Alicia y sus cuñados 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por ViejoPervertido69.
Ya teníamos como seis meses viviendo en casa de mi suegra, señora de carácter afable que ronda los sesenta años.
Había enviudado hace años y actualmente se mantiene de la pensión de su difunto marido y lo que le dan sus hijas o yernos, por cuidar a los nietos.
Mi esposa es la menor de sus hijas, por lo tanto, es la consentida.
Mi suegra, sería incapaz de recriminarle cualquier cosa a mi mujer, absolutamente nada.
Pero a mí, desde hace varios meses, me ve con unos ojos… Como diciendo, pobre de mi hijita, le tocó de marido, un hombre muy flojo, pues no lograba conseguir empleo aún.
Las hermanas de mi mujer, al igual que mi esposa, son muy hermosas, pero son tan diferentes entre sí.
Antonia, la mayor, es alta y gordita, de piel blanca, de cabello rubio rizado, tienes los ojos verdes, grandes, y la nariz pequeña, lo mismo que su boca; tiene un busto gigantesco; su carácter es liberal y alegre.
Claudia, es la más alta de todas, es morena, de pelo liso, tiene los ojos negros y una nariz de tamaño normal, afilada y delgada; es muy esbelta, de nalgas y busto pequeños; es sofisticada y muy fina, de carácter serio y muy celosa.
Patricia, es morenita igual que Claudia, pero ella es chaparrita, y gordita, de busto pequeño pero con unas nalgas dimensionalmente enormes; ella es positiva, liberal y muy platicadora.
Las tres muy seguras de sí mismas.
Mi esposa en cambio, como ya lo he dicho en otras ocasiones, es muy introvertida, de carácter débil y sumiso.
Es la menor y más hermosa de todas sus hermanas, tiene el cabello negro y suave, que en rizos caen sobre su blanca espalda; de grandes ojos verdes, de boca pequeña, de labios gruesos, carnosos y sensuales; su cintura es delgada, de abdomen plano y ligeramente marcado por el ejercicio, con un trasero grande, parado y redondo, que aunado a la redondez de sus enormes cantaros de carne de su busto, la convierten en una diosa de la lujuria.
Su piel es tan suave que parece de porcelana, posee un brillo aceitunado especial, que resalta su blancura y tersura, y que sensualmente contrasta con la negrura de su monte de Venus, así como de las morenas aureolas y la oscuridad de sus rugosos y largos pezones.
El resto de la familia esta compuesta por Rogelio, el mayor de mis concuños, esposo de Antonia, es un hombre gordo, de prominente barriga, blanco, peludo, es el más simpático de los tres, el más adulador y tiene fama de mujeriego.
Roberto es el menor, es esposo de Patricia, es delgado, moreno, pancita cervecera, borracho y muy parrandero, pero también es muy alegre y platicador.
Por último, Rolando, su edad, está entre la de mis otros dos concuños, es el esposo de Claudia, es el más alto de estatura y el de mejor posición económica, es blanco, ni gordo ni delgado, mas bien, de complexión gruesa; es muy serio y un poco sangrón.
Rolando siempre nos mira sobre el hombro, sintiéndose más que uno; pero a mis otros concuños no les importa, siempre hacen bromas a costa de él, y tratan de que conviva más con ellos.
Por último, un servidor; soy bajito, muy delgado, lentes de aumento, débil y sumiso.
Como decía, teníamos varios meses conviviendo con ellos, en ese lapso, nos respetaron y hasta fraternizábamos como una familia normal.
Alicia se sentía con la confianza de estar en casa de su madre, y sin importarle la presencia de sus hermanas, ni de sus cuñados; se paseaba por la casa en pantaloncitos tan diminutos que casi se le salían sus redondas nalgas, o con faldas o vestido tan cortos, que se contemplaban sus largas y torneadas piernas hasta el nacimiento de sus posaderas, y con camisetas o blusas tan escotadas que mostraba sin vergüenza la totalidad de sus redondas y duras tetas; la tela, solo alcanzaba para taparle los rugosos pezones y parte de las morenas aureolas.
Al principio, mis concuños, se limitaban a admirar la belleza de mi mujer discretamente, asegurándose de no ser vistos por nadie, ni por Alicia, ni por mí, y mucho menos por sus mujeres.
Se intercambiaban miradas discretas, cuando por casualidad, miraban a mi mujer en posiciones no tan decorosas, cuando por ejemplo, una vez que estaba agachada, mostraba, la totalidad de sus hermosos melones de carne, hasta parte de sus oscuros pezones; o cuando estaba sentada, distraída, con sus esculturales muslos, abiertos de más; mis concuños vislumbraban alguna parte intima de su escultural figura, sin realizar ningún tipo de comentario.
Pero con el tiempo, empezaron a notar lo débil de nuestro carácter y la facilidad con que abusaban de nosotros, las demás personas.
Rogelio, comenzó diciéndole a mi mujer, lo hermosa y buena que estaba, por cualquier motivo, adulaba su figura.
Roberto, buscaba cualquier ocasión, para estar a solas con mi esposa, platicar con ella, sin apartar su vista de la redondez de sus enormes pechos, tratando de vislumbrar, la parte oculta de su piel a través de la canal que separa los dos cantaros de carne, o tratando se ver los calzones de mi mujer, a través de la separación de sus torneadas piernas.
