AIRE ACONDICIONADO
Una mañana loca con los técnicos del aire acondicionado.
Cali es una ciudad que se caracteriza por sus calores, por lo que en casa nos vemos obligados a tener aire acondicionado en los diferentes cuartos de la casa. Al dañarse el aire de nuestro cuarto, le pedí a mi esposo que llamara al técnico para que viniera a revisarlo y de paso hiciera mantenimiento a los otros. Al día siguiente a primera hora, 7:30 am, llegó don Jaime, el técnico, acompañado de dos ayudantes, para realizar los trabajos. Uno se puso a hacer el mantenimiento en el estudio, otro en la sala de estar y don Jaime en nuestro cuarto. Yo estaba en la cocina, con Alba nuestra empleada doméstica, diciéndole que preparar para el almuerzo y demás. Preparamos un jugo de maracuyá, y fui a llevarle a cada uno de ellos un vaso. Me quedé en el cuarto recostada sobre la cama, mirando mi celular, mientras don Jaime estaba concentrado en el equipo. Don Jaime, era un hombre cercano a los cincuenta, musculoso, alto, de apariencia agradable, y quien desde hace varios años hacia el mantenimiento en la casa y en la oficina de mi esposo. Revisando el celular, me quedé dormida, hasta que un grito me despertó; más que un grito sonó como un mugido. Tanto don Jaime y yo salimos del cuarto; en el estudio y en la sala de estar no había nadie, así que bajamos hacia la cocina. Al acercarnos, a la puerta, vimos a Alba arrodillada en medio de la cocina, mamándole la polla a los dos ayudantes de don Jaime. Nos quedamos pasmados, y nos echamos para atrás para que no nos vieran. La escena me dejo en shock, quería entrar gritando, pero no pude. La cocina tiene dos puertas de acceso, una por el comedor y otra por el patio de servicios. Di la vuelta, mientras don Jaime me seguía, y ubicándome en el patio que, con la luz apagada, nos ocultaba perfectamente, podía ver a Alba en acción mientras me recostaba sobre la lavadora. Alba con sus tetas al aire se turnaba en chupar esas pollas. El moreno, que más tarde me di cuenta se llamaba Eber, tenía una tremenda verga de casi 9 pulgadas, gruesa, cuyo glande brillaba con cada lamida de Alba; el otro, un hombre trigueño, llamado Eyner, tenía una polla un poco más pequeña pero más gruesa. A ambos Alba los masturbaba con ahínco, mientras los iba chupeteando alternando su boca. Eyner le apretaba los pezones, mientras Alba se tragaba literalmente su polla. Estaba ensimismada mirando esas severas trancas, que superaban la de mi marido, que podía alcanzar casi seis pulgadas. Nunca había visto una como la de Eber, que me hipnotizaba como una cobra a su presa.
Fue cuando sentí la mano de don Jaime sobre mi trasero, que se posó delicadamente. Al no sentir rechazo de mi parte, esa mano acaricio mis nalgas por encima de mi vestido. Absorta en la lucha de Alba con esas dos serpientes, que competían por el control de su boca, sentía como la mano me recorría toda, desde mi cuello hasta mis nalgas. Doña Pamela, me decía don Jaime, es usted una mujer muy atractiva, palabras que me arrechaban tanto como la mano que me tocaba. En un santiamén, bajo la falda y los calzones, quedando mi trasero completamente expuesto; a lo que se acurruco detrás de mí y sumergió su rostro en mi intimidad. Sentía como su incipiente barba me raspaba, mientras con su lengua literalmente chupaba los jugos que ya brotaban de mi coño. Su lengua con delicadeza acariciaba mi clítoris, que lo sentía crecido, y recorría mis labios por todos sus pliegues untándome de mis propios fluidos por todas partes con sus lamidas. Que lengua prodigiosa que me arrebató un primer orgasmo que me hizo temblar sobre esa lavadora, mientras con mis ojos seguía de cerca esa orgía en la cocina. Eber se acostó sobre el piso, dejando su verga como un mástil señalando al cielo, sobre la que Alba se sentó a cabalgar apasionada, como si en ello se le fuera la vida, mientras Eyner los observaba y se masturbaba. Podía ver como ese coño peludo de Alba se tragaba ese pene de Eber, estirando sus labios con cada subida, a la vez que sus tetas se bamboleaban rítmicamente con cada caída sobre su amante horizontal. Don Jaime, mientras tanto seguía besándome y lamiéndome ahora embelesado con mi ano; sentía esa lengua empujando en mi orificio, que muy pocas veces había sido profanado por Raúl, mi marido. Con sus manos abría mis nalgas, para facilitarse el acceso con su lengua a mi ano, que lamio y beso hasta cansarse. Don Jaime, se acomodó a mi lado, después de haberse quedado desnudo de la cintura para abajo al quitarse pantalón y boxers; cogió mi mano izquierda y la puso sobre su verga, que no tenía nada que envidiarle a las de sus ayudantes, para que lo masturbara