajita. Cuando la vi me saboreé. Además, esa niña era tan linda como Paula. No digo que más linda porque traicionaría mi perspectiva de padre. Su rostro inspiraba una delicadeza sin igual. No era como Paula, que tenía cara de mujer adulta, sino que parecía nena de 10. Y lo peor, estaba limpiamente maquillada. Era lo más sabroso que había visto en la vida.
—La niña de pantymedias blanc…
—¡Bambina! —aplaudió ella— excúseme. Continúe, por favor. ¿Qué pensó con las fotos de Bambina?
Tuve que esperar unos segundos, tomar una bocanada de aire y usar mucha fuerza de voluntad para decir:
—Sexy.
—¿“Sexy”? ¿Eso es todo? No le dieron ganitas —se sentó en la orilla de su silla—?
Al fin me desinhibí. Una cosa es estar frente a un psicólogo sabelo-todo y socarrón, pero otra es estar frente a una clasuda y hermosísima ejecutiva.
—¡Sí, muchas!
Ella sonrió y se congeló viéndome.
—Usted es mi clase de hombre. Permítame hacerle una invitación —se puso de pie y me ofreció su mano—. Por favor, todavía no piense en una respuesta. Solo sepa que —empezó a andar conmigo— que el hecho que esté usted aquí y haya llegado hasta este punto, es un privilegio. ¿Cuántos hombres de familia cree que llegan a este punto? En serio ¿Cuántos?
—No sé.
—Quizá uno cada dos años. Usted está a punto de entrar al paraíso, señor Zorro. Y le insisto, no piense en una respuesta hasta después que reciba este regalo.
¿Cuál regalo? Ni idea. Lo último que me dijo Cristina antes de dejarme tirado en un enorme salón con mirador, fue:
—Nos vemos en una hora.
Estaba sentado en un lujoso sillón al frente de una mesita sobre la que había otra bebida. Era un destornillador. Me asusté y llamé a Amanda. Hablé con ella y con mi hija, y estaban bien. Estaban almorzando.
—Nos dijeron que tú también ibas a comer, pero no ibas a comer lo mismo —me dijo mi adorable hija.
Se oyeron risas de fondo y mi mujer agarró el teléfono, riendo también, y me despidió:
—Te dejo, amor; no te preocupes, no seas bobo. Te amo.
Colgó.
Diez minutos después, un grupo de jóvenes entró al mirador, cargando pesadas cajas de fibra con cerradura. De ellas sacaron luces y trípodes. En quince minutos terminaron de armar un set, con reflectores en forma de paraguas y todo. Incluso, una de las cajas resultó ser un guardarropa portátil que dejaron a disposición en un rincón, y otros eran tocadores con luz portátiles que convertían cualquier espacio en un camerino. El guardarropa tenía un montón de prendas colgadas en ganchos, aunque yo no podía distinguir nada en específico. Un jovencito afeminado se me acercó y me preguntó:
—Señor Zorro ¿cierto?
—Sí.
—Mucho gusto. ¿El señor Zorro ya firmó?
—¿Firmar qué?
El muchacho se alteró, aunque no conmigo. Renegó antes de marcar con su teléfono:
—Si una no hace todo aquí, nada se hace ¡qué horror! ¿Aló? Cristina ¿Como es posible que el señor Zorro no sepa de la firma? ¿Otra vez me van a hacer producir sin firmar? Ah… eso es…
En ese momento oí adorables risas que se acercaban por el pasillo. Dejé de prestarle atención al pataletudo chico para ver hacia la entrada, que era en forma de arco y estaba custodiada por matas de brillante caucho. Entraron tres chicas de, calculo, 11 y 12 años, máximo. Tenían el cabello húmedo —obviamente venían de ducharse… ¿juntas?— y estaban envueltas en frondosas batas blancas con el logo de TSM. Y qué preciosas eran. Pude reconocer a dos de ellas, de las fotos que había visto. ¿Qué iba a suceder allí?