Ambos, en cualquier oportunidad, la abrazaban, restregando en sus pechos, las voluminosas y duras tetas de mi señora, y bajando peligrosamente sus manos, hasta el inicio de la redondez de sus montañas de carne que forman su trasero.
Mientras Alicia, reía contenta por el afecto que de pronto le prodigaban sus queridos cuñados.
Con el tiempo, mis concuños, solo se cuidaban de que sus mujeres, no los descubrieran, manoseando a mi esposa, o atisbando descaradamente los atributos que mi despistada señora mostraba sin darse cuenta.
Ya no les importaba, si Alicia se daba cuenta, porque sabían de antemano, que no les iba a recriminar nada, ni siquiera intentaba ocultar sus intimidades.
Tampoco se cuidaban de mí; tal vez pensaban, acertadamente, que me gustaba, el que, fisgonearan y magrearan a mi esposa, o que realmente era muy tonto, tan distraído para no darme cuenta; sencillamente les valía gorro si me daba cuenta, sabían que no sería capaz de reclamarles nada.
El único que guardaba las distancias y nos respetaba algo, era Rolando.
Recuerdo que empezaron con cosas tan burdas, como en la ocasión que estaba Alicia sentada, vestía con unos pantaloncitos cortos de mezclilla, que delineaban su escultural figura.
Noté como Rogelio y Rolando, miraban hacia el trasero de mi mujer, luego bromeaban y reían entre ellos, hacían gestos de lo buena que estaba.
Luego apareció Rolando, pelo los ojos, al ver el trasero de Alicia, se puso rojo como un tomate, se quedó paralizado por largo rato, mirando fijamente a mi señora; nadie lo notó, pero un bulto se empezó a formar en su entrepierna, y se elevó poco a poco, hasta tener el pene totalmente erecto; de pronto, volteo hacia todos lados, trataba de adivinar, quién lo había pillado, observando el trasero de mi esposa; las risitas de Rogelio y Roberto los delató, Roberto los miró con violencia y enojado, y salió de la habitación precipitadamente.
Cuando llegaron Claudia y Patricia, mis concuños también salieron rápidamente de la habitación.
Sin llamar la atención, disimuladamente, me coloque en dónde estaban mis concuños, y contemplé lo que miraban con tanto interés.
Su pantalón corto se había deslizado hacia abajo, mostrando impúdicamente la totalidad de su tanga rosita, y gran parte de sus redondas, blancas y enormes nalgotas.
En una ocasión, Rogelio y Roberto, estaban en el asador, y mandaban a mi mujer a la bodeguita que estaba en el segundo piso (La totalidad de la casa estaba en el primer piso, en el segundo nivel, solo estaba un cuarto grande, que servia de bodega, y se llegaba a él por medio de una escalera, que estaba justo a un lado del asador) por cualquier cosa.
Mi esposa, traía puesto un vestido floreado muy escotado, la parte de abajo, era de vuelo, y de largo, le llegaba a la mitad de sus hermosos muslos.
Ese día, su ropa interior consistía en un sujetador de encaje y una tanga tan diminuta que solo le tapaba su pelambrera, pero por detrás, aparentaba andar desnuda.
Alicia, al subir por las escaleras, mostraba todos sus encantos, la totalidad de sus torneadas piernas, por delante, su preciosa tanga roja, y al subir unos escalones más, las enormes y paradas nalgas de mi señora quedaban a la vista de los lujuriosos ojos de mis dos concuños.
Rolando, aunque no estaba asando la carne, estaba sentado cerca del asador, y contemplaba silenciosamente a mi mujer cuando subía las escaleras, no le perdía la vista, hasta que desaparecía de su ángulo de visión, y estaba atento, para cuando Alicia regresara, y le deleitara nuevamente la mirada, al bajar las escaleras; varias veces lo pillé acomodándose la erecta verga dentro de su pantalón.
La mandaban por cualquier cosa.
Mi esposa subió en diferentes ocasiones a la bodega.
Sus cuñados, no disimulaban en nada sus intenciones, se colocaban debajo de la escalara, en cuanto Alicia empezaba a subir los primeros escalones.
Mi esposa, sabía que le contemplaban todas sus enormes nalgas, porque a veces miraba hacia abajo, y pillaba a Rogelio o a Roberto alelados contemplándola, y ella solo sonreía; no le importó subir y bajar las escaleras muchas veces, cuando sus cuñados la mandaban a buscar “x” cosa.
Una noche, estábamos a solas en nuestra recamara, al terminar de hacer el amor.
Mi esposa me comentó:
-Cariño, últimamente lo haces más seguido.
¿A que se debe? –Me decía ronroneando como gatita en celo-.
Mientras me acariciaba y besaba todo el cuerpo, se metía la totalidad de mi pequeño pene, incluidas las bolas, en el interior de su boquita.
Pero era en vano, una vez que eyaculaba, desaparecía el deseo y la vitalidad, y mi penecito, se volvía arrugado, bofo, y se encogía poco a poco, hasta casi desaparecer.
-¿Tu crees? –le contestaba orgulloso-.
-Claro papito, antes lo hacíamos cada mes y ahora, lo hacemos cada semana, eres un goloso.
-Me decía mientras se montaba sobre mi rostro, y sujetándome de la nuca, me incrustaba el rostro en su entrepierna, para que le mamara su raja.
