El chico de al lado. Parte 5
Última parte .
[[[ 12 ]]]
Zorra riquilla
Entonces me tomó, él, varios centímetros más bajo que yo, y muy delgado, me tomó con una fuerza increíble entre sus brazos. Me tomó y me apretó contra él, como si fuera de su propiedad. Y yo sentía esa fuerza, esa ira, ese deseo correr por sus venas. Y me sentía asustada, amedrentada, me hacía creer que realmente era suya, le pertenecía y no tenía derecho a reclamar ni a oponerme en lo absoluto.
-tú. tú pequeña zorra-
Me dijo casi entre dientes, pues su mandíbula seguía entroncada.
Yo estaba atónita, viéndolo a los ojos. Buscando un poco de cordura en su interior. Pero solo había deseo, locura, fuego, había un calor inmenso dentro de él, un calor acumulado por mucho tiempo, pensamientos y sentimientos que debían de haber sido transmitidos a mí desde hace mucho y que hasta ahora, todos juntos, estaban llegando a mí como un golpe de volcán, como una explosión.
Reaccioné un poco, trate de zafarme. no podía gritar por qué mi voz estaba sofocada con sus abrazos. Me revolví entre ellos pero no podía liberarme. Mis lentes cayeron al suelo. El seguía apretándome, con su rostro muy cerca del mío, oliéndome, saboreándome como cualquier cazador a su presa, a su víctima.
-por favor, dejammmmm-
Me besó. Puso una mano en mi nuca y me apretó contra sus labios. Yo abrí la boca por sorpresa y el lanzó su lengua dentro, pegajosa, ardiente. Me besó y su saliva estaba hirviendo, evaporándose junto a la mía. Su lengua recorría, hurgaba, invadía. Yo seguía luchando sin éxito. Bajó su otra mano hacia mi trasero, apretó mi nalga derecha con fuerza, me hizo daño. Estaba completamente siendo dominada, atacada. Era una presa, un objeto, le pertenecía y él me estaba tomando suya. Seguía besándome, ahogando mis gritos, apresando mi nuca con su mano derecha. Su otra mano estaba recorriendo mi espalda hasta mi nalga, la apresaba con toda la palma y la apretaba con todas sus fuerzas. Volvía a soltarla y jugaba con ella. La levantaba y la dejaba caer para volverla a tomarla con fuerza. Regresaba masajeándola y volvía a pasar a mi espalda baja y repetía el proceso. Mi brazo derecho estaba atrapado bajo su brazo tenso y duro como metal, y con mi mano izquierda, puesta en su pecho, trataba de empujarlo hacia atrás pero era imposible. Era ahora más que un hombre, más que un macho. Era un animal cegado por el deseo. Podía sentir un calor abrasador en todo su cuerpo, en el vapor de sus exhalaciones agitadas. Sabía perfectamente que si no luchaba con todas mis fuerzas, esto podía terminar de mala manera, así que seguí luchando, tratando de gritar dentro de su boca que me comía los labios y la lengua como un hambriento ante su primer alimento en meses, años, y le estaba resultando un verdadero manjar. Pero yo no lograba emitir ningún sonido que pudiera escucharse más allá de unos pasos de nosotros. El único ruido que podía escucharse era su respiración agitada y el tronar acuoso y espeso de sus besos dentro de mi boca. Besos húmedos, aceitosos, hirvientes. Forcejeaba dentro de sus brazos como una loca pero no podía moverlo ni un centímetro de su posición. Era un roble, una estatua inamovible que me estaba consumiendo. Tenía que encontrar una manera. Pensé en mis rodillas. Si podía impulsarme con suficiente fuerza, podría azotarle un duro golpe en sus genitales, eso tendría que hacerlo aflojar un poco y podría zafarme y pedir ayuda. A punto estaba de intentarlo cuando con la mano que apretaba mi nuca, tomó un mechón considerable de mi cabello y tiro de él con fuerza hacia atrás. Mi cabeza se tiró para atrás y el saco su lengua de mi boca y pasó a lamerme y succionarme la barbilla, después bajo a mi cuello y lo recorrió desesperado, besando, lamiendo, babeándome. Sin dejar de tirarme del cabello se acercó a mi oído e introdujo un amasijo ardiente de carne húmeda que me hizo estremecerme. Con voz pastosa y ronca me dijo:
– zorra. Haz colmado mi paciencia. Haz acabado con mi cordura y es totalmente tu culpa. Eres una zorra riquilla.
