El pediatra atendió a mis hijos y a mi esposa.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
No recuerdo con precisión si era fines de septiembre o principios de octubre del año 2011 cuando quedé varado en Río de Janeiro por la huelga de Aerolíneas Argentinas. Mejor dicho, creía que llegaría a casa recién a la tarde del día siguiente, debido a que no conseguía ubicación en ningún vuelo a Buenos Aires, de otras compañías.
Resignado, llamé a Carla, mi esposa, para que no fuera a esperarme a Ezeiza, a la hora, inicialmente, prevista de arribo.
– ¡Qué pena querido¡ Pero de todos modos no hubiera podido ir al aeropuerto porque Luisito está con fiebre y lo veo un poco agitado –
– ¡La puta madre! Y yo atrapado acá por la huelga. Llamá, ahora mismo, a Sartori para que lo vea. No te dejes estar porque a la tarde, por ahí, demora en ir –
– Bueno, Julio, quedate tranquilo ya lo llamo. Llamame esta noche y te cuento las novedades. Un beso –
– Otro para vos –
Luisito tenía algo más de un año y era muy delicado de salud. Cuando tenía unos pocos meses, había tenido una grave bronquitis, creo, que por mal curada se agravó, lo llevamos de urgencia a la clínica, y el Dr. Sartori, le salvó la vida al practicarle respiración artificial, durante interminables minutos, logrando revertir el paro respiratorio que tuvo, a poco de ingresar en el centro de salud.
Nuestro hijito, aun se estaba recuperando, y nosotros, súper sensibilizados, acudíamos a los servicios del Dr. Sartori, ante los menores síntomas de “problemas” no sólo de Luisito sino también de Sabrina su hermana de 3 años. En síntesis al doctor lo adoptamos como pediatra y tenía el “handicap” de nuestra gratitud y nos visitaba con frecuencia.
Con Carla, habíamos llegado a Buenos Aires, por mi traslado a la casa matriz de la Empresa, apenas hacia fines del 2010. No teníamos parientes cercanos, ni amistades sólidas a quien recurrir, por lo que ella debía, ese día, como en tantas otras ocasiones en que me encontraba de viaje, arreglarse sola. Sentí un poco de pesar, por no poder, apoyarla.
A las nueve de la mañana, no había ninguna, lo que se dice ninguna posibilidad, de volar ese día a casa. A las once y moneda, por los altos parlantes del aeropuerto escuché:
“ pasajero Julio G. presentarse, por favor, al mostrador de TAM….”
Sorprendentemente, había aparecido personal de la oficina de Aerolíneas Argentinas en Río, con jerarquía, para autorizar el endoso de pasajes. A las 11:30 despegaba hacia Ezeiza.
No quise llamar a mi esposa para no distraerla de la atención a nuestro hijito.
Alrededor de las 15:30 horas abrí con mi llave la puerta de casa.
En el living vi, colgado en una silla un saco, sobre la misma un maletín que me era familiar, en el suelo una camisa y un pantalón; ninguna de las 3 prendas eran mías. También en el piso, otras 3 prendas bien conocidas: pollera, blusa y suéter de mi esposa.
Avancé unos pasos hasta el inicio del pasillo que daba a nuestro dormitorio. Escuché nítidamente, por la puerta abierta, gemidos rítmicos, interrumpidos por exclamaciones de placer, inconfundibles, que suelen brotar y ser soltadas cuando la pasión está al máximo. Oía, además un “frique….frique….frique….frique..” sintonizado con los gemidos. La cama, ligeramente floja en alguna unión, le ponía relieve a cada una de las solicitaciones que recibía. Carla me había pedido, en reiteradas ocasiones después de hacernos le amor, que viera de eliminar el “molesto chirrido”. A mí no me fastidiaba y, por diversos motivos, fui postergando el ajuste.
Ahora el ruidito agredía brutalmente mis oídos, era otro, no yo, el que lo generaba.
Sigilosamente retrocedí, salí de la casa y entré por la cochera que comunicaba con el jardín posterior de la casa. Cubriéndome entre los rosales y arbustos me ubiqué de modo tal de poder ver claramente, por el ventanal, que sucedía en el dormitorio.
