Aceptación 2
Después de la bella experiencia de sexo anal con mi amante, decidí que mi esposo merecía que le enseñara cómo debía hacerlo y… le enseñé..
Después de la experiencia que conté en “Aceptación 1”, en el trayecto rumbo a mi casa, le pedí a mi amante que también nos viéramos el jueves, porque quería repetir el sexo anal. También le pedí que me comprara un frasco de lubricante para mi uso. “Putita…” dijo entre dientes y sonriendo.
Al legar a mi casa, aún me sentía abierta del orto, y como estaba sola, me desvestí y en el espejo de mi recámara, además de ayudarme con el espejo de mano, me vi cuidadosamente el ano y, fuera de un ligero color que delataba exceso de fricción y un poco dilatado, no había nada anormal, pero yo sentía una sensación extraña.
Llegó el jueves y puntualmente me presenté en el departamento de mi amante. Me abrió la puerta y me recibió con un gran beso y un cachondísimo abrazo con el que empezó el faje, que no me sentí cómo me cargó y me di cuenta hasta que estaba sentada sobre sus piernas en el sillón de la sala. Me dió un jugo de naranja que estaba sobre la mesa de centro y empezamos a platicar, entre beso y beso.
–¿No me vas a dar jugo, mami? –me preguntó y le puse el vaso en sus labios– Lo quiero de tu boca, nena –me dijo entrecerrando los ojos, así que tomé un trago y lo vertí en su boca dándole un beso.
–A ver, ¿para qué quieres el lubricante? –me preguntó tomando el frasco para dármelo.
–Para usarlo con mi marido.
–Te va a preguntar dónde lo conseguiste, cuánto te costó y otras cosas que te podrían delatar –me advirtió y me di cuenta de ello.
–Ya tengo algunas respuestas, excepto la del costo. –contesté y él me dijo cuánto costaba y los muchos lugares donde se podía comprar.
–Si estás dispuesta a usarlo con tu marido, quiere decir que te gustó –me dijo esperando mi respuesta, pero empezó a desabotonar mi blusa, me bajó las copas del brasier y empezó a chuparme las chiches.
–Ya te había dicho que sí y que quería que me dieras más, por eso estoy aquí, así que vámonos a la cama –le ordené, poniéndome de pie y metí el frasco a mi bolso para poder tomarlo de la mano.
Nos fuimos felices a la recámara y me dio varias nalgadas en el trayecto. Le recordé que no debía dejarme moretones ni ninguna otra marca que fuera indicio de mi relación extramarital. Antes de acostarnos me desnudó por completo y me tiró a la cama de un empujón. No me gustó por la sorpresa, pero nada le dije. Yo había caído boca abajo y me fui arrastrando hasta la parte superior de la cama.
–¡Qué lindas nalgas, mami! ¡Cómo no va a querer cogerte así tu marido! –gritó mientras se terminaba de quitar la ropa, yo abrí y cerré las piernas para lucirme mejor.
Así como estaba, me tomó de los pies y, metiendo uno por uno mis dedos a su boca, me acarició suavemente las piernas. Después besó mis plantas de los pies y les dio un lengüetazo a cada una. Sentí riquísimo, pero no pude evitar dar unas carcajadas y gritos por las cosquillas que sentía. Tomándome de los pies, me abrió las piernas y metió su cara en mis verijas, lamió lo que alcanzaba de mi panocha y su lengua siguió arrastrándose hasta mi ano; hizo varias veces ese trayecto. Todo lo sentía excitante, más cuando me lamía el periné, pues también enterraba su nariz en mi ano. Me volteó boca arriba y me chupó los labios y el clítoris como más me gusta, metió su lengua en mi vagina y tuve el tren de orgasmos al que me tiene acostumbrada su boca. Sin dejarme descansar, se incorporó y me penetró completamente, Sus manos las deslizó por mi espalda hasta que sus dedos rodearon mis hombros donde se apoyó para moverme a su antojo provocándome otra serie larga de orgasmos. ¡Qué delicia ser la marioneta de un cogelón experto! Se separó de mí para dejarme descansar y lamió mis pezones. Dormí casi una hora. Él se entretuvo tomándome fotografías de todo el cuerpo, completo y con acercamientos donde se veían los poros de la piel.
