Cabrón desde los 18 años.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por VictorValparaiso.
Todo esto comienza y sucede en México, en preparatoria.
Por aquel entonces tendría yo ya los 18 años, como todos mis compañeros de clase.
Era la última etapa de mi vida antes de la entrada al mundo de los adultos (por así decirlo), y a veces me desanimaba un poco el pensar el desperdicio en que se estaba volviendo mi juventud.
Hasta esa fecha jamás había tenido novia, follado, ido a fiestas o emborrachado aún.
Era un ratón de biblioteca, por darme un nombre, aunque lo cierto es que desde pequeño he sido alguien muy atlético y con trazas de deportista.
Medía 1.
92 y pesaba alrededor de 80 kg.
Quienes me veían pensaban que me mataba en el gimnasio, pues mi cuerpo era casi idéntico al de algún luchador gringo famoso.
Amigos no me faltaban.
Todos creían que era esa especie de mamón y bravucón al estilo de las películas gringas sobre adolescentes.
Ese año de bachillerato decidí dar un cambio y tratar de conseguir una novia.
Sin mucho esfuerzo y con pretendientes salidas hasta debajo de las piedras, conocí a una muchacha llamada Victoria.
Ella era morena, aproximadamente 1.
65 de estatura, rostro lindo, ojos grandes, senos grandes, caderas amplias y unas nalgas que me volvían loco.
Para ser mi primera novia no estaba nada mal.
Follábamos alrededor de 5 veces a la semana.
Algunas veces en mi casa, otras veces en la suya, algunas en algún parque detrás de los árboles.
Era un amor adolescente.
Cualquier lugar era bueno.
A Victoria yo la quería mucho, y por varias semanas lo nuestro fue casi de película, hasta que al comienzo del siguiente semestre conocí a Lucía.
Estaba hablando con mis amigos en el salón de clases, hablando sobre lo que hicimos en vacaciones, cuando vimos entrar a una muchacha que a todas luces era de nuevo ingreso.
Con la cabeza baja y sonrisa nerviosa caminó hasta una esquina del salón y tomó asiento.
Era algo baja, 1.
60 quizás.
Tenía la piel pálida como vampiro de película.
Su cabello oscuro y pecas le daban un aire de niña mimada o sobreprotegida.
Debajo de su ropa se veían unos senos medianos, pero unas piernas esbeltas y bien torneadas rematadas con un culito paradito y redondo que me robó el habla.
Desde que la ví y analicé, supe que la deseaba gimiendo mi nombre cuanto antes.
Seguía embobado viéndola hasta que levantó la mirada y me observó.
Sonrió como se sonríe a un extraño en la calle.
Yo, recordando tantas películas que había visto, traté de imitar una de esas sonrisas medias de galán de telenovela que decían todo sin decir nada.
La muchacha – Lucía – se sonrojó y desvió la mirada.
Me sentí ganador por un momento, pero enseguida llegó Victoria, que lo había visto todo a la distancia, pero se negaba a darle importancia.
Con un poco de nerviosismo me preguntó por la cara de tonto que tenía, y le dije que era el sueño.
Me preguntó si quería el asiento junto al suyo, pero me negué y le dije que los muchachos habían planeado sentarse en la esquina esta vez, para cuando se durmieran no los viera el profesor (aunque esto último era mentira).
Me alejé de Victoria y rápidamente fui a la esquina del salón donde estaba la muchacha nueva para ganar un asiento.
Conseguí uno delante de ella.
Las clases comenzaron, y muy pronto Victoria se dio cuenta que de mi grupo de amigos sólo yo me había ido a la esquina, contradiciendo lo que le había dicho anteriormente.
Me lanzaba miradas dudosas y de sospecha desde su asiento, pero yo las esquivaba con una sonrisa de inocencia que no se habría creído ni alguien que hubiese nacido ayer.
No crucé palabra con la nueva hasta pasadas algunas horas, justo cuando estuve convencido que Victoria no miraba.
Le pregunté sobre su vida, sobre lo que le gustaba, sobre cosas que se me iban ocurriendo sobre la marcha.
Lucía era simpática, una luz de mujer, aunque la notaba algo ansiosa, casi incómoda.
Mientras más veía sus labios carnosos moviéndose, más me convencía que ardía de deseo de verla chupando mi glande como una puta barata.
