En el Pais Vasco si se folla II
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por vikingo.
Como ya les conté en mi vivencia anterior, la intención de contarlas es romper una lanza a favor de las mujeres del País Vasco, que aunque tienen fama de frías puedo asegurarles que no lo son.
En todas mis experiencias sexuales fuera del matrimonio siempre está por el medio el trabajo, pues son las únicas ocasiones en las que me muevo por la noche sin la compañía de mi familia.
En esta ocasión estábamos en una cena de trabajo, con los jefes de otra compañía debatiendo sobre las vías a seguir para afrontar un nuevo proyecto. Después de acabar de cenar, pasamos a tomar unas copas al bar del hotel. Fue allí donde la ví por primera vez, junto con un grupo de amigas. Nuestras miradas se cruzaron y la atracción del uno por el otro fue mutua. Durante el tiempo que estuvimos allí no paramos de intercambiar miradas furtivas como dos quinceañeros.
Después de acabar en el hotel, salimos a tomar unas copas por la zona de ambiente para que nuestros invitados viesen un poco el ambiente nocturno de Bilbao. Era jueves y es un día en el que sin estar con el agobio de los fines de semana, hay buen ambiente.
En uno de los bares, me encontré con ella, bueno, nos encontramos con ellas, con todo el grupo. Con la disculpa de que habíamos coincidido en el hotel comenzamos a charlar los dos grupos, yo con ella por supuesto, conseguimos hacerlo para coincidir uno junto al otro.
Se llamaba Marta, era una mujerona espectacular, rubia, ojos negros, 1,70m ó 1,75m de altura y tenía unas tetas impresionantes que asomaban por el escote de su blusa. Estaba casada, su marido era constructor y viaja mucho, de hecho esa semana estaba fuera y por ese motivo acabamos en su casa. Tenía una niña de dos años que la estaba cuidando una persona, por eso antes de subir a su casa me hizo esperar en la calle hasta que la cuidadora se marchase de casa.
Cuando subí a su casa, estaba cambiada, llevaba un camisón semitransparente que dejaba ver su espectacular cuerpo a través de él ya que no llevaba ropa interior.
Pasamos al salón y nos servimos una copa. No hablamos demasiado ya que enseguida se abalanzó sobre mí y me comenzó a besar a la vez que me desabrochaba el pantalón. Comenzó a masajearme la polla, que enseguida respondió. Nos ayudamos mutuamente a quitarnos la ropa a la vez que nos sobábamos y ambos nos quedamos desnudos. Se agachó y se metió mi polla en su boca, la lamía con delicadeza, pero de repente se paró y me dijo – ¡Espera!. Y desapareció por la puerta del salón.
Tardó escasos segundos en aparecer, traía en una mano un bote de nata, de esa que se echa a las fresas y en la otra un bote de caramelo del que se usa par los flanes. Me roció el pene con caramelo, ya que no le gustaba la nata, la había traído para mí. No os podéis imaginar que pegajoso es ese caramelo, como se adhiere a la piel y cuanto hay que chupar y lamer para quitarlo. Como chupaba, que gusto, que manera de mover la lengua y de succionar con sus carnosos labios. Hizo que me corriera en su boca y a pesar de ser una abundante corrida se tragó todo sin desperdiciar ni una sola gota.
Ahora me tocaba a mí, se tumbó en el sofá, rocié sus enormes pechos de nata y comencé a chuparlos, tenía unos pezones grandes que enseguida se pusieron duros como piedras. Los mordisqueaba y se los estiraba mientras ella comenzaba a gemir, no paré hasta que hube acabado hasta la última gota de nata. Tenía el coño húmedo, lo rocié con más nata y comencé a saborearlo. Se retorcía de placer cada vez que le lamía el clítoris, abultado y gordo como un pequeño pene. Intercambiaba las lamidas entre el clítoris, los labios de su sexo y le introducía la lengua en su coño todo lo que podía. No tardó en correrse y dí buena cuenta de todos sus jugos mezclados con la nata que quedaba.
Se incorporó en el sillón y apoyada sobre el respaldo se puso a cuatro patas, ofreciendo su espectacular coño. Le puse el pene en la entrada de su coño, que sin ningún esfuerzo entró hasta la mitad. Con un gatuno movimiento de culo, se la sacó y me dijo que por ahí no. Quería que se la metiese en el culo. Cogió la nata y se echó la cantidad de una bola de ping pong en el ojete, sobre el cual puse mi polla para comenzar a empujar. Entró sin casi esfuerzo debido a la nata y a que evidentemente ese agujero había sido taladrado muchas veces.
Comencé a follarla a la vez que le introducía dos dedos en su coño, húmedo del anterior orgasmo provocado por mi lamida. Resoplaba y gemía como una loca, lo que me hacía excitarme muchísimo, por lo que aumenté el ritmo de mis penetraciones. A la vez que le llenaba su culo con mi leche, ella empapaba mis manos con nuevos jugos que brotaban del orgasmo que estaba teniendo.
Nos paramos unos minutos, ella apoyada en el respaldo del sofá, yo con mi pecho sobre su espalda, sin sacar la polla de su culo y masajeándole sus enormes tetas.
Del salón pasamos a la bañera. Tenía forma de media luna y estaba provista de hidromasaje, que no utilizamos para no despertar a su hija. En la bañera nos frotamos mutuamente limpiando nuestros cuerpos de los jugos segregados en la sesión de sexo que habíamos tenido en el salón. Enseguida nos calentamos otra vez. En esta ocasión ella se quedó sentada en la bañera y yo de rodillas puse mi pene entre sus tetas, que rápidamente desapareció cuando ella se las apretó y comenzó a moverlas arriba y abajo. Mientras era presa de aquellas enormes tetas, su coño era otra vez masajeado y penetrado por mis dedos. Ella se retorcía de placer haciendo que mi pene se escapara de sus tetas de vez en cuando, pero esto, no fue obstáculo para que descargase otra vez mi leche sobre ellas.
Sin dejar descansar mi pene para que no se quedase flácido a causa del esfuerzo y del agua y en una postura mas digna de un contorsionista que de un amante comencé a follarla, esta vez mi pene entraba en su coño. El agua salpicaba por todas partes y a mí me dolían músculos que no sabía ni que tenía debido a la posturita, por lo que tomamos la determinación de cambiar y ella se colocó encima mío, con sus tetas de las que yo daba buena cuenta pegadas a mi cara mientras ella botaba una y otra vez sobre mi polla sumergida en el agua.
Era muy excitante la sensación que provocaba el contacto del agua con mi pene y el calor de su coño. No tardamos en volver a tener un orgasmo, casi al unísono, que nos hizo abrazarnos para sentir como se tensaban los músculos del otro mientras que de nuestros cuerpos brotaban líquidos que se perdían en el agua.
Después de salir de la bañera, limpio y sin huellas de nuestra fiesta de sexo, me vestí, nos despedimos con un apasionado beso y me marché a mi casa. Nunca más la he vuelto a ver ni a saber nada de ella, aunque tengo que confesar que no me importaría volver a encontrarla.
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