El fruto de la lujuria – Capítulo 2
Dalila vuelve a la oficina con un aspecto anormal y sus compañeros comienzan a hablar a sus espaldas..
Capítulo 2 — El día después.
Suena la alarma. Gabi, mi mujer, se levanta a apagarla. No está muy contenta, el día de ayer fue muy duro y llegué cansado a casa. Comúnmente lo hacemos cada noche, es difícil mantener el ritmo cuando se tiene una niña pequeña. más teniendo otra a punto de llegar.
–Buenos días amor. –Le digo frotándome la cara.
–¿Dormiste bien, querido? –Me pregunta con una voz dulce, como de costumbre.
–Dormí excelente, disculpa por lo de ayer, estaba muy cansado –Dije mientras me levantaba de la cama para besar sus labios.
–Sé que tienes mucho trabajo, de igual forma, ¿te diste cuenta? –Me dice con voz y mirada picarona.
No me había percatado. Había configurado el despertador para que sonase más temprano, quitándome media hora de sueño, que debía hacer valer.
–Eres increíble –Dije soltando una risa suave.
Se metió en la cama y comenzamos a besarnos apasionadamente, llegando a lo obsceno. Yo estaba bastante caliente, Gabriela no había perdido su figura estando embarazada, es más, sus senos habían incrementado de tamaño y a mi es algo que me traía loco. Quisiera que la niña que estamos esperando jamás saliera para poder seguir chupando estas bellezas con este tamaño. Además, fue una fantasía que tenía de joven, cogerme a una preñada.
Dalila. No podía dejar de pensar en ella, ni siquiera a punto de tener sexo con mi mujer. Solo imaginaba sus carnosos labios y piel morena.
–Levántate. –Le dije, mientras me sentaba en el borde de la cama.
Ella supo qué hacer, vino directamente hacía mi pene y su lengua comenzó a jugar con él. Con su mano derecha lo movía, con la izquierda acariciaba mis testículos y con su garganta acariciaba la cabeza. Lo hacía bien, no puedo negarme, pero a mi siempre me gustó ser rudo. Contrario a sus gustos. En ese momento de placer, con la calidez de su boca y su agitada respiración estaba a punto de correrme. Pero era muy pronto y quería fantasear un poco. Cierro mis ojos y levanto mi cabeza hacía el techo, imaginando que Dalila era quien me estaba tragando la verga. Me dejé llevar y sin darme cuenta mi mujer trataba de zafarse porque, inconscientemente, mis manos comenzaron a empujar su cabeza, haciendo que toque mi pelvis con sus labios.
–¿Qué te pasa? –Me pregunta algo enfadada, y tosiendo un poco. –Sabes que no me gusta de ese modo.
–Lo siento, me dejé llevar. Dejaré que tú lo hagas. –Dije, llevando mi mano hacía su hombro. ¿Cuáles serán los gustos de Dalila? –Pensé.
–Se te hará tarde. –Su tono se mantenía enfadado.
–Vamos, no me dejes así –Dalila no lo haría, pensé.
–Es tarde, tengo que alistarme y llevar a Brenda al jardín. –Dijo mientras se retiraba del cuarto
¿Qué fue eso?. Gabriela nunca se había portado así conmigo, no voy a negar que me enfadó, pero no puedo permitirme que lo note. Lo último que quiero son discusiones en mi familia. ¡Maldición! De verdad era tarde. Me dirigí al baño para, por lo menos, cepillarme los dientes antes de partir. Estaba ocupado por Gabi. Escucho unos sollozos viniendo del interior. ¿Tan grave había sido esto, o existe otra razón? Es mejor hablar cuando vuelva, no quiero atrasarme más.
–Adiós, muak muak –Grito, arrojando besos para mis dos damas.
De camino al trabajo, mi ánimo se recobra cuando Dalila entra nuevamente en mis pensamientos. No puedo esperar a verla, quiero ver como luce luego del incidente en el ascensor. Una sonrisa se dibuja en mi rostro.
