DOÑA TERESA 4, y último
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Sólo vimos otro par de veces a doña Teresa cogiendo con su marido, al parecer le cumplió la promesa de no llevar a los amantes a la casa.
Alguna vez tuve oportunidad de verla de cerca en una tienda de abarrotes del barrio.
Su cara era hermosa y se me antojaba acariciarle las chiches.
Ella me miró con recelo pues me le acercaba mucho, pero no era para cumplir el antojo, sino para olerla: su aroma era delicioso y se me paraba la verga con aspirar su perfume de mujer, con el tiempo supe que eran las feromonas que despedía la mujer en celo, ¡claro, ella siempre estaba lista para coger!, según lo que escuchamos les contaba a sus amigas por teléfono.
Otra de esas veces, vimos cómo hizo venir a su marido con puras mamadas en los huevos: Ella jugaba con una mano levantándole y bajándole el pellejo, se metía a la boca un huevo, estirándolo después hasta que se le salía de la boca y le acariciaba el otro testículo con la otra mano.
Alternaba el trabajo de manos boca y huevos.
Acostado, el esposo gozaba de las caricias sin dejar de recordarle que era una puta y que seguramente así de rico trataba a sus amantes.
Ella se limitaba a sentir y a preguntarle si acaso a él no le gustaba lo que aprendía en otros cuerpos.
También, el marido le preguntaba sobre el tamaño de las bolas de sus socios y ella le decía que él era el más huevón y que su pene quedaba empatado en segundo lugar con el de Carlos, pero que todos sabían moverlo muy bien.
Nos enteramos que Guillermo era el más lechudo, pero que su semen era de sabor ligero como el yogurt, en cambio el del marido era de sabor fuerte.
Así pasaba el tiempo entre chupadas, meneos y caricias, el marido se quedó callado y al poco rato gritó “¡Ya me voy a venir, Nena, me vengo…!”; doña Teresa sin soltar lo que tenía en sus manos se acomodó para recibir en la boca el chorro de semen, le exprimió el tronco sin dejar de chupar el glande, en tanto que el marido se convulsionaba gritando “Puta” en cada eyaculación que la mujer tragaba con deleite, además de recuperar con los dedos lo que se le escapaba de la boca.
Una vez que ella se puso a la par del extenuado marido para besarle la cara y presionarle el pene contra la panza con la palma de la mano abierta para rodar el cilindro menguado que dejaba un arco de baba en su recorrido, mi amigo y yo nos miramos, nos desnudamos y nos tiramos en el sofá haciendo un 69 para imitar los mimos que vimos hacer a doña Teresa.
Me gustó esa experiencia, pues pude meterme los dos huevos de mi amigo simultáneamente, tuve que hacer mucho esfuerzo.
Mi amigo también lo logró.
Duramos poco así pues sentíamos dolor en las quijadas.
Me gustó lamerle y chuparle el escroto y acariciarle con ternura las bolas, le jalé el pellejo, lo hice venirse pronto y con mi boca llena de semen lo empecé a deglutir con deleite.
Mi amigo suspendió su trabajo para gozar del momento y lo reanudó cuando, a pesar de las exprimidas que le daba, ya no le salía nada a su penecito, el cual quedaba ahora de unos tres centímetros.
Cuando él continuó, se lo metí en la boca y lo agarré de la cabeza sacudiéndosela para cogérmelo así, me moví diciéndole cosas similares a “puto, sigue mamando hasta que me venga”, “mama, putito, trágate toda mi verga, mama”, así hasta que me vine, llenándole la boca y miré cómo le chorreaba mi esperma por las comisuras.
Cuando se acabaron mis eyaculaciones, él estaba muy maltratado y se quedó sentado.
Lo abracé y le dije “No lo desperdicies”, lamiendo el semen que escurría en la cara y con un beso se lo depositaba en la boca.
Nos besamos apasionadamente mientras con nuestras manos nos acariciábamos todo el cuerpo, poniendo énfasis en las nalgas y la verga del otro.
En la última ocasión que vimos el show de doña Tere y su cornudo, apenas escuchamos que el marido le decía “Qué bueno que ya llegaste, putita.
¿Vienes bien servida?” y la señora contestó, “Sí, como te gusta”, nos quitamos la ropa y nos asomamos para ver cómo se desnudaban.
El marido se acostó boca arriba y ella se sentó, literalmente, sobre su cara mientras se mecía bañándolo de sus jugos revueltos con el semen del amante.
“Carlos”, le dijo el esposo, quien soportaba cómo se pajeaba su mujer al tallarse el clítoris en su nariz.
—Sí, es de Carlos.
Está rico, ¿verdad? —corroboró ella—.
Le conté que me estabas esperando en casa y me dijo que me aseara antes.
A lo que le contesté que no, que si tú me querías coger así, te atuvieras a las consecuencias.
—Ja, ja, ja —rio el marido.
—No te rías, él se asustó y me insistió en el aseo.
Yo le dije que él me había hecho el amor sabiendo que tú me habías cogido antes y que además te quedaste con ganas, justo es que tú hicieras el mismo sacrificio que él.
—¡Puta, me sacrifico cada vez que te cojan, siempre y cuando tu tengas orgasmos también!
—Sigue chupando, mi amor ahí viene otro chiquitico —exigió la señora Tere a su marido tallándose con más fruición.
—¡Ah, que rico es coger rico! —dijo por último antes de desplomarse hacia la cama, y su marido siguió chupándole la vagina.
Nosotros, mientras mirábamos la escena, nos abrazamos y restregamos el pene sobre el cuerpo del otro.
En uno de los abrazos, mi amigo quedó atrás de mí con el pito parado sobre la línea de mis nalgas, escurriendo de líquido preseminal.
Como él seguía viendo, juntó su mejilla a la mía, me dio un beso en la comisura de los labios y siguió viendo cómo se movía doña Tere y meneándome el aparato desde los huevos.
Al sentir el líquido en mis nalgas le tomé el falo y lo tallé de arriba hacia abajo, la verga se deslizaba fácilmente con la viscosidad del lubricante.
A veces, él se hacía hacia adelante, punteándome el culo.
Me jalaba el escroto y me chaqueteaba lentamente y yo tallaba su verga en mis nalgas con más furor.
Disfrutábamos deliciosamente de nuestras caricias, pero no nos perdíamos nada de lo que ocurría en la recámara que veíamos hacia abajo.
Cuando la señora se levantó de la cama y salió de escena, nosotros nos abrazamos y desnudos nos besamos.
Acabamos otra vez con un 69 en el sillón paladeando el semen.
Al poco tiempo, al concluir la secundaria, la familia de mi amigo se cambió de barrio y ya no los volví a ver, ni supe si doña Tere y su esposo siguieron allí.
Pero esos hechos siempre me han hecho reflexionar sobre lo compleja que es la sexualidad y no mostrar prejuicios ante las conductas de otros.
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