El inquilino 2, continuacion
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por mirutalo.
Hasta que inevitablemente algunas noches atrás,
mientras estábamos los dos de nuevo solos sentados en el sofá, se me ocurrió comentarle que ya tenía lavado y planchado el pijama de la noche en cuestión por si lo necesitaba.
Lo vi tenso al mencionar el tema y decidí tomar la iniciativa.
-He tenido que frotar, las manchas no se iban- dije tratando de poner cierto punto cómico a la situación.
-Gracias.
No sabes cuánto agradezco lo que haces por mi- dijo sincerándose por todo lo ocurrido.
-¡Bah! no es nada.
No tienes porqué agradecérmelo- quise restarle importancia al asunto y tratar de recobrar el buen rollito que habíamos tenido siempre.
-No, en serio, de verdad.
Hacía tiempo que no me sentía tan bien- insistió en agradecerme lo ocurrido, como siempre respetuoso de corazón y muy educadamente.
-Claro hombre es normal.
Siempre de un lado para otro.
No es bueno vivir de hotel en hotel.
Hiciste bien en quedarte alojado con nosotros- traté de hacerle ver que yo tampoco le daba importancia a lo ocurrido y que era agua pasada por mi parte.
-También.
Aunque no me refería a eso- apuntilló.
-¿A qué te refieres entonces?- me dejo intrigada por querer sacar el tema a colación.
-A lo del otro día- dijo insistiendo en sus intenciones por hablar del asunto.
De repente se hizo un silencio incómodo entre los dos.
Ahora era yo la que no quería hablar del tema, por mi parte estaba zanjado el asunto.
-No he podido dejar de pensar en lo que pasó- pronunció con cara de pena.
-Bueno Miguel para serte sincera yo tampoco he podido dejar de pensar en ello.
Pero no puede volver a suceder.
No quiero serle infiel a mi esposo y lo sabes.
Con todo lo quiero.
Es el padre de mi hijo, y aunque agradezco todo lo que haces por nosotros hay ciertas cosas que no pueden volver a ocurrir.
Olvídalo y punto- quise concluir el asunto.
-Ya…el caso es que yo tampoco quiero que le seas infiel a tu esposo.
Es como un amigo para mi – dijo sincerándose.
-Pues eso, zanjemos el asunto- concluí.
-Solo quiero saber una cosa.
Me respondes y me olvido- argumentó esta vez con cara de niño bueno.
-Está bien, que quieres saber- cedí a sus intenciones.
-¿Porque lo hiciste?- preguntó.
-No sé, supongo que me dejé llevar por el momento- respondí sin más.
-¿Te gustó?- insistió en saber más acerca de mis sentimientos.
-No quiero responder a esa pregunta- comenzaba a sentirme molesta por sus preguntas.
-Te gustó- afirmó poniendo en mi boca lo que no había dicho.
-Bueno, sí, vale, me gustó.
Estuvo bien.
Pero ya te lo he dicho antes, no quiero serle infiel a mi esposo.
Tampoco pasó nada del otro mundo.
Amo a mi esposo, y todo debe seguir como hasta ahora.
¿Entendido?- argumenté tratando de poner sensatez.
-Si claro.
Yo tampoco quiero ser un problema.
Al contrario, quiero ser parte de la solución- pronunció poniendo cierto deje de suspense en sus palabras.
-¿A qué te refieres exactamente con eso?- sus palabras lograron mosquearme.
-Vamos Sandra, tu misma me dijiste que desde que estoy aquí os van mejor las cosas a tu marido y a ti- buscó mis propias palabras en su exposición.
-Sí, eso dije- me corroboré en mis palabras.
-Lo ves…- dijo en un tono quisquilloso.
-Pues no, no te sigo.
¿A dónde quieres ir a parar?- quise saber.
-Vamos Sandra reconócelo.
Tú también has buscado provocarme durante todo este tiempo.
No me negarás a estas alturas que ciertos paseítos en ropa interior estaban de más- sus palabras me dejaron de piedra, pero lo cierto es que evidenció con su descripción lo sucedido durante su estancia como inquilino.
Pese a describir la realidad no podía darle la razón.
-Oye, ¿qué quieres decir con eso?.
¿Qué estás insinuando?- me hice la ofendida por sus palabras.
-Solo quiero decir que me encanta que me provoques.
Por mí hazlo siempre que quieras- concluyó sin más.
Yo lo miré cariacontecida sin entender lo que quería decirme.
-Caray Sandra, pues que lo del otro día fue magnífico.
No sé cómo decirlo, pero hacía tiempo que no tenía ningún tipo de caricia con una mujer.
Vamos que me lavo yo solo la ropa y que estaba cansado de tener que lavármela yo solito- utilizó una metáfora que en esos momentos no era capaz de captar.
-Sabes que no me importa, incluso plancharte- respondí inocentemente.
-No sé, si me has entendido bien.
Lo que quería decirte es que nadie me había hecho una paja desde hace lo menos veinte años.
Y que me gustaría….
no sé…, si tú quieres,….
yo…esto…- no se atrevía a continuar.
Le fallaba la voz.
Era un manojo de nervios sin control.
-¿Qué estás insinuando?- le pregunté indignada por lo que entendía me estaba proponiendo.
-No, no, de verdad.
No.
Siento haberte ofendido.
Te pido disculpas.
Lo siento.
Veo que no lo entiendes.
Tienes razón.
Olvidémonos.
¿Ok?- rectificó avergonzado.
-Pues eso- concluí seria a sus palabras.
Después de esta conversación la cosa estuvo tensa un par de días.
Apenas nos dirigíamos la palabra, nos esquivábamos.
Miguel se encerró en su cuarto el mayor tiempo posible y apenas nos mirábamos, si intercambiamos alguna palabra fueron monosílabos y poco más.
Digamos que pasamos unos días a cara de perro.
Por suerte mi marido no se enteraba de nada.
Era una época de gran trabajo y andaba con sus propias preocupaciones.
Yo, por supuesto no le dije nada de lo que había sucedido entre Miguel y yo, y por suerte Miguel también permaneció discreto.
A los pocos día mi marido tuvo que salir de viaje de nuevo, esa noche Miguel apareció por el salón y se sentó a ver la tele un rato conmigo.
-Yo…, esto…, Sandra, he pensado que lo mejor sería que me buscase una pensión.
Para no causaros perjuicio económico me esperaré hasta que encontréis a otro inquilino para irme.
Así no perderéis el dinero que tanto bien os hace- argumentó con un hilo de voz en su garganta notoriamente apenado rompiendo el silencio reinante en el salón hasta el momento.
-No oye Miguel, no quiero que te vayas.
Lo siento mucho yo también que hayamos llegado a esta situación.
Lo siento de verdad.
Quiero que todo vuelva a ser como antes.
Al menos contigo se puede hablar de estos temas con confianza y serenidad.
Creo que soy yo la que debe pedirte disculpas por lo que pasó y por hacerte sentir mal.
Yo soy tan responsable como tú de lo que sucedió- quise poner algo de calma pues en el fondo no quería que Miguel se fuese.
-No insisto.
Es mejor que me marche- me dio la impresión de que lo tenía todo decidido y meditado.
-Vamos Miguel no encontraría mejor inquilino que tú.
Lo sabes.
Además, tendría que dar un montón de explicaciones a mi marido, al que no le iba hacer ninguna gracia que te fueras, y paso de mentirle.
Él también está encantado de tenerte aquí, lo sabes- quise restarle hierro al asunto y tratar de hacerle cambiar de opinión.
-Además…- insistí en mi argumentación- tienes mucha razón en eso que desde que estás aquí todo ha cambiado a mejor-.
Su cara cambió de expresión al escuchar mis palabras.
-¿En serio quieres que me quede?- su rostro se iluminó de repente como el de un niño a pesar de sus arrugas.
-Si por favor- afirmé cogiéndolo de las manos mostrándole complicidad.