—…Ay bueno, pero la próxima vez avisen porque yo no estoy pintada en la pared —el chico colgó. Entonces me dijo—: Ay qué pena con usted —se ruborizó y se abanicó con las manos partidas—, es que creí que usted iba a hacer un trabajo, pero ya me aclararon qué es lo que va a hacer.
—Y usted, podría decirme ¿qué es lo que voy a hacer?
—Ay, tan bello, tan chistoso —me descartó con un ademán y se marchó.
Volví e poner mi atención en esas pequeñas diosas blancas y mechudas. Las tres me miraron y se dijeron cosas al oído sin dejar de verme. Pero no tuve tiempo de sentirme ofendido, porque las tres se abrieron las batas y las dejaron caer, quedando completamente desnudas. Caminaron hacia el improvisado guardarropa y se pusieron a buscar prendas bullosamente. Pero qué glúteos perfectos tenían estas mocosas. El corazón ya me palpitaba como en maratón y la próstata le pedía permiso a mi cerebro para desencadenar una erección. Pero la confusión por lo que pasaba allí era tanta que mi cerebro no respondió.
—¡Se me visten rápido que aquí nos pagan por producto, no por tiempo! —les exigió a viva voz el chico gay, dando palmas. Entonces se fue.
Entró una joven re-friki, con media cabeza rapada, tatuajes en los brazos y shorts de mezclilla sobre malla de pescador. También tenía algunos piercings. Era hermosa. No me determinó y pegó la cara a la lente de una cámara profesional de fotografía. No la despegaría hasta que todo terminara y tuviera que irse.
Las niñas estaban vistiéndose. Me sentí tentado a frotarme la pija por sobre el pantalón, pero no ¡qué cosa ordinaria!
—Bambina, ven aquí —dijo la fotógrafa.
Una de las nenas, juiciosa ella, caminó graciosamente atendiendo el llamado. Pero, como estaba a medio vestir, avanzó cojeando graciosamente hasta donde estaba la fotógrafa. Tenía una pierna ya metida en una media velada negra la otra hasta la mitad. Mientras caminaba, me hipnotizó la extravagante belleza de su vagina, sus labiecitos de color impecable, protuberantes y rozagantes. Se me hizo agua la boca. También me fije en sus tetecitas limoneras y su dorso, que estaba apenas dejando de ser rectilíneo. No pude evitar imaginar que esa rutina le esperaba a Paula, pero el trabajo que hacían teniéndome ahí, lo hacían muy bien. Qué hijos de putas, me manipulaban para que no me negara.
Después de aclarar algo con la fotógrafa, sobre una imagen en la memoria de la cámara, la niña se enderezó y fue cuando la identifiqué. Era la de la foto que más me había prendido. Así que esa era la tal Bambina, la mejor modelo. Pues con razón: Qué pedazo de ángel divino. Se terminó de poner las medias y las apretó bien. Se las subió casi hasta el pecho solo para que quedaran bien apretadas, y luego las volvió a soltar. Pero, cuando se las subió, la forma en que se le apretó la vagina fue… «Dios, dame fuerza». La chica reparó en mí, se volteó y repitió la operación de apretarse las medias. Ese culito joven, apretadito y paradito, visto a través del tejido transparentoso del nylon… tuve un impulso primitivo de, sin pensar, levantarme de allí e ir a cogérmela. Pero mi cerebro al fin reaccionó y lo impidió. Lo que no pudo impedir fue que se me saliera una gruesa gota de lubricante tibio.
Bambina regresó con las otras, que terminaban de ponerse sus pintas de fantasía.
