BOTONES DE ROSA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por vago82.
BOTONES DE ROSA
Soy Saúl, un profesional muy respetado en mi gremio. Con el fin de estar actualizado y también el de comunicar mis hallazgos frecuentemente acudo a congresos propios del área que cultivo. En una ocasión fuimos invitados por el gobierno menos de 50 personas para tratar un asunto que a éste le interesaba y en el vestíbulo del hotel la vi por primera vez, ¡magnífica!, reparé en ella por su jovialidad y ¡claro!, ¡por sus grandes tetas! Cada mujer tiene lo suyo: mi primera esposa tenía unas tetas grandes y hermosas, aunque unas nalgas y piernas delgadas pero su cara y el olor de su pucha compensaban esa delgadez; mi segunda mujer tenía tetas normales, pero un culo y piernas divinos.
Aquí, en Rosa se conjuntaban ambas cosas que me resultaban atractivas. Sólo conocía de ella y su capacidad a través de otros colegas. Pero esa vez ella estaba allí y viéndola aumentaron más las ganas de coger que yo tenía pues llevaba varios días de abstinencia trabajando en los "urgentes" que nunca faltan y ahí estaba Rosa, con un excelente par de chiches que de sólo mirarlo me calentaba aún más. Sabía que esa ocasión no podría satisfacer mi deseo, y cuando nos presentó un amigo mutuo, el escote y el olor de feromonas que percibí me obligaron a decirle al oído "conozco tu trabajo, es muy bueno, pero tus tetas son soberbias, me calientan mucho, ¡quiero…!". Ella, asombrada, pero con un rostro de aceptación, rio, más bien se carcajeó por la sorpresa y me dio un beso en la mejilla al tiempo que me abrazaba y me decías "Gracias". Con la sonrisa muy amplia y sin soltarme las manos dejó claro que algo pasaría entre nosotros diciendo “Sé que nos volveremos a ver…”
Pasó un año para que ello ocurriera nuevamente, fue en un sitio turístico con búngalos individuales que se había contratado para la reunión anual del gremio. Cuando se hizo la inauguración, en la reunión plenaria nos buscamos, estábamos muy retirados, pero cuando coincidimos en la mirada, ambos nos saludamos levantando la mano. Al salir de allí para ir a las salas que nos correspondía a cada quien, comparamos las actividades elegidas con anterioridad y sólo coincidíamos en una. A la hora de la cena, después de un día muy atareado, nos sentamos en la misma mesa, ella a mi derecha, junto con otros ocho colegas más.
–¿Cómo te ha ido? –pregunté colocando mi mano derecha sobre su pierna izquierda.
–Bien, pero vengo un poco mala –me contestó, acariciando mi mano con su mano derecha.
–Pues no se te nota nada, ¡te ves muy buena! –contesté clavando descaradamente la mirada en el escote.
–Ja, ja, ja, lo digo en serio –dijo apretando mi pierna derecha con su mano izquierda–. Tuve una severa infección estomacal y ya estoy saliendo, pero me falta una inyección todavía.
–Qué bueno que ya estás tal como te miras.
–¿Al terminar la cena me acompañas a ver al médico de aquí para que me ponga la inyección?
–¡Claro, voy contigo a donde tú quieras…! –le contesté entornando los ojos.
–Uy, eso suena bien. ¿Sabes poner inyecciones?
–¡Obviamente!
–Sí, seguro, pero yo me refiero a las que se ponen con aguja y jeringa…
–Yo también, o ¿de cuáles quieres? –dije en voz más baja para que no me oyeran los demás, aunque cada quién estaba en su propia plática y subí más arriba la mano buscando la zona de su triángulo.
–¡Ay, estos hombres! –dijo y me retiró abruptamente la mano.
Pensé que ella se había molestado porque de inmediato me cambió la plática para comentar sobre las actividades a las que había acudido. La cena pasó así platicando cosas de estas entre todos los que estábamos en esa mesa. Al terminar la cena se despidió cuando salimos del restaurante. Yo seguía pensando que avancé muy aprisa y maldiciendo mi mala suerte porque se me escapaba la oportunidad de magrear y chupar su pecho.
–Voy a darme un baño y a descansar. Estoy en el chalet 302. Te espero a las diez y media para que me inyectes –dijo despidiéndose de mí con un beso que cubrió un pedazo de mi boca.
