El inquilino
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por mirutalo.
El inquilino
Que las cosas no nos iban bien económicamente hablando desde que con la excusa de la crisis en mi empresa de toda la vida me despidieron, lo sabíamos mi marido y yo perfectamente.
Yo había quedado en paro, y aunque el pobre se mataba a trabajar día y noche apenas alcanzábamos a llegar a final de mes.
Las facturas se acumulaban y empezábamos a retrasar pagos al banco.
Incluso recibimos alguna que otra carta de apremio que nos emplazaba a cancelar la deuda o nos embargaban.
La verdad es que la solución que se le ocurrió a mi esposo me pareció totalmente descabellada en un principio, pero sopesándola bien, puede que tuviera su punto de razón en todo aquel sin sentido.
En la casa teníamos sitio de sobra, una habitación de más que podíamos alquilar a algún huésped que nos ayudase a pagar los gastos.
No encontrando mejor remedio para sufragar los pagos cotidianos, que accedí a que mi marido pusiera un anuncio en un portal de internet.
Las primeras personas en apuntarse eran mayoritariamente universitarios y universitarias muy jóvenes que venían de fuera y cuyos padres buscaban principalmente de nuestra tutela para controlar a sus hijos.
Los descartábamos enseguida.
Ni estábamos para tutelar a nadie, ni su perfil era el más adecuado, y eso que hubo un par de chicas jóvenes y guapas a las que mi marido no le hubiera importado meter en casa, pero me negué en rotundo.
Hoy me parece ridículo pero debo reconocer que me negué por celos.
Para los que no me conozcan decir que me llamo Sandra, rubia de nacimiento aunque por aburrimento a veces cambio el color de mi pelo.
Tengo treinta y dos años y estoy casada desde hace unos pocos con mi marido, con quien tengo un hijo al que adoro por encima de todas las cosas.
Si quieres saber más sobre mí, te invito a que visites mi blog, estaré encantada de saludarte: sabrosissima.
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El caso es que fueron pasando los días y no encontrábamos a nadie que reuniese un perfil adecuado y que pudiera ayudarnos con los gastos, a pesar de que empezábamos a tener urgencia por aumentar los ingresos fuese como fuese.
Por eso nos planteamos admitir en casa a un tal Miguel cuando nos llegó su propuesta.
Al parecer Miguel era maestro.
Tenía cincuenta y cinco años, y aunque le quedaba poco para jubilarse, nunca había logrado una plaza fija en oposiciones.
Por lo que andaba de destino en destino cada año según la bolsa de puntos de magisterio de nuestra comunidad.
Entre tanto ir y venir de un sitio a otro, de aquí para allá, se había divorciado.
La mujer se había quedado con la casa y por eso vagaba de pensión en pensión año tras año.
Por suerte los hijos le eran mayores y estaban emancipados.
Más tarde en la entrevista nos confesó que no solo su ex mujer, sino que él también estaba un poco cansado de pensiones y que por eso le había llamado la atención y se había decidido por nuestra opción.
La verdad es que se le veía un tipo educado, disciplinado y ordenado.
Supimos que daba clases de matemáticas a chavales un par de cursos mayores que nuestro hijo en otro colegio distinto y pensamos que además nos podría venir genial a la hora de ayudar al pequeño de la casa con esa asignatura.
Durante ese primer café toma de contacto dejamos claras las condiciones y el precio.
Él se sorprendió por la cantidad tan baja que pedíamos en relación a una pensión, e incluso estuvo predispuesto a pagarnos algo más de lo que solicitábamos en el anuncio a cambio de que le planchásemos, o mejor dicho, le planchase la ropa y alguna que otra cosa más.
Nos indicó que comer, comía en su colegio, así que solo haría uso del desayuno y de la cena, y que incluso muchas noches no cenaba.
Se quedaría en el cuarto más pequeño de la casa y dispondría de uno de los dos baños para él solo.
Nosotros tres nos podíamos apañar con el cuarto de baño grande.
Al final nos decidimos por él como única opción viable y a los pocos días se instaló en el dormitorio que quedaba libre.
Miguel era un encanto de hombre, enseguida congenió con nuestro hijo y no hubo ningún problema de convivencia.
Al revés, todo lo contrario, como llegaba temprano a casa por la tarde ayudaba a mi hijo con los deberes del cole, y aunque en las tareas del hogar no estaba muy ducho, trataba de ayudar en lo posible.
Se le notaba que durante algún tiempo había delegado esas tareas en su ex mujer y no sabía hacerlas a pesar de poner voluntad.
Se le notaba educado en otra época aunque trataba de adaptarse a los tiempos modernos.
Con el transcurso de los días, y puesto que era yo la persona que más tiempo se encontraba en casa, se fue confesando poco a poco conmigo.
Así me enteré que lo había dejado ella, y no lo llevaba muy bien.
Se le notaba que la echaba mucho de menos, todavía la quería.
Y eso a pesar de que al parecer ella tuvo un lío con otro tío.
Incluso estaba dispuesta a perdonarla, cosa que no lograba entender.
Lo último que supo de ella es que se había vuelto a casar.
De los hijos, uno se fue a trabajar al extranjero y con el otro apenas se trataba.
Por lo demás me ayudaba siempre que podía, tanto con la compra, la comida, las coladas, el chaval, la casa, todo.
Yo lo que creo es que echaba en falta la compañía, había estado solo, muy solo en la vida y añoraba algo de cariño familiar que encontraba en nuestro hogar.
Debo decir que en parte me daba algo de pena.
Aunque por otra me alegraba enormemente de que fuera así y de que estuviera siempre dispuesto a ayudarme.
Mi vida cambió a mejor desde que se instaló en casa.
Las tareas del hogar eran más llevaderas, y su pensión nos desahogaba de andar sufriendo económicamente.
Creo que incluso me cambió el carácter a mejor desde su llegada.
Estaba mucho más risueña y activa.
Recuerdo una tarde en que puse una lavadora antes de salir a buscar al chaval al cole y regresé a casa algo más temprano de lo habitual, que sorprendí a Miguel tendiendo la colada.
No nos debió escuchar al llegar, y eso que mi hijo entró como un elefante en una cacharrería.
Me gustó observarlo mientras tendía la ropa, se notaba que no tenía práctica pero ponía interés.
Todavía no se había percatado de mi presencia cuando de entre las prendas mojadas en la lavadora extrajo uno de mis tangas que había echado a lavar ese día.
Se quedó mirándolo por unos segundos como embobado.
Me hizo gracia su gesto.
A saber que estaría pensando al contemplar tan minúscula prenda entre sus manos.
Tal vez fuese ese el primer momento en todo este tiempo, en el que pensé que pudiera verme como una mujer.
Hasta entonces ni me lo había planteado.
Siempre tan correcto, tan amable, tan educado, con la barrera de la edad por medio, que nunca me pregunté acerca de sus necesidades como hombre.
No sé por qué, pero me gustó observarlo con mi prenda entre sus manos.
De repente estaba como torpe y nervioso al tener que colgar mis tangas y mis braguitas.
Máxime cuando se sorprendió al verme en la cocina.
Titubeó como quien pilla a un niño pequeño cometiendo alguna travesura.
Trató de disimular lo evidente, que le habían llamado la atención mis prendas más íntimas.
-¿Te gustan?- le pregunté cogiendo el resto de la ropa y ayudándole a tender lo que quedada de ropa situándome a su lado en el tendedor de tal forma que lo desplacé con la cadera de un culetazo.
-Yo…, esto…, no sé qué decir, no te vayas a pensar- titubeó por unos segundos, -tan solo quería ayudar, pero ya que me has pillado aprovecho para decirte que seguro que estás estupenda con ellas- trató de mostrarse galante a modo de cumplido mientras señalaba alguna de las braguitas que había tenido entre sus manos.
