El Viejo Intruso
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Duncan58.
Ana y Eduardo visitaban con relativa frecuencia el rancho de los padres de ella y gozaban con sus pequeños hijos el bello y tranquilo entorno por lo menos una vez al mes.
En una ocasión, Eduardo observó que había una gran fuga de agua en la pila frente a la casona y le comentó a Ana que sería buen detalle traer a Ramón, el albañil-compadre que estaba prácticamente de planta en su casa para que reparara la fuga.
Corría la primavera de 1990.
Ana y su albañil favorito estaban inmersos en medio de una ardiente e intensa relación que tenía ya casi dos años
A ella le encantó la idea, y rápidamente se ofreció a traer a Ramón a media semana para que hiciera las reparaciones necesarias, además de algunos otros detalles que había notado en la vieja casona y les darían la sorpresa a sus padres.
Ana casi no podía esperar a que fuera lunes para comunicarle a Ramón el acuerdo propuesta por ella a su esposo.
– ¡Te tengo usa sorpresa! -, le dijo Ana a Ramón al primer momento que estuvieron solos mientras él tomaba su café.
– ¿Si?, ¿de qué se trata? -, preguntó el albañil con suma curiosidad.
– Ahora el fin de semana que estuvimos en “La Herradura” (así se llamaba el rancho), Eduardo me comentó de una fuga que hay en la pila y yo a el de algunos daños menores en la casa que sería bueno reparar – le dijo emocionada.
Ramón la miró, y haciéndose el ajeno le dijo, -¡Ah qué bien!-, ¿Cuándo lo van a hacer?-
– No entiendes, ¿verdad, pendejo, o de plano te haces pendejo? – le dijo Ana Sonriendo
– Casa, reparación, albañilería, fuera de la ciudad, permiso, dos días…etc.
, etc.
–, le comentó tarareando como canción.
-¡Ooooh! -, expresó Ramón.
– Ya capto.
Necesitas que te recomiende un buen albañil – le dijo, al tiempo que se puso de pie, la abrazó y la empezó a besar, y metiendo sus manos por dentro de los jeans de ella empezó a acariciarle las nalgas mientras la besaba.
Ana empezó a sobar el inflamado miembro sobre el raído pantalón.
Ramón la levantó y la cargó a la recámara, la recostó y empezaron a desnudarse, pero el timbre de la puerta interrumpió el trance.
Ella se puso solo la blusa y salió de la recamara.
Ana se asomó por la ventana para ver si se tendría que vestir.
Vio que se trataba de una vecina que quería preguntarle algo.
Sin abrir la puerta, Ana entabló conversación con ella, mientras Ramón se acercó sigilosamente por detrás.
Al llegar a la ventana, el albañil se puso de rodillas y gateó hasta Ana, contemplando desde abajo su bella desnudez.
Ana se dio cuenta, bajó su mano y empezó a acariciar su pelo.
Ramón escuchó por unos segundos que la conversación estaba bajo control y no implicaría abrir la puerta.
Con suavidad, Ramón le empezó a besar el ano, lo lamió, e introdujo en el su dedo medio.
Un leve suspiro de placer dejó ir ella, mientras él la culeaba con su dedo y empezó a moverse rítmicamente de la cintura para abajo, a salvo de la intrusa vecina que no paraba de hablar.
Finalmente, la vecina se fue.
De un rápido movimiento, Ana se volteó hacia el albañil haciendo que su dedo se le saliera del culo.
Se recargó dando la espalda a la ventana, abrió sus muslos y le ordenó Ramón que hiciera lo propio.
Lentamente se deslizó hacia el piso.
El frío en sus nalgas fue compensado por la ardiente lengua de Ramón, quien se recostó frente a ella para lamer su babeante vulva, mientras ella acariciaba su pelo y jalaba su cabeza hacia ella para que la lamiera con más intensidad.
En ruido de la boca de Ramón jugueteándole la vagina a Ana era algo excesivo y se escucharía claramente hacia afuera.
Preocupados, se pusieron de pie.
Ramón la cargó de nuevo a la recámara y se entrelazaron en una candente sesión.
Ramón casi eyaculó en su vagina, pero lograron separarse a tiempo, dándole a Ana su primera ración del día de su caliente y abundante semen en la boca, que ella devoró apasionadamente.
Mientras ella se bañó por segunda vez aquella mañana, Ramón regresó a continuar con su trabajo.
Unos minutos más tarde, Ana fue a donde estaba Ramón trabajando, completamente desnuda.
-Necesito entonces que le digas a Lupita que vas a ir al rancho a hacer una chambita, quizá un par de días-, le dijo.
Ramón asentó son su cabeza, y le dijo que lo único que faltaba era saber cuánto material ocuparía.
-Ya hice la lista.
Iré a comprar todo mañana y nos vamos el miércoles, ¿te parece? -, propuso Ana.
– Tu eres la que paga y manda -, contestó el albañil.
– Mi verga y yo estamos listos cuando tú digas preciosa -, añadió él.
Cuando Eduardo llegó a comer y Ana ya había recogido a los niños de preescolar, se sentaron a la mesa.
Ana llamó a Ramón a comer y se sentó con ellos, Eduardo en la cabecera, a su lado su bella esposa, y del otro el sucio y sudado albañil en sus raídos y acostumbrados pantalones cortos café de pana, que con seguridad habían sido de Eduardo alguna vez cuando era más delgado.
