EL VIAJANTE – PARTE 1
Esto ocurrió hace unos cuántos años atrás y si bien el relato podría encuadrarse perfectamente dentro de la categoría “Gays”, creo que “Infidelidad”, le cabe muchísimo mejor, ya que el hombre en cuestión, estaba casado y era padre de tres hijos..
Hola a todxs.
Esto ocurrió hace unos cuántos años atrás y si bien el relato podría encuadrarse perfectamente dentro de la categoría “Gays”, creo que “Infidelidad”, le cabe muchísimo mejor, ya que el hombre en cuestión, estaba casado y era padre de tres hijos.
Gustavo, tal su nombre, era un hombre de unos 45 años, con muy buena presencia, una excelente preparación y muy buen trato en general, merced a su actividad laboral, ya que se desempeñaba en una empresa multinacional, con sede central en Buenos Aires (Argentina) y su función principal, consistía en recorrer toda la zona patagónica (al sur del país, para quienes no conocen el lugar), haciendo base aquí, en la ciudad de Comodoro Rivadavia.
Para contextualizar aún más, tanto la situación como los hechos propiamente dichos, tengo que hacer mención a la época en la que ocurrieron, es decir, hace unos treinta años atrás; sin telefonía celular, sin redes sociales y con una insipiente Internet, que recién daba sus primeros pasos, con todo lo que ello significa.
Yo estaba trabajando en una tienda y un día, al salir, me detuvo Gustavo, para preguntarme por una dirección, la que, casualmente, quedaba a lado de mi casa (un monoambiente, que yo alquilaba, cuando dejé la casa de mis padres) y así se lo hice saber, indicándole también como llegar allí y, en agradecimiento, se ofreció a llevarme, ofrecimiento que acepté gustosamente.
Al llegar al lugar, la firma comercial a la que debía concurrir Gustavo, estaba cerrada, restando aún un buen rato para que abriese sus puertas al público, motivo por el cual y, a fin de retribuir el gesto que había tenido para conmigo, al acercarme con su vehículo, lo invité a que aguardase en mi casa y él, por suerte para mí, aceptó gustoso la invitación.
Una vez dentro de mi casa, le dije que se pusiera cómodo y le ofrecí algo para tomar, diciéndome que solamente deseaba un vaso con agua fresca.
Ambos resultamos ser bastante extrovertidos, él por su actividad (estaba más que acostumbrado a relacionarse con todo tipo de gente), así que, rápidamente, nos pusimos a conversar y de manera por demás animada, pasando por todo tipo de temas, desde el familiar, hasta el laboral e inclusive sobre “ocio y recreación”.
Tan amena estaba resultando la visita de Gustavo a mi casa que hasta me animé a invitarlo a almorzar, a sabiendas de que aún restaban un par de horas, para que él se ocupase con su actividad, invitación que aceptó, preguntándome si habría algún lugar cercano o, tal vez, a donde solicitar un servicio de “delivery”, a lo que le respondí que “de ninguna manera”, ya que yo me consideraba un muy buen cocinero y podía preparar algo rápidamente.
“¡Ya vuelvo! ¡Me voy a cambiar de ropa, para ponerme a cocinar! ¡Ya vas a ver! ¡Te voy a sorprender! ¡No soy solo una cara bonita!” – Le dije, sonriendo pícara, socarrona, pero a la vez, seductoramente.
Fui hasta mi habitación, me quité la ropa de trabajo y me puse una camisa color rosada y un pantaloncito corto, color piel, muy ajustado, bien ceñido a la cintura y de tela elastizada, obviamente por demás provocativo y seductor.
Mientras me colocaba el delantal, le dije a Gustavo:
“¡Disculpá mi atuendo, pero me gusta ponerme muy cómodo para cocinar!”
“¡Por favor! ¡Por mí no te preocupes! ¡Además, estás en tu casa!” – Exclamó, sonriendo.
Como la casa era un monoambiente, desde el sillón en el que estaba sentado Gustavo, se veía perfectamente el área de la cocina, así que podíamos continuar con la conversación, sin que yo dejara de preparar el almuerzo.
“¿Te ayudo en algo?” – Preguntó Gustavo.
“¡No! ¡Por favor! ¡Sos mi invitado!” – Respondí.
Mis movimientos en la cocina, rápidamente hicieron que, mi diminuto y ajustado pantaloncito, por el tipo de tela elastizada, empezara a dejar al descubierto, una parte de mis “carnosos cachetes”, algo que, obviamente, concitó la atención de Gustavo, quien comenzó a reparar y cada vez con mayor intensidad, en mi parte trasera.
“Perdón por mi atrevimiento, pero ¿Sos ciclista o nadador?” – Me preguntó.
“Practico varios deportes, pero solo como hobby ¿Porqué me lo preguntás?” – Dije, sin dejar de cocinar.