Aquello era toda una empresa de modelaje. Las modelos se sentaron a ser peinadas y maquilladas por mujeres jóvenes. Las niñas de prodigiosa belleza estaban siendo preparadas: Una tenía traje de policía, con gorro y placa, falda corta y calzones blancos semi-transparentes. Llevaría una macana de juguete en la mano. Otra estaría de enfermera, con cofia y mallas blancas, y traje tan corto que… mejor no se hubiera puesto nada. Y Bambina estaría de ejecutiva, con el cabello —solo inicialmente— recogido en forma de bola, con minifalda gris y blusa blanca. Tendría unas gafas en la mano que nunca se pondría. Me preocupé de parecer un adolescente arrechón y disimulé.
La sesión de fotos empezó. Pasé las siguientes cuarenta minutos torciendo los ojos y esforzándome para verles la cuca a cada una a través de sus prendas maliciosamente transparentosas. Me deleité viendo deliciosos labios vaginales hasta casi enloquecer. Ellas posaban sin recibir instrucciones, y no trataban nunca de cubrirse, sino al contrario, que sus partes púbicas se vieran. Sus entrepiernas eran el centro de atracción. De cuando en cuando, recibían re-toques de la maquilladora o ajustes de la peinadora. Se hablaba muy poco, casi nada. En un momento, las niñas se pusieron en cuatro sacando la cola, y me llené de morbo y quise verles sus anos, pero sus nalguitas jóvenes estaban bien cerraditas y no pude ver nada.
Estaba que no aguantaba. Quería levantarme, buscar un baño y pajearme. Quería imaginar que hacía atragantar a Bambina con mi semen espeso y tan abundante que no le cabía todo en la boca y se le escurría por la comisura, pero las otras venían a recogerlo con sus lenguas. Quería imaginar que le chupaba su celestial coñito y que nos besábamos. No aguantaba. Parecía que repentinamente hubiese aparecido una pesada bolsa de agua en mi próstata. El miembro estaba que se me salía por sí solo. Me estaba poniendo como una animal, que deja de razonar y solo actúa. A veces es humillante ser hombre: Sentir tantas ganas que no caben en el cuerpo pero que se te programe desde niño y por-doquiér, con que sentir eso es malo. Quería matarme a pajas cuanto antes. Si esperaba, cabía la posibilidad de no desahogarme con mi amada esposa sino que cogiera a mi Paula y le pegara la culeada de su vida. Yo sabía que tarde o temprano iba a estar con ella, pero quería que fuera algo lindo para ella, estando yo con la cabeza fría, no así ¡como un tigre hambriento! Sentía la verga llena de fluido y que una gota estaba siempre asomada por el orificio. Tenía los bóxer muy mojados y las manos me temblaban.
La sesión terminó. La fotógrafa le puso el protector a la lente de su cámara, firmó algo en una planilla y se fue. Los otros chicos que había, apagaron la laptop que tenían y la recogieron. Se fueron entonces. Me quedé solo con aquellas pequeñas diosas del deseo. Iba a irme, tenía miedo de cualquier otra posibilidad. Pasé al lado de ellas, que estaban todavía sentadas sobre el sinfín y me miraron con extrañeza. No pude contener el morbo de mirarlas una última vez, sus rostros de desquiciante belleza, sus disfraces arrechadores, sus piernas torneadas, sus vaginas esplendorosas… —¿Por qué te vas? ¿No te gustó la sesión? —preguntó Bambina.
—Yo… claro que me gustó. Me encantó. Me sobrecogió.
Ella se encogió de hombros y sinceramente preguntó:
—¿Entonces?
—Entonces ¿“qué”? —pregunté, más nervioso que colegial de diez años que es sorprendido viendo bajo la falda de su profesora favorita.
—Tú eres el papá de Paula ¿cierto?
—Si.
—Por eso. ¿Por qué te vas? ¿No vas a permitir que ella trabaje aquí?
—Aún no lo decido.
Bambina sonrió y se puso de pie. Me tomó de la mano.
—Por eso es que tienes que quedarte, a terminar de decidir. Ven.
El corazón me dio vuelco tan fuerte que creí que enfermaría. No es broma. Temí que me diera un soponcio, como cuando te excedes esforzándote subiendo una cuesta en bicicleta y te pones en riesgo de infartarte.
