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Fantasías / Parodias, Infidelidad, Orgias

El Castillo de Naipes que Derrumbé – (Parte 1)

Sara describe su vida en Tijuana con Ethan, su cuerpo atrapando miradas y su pelea por los papeles. Harta, contacta a un pollero y se va en la noche sin decirle nada, tomando una decisión estúpida que la llevará al borde del abismo en solo días..
Soy Sara, y estoy jodida. Tengo 23 años, y mientras escribo esto, siento el corazón latiéndome en la garganta como si quisiera salírseme del pecho. Hace dos meses, mi vida era un departamento chiquito en Tijuana, un novio que me miraba como si fuera un rompecabezas, y un sueño de cruzar la frontera que se me escapaba como arena. Ahora, todo es un desastre, y no sé si voy a sobrevivir a lo que hice. No sé por qué te lo cuento a ti, una extraña, pero necesito sacarlo, aunque sea en palabras que nunca diré en voz alta. Mi novio, Ethan, es un maldito detective sin placa, y si descubre esto, me va a destrozar con una sola mirada de esos ojos grises que ven todo.
Vivo —vivía— en Tijuana, donde el calor te aplasta como una bota y el polvo se te mete hasta los huesos. Mido 1.68, y mi cuerpo siempre ha sido un imán para las miradas: tetas grandes, llenas, que se marcan bajo las blusas si no me pongo un sostén decente, con pezones café que parecen gritar cuando hace frío. Mi cintura es estrecha, mis caderas anchas, y mi culo, redondo y firme, estira los jeans hasta que siento las costuras quejarse. Mi pelo castaño claro, rizado como un maldito huracán, me llega a la cintura, siempre suelto aunque se enrede con el sudor. Mis ojos cafés tienen pestañas largas que tiemblan cuando estoy nerviosa, y mi piel canela brilla como si acabara de salir del sol. Mis muslos son gruesos, con uñas pintadas de negro que nadie nota pero que me hacen sentir yo.
Ethan, mi novio, tiene 19, y es un maldito roble. Mide 1.90, con hombros anchos y brazos que podrían partirme en dos si quisiera. Su pecho es duro, su pelo negro corto y desordenado, peinado con los dedos como si no le importara. Sus ojos grises son fríos, calculadores, como si siempre estuviera buscando la pieza que falta. Habla español perfecto, aunque es gringo de Misuri, y su voz grave me corta como navaja. Es metódico, piensa cada palabra, y cuando me mira, siento que ya sabe lo que escondo aunque no lo diga.
Hace dos meses, vivíamos en un departamento de mierda en Tijuana, con paredes agrietadas y un ventilador que sonaba como tractor. Yo no era ciudadana, pero mi tío Raúl, que vive en San Diego, estaba arreglando mis papeles para cruzar legalmente como su dependiente. Faltaban dos semanas, solo dos malditas semanas, y Ethan no paraba de repetírmelo. “Sara, lo legal es lo seguro. No seas terca, carajo”, decía, sentado en el sillón con una cerveza, sus ojos grises clavados en mí mientras yo caminaba de un lado a otro como leona enjaulada.
—Estoy harta, Ethan —le grité una noche, tirando un plato al fregadero con más fuerza de la que quería—. ¡Harta del calor, de esperar, de este pinche lugar que me asfixia!
—Tranquila, mi amor —respondió, su voz calmada pero firme, levantándose para agarrarme de los brazos—. Ya casi, Sara. No hagas una pendejada ahora.
Pero no le hice caso. El calor me quemaba la piel, el polvo me ahogaba, y la idea de esperar dos semanas más me hacía querer arrancarme el pelo. Esa noche, mientras él dormía, saqué mi celular y contacté a un pollero que una amiga me había pasado. “Diez mil pesos, morra. En cuatro días te cruzo”, dijo el tipo por teléfono, su voz rasposa como lija. Saqué el dinero que había ahorrado limpiando casas y de cuando aún estaba en la uni, lo metí en una bolsa de plástico, y cuatro días antes de que mis papeles llegaran, me fui.
Era medianoche cuando salí del departamento, con una mochila vieja, unos jeans gastados que me apretaban el culo, y una camiseta gris que se me pegaba al sudor. No miré atrás, aunque sentía los ojos de Ethan en mi nuca, como si supiera que estaba jodiendo todo. Caminé por calles oscuras, el aire oliendo a gasolina y tierra seca, hasta un punto cerca donde el pollero me dijo que esperara. Mi pelo rizado se me pegaba a la cara, mis tetas rebotando bajo la camiseta mientras corría para no llegar tarde. Los nervios me comían viva, pero también había una chispa de esperanza —o idiotez— que me decía que esto era mi salida.
El pollero llegó en una camioneta destartalada, un tipo gordo con bigote y una gorra de los Yankees. “Súbete, morra. Vamos rapidito”, gruñó, y yo obedecí, apretando la mochila contra mi pecho. En la parte trasera había otros cinco: todos hombres, con ojos que me desnudaban antes de que abriera la boca. Sentí un nudo en el estómago, pero no había vuelta atrás.
—Qué chula estás —dijo uno, un tipo bajito con tatuajes en el cuello, mientras la camioneta arrancaba. Los otros rieron, y yo bajé la mirada, mis pestañas temblando. Mi piel canela brillaba de sudor bajo la luz de un farol que se colaba por la ventana, y mi culo apretado contra el asiento sentía cada bache como un recordatorio de lo estúpida que estaba siendo.
—No te preocupes, yo te cuido”, susurró otro, un chavo flaco de unos 25 años que después supe que se llamaba Miguel. Tenía pelo negro, ojos oscuros y manos ásperas que parecían haber trabajado toda la vida. Se acercó más, su aliento oliendo a tabaco. “Fingimos que somos casados, ¿sí? Así no te tocan estos cabrones”.
Asentí, mi voz atrapada en la garganta. No sabía si confiar en él, pero sus ojos parecían menos hambrientos que los de los otros. La camioneta siguió, el calor pegajoso haciéndome sudar más, mi camiseta marcando mis tetas grandes como si fueran un maldito cartel. Ethan estaba a kilómetros, probablemente durmiendo, y yo aquí, con un desconocido que decía ser mi marido y un futuro que no podía ver. Siguiendo un poco su juego, el me beso en la boca mientras me agarraba las nalgas y yo le seguí un poco el juego, cediendo por el miedo.
Esa noche, tomé la decisión más tonta de mi vida, y el castillo de naipes que era mi mundo empezó a tambalearse. No sabía que en solo unas horas, todo se iba a derrumbar.

1128 Lecturas/14 abril, 2025/0 Comentarios/por Arya la redactora
Etiquetas: amiga, culo, flaco, gordo, marido, novio
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