CAPERUCITA ROJA
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por dulces.placeres.
Su voz es un susurro, sus ojos azules un mar de tranquilidad y sus negros cabellos saben a ternura, así caí perdidamente enamorado en sus redes, redes de las que no quiero escapar.
Apenas tenía treinta años pero estaba seguro que había encontrado la que sería mi compañera hasta el final de mis días.
Así fue que tras unos pocos meses de noviazgo decidimos comprometernos formalmente, y nos casamos tanto por civil como por iglesia y nos fuimos a disfrutar una hermosa luna de miel en la que esa mujer me dio el mejor sexo de mi vida
Hacía algunos años que ella trabajaba en una empresa de elaboración de fármacos, sé que es una conocida multinacional y que la mayoría de las personas contratadas son mujeres, solo algunos puestos específicos como mantenimiento y la gerencia principal son ocupados por hombres, sonrío al recordar que Samanta siempre se queja por el toque ‘machista’ de la empresa, su pregunta es: por qué el gerente general no puede ser mujer?.
Como suele suceder en estos casos, yo conocía algunas de las chicas con las cuales había una amistad de por medio y algunas veces salíamos a cenar, incluso también conocía a algunos maridos de las mismas, esas cosas rutinarias que se dan en todas partes.
Habían pasado ya nueve lunas desde nuestro compromiso y nos acercábamos al año de matrimonio, estábamos en Diciembre y como todos los años el gerente general de la empresa agasajaba a todos sus empleados y sus parejas en una casa de fin de semana que tenía en las afueras de la ciudad, era un gesto de camaradería y un obsequio a todo el personal como reconocimiento al duro año que se terminaba. El año anterior yo había evadido la fiesta con la escusa de que llevábamos poco tiempo de conocidos, pero ahora no había escape, ahora era su esposo.
Solo había un pequeño detalle en el que pensaban innovar, las chicas habían acordado llevar disfraces para hacer algo diferente y ponerle un poco originalidad a la noche, yo no soy muy amante de esas cosas, pero era invitado en su fiesta, en su trabajo, así que no tenía forma de cambiar la historia.
Había llegado el momento y como suele suceder yo estaba listo para salir mientras ella aún daba vueltas y dudaba que ropa ponerse, esta cosas típicas de mujeres me sacan de quicio, así que me acomodé en mi mullido sillón, tomé el control remoto y me puse a dar vueltas por la televisión, saltando de canal en canal sin ver nada.
Ella tardaba más de lo acostumbrado, por suerte ya tenía el disfraz guardado a un costado, bien oculto, me dijo que sería de caperucita roja, pero era una sorpresa.
Samanta pasó con un vestido, luego con otro, con zapatos negros, con blancos, daba vueltas, yo me acomodaba cada vez más en el sillón asqueándome en su indecisión, me adormilaba…
Cuando al fin se decidió emprendimos el viaje, llegamos a la ‘pequeña casa de fin de semana’, que increíble! No puedo precisar los metros cuadrados que ocupaba, solo sé que el terreno era impresionante, la edificación emergía rodeada por el verde césped, había tantos cuartos que podría haber sido un hotel, se respiraba lujo por doquier.
Calculo que había más de cien personas, había varios cocineros preparando comidas autóctonas y al costado una banda tocando un popurrí de temas, pasando por la pachanga, mambo, bachata, cumbia y hasta se animaron a entonar algunos temas en inglés y portugués.
Todo iba bien, todo encajaba, hasta que dieron las doce y las mujeres decidieron usar los famosos disfraces, mi esposa me pidió que la acompañara hasta uno de los cuartos para que le diera el visto bueno, ‘seré caperucita roja’ me recordó al oído.
La seguí y esperé pacientemente en la puerta, otras mujeres iban saliendo ya preparadas, algunas ingeniosas, otras ridículas, pero el tema era divertirse.