Ana empezó a contarle el plan de trabajo a Eduardo, mientras é comía y asentaba con la cabeza.
-Me da algo de preocupación que vayas sola- dijo Eduardo.
– ¡Claro que no! -, contestó Ana Rápidamente.
– Voy con Ramón, el me cuidará, ¿verdad Ramón? Agregó.
– Acuérdate que cuando te vas, nos encargas a él -, le recordó Ana.
– Estarás bien, claro -, dijo Eduardo, dando por aprobado el viaje al rancho que estaba a poco más de 110 km.
de distancia.
En aquellos años no había teléfono celular ni forma de contacto, salvo por teléfonos rurales o radiocomunicación en lugares apartados.
El miércoles temprano, Ramón cargó el material y herramientas en la camioneta pick-up de Eduardo.
Ana se puso al volante, el albañil subió a su lado.
Ana y Eduardo hicieron un recuento de lo necesario, se besaron, se despidieron y partieron a “La Herradura”.
********************
En el camino, Ana le dijo que de alguna manera tendría que terminar el trabajo a manera de reto,
-lo que significa que no andes de caliente queriéndome culear, ¿te queda claro? -, le dijo riéndose.
A unos kilómetros de la salida de la carretera principal, Ana detuvo la marcha en una gasolinera.
Entraron a la tienda de enseguida.
Ella le compró algunas cervezas.
Había escondido una botella de vino blanco en su equipaje sin que Eduardo lo notara, pero Ramón era cervecero empedernido.
Le compró también algunas cajetillas de Raleigh y regresaron a la camioneta.
Ana le tiró las llaves al albañil, indicando que el condujera.
Se pusieron en marcha, y cuando la carretera estaba despejada, ella se recorrió hacia él y se puso el cinturón de en medio.
Unos minutos después, al sentirse algo incómodos, ella se apartó de nuevo.
Estaba inquieta.
– ¿Estas bien? -, preguntó Ramón
– Si-, contestó Ana.
– Andas media intranquila, ¿quieres que nos regresemos? – sugirió Ramón.
– ¡No, para nada! – le aseguró ella.
– ¡Ya sé que te pasa preciosa!, exclamó Ramón.
Soltó una mano del volante, la acarició, y se desabrochó el cinto del pantalón.
Bajó su cremallera, y sacó su enorme y erecto pene.
Se quitó el cinturón de seguridad, y le dijo a Ana: ¡es toda tuya!, nomás procura no morderme porque nos podemos meter un putazo, le advirtió.
La bella y joven señora se inclinó, y despareció de la vista, bajando el pantalón y el calzoncillo de Ramón a medio muslo, mientras que él inclinaba el volante hacia arriba.
Ana tomo posesión de inmediato, y empezó a mamarle la verga a Ramón mientras este conducía.
Se arrodilló sobre el asiento de la camioneta, bajó su pantalón hasta las rodillas exponiendo sus bellas y desnudas nalgas por la ventana de su lado.
Abrió su blusa, y sus bellas tetas quedaron expuestas.
Así le gustaba a Ramón, y así le encantaba hacerlo.
Aunque la carretera estaba sola, Ramón aminoró la velocidad cuando vio un camión de carga acercarse por detrás por el espejo retrovisor para que los rebasara.
Ana preguntó que si que pasaba y si se iban a detener.
Ramón le dijo que era un camión que los iba a rebasar.
– ¡Mmmmh! -, gimió ella, ignorando la posibilidad de que la vieran mamando la verga del albañil mientras éste metía el dedo medio en el culo.
Ramón bajó el cristal y le hizo señas al conductor para que lo rebasara.
Eran dos ocupantes.
El del lado derecho alcanzó a ver perfectamente la rubia cabellera de Ana clavada entre el volante y el estómago de Ramón, y como él le metía el dedo por encima de sus blancas nalgas.
Cuando los rebasaron, el conductor sonó la corneta dos veces como señal que se dieron cuenta de lo que pasaba.
Ramón jamás sabría si se trataba de conocidos de Ana y Eduardo, simplemente hizo señas de triunfo con su pulgar hacia arriba.
– Supongo que nos vieron -, murmuró Ana al levantar su cabeza y ver el camión alejarse.
– Claro que nos vieron -, aseguró ella misma, – pero ni idea quien será y si alguna vez los volveremos a ver -, agregó despreocupada.
-Si quieres, rebásalos tu ahora para que me vean las nalgas-, dijo Ana en tono de broma, pero a Ramón no le desagradó la idea.
Imprimió más velocidad a la camioneta, alcanzaron al camión, éste bajo la velocidad, y Ramón pasó de largo por su izquierda, dejando ahora al conductor disfrutar la vista de las nalgas de Ana con el dedo de Ramón metido en su culo.
Desaparecieron de su vista.
Faltarían unos 40 kilómetros para otro entronque que los llevaría al rancho y era la última oportunidad de comprar algo en la tiendita.
25 o 30 km.
más al norte estaba su destino, a la derecha.
Ana y Ramón decidieron detenerse a comprar más agua embotellada.
Bajaron de la camioneta y mientras se encontraban dentro de la tienda, vieron con aterrorizante sorpresa que el camión que se acercaba, deteniéndose también en la tienda.