-No sabes cuánto me alegra oír eso- dijo observando detenidamente mis manos entre la suyas.
-Anda tonto dame un abrazo- quise sellar la paz entre ambos con gesto tan significativo.
-¡¡Joder tío pero si estas empalmado!!- exclamé al acercar mi cuerpo al suyo y notar su miembro duro como una piedra bajo el pantalón del pijama, al rozarse con mi vientre en el abrazo.
-Joder Sandra es lo que trataba de explicarte el otro día.
Lo que me pasa no es racional.
No puedo evitar pensar en ti todo el día a todas horas.
Te has colado en mi mente.
Simplemente con olerte o rozarte y la reminiscencia hace el resto.
Te juro que no sé qué me pasa, incluso llega a dolerme por momentos.
Desde ese día vivo excitado cada vez que te veo, y eso que ya no te paseas en modelitos, pero no sé lo que me pasa, no puedo evitarlo, me estoy volviendo loco, consigues con tu presencia lo que el viagra no lograba, es un tormento, parezco un adolescente con las hormonas desatadas, no tiene explicación- trató de justificarse absurdamente.
-Pues sí que estás necesitado- me compadecí de él observando atónita su bulto formado bajo el pantalón.
-Mucho.
Lo reconozco.
Por eso te digo que es mejor que me marche.
Soy capaz de cometer una locura y no quiero- dijo medio avergonzado observando mi reacción.
-¿Es verdad lo que me dijiste el otro día?- me pregunté en voz alta al observar su eminente erección bajo los pantalones.
-¿El qué?- quiso saber él.
-Eso de que hacia al menos veinte años que nadie te hacia una paja- pregunté tratando de averiguar lo que durante estos días atrás me rondaba por la cabeza.
-Sabes de sobra que la cosa no iba bien con mi ex esposa- respondió.
-Yo creí que a tu edad la cosa no funcionaba.
Que sin pastillita nada de nada- pregunté curiosa por conocer su respuesta señalando su notable erección bajo el pijama.
-Y así suele ser.
Incluso cuando me lavo la ropa yo solito necesito muchas veces de pastilla.
En cambio es pensar en ti y chica….
– no supo cómo acabar la frase.
-Como que es pensar en mí y nada.
Me debes una explicación- de nuevo interpreté un papel de ofendida que para nada me iba.
-Bueno Sandra no te ofendas, pero desde que te vi en medias y ropa interior no puedo pensar en otra cosa que no sea retener esa imagen en mi memoria.
No sé qué es lo que tienes.
Te juro que hacía tiempo que no recobraba esta vitalidad- dijo desanudando el lazo del pantalón de su pijama para recolocarse bien su miembro ante mi atenta mirada.
-O sea ¿que esa erección es por mi culpa?- me hice la tonta.
Miguel puso cara de perro abandonado sin decir ni una palabra.
No sé por qué lo hice, pero lo hice.
Me senté más cerca de su lado en el mismo sillón, hasta quedar ambos hombro con hombro.
Nos miramos por un instante.
Lo justo para que Miguel comprobase como me mordía los labios en señal de lujuria.
Acaricié su pierna por encima de la fina tela del pantalón del pijama un par de veces, hasta que alcancé la zona donde se juntaban su camiseta y el elástico de su pantalón, luego deslicé lentamente mi mano por debajo de la fina tela del pijama y apartándole su mano con la mía rodeé entre mis dedos su miembro viril.
Resultó agradable comprobar el respingo que dio su polla a mi contacto y el calor que desprendía su cuerpo en esa zona.
-Tienes las manos frías- trató de excusarse nada más notar mi caricia.
-Si quieres no te toco- pronuncié haciendo ademán de soltarlo.
-No por favor.
Continúa- pronunció en un susurro.
De nuevo cerró los ojos recostándose sobre el sillón suplicante porque llegásemos como la otra vez hasta algún final.
Mi mano subió y bajo un par de veces temblorosa recorriendo toda la longitud de su miembro.
Era impactante para mí acariciar otra polla que no fuera la de mi marido.
Fue asirla y entrar en estado de shock.
Mis endorfinas se dispararon en cuestión de segundos, y era incapaz de soltar ese miembro que se erguía erecto y duro a mi maniobra.
-¿Así va bien?- Quise preguntarle a Miguel con voz traviesa al comprobar las caras de gusto que ponía.
-Sí, muy bien.
Continúa por favor.
No pares- musitó totalmente entregado al ritmo que le imponía mi mano.
Un par de subes y bajas más y de nuevo mi inquilino cerró los ojos abandonándose a las sensaciones.
Yo movía mi mano arriba y abajo apretujando su miembro entre mis dedos.
Me gustaba comprobar los pliegues de su prepucio cuando llegaba a la parte más alta.
A decir verdad yo tampoco había tenido jamás entre mis manos un miembro que no fuera el de mi marido.
La comparación se hizo por un momento inevitable en mi mente.
Me pareció más gruesa y de mayor longitud.
De diámetro no sabría precisar, tan solo que me costaba más rodearla entre los dedos.
De largo seria fácilmente unos cinco centímetros más larga.
Coincidió mi deseo por verla y no menearla tan solo por debajo del pantalón cuando el brazo con que Miguel me rodeaba por la espalda se estiró hasta alcanzar a acariciarme el culo.
Nuestra proximidad de los cuerpos era tal, que así se lo permitía.
-¿Qué haces?- Le pregunté deteniéndome indignada por su caricia y apartándole con mi mano libre su mano traidora.
-Lo siento no he podido resistirme- esgrimió arrepentido y temiendo que todo se fuera al traste.
-No me gusta que me acaricies.
No lo vuelvas a hacer- le espeté al tiempo que recobraba mis caricias en su miembro.
-Lo siento de verdad- pronunció a media voz de nuevo recostado en el sillón y dejándose hacer.
-Aquí solo toco yo, está claro- pronuncié en un tono de voz entre perversa, sádica y enfadada.
-Sí, sí, lo que tú digas- susurró concentrado en no correrse todavía.
En esos momentos pude observarlo algo más fríamente.
Miguel tenía los ojos cerrados suplicante y no dando crédito a su suerte.
El pobre me dio pena, se le veía desesperado sin saber qué hacer con sus manos.
No se atrevía ni a rozarme.
Así que le hice reposar sus manos boca abajo junto a sus piernas en el tresillo, para luego sentarme a horcajadas sobre su regazo, atrapándole las manos entre sus piernas, el sillón y mis muslos.
Se encontraba inmovilizado a mi merced e incrédulo ante mis intenciones.
Por mi parte, esa sensación de poder me hizo sentir extrañamente bien.
Resultaba agradable disponer de un hombre madurito de esa manera.
Tan experto en algunos temas, y tan inexperto en otros.
Intercambiamos una mirada cargada de lujuria y deseo cuando introduje de nuevo tras la interrupción mis manos por debajo de la tela de su pantalón y aprisioné de nuevo su miembro entre mis dedos.
Miguel cerró los ojos y echo la cabeza hacia atrás incapaz de aguantarme la mirada.
Aproveché la ventaja de la contienda visual para bajarle el elástico del pijama y desnudar ante mi vista su magnífica polla.
Me gustó.
Me gustó tanto lo que veía, que hasta Miguel me sorprendió observando absorta su polla con detenimiento.
No quería perderme ni un detalle de su iniesta anatomía.
Incluso me mordí los labios y suspiré conteniendo mi propio deseo.
Mi mirada se cruzó entonces con la de Miguel.
Me relamí mi propia mano con la intención de ensalivar y lubricar bien su miembro para facilitar la fricción.
Nunca me había comportado de manera tan lasciva y provocadora con mi marido, pero lejos de resultarme desagradable me encantó el sabor que su polla había dejado en mi lengua tras relamerme la palma de mi mano.
Quise ver como asomaba su prepucio cada vez que bajaba con mis dedos los pliegues de su carne.
Era hermosa contemplar su capullo asomar entre mis manos.