-Gracias- le agradecí el piropo.
-Tú tampoco debes estar mal con estos boxers- dije cogiendo uno de sus calzoncillos del interior de la lavadora para tenderlo.
(Era de esos negros como de lycra que creo venden en el Decathlon para hacer deporte).
-Buah, no creas, llegada cierta edad un hombre solo debería usar los típicos marianos blancos- dijo medio riéndose tratando de romper el hielo.
Yo también me reí por su comentario y su forma de decirlo.
-La verdad es que sí- terminé por comentar entre risas.
-No hay nada más ridículo que un hombre en calzoncillos blancos y calcetines negros- apuntillé yo provocando la risa de ambos.
-Caray, en cambio, no hay nada más hermoso que una mujer en tanga que le realce bien el culito- pronunció como añorando algo pasado ya en su vida.
-Eso será si tienes un culo como el de las modelos, no como yo- realmente no sé porque dije eso, pero fue lo primero que se me ocurrió entre las risas y el momento.
-Vamos Sandra, si tú no tienes buen culo, no sé quién lo tiene- dijo él algo relajado en sus comentarios desvelando lo que había estado pensando mientras colgaba las prendas.
A mí me llamaron la atención sus palabras y su piropo.
No me lo esperaba.
-Eso serás tú que me ves con buenos ojos- dije mirándolo ahora algo más seria.
-Vamos Sandra, no te menosprecies, a tu edad estas estupenda, quien tuviese unos cuantos años menos- dijo recuperando ese tono de añoranza pasada que relajó la tensión generada por su comentario anterior.
Por suerte para los dos mi hijo entró en la cocina pidiendo que alguien le ayudara con los deberes.
-Anda ve tú-, le dije al maestro – que hacer los deberes se te da mejor que tender la colada- y gracias a mi comentario nos volvimos a reír los dos.
No pasó nada más que señalar durante algunos días, y si bien esa fue la primera conversación un poco picante que tuvimos entre los dos, con la confianza y el paso del tiempo se sucedieron algunas más por el estilo.
Por lo demás la convivencia era perfecta, por suerte Miguel y mi marido eran del mismo equipo de fútbol, por lo que los días de partido era yo la que marchaba a la tele de la cocina a ver mis series antes de ir a la cama, y que era el rato en el que coincidíamos los cuatro, bueno los tres, porque mi hijo a esas horas ya estaba durmiendo.
El resto de días decidía yo lo que ver, entre otras cosas porque mi marido se quedaba dormido y Miguel se retiraba a su cuarto a preparar o corregir exámenes.
Esto fue más o menos así hasta que mi marido tuvo que salir de viaje semanas enteras por motivos de trabajo.
La cosa cambiaba esos días.
Después de cenar, acostaba a mi hijo, le leía su cuento de todas las noches y regresaba al sillón del salón dispuesta a ver alguna película o serie de esas horas.
Los primeros días Miguel se encerraba en su cuarto como venía siendo costumbre, pero con el paso del tiempo y de los días de ausencia de mi esposo, se interesó poco a poco por las mismas series y películas que me gustaban a mí.
Lo que realmente creo es que le gustaba estar acompañado en relativa intimidad.
Así es como muchas veces permanecíamos los dos solitos sentados en el sillón viendo la tele.
De no ser por la diferencia de edad y por lo que ponía en el libro de familia, parecíamos un verdadero matrimonio.
Incluso mejor, pues Miguel nunca perdía la buena educación ni el respeto.
Siempre correcto.
Se mostró en todo momento atento y educado, se levantaba a traerme cuanto le pedía si algo se me había olvidado en la cocina, es más, se desvivía por hacerme favores.
Todo lo contrario que mi marido, que no se levantaba para nada del sillón y siempre me mandaba a mí por las cosas que se le olvidaban a él alegando estar cansado.
Como si llevar la casa no cansase.
Su conversación era amena e inteligente, y si bien alguna vez lo había pillado en algún desliz observándome las piernas o el escote, enseguida retiraba la mirada avergonzado.
Con él llegué incluso a conversar de temas que no hablaba con mi esposo.
Supongo que le pedía consejos dada su edad y su experiencia en muchas cosas, pero sobre todo en lo que a la educación de mi hijo se refiere.
Un día de esos en que mi marido estaba de viaje, y mientras estábamos viendo los dos juntos por la noche una peli en la tele, surgió una escena de sexo entre los protagonistas.
Miguel sutilmente dejó caer que en los tres meses que más o menos llevaba hospedado con nosotros no le había parecido que yo tuviese relaciones con mi marido.
Y aunque lo dijo en plan que no quería molestar y que si un día surgía y debía salir o marchar de la casa que lo entendía, que lo avisáramos, que no quería causar ninguna molestia y mucho menos en ese sentido porque se encontraba muy a gusto con nosotros.
Logró arrancar mi confesión.
Efectivamente le desvelé que no lo había hecho con mi esposo incluso desde mucho antes a su llegada.
Traté de explicarle como buenamente pude que la culpa no era suya, sino de las circunstancias.
Le hice entender que mi marido llegaba cansado de tanto trabajar y lo justificaba alegando que era normal no tuviese ganas.
Miguel aceptó galantemente que disculpara a mi esposo y gracias a su comportamiento comprensivo esa noche gané un buen amigo y mejor confidente.
Logró ganarse mi confianza con sus palabras y respeto por la situación.
Se mostró comprensivo en todo momento.
Él también me confesó que llevaba mucho tiempo sin una buena sesión de sexo, un par de líos esporádicos en todo este tiempo y poco más.
Argumentaba que con el paso del tiempo cada vez le daba más pereza iniciar una relación.
Cada día que pasaba yo veía en Miguel un buen amigo a pesar de la diferencia de edad y eso que de vez en cuando acontecían sucesos que me hacían dudar de sus intenciones para conmigo.
Por ejemplo y para que os hagáis una idea, algunas veces al salir de la ducha olvidaba cerrar la puerta del baño, quedaba muchas veces entreabierta por la costumbre y por descuido, y aunque siempre tuviera una toalla enrollada alrededor de mi cuerpo y no se veía nada, lo sorprendí en varias ocasiones observándome desde el pasillo a través del espejo o directamente desde su cuarto.
Por supuesto no quise decirle nada ninguna de las veces en que sabía que me espiaba, sobre todo porque tampoco lograba estar segura al cien por cien.
Incluso era yo misma quien lo excusaba culpándome mentalmente por mi dejadez y mis descuidos, que por otra parte me parecían normales y justificables estando yo en mi casa.
Otras veces en cambio se le clavaba la vista en mi cuerpo siempre que tenía que salir del cuarto en braguitas y sujetador a coger algo de urgencia al cesto de la ropa o donde fuera.
Situación que siendo algo malota, me gustó repetir con cierta frecuencia.
Resultaba gracioso verlo enrojecer colorado como un tomate cada vez que me sorprendía en ropa interior por la casa.
Yo excusaba sus miradas y me justificaba frente a las quejas de mi esposo argumentando que tampoco se me veía mucho más de lo que muestro en la playa en bikini.
También me empezó a gustar como me miraba cada vez que me ponía mallas ajustadas a mi cuerpo o minifaldas.
Incluso alguna vez en que por la noche nos sentábamos juntos en el sillón frente a la tele lo sorprendía mirándome las piernas, o los fortuitos descuidos del escote.
Pero como digo, cada vez con más frecuencia no tan fortuitos y algo más intencionados por mi parte.
Y es que a todas nos gusta que nos miren de vez en cuando y coquetear.
Sobre todo en esos días y esos momentos en los que se juntaban su deseo y mis ganas por jugar.
Supongo que era normal que me mirase así.
Yo lo achacaba a situaciones típicas de la convivencia y en cierto modo me agradaba que le resultase atractiva.