Tenia razón, ahora mi calentura, me llevaba a realizar el amor más seguido, a mis capacidades por supuesto.
Eran sus cuñados, los que me estimulaban, su mirada libidinosa, su deseo de cogerse a mi mujer, sus tontas y disimuladas caricias sobre el escultural cuerpo de mi señora, me incitaban.
Con el deseo muerto en mi cerebro, por la reciente eyaculación, procedía a lamer su conejito, que sería la fuente de la eterna dicha para cualquier otro mortal.
A pesar de hacer el amor, la dejaba insatisfecha.
Porque, a pesar que sentía maravilloso, cuando introducía mi diminuto pene completamente duro, en su ardiente y jugosa vagina, y a pesar de mi esfuerzo por no hacerlo, al final sucumbía y me vaciaba rápidamente en su interior, a los pocos minutos.
Siempre lograba que tuviera al menos un orgasmo, pero nunca en el acto sexual, en el mete y saca.
Primero terminaba yo, luego, la llevaba al clímax, a base de mis caricias, mamando su jugosa vagina, o chupando sus monumentales pechos.
Pero un orgasmo era insuficiente para mi ardiente mujer.
Alicia esperaba que durmiera, para empezar una violenta masturbación, hasta provocarse tres orgasmos más.
Por lo regular, todas las noches se masturbaba, y varias veces descubrí a mi esposa, dándose placer ella misma, en la ducha.
Una noche, mis cuñadas y sus esposos, cenaban aún.
De improviso, apareció Alicia, recién bañada, una pequeñísima tanga de hilo, color rosita, era la única prenda que cubría su desnudez, ya que la pequeña bata que la cubría era completamente transparente, y traslucía todo el escultural cuerpo de mi mujer.
Mis tres concuños casi se atragantan, y no le quitaban los ojos de los cantaros de carne que se mecían ondulatorios, cuando caminaba, mostrando indecorosamente los gruesos y parados pezones que trataban de traspasar la suave tela.
Sus hermanas, tal vez acostumbradas a verla desde pequeña, les pareció normal su vestimenta y no descubrieron las tremendas erecciones que de pronto tenían sus maridos.
Tampoco los pillaron, cuando la seguían con sus libertinos ojos, mirando como meneaba mi esposa, sus enormes y paradas nalgas, al caminar.
Los avances de mis concuños cada vez eran más osados.
Alicia también lo notó, porque su carita era un predicamento cada vez que la abordaban.
No se como lo lograban, pero todo el maldito día estaban con la verga parada, se les notaba un tremendo bulto en su entrepierna.
A mi mujer le llamaba mucho la atención su protuberancia, trataba de no ser tan obvia, y se las miraba disimuladamente, pero lo hacía tan mal, que tanto Rogelio como Roberto se dieron cuenta de su interés por el enorme bulto que se les formaba en la parte delantera.
Ahora, se exhibían ante ella, en cualquier oportunidad; se agarraban la gruesa verga parada sobre el pantalón, delineando el grosor y el largo, lo hacían como sin darse cuenta que mi querida esposa, no les quitaba el ojo de encima, a veces, se le acercaban y le rozaban la verga en el brazo, en el hombro, en donde fuera; otras veces, la abrazaban y se la encajaban en sus enormes nalgas.
No les importaba toquetear a Alicia delante de mí.
Es más, trataban de hacerlo en mi presencia, pues notaron que estando yo presente, Alicia se dejaba manosear, más fácilmente.
Al ver ella, que yo no les decía nada, se justificaba, diciendo para si, que era normal, el que sus cuñados la tratasen de esa manera.
Cierto fin de semana, las mujeres jugaban lotería y los hombres asábamos carne y tomábamos cerveza.
En determinado momento, Claudia sorprendió a Rolando, acomodándose el pene dentro del pantalón, con la boca abierta, embobado, contemplando los calzones de Alicia, que estaba sentada en el suelo, y que tenía sus macizas piernotas abiertas de par en par.
Mi esposa, estaba sentada sobre una de sus largas piernas, que mantenía doblada, como si fuera una contorsionista; pero con la otra, la planta del pie estaba ligeramente apoyada en el suelo, de tal forma que, se formaba una ancha avenida entre cada una de sus torneadas piernas, mostrando a mis queridos concuños, un valle paradisíaco.
Claudia, moleta le recriminó a su marido, discutieron unos minutos, luego, se retiraron a su casa.
Al terminar de jugar a la lotería, las mujeres se incorporaron a la plática que sosteníamos los hombres, y ya todos juntos, continuamos bebiendo.
En determinado momento, Rogelio y Roberto, aparentaban estar muy tomados; se me hizo muy raro, ya que ellos siempre aguantaban mucho más licor.
Sus esposas le recriminaron su manera de beber y enojadas se retiraron a sus hogares, dejando a sus maridos seguir con la juerga.
Escudado en su borrachera, cuidando que no lo viera mi suegra, Rogelio abrazó fuertemente a mi esposa por la cintura, cuando pasaba junto a él.
Presionando con su enorme erección, las redondas nalgas de Alicia.
Subía de vez en cuando sus manos, acariciando por casualidad las redondas tetas de mi mujer.
-Cuñadita.
–Le decía con voz de ebriedad-.
Yo la quiero mucho, es la cuñadita más guapa y más buena de todas.