Sucedía que Carla, de espaldas, con las piernas plegadas y abiertas a más no poder, estaba siendo cogida a todo ritmo por el doctor Sartori. Era un “misionero” al rojo vivo. Las bocas de ambos fundidas en un beso profundo, una mano de él acariciaba el culo de mi esposa; ella, era evidente, gozaba plenamente. Un leve arquear acompasado de su columna, parecía ir al encuentro del movimiento descendente del doctor, como procurando una penetración más profunda de la poronga “intrusa”. El orgasmo no tardaría en atraparlos, a juzgar por la compenetración que ambos tenían en la cogida.
La escena me golpeó sin anestesia. Sobrevino la compulsión de lanzarme hacia el cuarto y dar rienda suelta a mi “furia”, pero conseguí dominarla. Engullida la rabia, avancé algunos pasos más, agachado, hasta comprobar, por el otro ventanal que los dos chicos dormían plácidamente la siesta. Una de cal: Luisito debía estar bien, de otro modo la madre no se habría entregado a la urgencia de la carne, con el entusiasmo con que lo estaba haciendo. Al desandar el camino hacia la cochera, pasé ante el dormitorio: los dos, tramposos, estaban aún uno encima de la otra pero quietos, relajados, las cabezas sobre la almohada. Habían acabado y disfrutaban del relax que le sigue al torbellino del clímax.
¡El buen doctor!! Después de atender a mi hijito, le hizo un “tratamiento penetrante” a la madre. La Re-P. M. Q. L. P.
¡La buena de mi mujercita! Disfruta, y como, la variedad de vergas entre las piernas.
Al pasar junto a mi auto, abrí una puerta, dejé adentro mi bolso de viaje y cerré cuidando de no hacer ruido. Ya afuera, nuevamente y al doblar la esquina, descubrí el coche de Sartori, con la cruz roja en el parabrisas, prudentemente estacionado a la vuelta. O había ido, a casa, con toda la intención de voltearla (seguramente Carla, al llamarlo por el nene, le habrá comentado que yo estaba en el exterior) o, no era la primera vez que cogían. En cualquier caso era lógico que no dejara, largo tiempo, el auto a la vista de los vecinos.
Mi paso por esa calle no era fortuito. En ella estaba, a 250 metros de la nuestra, la casa de Mercedes (Mecha) la joven enfermera que llamábamos para las inyecciones a domicilio, principalmente para los chicos. El marido debía estar en el trabajo y la hija en el jardín: salita de 4 años. Estaba persuadido que algún interés tenía para conmigo. Cuando se daba la ocasión, me lanzaba señales evidentes que yo fingía ignorar.
Estaba realmente “buena”. No muy alta, tal vez 1,62, pero con todos los ingredientes de un plato apetecible: linda cara, tetas generosas, cintura reducida, caderas amplias, culo y piernas bien torneadas. Pero, aunque no era desdeñable que fuese bonita, en ese momento cualquier concha me venía bien. Cargado de resentimiento, por lo que había presenciado, había pensado en la “petisa”, rogando que estuviese en casa: sentía la necesidad imperiosa de darle el vuelto a mi esposa y además, pensaba, era preciso hacer tiempo. Con la certeza de que yo estaba varado en Brasil, en mi dormitorio, podía, Carla, darse otros atracones de verga terapéutica.
El pediatra, pensaba mientras caminaba, sin ser una “escultura grecorromana” es atractivo, mide algo más de 1,80, contextura llamativa, ojos marrones, nariz chica, labios sensuales, muy amable, con facilidad de palabra y educado. No debe tener dificultades para perturbar a más de una mujer, más contando con la ventaja de entrarles por los hijos.
Y Carla que tiene lo suyo: mide 1,73 metros, rubia, ojos grandes y claros color miel, rostro de rasgos nobles y delicados, muy buena figura, conversadora brillante e ingeniosa, no debe haber tenido dificultad para, voluntariamente o no, despertar la libido del galeno. Una cosa era clara, el médico no la había violado, ella gozaba del polvo soñado cuando la vi.