Llegué unos minutos tarde, pero no me preocupa sabiendo que mi jefe estará fuera un buen tiempo. Me dirijo a mi oficina para comenzar mi rutina laboral. No puedo esperar a que esa morena traiga mi café. Toc toc.
–Adelante –Grito
–Buenos días, señor Camilo –Dijo con ese cautivador acento colombiano.
–Uf, fue un golpe duro. Me refiero a ambas cosas, al accidente de ayer y al hecho de que me sigas llamando señor. –Digo en un tono burlón.
Dalila claramente intentó cubrir el hematoma que pintaba su ojo derecho de un amarillo oscuro. Los polvos pueden disimular el color, aunque no hicieron mucho efecto, pero la hinchazón seguía allí.
–Ay, ni que lo diga. Aún estoy con un fuerte dolor de cabeza. Pero no se preocupe por mí y disfrute el café. –Dijo reposando la taza de café y un vaso de agua para luego levantar unos documentos que tenía en la mesa.
–Hazme saber si necesitas el día libre. –Dije en un tono serio. –Y tomate una de estas cada 4 horas. –Saqué de mi cajón un frasco de pastillas
–No se preocupe, Camilo. Ya tomé algo esta mañana, estaré mejor –Dijo rechazando amablemente mi preocupación
–Tómalas. –Empujé con mi mano el vaso de agua, arrastrándolo hacia ella.
Se quedó callada unos segundos. Creo que mi tono no fue el adecuado. Pero hizo caso. Luego de que su sonrisa volviera a su rostro, tomó una pastilla y se la tomó, junto con el agua. La cual no bebió toda y obviamente terminé, con gusto, una vez que salió de mi oficina.
Ya se acercaba la hora de irnos, durante el día pude observar que Dalila no se encontraba bien. Se levantó al baño varias veces, en una de ellas salió con el cabello recogido. Claramente vomitó. Me gustaba verla de esa manera, débil e indefensa, caminando nauseabunda por el piso de la oficina. Hablando con compañeros en la hora de almuerzo me enteré que, las demás secretarías, rumoreaban que era drogadicta. Claramente no era su mejor día, y para su suerte, yo tenía “mucho trabajo” que hacer.
Me quedé perdiendo el tiempo con mi celular, ella dijo que su “turno terminaba junto al mío”, quería ver hasta dónde llegaría estando enferma. Tres horas, extras, después golpea mi puerta.
–Camilo, lo siento, no me siento para nada bien. –Dice, entrando a mi oficina algo encorvada y con una mano en la cabeza.
–Dalila, no te ves nada bien. ¿Tomaste las pastillas que te dí? –Pregunto interesado.
–Así es, lo hice, pero de nada sirvieron. Parece que el golpe fue más grave de lo que pensé. –Dijo apenada
–Déjame llevarte a tu casa, no puedo dejar que conduzcas así hasta tu casa. –Dije en un tono preocupado
–Ay Camilo, en otro momento me hubiera negado, pero me encuentro tan mal que venía a pedirle justamente eso. No llegué hace mucho y en este estado me da miedo pedirme un taxi. –Dijo avergonzada.
–Ni hablar, ven, vamos a mi auto que te llevo. –Dije, controlando mi entusiasmo.
Una vez en el auto conduje despacio, con la excusa de no hacerla sentir peor con el movimiento del auto, y esperando que las pastillas hagan su efecto. En mitad del camino me estaciono en un centro comercial para comprar analgésicos.
–No te muevas, ya vuelvo –Le dije, poniendo mi mano sobre su pierna.
–Está bien, gracias Camilo. –Balbuceó.
Salí del auto y me quedé detrás de él unos minutos, solo tenía que esperar a que las pastillas la duerman. Y allí estaba, una vez más la tenía dormida y toda para mí. Me subo al coche y conduzco hacía un callejón poco concurrido, donde traía a mi antigua secretaria para ser exacto.
Dalila no estaba completamente desmayada, seguía moviéndose un poco. Pero, en mi experiencia, ya estaba lista como para no recordar nada. La sujeto del cabello tan fuerte como puedo y la acerco a mi cara.