Hablamos durante ratos libres, y nadie podía sospechar nada sobre mis intenciones, puesto que ella era una muchacha tímida y nueva, yo un desgraciado grande y simpático, daban por hecho que mi grupo de amigos la absorbería como una de nosotros.
Victoria parecía incómoda, pues entre sus miradas de alarma escondida y mi rostro de niño puro, no podía ocultarme ese meneo de pierna que hacía cuando algo le preocupaba.
Pasaron así algunas semanas.
Efectivamente, y como estaba pronosticado, mi grupo de amigos absorbió a Lucía.
Pronto nos dimos cuenta que era una muchacha introvertida rayando en la ansiedad.
No podía participar en pláticas grupales, tartamudeaba al exponer temas en clase, se veía incapaz de ir caminando por escuela con la vista al frente, siempre la llevaba clavada al suelo, viéndose los pies, insegura.
Pretendientes no le faltaron.
Semanalmente rechazaba mínimo a un pobre diablo que se creía con la suerte de poder ser su novio.
Respecto a mí, yo iba lento, seguro.
Victoria había cruzado ya alguna que otra palabra con Lucía, y se quedaba un poco más tranquila al comprobar que era muy insegura sobre sí misma.
Al parecer sólo era capaz de hablar normalmente conmigo, pero no le preocupaba demasiado, pues estaba convencida que el hecho de tenerla por novia era una especie de garantía inquebrantable.
Pasaron más días y decidí acelerar mi juego.
Seguía sentándome delante de Lucía, pero ahora hablaba mucho más con ella.
Comencé a acercarme más, a ser más expresivo con ella, a rozar su cuerpo con su mano de vez en cuando.
La miraba a los ojos con intensidad, hacía algunas bromas sutiles pero subidas de tono de vez en cuando, y al notar que a ella no le molestaba (o al menos no daba señales de disgusto) lo seguí haciendo.
Pronto se volvió imposible de ocultar mis verdaderas intenciones para con ella.
Mis compañeros de clase me lanzaban miradas de desconcierto, Victoria pronto comenzó a ser controlada por la ansiedad y los celos.
Había veces que por señas me indicaba que me acercara a ella, pero en realidad era para que dejase de hablar con ella.
En la noche me mandaba algunos mensajes de texto pidiéndome que le dijera que la quería y mi juramento de que jamás la dañaría.
Todo era muy loco.
Faltando aproximadamente una semana para el día de muertos (2 de noviembre para los no mexicanos) comencé a impacientarme.
Ahora era más directo.
En una ocasión, hablando con Lucía fuera de la escuela a la hora de la salida, recuerdo haberle retirado el cabello de su rostro sin pedir permiso y luego tomado su mejilla con mi palma como si fuera a besarla, pero sin hacerlo.
Recuerdo también encontrarla sola por los pasillos y llegar a abrazarla por la espalda y restregarle el pene muy fuerte en su espalda pero siempre manteniendo una buena vibra.
Lucía estaba encantada.
Se dejaba hacer y deshacer a mi antojo.
Se sonrojaba y me sonreía mansamente.
En otra ocasión, la más atrevida de mi repertorio, diría yo, estábamos en clase y salido de la nada bajé mi brazo y comencé a sobarle la pierna a Lucía.
Escuché como su respiración se hacía más pesada y lenta, y podría jurar que escuché su corazón latiendo fuertemente, o quizás fuera el mío.
No retiró la pierna en ningún momento ni hizo amago de negarse.
Dejé de sobarla y seguí con lo mío.
Nadie en clase se dio cuenta.
Pasaron los días y cada vez estaba más distante con Victoria.
Faltaba un día para la celebración del día de los muertos, y mi escuela tenía la costumbre de organizar un festival o pequeña fiesta en las instalaciones después de clase.
Ir disfrazado era una opción, el chiste era pasarlo bien.
Recuerdo que, haciendo mis planes mentales para el festival, Victoria me abordó de súbito y me pidió que la acompañase a su casa a arreglar unas cuestiones.
No sabía de que se trataba y al comienzo me negué, pero luego pude escuchar la desesperación y el anhelo en su voz, la tristeza y ansia que intentaba ocultar.
Quería que me la cogiera, quería reafirmar su posición como mi mujer, pero lamentablemente ya tenía otros planes para esa tarde.