Había llegado a mi destino. Toqué el timbre, al cabo de un tiempo que se me antojó demasiado largo (temí que la chica no estuviese) se abrió la puerta y Mecha asomó la cabeza:
– Sr. Julio, ¿Qué lo trae por acá? – estaba intrigada. Sólo la había llevado alguna vez, con el auto, para resguardarla de la lluvia. Siempre la convocábamos por teléfono.
– ¿puedo entrar? – respondí y sin esperar respuesta avancé.
Se había recostado un rato, quizás para leer o ver televisión, aprovechando que estaba sola. No tenía expresión somnolienta, vestía minifalda y la blusa ajustada, salida apenas de la falda delataba que se había vestido apurada por el timbre.
– Si..si, por supuesto ¿pasó algo?- interrogó
– No…nada….pero va a pasar si vos estás de acuerdo – mientras le descubría mis intenciones, la tomé de la cintura y la atraje hacia mí. Como dijo Martín Fierro “…se prendió como guacho a la teta” y no en sentido figurado. Nos empezamos a besar, con pasión y calentura creciente, comencé a acariciarle las tetas luego las piernas hasta alcanzar la tanga, que ya estaba toda mojada. A los pocos minutos Mecha, agachada, le pasó a mi verga endurecida, un par de veces la lengua en la cabeza, bajó hasta los huevos y de nuevo volvió arriba y la engulló hasta la garganta. Me dio una de las mejores mamadas de mi vida, hasta que la leche salió a borbotones de mi pija, desparramándose por el piso del living.
Fuimos a la cama y nos desprendimos de casi toda la ropa; yo de toda. Para darle tiempo a una nueva erección, le fui bajando lentamente el calzón. La vagina depilada me quedó ante la cara y lentamente empecé a jugar con mi lengua, se la pasé por lo labios, recorrí todo el tajo de abajo hacia arriba y me detuve en el clítoris. Mecha gimió hasta que su concha comenzó a emanar jugos en cantidad.
Nos acomodamos uno junto al otro, indagué si tomaba la “pastilla”: la tomaba. Comencé a besarla y masajearla con caricias en la espalda, pechos, abdomen, piernas, cola y concha. Cuando se me paró nuevamente, me monté sobre ella y se la fui introduciendo lentamente, cuando la tuvo toda adentro empecé a bombear suavemente, mientras le besaba los pezones y con una mano le masajeaba el orificio del ano. Pareció que gozaba a la par mía. De pronto, en el medio de un beso con las lenguas entreveradas, plegó las piernas y las levantó al máximo. Caí en la cuenta que estábamos cogiendo como había visto hacerlo a mi mujer con médico en mi dormitorio. La suavidad quedó olvidada y, de ahí en más, hasta el orgasmo de ambos, la empomé como con bronca, empujando con violencia. A Mecha le gustó y emitió un concierto de gemidos, grititos, ayes y uuuuuyyys, cuando le dejaba libre la boca, su cuerpo tembló de placer, hasta acabar a toda orquestra, precedida escasos segundos, por el chorro de mi leche en las profundidades de la cueva.
Nos relajamos un poco y, mientras ella fumaba un cigarrillo, le dije que nunca había pensado engañar a mi mujer, por eso no atendía sus insinuaciones pero, mentí, hoy no había conseguido dominar el deseo. Me vestí, le prometí que volveríamos a las andadas a la brevedad. La dejé satisfecha y salí a la calle.
Al llegar a la esquina ya no estaba el auto del doctor.
Llamé, con el celular, a Carla para avisarle que estaba llegando:
– ¡Hola querido! Quedate tranquilo está todo bien con Luisito, vino el doctor le dio el mismo una inyección y casi enseguida le bajó la fiebre y se tranquilizó ….. – me hablaba convencida que aún estaba en Río. La interrumpí:
– ¡Qué suerte que el nene esté mejor! Oime, estoy en Ezeiza así que dentro de un rato llego a casa –
– ¿Cómo lo hiciste?..¡ –
– Pude transferir el pasaje de Aerolíneas a TAM –
– Qué bueno que conseguiste viajarrrr! Pero, me hubieras avisado antes de embarcar, para que te fuera a buscar. Te espero –
Seguí caminando un par de cuadras y me senté en una plazoleta para hacer tiempo y repensar que hacer. La revancha con Mecha no resultó catarsis suficiente, para la crudeza de momento. Siempre entendí que, por estar casada, en pareja o de novia, una mujer (lo mismo vale para el hombre) no es inmune a la seducción de otros y, llegado el caso, si el reclamo del “animal hembra” es avasallador, es lícito que no se prive de satisfacerlo, sin “darle bola” a los prejuicios ni a los roles sociales. Pero una cosa es tener incorporada, moral e intelectualmente, la “igualdad de derechos” de ambos sexos, que a esta altura de los tiempos, es casi una obviedad, y otra presenciar la entrega total de la mujer amada a otro y eso me resultaba muy difícil de procesar. Tuve que secarme alguna humedad incipiente en los ojos.