–Y dirigiéndose a Roberto, le dijo-.
Verdad Roberto.
Mi esposa solo reía fuerte y alegremente, tal vez por las cosquillas que le hacia Rogelio al hablarle al oído.
-Es cierto.
–Decía Roberto, con el mismo tono de voz aguardentosa-.
Tú ¿no nos quieres cuñadita?
-Claro que sí.
–Contestaba divertida mi mujer-.
-Pues dame un abrazo.
–Le dijo Roberto-.
Mi mujer lo abrazó inocentemente.
Roberto al abrazarle, le restregó su bulto en la entrepierna a mi señora, y la abrazó con fuerza.
Yo los miraba a la distancia y noté como una de las manos de Roberto, se apoderaba de una de las nalgotas de Alicia, y la apretaba con violencia.
Mi mujer, pacientemente y sonriendo, le subió la mano; mientras Roberto le daba un beso en la mejilla.
Alicia estaba sentada en una mecedora, tenía las piernas cruzadas, mostrando gran parte de ellas, hasta el nacimiento de su trasero.
Rogelio procuraba que nunca estuvieran vacíos de licor, tanto el vaso de mi esposa como el mío.
La contemplaban impúdicamente, se secreteaban y sonreían maliciosamente.
Sospechaba que algo tramaban, así que empecé a simular que se me subía la bebida.
Alicia hablaba entrecortadamente, se reía por cualquier cosa y su mirada denotaba que el licor estaba haciendo estragos en ella.
Las idas y venidas al sanitario se hicieron frecuentes.
Cuando me acerqué al baño, escuché que platicaban Rogelio y Roberto.
-Anímate, nos la cogemos entre los dos.
–Le decía Rogelio a Roberto, el tono de su voz era normal, o sea, estaba fingiendo con nosotros, su ebriedad-.
Alicia anda bien caliente.
-¿Crees que se deje coger? –Le preguntaba Roberto, también con el tono normal en su voz-.
-Yo digo que sí.
Te digo que casi se le cae la baba al verme la verga.
-Pero, como estuvo, a ver platícamelo de nuevo, no lo puedo creer.
– Estaba orinando, sabía que venia atrás de mí, por eso deje la puerta abierta, haciéndome el borracho, me puse de lado para que me viera el garrote completamente.
Cuando abrió la puerta para entrar al baño, yo me la sacudía fuertemente, la tenia bien parada.
Ella se quedó como entupida mirándome la verga, se le caía la baba, se saboreo, y con su vocecita de puta, me dijo: “Ay perdón, pensé que no estaba ocupado”.
Yo le contesté: “Ya voy a salir, cuñada, no te vayas, solo le doy unas sacudidas más y es todo” Mientras me estiraba el pellejo, mostrándole toda la cabezota hinchada, de lo excitado que estaba.
Alicia nomás pelo sus ojotes, pero se quedó hasta el final, duré como dos minutos pelándome la verga, y ella no se movió, solo me miraba el garrote.
Luego, con la verga en la mano todavía, le dije: “Pásale Alicia, ya terminé” Al pasar a mi lado, se levantó su vestido, mostrándome todas sus nalgotas, no resistí la tentación, y le enterré toda la verga entre esas montañas de carne maciza, le dije: “Perdón cuñadita, casi me caigo, jeje”.
No dijo nada, se bajó el calzón y se sentó en la taza y nomás me dijo: “cierre la puerta, por favor”… Anda caliente te digo.
Me retiré de ahí sin que se dieran cuenta.
Cuando regresaron, yo fingía dormitar y estar muy borracho.
Al poco tiempo, mi suegra de disculpó, diciendo que tenía mucho sueño y se retiró a su habitación.
Seguimos charlando amenamente, yo poco a poco les hacia menos caso y simulé que me quedaba dormido.
Alicia ya estaba muy ebria, se mecía con los ojos cerrados, no se daba cuenta que al colocar un pie en cada pata de la mecedora, estaba con las piernas completamente abiertas, mostrando indecorosamente la totalidad de sus torneadas piernas, así como su calzón.
Desde mi lugar, alcanzaba a vislumbrar como se traslucía su raja, y como uno que otro pelito que se le escapaba por los laterales de la tanga.
Rogelio y Roberto, le miraban con obscenidad mientras se sobaban descaradamente su paquete.
Alicia, intempestivamente se despertó y con voz entrecortada les decía que necesitaba ir al baño.
Roberto le guiñó un ojo a Rogelio y se adelantó, dirigiéndose al sanitario, mientras Alicia torpemente trataba de levantarse.
Rogelio me sacudió fuertemente.
“Estas despierto Ramón… Hey, despierta” Yo me hice el dormido.
Sonrió y se abalanzó sobre mi mujer, extrajo de su pantalón, una verga enorme, luego, la abrazó por detrás, colocando sus dos manos, en las enormes, chiches de Alicia, las sobaba intensamente, mientras le besaba el cuello y enterraba su chile en las nalgotas de mi esposa.
-Yo te ayudo cuñadita, deja te llevó al sanitario.
–Le decía Rogelio
-No.
Déjame.
–Le decía mi señora completamente ebria-.
Yo puedo solita.
La estuvo magreando unos minutos, simulando querer ayudarla, y mi mujer tratando de que no lo hiciera.