“No tenés bello en las piernas. Eso es algo bien de ciclistas y de nadadores.” – Dijo Gustavo y agregó:
“Ellos se depilan las piernas, por su actividad deportiva.”
“¡Sí! Eso yo ya lo sabía, pero lo mío es absolutamente natural. Soy lampiño de nacimiento.” – Dije.
“No es mi intención ser grosero o impertinente, pero… ¡Tenés una cola… Muy… Como femenina! ¿También es natural?” – Dijo Gustavo, ya con la voz algo entrecortada, lo que denotaba una cierta inquietud, hacia mi “parte trasera”.
¡Si! ¡Jajajaja! ¡Y no hay problemas! ¡Estoy ya por demás acostumbrado! ¡Todo el mundo repara en mi cola!” – Dije, soltando una carcajada y aproveché, rápidamente, también, para indagar aún un poco más al respecto.
“¡Pero te gusta! ¿Verdad? No cualquiera tiene una cola como esta” – Volví a decir.
Yo ya había dado el primer paso, es decir, había “tirado la línea” y Gustavo, había “mordido el anzuelo”, así que, de ahí en más, iba a depender, tanto de mi astucia, como de “los gustos sexuales” de mi invitado.
Una vez que terminé de cocinar, nos dispusimos a comer y allí sí, la conversación, empezó a girar en torno a temas de índole sexual, dentro de los cuales, yo empecé a deslizar que él, por su actividad tan lejos de su casa y de su familia, por períodos tan prolongados, resultaba más que propicio ello para “algún tipo de infidelidad”, pero para mi grata sorpresa, me respondía a ese tipo de comentarios, siempre con evasivas, sobre todo cuando a “mujeres” se trataba.
“La verdad es que soy muy feliz, en mi matrimonio, con mis hijos y mi esposa y en cuanto al sexo, bueno, cuando llego a casa, mi mujer me exprime, jajajaja” – Fue su comentario socarrón.
En cuanto a mi vida, propiamente dicha, le confesé mi condición de gay (jamás lo ocultaba), diciéndole, además, que, por el momento, no había nadie en mi vida, sentimentalmente hablando, por supuesto.
Entre charla y charla, la hora avanzó raudamente y ambos debimos retomar nuestras actividades laborales respectivas, no sin antes, quedar de acuerdo en volver a reunirnos, en mi casa, al finalizar la jornada de trabajo.
Por la noche, volvimos a encontrarnos, tal y como habíamos convenido, aunque, en esta ocasión, Gustavo, se apareció con un par de botella de un muy buen vino y con unas empanadas, que había comprado en el camino a mi casa.
El alcohol, la situación, la conversación y mi vestuario por demás provocativo e incitante, entre otras cosas, hizo que, cada vez nos sintiéramos más cómodos y más desinhibidos, más aún, cuando le pedí a Gustavo, que abriese una botella de licor, que tenía en un cajón, sin reparar en que allí, yo solía guardar todo “mi vestuario femenino”.
Al encontrar, mi invitado, toda esa gama de prendas, tanto íntimas como de vestir, se produjo un silencio, el que solo se interrumpió cuando me preguntó “de quien era”; “a quien le pertenecía”; a lo que yo respondí, sin ningún tipo de preámbulos, pudo, tapujos o vergüenza, que eran todas prendas mías, que yo las había adquirido y que solía usarlas en la intimidad de mi casa o cuando “algún contacto ocasional”, me lo pedía, a la hora de una relación sexual.
Luego de unos instantes en el cual, Gustavo, se sintió en una especie de “shock”, retomamos la conversación, pero ya en el mismo tono en el cual, lo habíamos estado haciendo, antes de ese episodio en particular.
El alcohol seguía haciendo sus efectos en nosotros dos y, en un momento determinado, Gustavo me propuso que me vistiera de mujer y así lo hice; tomé varias prendas del cajón y del placard y fui al baño, para cambiarme de ropa y producirme ligeramente, ya que no necesitaba demasiada producción, para verme como una hermosa, preciosa, deseable y apetecible mujer.
Luego de unos minutos, salí del baño y, tal y como no podía ser de otra manera, mi buen amigo, el viajante, quedó “boquiabierto”, impávido, paralizado y tantos otros términos que pueden llegar a servir, para ejemplificar su estado, al ver a esa increíble mujer.
Cuando, por fin, reaccionó, me llenó de elogios, halagos y todo tipo de adjetivos calificativos, mientras yo, ya me acercaba hacia él, pero con otras intenciones, utilizando todo mi poder de seducción, de incitación y de provocación.
Obviamente, la cosa no terminó allí, ni mucho menos, pero ello será, seguramente, material para un próximo relato.
Soy marcos comodoro y mi correo es: [email protected]
Besos a todxs.
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