Después de consideraciones varias y encontradas, me encaminé a casa.
Carla, tenía las pupilas ligeramente enrojecidas. Parecía haber llorado hasta un rato antes. No me conmovió, las lágrimas podían tener diversas motivaciones, por ejemplo pensé, cínico, el pediatra no aceptó llevarla con él.
– ¡Qué suerte, Julio, que volviste hoy, yo ya me había hecho la idea de verte recién mañana – me besó y amagó con ir a buscar los chicos cuando notó que no tenía conmigo el bolso de viaje.
– ¿Qué pasóooo con tu bolso, cielo? – preguntó, sin sospechar que ahí me daba pié para abrir la descarga de mi resentimiento.
– ¿Cielo??? ¡No jodas!!! No, no fue ninguna suerte haber podido volver hoy…..-
– ¿¿¿….???-
– Me enteré de lo que no hubiera querido……El bolso está en la cochera, dentro del coche. Lo dejé hace un par de horas de paso para el jardín, desde donde pude presenciar lo bien que lo “homeneajaste” al doctor en nuestra cama… ¡Nunca imaginé eso de vos…!!!-
Se ruborizó intensamente, bajó la vista y rompió en llanto. Sin levantar la cabeza corrió, sollozando y se encerró en el dormitorio.
Fui al garage, retiré el bolso y entré en el cuarto de los chicos que estaban entretenidos jugando.
– ¿Qué me tajiste, papi? – averiguo ansiosa Sabrina
– ¿y pa mii, papi? – le hizo coro en su media lengua Luisito
Los tomé en mis brazos, les di y recibí besos múltiples. Les entregué los juguetes, que acaparraron toda su atención. Arrimé la puerta y me acerqué a la del dormitorio. Estaba con llave.
– Abrí y dejame entrar Carla. No tengas miedo, no voy a agredirte, ¿acaso alguna vez lo hice?……abrí por favor….me robaste la sonrisa….y tenemos que hablarlo…¡dale abrí! – le dije con la voz más calmada posible. Sentí el ruido de la llave al girar pero no se abrió la puerta. Cuando al cabo de unos segundos accioné el picaporte y entré, la encontré, tumbada boca abajo en la cama y sollozando.
Le acaricié el cabello suavemente, callado. Eso la calmó lo suficiente para girar la cabeza y explorar, fugazmente, mi semblante. Lo debe haber juzgado sereno (el remolino de vientos encontrados soplaba adentro), se dió vuelta me miró avergonzada y ansiosa:
– Perdoname, Julio, no…….- el llanto volvió a ahogar sus palabras.
– Bueno, calmate. Nada aportan las lágrimas,…después. Deberías haberlo pensado antes…..¿o, me equivoco, lo pensaste y llegaste a la conclusión que queres una nueva vida sin mi?….Sólo blanqueala y….¡¡borrón y cuenta nueva!! – Lo mío era duro, pero representaba mi estado de ánimo de ese momento.
– ¡ nooooo!, por favor no me digas eso, Julio…..- de nuevo una sucesión de sollozos le impidió completar el pensamiento.
– Esperá, voy a la cocina a prepararte un te y, una vez calmada, te escucharé si queres decirme algo – salí y volví a los 15 minutos con una taza de té de tilo y cedrón, que sabía era de su agrado tomar, cuando estaba con los nervios tensados. Le ofrecí una pastilla de ansiolítico (Lexotanil) que tomé de su mesa de luz.