Quiero pensar que la diferencia de edad ayudó a relajarme un poco en ese aspecto.
Jamás se me hubiera pasado por la cabeza tener ningún tipo de relación con un hombre tan mayor.
A todas todas, yo debía resultarle una mujer joven y hermosa.
Cosa que para que negarlo me agradaba.
Además a mí el jueguecito me resultaba inocente y gratificante.
Por momentos incluso me parecía un madurito interesante, sus arrugas, su pelo canoso, su seguridad, siempre correcto y educado, que me hacía imaginar se trataría de un hombre experimentado en la cama capaz de satisfacer a una dama como dios manda.
Así transcurrieron más o menos los días uno tras otro.
Lo cierto es que desde su llegada Miguel puso cierta guinda en mi vida.
No solo en el aspecto picante, sino como compañero, y amigo de mi hijo.
Además de que repito, en cuanto al tema económico podíamos hacer frente sobradamente a los gastos.
Mes a mes remontamos las deudas familiares e incluso nos permitimos mi marido y yo salir a cenar un par de veces en sábado a la noche con los amigos.
Capricho que tiempo atrás no nos pudimos ni permitir.
Por eso recuerdo perfectamente la segunda vez que pudimos salir con los amigos tras un tiempo de sequía por varios motivos.
Ya de por sí, Miguel se ofreció a cuidar de nuestro chico mientras estábamos fuera.
Lo cierto es que resultaba todo genial desde que Miguel entró a vivir en nuestra casa.
Por fin, la vida me volvía a sonreír.
En esa noche se sucedieron varios hechos significativos.
El primero es que mientras me arreglaba para salir con mi esposo, sorprendí a Miguel espiándome.
Esta vez el temita fue un poco más descarado, claro que yo también puse de mi parte.
Sobre todo porque en esa ocasión estaba mi marido por la casa a diferencia de las veces anteriores, dónde todo quedaba entre él y yo.
No por nada, sino por motivos de horario de mi esposo.
En esa ocasión temí que mi marido lo sorprendiese observándome y se montase una buena.
Gracias a Dios no fue así.
No debió extrañarme que a Miguel se le apoderasen las ganas de espiarme tras el resquicio de su puerta frente a la corrección de su comportamiento.
Seguramente se asomó alertado por el ruido de mis tacones y se sorprendió de verme tan solo con las medias, tanga y sujetador.
Al ser la primera noche en mucho tiempo que salía de fiesta con los amigos, quería estar espectacular para mi esposo, y eso que fue Miguel el primero en descubrir sin querer mis pequeños secretos para esa noche.
Al principio me costó admitir que el leve movimiento de su puerta se debía a su presencia detrás espiándome, pero conforme entraba y salía del baño al dormitorio y del dormitorio al baño en medias, tanga y sujetador más me convencía de que me estaba espiando desde su cuarto.
Sin duda debía estar espectacular a sus ojos.
Incluso yo misma me demoré en ponerme la minifalda y la blusa retardando el momento lo más que pude para que me viese, hasta que la presencia de mi marido me llevó a abortar mi pequeña exhibición y a terminar con el jueguecito.
Por algún extraño motivo que no logro entender, me gustó pavonearme ante mi inquilino, y eso provocó que ya saliese calentita de casa.
Para rematar la noche, mi marido y yo bebimos algo más de la cuenta durante la cena con los amigos, lo suficiente como para desinhibirnos en nuestro regreso de madrugada a casa y terminar haciendo el amor en nuestra cama.
Los dos lo necesitábamos, llevábamos mucho tiempo en que el estrés y las preocupaciones no nos dejaban culminar.
Juro que estaba disfrutando inocentemente hasta que mi marido me alertó por los gemidos y grititos que estaba pegando.
Yo siempre he sido muy chillona, lo reconozco, y no me controlo cuando estoy próxima al orgasmo.
-Chhist- me chistó mi esposo tapándome la boca a una mano, -si sigues gritando así nos van a oír hasta los vecinos- me susurró mi marido al oído mientras me penetraba a lo misionero tratando de que no hiciera ruido y con la luz apagada.
-Lo siento no puedo evitarlo- articulé como pude entre jadeos y grititos.
-¿Acaso quieres que te escuche Miguel?,- me preguntó mi marido quitándome la mano de la boca para que pudiera respirar y alertándome para que no fuera tan escandalosa.
A mí realmente me daba todo igual en esos momentos, pero deduje de las palabras de mi esposo que a él no le hacía ni pizca de gracia que nos escuchase nuestro inquilino.
Mi esposo comenzó a moverse de nuevo dentro de mí.
Con su cuerpo encima me costó respirar.
Mi libido se había desvanecido por completo por primera vez en mi vida desde que hacía el amor con mi esposo al mencionarme a Miguel.
Lo miré como culeaba encima de mí al estilo conejero concentrado con los ojos cerrados.
Quise encontrar en él una mirada cómplice que supliera mi sacrificio, pero no la encontré.
Al contrario, lo observaba como permanecía ensimismado pensando en vete tú a saber quién, pero tuve la triste impresión de que no era en mí en quien pensaba mientras me hacía el amor.
Yo tan solo añoraba que sus ojos se cruzasen con los míos mientras me hacía el amor, me hubiera conformado con eso, una simple mirada, y en cambio me esquivaba la vista imaginando que seguramente era otra a la que penetraba, lo que terminó por enfriar mis sentimientos y abrir una distancia entre los dos a pesar de que se movía en lo más profundo de mi ser.
Por eso que estuve tentada de contestarle que sí, que quería que Miguel me escuchase, que quería que Miguel supiera que mi marido era el mejor amante que podía tener aunque fuera de ciento a viento.
Que pese a todas las dificultades juntos en esta vida, me hacía gozar.
Que era el único hombre por el que me podría dejar penetrar.
Al único al que me podía entregar.
El mejor pese al tiempo, la distancia, las preocupaciones y los temores.
Pero en cambio como digo al ver la cara de concentración de mi marido tan distante de la mía dejé de disfrutar, y por tanto de hacer ruido.
Lo poco que hacía era fingido, hasta que mi marido se corrió en mi interior completamente ajeno a mis necesidades, preocupado tan solo en su placer y en que no nos escuchase nuestro inquilino.
-Ha estado genial, ¿no crees?- preguntó mi marido una vez se salió de mí y se tumbó en su sitio al lado en la cama.
-Claro que si cariño, ha estado genial- repetí sus propias palabras resignada, mirando al infinito que debía estar por el techo de la habitación, con los ojos enrasados a punto de llorar.
Apenas he tenido que fingir tres o cuatro veces en mi vida con mi marido, y por desgracia esa fue una de ellas.
Sin duda uno de los días más tristes de mi vida.
Si los hechos sucedieron un sábado a la noche, ese mismo lunes mi marido salió de viaje por la mañana.
A la noche estaba algo cansada, por lo que en cuanto recogí la cocina quise ponerme el pijama dispuesta a ver la tele un rato y marchar a la cama cuanto antes.
Me dí cuenta que llevaba alguna colada de retraso y únicamente tenía para dormir un camisón de esos de raso que me regaló mi marido por algún aniversario a juego con un batín.
Hacía tiempo que no me ponía nada por el estilo, siempre pijamas de pantalón y franela.
No me importó que Miguel me viese con tan sugerente prenda, puesto que estábamos los dos solos, había la confianza suficiente y no llevaba intención de quedarme mucho rato en el sillón.
Pero nada más entrar en el salón me llamó la atención la forma en que me miró Miguel.
Sin duda debía estar mucho más sexy con ese camisoncito que con pantalones.
Para colmo al sentarme en el sillón el camisón se arrugaba dejando vislumbrar generosamente mis piernas.
Llegue a dudar de mi elección.
Miguel por suerte no dijo nada, alguna tímida mirada al principio y comentarios oportunos respecto de la serie que estábamos viendo.