Me di cuenta que tenía mi boca libre para gritar por ayuda. Era el momento. Pero cuando dijo esas últimas palabras; «zorra riquilla» algo dentro de mí bombeo sangre a cada parte de mi cuerpo. Un temblor que elevó mi temperatura a la par de la suya. Mi sexo se hinchó y contrajo repetidamente… y me gustó, realmente sentí placer. El grito que intenté quedo ahogado en mi garganta y cerré los ojos para asimilar lo que estaba sintiendo. Soltó un poco la presión con que jalaba mi cabello sin dejar de tirar de él completamente y mi cabeza volvió un poco a su posición natural. Siguió besándome bajo el oído y llego de nueva cuenta a mi cuello. Yo había bajado un poco la fuerza con la que lo empujaba hacia atrás y me revolvía un poco menos entre sus brazos.
¡Pum!, otro fuerte tirón de mi cabello, un poco más intenso que el anterior. De nueva cuenta mi cabeza se dobló hacia atrás. Volvió a meter su enferma lengua esta vez en mi oído izquierdo.
– ¿Te gusta zorra? ¿Que te deseen con tanta fuerza? he pasado meses deseando tenerte. Y tú, no hacías más que contonearte, pasearte por ahí haciéndome sufrir a distancia. Sé que te gusta. Zorra adinerada.
–
Otro golpe a mis emociones. Abrí mis ojos como platos y afloje un poco más mi lucha para zafarme. Su otra mano continuaba indagando mi espalda y glúteos a
Su antojo. Los abría un poco, los rodeaba, apresaba, palmeaba, se divertía con mi trasero en mi diminuto bikini. Yo estaba cada vez más débil, me revolvía con menos frecuencia entre sus brazos. Mi sexo, entre pierna y todo en mí estaban ya al borde de derretirse.
Podía sentir su pene hinchado, palpitando contra mi vientre. De nueva cuenta me besó el cuello, los labios, me lamió las mejillas. Continuaba agitado y gimiendo entre murmullos. Recorría mi tersa y blanca piel con su mano por todo el vértice de mi espalda. En un último intento por escapar de este manicomio que estaba invadiendo mi cuerpo y mi ser, lancé un golpe con mi puño cerrado contra su pecho, pero mis fuerzas ya eran nulas. Mis rodillas flaqueaban y si no fuera por cómo estaba apretándome contra él, seguramente habría caído al suelo.
¡Zaz! Otro tirón de mi cabello, esta vez con más fuerza que las anteriores. Mi cabeza por tercera ocasión volvió a doblarse hacia atrás. Pero era diferente, ya no había mueca de dolor o sorpresa en mi rostro. Esta vez, en mí se dibujaba una sonrisa enferma y perdida. Algo se acabó quebrado dentro de mí. Mi conciencia se había hecho añicos. Sonreía con los ojos abiertos mirando al cálido cielo de medio día mientras ese animal me lamía como bestia y volvía a inundar con su ponzoñosa saliva mi oído.
– zorra. Crees que lo tienes todo. No eres más que una zorra con dinero. Pero me perteneces, tú eres mía desde la primera vez que te vi. Ahora vas a ser completamente mía. Te voy hacer mía para toda la eternidad.
Su voz no coincidía con su edad. No venia de su garganta, venía de todo su ser. Era una voz ronca y penetrante.
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Suya
En ese momento deje de luchar por completo. Mis manos quedaron inertes a mis costados. El soltó mi cabello y yo seguía con la mirada perdida y mi sonrisa desquiciada, babeando por las comisuras de mi boca por el calor y el placer que me estaban poseyendo. Sin dejar de apresarme con fuerza, bajo la mano que estuviera tirándome del cabello y empezó a usarla en la misma tarea que su otra compañera. Con sus dos manos acaricio y apretó mi culo, después pasó a mi espalda, y tomaba mis senos con la misma intensidad. Mi sexo estaba al borde de incendiarse. Una energía sobrenatural recorrió todo mi cuerpo y lo abracé con toda esa fuerza. Me aferré a su espalda y le clavé las uñas como una fiera, rasgué su espalda una y otra vez. Él siguió manoseandome toda y besándome en la boca. Esta vez yo le correspondí. Metí mi lengua junto con la suya y nuestras salivas ardiendo se mezclaron en nuestras gargantas. Nuestras lenguas libraban una feroz batalla, fundiéndose entre sí.