Miguel me miraba como no dando crédito a su suerte, y trataba de memorizar cada pequeño detalle.
Entonces deslicé mi mano libre por debajo de la camiseta de Miguel.
Me dediqué a jugar con los pezoncillos de su tetilla.
A torturarlo literalmente.
Con cada pellizquito que le daba en la parte más sensible de su torso, podía apreciar nuevas convulsiones en mi mano.
-Quiero ver cómo te corres- le susurré, -quiero ver cómo te corres en mi mano- pronuncié a media voz reclinándome sobre su cuello para besarlo tímidamente en esa zona tan erógena del cuerpo totalmente fuera de mí, deseosa por ver como ese hombre me salpicaba con su esperma.
Debo confesar que siempre me ha gustado mucho contemplar el momento en el que un hombre se corre.
Es como algo hipnótico para mí.
Miguel bufó como un caballo viejo ante mis palabras mientras relamía su cuello.
-Uuuhm, me corro- murmuró antes de que un primer chorro de esperma salpicase contra su camiseta.
-Me corro-.
Musitó entre la segunda y la tercera sacudida de su leche.
Los borbotones siguientes salpicaron resbalando por mi mano.
Yo nunca había visto eyacular tanta esperma.
Me parecía increíble que pudiera retener tanta cantidad.
Me deleité contemplando como exprimía entre mis dedos las últimas gotas que brotaban de su prepucio.
Miguel pudo contemplar mi cara de asombro y satisfacción al mismo tiempo.
-Caray Sandra, Gracias.
Eres maravillosa- pronunció entrecortadamente recuperando el aliento.
-No hay de que tontorrón.
Además, ¿sabes una cosa?.
– dije en voz alta con tono de niña mala, -Me ha gustado mucho.
No quiero darte falsas esperanzas pero puede que lo repitamos- concluí sonriéndole maliciosamente.
-¿En serio?- preguntó no dando crédito a mis palabras.
-Uhm uhm- asentí llevándome un dedo a la boca sin dejar de sonreírle con carita de niña traviesa.
Así permanecimos por un instante en silencio mirándonos el uno al otro tratando de asimilar cada uno a su manera lo ocurrido.
-Voy por papel higiénico no vayas a manchar el sillón- no se me ocurrió mejor manera de interrumpir el silencio y la situación que repetir el ritual de la vez anterior, de esta manera me incorporé y me puse en pie para ir al baño dejándolo exhausto con su miembro por fuera del pantalón perdiendo el vigor y la fuerza que mostraba hace unos instantes.
Cuando regresé al sillón estaba en la misma posición que lo dejé, me acerqué hasta él sin decir palabra decidida a participar en las labores de limpieza, cosa que esta vez me dejó hacer.
Incluso nos reímos mientras le secaba por el vientre y el resto de las zonas de su cuerpo salpicadas, hasta que una vez relativamente limpio se incorporó para ir a cambiarse a su cuarto.
Salió al rato con la ropa manchada.
Yo estaba acalorada y roja como un tomate.
-¿Dónde te dejo esto?- Preguntó haciendo referencia al pijama sucio que llevaba puesto anteriormente cuando sucedió lo ocurrido.
-Déjalo dentro de la lavadora tendré que frotarlo- le respondí al verlo también todo compungido.
Tras regresar de la cocina se sentó de nuevo en el sillón conmigo a ver la tele.
Los dos tratamos de aparentar cierta normalidad aunque era imposible.
-¿Estás bien?- me preguntó interesado por mis posibles remordimientos y preocupaciones.
-Yo muy bien, ¿y tú?- quise saber yo también, aunque se trataba de una pregunta más bien retórica.
Contrario a lo que pensaba siempre que me pasaría llegado estos casos, me encontraba francamente mucho mejor de lo que creía.
Siento decir que no tenía, ni tengo, remordimientos.
En esos momentos no me sentía que le hubiera sido infiel a mi esposo.
Más bien reconfortada como quien concluye una obra de caridad.
Miguel me cogió de la mano mientras permanecimos ese rato sentados juntos en el sillón, gesto que me ayudó a confesarle mis sentimientos en esos momentos.
-No creo que sea para tanto.
No hemos hecho nada malo.
Además…-dije mordiéndome el labio inferior.
-¿Además?- quiso saber Miguel intrigado por el suspense generado con mis palabras.
-Tengo ganas de que llegue mi marido.
Me has puesto calentita, estoy deseando que llegue el viernes para follármelo y tú tienes la culpa– le hice saber.
-Que bruta eres- pronunció Miguel entre risas por mi comentario.
-Oye- dijo risueño-.
¿Por que no me llevo el viernes el chico al cine?.
Así podréis estar solos.
Sin nadie que os oiga u os moleste- apuntilló de forma graciosa en referencia a la otra vez.
-¿En serio?, ¿Lo harías?- agradecí el gesto muerta de ganas por estar a solas con mi marido a su regreso.
-Pues claro mujer, así le puedes dar a tu marido el recibimiento que se merece- respondió el inquilino.
-Joder Miguel, pues claro.
Muchísimas gracias- y dicho esto le dí un beso de amiga en la mejilla.
-Gracias a ti- me devolvió el cumplido.
Si esto ocurrió un martes a la noche con mi marido de viaje, el miércoles a la mañana nos levantamos los dos como si nada hubiera ocurrido, es más, recuperamos la confianza pasada.
Tal era así que ese jueves a la tarde cuando Miguel entró por la puerta me entregó un regalo.
Menos mal que lo abrí en mi dormitorio lejos de las miradas de mi hijo que en esos momentos estaba en su cuarto haciendo los deberes, porque se trataba de un conjunto de lencería negro de la marca cacharel bastante caro.
-¿Y esto?- le pregunté a Miguel nada más desenvolver el regalo.
-Quiero que el viernes estés espectacular para tu marido, es mi manera de agradeceros a los dos cuanto hacéis por mi.
Espero que lo disfrutéis- dijo con una pícara sonrisa en su rostro.
-No tenías porque- pronuncié el tiempo que le daba dos besos en la mejilla y un abrazo en señal de agradecimiento.
Por supuesto llegó el viernes.
Esperé a mi marido toda la tarde con el conjunto que me regaló Miguel.
Mi esposo nada más entrar por la puerta, al verme tan solo en lencería, y tras saber que el chico estaba en el cine con Miguel, se abalanzó sobre mi devorándome a besos y sobándome como un pulpo enfurecido.
Acabamos en la cama y esta vez sí pudimos follar como locos.
Pude gritar y gemir sin temor a que nadie nos escuchase, además mi marido venía con ganas de mí y eso me hizo disfrutar.
Se le notaba que me había echado en falta sinceramente durante la ausencia y eso era el mejor estímulo que podía tener para gozar.
Al fin un buen polvo, casi tan bueno como cuando éramos novios.
Disfruté.
Disfrute muchísimo.
Miguel no tuvo que preguntar nada cuando entró por la puerta con nuestro hijo y me vió la cara.
Estaba claro entre los dos lo que había pasado.
Así transcurrió la semana siguiente con la mayor normalidad hasta que llegó el fin de semana y por desgracia el lunes posterior, en el que mi marido estaría de viaje de nuevo toda la semana.
El miércoles de esa semana de ausencia había partido de fútbol.
Nunca me ha gustado el fútbol, ni entendía cómo podía gustarle a Miguel, al que se le veía un tipo culto.
Antes de conocerlo, y por su apariencia, era de los que a priori parecía preferir una buena lectura a un ridículo partido.
Y sin embargo ese miércoles me pidió como un chiquillo que le permitiese ver el fútbol en el salón.
Fui incapaz de negarme, máxime cuando abrió dos cervezas y un paquete de patatas.
Al menos lo preparó él, y al contrario que con mi marido, no tuve que ser yo la que petición tras petición se levantase una vez tras otra a la cocina sin descanso.
Me convenció argumentando que era un partido importante entre su equipo preferido y otro equipo europeo.