Siempre educado y correcto.
Luego poco a poco se apoderó el silencio entre los dos a medida que a mí me ganaba el sueño.
-Al parecer el sábado os lo pasasteis muy bien-, me sorprendió Miguel con sus palabras interrumpiendo el momento en el que yo comenzaba a estar adormilada.
-¿Nos escuchaste llegar?- le pregunté aturdida por su comentario aún sin salir del estado de semi somnolencia en el que había entrado.
-Era imposible no escucharos- respondió como si fuese lo más natural del mundo para él escuchar a otras parejas.
Si bien en otras ocasiones era a mí a la que me gustaba sonrojarlo, esta vez era yo la que estaba muerta de vergüenza.
-¿Sabes si también nos escuchó mi hijo?- le pregunté temerosa por lo que pudiese pensar mi chaval.
-No te preocupes, dormía a pierna suelta- dijo tratando de transmitirme confianza.
-¡Qué vergüenza!- pronuncié tapándome la cara con las dos manos en plan mojigata.
-Vamos Sandra, no tienes de qué avergonzarte, es lo normal en una pareja de vuestra de edad- dijo tratando de quitar hierro al asunto.
-Siento haberte despertado- traté de disculparme por haberle interrumpido el sueño.
-Bah, no tienes por qué disculparte, mejor despertarme escuchándote a ti que a los borrachos que pasan por la calle- dijo medio riéndose y provocando mi risa.
-En eso te doy toda la razón- argumenté como excusa para reírnos los dos juntos, pues sin duda alguna se trataba de una risa algo tensa por el tema de conversación.
Por suerte en esos momentos mi hijo llamó de su cuarto pidiendo agua alertado por las risas y yo me levanté para atenderlo.
A mi regreso me excusé de Miguel argumentando que tenía sueño y marché a dormir a la cama, pero lo cierto es que sus palabras rondaron mi cabeza unas cuantas veces.
Los días fueron transcurriendo, más o menos como de costumbre, alguna miradita fuera de tiesto, algún comentario picante y poco más.
Siempre dispuesto a ayudar, a enseñar a mi hijo, y a colaborar en cuantos menesteres se le requería.
Fue entre semana.
Un miércoles creo recordar, cuando Miguel se duchó nada más regresar del colegio y dejó la puerta de su baño entreabierta por primera vez en todo este tiempo, y quiero pensar que por descuido.
El caso es que entre unas cosas y otras, entre pasar de un lado para otro haciendo las tareas de la casa, pude contemplarlo de pasada desnudo tras la cortina semitransparente de la ducha.
Incluso en una de las idas y venidas me demoré intencionadamente por unos segundos en mis tareas contemplando su figura.
Por suerte mi marido no había regresado aún del trabajo y me permití una pequeña travesura.
Juro que hubiera sido mejor verlo directamente desnudo, de esa forma se habrían desvanecido todas mis dudas.
Sin embargo esa situación a medias me jugó una mala pasada y comencé a tratar de adivinar sus formas.
Seguramente me imaginaba mejor figura de la que era.
Miguel no parecía un tipo muy fuerte, simplemente se conservaba relativamente bien para su edad, hacia deporte, comida sana,…etc.
En esos momentos, su figura difuminada desnuda tras una cortina de plástico y en comparación con la barriguita de mi esposo, me parecía una especie de dios griego.
Fuera como fuese la situación provocó que me conjurase a verlo desnudo.
De alguna forma necesitaba saciar la curiosidad despertada.
Yo soy así en que me propongo algo.
Quise disimular haciendo como que pasaba por el pasillo en el momento en el que escuché como se cerraba el grifo de la ducha.
Miguel corrió las cortinas de golpe mostrándose completamente desnudo mientras salía de la bañera con la intención de cubrirse con la toalla de baño.
En esos momentos comprendí que se había dejado la puerta abierta del baño por verdadero descuido.
Lo vi, me vio.
Nos miramos mutuamente.
Su mirada se cruzó con la mía en la distancia.
Me sorprendió, me había pillado.
Se sonrió orgulloso de sí mismo mientras alcanzaba la toalla.
Yo tardé en reaccionar presa del pánico.
Él se demoró en taparse regocijándose de la situación y de mi asombro.
Yo disimulé tratando de hacer ver que era todo fruto de la casualidad y un hecho fortuito debido a mis quehaceres como ama de casa en esos momentos.
Él ni siquiera volvió la puerta, y continúo acicalándose frente al espejo como si nada hubiera pasado.
Pero sí que había pasado.
Posteriormente pasé de un lado a otro del pasillo una y otra vez disimulando con ropa de aquí para allá pero mirando de reojillo.
Miguel ya se había tapado con la toalla cuando salió del baño y se encerró en su cuarto.
Yo marché a sentarme en el sillón del salón maquinando una excusa tras otra para cuando saliese de su cuarto y me pidiese explicaciones.
Estuve acalorada todo el rato presa del pánico pensando en tener que justificarme.
Pero por suerte se demoró intencionadamente hasta que regresaron mi esposo y mi hijo y la dinámica cambió por completo.
Lo había sorprendido completamente desnudo y su imagen caló en mi cabeza.
Miguel nunca mencionó nada al respecto de este incidente en los días sucesivos, cosa que agradecí muchísimo, y eso que los dos sabíamos que lo había visto desnudo, o más bien, que lo había estado espiando.
Desde ese día, como para compensar y no darle importancia al suceso por mi parte, quise salir alguna vez más de lo debido en braguita y sujetador a coger ropa del tendedor.
Inevitablemente me topaba en el pasillo con Miguel y nos saludábamos como si fuera de lo más natural que de vez en cuando nos sorprendiésemos de esa manera.
Con la tontería, cada vez me gustó más mostrarme algo traviesa y juguetona.
Supongo que poco a poco ocurrió lo inevitable.
Una también tiene sus necesidades, y un día mientras estaba sola en casa en la ducha no pude evitar acordarme del cuerpo desnudo de Miguel.
Y eso que lo vi tan solo un instante, pero cuanto más me concentraba bajo el agua de la ducha en sus formas, con más nitidez y claridad rememoraba los detalles de su cuerpo.
Tal es así que comencé a acariciarme poco a poco y terminé masturbándome.
Menos mal que estaba sola en casa y pude desahogarme a gusto.
Quise sumirme en un mar de sensaciones placenteras e incluso dirigí el chorro de la ducha para que impactará directamente sobre mi clítoris, tal y como hacía de adolescente en casa de mis padres.
A decir verdad hacía mucho tiempo que no me masturbaba.
Que ni me masturbaba ni tenía un orgasmo.
Yo también acumulaba estrés y necesitaba desahogarme fuera como fuera.
Tuve que sentarme en la bañera, las piernas no me aguantaban, comenzaron a temblar en los primeros espasmos, pues resultó un orgasmo lento e intenso que me hizo chillar como una histérica.
Lo que era en esos momentos.
Una mujer desesperada que necesitaba calmar su cuerpo a toda costa.
Me dejé llevar, chillé, grité, me convulsioné, pero sobretodo disfruté.
Incluso yo misma me avergoncé del escándalo que había montado al recuperarme e hidratar el cuerpo con cremitas.
Al día siguiente no sé porque a la mañana mi marido se levantó algo más tarde.
Yo desayuné temprano en la cocina con Miguel, el cual nada más verme se sonrió y me dijo:
-Parece que ayer os lo pasasteis muy bien tu marido y tú- comentó nada más verme los dos aún en pijama sentados en la mesita de la cocina el uno frente al otro.
-¿Por qué dices eso?- le pregunté sin saber a que hacía referencia.
-Cuando regresé del cole con el chico, nada más abrir la puerta os escuché gritar y por eso me lo llevé al parque un rato más, hasta que deduje habíais tenido tiempo suficiente para terminar vuestras cosas- dijo para mi asombro como guiñándome un ojo.
