DOÑA TERESA 1
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
La casa de mi amigo estaba edificada en un terreno largo que tenía dos frentes, a calles paralelas, y sus padres habían construido su casa hacia la calle menos transitada.
Hacia la otra calle construyeron dos accesorias para rentarla a comercios y, sobre de ellas, un departamento, también para rentar.
Ambos padres trabajaban en la mañana y mi amigo quedaba solo.
Conocí a mi amigo cuando coincidimos en el último año de la primaria, pero en el momento de los hechos relatados ya estábamos estudiando la secundaria, en el turno vespertino, en la CDMX.
Aprendimos a pajearnos y, a veces, cuando no estaban sus padres, competíamos para ver quién lanzaba el chorro más lejos.
También con frecuencia verificábamos de qué tamaño teníamos los penes, no había gran diferencia, pero como estábamos en crecimiento, había variaciones de un mes a otro.
el chiste era comparar lo ralo de los incipientes vellos y medirnos el pito.
Lo hacíamos colocándonos de frente, los juntábamos deteniéndolos con una mano y con la otra, medíamos dedo a dedo cuál era la longitud de cada pene.
Me gustaba hacerlo examinando y acariciando la verga de mi amigo.
A él más, pues siempre ideaba algo para comparar mejor y me explicaba de bulto cómo hacerlo, Así, medimos: el tamaño y peso de los huevos, la elasticidad del escroto y del prepucio, etcétera.
En el departamento que rentaban sus padres vivía una pareja relativamente joven, ninguno pasaba de los treinta años, con dos hijos menores de siete años; según me dijo mi amigo, la pareja reñía con mucha frecuencia, al parecer porque Doña Teresa, la señora, tenía un amante y él escuchaba los diálogos porque la ventana de la recámara, que era de piso a techo, daba a una zotehuela (patio trasero de una casa, destinado generalmente a lavar y tender la ropa) y se podía escuchar y ver mucho de lo que acontecía desde la pequeña ventana de un cuarto que situado en la azotea de su casa.
Una mañana que terminamos una tarea en su casa, fuimos al cuarto de la azotea y tuvimos la buena fortuna de ver cómo se cogía el amante a la vecina ya que la cama estaba casi pegada a la ventana y desde nuestra posición se podía ver todo.
Aunque fue poco el tiempo que miramos, nos tocó ver que lo hicieron en varias posiciones.
Cuando empezamos a ver las escenas de amor, nos acariciamos la verga sobre el pantalón, el amante estaba desnudo y acostado boca arriba, y doña Teresa, también sin ropa, le daba una mamada, le recorrió el tronco con la lengua para concentrarse en los huevos, los cuales le chupaba haciéndole una chaqueta lenta, pronto cambió por una cubana, envolviendo con sus chichotas, de areolas guindas que resaltaban en la piel blanca de sus ubres, al pene de unos 20 centímetros de largo y circundado de su amante.
Nosotros nos sacamos los penes para jalarlos con lentitud.
Después ella lo cabalgó un rato, gritando “Te amo por esta cosota que sabe hacerme muy feliz, Guillermo”.
Doña Teresa se vino y su amante aguantó sin venirse.
Ella se tiró hacia adelante, quedando de rodillas, al tiempo que el tal Guillermo se incorporaba para que la verga no se le saliera.
Sin embargo, se la sacó y se la empezó a meter por el culo.
Doña Gloria gritaba “Qué rico, mi amor, qué rico”.
Nosotros ya nos habíamos bajado los pantalones para jalárnosla a gusto, mi amigo tomó mi mano y la colocó en su pene para que yo lo pajeara y él tomó el mío para hacer lo mismo.
¡Estábamos tan calientes que no me importó hacer eso!
El tipo eyaculó abundantemente, le sacó la verga y la exprimió sobre las nalgas de doña Gloria, a las cuales les dejó un beso de despedida.
Se vistió y se fue dejando a la señora acostada y mientras veíamos cómo le escurría el semen entre los pelos de la vagina roja y abierta, nos venimos casi al mismo tiempo, soltando sendos pares de chorros de leche ¡Uff, delicioso…! Nos sentamos en un sillón arrumbado que tenían en el cuarto, sin subirnos los pantalones pues todo el tiempo estuvimos mirando de pie, casi de puntas para poder ver, y estábamos agotados.
No pasaron ni diez minutos cuando escuchamos gritos.
El esposo había llegado y se encontró con la esposa encuerada y bien servida.
CONTINUARÁ
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