Debía de ser una escena bastante erótica vista desde afuera, una mujer voluptuosa, casada, con un diminuto bikini y un jovencito con ropa de adolescente besándose con una lujuria descontrolada, con una pasión y un deseo de carne inimaginada. Besándose como si sus vidas dependieran de ello.
Nuestros cuerpos estaban empapados de sudor. Era una mezcla del suyo y el mío, completamente mezclada sobre nuestros cuerpos. No podíamos parar, no existía más mundo que lo que ahí estábamos viviendo.
Él pareció reaccionar a mi intensidad, a mi pasión, a mi deseo por él. Empujaba su entre pierna contra mí con un ritmo cada vez más constante. Sentía su palo chocar contra mí, reclamándome suya, exigiéndome entregarme a él. Y mi sexo palpitaba, se sabia dominado, esclavo, sabía que le pertenecía.
Seguimos besándonos como por 5
Minutos intensos. El me empujó poco a poco para atrás con sus besos, torso y entre pierna. Acabó con los pasos que me separaban de la cama de sol. Trastabillé y caí sentada. Él siguió besándome inclinándose sobre mí. Yo estaba loca, perdida en placer. No me importaba nada más, solo quería ser suya, entregarme, sentirme dominada, esclava, poseída por fuerza. Tomaba mis dos pechos con sus manos y jugaba con ellos muy brusco. Continuábamos besándonos. El ruido de nuestros besos era estrepitoso, acuoso, viscoso, húmedo.
baje mis besos por su barbilla aún con rastros de acné. Lamí su cuello lentamente. Mi lengua era una serpiente que latía y babeaba todo a su paso. Seguí bajando. Él soltó mis pechos y con torpeza se quitó la playera por encima y la arrojó a un lado de la piscina. Tomó con sus manos mi cuello y lentamente guió mis besos a través de su blanco y delgado pecho. Yo lamía y besaba completamente fuera de mí. Seguí bajando por su vientre haciendo un ligero zigzag con mi lengua, ligeros círculos que recolectaban su sudor ardiente en mi lengua. Topé con el elástico de sus shorts y levanté mi mirada enferma hacia su rostro. Me estaba mirando con un deseo calcinante. Tenía sus dos manos sobre mi cabeza y su lengua salía y latigueaba como la de un animal. Totalmente entregada a la locura bajé con mis dos manos el elástico de sus shorts y la cabeza de un amasijo de carne punzante asomó por él. Estaba completamente viva, latía y estaba roja y empapada. Bajé su ropa hasta sus muslos y su pene se extendió cuan largo era ante mí. Tenía un tamaño mucho más grande que el que había imaginado. Era grueso y tenía un aspecto mucho más curtido que el de mi marido a pesar de que seguramente era virgen.
Lo tomé con mi mano derecha y muy despacio realicé un vaivén con el cuero que lo cubría. Cuando estiraba para atrás, su cabeza parecía inflarse más de lo normal y un líquido semi trasparente brotaba del orificio en el centro. Cuando hacía esto él gemía un poco más fuerte y empujaba mi cabeza con sus dos manos hacia su palo.