A mí la verdad me pareció aburrido como todos los partidos de fútbol, pero debo reconocer que estaba asombrada por el entusiasmo que Miguel ponía con cada ocasión fallida en el encuentro.
Nunca me lo hubiera esperado de un tipo tan correcto y educado como él en todo momento, lamentándose como cualquier otro hombre vulgar con los errores de su equipo.
Tras la tercera cerveza Miguel tuvo que ir al baño a pocos minutos de que acabara la primera parte.
Yo estaba algo mareadilla, pues casi nunca bebo cerveza y en esa ocasión por aburrimiento acompañé a Miguel en la bebida.
Cambié de canal haciendo zapping, y se escuchó el griterío de varios vecinos gritando gol a través de las paredes.
Miguel regresó del baño como una exhalación.
-¿Y el partido?- preguntó buscando con la mirada el mando de la tele aturdido por no ver la repetición del gol marcado por su equipo.
-Lo he quitado, era un rollazo- dije escondiendo con ganas de incordiarlo el mando a mi espalda.
-Anda, déjame ver la repetición del gol- pronunció haciendo ademán de cogerme el mando de la tele.
-¡Que no!- dije reteniendo el mando a mi espalda ante su intento por quitármelo.
-Dámelo- pronunció al tiempo que se abalanzó sobre mi.
-Tendrás que quitármelo- lo desafíe en un juego tonto de adolescentes, a lo que Miguel comenzó a hacerme cosquillas bajo los sobacos.
-Eso no vale- dije pataleando como una niña.
-Suéltalo- increpó Miguel siguiendo el juego riendo los dos como tortolitos.
Forcejeamos entre risas por unos segundos hasta que al final logró quitármelo a la fuerza y cambiar de canal para ver la repetición, pero el partido llegó al descanso.
-Me lo he perdido- dijo medio apenado pero siguiéndome la broma –pagarás por ello- pronunció como un chiquillo de vuelta a hacerme cosquillas.
El caso es que estuvimos haciéndonos cosquillas los dos durante el descanso jugando como dos chiquillos.
De vez en cuando se le escapaba la mano y tocaba donde no debía, pero ninguno de los dos parecía detener el lance aparentando normalidad.
Hasta que el partido comenzó de nuevo y Miguel dejó de hacerme cosquillas para centrarse de nuevo en la tele.
De verdad que no entendía que podía tener de entretenido un partido de fútbol, así que aburrida me dediqué a fastidiarlo como divertimento.
En un despiste le quité el mando y cambié de canal.
Miguel me sometió a tortura china hasta que se cansó de hacerme reír y de nuevo recuperó el mando para centrarse de nuevo en el partido.
Traté de quitarle el mando pero esta segunda vez fue más rápido que yo y lo retiró de mi alcance.
Yo me enzarcé con él en una pelea por conseguir el mando hasta que él se sentó encima del mando reteniéndolo bajo su cuerpo.
Sacando ventaja del peso de su cuerpo contra el que yo no tenía fuerzas suficientes para moverlo.
Así era imposible arrebatárselo.
Incluso se mofó de mí en un par de intentos ridículos por hacerme con el mando.
Parecíamos dos chiquillos.
No vi otra forma de quitárselo que metiendo mi mano entre sus piernas.
Él se reía de mis intentos inútiles por hacerme con el mando hasta que en un momento dado nuestras miradas y nuestras risas se detuvieron para mirarnos a los ojos el uno al otro.
En ese preciso instante el mundo se detuvo para ambos.
Dedujo por mi sonrisa perversa que a partir de ese momento yo jugaría sucio.
Efectivamente hice alarde de mis armas como mujer y comencé a acariciarle la pierna seductoramente, jugando mis bazas.
-¿Me vas a dar el mando?- le pregunté sonriéndole pícaramente subiendo a otro nivel el juego iniciado.
-Para Sandra, no sigas por ahí- dijo algo más serio en su semblante.
-¿Por qué no?- pregunté yo maliciosamente acariciando sus muslos cada vez más cerca de su entrepierna provocándolo.
-No respondo de mis actos- dijo advirtiéndome del peligro de mi juego.
-¿A sí?- cuestioné que dada su edad su virilidad pudiera responderle al tiempo que deslizaba mi mano por su pierna muy cerquita ya de acariciar su miembro.
-Sandra que te vas a llevar una sorpresa- está vez fue él quien me incitó a continuar y que descubriese por mí misma lo que había provocado.
-¡¡¡Joder Miguel!!!, ¡¡si estás empalmado!!- grité nada más comprobar su estado de erección.
-Ya te lo dije- se justificó mirándome con carita de niño bueno.
-Joder que pasada, si apenas te he tocado- lo miré sorprendida contemplando el bulto bajo su pantalón del pijama.
-¿Y ahora qué?- me miró suplicando con la mirada, – ya te lo advertí- concluyó.
-No creí que a tu edad….
– deje la frase a medias sorprendida por la facilidad con la que ese hombre se empalmaba a mi contacto.
-Pues ya ves que lo que dije acerca de ti y de tus efectos en mi persona es todo cierto- pronunció como alardeando de su potencia.
-No me lo puedo creer- pronuncié atónita contemplando su evidente erección oculta bajo el pantalón.
-Pues créetelo- confirmó él.
De verdad que no me podía imaginar lo que estaba sucediendo, pero el caso es que no me molestaba en absoluto.
Todo lo contrario me gustaba que estuviese sucediendo cuanto ocurría, aun sabiendo que no debía pasar.
-Por favor Sandra, no me dejes, así te lo ruego- suplicó al tiempo que cogía mi mano con la suya y la guiaba hasta su polla.
Él mismo se deshizo del nudo del pantalón del pijama para que pudiese llegar a su polla como la vez anterior.
Yo estaba sentada a su lado, apoyados el uno en el otro hombro con hombro, e instintivamente en que mi mano aprisionó entre los dedos su polla comencé con un suave movimiento arriba y abajo.
Era increíble volver a tener ese miembro entre mis manos.
Esta vez no hubo muchos preámbulos ni miramientos.
Nada más tener su miembro aprisionado entre mis manos comencé a masturbarlo, estaba claro lo que iba a suceder, y además los dos lo deseábamos.
El silencio se veía alterado por el ruido inconfundible de las ropas, y las respiraciones agitadas de ambos.
Miguel cerró los ojos y se abandonó a mis caricias.
Yo aceleré el ritmo de mi mano urgente por comprobar una vez más con mis propios ojos la eyaculación de aquel macho salpicándolo todo.
Esta vez pude fijarme en algunos detalles que se grabaron en mi retina.
El pelo canoso que decoraba su pubis, la piel cuarteada por los años, y el intenso color morado de su prepucio cada vez que los descapullaba.
Miguel abrió los ojos para sorprenderme absorta contemplando su virilidad.
Me acarició en el hombro con la mano con que me rodeaba el cuerpo, y sin dejar de mirarme fue deslizando su mano poco a poco por mi espalda hasta alcanzar a sobarme el culo.
Fue al notar la presión de sus dedos en mis nalgas cuando me percaté de que llevaba un tiempo acariciándome el trasero.
Yo había permanecido absorta y concentrada en mi faena.
Nuestra mirada se cruzó en el preciso instante en el que su mano se deslizó por debajo de la tela del pantalón que llevaba puesto para sobarme a placer el culo entre el pijama y las braguitas.
Esta vez lo deje hacer.
Le dejé claro con la mirada que gozaba de mi consentimiento para proceder.
Seguro de sí mismo introdujo su mano incluso por debajo de la tela de mi braguita para comprobar la suavidad de mi piel directamente con la palma de su mano.
Casi en ese mismo momento se corrió salpicándolo todo.
El primero y más potente de sus chorretones me salpicó la camiseta a la altura de mis pechos.
El segundo salpicó su camiseta, y los posteriores se dispersaron sobre su pantalón hasta terminar escurriendo sobre mi mano.