– ¡Gracias!- Tomó algunos sorbos, la píldora. Transcurridos un par de minutos, los dos en silencio, pareció haberse reconciliado con las palabras:
– hace tiempo que el doctor Sartori comenzó, toda vez que se presentaba la ocasión, a hacerme alusiones, insinuaciones. Al principio veladas, indirectas. Yo, creo que como toda mujer, me sentí halagada por despertar el interés de un hombre como él, buen mozo y que se maneja en un círculo grande y de nivel. Con el pasar de lo días las insinuaciones se volvieron proposiciones y, un poco por miedo de ofenderlo y perderlo como pediatra de los chicos (lo lleva tan bien a Luisito, que me daba y me dá pánico no contar con él en caso de nuevas crisis) otro poco por gratitud por haberle salvado la vida a nuestro hijito, nunca corté por lo sano, aunque siempre me negué a sus avances. –
– Nunca me dijiste una palabra de esto – le recriminé
– Por lo mismo,….por miedo que vos lo encararas mal….y que él no quisiera volver a atender nuestro chico –
Hizo una pausa en el relato, como si estuviera en procura de la mejor forma de seguir. Recomenzó, ya refiriéndose al pasado reciente:
– Hasta hoy…..- no completó la frase, supongo que iba a decir que se había negado siempre hasta hace un rato. Las lágrimas volvieron a brotarle de los ojos. Se las sequé con mi pañuelo y le acaricié levemente la mejilla.
– ¿ Hasta hoy qué?…..¿que es lo que cambió, en vos, hoy? – iba a agregar “ ..¿hoy…..que te olvidaste de mi…..de tus hijos…..y te dejaste empomar?” pero me lo guardé por temor a desatar una nueva catarata de lágrimas y la interrupción del relato.
Tomó aliento y reanudó el relato:
– ¡no lo se, Julio,..no lo se! Vino casi enseguida, lo revisó a Luisito, lo medicó con unas gotas y una inyección. Cuando el nene dejó de llorar y se dormitó, me dijo, en voz grave: “no me gusta nada. Me voy a atender otras consultas y vuelvo temprano, lo antes posible, a la tarde para ver la evolución”. Sentí una horrible opresión acá en el pecho y al mismo tiempo agradecimiento hacia él por no dejarme sola con mi angustia. –
“El muy H. de P. simuló preocupación por la salud del nene para prolongar la visita. Ahí ya había iniciado la operación de desembarque – pensé. Carla siguió con el relato:
– A la tarde, después de revisar al nene: “me quedo unos minutos más, aun no estoy tranquilo” me dijo. Salimos del cuarto y le ofrecí un café para matizar la espera. Se sentó junto a mí, fue muy amable, de tanto en tanto me acariciaba la mano y la cara como para tranquilizarme, así lo interpretaba yo. Llamó, por el celular a la asistente, y canceló algunas visitas. Unos 20 minutos después volvimos al cuarto de los chicos. “ya está, nena, pasó el peligro acerté con los medicamentos. No me falla con tu nene. ¡¡Viste que podes confiar en mí!! –
“ El maldito le tiró encima la sensación de haber rescatado una vez más a la criatura de un peligro cierto y, por consiguiente, que ella se sintiera obligada con él ” deduje y las siguiente palabras de Carla me confirmaros que estaba en lo cierto:
– lo seguí por el pasillo, sintiendo agradecimiento, admiración y ternura por él, liberada de la opresión y la angustia de los últimos minutos. Al llegar al living, de improviso dejó el maletín en la silla y me abrazó tomándome de atrás. Tardé en reaccionar, estaba distendida, relajada, al aflojar la tensión de las últimas horas, por el nene y sentía como que estaba en deuda con doctor. El aprovechó para besarme en el cuello y comenzar a acariciarme, haciendo caso omiso a mis débiles protestas.
Cuando quise acordarme tenía una mano en una teta y la otra en la bombacha, acariciando mi cachucha. “ esta vez no me vas a gambetear,..” me susurro al oído. Perturbada, sentí una corriente recorrer todo mi cuerpo y me excité. Aflojó un poco de apretarme y yo me dí vuelta, con la intención de decirle “pare, nunca se me cruzó por la cabeza engañar a mi esposo” pero me miró, titubeé un segundo, ya no estaba segura de querer que me dejara de abrazar y él, tomó mi cara entre sus manos y me dio un beso en los labios. Mi cabeza decía que eso no me podía pasar pero el instinto tomó la posta, ahogó mis escrúpulos y ya no supe resistirme a nuevos besos, a nuevas caricias, a que me quitara la ropa.