Ramón pidió el baño para lavarse su dedo.
Ana se puso roja.
Alcanzó aliviada a ver que las placas eran de otro estado, así que, en el peor de los casos, su reputación no quedaría tan manchada.
Los camioneros la devoraron con la vista en cuanto entraron.
Ellos sabían que ella sabía que la habían visto desde dos ángulos.
El problema era que la señora que atendía la pequeña tienda si conocía a Ana y Eduardo ya que siempre llegaban, y de alguna manera quería asegurarse que los camioneros no conversaran frente o con ella lo que acababan de ver.
Ana saludó a Doña Panchita, y sin que le preguntara, explicó que iba al rancho a hacer unas reparaciones.
Mientras los camioneros estaban detrás, le presentó a Ramón como su compadre y encargado de realizar las reparaciones, mientras los dos camioneros gordos y descuidados no la dejaban de ver.
La fealdad de los camioneros le dio desconfianza a doña Panchita.
Le hizo una seña a Ramón para que se quedara junto a cuando pagaran.
Ramón fue a donde estaba Ana y le comentó la petición de la señora.
Ana sintió alivio cuando Ramón se plantó junto a doña Panchita.
Ramón veía y escuchaba como los dos gorilitas miraban a Ana, resaltando cuán buena y hermosa estaba, que no podía ser esposa o novia de “ese cabrón”, señalando al albañil, que seguramente nomás se la estaba culeando, que algo ha de tener, etc.
Uno de ellos lo miró, le sonrió como diciéndole “suertudote”, Ramón correspondió con una leve sonrisa.
El camionero levantó discretamente su dedo pulgar en señal de victoria, y Ramón hizo lo propio levantando el suyo.
Salieron los camioneros finalmente, Ana caminó hasta la caja.
Doña Panchita les explicó que estaba completamente sola y le daba miedo.
En eso estaban, cuando llegó Don Raymundo, su esposo, y finalmente la pareja de amantes se despidió.
Prosiguieron su camino.
, pero Ramón no aguantó las ganas de contarle a Ana sobre la plática de los camioneros.
– Ahora sí, cuéntame-, dijo ella finalmente.
– Pues resulta que estos cabrones -, empezó Ramón, -no hicieron otra cosa más que verte y decir lo buena y chula que estás, que qué buena has de haber sido para mamar verga, que no era posible que tú y yo, que nomás te estaba culeando, que mira su boquita y su culito, ya, sabes, nada que no fuera cierto”-, relató el albañil.
Ana sonreía y la excitaba pensar que unos perfectos desconocidos la hubieran visto en tan comprometedoras poses.
– ¿Y tú que dijiste?, preguntó Ana, sonriéndole
– ¿Qué querías que dijera? – contestó Ramón, -capaz y me hubieran partido la madre, además, pues es verdad todo, ¿o no?.
– Pueeeees…sí -, admitió ella.
Ana y Ramón llegaron a La Herradura mucho antes de mediodía.
Se estacionaron frente a la casa del viejo vaquero que cuidaba el rancho, Don Carlos, que desde que ella tuviera memoria, trabajaba para su padre.
Carlos había enviudado hacía varios años y vivía solo.
Ana le explicó a Carlos el motivo de su visita mientras el asentaba con su cabeza.
Posteriormente, le pidió que le trajera a Beco, su caballo favorito.
Ana y Ramón caminaron unos 100 metros hacia la pila para mostrar el desperfecto.
–Después veremos lo de la casa-, le dijo.
Ramón puso la camioneta de cola para bajar el material y su herramienta.
Se cercioraron de estar solos, y se trenzaron en un ardiente beso mientras el, como era su costumbre, le metía las manos en las nalgas.
Repentinamente, Don Carlos llegó con el caballo rodeando la pila, cosa que les impidió oír, y los sorprendió besándose, notando claramente las manos del albañil metidas en sus nalgas, por debajo del pantalón.
.
Disimuladamente, Ana y Ramón se separaron, pero el daño ya estaba hecho.
El viejo Carlos se percató de que habría algo más que reparaciones esos días.
Carlos le entregó las riendas del caballo a Ana y, sonriéndoles, se retiró.
Con grácil elegancia, Ana trepó en Beco y se alejó lentamente, galopando velozmente unos metros más adelante.
Ramón, recordando la urgencia de terminar los trabajos en un máximo de dos días, se puso a trabajar de inmediato mientras ella paseaba a caballo saboreándose el pene de Ramón, sin darle mucha importancia al incidente con Don Carlos.
Transcurrió menos de una hora cuando escuchó el lento trote del caballo que regresaba.
– ¡Hola guapo! -, grito la bella señora montada en su corcel.
Ramón la volteó a ver.
Dejó lo que estaba haciendo y se sentó, recargado en la pila de piedra y encendió un cigarro.
Ana bajo del caballo y lo ató en un árbol próximo a la pila.
El solo la miraba, cansado y sudado mientras disfrutaba de su cigarro.
Ella comenzó a caminar hacia él, aflojando su cinturón y bajándose sus jeans, con provocativos movimientos.
Desbotonó su blusa.
No llevaba brassiere.