No nos dijimos nada.
Tan solo nos miramos el uno al otro cómplices del momento compartido.
Yo esbozaba una sonrisa satisfactoria al comprobar el resultado y él trataba de recuperar la respiración.
Hasta que alertados por el ruido proveniente del cuarto de mi hijo Miguel se incorporó y se excusó con el fácil argumento de tener que ir a limpiarse.
Lo esperé a que saliera del aseo pero se encerró en su cuarto.
Supongo que muerto de vergüenza, lo cual agradecí yo también.
El caso es que yo estaba cachonda perdida por lo que acababa de suceder y necesitaba aliviarme como fuera.
Me encerré también en el dormitorio y no tuve más remedio que masturbarme.
Sé que soy algo escandalosa cuando me desato, y no pude evitar gemir en voz alta llegado el momento de mi clímax.
Inevitablemente debí evidenciarle a mi inquilino y a algún que otro vecino lo que ocurría tras la puerta de mi dormitorio.
Y eso que fui consciente de mi escándalo una vez me recuperaba la respiración tras la agitación, porque lo que es durante el acto permanecí concentrada en mi placer, totalmente ajena a cuanto podía estar sucediendo más allá de mis pensamientos.
Al día siguiente comentamos lo sucedido nada más vernos los dos al coincidir en la cocina en el desayuno.
Por suerte mi hijo tardó en levantarse y pudimos hablar con calma del asunto.
Ambos mostramos sentimientos contradictorios muy parejos, y es que por una parte coincidíamos en la parte positiva que todo ello había despertado en nuestras vidas.
Era agradable, satisfactorio, relajante, estimulante,… en fin, un buen montón no sólo de argumentos, sino también de experiencias agradables e incluso diría que necesarias para nuestros cuerpos.
Por otra parte sentíamos cierto peligro con todo ello.
Temíamos que se nos fuese de las manos, y que si bien hasta ahora pensábamos que nada malo había sucedido que dos personas adultas no supieran llevar, ninguno de los dos queríamos traicionar a mi esposo.
Yo como mujer y él como amigo.
Pero el caso es que los dos nos confesamos en esa conversación de que dejábamos la puerta abierta a que volviese a suceder.
Que si surgía el caso y el uno sentía la necesidad de aliviarse con el otro, pues que no pasaba nada, que los dos éramos adultos, buenos amigos y que podíamos contar el uno con el otro.
Siempre y cuando no pasase el asunto de toqueteos y caricias.
No sé cómo en esa misma conversación consiguió arrancarme la confesión de que los ruidos de sábanas y gemidos que escuchó desde mi cuarto anoche tras lo acaecido se correspondieron a mi necesidad de masturbarme.
Me preguntó si había pensado en él y fui incapaz de mentirle, le dije que sí.
No quiso entrar en detalles y eso que yo estaba entregada a dárselos.
Pero como siempre en estos casos se comportó como un caballero.
Como el maestro serio y razonable que era.
La presencia de mi hijo en la cocina pidiendo el desayuno concluyó la conversación.
-¿Estabais hablando de papá?- preguntó el chaval, y claro podéis imaginaros el resto.
No ocurrió nada significativo en unos cuantos días.
La presencia de mi marido merodeando por la casa desvanecía toda clase de situaciones complicadas, hasta que en una de las tardes en que mi esposo iba a recoger al chaval de las extraescolares coincidimos Miguel y yo en la cocina tomando un café de media tarde.
Se aproximaba la fecha de cumpleaños de mi esposo y conversábamos amigablemente sobre posibles regalos que le podía hacer.
Le pedía ideas a Miguel quien sugería una cosa tras otra.
-A propósito de regalos, le gustó a tu esposo el regalo que te hice- preguntó en alusión al conjuntito de Cacharel que me regaló.
-¿Tú que crees?- le pregunté a Miguel como respuesta con una sonrisa de satisfacción de oreja a oreja.
-No me extraña, debías estar espectacular con ello puesto- dejó caer como si nada pero sopesando mi reacción a sus palabras.
Yo miré a Miguel por unos instantes preguntándome que es lo que quería decirme entre líneas.
Su mirada me lo dijo todo.
El grado de complicidad entre ambos era tal que sobraban las palabras.
-¿No me has visto aún con tu conjunto puesto?- pregunté haciéndome la tonta.
-Créeme que lo recordaría- respondió repasándome con la mirada de abajo arriba y de arriba abajo.
-Tengo una idea- dije posando mi dedo índice en sus labios mandándole callar, -¿Por qué no me esperas en tu cuarto?- le sugerí insinuando que estaba dispuesta a ponérmelo para él.
No hizo falta decir nada más, Miguel se incorporó de la silla como un resorte y marchó a esperarme en su cuarto.
Yo en cambio corrí nerviosa e impaciente a mi dormitorio dispuesta a cambiarme y ponerme el conjunto de lencería que Miguel me había regalado excitadísima ante el pensamiento de exhibirme para él como un juguete.
Un juguete sexual en este caso.
Una fantasía por cumplir con el compañero ideal.
Me temblaron las manos nada más desnudarme al pie de la cama matrimonial, y a poco hago una carrera mientras me enfundaba las medias.
Me miré por un segundo en el espejo del dormitorio para comprobar que estaba encendidísima ante lo que estaba a punto de suceder.
De hecho humedecí la braguita casi al instante tan solo de pensar en que inevitablemente acabaría masturbando una vez más a Miguel.
Contemplar el momento en el que ese hombre eyaculaba entre mis dedos se había convertido en una especie de droga para mí.
Una imperiosa necesidad que saciar.
Me cubrí con el albornoz dispuesta a disfrutar de una nueva oportunidad y experiencia.
Miguel estaba tumbado sobre la cama cuando aparecí por la puerta.
-¿Te gusta?- le pregunté al tiempo que dejaba caer el albornoz en el suelo y exhibía el conjunto para él.
-Caray Sandra, estas preciosas- afirmó nada más verme.
Yo me giré un par de veces y caminé pavoneándome delante suyo por toda la habitación.
-¿En serio crees que me favorece?- le pregunté como una tontita regocijándome de las miradas que me lanzaba.
-No tienes más que ver el efecto que has provocado- dijo mirándose el bulto que crecía bajo su pantalón evidenciando una erección del quince.
– Mira como me tienes.
¿No vas a hacer nada?- me preguntó retóricamente porque los dos sabíamos perfectamente lo que iba a hacer.
– ¿Qué quieres que te haga?- pregunté sumisa ante cualquiera que fuera la locura que me pidiese dando a entender que estaba dispuesta a complacerlo si se mostraba sensato.
Miguel me observó sopesando mis palabras dos veces.
Por la forma en que me miró llegué a creer que me pediría me arrodillase a sus pies y se la mamase.
La fantasía de cualquier tío.
Por unos momentos dudé de si estaría dispuesta a dar ese paso si me lo pidiera y en un breve instante concluí que quien lo estaba deseando era yo misma.
Algo en mi interior me pedía disfrutar del sabor más íntimo de ese hombre que tanta satisfacción lograba provocarme apenas jugando.
Eso sí debía pedírmelo, o mejor dicho suplicármelo.
Me acerqué hasta él mirándolo a los ojos adivinando sus intenciones y mostrándole las mías.
Todo quedó claro cuando sin decir palabra me arrodillé a sus pies y sin perder contacto visual comencé a desabrocharle el cinturón del pantalón.
El pobre permanecía incrédulo dejándose hacer y regocijándose por mis ganas.
-Yo…, esto…, Sandra no sé que pretendes pero yo…- musitó al comprobar mis intenciones.
-Chissst, calla- lo mandé callar pues no quería que interrumpiese el magnífico silencio.
Por mi parte procedí despacito, saboreando la situación y nunca mejor dicho.
Tras desabrocharle el cinturón tiré del bajo de los pantalones apareciendo ante mis ojos unos calzoncillos blancos que tantas veces había lavado y me resultaban hasta familiares.