lentamente. Era un pene hermoso, grande, grueso, con las venas brotadas que lo hacían ver aún más gigante, y que parecía palpitar como si tuviera vida propia. Mientras tanto, como abrazándome con su mano izquierda me apretaba mis tetas que ya había liberado del sostén, después de abrirme la blusa. Me pellizcaba mi pezón derecho, causando un dolor que me agradaba. A la vez con su mano derecha, sumergía su dedo corazón en mi coño acariciando mi clítoris, arrancándome suspiros de placer mientras seguía masajeando su verga. Ya Eyner, se había acomodado detrás de Alba, y estaban ambos ayudantes dándole una doble penetración de antología, con los tres perfectamente sincronizados en ese mete y saca en los orificios de mi empleada. Don Jaime, observando dicho espectáculo, sumo dos dedos más a la excursión en mi coño, a la vez que acomodo su dedo pulgar en la puerta de mi ano y empujó. Cuatro dedos me exploraban, tres en mi jugosa concha y uno completamente adentro en mi ano; los podía sentir como trataban de tocarse entre sí separados por esa membrana al interior de mi ser. Don Jaime, parecía que hubiera sincronizado cada embate de su mano, con los de Eber y Eyner sobre Alba; suspiraba a la par de ella, mientras sentía sus dedos que me penetraban y el palpito de su pene en mi mano. Se separo abruptamente de mí, y sentí como me insertó su polla, en mi culo, dilatando mi ano, causando dolor que quería sentir. La introdujo toda, completamente, hasta el punto que podía sentir sus testículos que rozaban mi piel. Y con ese monstruo adentro se quedó completamente quieto. Solo me aferraba a la lavadora, mientras mis tetas se aplastaban sobre ella. Don Jaime, no se movía, pero yo no quería que se moviera, solo quería sentir su verga completamente extendida dentro de mí. Estaba duro, parecía un bate de beisbol en mi interior, me llenaba toda. Acercó su cabeza a la mía, y tomándome del cabello, giro mi rostro y me dio un beso en la boca introduciendo su lengua en mí. Supe que ese sabor era el mío, y aunque dubitativa por un momento, terminé devolviéndole el beso con pasión entremezclando nuestras lenguas. Doña Pamela, es usted increíble, me gustan sus canas, me gustan sus tetas, me gusta su culo, es toda una mujer, me susurraba don Jaime; palabras que en ese momento extrañamente me recordaban a mi marido. Empezó a moverse con delicadeza, pero con firmeza, sacando y metiendo su polla de mi culo; primero lentamente, pero poco a poco con más fuerza, y al final con violencia tal que sus guevas me golpeaban con su vaiven. Ya había cerrado mis ojos, sintiendo cada embate de su verga que trataba de penetrar aún más mis intestinos, de forma que no me di cuenta que ya Alba y sus amantes habían terminado su faena. Y que un empuje violento de don Jaime, que me saco un profundo gemido, alertó a nuestros vecinos que nos descubrieron en el patio. Al abrir los ojos, en medio de las salvajes estocadas de don Jaime, me encontré de frente con la polla de Eber, esa cobra hipnotizadora que me seducía. Eber, había acercado una silla, y parado sobre ella dejaba su polla a la altura de mi rostro. No lo dude, y echándole mano empecé a mamar semejante aparato. No me alcanzaban las manos. Mientras una verga me daba en el culo, otra ya llenaba mi boca. Eyner y Alba, solo miraban incrédulos, hasta que a ella se le soltó: doña Pamela, usted si es mucha puta. Igual que tú le respondí, soltando esa polla que era como una golosina, para luego seguir tratando de tragarla. Eber me dijo que mientras mamaba, sacara la lengua hacia abajo, mientras el empujaba. Obedecí, y él empezó a introducir un poco más su pene, mientras con mi lengua lamia la parte baja de su aparato. Don Jaime no parecía cansarse con mi culo, su polla antes parecía cada más dura. Eber metía su verga con cuidado, cada vez más profundo; hubo un momento en que sentí una horcada, pero pude seguir, hasta tener completamente su pene dentro de mi garganta, hasta que con mi lengua le podía tocar y lamer sus testículos. Mi garganta estaba expandida con esa polla dentro de mí, que se movía muy lentamente a la voluntad de Eber. Cuando este dijo que se iba a venir, la sacó y justo en mi boca salió ese chorro de semen que me inundó, tragándome lo que pude y el resto brotando de mi boca. Don Jaime nada que acababa, y ya me dolía el culo. Alba se abalanzó sobre mi rostro, y empezó a lamer el semen que me cubría, me lamió la cara, las tetas, y terminó por besarme en la boca, pasando su lengua por todo mi interior, beso que devolví agradecida. En eso sentí como don Jaime descarga su leche en mi interior, fue una descarga abundante, larga, que termino con un último empujón sobre la lavadora.
