"CURIOSA INFIDELIDAD " (parte 1)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
No hablamos mucho en ese momento, mi mirada esquivaba la suya, mi cerebro y mis pensamientos aun estaban confusos.
Hasta que simplemente me abalancé sobre ella y la besé, la cogí de la cintura y metí mi mano bajo su camiseta para sentir su piel.
Aquel día no follamos, pero supimos que habíamos empezado algo que no podríamos parar facilmente.
Los mensajes de móvil no cesaron los días siguientes.
Por las mañanas, por las noches; ahí estábamos, conectados y con el recuerdo del encuentro en la memoria.
¿Cómo llevar esa situación adelante?– ¿debería?– seguramente no.
Pero la hermana de mi mujer siempre me había llamado la atención a pesar de tener 10 años más que yo.
Era una mujer casada, tenía dos hijos, mucha simpatía y un morbo que me dieron ganas de follármela casi desde que la conocí.
Delgada, un poco más bajita que yo, pelirroja de pelo rizado, ojos verdes, unos pechos pequeños, un culo apetecible.
Pero eso, era la hermana de mi mujer.
Los mensajes fueron subiendo de tono, se fueron poniendo calientes.
Ya sabíamos lo que venía.
Era inminente.
¿Dónde me recoges?– le pregunté un par de días después.
Al salir del trabajo, me acerqué a una estación de tren de un pueblo contiguo, para no levantar sospechas y evitar cualquier peligro.
Ella me recogió en su coche, como lo haría muchas otras veces después de ese día.
Nos dirigimos hacía una zona medio industrial, algo poco transitado, y aparcamos.
Cambiamos de sitio hacia la parte trasera del vehículo, donde no hubiera nada por medio.
Cubrimos las ventanas con lo que pudimos para evitar alguna posible mirada indiscreta.
Acto seguido nos besamos.
Como si no hubiera mañana.
Ya no había marcha atrás.
Mi cuñada iba a ser mía.
La cogí por la cintura otra vez, como en el primer encuentro.
La cogí fuerte hacia mi, mientras seguía besándola, comiéndome sus labios, su cuello, y acariciándole el culo por debajo de sus braguitas con la mano que me quedaba libre, adentrando tanto que con la punta de mis dedos se podía palpar su humedad y toda su calentura.
Quería saborear esa humedad, olerla, quería saber a lo que sabía mi cuñada.
Quería comerme su humedad.
–Te quiero follar.
Te quiero comer ese coñito– no paraba yo de pensar en mis adentros.
La tenía tan dura cuando ella empezó su excursión por mis pantalones.
Aquel día tampoco me la follé.
Fue el primer paso de otros muchos en el que esta mujer, mi cuñada, hizo todo lo posible por mantenerme enganchado a ella.
Me quitó el cinturón, desabrochó mi pantalón, me los bajó y metió su mano bajo mis calzoncillos.
Su boca se hacía agua, sus pupilas ya estaban dilatadas.
Se le podía ver tan caliente como hace mucho tiempo que no lo estaba.
Cuando mi polla se hundió en su boca no lo pude creer.
La hermana de mi mujer me la estaba chupando.
Una mujer casada, madre y esposa, y mayor que yo.
Ella, la de las fiestas familiares, la de las navidades, la de los domingos en casa de nuestros suegros.
Ella, mi cuñada, estaba ahí, relamiendo todo mi sexo con ansias, engullendo mi polla casi hasta el fondo.
Cogiéndola con sus pequeñas manos, como si quisiera evitar que me escapase de ahí.
Apretándola y mojándola con su saliva, ahogándola entre sus labios y su lengua.
Una delicia.
Yo estaba entregado.
No quería que esa mamada acabase nunca.
Me la estaba comiendo con ganas, casi parecía que quería tragársela toda, que fuese para ella y para nadie más.
Su lengua recorrió cada centímetro de mi glande, de mis huevos, de todo.
Mi mano sujetaba su melena rizada mientras ella no paraba chupar.
Mi otra mano buscaba sus tetas, sentir sus pezones duros y excitados.
Era el primer encuentro sexual que manteníamos, el primero, y ya me la estaba comiendo como no lo había hecho ninguna otra.
Yo ya estaba en éxtasis, entregado a cualquier cosa que pudiera pasar.
Pero después de tan rica mamada solo podía suceder una cosa: correrme.
Ella estaba dispuesta a todo y no dudó ni un segundo en recibir la ráfaga de leche que mis huevos almacenaban.
La recibió, dentro de su boca, como quién espera saborear el mejor de los manjares.
Aunque no fue así siempre, ese día no se la bebió, pero absorbió hasta la última gota antes limpiarse la boca.
Yo por las nubes, advertí que el tiempo que teníamos se estaba acabando y le dije que había que volver a nuestras vidas.
Yo con su hermana y ella con su marido.
Ese día me convertí en un infiel, y no en uno cualquiera.
Ese día una fantasía se volvió real.
Ese día descubrí a la zorrita que habitaba en el interior de la hermana de mi mujer.
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