Victoria, desesperada por retenerme, me contó que no habría nadie en su casa por dos días pues se había muerto su abuela y sus padres viajarían fuera de la ciudad para el velorio.
Me pidió que, sin importar la hora, fuese a su casa ese día.
Me lo pidió por favor.
La tranquilicé con un sí, la dejé y me dirigí a unos jardines en la parte trasera de la escuela, donde no había nada más que algunos árboles tupidos y estudiantes huyendo de sus responsabilidades.
Ahí me encontré a Lucía sentada recargada contra un árbol leyendo un libro.
Caminé hacia ella, me senté y comenzamos a platicar.
Rápidamente la plática subió de tono, y al ver lo mucho que ambos nos deseábamos, la tomé de la mano y la arrastré detrás de unos árboles y la comencé a besar.
Era la primera vez que lo hacía con ella.
Por espacio de casi una hora, nos besamos y manoseamos como salvajes.
Nos comíamos la boca, le apretaba su culo, ella buscaba restregar la vagina contra mi zona pélvica, queriendo sentir mi verga dura.
En algún momento, y a pesar de su pudor, le desajusté un poco la blusa y comencé a moldear entre mis manos esos senos pálidos con pezones rositas.
Los mordisqueé y jugué con ellos como un niño.
Ella sólo cerraba sus ojos, hacía muecas de placer y se mordía los labios para no gemir demasiado alto.
En algún momento nuestra excitación llegó a tanto que, sin pensar en lo que hacía, desabroché mi cinturón y me bajé los pantalones y ropa de interior, jaloneé a Lucía para que se hincara y la obligué a chuparme la verga.
Había duda en sus ojos, casi temor.
Me dijo que no era correcto, que yo tenía novia, que Victoria me amaba.
Hasta ese momento no se me había pasado por la mente Victoria, y sólo se me puso más dura la verga al darme cuenta que en efecto me amaba, y yo en ese momento estaba por follarme la boca de la chica que día a día Victoria sospechaba era una amenaza para nuestra relación pero sin poder comprobarle nada.
Me reí un poco, seguí manoseando a Lucía, y en algún punto no se pudo contener al ardor del momento y mamó mi verga como una becerrita.
Lo hacía como una novata.
Mordía y lastimaba un poco, pero era el cielo.
Sus ojos grandotes e inocentes me miraban de una manera indescriptible, me sonreía por momentos y erguía su espalda sin dejar de hincarse, me dejaba manosearle los pechos con fuerza y dureza, todo en ella gritaba "soy tu puta, úsame".
Llegó el momento en que eyaculé, y sin avisarle, le solté todo dentro de la boca.
Ella tragó, sumisa.
Se levantó, arregló su ropa, me sonrió con dulzura y me abrazó.
Se paró sobre la punta de sus pies y me susurró al oído que me quería.
Salí corriendo de la escuela rumbo a la casa de Victoria.
Me abrió la puerta y vi que no tenía nada puesto más que un calzón de puta que hasta a mi me sorprendió.
Sin dejarme decir ni una palabra, cerró la puerta de entrada y se lanzó a mis labios.
Nos besamos por algún momento, hasta que le ordené me chupara la verga.
Se quedó pasmada por unos momentos, pero obedeció.
Jamás le había ordenado nada, era comprensible.
Sacó mi verga y olió el aroma a sexo.
Por un momento creí que se iba a dar cuenta, pero sólo sonrió y me dijo que estaba muy mojado.
Le dije que era porque estaba enfrente de la mujer más buena del país.
Quiso creerlo, sonrió y me hizo un oral.
Después de unos minutos me harté y le ordené se pusiera en cuatro, como una perra.
Aún no se acostumbraba a ser ordenada, pero no decía nada, sólo se limitaba a obedecer.
La cogí como una zorra por casi una hora.
Le dije de todo.
Puta, basura, zorra, fácil.
Ella sólo cerraba los ojos y se dejaba hacer.
He de confesar que durante todo el proceso me imaginaba que era Lucía a la que me estaba cogiendo, y quizás por eso fue uno de los mejores acostones que he tenido nunca.
Cuando acabamos, nos acostamos en el suelo.
Ella recostó su cabeza contra mi pecho, y descargando todas las emociones que traía con ella, explotó como una olla a presión y comenzó a llorar.
Traté de calmarla, pero pronto empezó a mascullar el nombre de Lucía.
