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Infidelidad, Lesbiana, Voyeur / Exhibicionismo

Cap 1: Sombras en el baño

Mi esposa se pierde entre la multitud, y cuando la encuentro, ya no es solo mía. Una noche que encendió algo nuevo. Este es solo el comienzo….
Este es mi primer relato que escribo en muchos años de ser lector, espero les guste y comenten qué les pareció.

Tenemos cinco años de relación. Obviamente ya vivimos juntos y tenemos una vida sexual muy activa y satisfactoria por ambas partes. Muchas veces hablamos de fantasías, pero solo quedaban en eso: palabras para encender la noche o como preámbulo para un juego de roles que tanto nos gustaba. Pero todo cambió un día que un amigo nuestro nos invitó a una fiesta.

No sé qué tenía esa noche Dulce…

Algo en su forma de moverse, en la curva de su espalda cuando se arreglaba frente al espejo, en la manera en que su perfume parecía quedarse más tiempo que de costumbre sobre mi piel. Pensé que era una noche más de esas en las que está más sensual que otras, e intuí que tendríamos sexo salvaje como el que solemos tener después de un par de tragos encima.

Fuimos a esa fiesta con un pretexto cualquiera: amigos, música, tragos. Pero en el fondo, ambos necesitábamos escapar de la rutina.

Y ella lo sabía.

Al llegar, las luces se mezclaban con el humo artificial y los beats retumbaban en el pecho más que en los oídos. Dulce llegó saludando a sus amigas y no tardó en desaparecer entre la gente, siendo arrastrada del brazo por una de ellas. Yo me acerqué a una mesa donde estaba un grupo de amigos que me saludaron de manera efusiva y claramente un poco tomados. No tardaron en invitarme un trago, y ahí sentados, bebiendo, podíamos ver la pista de baile.

Ahí estaba ella, mi musa. Bailaba como si el mundo no importara, como si no necesitara más que el ritmo y sus propios pasos.

Muy a menudo nos mirábamos a los ojos, compartiendo esa complicidad de cuando yo sabía que quería sexo apasionado… pero había algo distinto en sus ojos: una chispa juguetona, peligrosa. Como si supiera algo que yo no, y eso me intrigó.

Algo atrajo mi atención. Sentí una mirada, y rápidamente encontré que era la de una mujer. La vi más alta que mi esposa, pero un poco más baja que yo. Tenía el cabello lacio, un poco debajo de los hombros. Estaba perdido viéndola cuando nuestras miradas se cruzaron y, con intención, volteó a ver a mi esposa en la pista. Luego su mirada regresó de nuevo a mí. Supe que ella había notado nuestro jugueteo con miradas, pero no sabía aún qué pensar de esa situación.

De pronto, se tomó de golpe su bebida y caminó a la pista. Saludó a un par de amigas de Dulce que bailaban en el círculo junto a ella y se unió al baile. Poco a poco vi cómo se acercaba a mi esposa, y vi cómo la cautivó de inmediato. Empezaron a bailar juntas, cada vez más pegadas, y yo ahí, cautivado viéndolas.

Tomé un par de tragos más. Intenté seguir la plática con mis conocidos en la mesa, pero no pude. Perdí de vista a Dulce por un momento, y aunque no era la primera vez que se alejaba en una fiesta, algo dentro de mí se inquietó. No era celos, era… otra cosa.

¿Expectativa o misterio? No lo sé.

La busqué entre la multitud. No estaba en la pista ni en la terraza. Me dirigí a los baños del fondo, donde la música bajaba su volumen y el aire olía a mezcla de sudor, perfume caro y secretos.

La puerta del baño de mujeres estaba entreabierta, y no sé por qué, pero entré en automático. Caminé lentamente, como un niño que busca hacer una travesura. Mi intención era descubrirla…

Y entonces las vi.