–Que cara de puta que tienes, ¿Dónde quedó esa chica fuerte? –Digo riéndome para luego escupirla.
La saco del auto, arrastrándola hacía una esquina del callejón. Ella sigue balbuceando, pobrecita, no debe entender lo que ocurre, ni lo hará. Las pastillas que le dí se las compré a un querido amigo farmacéutico, son específicamente dos, una para que se quede dormida y otra para que no recuerde nada cuando despierte. Si es que me controlo y puedo despertar.
Una vez fuera y arrojada en el piso, me detengo a observar. Pedazo de bombón el que estoy por devorar. Me da pena desperdiciarla tan rápido, de verdad quiero a Dalila, lo juro, pero no creo que ella se fije en mí. Maldición. Me monto encima de ella, con mis rodillas a ambos lados de su indefenso cuerpo.
–Nunca te fijarías en un hombre como yo, ¡¿No es así?! –Grito. Golpeando, con mi puño, fuertemente su ojo derecho.
Dalila no hace más que balbucear y veo como lágrimas comienzan a caer de sus ojos. Me encanta. Quiero apretar esas enormes tetas tan fuerte como pueda, pero ¿cómo podría explicárselo?. Tengo una opción. Vuelvo a sujetar violentamente sus bien definidos rizos y abro su boca. Con una mano me desabrocho el pantalón dejando al descubierto mi pene y con la otra sujeto a Dalila. Lo tenía tan duro que dolía y lo sumerjo completamente en su boca, presionando tan al fondo como pude. Algo que siempre quise hacer con mi mujer y nunca me dejó. La tuve con mi verga en su garganta un buen rato hasta que comencé a cogerle la boca. Ese hoyo era la gloria. Era mejor que la vagina de mi esposa y por fin podía probar los gruesos labios de esta morena.
No podía correrme en su boca, pero decidí arriesgarme. Debía hacerlo con cuidado de que no quede rastro así que empuje mi verga tan adentro como pude y acabé en su garganta. Quedé impresionado, acabé demasiado, pero era obvio luego de que mi esposa no hubiera terminado su trabajo.
La subí al auto, la limpié un poco y me dirigí al hospital. Quiero conquistar a esta colombiana y para eso primero debo ser su héroe. Conduje tan rápido como pude y una vez allí la ingresaron. El golpe que le dí no fue un problema, ella le contó al doctor el incidente del ascensor y como se desmayó golpeándose la cara contra un soporte. Es la verdad, o al menos su verdad. Lo que en realidad pasó es que el hematoma en su ojo fue a raíz de una patada mía, cuando se encontraba desmayada, a causa de un ataque de pánico que tuvo.
Dalila partió en lágrimas cuando se fue el doctor y quemamos solos. Empecé a preocuparme, ¿a qué se debe su llanto?
–Lo siento, Camilo. Disculpe por hacerle perder su valiosísimo tiempo. –Dijo llorando. –Soy una idiota. –Balbuceo.
Perfecto.
–Dalila, ¿qué estás diciendo?. –Dije fingiendo enfado. –Obviamente no es tu culpa estar enferma y sentirte mal. –Dije en un tono firme y preocupado
–De verdad se lo agradezco, Camilo. Pero no quiero robarle más tiempo, vaya a su casa con su familia. En cuanto me recupere volveré a la oficina con aún más energías. –Dijo tratando de sonreír y mostrar positivismo.
–Está bien, prométeme que te cuidas. –Me acerco a su mejilla y la beso suavemente.
Lo siento Gabi, encontré un hoyo mejor que el de tu vagina, la boca de esta negra, la cual planeo volver a usar pronto.
Gracias por el apoyo del capítulo anterior!. Un comentario tuyo me motiva a seguir escribiendo.
Siguiente capitulo: «El peor día de mi vida»
Muy bueno, ya sabía yo que esto prometía, a esta la vas a sacar partido… Ojalá sea una drogata me pone follarme duro a una guarra puesta de coca se ponen muy cerdas, y yo un hijo de puta JJjJJ.
No tardes con la siguiente entrega