Nunca he sido muy sucia a la hora del sexo, pero en ese momento estaba en blanco por el deseo. Estaba babeando de ansias por ponerlo en mi boca, por sentirla cuan gruesa era en mi garganta, por probar el sabor dulce de los jugos que de él brotaban. Saqué la punta de mi hinchada lengua y totalmente empapada en saliva, la dirigí lentamente hacia la punta de su exquisito aparato. Él parecia temblar segundos antes de tocarla. La puse de lleno en todo el centro de su cabeza y probé el líquido que estaba expulsando mezclándolo con mi saliva. El gimió casi en un grito. Yo alimente mi locura con sus jugos y poco a poco fui introduciendo toda la cabeza en mi boca, sin dejar de hacer un barrido con mi lengua en la parte de abajo de su glande, iba y venía ensalivándolo todo. Cuando su cabeza estaba completa dentro de mi boca, succione poco a poco mientras seguía lamiendo por debajo. El líquido que brotaba comenzó a ser más abundante. Yo estaba loca por su sabor. Su sabor y mi saliva entraban en mi garganta y tragaba como sedienta. Empecé un ritmo rápido introduciendo cada vez más su pene en mi boca. Centímetro a centímetro iba consumiéndolo. Levante la vista y sus ojos estaban perdidos. Su pecho se agitaba velozmente y sus manos apretaban mis cabellos y trataban de empujarme hacia él metiendo toda su carne en mi garganta. Sus gemidos eran exclamaciones de placer que ahora pienso debieron de escucharse muy lejos. Pero no me importaba, solo pensaba en gozar y que él gozara de mí. Estuve constantemente introduciendo su pene en mi garganta hasta hacerme lagrimear y lo retiraba lentamente mientras mi lengua lo humedecía y babeaba todo. Continúe con este ritmo por mucho tiempo, vuelta loca por el sabor de su carne y por los gemidos de placer y deseo que gritaba el chico como un animal. Su sexo comenzó a hincharse todavía más de lo normal. No cabía duda de que estaba por explotar en una eyaculación abundante. Sabía que si terminaba en mi garganta, difícilmente podría lograr otra erección. La experiencia estaba siendo la más intensa de su vida y acabaría rendido y fulminado. Y yo no quería eso, mi sexo latía a reventar y me pedía tenerlo adentro. Sus gemidos eran ya casi un concierto de placer, sus manos estaban tensas y tiraban de mi pelo con fuerza. Así que era el momento de pasar más allá. A pesar de la fuerza con que me empujaba hacia su sexo, fui sacando poco a poco su hinchado pene de mi garganta y boca. Lucia a punto de reventar, estaba latiendo y venas estaban formándose hinchadas alrededor de su tronco. Al quedar solo la cabeza dentro, chupé y succioné una última vez y termine por sacarlo por completo con un sonoro sonido de succión que siguió de su grito de placer que me hizo temer que ya estaba eyaculando. No lo hizo. Así que me erguí de la camilla y lo bese en el cuello. Él estaba temblando, sus rodillas parecían perder piso. Pasé mis dedos por mis labios y limpié los restos de sus jugos que me escurrían por las comisuras de mi boca y terminé por chuparlos de la manera más sucia que pude. El seguía con el pene latiendo, firme. Me llevé las manos a la espalda y desabroché mi sostén. Mis pechos saltaron del bra, y húmedos y sudados dejaron ver un par de pequeños pezones rozados y duros. De inmediato el uso sus manos para acariciarlos, apretarlos, jugar con ellos. Los dos estábamos en el climax del placer. Me besó con su lengua y acaricio mi culo con sus dos manos. Después fue bajando su lengua y tomando mis dos senos, comenzó a lamerlos, chuparlos, morderlos. Ora el derecho, ora el izquierdo, lo hacía como un verdadero animal demente.
Era ya el momento de entregarme a él por completo. En ese momento todas mis acciones eran guiadas por un profundo, animal, oscuro y desenfrenado instinto dentro de mí. Me zafé de sus brazos y besos y me di la vuelta dándole la espalda. Me incliné un poco sacando el trasero y baje mi bikini lentamente. Mis nalgas lucían esplendorosas para él. Húmeda y sudada terminé por bajarlo y quedar completamente desnuda ante él. No tardó en tomarme de las caderas y como un animal a punto de montar a su hembra, aún con sus shorts enredados en sus tobillos, avanzó hacia mí trastabillándose, balanceando su pene adelante y atrás buscando introducirlo en mi vagina que lucía hinchada y punzante entre mis nalgas. Eso me calentó mucho más. Era un muchacho a punto del colapso que me deseaba con su vida y que ya no tenía conciencia, al igual que yo, solo estaba moviéndose por sus deseos profundos de hacerme suya, de allanarme, de penetrarme como me lo merecía por ser una zorra riquilla. Esos torpes movimientos de deseo me hicieron ponerme a punto de explotar, así que, levanté más mis caderas buscando que me penetrara cuanto antes. En ningún momento llegué a pensar en un preservativo, ni siquiera pensaba en su existencia, o en las consecuencias de nada. En ese momento solo quería a morir consumar el coito y verme llena de su carne en todo mi sexo. Su cabeza palpitante rozó mi vagina. Por ser yo algo más alta que él, tubo que ponerse un poco de puntillas. Mis rodillas parecieron doblarse pero mantuve la postura. Él empujó con fuerza para penetrarme, pero su pene estaba hinchado y mi vagina también, por eso estaba resultando muy difícil que se introdujera. Yo estaba con las manos en la camilla y con el culo levantado, ojos en blanco de placer, babeando y gimiendo mientras sentía como mi sexo poco a poco cedía y la inflamada cabeza de su pene se colaba dentro de mí como un hierro incandescente que fundía todo mi interior. Él tiró su cabeza para atrás, y gimiendo, tomó mis caderas con fuerza y empujó su miembro hasta el fondo. Pude sentir cómo con dificultad, finalmente se abrió paso y topó con mis nalgas que tronaron al impactarse con su vientre. Los dos gemimos como animales, a plena luz del día en mi patio trasero ocultos del mundo solo por una cerca de madera de dos metros.