Ella estaba contra la pared, con ambos brazos hacia arriba, detenidos por las muñecas con una sola mano por esta misteriosa mujer. Jadeaba suave, con los ojos cerrados, el labial corrido y el vestido subido justo lo suficiente para que su muslo quedara expuesto. Ahí vi la tanga negra de encaje que, pocas horas antes, se subía coquetamente mientras me miraba a los ojos. Pero ahora estaba en sus rodillas, y fue cuando sentí un calor inmenso en el pecho. No emití ningún sonido.

Frente a ella, esta mujer: morena, caderas amplias, labios gruesos y sonrisa afilada. Le soltó las manos, y al instante Dulce quiso bajarlas, pero ella le dijo con voz suave, casi en un susurro, que no las bajara. Dulce seguía con los ojos cerrados, obedeciendo sus órdenes. Entonces, ella puso una mano firme en su cuello mientras vi cómo su otra mano bajó hasta desaparecerse entre las piernas de su presa, que ya tenía a su merced.

Dulce no decía nada. Solo gemía bajito, con los ojos cerrados.

Me detuve.

No avancé.

No dije nada.

Y, sin embargo, algo en mi respiración se rompió.

La chica abrió los ojos. Me vio y sonrió. Y simplemente siguió, como si no hubiera visto a la pareja de su conquista observándolas en ese acto tan íntimo.

Dulce entreabrió los labios.

Quizá me escuchó, quizá lo supo.

Pero no la detuvo ni quiso hacerlo.

Solo giró un poco la cabeza, mirándome de lado, con esa mezcla de culpa y deseo que solo se ve una vez en la vida. Sentí en sus ojos que por un instante imploraba que no las detuviera. Y me dejó ver su boca, húmeda, temblorosa, susurrando un “Raúl…” que se perdió entre jadeos.

La otra mujer se apartó despacio, como quien sabe que tiene el control de la escena. Me sostuvo la mirada sin dejar de tocar a Dulce. Su dedo resbalaba por su entrepierna con la misma calma con la que uno acaricia fuego, sabiendo que quema, pero que vale la pena.

—¿Te gusta mirar? —me preguntó con una voz que parecía una caricia sucia.

Yo tragué saliva.

Y no supe qué decir. Nunca había conocido una mujer tan sensual, tan dominante, tan natural. Solo pude asentir lentamente.

Dulce se mordió el labio, volvió a cerrar los ojos y se dejó llevar.

Yo me di media vuelta. Vi lo que quería ver y me excitó, pero no sabía si Dulce quería ser vista o encontrada. Así que decidí dejarla disfrutar de algo que ella tenía tiempo negándome que quería probar. Y, antes de salir del baño, me asomé una última vez, casi a escondidas, y vi a esta mujer, hincada, con la cabeza perdida entre los muslos de mi esposa, y ella apretando los ojos y ahogando un grito en señal del placer inmenso que le daba su amante.

No sé cuánto tiempo pasó después de eso, pero no fue mucho. No pude ni ver la hora.

Solo recuerdo su mano tomando la mía cuando salió del baño, sus ojos viendo al suelo, avergonzada. Se pegó a mí, y al abrazarme, olía a otra mujer. Otra esencia que me excitó sobremanera.

La mujer, al salir, tenía una sonrisa como la de alguien que se acaba de salir con la suya. Me vio y su mirada automáticamente cambió a una de complicidad. Se acercó a mí mientras Dulce seguía debajo de mi brazo. Extendió la mano y, sonriendo, me dijo:

—Teléfono.

Y yo, en automático, obedecí. Le di mi celular. Ella tecleó unas cuantas veces mientras ambos la veíamos, y fue hasta que me devolvió el teléfono y se dio la vuelta, meneando esas caderas, que mi esposa y yo nos volteamos a ver a los ojos. Vimos el teléfono juntos, y había guardado su contacto como “Mara”.

No hablamos esa noche.

No pregunté nada.

No hizo falta, esa noche no dormimos y no por falta de sueño.

Sabía que esa historia… apenas empezaba.

31 Lecturas/19 junio, 2025/0 Comentarios/por SrFantastico
Etiquetas: amante, amigo, amigos, baño, celos, chica, esposa, sexo
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