En esos momentos hice memoria de lo que ocurrió la tarde anterior.
Había quedado con Miguel en que él pasaría a buscar al chico, lo que me permitió ducharme a media tarde.
Recordé horrorizada que los gritos a los que hacía referencia Miguel debieron coincidir con mi inesperada masturbación en la ducha.
Mi marido llegó antes que Miguel y el chico, por lo que era comprensible que Miguel pensara que lo estaba haciendo con mi marido cuando él regresó a casa y escuchó lo que escuchó.
De repente me puse colorada como un tomate, y quise disimular.
Torpemente, opté por darle la razón.
-Sí, que vergüenza- esgrimí yo bajando la cabeza por situación tan embarazosa y arrepentida por mi comportamiento de la tarde anterior.
Sin duda me dejé llevar más de la cuenta en la ducha.
-No tienes de que avergonzarte- me dijo mirándome fijamente a los ojos tratando de llamar mi atención – además…- soltó provocando cierto suspense y un movimiento provocado en sus manos que descansaban sobre la mesita de la cocina en que estábamos sentados.
-¿Además qué?- quise saber temerosa de que hubiera podido descubrir algo más.
-Me gustó escucharte de nuevo- dijo estirando su mano en la mesa hasta atrapar la mía entre sus dedos, -en algún momento pensé que no lo hacíais por mi culpa- trató de mostrar cierta complicidad para conmigo con su gesto.
Un escalofrío recorrió mi espina dorsal en esos momentos poniéndome los pelos de punta.
¿Que había querido decir con eso?.
Ya era la segunda vez que me lo decía desde que estaba como inquilino.
Era como una señal.
Sabía que algo más quería decirme con eso, pero no lograba entender el qué.
-Buenos días- interrumpió mi marido apareciendo en calzoncillos por la cocina desvaneciendo la situación.
-Buenos días- me apresuré a responderle nerviosa levantándome de la silla para prepararle el desayuno a mi esposo.
Con la presencia de mi pareja el asunto quedó a un lado y la conversación transcurrió por temas mucho más superficiales, aunque a mí las palabras de Miguel continuaban suscitándome muchas dudas.
¿Qué quería decir con eso de “me gustó escucharte de nuevo”?.
La verdad es que logró causar cierta inquietud y desasosiego en mi ser.
Para colmo mi marido metió la pata hasta al fondo, tuvo que informarle a Miguel de que se había pasado toda la tarde en la oficina preparando presupuestos y que por eso estaba agotado a la mañana.
Yo quise interrumpir el inoportuno comentario de mi esposo fuera de tiesto y delator, pero Miguel se adelantó a preguntar hasta que hora se quedó en la oficina, y mi marido respondió que hasta poco antes de que llegara Miguel con mi hijo.
Nunca olvidaré la mirada que me dirigió Miguel al saber que los gritos que escuchó al abrir la puerta no eran lo que creía, o al menos con quien él creía.
Al descubrirme fui incapaz de mirarlo a la cara.
La situación fue humillante y vergonzante.
Quise esperar el momento en el que darle explicaciones, puesto que temía que pensase alguna barbaridad como que le había sido infiel a mi esposo.
La situación se merecía una explicación por mi parte, pero que nunca llegó.
Por suerte cayó en el olvido y pasaron los días.
Una tarde antes de que regresase a casa mi marido, no sé cómo salió el tema, le pregunté a Miguel qué tal le iba con las chicas.
Fue una pregunta inocente, casi por cortesía, sin ninguna intención.
– Miguel, y aquella madre del alumno que me comentaste con la que andabas el año pasado, ¿qué fue de ese romance? – pregunté desinteresadamente.
-Lo dejamos – me respondió sin mostrar muchas ganas por hablar del tema.
-¿Qué pasó? – su respuesta suscitó mi curiosidad.
-Supongo que lo de siempre- dijo algo triste al recordar el idilio.
-¿Y qué es lo de siempre?- quise saber.
-Ya sabes…, llegada cierta edad estas de vuelta de todo, todo te da pereza, no hay pasión solo intereses.
Digamos que las relaciones se terminan transformando en una especie de contrato, y así no se va a ninguna parte.
De momento estoy bien así, tranquila.
Muchas gracias por preguntar – quiso excusarse.
-¿Tranquila? Je, je,- quise reírme poniendo cierto tono picante en la situación ¿no echas de menos una mujer en todo este tiempo? – sonreí maliciosamente en plan cómplice.
-Evidentemente que sí.
No soy de piedra.
– respondió también confesándose.
-¿Y desde que estás aquí? – pregunté insidiosa.
-A veces me subo por las paredes, pero ya sabes lo que toca, los hombres lo tenemos fácil, trabajo por cuenta propia- argumentó medio en broma, riéndose, logrando que a mí también me hiciese gracia por su forma de decirlo.
-Oye si algún día tienes un lio o algo, dímelo y desaparezco.
Me llevo el chico al parque y hacéis vuestras cositas- quise darle la confianza merecida.
-Lo mismo os digo- dijo ahora algo más serio dando a entender lo sucedido en el otro día.
-¿Por qué dices eso?- pregunté algo mosqueada.
-No por nada.
Tú has sacado el tema- respondió quisquilloso.
-Por algo lo habrás dicho- insistí yo también.
-Perdona no he dicho nada, déjalo, he dicho una tontería- estaba claro que no quería continuar hablando de ello.
-¿Cómo que lo deje?.
¿Por algo lo habrás dicho?- insistí con la intención de aclarar el asunto.
-No, es que en todo este tiempo entre tú esposo y tú…, quitando la otra noche…, que yo sepa…, vamos que se me hacen pocas veces para una pareja tan joven como vosotros- argumentó con aparente serenidad.
-Eso no es asunto tuyo- quise cortarle.
-Claro que no, disculpa que me meta donde no me llaman.
Lo siento.
– como siempre se mostró educado y trató de zanjar el tema.
-Será mejor que olvidemos el asunto- quise concluir yo también.
-Lo que tú digas, solo espero que el problema no sea yo.
Tan solo quiero decirte que si todo es porque estoy yo, solo tenéis que decírmelo.
Ya os habéis relaciones.
En especial tú, eres demasiado buena conmigo, por eso te aprecio mucho y no quiero causarte más problemas- dijo bajando la cabeza mostrando cierto arrepentimiento.
-Para nada, tranquilo.
El problema no eres tú, todo lo contrario.
Has ayudado muchísimo.
Sabes de sobra que incluso hacía tiempo que no yacía con mi esposo hasta que llegaste tú- quise tranquilizarlo.
Miguel puso cara de asombro, como de no entender en qué había podido ayudar, y tuve que explicarme.
-De verdad que el estrés por las deudas nos quitaban las ganas.
Como ves, tu pensión nos ha desahogado bastante e incluso has animado a mi marido.
Poco, menos de lo que me gustaría, pero al menos mucho más que antes de tu llegada.
Gracias de verdad- le dije acariciándolo tímidamente en el hombro mostrándole mi más sincera gratitud.
-Caray, me alegro que sea así.
No sabes el peso que me quitas de encima, por lo del otro día creí que era todo lo contrario- suspiro relajado.
-¿A qué te refieres con lo del otro día? – aproveché para aclarar el tema en un ambiente mezcla de tensión y de confianza que se había generado.
-Bueno, …cuando regresé del cole con tu chico y te escuché teniendo lo que parecía un orgasmo… y al día siguiente tu marido dijo que había estado trabajando toda la tarde…, no sé, llegué a pensar que le fuiste infiel a tu esposo…que tuviste un lio- dijo nuevamente avergonzado bajando la cabeza sin atreverse a mirarme a los ojos por sus pensamientos.
-Escúchame bien Miguel.