Sus envites eran descarados, hasta llegar a pompearla, simulando que se la estaba cogiendo.
Por fin mi esposa logro escabullirse de sus garras.
Dando traspiés se dirigió al sanitario.
Rogelio la siguió sigilosamente y ambos desaparecieron tras la puerta.
Rápidamente me levanté, me asomé en el interior de la casa y no los vi.
Coloqué una escalera de aluminio en la pared, a un lado de la ventana del baño, que daba al exterior del pasillo.
Con el alma en la mano, temeroso que me descubrieran, subí poco a poco, por cada uno de los escalones.
Me asomé cuidando que no me vieran del interior.
Roberto se sacudía la enorme verga con sus manos, mientras Alicia le miraba fijamente.
-Te gusta mi verga cuñadita.
–Le dijo Roberto, pelándose la enorme verga, y mostrándosela mientras la movía de arriba abajo.
-Si.
Esta muy bonita, pero ya me estoy orinando, apúrate.
Roberto retrocedió unos pasos, solo los necesarios para que Alicia se sentara en el inodoro.
Tenía la verga completamente erecta en la mano, y se masturbaba lentamente.
-Está bien, -dijo Roberto-.
Para que veas que no soy malo, como todavía no termino, te doy chance que orines, pero apúrate para seguir yo.
-Gracias Roberto.
–Dijo mi esposa con voz ebria-.
Se subió la falda y se bajó los calzones lentamente, mostrándole su hermoso e intimo, triangulo de vellos negros.
Luego se sentó en la taza y se escuchó un potente chorro de orina, que salía de su vagina.
-Ay, que rico.
Me andaba mucho del baño y…
Alicia tomó conciencia de que una gorda y larga verga se mecía a escasos centímetros de su boquita.
La miro fascinada.
-Que gorda tienes tu verga.
–Le dijo Alicia, lamiéndose los labios-.
-¿Te gusta? –Le dijo Roberto, con voz ronca de la excitación-.
-Es muy bonita, esta tan grande… ¿Puedo agarrarla?
-Es toda tuya, amorcito.
Alicia sujetó la gorda verga de Roberto por la base, y la sacudió un par de veces frente a sus ojos.
-Se siente tan caliente y su piel es tan lisita… La tienes bien grandota, se ve tan rica…
Ya no habló más.
Roberto la tomó de la nuca y le empotró todo el garrote en la boquita.
Alicia se atragantó al principio, pero luego, cerró los ojos y desapareció la mitad en su boca, en su mejilla se formó una sensual protuberancia, cuando se deslizaba la gruesa boa, una y otra vez, en su cavidad bucal.
Rogelio apareció de pronto, con la verga en la mano y sonriendo les dijo:
-¡Ey! No me dejes fuera de la jugada, yo también quiero cogerme a mi dulce cuñadita.
Alicia se asustó, empujó a Roberto desprendiéndose la verga de su boca, tomó rápidamente un trozo de papel sanitario, y se limpió su rajita, cuando se disponía a subirse la tanga, Rogelio le sujetó los brazos impidiéndoselo.
-Tranquila Alicia, que prisa llevas.
-Suéltame por favor… Esto no es correcto, -les suplicaba Alicia, en medio de su ebriedad-, son mis cuñados, los esposos de mis hermanas.
-Y eso que tiene que ver.
–le dijo sonriendo Rogelio-.
A la prima se le arrima y la cuñada también, jeje.
Además a Roberto le mamaste la verga, quiero que me la mames a mí también… Solo eso, una mamadita como a Roberto.
¿Está bien?
-Pero eres mi cuñado.
–Replicaba Alicia, sin mucha decisión, ya que Rogelio le tomó su manita y la llevo hasta su gruesa verga, Alicia la sujetó fuertemente y la movía lentamente de arriba abajo-.
Que va a decir mi esposo si se entera, que va a decir Antonia.
-No tienen porque enterarse.
–Le dijo, mientras le empujaba la cabeza hacia abajo, para que se arrodillara-.
La cogió de su cabellera con una mano y sosteniendo su grueso falo por la base, con la otra mano, se lo frotaba por todo su rostro, hasta que se lo metió por la boca.
Mi esposa se la mamó por unos segundos.
Luego se unió Roberto.
Alicia, tomo en cada una de sus manitas una gruesa y larga verga y se las llevaba a su boca alternativamente.
Su rostro fue transformándose poco a poco, miraba las enormes reatas con lascivia, trataba inútilmente de meterse completamente esas largas boas en su boquita, chupaba todo el tronco, se metía los peludos y gordos huevos en la boca, los chupaba, y luego volvía a las rojas cabezas a mamarlas con desesperación.
-¡Que rico mama la verga! –Exclamó Roberto-.
-Eres una profesional ricura.
–Le dijo Rogelio, mientras movía su voluminoso vientre peludo, follando la boca de mi mujer-.
Rogelio la sujetó con fuerza de la nuca mientras tenía toda su moronga en el interior de la boca de Alicia.
Gruñó con fuerza, mientras arremetía con ligeros movimientos de cintura el rostro de mi esposa.
Alicia, tragaba toda la descarga, pero era demasiada, cuando la retiro de su boca, todavía alcanzaron a estrellarse sobre su rostro, dos trallazos más, Rogelio se la volvió a incrustar en la boca y apretándose los huevos, derramaba el resto de su semen.