Pero la diversión se me terminó cuando vi a mi esposa ya cambiada, era una caperucita porno! Solo la caperuza roja y el canasto de mimbre en su brazo la identificaba, y el resto?
Toda de rojo, un ajustado corsé marcaba su silueta levantando sus pechos como dos globos que amenazaban escaparse en cualquier momento, finos tacos altos, medias de red caladas cubriendo sus estilizadas piernas, sujetas por portaligas que se perdían bajo una diminuta falda tableada, su actitud me descolocó totalmente, confundido, indignado, comenzamos a discutir. Le increpé casi a gritos que estaba hecha una puta, que me haría sentir un miserable, que me humillaría, pero ella decía que era un exagerado y que yo no comprendía nada, la discusión subió mas y mas el tono hasta que ella al ver que no nos pondríamos de acuerdo solo me dejó protestando y se fue de mi lado con un ‘haz lo que quieras’
La vi alejarse, sus enormes caderas se iban de un lado al otro al compás de sus pasos, su regordete trasero estaba casi desnudo, apenas tapado por esa pollera roja de unos pocos centímetros de altura, con una imperceptible tanga que se había perdido entre sus glúteos, se hacía la nena inocente, parándose chueca, juntando las rodillas y llevando su dedo menique a la boca, mis sentimientos se entremezclaban entre una furia impotente y una rara excitación, la seguí sin perderle el rastro a poca distancia, como era lógico los hombres se daban vueltas al verla pasar clavándole las miradas en sus atributos, los comentarios eran de lo más exacerbados, yo no salía de mi asombro.
Samanta se perdió entre la gente, quedé atrapado por la muchedumbre que bailaba al ritmo de la música, luego de unos minutos alcancé a divisarla cerca de la barra de bebidas, dialogaba con tres caballeros de una forma no muy normal, la furia me invadía, acá pasaba algo más que una simple fiesta de compañeros de trabajo, ellos se movieron y nuevamente los perdí de vista.
Había pasado media hora y no conseguía ubicarla, la desesperación me abordaba, no estaba en ninguna parte, parecía que la tierra se la había tragado, revisé con mi vista una y otra vez la gente del lugar y nada, nada de nada, decidí dejar la fiesta y me escabullí en el interior de la casa, perdido en un laberinto de habitaciones comencé a recorrerlas, lejos del bullicio del exterior, hasta que de repente escuche susurros tras una puerta que estaba casi cerrada, con discreción la empujé apenas para ver dentro, sin que notaran mi presencia y ahí estaban los cuatro…
Mi querida esposa estaba en cuatro patas, con sus pechos al aire, apoyada en sus codos con una verga en cada mano, chupando una, luego la otra, alternando su boca entre los dos caballeros que esperaban pacientemente su turno sentados uno a cada lado mientras el tercero estaba a sus espaldas, con su cara perdida en su trasero, con las manos en sus nalgas dándole una buena sesión de sexo oral, mi primer impulso fue entrar y matarlos a los cuatro, pero que podría hacer contra tres hombres? acaso molerlos a golpes a todos juntos? no… no era viable.
Replantee mi situación y preferí quedarme agazapado observando que es lo que sucedía y hasta donde era capaz de llegar.
Me dolía ver que la mujer de mi vida gozara con otros hombres, deleitándose con esas vergas, chupándolas, excitándose, usando esa boca que era mía, solo mía…
Comenzaba una charla en medio de la acción:
– Samanta, Samanta… por fin volviste! te habíamos extrañado
– Chicos, chicos… más respeto, ahora soy una mujer comprometida…
– Ja! comprometida? qué pensaría tu maridito si supiera!
– No sean malos… el es un buen hombre…
– Basta de hablar y seguí chupando!