Ahora estoy abochornada,…..pero…no te voy a mentir….tenía como flashes de sensatez (¡¡No sigas!!….es una locura!!)…que se evaporaban en el acto…..ardía entera de deseo….como una colegiala….e hicimos el amor.-
– Ya lo creo,…. doy fé. Pusiste los cinco sentidos en ese “hicimos el amor” – acoté con la boca, pero hablaba por la herida, por el resentimiento. Otra vez se le humedecieron los ojos:
– No tenes idea la vergüenza y pena que me da, haber extraviado la noción del despropósito que me estaba sucediendo, que estaba cometiendo.–
– ¿Me estas diciendo que hoy fue la primera vez que culiaste con él?¿No me estarás “empaquetando, Carla?… ya que, sin querer, destapé la olla…..saquemos a la luz todo sin tapujos….¿cuál es la diferencia entre un polvo o cien?…. Te vi sin inhibiciones prendida como abrojo al hijo de puta ese…… ¿si estas más a gusto con él, me duele pero no te condeno….pero decímelo de frente?… –
– ¡por favoooor te pido que no sigas avergonzándome recordarme que me estuviste viendo!… Nooo, Julio, te lo juro por Sabrina y Luisito!! Hoy fue la única vez …… cuando reaccioné y tuve conciencia de lo hecho, me quería morir. Le rogué, le exigí que se fuera enseguida…..y me largué a llorar sin parar……por Diós, Julio, perdoname…..te quiero como el primer día….más que entonces….no me juzgues sólo por lo que hice hoy….no quiero perderte, Julio…mi amor….hasta hoy siempre te he sido fiel,….créeme… –
Me puso los brazos al cuello y rompió en un llanto con convulsiones por los sollozos. Entre las lágrimas repetía obsesivamente “por favor , mi amor” “por favor, mi amor”.
Le creí. No imaginé que fuese capaz de jurar por nuestros hijos, nunca lo había hecho antes y era inimaginable que lo hiciera por primera vez con una falsedad.
Bueno, para no hacerla larga, dejé correr unos días con Carla en la incertidumbre sobre lo que yo iba a hacer. Me negué a acostarme en el dormitorio, dormí solo en otro cuarto. Eso le laceraba el alma. A mí no me iba mejor.
La perdoné, aunque no explícitamente, simplemente un día no soporté más la situación ni la separación: la abracé, la besé y acaricié con pasión, la levanté en mi brazos y la llevé a la cama de la pieza de huéspedes (que tenemos amueblada para cuando nos visitan mis padres o los de ella) y cogimos como recién casados, gran parte de la noche. En las pausas los temas de conversación fueron, el amor mutuo y a nuestros hijos, la necesidad que sentimos de transitar juntos la vida, los proyectos imaginados para ese viaje al futuro. Y hablamos, por última vez, de lo sucedido, (de lo sucedido a ella. Lo mío con Mecha, fue parte del mismo evento, y quedó indultado también, aunque Carla no se enteró que había ocurrido), sin reproches, con el firme propósito de nunca más aludir a eso ni en la armonía, ni en el disenso y, menos aún, en las disputas. Amaneció, era domingo, Sabrina y Luisito vinieron a la cama con nosotros y retozamos los cuatro, como de costumbre en los días no laborables.
Cambiamos el pediatra de los chicos y, volvimos a la cama matrimonial, para reposar e intimar (como antes, o tal vez, hasta mejor que antes de nuestras infidelidades de ese día singular.)
Luisito, va de maravillas con el nuevo, mejor dicho, la nueva galena.
A veces, cuando estamos haciendo el amor, me asalta la idea que Carla, cierra los ojos porqué alucina estar cogiendo con el doctor. Se me presenta el cuadro, con el ventanal de marco, de los dos cuerpos entregados a la vorágine de los sentidos, devorándose. Pero, ahuyento rápidamente ese mal pensamiento y vuelvo a gozar el sublime placer que sólo ella es capaz de darme.
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