Alicia sacó su lengua y se la pasó por cada rincón de su rojo glande, hasta dejársela completamente limpia, le dio un tierno beso y girando su cabeza se metió la verga de Roberto, arreciando sus movimientos, hasta que mi concuño explotó en su boquita.
Alicia quería tragarse la esperma de Roberto, pero este la sacó de boca y le baño su bello rostro, con cuatro fuertes chisguetes, que se estrellaron en sus ojos, mejillas y frente.
También a Roberto se la dejó relucientemente limpia.
Cuando se disponía a retirarse, Rogelio nuevamente la sujetó de las muñecas.
-Espera preciosa.
Falta que te vengas tú también.
-No es necesario, a lo mejor mi esposo me coge en la noche…
-Y ¿si no?.
¿Cada cuando lo hacen?
-Antes era cada mes, pero últimamente es cada semana, y ayer me cogió…
-Y además está bien borracho.
–Le dijo Roberto-.
-Si.
–Confirmó Rogelio-.
Además no es lo mismo una verga que dos.
-Si verdad.
–Dijo mi esposa, metiéndose un dedo en la boca, tratando de imaginar como sería hacer el amor con esos dos machos, luego mordiendose el labio inferior, agregó-.
Además mi esposo no tiene el pito tan grande como ustedes, ni tan gorda tampoco…
-¿De veras? –Le preguntó Rogelio-.
La tiene chiquita, jeje.
-Si, ustedes la tienen tres veces más grande.
Rogelio se le fue encima, la abrazó mientras le sujetaba ambas nalgotas fuertemente y le decía: “Estás bien buenota cuñada, tengo tantas ganas de meterte la verga, chiquita”.
-¡No! Ustedes prometieron que si se las mamaba me dejarían.
–Dijo mi esposa con voz ebria y entrecortada, y riendo, escapo corriendo de las manos de Roberto-.
Se miraba chistosa, tratando de correr con su tanga en los tobillos.
Solo dio unos cuantos pasos y fue alcanzada por Roberto.
Este la abrazó y a fuerza le quitó el vestido, dejándola desnuda.
-Pero… ¡que nalgotas tan hermosas tienes mamacita! –Exclamó Rogelio-.
Y arrodillándose detrás de Alicia incrustó su rostro en medio de las montañas de carne de su trasero, y le mamo el culo golosamente.
Eso la vuelve loca, Roberto mientras tanto forcejaba para quitarle la blusa, al fin lo logró y procedió a mamar las enormes chinches de mi mujer.
Luego de unos minutos se arrodilló frente a mi señora y sin importarle que recién haya orinado, le lamió la raja, como si fuera la más exquisita paleta del mundo.
Alicia sujetó con su mano derecha la cabeza de Rogelio que continuaba mamando su agujerito trasero y con la mano izquierda presionaba la nuca de Roberto para que siguiera mamándole la panocha.
Alicia cerró los ojos, tenía la boca semiabierta, mientras jadeaba entrecortadamente, después de unos minutos, gritaba con fuerza su increíble orgasmo.
Estuvo a punto de desfallecer, si no la sujetan sus cuñados.
Cuando se levantaron tenían la verga nuevamente parada.
Alicia sonrió al ver lo dura que estaban.
Sujetó una en cada mano y los masturbó lentamente.
-Son increíbles.
–Les dijo-.
Son tan hermosas sus vergotas.
A mi marido, cuando eyacula, ya no se le vuelve a parar… Y miren, ustedes, la tienen tan dura como si no me hubieran llenado la cara de mecos.
-Están así, porque eres muy bella Alicia, estás tan buena… Ven.
Te voy a meter la verga.
-No.
Pero que estoy haciendo.
–Dijo asustada, soltando ambas vergas de sus manos-.
Soy una puta impúdica e indecente, que van a decir mis queridas hermanas cuando se enteren que les mamé la verga a sus esposos, que va a pensar mi marido.
Se tapó su rostro con ambas manos y comenzó a llorar.
Se miraba preciosa, completamente desnuda, frente a sus dos cuñados, a quienes les importaba un rábano el llanto de mi señora, y miraban con cachondez, las rotundas curvas intimas de mi esposa, prohibidas para los demás mortales, mientras se jalaban el pellejo de su miembro viril.
Rogelio se situó detrás de mi esposa, y valiéndole madre su llanto, sujetó fuertemente de la base, su gruesa verga y se la encajó entre las paradas nalgas de Alicia que continuaba sollozando, con sus manos cubriéndose el rostro.
Debido al enorme pandero de mi mujer, Rogelio le enterraba hasta la mitad de su pescuezona, y la deslizaba lentamente por toda la raya de su culo.
Roberto lo imitó, se colocó al frente de mi mujer, y pasaba su garrote, por la raja de mi señora, tratando de meterle su pollón, solo la roja e hinchada cabeza, era la que desaparecía dentro de los labios de su vagina, mientras Roberto le besaba en el cuello y con sus manos amasaba los cantaros de carne de su voluminoso pecho.
No sé en que momento, sus sollozos se transformaron en jadeos.
Alicia de pronto abrazó el cuello de Roberto, cerró sus ojitos, y recargó su cabeza sobre el cuello de Rogelio, dejándose llevar por las incontables sensaciones que su cuerpo experimentaba.