Ramón la miraba y quiso incorporarse para recibirla, pero ella lo detuvo, le dio la espalda, y bajó sus pantalones y calzón, y arrimó su hermosa grupa al alcance de la boca del albañil.
Con un brusco movimiento, Ana atrapó la cabeza de Ramón entre la piedra de la pila y sus nalgas.
– ¡Culéame con la lengua!, le ordenó, al tiempo que con sus manos le abrió las nalgas para mostrarle su rojizo culo.
Ramón empezó a besarle las nalgas, pero ella le repitió: ¡que me culees con la lengua, ¿no entiendes?
El albañil obedeció de inmediato.
Con firme empuje de su lengua, empezó a introducirá y sacarla rápidamente del culo de Ana, mientras ella gemía….
– ¡Ay, ay.
así, así! ¿te gusta mi culo sudado con olor a caballo?, preguntaba.
– Ramón no podía hablar.
El firme empuje de sus nalgas contra su cara apenas le permitía respirar.
Ana liberó a Ramón separando sus nalgas.
El se incorporó, tomó una cerveza y encendió otro cigarrillo.
Ana caminó hacia enfrente y se volteó, desnuda de la cintura para abajo y la blusa abierta
– ¿Si te diste cuenta que Carlos nos torció? – le dijo a Ramón.
– Lo supuse- contestó Ramón.
– Podría estarnos viendo -, dijo Ana.
–Es muy mañoso-, continuó.
– Déjalo que se eche un taco de ojo-, dijo Ramón.
Ambos se rieron, como restándole importancia, pero Ana quedó algo preocupada.
Ramón se puso detrás de ella, y de un vigoroso impulso la penetró por el ano, de pie.
Ella se arqueó un poco hacia enfrente y se abrió lo más que pudo para asegurar una penetración total, hasta que los grandes testículos del albañil detuvieran su pene.
Ana pensaba y pensaba como podría hacer que su espectador mantuviera la boca callada, mientras Ramón le daba toda su longitud por el culo.
Ana y Ramón jadeaban y gemían.
El albañil la tenía tomada firmemente de los antebrazos mientras la penetraba con inusitado vigor.
*************
En la soledad de su casa, Carlos se puso a buscar sus “mira lejos”, como les decía a unos viejos binoculares que le había dado hacía años el padre de Ana.
Salió por la parte posterior de la finca, y rodeando por unos árboles, llegó hasta un alejado paraje de donde tenía una visión perfecta de donde se encontraban Ana y Ramón.
Se colocó detrás de un grueso tronco, y se puso a ver con los binoculares, logrando enfocar a la pareja que locamente seguían en su tórrido trance.
Ella, de pie completamente curveada hacia Ramón, uniendo sus nalgas en incesante ritmo a su cadera.
El, erguido, tiraba de los brazos de la bella mujer con energía, la soltaba, entrelazaban sus manos, ella ponía sus manos en las nalgas de Ramón como no queriendo dejar escapar un solo milímetro de su culo de aquel ardiente miembro que la tenía poseída.
La blusa de Ana colgaba de su espalda, abierta por completo, pero aun puesta.
Sus blancas y bellas tetas claramente se bamboleaban con cada penetrante impacto del albañil.
Carlos, asombrado y caliente contemplaba como Ramón se culeaba a la hija del patrón….
– Se la está cogiendo por la colita, le está metiendo todo el pito por el fón-fón- decía para sí Don Carlos, claramente viendo que el pene del albañil la penetraba a media nalga, vista de lado.
-No hay de otra.
se la está metiendo por el culito¬-, repetía el viejo vaquero una y otra vez…
-por el culito, por el culito-.
Carlos aflojó su cinturón y se sacó la verga, decidido a masturbarse a sus setenta y tantos años.
El espectáculo era demasiado para soportarlo.
Lentamente, empezó a hacerlo con su mano derecha mientras sostenía en la otra los binoculares disfrutando la no tan privada función.
Ana y Ramón parecían haber olvidado que había otra persona en los alrededores que pudiera verlos.
Sería la tercera persona en menos de medio día que sabía lo que ocurría entre ellos siempre y cuando Doña Panchita y Don Raymundo, los tenderos, no hunieran sacado sus conclusiones.
Sin perder detalle, Carlos vio como por fin Ana y Ramón se separaron.
Ramón se subió el pantalón.
Ella caminó semidesnuda a su lado, tomándole la mano, dando a Carlos una clara visión de sus hermosas y blancas nalgas.
Ramón se bajó el pantalón, dejándolo a sus pies, y se recargó en la pila, donde estaba trabajando.
Ana se paró sobre él, se quitó la blusa y quedó completamente desnuda, para el deleite de Carlos quien se masturbaba con vigor.
Ana volvió a atrapar la cabeza de Ramón entre sus nalgas y la pila, para luego arrodillarse y empezar a mamarle la enorme verga, mientras el albañil se deleitaba con su cara metida entre las nalgas de la bella señora.
Ramón se recostó un poco haciendo que fuera más cómodo para ella desdoblar sus piernas.
El ardiente trance duró bastante tiempo, el suficiente para que Carlos experimentara una tremenda eyaculación tras ciertamente largo tiempo.
Para la pareja, llegó el ansiado momento.
Ramón supo hacer coincidir el orgasmo de Ana con su abundante eyaculación en la boca de su amante.