En un segundo, las tres dulces mocositas me llevaban de las manos al sillón desde el cual yo había presenciado la sesión. Me presionaron para que me sentara.
—¿Cuál de nosotras te gusta más? —preguntó Bambina, y se me sentó encima.
Por competencia, otra de ellas la imitó y se sentó en mi otra pierna, pero con sus piernas no por fuera sino entre la mías. Abrazó a Bambina y metió sus manos entre las piernas de ella, agarrándole la panocha. Ambas rieron. Antes de poder pensar o sentir nada, empecé a sentir besos a un costado de mi cabeza. La tercera niña estaba consintiéndome.
«¿Qué tal sea una trampa y esta tarde ya esté en al cárcel?» Me pregunté.
—¡Cállate cerebro! —me respondí.
—¿Cuál de nosotras te gusta más? —insistió otra niña.
Bambina dejó caer su peso sobre mi pecho y sentí morir. Quería darles bomba a todas pero sin espera. Bambina, sin dejar de reír, invitó a la otra a escuchar mi pecho. Yo tenía el corazón como locomotora a vapor. Bambina puso su rostro sonriente en frente al mío y sincera y adorablemente me preguntó:
—¿Por qué siempre se ponen así?
Dicho eso, la chica de mi otra pierna me tocó momentáneamente el paquete. Tan pronto se dio cuenta que estaba como carpa de circo, quitó la mano y se echó a carcajearse. Bambina se le unió. La otra chica seguía dándome apretaditas con los labios en la piel, abajo de la oreja. El tacto de sus cuerpos, sus aromas fragantes y hasta sus voces, rompieron la membrana del control. «Nos dijeron que tú también ibas a comer, pero no ibas a comer lo mismo» Había dicho mi hija al teléfono. ¡A la mierda! Me torcí tanto como fue necesario para alcanzar el destornillador y me lo bajé de un solo sorbo.
Empecé a usar las manos. Agarré a Bambina con una mano y la besé en la boca. Quería devorarla como si fuera un postre de leche y dulce de frutos rojos. «Me las voy a echar, a las tres, qué caray». Con la otra mano atraje a la otra y también la besé. Se notaba que ya lo habían hecho un par de veces, al menos. Solté a Bambina y atraje a la que me daba besos. Pero no la agarré por la cintura sino por la entrepierna. La manoseé bien. Ella era la que tenía traje de policía. Nos besamos con locura —aunque mi locura era mayor, para ella, era más suave—. Entre tanto, la que iba de enfermera me empezó a desatar el cinturón y Bambina bajó a quitarme los zapatos. Qué calientita estaba ente sus piernas esa pequeña policía de traje azul y qué rico sabía el interior de su boca. El aliento de una niña tiene algo especial. Solo una mujer adulta extremadamente cuidadosa con su salud puede igualar el sabor de ese aliento.
Pensaba en Paula. ¿Sería eso acaso una traición? ¡ja! Y yo casi mato al mocoso que le tocó su sagrada pucha. En medio de los besos y el manoseo, sentí (sin haberme dado cuenta a qué horas me la habían sacado) una pequeña boca mamándome la verga. Por reflejo empecé a perrear. Ni siquiera sabía quién me lo estaba chupando, si Bambina o la de traje de enfermera. «Les voy a chupar las vaginas a estas niñas» me dije. Agarré a la de traje de policía y la ubiqué sin esfuerzo para que se me sentara en la cara. Esas chupadas en mi pene se sentían como el paraíso. Al cabo de un rato sentí que las dos chicas de abajo se rotaban mi verga para chuparla. Yo seguía empujando. También me daban apretones en las bolas, a veces más fuertes de lo que quisiera. Creo que para ellas, una buenas güevas eran toda una sensación y jugaban con ellas, impresionadas por su forma, textura y densidad. En un momento sentí que una me chupaba la pija y la otra me lamía los testículos. Pero yo no podía ver nada, porque la tercera nena estaba sentada en mi cara, y me devoraba su jugosa vagina. Ella se halaba la pantaleta semi-transparente hacia un lado para que yo pudiera lamerla y chuparla, y yo podía oír cómo hacía gestitos de impresión y placer. Su aroma era increíble. ¿Alguna vez has estado en un colegio, o te acuerdas de cuando tú mism@ eras colegial? Ese olor concentrado a salón de secundaria por la mañana, a piel bañada y ropa planchada, es de lo más arrechador que hay. Jamás creí que pasaría de oler a lamer y saborear. Podría esa noche ser asesinado e irme al infierno, pero habrá valido la pena, después de estar en el paraíso.
