Conyugues intoxicados, conyugues encamados.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Los cuatro maduritos, algo más de 45 años, sin llegar, ninguno, a los 50, decidimos irnos juntos un fin de semana largo a la provincia de Entre Ríos, sin los hijos (adolescentes, ellos encantados de “deshacerse” de los padres) Arreglamos el alquiler de un departamento por la web y salimos de tarde, en nuestro auto, con la idea de cenar en la ruta, para, al llegar a destino, acostarnos temprano y aprovechar las aguas termales desde las primeras horas del día siguiente.
Pero a la mañana, ambos, Mariel y Héctor, con poca diferencia de tiempo, comenzaron a sufrir trastornos de la palabra, visión doble, cólicos abdominales, fiebre, escalofríos, dolor de cabeza, náuseas y vómitos
Alarmados los trasladamos a la guardia de una clínica.
Por suerte la atención fue casi inmediata.
Convocaron a un profesional de experiencia que nos comunicó que el cuadro tenía algunos síntomas de una intoxicación infrecuente– botulismo – y nos consultó por la ingesta, compartida, en las últimas horas.
Concluyó que, con toda probabilidad el contagio provino de las arvejas, del plato denominado “colchón de arvejas: arvejas levemente saltadas, coronadas con uno o dos huevos fritos, que ambos habían ordenado en la cena.
Quedaron internados.
A la tarde, nos tranquilizaron: en ninguno de los dos la intoxicación revestía gravedad – descartaban que fuese botulismo– y nos invitaron, a dejar los dos pacientes a su cuidado y tratar de aprovechar, nosotros, las termas.
Ayudados por la insistencia de nuestros conyugues – juraban sentirse mucho mejor y deseaban dormir la siesta– nos fuimos para merendar.
De común acuerdo convinimos hacerlo en la cantina del complejo termal que estaba muy cercano al departamento y a la clínica, para aprovechar las entradas prepagas al mismo.
Llevamos los trajes de baño y nos cambiamos en los vestuarios.
La breve inmersión, la posterior merienda, con ese exiguo vestuario de ella, fue la semilla de la amena y placentera “maldad” que cometeríamos después.
Mi mujer me satisface, sí.
Pero desde mucho Florencia me tenía bastante intrigado.
Había sorprendido sus miradas de reojo, sus sonrisas, con frecuencia me cruzaba el deseo de probar esa boca, acariciar su piel, y besársela para saber cómo sabía su carne.
Claro que eran apetencias prohibidas con una amiga, esposa de un amigo.
De regreso a la clínica, encontramos a nuestras parejas tranquilas y animadas.
Lamentaron habernos arruinado el fin de semana largo.
Ni ellos ni nosotros imaginábamos que era, casi todo, lo contrario.
Nos retiramos con una sensación de alivio.
Fuimos a cenar a un restaurante.
Durante la cena y la sobremesa conversamos, en general y también sobre nosotros – nuestras familias – y rozamos algunas intimidades.
Hubo dos conversaciones paralelas, la de las palabras y la de las pupilas.
Nos fuimos a acostar, sin hacer explícito el contenido de las miradas, pero con las carnes sublevadas y estábamos los dos solos entre paredes.
Sentado, con dos almohadas como respaldo intentaba, infructuosamente, leer un libro cuando escuché, o imaginé, suspiros y gemidos, apenas perceptibles, provenientes del cuarto de Florencia.
Mi pene terminó de hinchar el pantalón piyama que vestía.
Luché conmigo mismo, perdí, me levanté y fui a su puerta, entreabierta, que dejaba salir un haz de la luz del interior:
-Florencia ¿Estás bien?-
-Yo siii ¿A vos te pasa algo?-
Por supuesto, estaba en caída y sin paracaídas:
-Pasa que vos te estas toqueteando a solas y yo, tocándome también a solas ¿No es un desperdicio?-
Demoró en replicar:
-La verdad ….
no se ….
de que hablas ….
–
Abrí la puerta, la encontré destapada, con corpiño y bombachita diminuta, blancos los dos –nada de pijama o camisón- .
Se cubrió con la sábana pero no hizo ademán alguno para “repeler” mi intrusión.
Sólo cuando comencé a entrar debajo de la sábana, balbuceó, sin énfasis:
-¿Pero que hacesss? ….
¡Carlos no podes …!-
-¡Claro que puedo y podés! Y los dos lo necesitamos –
-¡Es una … –
Mis labios en sus labios, silenciaron su, aparente, protesta.