Carlos vio cómo se quedaron inmóviles por unos minutos.
Al final, Ana se puso de pie y pudo ver su cara hecha un desastre con el semen del albañil mientras éste seguía observándola sin moverse.
Claramente, Carlos se percató que el semen le había salido hasta por la nariz y como ella le reclamaba algo mientras se limpiaba los hilos de saliva y semen de la cara con las manos.
Nunca había podido ella tragarse por completo la primera venida de Ramón del día.
Siempre era demasiado.
Ramón parecía tener una fábrica que lo llenaba constantemente, quizá por genética.
Ana se dirigió a la camioneta, sacó un rollo de papel higiénico y se limpió lo mejor que pudo.
Se vistió, le dijo algo a Ramón, y se alejó caminando a la casona.
Ramón siguió algunos minutos tendido.
Carlos no dudó que el albañil pudiese conquistar a cualquier mujer con la enorme verga, aún erecta.
Carlos se limpió su semen en el árbol y en su pantalón.
No iba preparado para tal desenlace.
Esperó unos minutos más, y cuando se aseguró que no lo podían ver caminar, se dirigió a su finca.
*********************
Por la tarde, Ana fue a la casa de Carlos, sola.
Ramón ya había reparado la fuga de la pila y se encontraba haciendo reparaciones dentro de la casona.
Se sentó frente a él mientras tomaba su tasa de café.
Ana, pretendiendo que nada hubiera pasado, empezó a conversar con Carlos de intrascendencias.
-Yo creo que para mañana temprano termina Ramón, le dijo ella al viejo vaquero, -si se nos hace tarde, nos quedamos y nos vamos el viernes-.
Carlos solo asentaba con su cabeza mientras pensaba…¬ seguramente putita, que te dé por el culo todo el santo día hasta que te sangre el fundillito, y seguía murmurando en su mente, …que poca madre, que puta…si supieran Don Jorge y Eduardo la clase de puta que eres…
Ana le dijo a Carlos que Ramón dormiría en el cuarto adyacente a la casona y le pidió que se cerciorara que tuviera lo necesario.
– Con toda seguridad, siguió elucubrando el viejo, …-que pendeja si cree que me voy a tragar eso la muy puta.
-Puta, pendeja y muy chula la cabrona¬¬-, dijo Carlos cuando ella se retiró, sin percatarse que Ana había regresado a pedirle algo más.
– ¿Qué dijo Don Carlos? – preguntó Ana.
El viejo se quedó inmóvil, asustado, sin voltear a verla.
Carlos la conocía desde niña y sentía mucho afecto por ella.
La había visto convertirse en una hermosa mujer.
Había asistido a su boda con Eduardo, pero el verla desnuda teniendo sexo con el albañil, le hizo pasar por alto cualquier sentimiento de cariño en cierta forma paternal.
Ana se acercó y lo acarició en la espalda.
El viejo no podía aun voltear a verla.
– Debemos hacer algo al respecto-, le susurró Ana.
Carlos volteó y la miró a los ojos, sonrojado.
-La puta fui yo.
Muy mal hecho de mi parte.
Usted nomás… haga como que no vio y no sabe nada, ¿está bien?, le dijo al tiempo que le dio un rollo con algunos miles de pesos que llevaba preparados por si surgía la una eventual “emergencia”.
Carlos tomó el dinero.
– Déjame besarte las chichitas y acariciarte un poco Anita -, le dijo.
Ana se sonrojó, desbotonó su blusa, y se mostró ante el viejo empleado.
Don Carlos se acercó, besó sus pezones, la acarició, la abrazó, y le dio con ambas manos una nalgada en cada nalga.
– ¡Andele, por puta y mal portada! -, le dijo Carlos con el tono de un padre paleando a una niña.
– ¡Ya váyase a que se la coja el albañil…y tome, no quiero dinero!, le dijo en tono reprimente.
– Nomás cuando vengas a hacer tus cochinadas y me des un pedacito me conformo, ¡ah! Y no engordes como tus hermanas-, sentenció Carlos.
Una eyaculación había sido suficiente para el viejo mientras veía el erótico espectáculo.
A su edad, no podría más.
Inquieta, pero algo aliviada, Ana fue a la casona.
Ya caía la tarde y estaba empezando a refrescar.
Unos minutos después, regresó a casa de Carlos y le pidió leña para la chimenea, y lo invitó a tomar algo con ellos por la noche.
El viejo vaquero aceptó con enorme gusto.
Cuando Carlos salió después de dejar la chimenea preparada, Ana fue a donde se encontraba Ramón haciendo las reparaciones.
Mientras el albañil limpiaba los desechos de su trabajo, ella le dijo: – Carlos nos vio… ¡todo!.
–
Ramón quedó inmóvil, sabedor que ella tenía mucho que perder.
-Le di dinero por su silencio, pero no lo quiso-, continuó Ana.
Ramón la abrazó para calmar su preocupación.
– ¿Y qué es lo que quiere el pinche viejo? -, preguntó el.
-Me besó las tetas y me dio una nalgada como niña mal portada y me dijo que cada vez que fuéramos a hacer cochinadas que le diera “un pedacito”-, confesó Ana.
-Lo invité a que viniera a tomar algo con nosotros en la chimenea- continuó ella.