Lo cierto es que estaba ridículo con esas pintas de no ser porque mostraba una erección incipiente por mi culpa y eso me enorgullecía.
Luego tiré de la goma del elástico para descubrir como un resorte ante mis ojos una polla que cimbreó agradecida ante mi liberación.
Me detuve para mirarlo a los ojos deleitándome con su impaciencia.
-Por favor, Sandra, a mi nunca….
– confesó el maestro.
-¿A ti nunca qué?- quise saber intrigada por sus palabras.
-Nunca me la han chupado- terminó por confesar cabizbajo.
Me sonreí al escuchar sus palabras y comprobar una vez más lo fácil que había resultado lograr mi objetivo.
Un estallido de morbo brotó en mi interior al saber que iba a ser la primera mujer que se la mamase a ese madurito interesante y tan falto de experiencias.
Así que sin más agarré su miembro entre mis manos y procedí a meneársela tímidamente disfrutando del momento.
Tras una docena de veces me preguntó.
-¿Sucede algo?, ¿no vas a chupármela?.
Lo entiendo yo…- preguntó ansioso por que procediese de una vez.
En respuesta acerqué mi lengua y simulé cierto pudor.
¡Que mala soy!, simulé ser una mojigata cuando en realidad estaba destapando lo mejor de mi misma como mujer que sabe hacer gozar a un hombre cuando se lo propone.
Hice lo justo para rozar su glande con la punta de mi lengua y comprobar su sabor.
Un inconfundible olor a macho me penetró por las fosas nasales al mismo tiempo que saboreaba la punta de su pene.
En ese momento me asaltaron las dudas.
Era un paso del que no estaba segura si quería dar.
Una cosa eran inocentes pajas entre juegos y otra muy distinta practicarle una felación a alguien que no era mi marido.
-Yo… esto….
Sandra….
No lo olvidaré en la vida.
No sabes lo feliz que me harías- pronunció Miguel entre suspiros como adivinando mis pensamientos.
Lo miré por última vez intentando salir de dudas y entonces lo tuve claro, su mirada me lo dijo todo.
Lo estaba deseando con toda su alma, como podía negarme a infundir tanta felicidad a aquel pobre hombre que tanto me había ayudado en mi vida.
Sin pensármelo dos veces recorrí con mi lengua de abajo arriba toda la longitud de su miembro.
Procedí con una segunda y tercera pasada antes de engullir su polla en mi boca.
Quise tragar cuanto pude y aprisionar su polla entre mis labios para ascender poco a poco deleitándome en cuantas sensaciones me producía estar arrodillada a los pies de un hombre comportándome de esa manera.
Era una sensación indescriptible, una mezcla de sentimientos encontrados.
Por un momento tuve remordimientos de conciencia que las palabras de Miguel supieron desvanecer.
-Dios mío Sandra, creo que voy a correrme enseguida- musitó Miguel entre gemidos y suspiros.
No podía ser cierto lo que escuchaba, apenas había comenzado, un hombre de su edad debería tardar mucho más en correrse.
Las palpitaciones de su miembro me hicieron temer que fuese cierta su advertencia.
¿Cómo dejarlo así?.
No podía, era incapaz, además tenía curiosidad por saber si era cierto lo que me decía y me esmeré en hacerlo lo mejor que sabía.
Acompasé el ritmo de mi cabeza al de mis manos, y de vez en cuando relamía su cabezota con mi lengua dentro de mi boca como si de un cucurucho se tratase.
Miguel tenía razón en su advertencia.
Apenas unos movimientos más tarde se corría en mi boca.
No pude evitar tragar el primer chorro de su leche que me pilló a traición, para el segundo aparté la boca y la cara salpicándome por el escote, el tercero y posteriores se derramaron decorando mi mano.
De nuevo me llamó la atención la abundancia de su semen.
Me deleité en comprobar como brotaban de su uretra las últimas gotas al exprimirle la polla.
Como digo era algo hipnótico para mi.
-¿Ya?- pregunté incrédula ante lo que acababa de comprobar.
-Ya- respondió él confirmando lo sucedido.
-¿Tan pronto?- insistí.
-Lo siento- respondió avergonzado por su precocidad.
-No tienes porque avergonzarte.
Me ha gustado saber que lo he hecho tan bien- traté de levantarle el ánimo.
-¿Porque dices eso?- me preguntó al tiempo que me extendía una de sus manos para acariciarme la nuca y recorrer con su pulgar mis labios de la boca comprobando que me había tragado parte de su esperma.
-A mi marido no le gusta que se la chupe- confesé abrazándome a sus piernas retirándole la mirada postrada en sus pies.
-¿En serio?- cuestionó dubitativo.
-En serio- le confirmé.
-Pues que quieres que te diga, para ser la primera vez, a mí me ha encantado.
A los hechos me remito- dijo alzándome la mirada con su mano para que me sintiera orgullosa.
-Gracias- musité contrariada.
El ruido de unas llaves en el rellano nos alertó de que mi marido estaba a punto de entrar por la puerta con nuestro hijo.
La magia del momento se vio interrumpida de repente.
Yo recogí el albornoz que yacía en el suelo de la habitación de Miguel y me lo puse por encima.
A lo que mi marido entró por la puerta yo simulé recorrer el pasillo dispuesta a darme una ducha.
Por suerte mi marido no sospechó nada regresando todos a la normalidad.
El caso es que entre unas cosas y otras yo estuve cachonda el resto de la tarde, y al caer la noche e irnos todos a la cama provoqué a mi marido en lo necesario y como bien sé para ponerlo en canción.
A los pocos minutos de meternos en la cama ya estaba follando con mi esposo.
Fue fácil.
Además se la chupé a mi esposo.
Me encantó.
Todavía guardaba en la memoria y en mi cuerpo el recuerdo del miembro de Miguel llenando mi boca.
En una misma tarde había podido saborear dos pollas bien distintas.
El morbo era inexplicable.
Creo que alcancé uno de los mejores orgasmos de mi vida.
Por supuesto Miguel me escuchó esta vez.
¡Vaya si me escucho!.
Días más tarde me confesó que se tuvo que tocar escuchándome gritar.
También hablamos de ello en nuestra intimidad y los dos concluimos que desde su llegada a la casa todos habíamos mejorado nuestra vida sexual.
Eso sí, le dejé bien claro una vez más que lo nuestro se limitaba a tocamientos y caricias y que se olvidara de follar.
Él pareció aceptar su papel, es más, alegó ser incapaz de traicionar a mi esposo a quien consideraba un buen amigo.
Al poco llegaron los primeros días de calor y yo me paseaba con menos ropa por la casa.
Miguel aprovechaba cada vez que nos quedábamos solos para recordarme que de seguir paseándome en shorts y camisetas de tirantes por la casa tendría que aliviar las erecciones que le provocaba.
Supongo que una de las muchas tardes en que yo estaba aseándome en el baño tras una ducha no pudo contenerse.
Habitualmente permanecía un tiempo tan solo con una toalla enrollada a mi cuerpo esperando a secarme y acicalándome frente el espejo.
Miguel me sorprendió abrazándome por detrás y pegando su cuerpo al mio.
-Hay que ver cómo me tienes- me susurró en la nuca mirándome a través del espejo y refrotando intencionadamente su miembro contra mi culo.
-Ya veo ya- dije echando el culo para atrás tratando de notar mejor su erección.
-¿Y qué quieres que haga?- pregunté retóricamente pues ambos deseábamos lo mismo, entre otras cosas porque había pasado ya un tiempo desde la última vez.
-Ven, vamos a mi cama- dijo cogiéndome de la mano y tirando de mí en dirección a su cuarto.
Yo me sentí como una chiquilla.
Recuperé la sensación de cuando novios con mi marido en que lo masturbaba en su cuarto en casa de mis suegros con el peligro de ser descubiertos.