-Vamos a tu recamara, para poder metértela hasta el fondo.
Le dijo Rogelio-.
Además estaremos más cómodos.
Mi esposa abrió sus hermosos ojos verdes, besó apasionadamente a Roberto y le dijo a Rogelio:
-Y ¿mi esposo?
-Está bien borracho, esta dormido, no va a despertar.
–Le dijo Rogelio, mientras impulsaba su rechoncha cintura, para empotrarle más su grueso salchichón en las nalgas de mi adorada esposa-.
Alicia abrió la puerta lentamente y se asomó a ambos lados.
Luego tomó su ropa, y se contoneó, desnuda, hacia la puerta y les dijo:
-Los espero en mi cuarto, -Les dijo Alicia, tomando son sus manitas las dos gruesas reatas, agitándolas fuertemente-.
Pero primero vayan a ver si Ramón sigue dormido.
Bajé rápidamente de la escalera y me senté en dónde estaba antes, y me hice el dormido.
Pasaron unos minutos que se me hicieron eternos, hasta que escuché cuando abrían la puerta.
Se dirigieron hasta mí, y trataron de despertarme, primero me hablaban en voz baja, y me movían suavemente, poco a poco iban aumentando la intensidad, hasta casi gritarme y moverme bruscamente.
Balbucee unas frases entrecortadas diciendo: “no estén jodiendo”, fingiendo estar profundamente dormido y muy ebrio.
-Está esta la madre, este pobre guey.
–Le dijo Rogelio a Roberto-.
Este no despierta ni aunque le pase un tren encima.
-Pobre pendejo.
–Dijo Roberto-.
No sabe que su linda esposa, se la come toda, es una putita que le encanta la verga, y que nos acaba de dar una mamada de virote de antología, jeje.
-Jaja.
No seas cabrón Roberto, dejemos a Ramón en brazos de Morfeo, que a su mujercita se la dejaremos caer todita, jaja, haber si no le queda muy abierto el boquete, y que cuando se la coja, su pequeño pito va sentir un tremendo vacio, jaja, porque le perforaremos su panochita con todo.
-Nos vemos estupidin.
–Me dijo Roberto-.
Al rato regresamos y te despertaremos, mientras nos empinaremos a la putita de Alicia.
Se retiraron carcajeándose de mi suerte, al escuchar que cerraban la puerta, todavía esperé unos minutos más, y luego, presuroso, me fui al pasillo, hasta la ventana de nuestra recamara, rezando para que Alicia dejara abiertas las cortinas y me dejara ver como se la metían.
Tenia suerte, las cortinas no estaban corridas y no habían apagado la luz, se miraba perfectamente el interior de nuestra recamara.
Era una recamara muy grande, en la cual había tres camas, las cuales eran utilizadas en el día, por mi suegra, para acostar a su nietos pequeños.
Rogelio, estaba acostado en la cama, boca arriba, sobresalía su prominente barriga, pero también su largo y grueso garrote.
Su pecho estaba lleno de vellos cafés, parecía un oso de tantos pelos que tenía, hasta la espalda la tenia peluda.
Alicia, con los ojos lujuriosos, se montó sobre él.
Su pierna izquierda estaba de rodillas en la cama, a un costado de la cintura de Rogelio, y la planta del pie, de su pierna derecha, pisaba firmemente el ras de la cama, en el otro costado de Rogelio, con su mano izquierda se apoyaba en el velludo pecho de su cuñado, mientras su mano derecha sujetaba fuertemente, la enorme reata de mi concuño, y trataba de ubicarla en la entrada de su conejito.
Mi esposa tuve que levantarse un poco más, y parar más sus enormes nalgas, para situar la tremenda anaconda en su raja.
Se dejó caer lentamente, rotando su cintura en círculos.
Su rostro reflejaba la enorme excitación que su cuerpo experimentaba.
Entrecerró sus hermosos ojos verdes, abrió la boca, y se dejó caer un poco más, desapareciendo en sus entrañas, la roja cabeza, de la verga de Rogelio.
Mi mujer gemía, como nunca la había escuchado.
El garrote de Rogelio se miraba descomunal desde mi posición, parecía imposible que tamaño grosor de carne, le cupiera en la panochita, a mi querida esposa.
Alicia, desesperada, rotaba en círculos su cintura, como si danzara un baila hindú, se metió un poco más, la gruesa verga de su cuñado, para luego rotar, sacarla un poco, volver a dar círculos a la cintura, y empótrasela un poco más.
Su celestial rostro, hacía muecas, como si le doliera, luego separó los labios de su linda boquita mamadora, emitió un leve gemido, abrió sus lindos ojos, se mordió el labio inferior, y se dejó caer con fuerza, enterrándose la gruesa verga de Rogelio, hasta el fondo de sus entrañas.
Contemplé estupefacto, como se tragaba cada centímetro de carne, hasta que chocaron sus prominentes nalgas con los peludos y pesados huevos de su cuñado.
-¡Aaaay! ¡Que rico! –Gritó mi mujer, llena de éxtasis-.
Ya tengo toda tu vergota dentro de mi panocha, grandísimo cabrón.
Así querías tener a la hermana de tu esposa, totalmente ensartada por tu inmensa vergota, ¡eres un desgraciado! Siento que me re-estiras todos los pliegues de mis labios vaginales, cabrón.