–¿La señora linda está lista para lo que vino? –me preguntó al despertar y como respuesta me di la vuelta para ponerme en cuatro extremidades.
–No, mami, ahora te lo haré de otra manera –me dijo acostándome boca arriba.
Se metió entre mis piernas, las levantó y me colocó una almohada en la cintura, me cogió poco tiempo por la vagina en la posición de “armas al hombro”, tomó el frasco de lubricante y volvió a meterme los dedos con suavidad, mientras me chupaba el clítoris y los labios interiores. Para nada sentía dolor, incluso con los tres dedos adentro. se puso lubricante en el pene y menó la cabeza de éste por los alrededores de mi ano. Lo fue metiendo despacio, con suavidad hasta que me tuvo completamente ensartada y empezó a moverse muy rico. Yo subía las nalgas más, incluso flexioné mis rodillas para empujarlo desde sus hombros, ¡era delicioso, tuve tres orgasmos seguidos antes de sentir su calor en mis entrañas. Descansó hincado, sin sacármelo, y yo, con las piernas en alto, también cerré los ojos para disfrutar la calma.
Sonó el teléfono, el ruido nos sacó del letrago. Era mi marido. Afortunadamente había traído la bolsa a la recámara y acostada, aún con la verga dentro, tomé la llamada. Dentro de las preguntas de rigor, las cuales contesté con lujuria: “Estoy descansando un poco, incluso, con las piernas arriba”; “Te extrañamos todos, también tu leche (mi amante afirmó con la cabeza); ¿Ya te recuperaste de la deslechada que te puse?, hasta en el ombligo me dejaste”; “Yo también te amo y quiero mostrártelo, para eso hice un pedido que estará en la tarde en casa”; “Es una sorpresa”; “Sí, también, todo el fin de semana, para empezar”. Me despedí lanzando un beso y sentí que, sin sacarla, a mi amante se le había vuelto a parar por la lujuria que nos provocó la llamada. Lo jalé de las manos y le pedí más. Se movió hasta que nos venimos al unísono. ¡Qué bello!
Al despegarnos puse mi mano para recibir el esperma cuando me enderecé. Me puse de pie y me lo restregué en las chiches. Me acerqué al espejo tratando de verme el ano, agachada y separándome las nalgas. Mi amante tomó otro espejo y pude ver que a mí también me había quedado sumamente abierto, no tanto como en la película XXX que había visto con mi marido, pero sí, pero a mí me escurría el semen mezclado con heces no solamente el semen.
–¿Por qué traigo caca? –le pregunte a mi amante contándole de la película.
–Ja, ja, ja, porque por allí defecas –para que no haya ese problema, si es que no te gusta, o a tu marido le repugnara, habrás de hacerte antes un lavado. En Internet puedes ver como.
–¿Y para que la panocha no me huela tanto? –pregunté, pensando en mi marido.
Ahora fue sonora la carcajada antes de responderme que eso sí sería más difícil porque no debería coger tanto, hacerme limpieza y lavados vaginales más de una vez al día, exponiéndome a infecciones pues se destruiría gran parte de mi flora. “Eso es lo rico de ti, que coges mucho y lo que te dejamos se fermenta produciendo el aroma que a tu marido le disgusta y a mí me encanta”.
Nos metimos a bañar, no me cogió en la ducha porque yo estaba pensando en el asunto de escoger oler a puta o dejar de coger.
A los dos días, cuando mi marido llegó, después de comer me preguntó por la sorpresa. Le pedí que saliéramos a caminar un poco y platicamos.
En la lista de aceites que me manda la señora Irene, venía un lubricante, le pregunté que si se trataba de aceite para los bebés o para las rozaduras. Se sonrió y me dijo para qué se usaba. Me advirtió que aún con lubricante, la primera vez era muy doloroso, pero que después al acostumbrarse, ya no dolía, pero que era recomendable usarlo. Me explicó cómo deberíamos hacerlo y me confesó que a ella le encantaba el sexo anal, pero como era cuestión de gustos o si tenía almorranas, no convenía. Así que me compré un lubricante para que me cojas por el culo, como tú quieres, pero te voy a decir cómo me dijo que hiciéramos. No le dije que ya me lo habías roto y que me dolió hasta el ama, pero como te amo, voy a darte otra oportunidad. También te la daré para que me chupes la panocha…
–¿Es una por la otra? –me preguntó molesto.