Durante los siguientes veinte minutos, roté a las tres niñas. Bambina tenía una pequeña sombra de pelillo en lo alto del pubis. Era la única que tenía algo. Se lo besé —y lamí— con veneración. Ella era la mayor, tenía 12 y medio. Las otras tenían once. Y yo rondaba los 40. La orgía más hermosa de la historia. Bienaventurado todo aquél que haya podido experimentar algo así.
Luego, al fin levanté el culo del sofá y puse a la de traje de enfermera boca arriba en él. Ni siquiera le quité las medias por completo, solo se las bajé un poco. Le pegué las rodillas a los hombros y vi su vaginota dispuesta y colorada (de tanto que se la chupé). Le apunté con mi miembro y justo cuando iba a entrar, Bambina me detuvo:
—¡No! Solo a mí, solo a mí.
Primero no entendí, e incluso iba a disgustarme por la restricción. Pero vi a Bambina correr al otro lado del salón, agarrar algo de un cajón y traerlo. Era un condón.
—Solo a mí —insistió—, por favor.
Me conmoví. Besé desde la cuca hasta la boca a la pequeña que iba a penetrar y dije:
—Claro, lo que ustedes digan, ni más faltaba —me puse el látex.
Bambina ya sea había puesto en posición al lado de la otra, con las rodillas pegadas a los hombros. Tampoco se quito nada, solo se bajó un poco las medias. Se le veía el ano. «¡Qué delicia!» pensé. Me arrodillé y se lo mamé. Tal parece que nunca nadie le había dado una mamada en el orto, porque se impresionó mucho. Solo por eso aumenté la intensidad y la duración de la lengüeteada. La hice temblar, gemir y reír. Qué rico orto. Las otras nenas se sentaron abrazadas a contemplar el espectáculo. Yo, me levanté, apunté y penetré lentamente. Bambina hacía gestos de impresión, pero se le notaba que no era la primera vez. Las otras hacían cara de tener ganas. Incluso, una sacudía la mano, mirando el coito en progreso.
—Nosotras nunca lo hemos hecho —dijo la policía.
—No se preocupen, ya vendrá su día —me torcí para besarle la boca.
El verme a mí mismo, ahí, dándole verga a una nena de doce años, de 1.35m (4,43pies) de estatura, maquillada y peinada, disfrazada de ejecutiva y hermosa como debió ser la primera mañana de la creación… ¿Cuánto creen que aguanté? Creen que le di verga frenéticamente por cuarenta minutos? ¿Treinta? ¿Veinte? Ja ja ja. Ella era demasiado hermosa y la descarga eléctrica para mí era más de lo que podía aguantar. Qué rica cuquita, cuando se la vi, cuando venía porque la fotógrafa la llamó. No imaginaba que ese pedazo de coño angelical iba a ordeñarme al poco, de semejante manera tan deliciosa y eficiente. Estoy tratando humildemente de que se lo imaginen. Era una niña de doce, con las rodillas pegadas a los hombros para mí, y mirándome fijamente, con sus cachetes colorados y mordiéndose un labio. Y la boca me sabía a su culo. Pongan a sus vergas en mi lugar (y a las damas que haya leyendo, traten de imaginar lo que significa esto para un hombre): Duré poco más de cinco minutos. Temblé como atacado y la respiración se me fue, cosa que creí que solo le pasaba a las mujeres. ‘Poner’ la inyección de leche nunca se había sentido tan rico. Apreté con la mano la tapicería del sofá hasta dejarla marcada. Otra cosa que creía, solo le pasaba a las mujeres. ¿Ven? La cantidad de placer puede ser tanta que uno haga cosas inesperadas y desconocidas. ¿Por qué prohíben a las menores? Claro, porque es demasiado placer para un esclavo.
