El Despertar del Ciervo
Este es mi primer relato que me atrevo a publicar sobre las aventuras mías y de mi prometida. Si les gusta lo que escribo diganmelo y publicaré más .
Tu hermosa voz me había despertado, ese susurro inicial tuyo, tan tierna tu caricia auditiva y tus manos suaves acariciando mi mejilla. Besaste mis labios y lo sentí, esa cálida bienvenida tuya con tu labial viscoso, y el aliento con olor a verga que me recordaba la «horrible» tortura. La tortura de saber y consentir que el amor de toda mi vida, la que cargaría mis hijos (si es que eran míos) había tenido una noche de «amigos» con él, con su exnovio, ese macho moreno como la noche que complacía a mi mujer como yo no lo haría.
¿Y cómo lo haría? Teniendo la jaula, palpitando con mi miembro cada vez más corto y prohibido a sentirla por su prometido. Eso sí, no tenía prohibido amarla, consentirla, sentirla, fantasearla. Mi diosa, mi Michelle.
Me gritaste ahora sí, tu voz desesperada me hizo brincar, tu petición era orden y yo me levanté. Me recibiste con una imagen que me rompió el corazón e hizo soltar una lágrima…una lágrima de mi maldito glande enamorado de ti, endiosado por ti. Víctor, tu ex-novio moreno agarrando tu piel blanca de la cintura mientras revisaba su celular tan despreocupado, acariciando tu cuerpo bien sabiendo que te había hecho otras cosas. Dejandomelo bien claro con esas pronunciadas caricias a tu suave cintura. El calor que me dabas al dormir juntos era prestado, sus manos me decían que era todo para él.
Tú, a su lado, como su mujer en facha dominguera; con unos pants grises, tanga turquesa, calcetines con impresión de pata de gato y tú top. Hacía frío esa mañana, por eso estabas así. Eso sí, llevabas un top negro semitransparente, con tus pezones de aureola mediana duros dándome la vista con la que podía fantasear, con la que ese moreno amante tuyo se amamantaba.
Eras su vaca, cogiéndose a sus toros. Y yo tu ciervo cornudo quedándose con la fantasía y ganas. Te amaba, eras mi amor, eras mis pajas y te deseaba, te deseaba como nunca te iba a tener. Me quise acercar a ti, pero me detuviste con tu pie, tu hermoso pie de uñas pintadas de negro, frotando mi pecho y acercándolo a mi cara. Cuando lo tuve cerca te besé, besé tu dedo gordo y lo lamí con hambre.
Quería que sintieras mi amor, y lo hiciste, empezaste a gemir y a tu llamado respondí. Pero también lo hizo Víctor, tu verdadero hombre, quien te miro a los ojos y te beso, mientras frotaba tus pezones, esos pezones que yo deseaba agarrar. Entonces ahí estabas, recibiendo besos del amor que aún palpitaba en su pantalón y tú acariciabas mientras yo hacía mi trabajo de ciervo y perro. Amar y comer las migajas de ti.
Recordaba la noche pasada cuando llegamos tomados de las manos a la casa de tu exnovio, y jugamos un rato antes de que el sacará sus edibles. Esas gomitas de cannabis que te pusieron a poner las canciones que usabas conmigo para hacer el amor. Y con las que antes de conocerme habías hecho el amor con él. Víctor se puso especialmente territorial cuando te llevo a su cuarto y a mí me empujó a quedarme ahí a jugar solo el resto de la noche y tú solo te burlaste. Te burlaste de mi poca hombría y te abrazaste más a tu toro. Esa noche eran de ustedes dos y nada más.
El resto de mi noche la pasé escuchando tus gemidos, tus alaridos, el golpear de sus cuerpos, sus gruñidos, sus besos. Me dormí literalmente muriéndome de ganas, masturbándome (cómo pude) hasta desfallecer, hasta que no pude más. Maldita deliciosa tortura, mi amor podrido por ti, con mi dignidad secuestrada y puesta en una dolorosa jaula.
«Amor ¿Te puedo pedir un favor? Mi querido Víctor aquí tiene hambre ¿Le harías un huevito con jamón de desayuno, y uno también para mí? Porfa ¡Gracias!»
Eso me dijiste ¿Y que hice? Nada, aceptar que tú merecías lo mejor, merecías un macho bien alimentado y mis servicios sin cuestionar. Me puse a hacerles el desayuno, mientras ustedes se sentaban a jugar con su consola como rey y reina…mi reina.
Estaba bien entrado en mi papel de ciervo pocos huevos haciéndoles el desayuno. Pero para la próxima vez que volteé tú me veías a los ojos, relamiendo tus labios y dirigiéndome un beso como los de antaño ¿Acaso era eso? ¿Me estabas llamando a mí? Me daba tantas ilusiones que debía ser imposible, y lo era, después de que descubriste el placer de mis fantasías oscuras contigo ya no había vuelta atrás. Me di cuenta que, la misma mano que me había dado mi caricia de despertador, la misma que tenía el anillo de compromiso; ahora estaba en la ancha, dura y cálida verga negra de tu exnovio.
Bajaste a ella sin dejarme me ver, me estabas dando lo que Víctor me negó, el espectáculo que tanto deseaba de ti. Que tanto amaba de ti. Mi hermosa Michelle.
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