Quería saber cuál era la naturaleza de mi relación con ella y mis verdaderas intenciones.
Una vez más, le mentí.
Le dije justo lo que quería escuchar.
Le dije que Lucía no era nadie para mi, que no me gustaba y jamás la había visto de esa manera.
Victoria, necesitada de mi, quiso creerme.
Ya un poco más calmada y serena, la puse en cuatro patas de nuevo y le ordené me diera el ano.
Victoria me miró con ojos de cordero llegando al matadero, pero luego adoptó una sonrisa mansa, fingida, con la que se despojaba totalmente de su poder de decisión y valor como persona.
Paró el culito un poco más, respiró hondo y me dijo "hazme lo que quieras, papi".
Dio el día del festival de día de muertos.
Llegué a las instalaciones de la escuela a las 3 pm.
Iba vestido de soldado con agujeros de bala.
Hablé y disfruté con mis amigos por un rato, hasta que vi llegar a Lucía.
Iba vestida con unos leggings negros ajustadísimos y una blusa holgada, pero igual negra.
En su rostro había maquillaje blanco y negro.
Se había disfrazado de esqueleto.
Se acercó a nosotros y nos saludó.
Inmediatamente tuve una erección tremenda al ver ese culito ser acariciado por esa tela tan ligera, y casi la tiro al piso para violarla y hacerla mi hembra.
Lo más rápido que pude, me desprendí de mis amigos y me fui por ahí a pasear con Lucía.
Victoria no había llegado aún, y no tenía ganas de verla ese día.
Fuimos hasta la zona alejada del festival, en los mismos árboles donde me la había chupado.
Hablamos como siempre, y de vez en cuando, con todo el descaro del mundo y salido de la nada, le sobaba sus nalgas o su vagina, asegurándome de sentirlos lo mejor que pudiera.
Ella, encantada y sumisa, se dejaba hacer.
Como a las 4 pm regresamos a la zona del relajo y disimulamos.
Bailamos con amigos y bebimos alcohol de contrabando hasta las 7 pm.
Todo ese espacio de tiempo lo había pasado con Victoria, que se había disfrazado de diablita llevando una falda roja que me puso erecto en el momento que la vi.
La besaba y manoseaba enfrente de todos, incluso de Lucía.
No había nada raro.
Victoria era mi novia, mi hembra, y estando en bachillerato y teniendo 18 años, era lo más normal del mundo que me la quisiera comer viva.
Lucía fingía demencia.
Intentaba hacer parecer que no importaba, pero por dentro se moría de coraje y celos.
Aproximadamente a las 8 pm logré perderme de Victoria y me llevé de la mano a rastras a Lucía de nuevo a nuestra zona especial.
Estaba algo molesta, pero con algo de labia nos volvimos a poner calientes y nos besamos de nuevo.
A Lucía le encantaba todo esto.
Me susurraba constantemente al oído cosas como "Y tu novia allá en la fiesta.
" "Desgraciado, como te encanta la porquería" "Me siento sucia.
Pero soy tu sucia".
Llegó un momento en que era inevitable seguir controlándome.
Tomé a Lucía por la cadera, la tiré al pasto y la comencé a besar en posición de misionero.
Ella, como siempre, me dejaba hacer.
La manoseaba por todo su cuerpo, sentía la zona de su vágina muy húmeda, sus labios listos para recibirme, su respiración pesada.
Tomé sus leggings y de un jalón los bajé hasta la altura de sus rodillas.
Rápidamente hundí mi rostro en aquella rajita apretada, plapitante y rosada.
Se notaba enseguida que era virgen, pues apenas comencé a besarla y dar lenguetazos ella comenzó a convulcionarse del gusto.
Se mordía los labios y tiraba de su cabello, quería gritar como zorra a los cuatro vientos pero no podía.
Paré y saqué mi verga, listo para tomar la virgnidad de aquella puta de esquina en los terrenos de la escuela.
Nos costó un poco, pero en tiempo de nada Lucía aprendió a cabalgar una verga como prostituta de gama alta.
Era hermoso el espectáculo de sus pechos con pezones rosados subiendo y bajando al ritmo de mis embestidas.
Sus gemidos de gata, su cara de culpa, sus labios deseando más, sus palabras susurradas a mi oído "Me estás cogiendo como si fuera una puta" "Soy tuya, hazme tuya" "Más duro".