– He estado pensando-, prosiguió, -una loca idea a cambio de su silencio-
Intuyendo, Ramón dijo, ¡nooo!, ¿de plano?, pensando que Ana insinuaba tener sexo con Don Carlos.
– ¡No seas tonto mi amor!, ¿Cómo se te ocurre eso?, le contestó ella, -ni se le ha de parar al pobre- agregó.
-Lo que tengo en mente es darle el show de su vida-, un show porno en vivo…culear como locos frente a él- propuso Ana, -claro, al calor de las copas-, concluyó.
Ramón soltó una sonora carcajada ante la idea de Ana.
– ¿Te has vuelto loca o que pedo? -, le dijo.
El sentía que Ana era del tipo de persona que no le importaba mucho exhibirse, sintiendo que lo ocurrido en la pila había sido apropósito, recordando también el incidente de los camioneros.
¡Oyeme!, dijo Ana, -la del pudor soy yo, y ya me besó las tetas-, exclamó.
– Tu nomás sacas tu vergota y te vale lo demás, ¿Qué no?
– Pudor…jajajaja, me encantó eso.
¡Eres mi puta y punto!, exclamó Ramón.
Se sentaron frente a la chimenea.
El encendió un cigarro y quedaron un momento en silencio.
– Vamos a ver si ese es el “pedacito” que te dijo….
¡Chingue su madre!, a ver qué pasa-, dijo Ramón.
-Velo como una obra de caridad-, concluyó
– Pero al calor de las copas-, le recordó Ana.
*********************
Apenas obscureció y Don Carlos tocó a la puerta de la casona.
Ana lo recibió con una copa de vino en la mano.
El vaquero traía en la mano una botella de tequila a poco más de la mitad, casi tres cuartos.
Ana desconocía sus hábitos de tomar alcohol.
Pasaron a la estancia, donde estaba la chimenea encendida y Ramón sentado tomando una cerveza.
– Regálame una de esas m’hijo -, le pidió a Ramón.
Se sentaron y empezaron a platicar, de cómo el viejo vaquero a veces se aburría, pero les aseguró estar fuerte y listo para cualquier eventualidad.
Don Carlos se veía erguido, y era más alto que Ramón, quien era casi de la misma estatura de Ana.
Don Carlos habló de muchas vivencias, que la joven pareja interrumpía con preguntas, sobre todo cuando les platicaba de actos presuntamente paranormales ocurridos en la finca.
Ana les servía, a su amante cerveza, y al vaquero su tequila.
En eso se percató que la botella de tequila estaría como a una tercera parte, quizá menos, indicando que don Carlos ya estaba lo suficientemente ebrio.
Ana, que había permanecido en una silla sola, regresó con las bebidas, pero en esta ocasión, se sentó junto a Ramón.
El viejo no dijo nada.
Prosiguieron la plática, hasta que, en un inesperado momento, Carlos les confesó que los había visto a medio día haciendo el amor, algo que Ana ya sabía, pero Ramón fingió sorpresa.
El tema de la plática obligadamente cambió.
Ella se quitó sus botas y empezó a acariciar con sus pies los de Ramón, mientras el empezó a jugar con el pelo de Ana.
– Ha sido mi amante por un par de años -, comenzó Ramón.
Se volteó y le dio un beso apasionado en la boca frente al sorprendido vaquero.
– Un par de años,- repitió algo serio don Carlos.
Ana asentaba con su cabeza, mientras lo besaba la mejilla del albañil.
– ¿Y cómo chingados es que te la empezaste a culear, tú?, preguntó el viejo vaquero con tono morboso.
-Al calor de las copas-, susurró Ana al oído de Ramón.
Con lujo de detalles, Ramón empezó a relatarle a Carlos como había conquistado a Ana cuando Eduardo se fue por un largo tiempo a un viaje de negocios, como si hubiese sido ayer.
Ana lo corregía o completaba cuando era necesario.
Llegó el momento en que el albañil empezó a describir el primer contacto sexual con la bella señora.
A Carlos se le notaba que se le había parado y empezaba a acariciarse el bulto sobre sus holgados pantalones.
Ramón empezó a bajar su cremallera.
Ana, incierta de que haría el albañil, se retrajo un poco con cierta expresión de sorpresa.
“…y así fue mi buen Carlos, que con esto-, sacando su enorme y semiflácido pene, -conquisté a esta-, dijo al tiempo que ella asentaba con su cabeza y Ramón daba por concluido el relato.
Habrían transcurrido casi dos horas desde que llegó Carlos hasta la cúspide de la plática.
Ana empezó a acariciar el pene de su amante en escasos segundos, Ramón alcanzó su clásica brutal erección.
El viejo se quedó mirando impresionado el tamaño de éste, y de ver como una mano de Ana no llegaba ni a la mitad.
– ¿Vé don Carlos? -, dijo ella.
–El tamaño sí importa-, al tiempo que inclinó su cabeza y empezó a lamer el enorme glande de Ramón, deleitándose de darle al viejo vaquero el espectáculo que jamás olvidaría, esperando que eso fuera “el pedacito” por su silencio.
Ramón empezó a desbotonarse la camisola.
Mientras le mamaba la verga, Ana deshizo los botones inferiores.
Ella se levantó un poco, mientras él se deshizo de su pantalón.