Dejó su pene en el fondo de mí mientras seguía empujando sus caderas hacia mi y con sus manos, jalaba mis nalgas hacia él con todas sus fuerzas. No dejábamos de bramar como animales. Sentía su pene latir dentro de mi vientre y mi sexo se contraía y relajaba rítmicamente provocando los alaridos de ambos. Comenzó así un vaivén cadencioso. Fue incrementando cada vez la velocidad y a poco tiempo estaba ya embistiéndome como un toro. Mis nalgas se impactaban con su vientre y el sonido era delicioso al sentirme penetrada a fondo por mi joven vecino. Tiraba su cabeza hacia atrás y decía cosas que no entendía. Subió una mano por mi cintura hasta mi seno y lo apretó sin dejar de embestirme. Luego con su otra mano tomo mi cabello y lo jaló con fuerza haciéndome doblar mi cabeza hacia atrás quedando de cara al sol. En esa posición me tubo varios minutos en los que nos estábamos encarnando el uno al otro.
Sabía que el fin estaba cerca por que sus embestidas eran cada vez a una velocidad más intensa y sus gemidos eran más incoherentes y ruidosos. En una de sus embestidas su pene salió por completo y se escapó entre mis piernas. Sin usar las manos jaló sus caderas para atrás y de nueva cuenta busco penetrarme como perro desesperado. Yo paré más el culo vuelta loca de placer y con mi vagina a punto de derretirse. En un segundo, su enorme palo encontró un orificio un poco más arriba y lo penetró con fuerza. Un rayo de dolor me recorrió todo el cuerpo y apenas empezaba a empujar mis caderas adelante para alejarme, cuando con sus dos manos tomó mis caderas y las jaló hacia él con todas sus fuerzas. Algo detrás de mí cedió y de nueva cuenta me vi completamente empalada por ese animal pero esta vez por mi culo. Muchos años sin tener sexo anal hicieron que el dolor y el placer se mezclaran por partes iguales y me hiciera retorcerme en la camilla. Él no me soltó y me embistió el estrecho agujero con fiereza. Mis nalgas se abrían por completo cuando su pene, hinchado como estaba, a punto de reventar y ardiendo, entraba cuan largo y grueso era en mi trasero. Mis gemidos eran ya alaridos. Mis ojos en blanco, mi boca abierta en un rictus de dolor, babeando como una enferma, los ojos abiertos como platos mirando al cielo con mi cabeza tirada hacia atrás como una posesa. Su pene estaba llenando mis entrañas. Estaba derritiendo mi culo y me estaba llevando al limite. Con el ritmo al máximo, sus embestidas reventaban en mis nalgas y ya no pude resistir más. Un estremecimiento me invadió y tuve un orgasmo que no había tenido nunca en mi vida. Chorros de líquido aceitoso corrieron entre mis piernas desde mi vagina. Él estaba al igual que yo al borde del colapso, y sus genitales, duros y completamente llenos, golpeaban en mis nalgas frenéticamente.
Una vez más su pene salió, ahora de mi culo haciendo un sonido de vacío que me hizo sentir que se me salía el alma del cuerpo. Volvió a buscar la penetración y su miembro encontró una muy empapada vagina. Entro casi sin encontrar resistencia y siguió embistiéndome como un loco. El ruido de mis nalgas era atronador en cada penetracion. Su gritos llegaron al máximo nivel. Más de uno afuera seguro que entendían que estaba sucediendo tras las cerca. Tomó mis caderas con todas sus fuerzas y gritando comenzó a correrse como jamás he visto a nadie correrse. Su palo estaba incrustado en lo más profundo de mi vientre y pude sentir como chorros y chorros y más chorros de semen ardiendo salían de él y me llenaban por dentro. Los dos chillábamos como cerdos mientras continuaba llenándome completa por dentro. Sus fuerzas fueron soltándome poco a poco y sin sacar su pene de dentro mío, fue cayendo sobre mí en la camilla. A pesar de no ser muy pesado terminó por tirarme y acabamos los dos rendidos. Él, sobre mis espaldas, acostados en la camilla con su todavía enorme e hinchado palo en el fondo de mi sexo. Nuestras respiraciones estaban agotadas y poco a poco buscábamos jalar aire para regularlas. Mi vagina estaba teniendo sus últimas contracciones y su pene estaba en sus últimos espasmos arrojando aún los últimos chorros de semen en mi interior.