En algún momento me vine, y no me molesté en sacarle el pene.
Esa mujer era mía, y si se me daba la gana la iba a inseminar.
Nos vestimos y despedimos por esa noche.
Caminamos cada quien por su lado a la entrada de la escuela, en donde me esperaba Victoria.
Me acerqué a ella, pero me olió el aroma a sexo y comenzó a llorar.
La abracé y lloró más fuerte.
Me preguntó, aunque ya sabía la respuesta, si había estado con esa puta.
Ella temblaba, quizás de rabia, pero no se despegaba de mi.
Era mía, era sumisa.
Miré el reloj y vi que se me hacía tarde.
La dejé allí, como a una pendeja rogona que no podía superar al cabrón que la engañaba cada que tenía oportunidad.
El resto del bachillerato seguí siendo novio de Victoria.
Arreglamos las cosas al día siguiente de aquel festival con una cogida monumental de por medio.
Le había destrozado el orto y prometido que de ahora en adelante ella sería la única en mi vida.
Una vez más, mentí, porque a la par que me ocupaba de Victoria, también me cogía a Lucía.
Comencé a verlas como mis dos alternativas para las relaciones amorosas de ese momento.
Saldría con Victoria cada vez que quisiera sentir a alguien dispuesto a rebajarse a una puta de esquina en cuanto yo se lo ordenara.
Era bonita y tenía un cuerpo que me volvía loco, después de todo, así que un sacrificio exactamente no estaba haciendo.
Saldría con Lucía cada vez que quisiera algo mejor, alguien para salir al cine y a cenar a lugares caros, alguien para presumirle al mundo, una novia en forma.
Lucía ocupaba un lugar más alto en mi modesta vitrina personal de conquistas.
Lucía sabía bien que aún no dejaba a Victoria, pero parecía sentirse consolada al saberse mejor que ella.
Eso, y sumado a su extraña introversión y devoción ciega que me tenía, la mantenían a mi lado.
Victoria, que no podría asegurarles que se tragó el cuento ese de que era la única en mi vida, parecía feliz viviendo una mentira, por lo que seguría en negación constante.
Desde que sucedió todo esto ha pasado ya mucho tiempo.
Tengo ahora 25 años.
Seguí saliendo con Victoria todo este tiempo, y hace unos meses nos casamos.
Con Lucía me sigo viendo desde entonces.
Tuvimos sexo la noche posterior que le pedí la mano a Victoria, y ahora que ya no tenemos el tiempo libre de los jóvenes, paso a su casa cada dos semanas para dejarle mi leche de macho en el ano.
Hace unos días fui y vi ropa de hombre en su clóset y un anillo de compromiso en su dedo.
Supe que no dejaríamos nuestros juegos y que siempre sería su legítimo dueño, pero por alguna razón me sentí como si el engañado fuese yo.
Le hice jurar que todos sus hijos serían míos, y aunque no tengo manera de asegurarlo, le creí cuando me dijo que sí.
Victoria sigue tan sumisa, bonita y sabrosa como siempre.
Es una mujer en toda regla.
Me tiene bien comido, bien cogido y bien vestido.
No hay una sola noche en que no me saque la leche.
Varias veces he pensado en dejar de hacerle daño, pues a veces la esucho llorando en el baño, creyendo que no me doy cuenta, y aunque sé que sabe que aun veo a Lucía, no puedo evitarlo.
Una de tantas veces estuve a punto de llamar a Lucía y terminar con toda esta mierda para siempre hasta que vi por la ventana a la hija de nuestra vecina llegar del gimnasio en su ropa deportiva.
Esa ropa apretada que moldea los cuerpos femeninos a la perfección.
De primera instancia, pude ver que estaba alrededor de los 1.75 mts, rubia, tetas pequeñas pero el culo y las piernas más sabrosas y carnosas que he visto, cara de puta de clóset y dueña de una de esas sonrisas de las que son tremendas zorras sumisas en la cama.
La mujer casi perfecta.
Cerré el teléfono y lo guardé.
Saqué la cabeza por la ventana y, asegurándome de que me viese, le sonreí con cortesía, como a un vecino normal, aunque en mi mente comenzaba a maquilar mi plan.
Que me perdone Victoria, pero aún está lejana la fecha de mi retiro.
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