Ya desnudo, Ramón desvistió a Ana, pero no bajó su pantalón.
Carlos se puso de pie, y dijo: -pues ya entrados en confianza-, se quitó las botas, se bajó el pantalón hasta las rodillas y se sentó de nuevo.
Se puso a mover su pene y a cachetearlo, para que despertara y poderse masturbar a gusto.
Ana dirigió su mirada, sin dejar de mamar la verga de Ramón cuando éste le tocó le brazo en señal de que pusiera atención, y vió como Carlos jugueteaba con su flácido pero grande pene.
Ana le guiñó un ojo al viejo, pero sin separar un solo instante su boca del pene de su amante.
Pasaron un par de minutos y Ana se incorporó.
– ¡Ay don Carlitos, que pena con usted! -, le dijo al viejo en tono piadoso.
¡Ustedes no tengan cuidado!, ¡sigan, sigan!, aprobó.
Ana se puso de pie.
Con sensual gracia y movimientos, bajó su pantalón mostrando sus hermosas nalgas al viejo vaquero, las mejores que habría visto en su vida.
Ana volteó sonriente hacia don Carlos, y sonriente le dijo: ¡pero qué buena verga tiene usted don Carlos! ¡Cualquier verga ajena que conozco es mucho más grande que la de mi marido!-, dijo ella haciendo sentir cierto orgullo al viejo y con ello acelerando su lenta erección.
Ana se puso de rodillas entre los muslos de Ramón y empezó de nuevo a mamarle la verga, moviendo sus nalgas para deleitar al caliente viejo sin que ella ni Ramón sintieran inhibición alguna, como si nadie los viera.
Se puso de pie, y se sentó junto a Ramón.
Se podían ver en su pene los latidos de su corazón.
-Me encanta que me la meta por el culo-, dijo Ana dirigiéndose a Carlos.
– ¡Acérquese Carlitos!, venga para que vea como me la mete-, le señaló.
El viejo se levantó y caminó torpemente hacia la pareja.
Se paró a un lado, al tiempo que Ana empezó a sentarse en la verga de Ramón.
El viejo se inclinó un poco para ver mejor, como la enorme cabeza empezaba a hacer a un lado el esfínter de la bella señora y a penetrar sus entrañas, poco a poco, mientras ella gemía de placer.
Cuando la tenía completamente ensartada, Ana empezó a moverse con ritmo.
El viejo acercó su silla a escaso metro y medio y empezó a disfrutar su película pornográfica en vivo, empezando lentamente a masturbarse frente a Ana.
Con los enormes huevos de Ramón como limitantes, Ana jadeaba y gritaba mientras el viejo lentamente se masturbaba, haciendo que su pene alcanzara un decente tamaño de unas 8 pulgadas.
-Quizá fue tan vergón como tú-, le dijo sonriendo a Ramón.
– ¡Naaaah! -, contestó el albañil.
– Como esta no encontrarás ninguna-, le aseguró.
Con la ayuda de sus dedos, Ramón arrancó de Ana un escandaloso orgasmo en unos minutos más.
Carlos se la jalaba, pero no había respuesta.
Ana le hizo una señal con la mano que se calmara y esperara.
El viejo le hacía ademanes de decepción, mientras ella le daba a entender que desaprobaba sus fallidos intentos.
Carlos seguía señalando.
Ramón, con la espalda de Ana frente a él, no podía ver absolutamente nada.
Mientras Ana y Carlos seguían intercambiando señas, Ramón empezó a sentir la incontenible sensación de venirse.
¡Ah, ah, ah!, comenzó el potente albañil a gemir.
¡Ay Carlitos!, dijo Ana, ¡me van a llenar el tanque!, al tiempo que empujó con toda la fuerza que pudo sus nalgas contra el vientre de Ramón.
El albañil hizo una especie de convulsión al tiempo que empezó a liberar su caliente y abundante semen dentro del intestino grueso de Ana, mientras ella entre gemidos le dijo ¡así, así, papacito…, lléname toda de tu leche!.
Ana se desplomó sobre el pecho del exhausto albañil, satisfecha.
Unos momentos después, se puso de pie.
Se volteó para besar a Ramón, inclinándose y abriendo un poco sus nalgas para que el viejo viera una tímida porción de semen, asomando de su ano.
Al agacharse un poco más, Ana no pudo contenerse y se le escapó un pequeño chorro hacia la parte interior de su muslo, mientras le susurraba algo a Ramón al oído.
Se limpió lo que había salido por su ano, y desnuda jaló a don Carlos de los brazos hacia ella, llevándolo al sillón donde estaba sentado Ramón.
El albañil se recorrió a su izquierda.
Ana se sentó junto a él, y el viejo a su derecha.
Volteó, y besó a Ramón en los labios.
Luego volteó y besó en una mejilla al viejo.
Tomó la verga de Carlos en su mano derecha, sintiendo su notoria falta de dureza como la de Ramón, aún así, le salía de la mano, no como la de su marido.
Lo volvió a mirar, y poco a poco se empezó a inclinar para empezársela a mamar.
Carlos jamás hubiera esperado que los dulces, – y profesionales -, labios de la hija de su patrón estarían alguna vez arropando su bichola.
Carlos se relajó.