Con esto me quedó claro que no estaba enojada y que ella buscaba algo más.
Exactamente a las 10:30 de la noche toqué la puerta de su cuarto. Preguntó “¿Quién?” al tiempo que se oscurecía la luz de la mirilla por donde ella atisbó mi presencia. Contesté y antes de terminar de pronunciar mi nombre Rosa abrió de manera franca mostrando una sonrisa en el rostro, pero ocultando el cuerpo tras la puerta. “Pasa”, me ordenó.
Apenas entré ella cerró la puerta rápidamente y la con un camisón azul y una pequeña tanga blanca como únicas prendas. Mi cara habrá sido la de un perfecto bobo pues con trabajo me salió un “Buenas noches” y no sabía qué mirar: si la forma en que resaltaban sus erguidos y morenos pezones sobre el celeste claro de la tela o la parte obscura superior del triángulo azabache que quedaba fuera del calzón, disque oculto por el camisón.
Se acercó a la cama, donde estaba el control de la televisión y se inclinó para tomarlo, y otra vez no supe qué atender con la mirada ante esa pose de vaca: las hermosas ubres que le colgaban o las deliciosas nalgas que me mostraba…
–Para que no nos moleste –dijo al apagar el noticiero que estaba viendo–. ¿O tú si quieres verlo? –preguntó.
–No, hay mejores cosas qué ver, como por ejemplo a una rosa azul.
–Disculpa que te reciba así, pero no le vi mucho sentido si como quiera me vas a ver las nalgas para ponerme la inyección. Te aclaro que sólo mi marido me ha visto así…
–Y también sin camisón… –dije suspirando y ella solamente sonrió.
Tomó su bolso y sacó una caja con el antibiótico, el cual ya traía la jeringa integrada y me la dio
–Esto es lo que me vas a inyectar hoy –dijo con un tono que yo entendí “Sólo esto me vas a inyectar hoy”.
Abrió su maleta y sacó un pequeño frasco de alcohol y un paquetito de algodón. Me quité la chamarra, me remangué la camisa y fui al lavabo para asearme tal como lo marcan los cánones de la atención a enfermos. Al regresar me eche un chorro de alcohol para talarme las manos y los brazos. Cuando abrí la caja, ella se acercó atrás de mí, colocando su pecho en mi espalda, para ver lo que yo hacía y colocó su mejilla junto a la mía. Respondí moviendo los omóplatos para sentir los pezones y le di un beso en la cara. Por fin, saqué la medicina armando la jeringa. Me retiré para tomar más alcohol en las manos y mojar el algodón. Ella se subió a la cama acostándose boca abajo y abriendo ligeramente las piernas. También sobresalía una gran cantidad de pelos desde ese delgado puente de la tanga, pero no se veía la raja.
–Bájate el calzón –le pedí.
–Bájalo tú hasta donde lo necesites –me retobó.
No lo dijo dos veces, jalé con ambas manos como pude al usar un dedo de cada una pues sostenía el algodón y la jeringa, bajándole la prenda hasta la base de las amplias nalgas.
–Creo que me toca en la izquierda –me dijo.
Las dos están muy hermosas dije mientras le sobaba con el algodón húmedo el lado que me señaló, aunque tuve que separar mi vista del canal peludo que soltaba un aroma incitante para clavar la aguja donde debía.
–¡Ponla ya! –dijo cuando volví a sobarle un poco con el algodón al terminar la operación –¡Te tardas tanto como si nunca hubieras visto unas nalgas…
Inmediatamente que terminé, aventé la jeringa y el algodón a un mueble y me puse a besarle las nalgas y lamer la raja desde abajo a la cintura.
–¡Qué desgraciado eres! –me dijo enojada incorporándose y apoyándose en sus manos y rodillas–. ¡Necesito esa inyección y tú quieres otra cosa!
Me acosté a su lado y sonriendo le dije
–Ya te la puse, pero no resistí hacer eso, tu perfume es mejor que el de una rosa…
–¿De verdad ya me la pusiste? –preguntó asombrada y extendí la mano y mi cuerpo para tomar la jeringa y que la viera vacía.
–No sentí, tienes buena mano –dijo asintiendo con la cabeza al cerciorarse que ya lo había hecho. Pero al estar agachada así, le colgaban las chichotas, las cuales le saqué sobre el escote.
–¿Sólo la mano? ¿Qué dices de mi lengua? –le pregunté antes de tomar una de las chiches que le colgaban y empezar a mamarla.
–Gracias –me dijo al acunarme la cabeza con un brazo y darme un beso en el pelo.
Mamé un buen rato, turnando la derecha y la izquierda. Después la besé acostada y me puse sobre ella. Respondió con meneos de pubis a los movimientos de coito que hacía sobre ella. Los besos y los roces siguieron por varios minutos. Después volví a mamarle los pezones y dije “Qué hermosos botones de Rosa..” cada vez que cambiaba de teta y las apretaba a dos manos. Bajé para besarle el vientre, algo abultado pues es un poco rolliza, meter mi lengua en su ombligo y seguir el viaje de mi boca mientras le quitaba la tanga. Al llegar al espeso monte me tallé ambos lados de la cara con sus vellos y mi lengua empezó a tomar otro botón de Rosa, lo sorbí como si se tratara de una golosina y lo mismo hice con sus labios. Ella solamente daba quejidos y me revolvía el pelo de la cabeza cuando me la presionaba contra su vagina.
Al cabo de diez minutos de lengua, me levanté para quitarme la ropa. Su camisón estaba enrollado en la cintura y se levantó para quitárselo (eso creí), pero no, se volvió a acomodar éste y me dijo “No”.
–¡¿Quéeee?! –pregunté gritando.
–No, no quiero hacerlo –me contestó recogiendo su tanga y se la volvió a poner.
–¿Por qué no?
–Nunca le he puesto los cuernos a mi marido… –replicó mostrándose triste y confundida.
–Bueno, no hay problema –le dije y me despedí con un gran beso al tiempo que le acariciaba la vagina sobre la tela de la tanga.
Al dar la vuelta para salir, sentí un tirón de su mano en mi hombro. Volteé y me abrazó dándome un beso. Sin separar su boca de la mía me desabrochó y quitó la camisa. Jaló la base de la camiseta y apartó su cara para quitármela.
Yo estaba atónito, pues empezó a quitarme los pantalones. “¿Ésta es la que no quería?”, me preguntaba para mí. Cuando me dejó sin ropa, me empujó a la cama y se quitó la suya.
–Dormirás hoy aquí –me dijo y al subirse a la cama tomó mi pene que babeaba de tanta excitación que tuve al lamer y acariciar su cuerpo, con el pulgar extendió el líquido sobre mi glande, me jaló el tronco masturbándome, me besó los huevos sin dejar de mover la mano.
–¡Métetelos a la boca! –le supliqué–. ¡Mámame la verga! –grité. Pero ella no hizo caso de mis peticiones.
Cuando ella creyó oportuno, se sentó sobre mí y se puso a cabalgar dando gritos en cada orgasmo.
–¿Esto era lo que querías, papacito? –dijo y después se agachó para ponerme una teta sobre la boca que abrí instintivamente –¿O era esto?
Se acostó sobre mí, se movió y tuvo otro orgasmo más que concluyó con un alarido. Se dejó caer al lado mío.
La besé, le enjugué un par de lágrimas que traía, le abrí las piernas y así yerta, en posición de misionero me la cogí mamándole las tetas hasta venirme. Al rato nos metimos bajo las sábanas y nos dormimos abrazados.
Al poco rato desperté pues ella me cabalgó otra vez hasta caer de cansancio. Volví a venirme de la misma manera… Al amanecer me fui a mi cuarto.
En la siguiente reunión anual, llegamos al hotel casi simultáneamente y los cuartos que nos dieron eran contiguos. Una vez que vacié las maletas escuché tus toquidos en la puerta. Abrí, y sin más me tomaste de la mano y me llevaste a tu cuarto. Al cerrar la puerta empezamos a besarnos y a manosearnos mientras nos desvestíamos. Te volví a coger, poniéndote en cuatro patas sobre la cama.
Te veía el culo y la gran rajada morena que me estaba esperando. Te ensarté “hasta la empuñadura”. Antes de arreglarte para bajar a cenar, me dijiste que olías a enviejada, es decir, a cogida y venida. La tercera vez fue igual que la segunda, y terminaste diciendo lo mismo.
Te gusta coger conmigo, y quizá tu marido lo supo, pues te divorciaste de él, ¿verdad que valieron la pena los cuernos que le pusimos? Sólo queda una deuda: nunca he logrado que me mames la verga.
¡Goloso!