Esta vez nada más entrar en su cuarto Miguel se tumbó boca arriba en la cama cruzando sus brazos detrás de la nuca contemplando orgulloso a que procediese.
Ambos nos dirigimos una mirada cómplice cuando me acomodé encima suyo a horcajadas en la cama y sin demora bajé la cremallera de su pantalón.
Algo más lenta desabroché los botones y el cinturón de su pantalón hasta que al fin rebusqué con mi mano entre sus calzoncillos para asir su miembro que se mostraba duro y erecto esperando mi contacto.
Comencé a masturbarlo lentamente sin dejar de mirarnos el uno al otro a los ojos.
Tras una veintena de acompañamientos Miguel comenzó a acariciarme la parte más externa de mis piernas.
Al principio se conformaba con comprobar la suavidad de mi piel en la parte de las piernas que la toalla y la posición quedaba al descubierto, lo que ayudaba a aumentar su excitación al compás de mi sube y baja.
Con el incremento de mi ritmo y sus suspiros, sus caricias fueron un poco más atrevidas, sus manos se perdieron un par de veces por debajo de la toalla recorriendo toda la longitud de mis muslos, hasta que en una de las veces alcanzó a acariciarme el culo a dos manos, acompasando el tempo con el que me clavaba los dedos en mis nalgas con el ritmo de mis manos.
Noté por las palpitaciones de su polla en mi mano que estaba a punto de correrse, momento en el que por sorpresa trató de deshacerse del nudo de la toalla que cubría mi cuerpo con la intención de desnudarme.
-¿Qué haces?- le pregunté molesta por su atrevimiento al tratar de desnudarme.
-Quiero acariciarte los pechos- musitó como si nada.
–¡No!- le espeté haciéndole saber que no era de mi agrado que me viese desnuda rehaciendo el nudo que sujetaba la toalla alrededor de mi cuerpo.
-Aquí solo toco yo- le recordé nuestras reglas algo molesta por su osadía.
-Está bien, está bien, lo que tu mandes- respondió resignado y entendiendo que no estaba prepara para dar ese paso.
Quiero recordar que durante todo este tiempo y aún con todo lo que habíamos pasado entre ambos, tan solo me había logrado ver en ropa interior pero nunca desnuda ante sus ojos.
Miguel se conformó caballerosamente con acariciarme en las piernas, hasta que al poco tiempo cerró sus ojos, se recostó largo sobre la cama, y se concentró en sus sensaciones hasta terminar eyaculando como un toro en mis manos.
-¿Ya?- le pregunté mientras exprimía las últimas gotas de ese pene que perdía vigor entre mis manos por momentos.
-Ya- pronunció una vez recuperó el aliento.
Yo me incorporé como en otras veces al baño por papel para que no manchase nada.
-Gracias Sandra- interrumpió el silencio reinante mientras lo limpiaba con el papel higiénico del baño.
-No hay de que tontorrón.
Sabes que me encanta- le respondí poniendo aún más mimo si cabe en la limpieza de su polla.
-¿Y tú?- me preguntó insidioso.
-Yo ya tendré mi recompensa- le repliqué zanjando el asunto.
¡Y vaya si tuve mi recompensa!.
Esa misma noche tuve unas ganas locas por hacer el amor con mi marido.
Era de madrugada, no podía dormir, y desperté a mi esposo.
Comencé a acariciarle su pollita por encima del pantalón del pijama como sé que le gusta.
-¿Qué quieres a estas horas de la noche?- preguntó mi marido todavía entre sueños mientras se dejaba acariciar a pesar a sus reticencias por la hora y preocupado por su descanso.
Yo no le dije nada pero continué acariciándolo.
Él, por supuesto como siempre se dejaba hacer.
No tardé nada en lograr una buena erección de mi esposo.
Se la puse lo suficientemente dura como para acomodarme encima suyo a horcajadas similar a como estuviera con Miguel en esa misma tarde para ignorancia de mi esposo.
Solo que esta vez guié yo misma la polla de mi esposo hasta mi coñito y comencé a cabalgarlo.
Por la posición en que nos sobrevino el momento yo quedaba de frente a la puerta del cuarto y mi esposo de espaldas.
No sabría describir la sensación que me inundaba en esos momentos, pero era como un extraño orgullo al ser penetrada por mi esposo.
En esos momentos tenía claro que era el único hombre por el que me podía dejar penetrar en mi vida.
Me prometí cabalgando a mi esposo que lo sucedido con Miguel en todo este tiempo había sido maravilloso, que incluso lo masturbaría unas cuantas veces más porque era sano y no lo consideraba infidelidad, pero que por encima de todo yo amaba a mi esposo.
Traté de contenerme en mis jadeos, y aún con todo me alertaron unos ruidos tras la puerta del dormitorio.
No lo pude ver claro dada la semioscuridad de la casa a esas horas, pero se me hizo evidente la presencia de Miguel observándonos a mi marido y a mi hacer el amor del otro lado de la puerta.
El característico movimiento de una mano masturbándose en la sombra lo delató.
En un principio estuve por decirle algo a mi marido, pero este permanecía con los ojos cerrados concentrado en el placer que le proporcionaba.
Así que cabalgué a mi esposo unas cuantas veces sin dejar de mirar hacia la puerta tratando de adivinar más cosas.
No lo podía ver pero intuía que Miguel estaba allí espiándonos.
Me sorprendió que permaneciese tanto tiempo tras la puerta observándonos.
No era propio de una persona educada y respetuosa, por eso me pregunté que podía retenerlo tan embobado.
Entonces caí en la cuenta, por primera vez en todo este tiempo me estaba viendo los pechos desnudos.
Me gustó saber que le agradaba tanto lo que veía.
Quise ser algo malota, y por eso comencé a acariciarme y a exagerar el vaivén de estos al botar sobre el cuerpo de mi esposo.
Juro que estaba a punto de correrme cuando noté los primeros espasmos de la polla de mi esposo en mi interior.
Me salí comprobando como una segunda sacudida salpicaba mi vientre y de cómo una tercera resbalaba por entre mis piernas.
-¿Ya?- le pregunté indignada a mi esposo por no haberme esperado.
-Sí, cari, me ha dado mucho gusto.
Lo siento- y con el “lo siento” me quedé, porque nada más decir esto se dio media vuelta y se quedó dormido.
Inevitablemente comencé a acariciarme, necesitaba acabar con urgencia lo que había comenzado.
La mente quiso que comenzase imaginando momentos y situaciones maravillosas entre mi esposo y yo, pero conforme con más intensidad machacaba mi clítoris con más frecuencia me venían a la cabeza ciertas imágenes vividas con Miguel.
Miguel, ¿qué estará haciendo en su cama ahora?.
Llegué a pensar en él y en lo que podía estar haciendo en esos momentos.
Una duda que debía aclarar comenzó a torturar mis pensamientos: “¿Se habría corrido mientras nos veía?”.
No pude más, tenía que averiguarlo.
Cachonda y a medias del placer, me levanté de la cama dejando a mi marido roncando para dirigirme sigilosa hasta el cuarto de Miguel.
Apenas estaba tras el marco de la puerta intenté asomarme.
Me detuve dubitativa.
Estaba nerviosa, sudaba, y me cuestionaba un montón de preguntas.
Hice un segundo intento por asomar la cabeza hasta alcanzar a ver la posición de Miguel en su cama, pero de nuevo me detuve antes de poder comprobar nada.
“Esto no está bien”, me dije mentalmente mientras necesité apoyarme contra la pared para mantenerme en pie, y cruzar mis piernas para tratar de alejar la posibilidad de acariciarme.
Y es que me hubiese masturbado allí mismo de pie, tras el resquicio de la puerta del cuarto de Miguel de no ser porque escuché a Miguel susurrar desde su posición.
.
-¿Tu marido duerme?- escuché que preguntaba a media voz desde su cama.
Sin duda se había dado cuenta de mi presencia.
.
-Si- respondí tras la puerta sin atreverme a dejarme ver.