Eyner quería más, y nos cogió del brazo a las dos mujeres y nos llevó al comedor, desocuparon la mesa, y me hizo acostarme a lo ancho, y luego puso a Alba sobre mí, y nos dijo que hiciéramos un 69. Me acomodé y al tener el coño de Alba sobre mí, obediente me dispuse a besarlo; sus pelos estaban sancochados de semen, su clítoris estaba bien rojo, grande, rico, y me dediqué a succionarlo y chuparlo; mientras ella hacia lo mismo conmigo. Mi coño es más bien depilado, con muy poco pelo, me gusta así y a mi marido también. Su lengua me recorría con delicadeza, repitiendo la dosis que ya me había dado don Jaime; cuando siento que la verga de Eyner me penetra. Era mucho más gruesa que la de don Jaime o que la de Eber, pero más corta, y empieza a coger ritmo perforando mi vagina mientras Alba sigue chupando mi clítoris al mismo tiempo. Que sensación tan espectacular. Don Jaime, se ha subido sobre una de las sillas, y ha empezado a culear a Alba, que visión ver como a escasos centímetros esa verga taladra su ano, mientras sus pelotas golpean sus nalgas. Eber se ha acurrucado a un lado en la mesa, y se ha dedicado a chupar uno de mis senos, jugando con mi pezón, mordiéndolo con la punta de sus dientes. Estamos así un buen rato, cada uno enfocado en lo suyo; hasta que don Jaime saca su verga y apuntándome derrama su leche sobre mi. Mi semen hace juego con tus canas, me dice. Yo no dejo de chupar el coño de alba, mientras el semen me recorre por todas partes. Los besos de Alba en mi clítoris, junto con los empellones de Eyner, me arrancan un nuevo orgasmo, que me hace temblar para evidencia de todos. Eyner saca su verga, me levanta más las piernas y se dispone a perforar mi ano. Le pide a Alba que lo lama y lo embadurne con saliva, a lo que ella accede, y al inclinarse más ya no puedo seguir besándola, por lo que mi boca liberada ahora es llena por la polla de don Jaime.
Alba me satura de saliva el culo, y chupa también la polla de Eyner, que acomoda la punta en el ojete de mi ano, y empieza a empujar. La verga de don Jaime, me había dolido, pero esta sí que estaba doliendo, parecía incluso que no fuera a entrar, porque de verdad era mucho más gruesa que las otras. Después de varios intentos, se acomodó de nuevo y después de la puntica, entró todo ese monstruo que me hizo gemir del dolor. El desgraciado no tuvo tacto, su única misión era penetrar y penetrar; trataba de gritar pero la verga de don Jaime me lo impedía. Solo las lamidas de Alba en mi clítoris mitigaban el dolor de expansión de mi ano. Era un taladro de casi 7 pulgadas que solo buscaba llegar hasta el fondo, no tan profundo como don Juan, pero con su grosor y lo que él causaba, les aventajaba en generador de placer, aunque mezclado con dolor. Levantaba mis piernas buscando penetrar mejor cada vez, hasta que estuvo completamente adentro de mis intestinos; sus pelotas pegaban en mis nalgas con cada empujón. Ya no quería que parara, solo deseaba sentirlo adentro. Por segunda vez en el día, mi culo fue lleno de semen, esta vez de Eyner. Su puesto fue ocupado por Alba, que, bajándose de la mesa, se ubicó de tal mal manera que toda la leche que emanaba de mi ano, ella se podía tragar. Mientras tanto, yo turnaba mi boca entre la polla de don Jaime y la de Eber, a la vez que los masturbaba. Alba con la boca llena del semen que salió de mi culo, se me acercó y abriéndome la boca vació su carga en mí, para luego cerrar con un beso de lenguas que se mezclaban con el semen de Eyner. Esto aceleró la acabada de don Jaime y Eber, que simultáneamente descargaron su lefa sobre las dos, cayendo sobre nuestro cabello, tetas, cara, todo. Adolorida por la última culeada, Alba y yo limpiamos nuestros cuerpos, usando solo nuestras lenguas; mientras los hombres sentados en las sillas, con sus miembros ya flácidos, solo observaban con lujuria nuestra faena.
Sonó el celular, ya iban a ser las 12 del día; llevábamos más de tres horas en esta locura, y era mi esposo avisándome que en 45 minutos ya estaría en la casa. Nos duchamos, cada uno por separado, y don Jaime y los muchachos, se fueron dejando razón a mi marido que habían tenido problemas con unos repuestos, y que no habían podido terminar el trabajo, por lo que iban a programar una nueva visita.
Visita que será motivo de otro relato.
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