Te odio cabrón, si no fuera porque tienes una vergota tan rica, ¡Ah! Como me matas desgraciado.
¡Ah! ¡Ay! ¡Rico! ¿Por qué me gusta tanto la verga, Dios? ¡Si! ¡Que rico!
Mi verga estaba tan dura que me dolía, Así que la extraje de mis pantalones y comencé a pajearme mientras atisbaba como ensartaban a mi dulce esposa.
Presenciaba asombrado, como rotaban las enormes nalgas, alrededor de la reata de Rogelio, tratando de agrandarse la panocha, para que no la lastimara.
Comenzó a subir y a bajar lentamente.
Cada que subían sus cachetes, dejaba al descubierto, el largo y grueso plátano de Rogelio, completamente embadurnado de su néctar.
Luego, bajaba sus paradas nalgas, hasta que chocaban con los gordos y peludos huevos de mi concuño, despareciendo la moronga de su cuñado como por arte de magia.
Roberto se subió a la cama, se situó de pie, a un costado de Rogelio, y tomando la cabellera de mi esposa, le enterró la larga y gruesa verga en su boquita.
Alicia arreció sus movimientos a una velocidad vertiginosa, mientras mamaba la verga de Roberto con frenesí.
Rogelio ni se movía, mi mujer era la que hacia todo el trabajo, prácticamente se estaba cogiendo a su cuñado.
A una velocidad insospechada, se sacaba el grueso garrote, hasta casi mirar el rojo glande, para luego, clavársela hasta el fondo, luego rotaban fuertemente sus nalgas, entrelazando los vellos de ambos pubis.
Sus melones se mecían en movimientos oscilatorios, sensuales, hipnóticos, hasta que Rogelio los cogió con ambas manos, mientras gruñía y gritaba desesperado.
-¡Toma puta! Te dejo todos mis mecos en tu matriz, y Dios quiera y te haga un bebe.
Toma y toma, toma otro chisguete más, eres una putita come-vergas, me encanta como tu panocha, me exprimes la reata.
Alicia siguió rotando sus blancas nalgas, alrededor del vientre de Rogelio, hasta que salió una verga completamente mojada, aguada, pero aun larga… La verga de Rogelio, estando en reposo, era más grande que la mía.
Roberto, le dio vuelta a mi mujer, y se situó entre sus piernas, la tomo de las corvas, y se la empotró de un envió; mi esposa soltó un largo gemido de satisfacción, mientras Roberto meneaba su cintura con frenesí, comenzando un mete y saca violento.
Las enormes tetas de mi señora, se mecían ondulatoriamente con el movimiento impetuoso.
La cabecita de mi mujer quedó colgando a un costado de la cama; Rogelio aprovecho para meter su semi parada verga en la boca de mi señora.
Mi diminuto pene, escupía en la pared, dos fuertes chisguetes de esperma, las piernas se me doblaron, estando a punto de desfallecer, pero me repuse rápidamente.
La verga se me arrugó y en cuestión de segundos se encogió hasta casi desaparecer.
La guarde bajo mis pantalones y miraba orgulloso, como mis concuños, preferían cogerse a mi esposa en lugar de la suya, como se meneaba el hermoso cuerpo de Alicia, como besaban y taladraban todos los rincones íntimos y ocultos, de mi linda esposa… Al fin, sus dos cuñados, conocían como yo, cada rincón de su piel, su aroma, la suavidad y tersura de su piel, sus agujeros íntimos y prohibidos.
Estaba orgulloso de mi esposa, al fin sus cuñados comprobaban el carácter fogoso de Alicia, su insaciable amor a las vergas, y la infinidad de orgasmos que tuvo esa noche.
Cuando me retire de la ventana, Alicia estaba de rodillas sobre la cama, su rostro estaba pegado al colchón y Roberto le embutía iracundo su gruesa reata, una y otra vez, insensible a los fuertes quejidos de mi ebria esposa.
Regresé a mi lugar, me senté y pacientemente me fumé un cigarrillo hasta terminármelo, contemplando la magnificencia de la bóveda celeste, el brillo de las estrellas…hasta que me dormí realmente.
-Papito, vete a dormir a la cama, hay una disponible, en las otras esta acostado Raulito y Memito.
–Me despertaba mi esposa, con su melodiosa vocecita-.
Te quedaste dormido de borracho, jiji.
Me levanté bostezando.
La observé mientras barría el patio, se miraba feliz, cantaba y bailaba, mientras realizaba la limpieza.
Los siguientes días mis cuñados nos hablaban escuetamente y no acosaban a mi mujer, tal vez porque los acompañaban sus esposas.
Pero el fin de semana, nuevamente trataron de llevarse a la cama a mi señora.
Cuando trataron de magrearla, Alicia los paró en seco.
Inútilmente trataron que recordara lo que hicieron el fin de semana pasado, pero mi esposa alegó, que se le borró la memoria, todo lo de esa noche se le había olvidado.
No sé, si realmente estaba tan ebria, que no se acuerda, de cómo sus cuñados, le metieron la verga.
O, le entraron remordimientos de conciencia, como suele sucederle la mayoría de las veces.
El caso es que, ya no dejó que ni Rogelio, ni Roberto, se la cogieran.
En cambio a mi, me trataba maravillosamente bien, consintiéndome en todo… Lo dicho, tiene remordimiento de conciencia.
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