Bajo su pantalón hasta los pies, abrió sus muslos un poco, y Ana le pudo mamar mejor la verga, devorándola con suma facilidad, no como la de su izquierda.
Ana sintió en su boca la total erección del anciano, la mamó unos pocos minutos más sin tener idea si se vendría o no, aunque a su edad, lo más probable era que no, máxime si ya se había venido observándolos en la mañana.
Ana se incorporó, y con su mano derecha empezó a masturbar vigorosamente a Carlos.
Su pene perdía dureza, luego la recuperaba.
Ramón le acariciaba el pelo y los senos mientras ella se tornaba algo impaciente por la lentitud de reacción del viejo.
El pene de Carlos no perdió ya su rigidez, y éste se empezó a recargar en el respaldo del sillón, mientras que Ana empezó a sentir su escasa y caliente eyaculación, mientras el viejo jadeaba de placer.
-Espero no te importe-, volteó a decirle Ana a Ramón.
El simplemente le sonrió, aprobando su obra, pero mantuvo su cara alejada para evitar que ella lo besara.
Ana se puso de pie, satisfecha esta vez de haberle dado “un pedazote” de sus cochinadas a Carlos.
Se dirigió desnuda a la cocina y trajo consigo unas servilletas de papel.
El viejo seguía impávido junto a Ramón.
Se arrodilló junto a su amante, limpió todo el semen, ya casi seco, le lamió la verga, y lo besó en la boca repentinamente, sabedora de que Ramón huía de ella al haberle mamado la verga al viejo.
-¡Ni se te ocurra!, le advirtió el albañil a Ana, por si ésta tenía la intención de hacer lo mismo con Carlos.
Ana caminó sobre sus rodillas y limpió el pene y los testículos de Carlos…pero no se los besó.
Carlos recuperó sus fuerzas en unos minutos más.
Agradecido, se puso de pie y subió su pantalón.
– ¡Esto…, esto-, empezó el viejo vaquero, -no lo olvidaré jamás! Ramón y Ana lo rodearon y le preguntaron si estaba bien.
Carlos les aseguró que sí, y se retiró a su casa.
-¿Irá a hablar?-, preguntó Ana a Ramón.
-No creo-, contestó Ramón.
Se ve buen viejo
Esa noche, Ana y Ramón durmieron juntos.
A ella le bajó, y no tuvieron más remedio que culear por detrás, un par de veces durante la noche.
No se molestaron en levantarse en ninguna de las dos ocasiones.
Por la mañana, ella lavaría de las sábanas el semen de su amante.
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Ana y Ramón se levantaron a eso de las 8 de la mañana.
A ella se le hizo raro no ver a Carlos deambular por el rancho, pero al rato llegó por la puerta de atrás, con el legendario café que hacía.
– ¿Y?, preguntó el viejo morbosamente.
¿Estuvo buena la culeada anoche Anita?
– ¡Uff don Carlos!, contestó ella, levantando sus dos dedos, -estuvo padrísimo, me cogió dos veces-, contestó ella sonriente.
– Por el fón-fóncito, ¿no? -, volvió a preguntar.
– ¡Claro! – Contestó ella excitada, al tiempo que llegaba Ramón a la cocina recién salido del baño.
Ramón la abrazó y la besó apasionadamente en la boca frente a Carlos.
El viejo veía con nostalgia su juventud perdida.
Tenía poco más del doble de la edad de Ramón.
-De haber sabido que te encantaba la macana Anita, te la hubiera dado desde que eras morrita-, dijo el viejo entreriéndose.
-Pero yo llegué primero-, bromeó Ramón, besando de nuevo sus labios.
– ¿Se van….
se quedan?-, preguntó don Carlos al levantarse de la mesa.
– Anoche cuando Ramón me estaba culeando-, dijo Ana, -platicábamos él y yo sobre lo padrísimo que nos la pasamos anoche, cuanto nos encantó divertirlo gozando nosotros…ganamos todos…
¡no me diga que no! -.
El viejo escuchaba con atención.
-Entonces decidimos que nos regresáramos hoy, reportarles a mi papá y Eduardo los avances y claro, inventar otro viaje con más necesidades…pronto¬-, propuso ella.
El viejo se relamió los labios y se frotó la canosa barba.
-Quizá, talvez quizá- continuó Ana, -aquí mi amorcito quiera que coja con los dos, ¿verdad guapo?,
dijo, al tiempo que besó al albañil en la boca una vez más.
-O sea Don Carlitos, no se la jale mucho-, sugirió Ana.
Subieron la herramienta a la camioneta, se despidieron del viejo Carlos y partieron rumbo a la ciudad.
En el camino planearon la segunda venida, esperando que pronto se diera, pero las cosas se enfriaron.
Se calmaron las ansias, y no se dio la segunda parte.
Ellos siguieron con sus “cochinadas” como diría Don Carlos.
Una tarde, semanas después, llegó don Jorge, el padre de Ana, y les comunicó el fallecimiento de Carlos.
Con tristeza le participó a Ramón, cuando estuvieron a solas.
Se abrazaron y se miraron, preguntándose sin palabras si la experiencia lo habría matado.
Se había llevado su más preciado secreto a la tumba.
Ellos confiaron en la seguridad que les inspiró el viejo al garantizarles que no hablaría ni media palabra.
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