Sabes que sería incapaz de engañar a mi marido.
El otro día simplemente me pillaste como dices tú, trabajando por cuenta propia en la ducha.
Caray chico, una tampoco es de piedra.
Si te mentí es porque prefería que pensases que estaba con mi esposo y no sola.
Cuando me preguntaste me dio vergüenza reconocerlo, en cambio ahora….
– de nuevo le pasé la mano por el hombro en señal de confianza.
-No sabes cuanto me alegro de que sea así, por un momento pensé que….
– pronunció Miguel, pero no le dejé terminar la frase.
-Ya ves que no.
Mejor dicho, lo escuchaste- pronuncié entre risas.
-¿O sea que eras tú sola en la ducha?- preguntó alucinado.
-Uhm ,uhm- asentí yo sonriendo pícaramente en plan malota.
-Me alegro, de verdad que no sabía como actuar frente a tu esposo.
No sabía si decirle algo o no, de alguna forma también es un amigo para mí.
Me alegro de aclararlo porque podía haber metido la pata hasta el fondo y nunca me lo perdonaría- dijo aliviado al quitarse un peso de su conciencia.
-¿Puedo hacerte una pregunta?- quise saber antes de dar por cerrado el tema movida por la curiosidad aprovechando el buen rollito generado.
-¿Qué escuchaste?- le pregunté intrigada.
-No…, nada, simplemente te escuché- quiso restarle importancia al asunto.
– La otra vez me dijiste que te gustó escucharme de nuevo a mi marido y a mí.
¿Qué quisiste decir con eso?- necesitaba salir de dudas a sus palabras que tanto resonaron por mi mente en todos estos días, consideré que ese era un buen momento para aclarar dudas e inquietudes.
-Entiéndeme, si…, tienes razón, me gusta escucharte- esgrimió con argumento seco y escueto.
-¿Por?- insistí.
-Bueno, eres muy escandalosa- soltó de golpe y porrazo dejándome algo aturdida.
-¿Y eso te gusta?- reaccioné preguntándole maliciosamente jugando con la situación haciendo tirabuzones en mi pelo.
-Digamos que me hace pensar cosas- dijo sonriente.
-¿Y qué es lo que te hace pensar?- insistí una vez más coqueta e intrigada.
-Bueno, ya sabes, pensaba en ti- se confesó como si nada, como siempre, como si fuera lo más natural del mundo.
-¿En mi?- me hice la sorprendida cuando en realidad me esperaba esa respuesta.
-Si claro, ¿en quién sino?, era a tí a la que escuchaba- trató de justificarse ante lo evidente
-¿Te tocaste?- la idea me resultaba excitante en esos momentos, además de que no sé por qué, estaba disfrutando al hacerle confesar.
Me hacía sentir como poderosa al saberme deseada por otro hombre que no era mi marido, y con el que podía hablar claramente de estos temas.
-¿En serio lo quieres saber?- me miró esta vez más serio de lo normal restando algo de naturalidad a la situación.
-Uhm, uhm.
Si te tocaste pensando en mí, creo que tengo derecho a saberlo- le devolví la mirada provocando su respuesta.
-Sí, me toqué- pronunció mirándome fijamente a los ojos orgulloso.
-¿Te tocaste pensando en mí?- se me escapó con una sonrisa de satisfacción al conocer su respuesta chupándome el dedo en plan niña mala forzando su confesión.
-Tú lo has preguntado y yo te he respondido.
¿Qué quieres que hiciera?- se justificó de nuevo.
-Dormir- rebatí seca y tajantemente cambiando de actitud para hacerme la ofendida aún a sabiendas de que fingía un enfado que no era.
-Menudos grititos te pegabas, como para dormir- pronunció entre risas tratando de desenmascararme en mi teatral arrebato.
-Eres un cerdo.
Todos los tíos sois iguales.
Yo creí que eras distinto, que podía confiar en ti, y en cambio eres como todos- jugué a comportarme como una chiquilla golpeándolo en el brazo simulando continuar enfadada.
-Vamos Sandra, que soy un hombre.
A pesar de mi edad sigo teniendo mis necesidades, tú eres una chica guapa, que digo guapa, guapísima, además eres atenta y cariñosa.
Entiéndelo no quiero que te enfades, considéralo algo inevitable- intentaba mostrar con sus palabras que se trataba de una conversación normal entre dos adultos evitando entrar en mi juego.
-A saber en qué estarías pensando- apuntillé en plan mujer fatal.
-Mejor no quieras saberlo- dijo antes de romper a reír los dos con risa floja tratando de aliviar el momento.
El ruido de las llaves en la puerta interrumpió la risa.
Mi marido regresaba con mi hijo.
-¿De qué os reíais?- quiso saber mi marido nada más vernos.
-De nada, de nada- dijimos los dos al mismo tiempo para asombro de mi esposo que no sabía de qué iba el tema y solo nos veía reír y reír tratando de aguantarnos la risa.
Una cosa me quedó clara.
Con Miguel era muy fácil hablar de ciertos temas, y siempre encontraba la manera de relajar la tensión en esos casos.
A partir de ese día las conversaciones entre nosotros eran todavía más fluidas, pero no se volvió a tocar el tema del sexo, por un tiempo.
Hasta que en una de las semanas en que mi marido estaba de viaje, ya de noche, después de cenar, nos quedamos los dos solos viendo una peli en la tele.
Casualidad o no, me tocó llevar para estar por casa el camisoncito de raso de la otra vez según los turnos de la lavadora.
Esa noche me dolía bastante la espalda, había estado todo el día levantando peso, y si normalmente nos sentábamos los dos a la noche en el tresillo que quedaba justo enfrente de la tele, el uno al lado del otro, esa vez le pedí a Antonio que me dejase tumbar estirada en el sillón.
Él hizo ademán de levantarse para sentarse en el orejero que normalmente utilizaba mi esposo, algo más ladeado, pero movida por la educación le dije que no me importaba permaneciese en el sillón conmigo, si a él no le importaba que le pusiera las piernas encima.
-Claro que no me importa que me pongas las piernas encima- respondió a mi pregunta sin dejar de mirarme con el camisón puesto.
Así que os imagináis la situación, él sentado en el extremo del sillón de frente a la tele, con un pantalón de pijama largo de esos a cuadros y en camiseta de algodón de manga corta, y yo tumbada a lo largo del sofá, con la cabeza en el otro extremo y con mis pies sobre sus piernas.
El caso es que al llevar camisón mis piernas descansaban desnudas sobre su regazo, y para colmo al más mínimo descuido le enseñaba las braguitas.
Di que se trataba de unas braguitas blancas de algodón de lo más normalitas, y por eso no le daba mucha importancia a que pudiera verlas en algún desliz.
Como digo siempre, no veía más de lo que una enseña en bikini en la playa, y al haber confianza entre nosotros no encontré motivos para lo contrario.
Permanecimos un tiempo en esa posición, en la que Miguel no sabía dónde descansar sus manos sin tocarme.
Se le notaba inquieto y torpe por el contacto de mis piernas sobre su regazo, circunstancia con la que a mí me gustó jugar.
La tele resultaba de lo más aburrida, así que llevados por el momento y la situación comenzamos a hablar de nuestras cosas.
Al principio Miguel evitaba cualquier roce con mis piernas, no sabía dónde colocar las manos, estaba claramente incómodo, hasta que en un momento dado algo envalentonado :mientras contemplábamos al unísono como sus manos contactaban con la piel desnuda de mis muslos.
Inconscientemente los dos esperábamos desde hace un rato que llegase ese momento.
Al menos para mí fue una sensación electrizante.
Era la primera vez que teníamos contacto físico en todo este tiempo, y además vino a producirse en una zona tan delicada como las piernas y los muslos.
Ninguno de los dos quiso interrumpir la conversación y proseguimos como si fuera lo más normal del mundo.