Mi mano derecha en su entrepiernas extinguió, antes de nacer, cualquier resistencia a su propensión de ceder a su naturaleza de hembra excitada.
-Carlos, ….
es una guachada ….
Hector y Mariel internados …y nosotros ….
–
– … vamos a hacer el amor ….
–
Sin oposición, la despojé del corpiño y me concentre de lleno en sus pezones erectos con palmas, dedos, labios y lengua.
Ella, metió una mano dentro de mi pantalón y rodeó mi miembro tieso.
Entre suspiros y gemidos, filtró una ironía:
-.
mmmm ….
Decime … ¿está tan …ahhhhh … sublevado por … mmmm ….
mi?-
-¡No si va a ser por las sales minerales de las termas! – le seguí el juego.
Apartó la sábana, bajó un poco mi pantalón, mi pene saltó erecto e hinchado con las venas marcadas totalmente afuera, me dio un pequeño beso en la boca, volvió a tomarlo en sus manos, amagó erguirse, con la intención evidente, de metérselo en la boca.
No la dejé:
-Otra vez será, muñeca ….
de momento vamos a coger ….
como cogían nuestros padres –
Asintió con la cabeza.
Manotee la bombachita que, rauda, salió por sus pies y fue a dar en el piso, seguida por mi piyama.
Me trepé entre sus piernas abiertas, fiel a su obstinación volvió a meter mano a mi miembro y lo acomodó.
Sólo tenía que empujar.
Empujé y percibí la bienvenida adentro de ella:
-¡ Ahhhhh ….
siiiiiiii, ….
mmmmmmmm!!-
Comencé a cogerla con exaltación y fogosidad, excitado como nunca.
Sus movimientos se intensificaron, sentí cómo la humedad de su sexo aumentaba, mi entra y sale me devolvía un chasquido morboso, intenso, cavernario que invadía mis sentidos.
Gotas de sudor caían de mi cara a la suya y sus gemidos, quejidos y gritos –tuvo por lo menos dos orgasmos- retumbaban en mi cabeza.
Me remontó al cenit del placer corporal y, desde allí, solté, en su gozosa cavidad, más semen que todo el mes en mi esposa.
Estuvimos un buen rato superpuestos, otro más prolongado cabeza a cabeza en la misma almohada, “tirándonos” flores.
Fui a la heladera y serví un vaso de gaseosa para cada uno y regresé a su lado.
Una vez rehidratados, mi verga pasó de derrumbada, a algo floja, a sólo floja, a aceptablemente erguida.
Empecé a chuparle los pezones, uno en la boca y pellizcaba con los dedos el otro, poco a poco fui bajando pasando la lengua por todo su cuerpo hasta que le metí la lengua en la concha, ella se abrió de piernas a más no poder, le introduje dos dedos y, con la lengua, la emprendí con el clítoris.
Gritaba de placer:
-¡Másss … dame másss ….
Ahhhhhh –
Saqué los dedos y metí la lengua lo que más pude dentro de la concha.
-¿Por Diosss ….
No doy másss ….
–
Me puse encima de ella y le metí la verga, nuevamente templada, muy despacio al principio, poco a poco aumenté el ritmo, Florencia comenzó boquiabierta, como que no se lo creía que la estaba cogiendo por segunda vez.
No tardó en “prenderse” y “desenfundar” todo su arsenal de consumada artista de la cama, potenciada por lo prohibido de la sesión de sexo.
Su orgasmo y el mío no se quedaron, en intensidad y goce, atrás de los primeros de la noche.
A la mañana siguiente, nos despertamos desnudos y abrazados.
Al tomar conciencia de la hora, entramos en un torbellino de actividad para, aseo personal, vestirnos y salir disparados a la clínica.
Afortunadamente, los médicos, dieron de alta a nuestras parejas – con la recomendación de que hagan dieta y un par de días de descanso, previo al viaje de regreso-
Con Florencia, una vez instalados nuevamente, los cuatro, en el departamento, salimos de compras para surtirnos de lo necesario.
En el auto, antes de bajar con las bolsas de supermercado, nos dimos un beso desaforado.
Le susurré al oído:
-Está mal lo que digo, pero es la pura: bienvenida la batería, todavía me sorprendo de la intensidad de las sensaciones que sos capaz de provocarme.
–
-Y vos a mí, creo que mejoraste mi vida y me siento feliz por ello – replicó.
Sigue la amistad de los cuatro, tramposa por partida doble.
De vez en cuando los encuentros son de a dos.
Estimo que falta mucho para que agotemos el repertorio de variantes y juegos íntimos e indecentes.
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