–No mi amor, el culo te lo doy si me coges despacito, mi panocha huele a lo que huelen las panochas de las mujeres satisfechas de tantas cogidas, como las que me das todos los días.
Mi marido siguió bien las instrucciones, hice unas falsas muecas de dolor y empezamos a disfrutarlo plenamente. Poco a poco, lo fui llevando a incluir posiciones que he aprendido, pero el 69 no lo hace.
Me da gusto que aprendas. Tienes razón, el marido también debe beneficiarse de lo que aprendemos con otros. Lo que dice tu amante es muy cierto, el aseo excesivo destruye la flora vaginal y se está más expuesta a la infección de bichos que pululan por todas partes. Una amiga, acostumbrada a asearse diariamente la vagina con espumas y otros productos, a pesar de que durante meses o años no tenía relaciones sexuales, se molestó cuando cogió sin condón con un exnovio pues contrajo una infección, la cual le trató el médico, pero le hizo hincapié en que era un bicho común y que su excesivo aseo, acompañado de períodos largos de abstinencia, eran los culpables, no su exnovio.
Supongo que con el semen diario que se fermenta, se incrementa el olor y a muchas personas les parece que es por falta de aseo. Ni modo, a tu marido no le gusta, pero afortunadamente a tu amante sí.
¡Eso sí! Al menos sí hay quién me chupe la panocha hasta hacerme venir.
Eso sí Mar1803 a quien no le gusta mamar panocha que es una cosa tan rica por decir deliciosa tener la boca pegada a la panocha el que no a mamado panochas de lo que se pierde. saludos
¿A ti también te gusta la panocha con la leche del marido o del sancho?
Esa respuesta a Pedro Ziga está agresiva.
¡Metiche! ¿Tú qué sabes lo que Mar iba a proponerle a Pedro Ziga?
Ni sueñes con ser fiel, ya no hay camino de retorno, «amiga». Aseguras «Amo a mi marido! Sólo le falta mamarme la panocha todos los días para serle fiel.» No sabes lo que dices, ya probaste a otro, incluso aceptaste que también lo amas. Los cuernos de tu marido seguirán manteniéndose con brillo, aunque te chupe la panocha, porque también amas al otro que te gusta cómo te trata. Sé lo que te digo. Yo no pude dejar a ninguno de los amantes de quienes me enamoré. Sí pude abstenerme de otros que no hicieron sentir algo más que orgasmos, deliciosos, eso sí, pero no lograron dejar en mí más allá que su semen una o dos veces. Así que, a pesar de sus insistencias, no eran importantes su amor ni sus ganas de mí. Si eso te es suficiente, ya no le crecerán los cueros por otro amante, solo crecerán por el mantenimiento que les den las cogidas consuetudinarias que recibas de quien te eseñó a sentir el cielo. Aquí entre nos, hay muchas hombres con maneras diferentes de hacerlo. Allá tú si te arriesgas…
Bueno, pero este mensaje no era para decirte lo anterior, que me surgió al volver a leerlo, sino para insistirte que contaras con detalles cómo fue que tu esposo te disfrutó por el ano y, de paso, la siguiente vez que, dices, estuvo mejor.
Saludos
Pues leí primero tu comentario en el otro foro, donde avisaste que también lo habías puesto aquí. Así que en atención a los lectores de SST (sobre todo a quienes siguen los comentarios, te respondo aquí lo mismo:
¡No me asustes!
Bueno, en realidad no me asusto de que continúe con mi amante, sino de que llegara a tener más con la misma intensidad: no podría sostener las maromas para tenerlos ocultos a los ojos de mi marido y… ¡No, no quiero que mi marido me deje!
Te prometo escribir lo que pides, déjame darme tiempo.
Saludos
Mar