Con la naturalidad que Miguel le otorgaba siempre a este tipo de situaciones.
Aunque los dos disfrutábamos en silencio y para dentro de las sensaciones que a ambos nos producía el contacto sus manos en la piel desnuda de mis muslos.
Recuerdo que comenzamos hablando de la educación de mi hijo, y terminamos hablando de lo diferente que eran los tiempos ahora.
Según él, hoy en día se le hacía más difícil educar a los hijos que en sus tiempos.
.
– ¿Por qué dices eso?- quise saber yo.
Y pregunta a pregunta, respuesta a respuesta fue derivando el tema a como habían sido sus relaciones con otras mujeres anteriores a su ex.
Así me contó que en sus tiempos mozos tuvo una novia del pueblo de su madre que nunca se depilaba las piernas.
¡¡Ni las axilas!!.
Y que la primera vez que la vio en bikini tenía más pelo ella, que él.
A mi entró la risa por la forma tan graciosa en que lo contaba.
Gesticulaba bastante con las manos al explicar sus anécdotas, y entre gracia y gracia me acariciaba de vez en cuando mis piernas desnudas sobre su regazo.
A cada contacto de sus manos en mis muslos me entraban escalofríos por todo el cuerpo que trataba de disimular con la risa.
El momento y la situación eran de por sí muy agradables.
De hecho no recordaba sentirme tan bien en mucho tiempo.
-¿La llegaste a ver desnuda?- tuve curiosidad por saber el desenlace de su historia.
-¡¡¡¡Nooo!!!- dijo poniendo cara de repulsa provocándome una risa continua.
-Imagínate si tendría pelo en todo el cuerpo que la braguita del bañador, antes no había bikinis, le levantaba casi un par de dedos- quiso explicarse -necesitaría una podadora antes de ponerme al asunto- concluyó entre carcajadas de los dos por la exageración.
.
-Tampoco había medios- quise disculpar a su antigua novia una vez me recuperé de las primeras risas.
-Tienes razón- dijo él también entre risas – en cambio ahora se ha declarado la guerra a los pelos- finalizó su argumento.
-Mucho mejor ahora ¿no crees?- le rebatí yo.
-La verdad es que no sabría decirte.
– dijo poniendo cara de asombro.
-¿Cómo que no sabes?- pregunté inocentemente.
-Pues eso, mi mujer era también de las de antes y si bien se hacía las ingles brasileñas para ir a la playa, nada que ver con lo que se ve por ahí ahora- se explicó.
-Pues que quieres que te diga, a mí me resulta mucho más cómodo arregladito- le hice saber poniendo carita de niña mala.
-¿En serio?- preguntó poniendo cara de asombro con evidentes ganas de que continuase en mi argumentación.
-Pues claro, aparte de ser mucho más higiénico tiene más ventajas- me sentí poderosa instruyendo al maestro en el tema.
-¿Si?, no entiendo- preguntó haciéndose el despistado pero a la espera de que le revelase algún detalle íntimo.
-No me dirás queeee, ¿nunca has vistoooo? ….
¿nunca?- me mofé de él a mi manera por la falta de experiencias que suponía.
-Nada de nada- respondió resignado.
-Pues chico cortito notas más la penetración, y que quieres que te diga, de cara a practicar sexo oral pues facilita mucho las cosas ¿no crees?- aunque mis argumentos eran evidentes, Miguel continuaba mostrando caras de asombro por mis explicaciones cargadas de experiencia.
-¿Tú…?.
¿Tú lo llevas rasurado?- preguntó titubeando tragando saliva por su atrevimiento, pero como siempre con cierta naturalidad que transmitía la confianza suficiente como para confesarte.
-A veces, ahora del todo no, pero casi- en la posición en la que estábamos abrí y cerré mis piernas un par de veces para que se fijase en mis braguitas blancas de algodón en plan juguetona.
-Caray que suerte tiene tu marido- exclamó suspirando atento a mi abrir y cerrar de piernas.
-Pues nadie salvo tú lo diría- le rebatí fingiendo entristecerme.
-Sandra no te preocupes, ya verás como volvéis a recuperar la pasión, son ciclos que vienen y van- de nuevo apareció el Miguel sensato restando importancia a los problemas.
-Ya, pero el tiempo pasa y luego a lo que queramos ya no podremos- pronuncie triste al tiempo que abría y cerraba de nuevo un par de veces mis piernas juguetona provocando su atenta mirada.
-No digas eso, para eso siempre hay tiempo- trató de rebatirme comenzando a acariciar mis piernas tímidamente llevado por el momento con sus dos manos.
-Ya, ¿y tú qué?.
¿Hace cuanto que no estas con una mujer?- desvié el tema tratando de averiguar el efecto que podía tener en él sus caricias en mis piernas.
-¡Uff!, hace ya tanto que ni me acuerdo- suspiró añorando tiempos pasados reclinando melancólico la cabeza hacia atrás.
-¿Te puedo hacer una pregunta?- interrumpí sus resoplidos.
-Por supuesto- respondió como siempre tan dispuesto aún a sabiendas de que había esquivado notoriamente mi pregunta anterior.
-¿Eso es por mi culpa?- pregunté señalando con mi pierna y mi mirada el bulto que se adivinaba bajo sus pantalones del pijama medio burlándome de él.
-¿Tú que crees?- no quiso responder a lo evidente relativamente avergonzado mientras me miraba fijamente a los ojos.
-No sé.
Dímelo tú- quise escucharlo de su boca al tiempo que retiraba mis piernas de su regazo para que se evidenciase la erección que el pobre escondía bajo el pantalón.
Aquel madurito interesante estaba avergonzado.
Una sonrisa burlona se dibujó en mi rostro al mostrarse ante los ojos de ambos lo evidente.
-Si Sandra, me has puesto como una moto- respondió con su naturalidad característica contrario a la vergüenza que su enrojecida cara figuraba.
-¿Qué vas a hacer?- esta vez quise llevar la situación al límite, me gustó provocarlo, tensé el juego y deslicé mi pierna hasta acariciarle su miembro con el dedo gordo de mi pie por encima de la tela de su pantalón.
Fue una caricia sutil, un par de golpecitos juguetones con mi extremidad, lo suficiente como para sentir el contacto de su miembro duro bajo la tela contra la piel desnuda de mi pie.
-Pues no sé, pero algo tendré que hacer, ¿no crees?- argumentó mientras se dejaba hacer por el movimiento de mi pie y las caricias de mis piernas rozándose contra las suyas, contemplando ansioso mi provocación y preguntándose mentalmente hasta donde estaría dispuesta a dejar llegar la situación.
-¿Pensarás en mí?- le pregunté al tiempo que me chupaba maliciosamente un dedo y continuaba acariciando su miembro con mi perna por encima del pantalón.
En ese instante Miguel apartó su mirada de mis muslos y que me miró a los ojos cuestionando mis intenciones.
Entonces lo vi claro en sus ojos.
Ese hombre estaba tan desesperado como yo, deseaba culminar la situación como fuera, me suplicaba con la mirada que continuase hasta algún final.
Cualquier tipo de final, a esas alturas le daba igual.
El que yo quisiera.
Era como un caballo percherón viejo dócil a su amo.
A pesar de su madurez y de su seguridad, aquel maestro no sabía cómo manejar la situación.
Tan solo anhelaba que sucediese algo.
Como fuera.
Pero sobretodo conmigo.
-¿Puedo?- me preguntó como a quien se le viene el mundo encima.
-¿El qué?- pregunté esta vez inocentemente.
-Pensar en ti, ¿puedo?- reiteró su pregunta mirándome a los ojos.
-Quiero que lo hagas.
Es más, quiero que me cuentes luego lo que has pensado.