-¿Por qué no vienes hasta aquí?- sugirió como su nada.
Por un instante estuve a punto de salir corriendo despavorida, pero la tentación y el morbo me llevaron a entrar en su cuarto temerosa.
-¿Estás despierto?.
Creí que dormías- argumenté como quien acude a acostar a un niño antes de ir a dormir.
-¿Quién puede dormirse ahora?- pronunció Miguel dando a entender que efectivamente nos había estado espiando.
-¿Acaso nos has visto?- pregunté al tiempo que me sentaba a la altura de su cintura en el lateral de la cama.
-Lo siento, ¿te ha molestado?- preguntó Miguel casi a la vez que posaba inocentemente su mano en la parte de mis piernas que el camisón dejaba desnudas.
-La verdad, no sé qué decirte.
Es algo muy íntimo.
Preferiría que no lo volvieses a hacer.
Además…- dije tratando de aparentar cierta compostura con un tono de suspense final.
-Además… ¿qué?- quiso saber Miguel al dejarlo con la duda por mis palabras.
En esos momentos su mano acariciaba tímidamente mi muslo desnudo por la posición.
-¿Te has tocado?- quise saber mirándolo a los ojos.
-¿Quieres saber si me he masturbado mientras os veía?- me devolvió por respuesta otra pregunta.
-Si- respondí esperando una respuesta convincente de su parte.
-Te responderé si me dejas que te haga yo luego otra pregunta- dijo seguro de sí mismo y de que accedería.
-Está bien- respondí cayendo en su trampa.
-Sí, no he podido evitarlo.
No solo me he tocado sino que además debería levantarme a limpiar el cerco que he dejado en el suelo del pasillo a la entrada de la puerta de vuestro dormitorio- respondió como si fuese lo más natural del mundo.
-¿Ahora puedo hacerte una pregunta yo?- preguntó retóricamente pues ya sabía la respuesta de sobra.
-Si- susurré en medio de la noche tragando saliva en esa semipenumbra que lo envolvía todo.
-¿Por qué estás aquí, en mi cuarto?.
¿por qué has venido?” me preguntó al tiempo que su mano se perdía acariciando mi muslo por debajo de la tela del camisón.
Yo lo miré tratando de encontrar una respuesta convincente que no delatase la verdad.
-Yooo.
, estooo, no sé- me mostré dubitativa en darle una respuesta.
-¿Quieres que yo te diga por qué?- pronunció al tiempo que su mano trató de apartar a un lado el elástico de mis braguitas por debajo de la tela del camisón.
-¿Por qué?- quise saber su teoría al tiempo que le apartaba su mano con la mía por su osada maniobra.
-Vamos Sandra… ¿En serio te lo tengo que decir?- volvió a preguntar evidenciando que lo único que trataba era de ganar algo de tiempo a la vez que volvía a la carga en el intento por acariciar mis piernas hasta por debajo de la tela del camisón.
-Uhm, uhm- asentí con la boca cerrada a la espera de una respuesta suya al tiempo que cruzaba mis piernas aprisionando su mano entre mis muslos para detener su decidido avance hasta mis braguitas.
-Tendrás que superar una prueba si quieres que te lo diga- dijo ahora Miguel cogiendo mi mano y guiándola hasta su miembro que podía notar duro y erecto bajo la tela del pantalón de su pijama.
-Ah, ¿si?- pregunté con voz mimosa al tiempo que comenzaba a acariciar su polla por encima del pantalón.
-¿Y qué prueba es esa?- pregunté cuan colegiala inocente mientras comenzaba a realizar una sutil masturbación a ese miembro que acariciaba ansiosa a través de las telas que lo ocultaban.
-Vamos Sandra, no te hagas la tonta, sabes de sobra la respuesta- dijo al tiempo que volvía a la carga con su mano en su objetivo por alcanzar el elástico de mis braguitas.
-Quiero que me lo pidas- dije al tiempo que abría mis piernas para facilitarle su objetivo y procedía a desabrochar el nudo de su pantalón del pijama evidenciando la respuesta que ambos sabíamos de porque estaba allí a esas horas de la noche y con mi marido roncando en nuestro dormitorio.
-Lo que tú quieras, por favor Sandra, haz conmigo lo que quieras- se rindió a la espera de que me deshiciese de su pantalón y del calzoncillo y liberase de una vez su polla desesperado porque lo masturbase una vez más.
-Así me gusta, que te portes como un niño bueno y obediente, pero recuerda una cosa, aquí solo toco yo- dije aparatando su mano del interior de mis muslos haciéndole entender que ya había tenido suficiente.
-Está bien, lo que tú quieras- dijo retirando sumiso sus manos de mi cuerpo y tumbándose en la cama a la espera de que procediese como quisiese.
Tiré bruscamente de su pijama hacía abajo demostrando a Miguel que yo también estaba impaciente por empezar con nuestro juego.
Su polla cimbreó al quedar libre de toda opresión para deleite de mis ojos que se abrieron de par en par en medio de la penumbra reinante.
Hice un himpas para acomodarme a horcajadas sobre Miguel mientras él se quitaba la parte superior desnudando su torso.
El ritual se repetía una vez más para satisfacción de ambos.
Yo quedaba de nuevo sentada a horcajadas con una pierna a cada lado del cuerpo de Miguel que yacía tumbado completamente en la cama dejándose hacer.
Una vez más su polla asomaba entre mis manos mientras quedaba sentada sobre sus huevos, acompañando el vaivén de mis manos con el de mi cuerpo.
Su miembro era estimulado a la vez con mis manos y con mi cuerpo.
Únicamente la tela de mis braguitas nos separaban de un contacto pleno.
Como en otras ocasiones me quedé embobada contemplando la escena.
Por un instante me pareció increíble que aquella polla canosa a su alrededor, símbolo inequívoco de la edad de su dueño pudiera estar dura como un palo de nuevo en tan poco tiempo.
Máxime cuando a mi esposo le cuesta tanto recuperarse.
Miguel aprovechó mi ensimismamiento para sobarme a placer las piernas, y en uno de mis descuidos me acarició en uno de los pechos.
Lo miré a los ojos por primera vez en mucho rato.
-Por favor Sandra, déjame acariciarte esas tetazas tan ricas que tienes- suplicó cuan perrillo a una chuchería.
Me llamó la atención que se dirigiese de esa forma a mis pechos.
No me lo esperaba de una persona tan educada como él.
Tetazas era una palabra que no esperaba escuchar de su boca nunca.
-Tengo algo mucho mejor para ti- susurré insinuante reclinándome sobre su torso para que mi pelo acariciase su pecho.
Miguel me miró expectante.
-¿Te gustaría verme los pechos?- le pregunté al tiempo que me incorporaba agarrándome con mis dos manos a las suyas impidiendo así que me acariciase pero continuando su masturbación con el movimiento de mi pelvis.
-¿En serio?, ¿lo harías?- preguntó nervioso.
Yo solté momentáneamente sus manos para deshacerme del camisón por la parte de arriba, desnudando mis pechos a su vista.
Miguel abrió unos ojos como platos en la semioscuridad para no perderse detalle de las formas de mis senos.
Trató de acariciarlos pero antes de que pudiera hacerlo lo sujeté de nuevo con las dos manos.
– ¿Te gustan?- le pregunté orgullosa al tiempo que respiraba hondo para mostrárselos llenos de esplendor.
– Me encantan.
Son preciosos- balbuceó tragando saliva.
-¿Te gustaría acariciarlos?- le pregunté juguetona moviendo de lado a lado mi torso para su desesperación.
– Por favor Sandra- suplicó a punto de babear.
Fui yo la que guié una de sus manos hasta mi pecho.
La expresión de su rostro me hizo sentir deseada.
Me acarició de forma suave, muy tiernamente.
En la suavidad de mi piel pude comprobar un tacto distinto, manos más grandes y algo más ásperas que las de mi marido, lo cual me recordó que no era mi esposo quien aca
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