Cuando al fin me calmé, mi mundo se derrumbó. ¿Que había pasado aquí?. Aún mi cuerpo estaba ardiendo pero mi conciencia estaba regresando a mí. Él también precia recobrar cordura, poco a poco comenzó a moverse de nuevo y se impulsó con sus manos en la camilla para quitarse de encima mío. Poco a poco su pene fue saliendo de mi vagina y con un sonido viscoso pudo al fin salir y quedar colgando flácida cuán larga era soltando aún un chorro de su semen y mis jugos entremezclados.
Traté de levantarme pero las fuerzas no me daban para más. Así que volteé mi cabeza para mirarlo. El pelo húmedo de sudor cubría un poco mi rostro. Lo mire y pude ver solo a un joven totalmente asustado. Dio dos pasos para atrás y después un poco más rápido caminó tropezándose con sus shorts. Yo lo seguí con la mirada perdida. En mis ojos empezaban ya a brotar lágrimas y estaban ya tornándose rojos y húmedos. Él subió sus shorts rápido y sin camisa corrió hacia la barda que daba a su casa. La brinco y cayó desparramado del otro lado. Se alejó corriendo.
Llorando me levante como pude. Y avancé muy despacio con un dolor muy intenso en mi culo. Desnuda, entré a mi casa y fui para la ducha. Ya ahí abrí el Agua caliente y me quedé llorando cerca de una hora. Cuando salí me acosté y dormí lo que me precio dos días enteros.
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Conclusión
Mi marido llego días después. Estaba tan feliz como siempre. Me contó sus experiencias y yo fui lo más natural posible pero creo que mi tristeza era notoria. Traté de seguir con mi vida durante un mes, no salía para nada claro está, pero era ya insostenible. Después de ese mes le dije a mi marido que no aguantaba la soledad en esa casa y que quería mudarme lo antes posible. Tras unas cuantas oposiciones de su parte, logre convencerlo y unos días después estábamos ya subiendo las últimas cosas a nuestra camioneta. Cuando salimos y subimos al carro sentía un alivio inmenso por dejar aquel maldito lugar donde mi vida había perdido tanto valor. Donde yo misma había aniquilado mi moral.
No quería voltear hacia aquella casa. Era la primera vez que salía desde aquella tarde. Pero un poder magnético me obligó a hacerlo. Y antes de subir al coche volteé. Él estaba ahí, de pie en la ventana de arriba mirándome fijamente. Sabía que todo lo ocurrido jamás se olvidaría, pero no lo culpaba, ambos teníamos responsabilidad y cada quien asumiría la suya. Subí al auto y antes de perderlo de vista pude notar, o al menos eso creí ver; una sonrisa burlona en su rostro. Una sonrisa que decía que había sido suya una vez y que habría de ser suya por siempre. Aparté mi mirada muy rápido y continue en silencio el resto del viaje. En mi nuevo hogar me sentí más tranquila, hasta que los mareos llegaron. Fueron los 9 meses más horrorosos de mi vida. Ahora todo está un poco mejor, amo a mi marido y amo a mi pequeño bebé. Aveces, por las noches tengo pesadillas y recuerdo como disfrutaba mientras él me hacía suya. Pero supongo que ese es uno de los castigos que pagaré siempre por mi falta. Cuando tengo esas pesadillas me despierto agitada, me levanto de la cama y voy a cerciorarme de que mi bebé se encuentre bien. Lo miro con ternura y le digo cuánto lo amo. Él abre sus ojitos y a su manera me dice que también me ama. Es tan parecido a tu esposo, es idéntico a él, me dicen todas las personas cuando lo ven. Pero en esas noches, justo después de las pesadillas, cuando él me ve y se ríe conmigo, no puedo evitar ver la misma sonrisa burlona en su rostro que vi aquella ultima vez en la ventana. Ese es, y será, el castigo más grande y que jamás podré perdonarme.
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