Quiero saberlo- medio le susurré al tiempo que evidenciaba mis caricias y lo comenzaba a masturbar torpemente con el suave movimiento de uno de mis pies sobre su paquete.
Para provocarlo aún más quise abrir y cerrar a la vez la otra pierna para que pudiese ver a intervalos mis braguitas por debajo del camisón.
La tensión sexual se mascaba en el ambiente.
-Uff, para Sandra, estoy a punto.
No deberíamos…- pronunció cerrando los ojos y reclinando la cabeza hacia atrás entregado a mi pequeña tortura.
Yo seguí moviendo mi pie de arriba abajo sobre su miembro, comprobando la dureza que apreciaba bajo su pantalón en lo que venía a ser ya una masturbación en toda regla.
Miguel abrió los ojos y giró la cabeza para mirarme directamente mientras yo no perdía detalle de las caricias que entre mi pie y la pierna le daba sobre la tela de su pantalón.
-¿Qué miras?- le pregunté sintiéndome acosada por su mirada.
-¿Tú qué crees?- respondió evitando desnudar sus pensamientos a la vez que me desnudaba con los ojos.
-No sé, dímelo tú- me gustaba escucharlo de su propia boca.
-Sandra eres una mujer maravillosa, yo…, no sé cómo agradecerte todo lo que estás haciendo por mi- se deshacía en halagos al tiempo que comenzó a acariciarme las piernas a dos manos sin miramiento alguno.
Necesitaba acariciarme, necesitaba comprobar la suavidad de mi piel con sus propias manos, como quien comprueba que lo que estaba sucediendo era real y no un sueño.
-Chhist, calla, no lo estropees ahora- yo preferí disfrutar de aquel momento lleno de excitante misterio en silencio.
Era un camino hacia lo desconocido.
Confusa, en esos momentos tan solo tenía claro que quería concentrarme en las sensaciones que me producía notar la dureza de aquel miembro desconocido hasta entonces para mí.
Alternaba mis caricias con un tímido abrir y cerrar de piernas para que desde su posición pudiera verme las braguitas.
Los ojos se le salían de sus orbitas con mi pequeña travesura.
No sé, era algo extraño y estimulante a la vez.
Un cúmulo de sensaciones que en general resultaba complaciente y me impulsaba a seguir.
-Para Sandra- interrumpió Miguel el momentáneo silencio y la tensión mientras se agarraba con fuerza a dos manos a mi otra pierna.
-Me corro- pronunció a media voz.
-¿En serio te vas a correr tan solo con el roce de mi pierna?- insistí en mi maquiavélica caricia con la que estaba disfrutando tanto como él aunque por diferentes motivos.
-Si sigues así, sí – argumentó con cara de concentrado por retrasar o evitar el ineludible momento.
-Bah, no me lo creo- intensifiqué mis caricias y mi movimiento esta vez con la rodilla, regocijándome en el poder que disponía sobre esa otra persona.
– Para que me corro- pronunció entrecortadamente evidenciando que el momento estaba cerca.
-Pues quiero verlo, quiero ver cómo te corres- pronuncié aumentando la zona de contacto entre nuestros cuerpos.
Me miró.
Lo miré.
Cerró los ojos.
Estaba claro que en esos momentos Miguel estaba totalmente entregado a la labor de correrse y satisfacer mis deseos.
O los suyos, o los de ambos.
De repente abrió los ojos.
Me miró de nuevo y comenzó a deslizar envalentonado una de sus manos por mis muslos bajo la atenta mirada de ambos.
Ese breve intervalo de tiempo en el que su mano recorrió mi pierna se me hizo eterno.
Avanzó decidido a acariciarme más allá de mis braguitas blancas de algodón, pero atrapé su mano entre mis piernas a pocos milímetros de mi prenda más íntima.
En esa parte más suave de la cara interna de mis piernas.
Ambos pudimos contrastar la gélida temperatura de su mano temblorosa con el calor de mi piel en esa zona.
Le dejé claro con la mirada que no quería que me acariciase.
Una cosa es una cosa, y otra llegar a más.
Dejé bien claro que no iba a ser infiel a mi esposo bajo ningún concepto y todo a pesar del surrealismo de la situación.
Miguel por suerte lo entendió perfectamente y cerró los ojos abandonándose al placer que le proporcionaba tener su mano atrapada ente mis muslos tan cerca de su objetivo.
-Ooh, siii…, oooh si, ufff- noté como el miembro de ese hombre palpitaba al ritmo de las caricias de mi rodilla.
De repente el pantalón de su pijama estaba mojado.
-¿Ya?- pregunté incrédula por lo que había pasado.
-Ya- respondió él con cara de satisfacción mirándome a los ojos aturdido.
-Joder como te has puesto- exclamé al comprobar lo empapado que había quedado su pijama bajo mi pierna.
-Voy por papel.
No manches el sillón- argumenté preocupada por que pudiera quedar mancha en la tapicería del sofá.
-Gracias- resopló Miguel tratando de recuperarse.
Recuerdo que me levanté del tresillo con un sentimiento mezcla de vergüenza y horror por lo que acababa de pasar.
Le acababa de hacer una paja a un hombre que no era mi marido, y no sabía si sentirme infiel o no.
Traté de encajar lo ocurrido mientras iba camino del aseo en busca del papel higiénico con el que limpiar a ese pobre hombre con el que me había excedido en mi inconsciente provocación.
¿Cómo había podido pasar?, me preguntaba mentalmente una y otra vez sin encontrar una explicación razonable con la que justificarme.
Solo tenía clara una cosa, quería acabar con todo aquello lo antes posible.
Así que regresé rápido con el papel higiénico para limpiarlo, pero Miguel se negó en rotundo.
Estaba tan avergonzado o más que yo por lo que había sucedido.
-Sandra yo…esto…no sé qué decir- titubeó a mi llegada mientras se limpiaba como buenamente podía mostrándose pudoroso ante mi presencia.
-No sé que me ha pasado- trataba de excusarse una vez tras otra contra mi silencio.
-Ssschist.
No digas nada- le mande callar prefiriendo el silencio.
-Ya está, ya ha pasado.
Los dos somos adultos y sabemos cómo son estas cosas.
Nos hemos dejado llevar.
Ambos sabemos que esto no debería haber pasado nunca y que no puede volver a ocurrir.
Hagamos de ello un buen recuerdo y olvidémoslo cuanto antes- dije poniendo algo de serenidad al momento mientras trataba de ayudarlo en su faena pasándole todo el papel que necesitaba.
-Gracias Sandra.
Eres una mujer maravillosa.
A veces los hombres tenemos nuestras necesidades.
Ambos sabemos que esto no debería haber pasado, me alegro que lo entiendas- y a lo que terminó de limpiarse por encima marchó a su cuarto huyendo despavorido a cambiarse de ropa.
Ya no salió en toda la noche de su cuarto, cosa que agradecí yo también.
Al igual que Miguel me encerré en mi dormitorio tratando de conciliar el sueño y de que pasase todo cuanto antes.
Estaba muerta de vergüenza, entre otras cosas me preguntaba si sería capaz de volver a mirar a la cara a ese hombre.
¿Qué es lo que había pasado?.
O lo que es peor, cómo había dejado que sucediese.
¿En qué clase de esposa me había convertido?.
Era todo un sin sentido, una locura.
Reconozco que al día siguiente nos costó incluso entablar conversación.
Ninguno de los dos se atrevía a decir nada.
En especial en el momento durante el desayuno que se tornó tenso, menos mal que la presencia de mi hijo ayudo a romper el hielo.
Enseguida le preguntó a Miguel acerca de problemas de matemáticas y distrajo la atención.
A la noche siguiente Miguel no salió de su cuarto alegando que tenía trabajo pendiente.
Así que no comentamos nada de lo sucedido en todo el día.
Hasta que inevitablemente algunas noches atrás, mientra
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