Mientras uno de los hombres decía esto la tomaba de los cabellos y la obligaba a comerle nuevamente la verga, llevándole la cabeza bien abajo, ‘al menos me considera un buen tipo’, pensé como tonto consuelo, en eso el que estaba a su espalda se incorporó y tomándola de la cintura le metió la verga hasta el fondo de tal manera que ella no pudiera evitar soltar la verga que lamía y pegar un callado grito
– Ayyy! desgraciado! Que verga que tenés!!!
Ellos rieron y ella se acomodó a la nueva situación, luego empezaron a rotar, otro tomaba su concha y el que salía hacía dupla con el restante en su boca, así uno a uno la cogía sin parar y ella parecía gozar como nunca, me sentía decepcionado, enojado, furioso. Por mi posición y la luz del cuarto no podía ver en detalle, solo los gemidos de esa perra me hacían saber que la estaba pasando demasiado bien, hasta que una nueva situación me hizo prestar atención:
– Pará Roque, pará! siempre el mismo! Te estás equivocando de agujero…. Pará! Por el culo no! pará! Ayyy! ay…. ayyyy….
El tono de sus ‘ay’ de queja y protesta cambiaron rápidamente a tonos de placer y satisfacción, y ahora la rotación de los machos ya no pasaba por su vagina si no por su ano
– Mirá caperucita! Tan jovencita y como le gusta que le rompan el culo!
Ellos bromeaban, pensar que a mí me decía que no le gustaba, como no me había dado cuenta de la clase de mujer con la que estaba? tanto me había cegado el amor? Pero aun faltaba, aún tenía cosas para descubrir…
Uno de ellos mientras le rompía bien el esfínter la tomó con fuerzas y sin sacársela girando se recostó quedando Samanta mirando al techo, con la verga en su culo, otro se acomodó entre sus piernas, las abrió bien tirándolas hacia atrás y percibí como se la enterraba nuevamente en la concha, doblemente penetrada, por ambos lados, disfrutaba como una puta barata, sus gemidos lastimaban mis oídos, su cara estaba desencajada y por si fuera poco el restante la tomó y literalmente comenzó a cogerla por la boca, así estuvo cubierta por todos los flancos, entregada, como jamás la hubiera imaginado….
No faltaba mucho, uno dijo:
– Caperucita debe tener hambre… que tal si se toma una mamadera con leche tibia?
Dicho esto, ella se acomodó complaciente en el piso, y con la boca bien abierta los tres se masturbaban cerca de su cara, vi con nitidez cuando el primero largó chorros de esperma, uno tras otro, con sumo cuidado de no derramar nada y que todo cupiera en la boca de mi esposa, ella parecía saborearlo como el mejor de los manjares, tragándolo todo hasta la última gota, un tanto apurada porque el segundo ya se acababa y repetía el procedimiento. Mis ojos llenos de lágrimas me impidieron seguir mirando, para que seguir viendo?
Me alejé en silenció con el alma quebrada, encerrado en mis pensamientos volví al jardín donde la gente seguía festejando ajena a mi infierno.
Unos quince minutos después la vi aparecer, como si nada vino a mi lado y me dijo
– Perdido! dónde estabas?
– Dónde estaba? Yo me pregunto dónde estabas vos?
– Mi amor! Acá entre la gente! dónde voy a estar?… estás tenso… que te pasa?
Mientras decía esto me había tomado del brazo e intentaba besarme, recordé su boca chupando pijas y tragando leche, comenzó a sacudirme
– Amor! amor, vamos… despertate que ya estoy lista! vamos que se hace tarde…
Volví a la realidad, con los ojos mojados, una erección terrible y una bronca hacia ella fuera de lo común, comprendí que todo había sido un terrible sueño, me había dormido en el sillón, me recompuse, me sentí aliviado y le conté a Samanta lo que había sucedido, ella me escuchó atentamente y riendo sacó su disfraz mostrándome que sería una caperucita roja muy normal, tranquilizándome, dijo que me amaba y me respetaba, nada peor que una pesadilla…
Si eres mayor de edad me gustaría saber tu opinión sobre este relato
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir!