BRAGUITAS BLANCAS DE ALGODÓN
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
6 años de trabajo juntos en una oficina bancaria de Valencia. Pili tiene 32 años, igual que yo. Simpática, agradable, picarona y está muy que muy buena.
En ocasiones comentábamos lo morboso que podría llegar a ser el mantener sexo en el puesto de trabajo pero nunca referido a entre nosotros, cosa que luego pienso y posiblemente sí fuera entre ella y yo, pero eso siempre se piensa luego.
Cierto día, sábado por la mañana, hora de cerrar…
Teniamos pensado que ese día, antes de irnos a casa, cambiar de ubicación el archivo, el cual teniamos en un armario en alto, donde había que utilizar una pequeña escalera para poder alcanzarlo. Esta era de las pocas ocasiones en las que tenía para poder admirar sus blancas braguitas mientras sujetaba la escalera yo le sujetaba la escalera.
Mientras admiraba disimuladamente las contemplaba, ella se percató de mi inevitable mirada hacia su entrepierna, y lejos de recriminarme esta invasión de su intimidad, entreabrió aún más sus piernas para que gozase por debajo de su faldita gris de esas braguitas blancas que iban a ser mi perdición.
Noté que le excitaba que la mirase, noté que para ella el archivo no era ya lo que tenía en mente. La miré a los ojos y esos ojos ya no eran ternura y cordialidad como siempre, era una mirada animal, una mirada animal…
– ¿Te gustaría quitármelas? – Me dijo desde lo alto de la escalera mirándome a los ojos.
Totalmente en silencio, mi mano, instintivamente, se movió hacia su pantorrilla, recorriendo su depilada piel hacia aquel blanco de sus braguitas que me embriagaba.
Bajó hasta el escalón más bajo de la escalera, quedando su cabeza a la altura de la mia y se abrió totalmente de piernas, escurriendose su faldita hacia arriba y quedando al descubierto aquellas braguitas blancas semitransparentes en las que se podía intuir la vagina que ocultaban.
Mi mano, descubriendo cada centímetro de su muslo llegó por fín al blanquito de sus bragas, notando en la yema de mis dedos una humedad cálida que me hizo perder el sentido de la calma. Mis dedos, sin mi consentimiento y debido a la cierta hogura de la prenda íntima, se introdujeron directamente en aquella vagina caliente y húmeda recorriendo y notando sus labios vaginales hasta que un gemido se le escapó a Pili, que temblaba de placer. Con sus dos manos empujó mi cabeza hacia abajo mientras se abría de piernas en su grado máximo. Mi lengua notó entonces el áspero algodón de sus braguitas, mojadas ya totalmente debido a la extrema excitación sexual de mi compañera de trabajo.
– Bájamelas, bájamelas – Balbuceó
Una vez sin la capa de algodón que separaba mi lengua de su vagina, con sus piernas flexionadas sobre mis hombros, comencé a lamer y penetrar con mi lengua aquella vagina totalmente depilada hasta que con la punta de mi lengua descubrí su punto duro entre sus labios, a lo que a pili se le escapó su segundo gemido que esta vez fue bestial, que hizo que todos mis pelos se empinasen, al igual que mi pene, que estaba ya duro como una roca.
Mientras le recorría cada milímetro de su clitoris, su mano se dirigió hacia mi pene, me despasó el cinturón y me bajó el boxer con una maestría asombrante, se escupió en la mano y empezó a manosearme con delicadeza mi miembro. Pero esto tan sólo duró unos segundo ya que bajó por fin de la escalera, se puso de cuclillas con las piernas abiertas y se metió mi miembro en la boca haciéndome una mamada que no sé si volverán a hacerme alguna igual. La boca caliente de mi compañera, bien enjuagada y despacita, siendo su lengua un torbellino de placer que recorría una y otra vez de arriba a abajo y de abajo a arriba de manera que hice que parara porque si no me hubiese corrido en tan sólo dos minutos.
Los dos de pie, me besó en la boca un beso cálido, su lengua estaba fuera de sí y tan sólo separó sus labios para decirme: "quiero que me folles hasta el fondo".
Se desplazó de espaldas hasta la mesa, que estaría a metro y medio de donde estaba, acostándose sobre ella y levantando las piernas hacia arriba con lo que dejó su coñito totalmente hacia arriba. La verdad es que la mesa era de la altura ideal, pues mi pene quedaba a la altura de su pubis. Entre que mi pene estaba duro como el pedernal y ella excitada hasta el punto de enloquecer, en la penetración no hubo ni tanteo, mi pene la penetró como un tren de mercancías entra en un tunel a lo que a Pili se le escapó el tercer gemido memorable.
Se despasó con una mano los botones de su camisa azul claro dejando al decubierto un bonito sostén blanco con ribetes rojos, y, sin despasárselo se sacó un pecho, el cual había oteado por su escote más de una vez. Tenía unos pechos preciosos, con aureolas grandes como galletas maría y en estos momento tenía los pezones duros como garbanzos. Mi mano, fuera de mi control una vez más, recorrieron aquellos pechos naturales, grandes y duros con delicadeza mientras la penetraba de manera sublime. Mi pene encajaba al cien por cien con aquella vagina, entraba y salía y tanto ella como yo gozábamos en aquellos momentos ajenos a nuestro entorno, a nuestra vidas y a todo. Solo gozábamos.
A Pili se le escapó el cuarto y último gemido del encuentro, corriéndose como una bendita y soltando líquido vaginal como para llenar un vaso de agua, cosa que me superó, corriéndome a la vez yo dentro de aquella vagina que tantas veces había deseado en sueños, de manera que creo que hubo tres o cuatro descargas consecutivas.
Nos fumamos un cigarrito mientras nos temblaban las piernas a los dos, el total periplo duró 45 minutos aproximadamente, en el cual no intercambiamos ni 10 frases. Los dos sabíamos que habia sido uno de los mejores polvos de nuestra vida y así lo manifestamos.
Decidimos entonces repetir esto cuando nos apeteciese, pero quedando claro que sexo por sexo, nada más.
Se abrochó la camisa, se puso sus blancas braguitas de algodón mientras yo hacía lo mismo con mis boxer, cerramos la oficina y nos fuimos a casa.
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