—¿Ya? Me preguntó Bambina.
Sentí vergüenza. Debí haberla hecho venir primero, así fuera a punta de dedo. No esperaba que penetrarla fuera tan delicioso que acabara en unos pocos empujones. Lo saqué y me quedé pensando en como compensarla. Pero las otras niñas, al ver la bolsa de semen en la punta de mi pene empaquetado, miraron hacia las paredes y sacudieron los brazos. «¿Qué mierdas?» Bambina se puso de pie, puso una mano en mi hombro y me dio un beso en la boca. Entonces la tres niñas se retiraron y yo me quedé ahí repitiéndome la pregunta: «¿Qué mierdas?». Las niñas agarraron sus batas y se fueron. Tan pronto salieron, entró Cristina, sonriendo.
—Felicidades, acaba usted de firmar —dijo, dando palmas.
Yo todavía estaba ahí, con una rodilla en el piso y la pita apuntando adelante, perdiendo la erección lentamente y sintiendo el peso de la tremenda venida que me había provocado metérselo y sacárselo a Bambina.
Al ver la cantidad de leche, Cristina preguntó:
—Uhy ¿hacía cuánto no tenía sexo, señor Zorro?
No respondí.
—Su pequeña orgía acaba de ser grabada —siguió ella—. Qué tierno se portó, mi reverencia por eso. Hay cámaras allá, allá, allá, allá y allá —señaló diferentes partes del salón. Se sentó en el sofá frente a mí, me miró la verga, se lamió los labios y dijo—: Después de esto, no tiene sentido que rehúse la participación de Paula. Usted es de los nuestros.
Reí.
—Todas las familias de las niñas que trabajan aquí son “de los nuestros” —se complació en declarar.
—¿Me está chantajeando?
—No señor. El video solo es un seguro para nosotros —se volvió a poner de pie—. Niñas tan hermosas como Paula, le hacen dinero a sus familias por montones.
—Sé que es hipócrita que pregunte, porque acabo de tener una orgía con tres niñas. Pero ¿A mi Paula se la van a comer?
—No, si ella no quiere. Pero le aseguro que querrá. ¿No se dio cuenta de que las compañeras de Bambina estaban dispuestas? —iba a irse pero se acordó de algo más para decir—: Y le aseguro que usted también querrá ver cómo se comen a Paula. El primer cliente de este video ¡es el papá de Bambina! —remató sin vergüenza.
Qué pena ese video, yo todo «polvo de gallo».
Mi esposa me había tendido la trampa —otra vez—, y caí redondo y estúpido, pero muy feliz. Ahora no había qué hacer, Paula sería modelo profesional y Amanda se deleitaría viéndola vistiendo fastuosos vestidos de fantasía, lencería y temáticos, en poses más que sugestivas: Deliciosamente vulgares. Ay Amanda, como se calentaba por nuestra hija.
Siguiente entrega: Amanda se topa con Mónica y Dayanna (del relato https://sexosintabues30.com/relatos-eroticos/incestos-en-familia/asi-recupere-a-mi-hombre-arrechandolo-con-nuestra-hija/ ), y hacen algunas travesuras.
Ojalá les haya gustado, y recuerden; Las morritas son para amarlas.
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Más relatos del mismo autor en https://lektu.com/l/stregoik/cuentos-eroticos-sin-filtro-segunda-edicion/17255
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