En mi casa, en mi cama.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Después de dos hijas ella estaba más espectacular que nunca.
Cada vez que podíamos intercambiar mensajes se escapaba alguna foto que me dejaba con la boca abierta y la polla dura.
Yo prefería verla de espaldas, enseñándome ese culo que siempre me había gustado imaginar sobre mi, pero gracias a los avances de la ciencia, sus tetas habían pasado a ser esa parte de ella que me alucinaba.
La boca se me hacía agua cada vez que veía alguna foto suya.
Yo nunca he sido infiel, o nunca lo había sido.
Pero lo que tiene que pasar, siempre acaba pasando.
Siempre soñé con follármela en su propia casa, pero el destino quizo todo lo contrario.
Por razones que desconozco, ella pudo arreglarlo todo para poder dejar un par de días a su marido en su tierra, con sus niñas, y poner rumbo a la mía.
Rumbo a mi.
Yo inmerso en vida diaria tenia que hacer algo para poder dar a ese bombón lo que se merecía.
Yo, casado y con hijos, tenía que montarlo todo para poder dedicarme en alma y cuerpo a ella, ese día.
Aquel sábado mi mujer tenía la típica y cansina cena con compañeros y compañeras de trabajo, por lo que no llegaría a casa hasta las dos o tres de la madrugada.
Los niños estaban con su abuela, por lo que sólo me bastó una llamada para que se quedarán ahí a dormir.
La casa era mía.
Mi andaluza estaba de camino.
El aeropuerto estaba a dos paradas de aquí, y yo ya empezaba a estar nervioso.
Pensaba en llevarla a algún punto neutral para no levantar sospechas y cagarla de algún modo.
Pero el tiempo es oro, y la cama más cómoda y libre era la cama donde normalmente me follo a mi mujer.
Con un poco de miedo ordené la casa y esperé su llamada impaciente.
Cuando sonó el interfono el corazón me dio un vuelvo.
Ya estaba aquí, en mi territorio, con mis vecinos pululando, y a plena luz del día.
Cuando uno está caliente todo le da igual, y esa mujer, Raquel, me tenia muy caliente.
De hecho ese era su super poder, ponerme caliente aun sin hacer nada.
Le abrí la portal, con instrucciones de que si se encontraba algún vecino se inventase alguna trola.
Picó a mi puerta y le abrí a la velocidad de la luz, y más rápido aún la metí en casa.
Le pedí que llevara vestido.
Una vez dentro de casa, ya nada importaba ahí fuera.
Eran las cinco de la tarde, mi mujer se estaba ganando el sueldo y mis hijos dormirían fuera.
Yo por mi parte me iba a follar a mi amante hasta la saciedad.
Raquel.
Era la primera vez que la tenía tan cerca.
Olía a ducha al jabón de una ducha reciente, su pelo aún humedecido, labios pintados, estaba preciosa.
Y un vestido que ya me estaba pidiendo a gritos ser arrancado.
Ella era más bajita que mi metro ochenta, más blanquita que mi piel morena, con un cuerpo que jamás pensarías que ha parido dos veces.
Nos saludamos, nos miramos, nos besamos.
La cogí de la mano y la llevé al salón.
Las cortinas cerradas para evitar miradas furtivas, la música puesta, y una botella de vino para brindar por el sexo que estaba por venir.
EL tiempo era regresivo desde que entró por la puerta.
Así que en mi cabeza solo había un pensamiento: follármela.
Ya.
Lo cierto es que queremos follar desde que nos conocemos pero no había podido ser hasta ese sábado.
Sentada en mi sofá le ofrecí una copa para ponerla a tono.
Me senté muy a su lado, y con una mano en su rodilla la bese, le comí la boca con todas mis ganas.
Ella levemente abrió sus piernas como una insinuación.
La besé mucho, la tumbé en mi sofá y la acaricié.
Ahí tumbados, comencé a meter mi mano por debajo de su vestido de flores, para sentir la piel de sus piernas, para sentir por primera vez ese culo, para sentir su calentura.
Tumbado casi sobre ella, mi mano libre seguía recorriendo su cuerpo, con el vestido levantado plenamente, con su tanga sexy a la vista, que dejaba traslucir un coñito delicioso que ya estaba deseando comerme.
La cogí y la senté sobre mí, aún vestido.
La senté para frotar mi polla dura contra su coño.
Para arañar suavemente su espalda fina y cogerla firmemente de la cintura, apretándola, dejando claro que no podía escapar de ahí.
En esa posición bajé la cremallera del vestido y así también la parte de arriba de su vestido, tirante por tirante, hasta descubrir sus grandes tetas.
Sujetador negro, transparente.
Pezones duros.
Quité el sujetador y como acto reflejo me llevé sus tetas a la boca.
Estaba tan extasiado que podría haberme corrido sólo con eso.
Sus pezones duros en mi boca mi lengua recorriendo sus tetas, chupando desesperado por todo el tiempo que habíamos perdido entre mensajes de WhatsApp.
Mi polla estaba a punto de reventar.
Le comí las tetas y le volví a comer la boca.
La volví a tumbar para quitarle la parte de abajo de su ropa interior.
El vestido no se lo quité, por si acaso.
Subí la música.
Me arrodillé, abrí sus piernas cogiéndole de sus muslos, la miré, y me sumergí en su coñito depilado por completo.
Lamí sus labios vaginales durante largos minutos, saboreé cada gota de sus flujos y la mojé aún más con mi saliva.
Disfruté de sus clitoris, mientras oía sus gemidos y sus espasmos de placer.
Metí primero mi lengua en su concha, luego dos dedos.
Mientras hacía eso, mi lengua seguía jugando con su pequeño botón de placer.
Subí aun más la música, ya que los gemidos eran cada vez más evidentes.
Se corrió mientras le comía el coño, se corrió y gritó.
Se corrió y se retorció entera, con el coño chorreando.
Mientras mi sureña se responia de la batalla de su primer orgasmo, me quite lo que me quedaba de ropa.
Me deshice de mis calzoncillos y cogí mi arma, que estaba dura y mojada.
Me mesturbé unos segundos mientras Raquel me miraba.
La incorporé, yo me puse de pie y antes de que pudiera ella decir nada, le enchufé mi polla en su boquita de señora casada.
Se la tragó entera.
Mi mujer no solia hacerme mamadas, así que sentir a Raquel comiéndomela fue un doble placer.
Yo estaba de pie mientras ella me la chupaba sentada en mi sofá, me cogía de los huevos y me lamía por todos lados.
Podría morir de placer.
Podría haberme corrido ahí, en su boca.
Pero mi deseo más grande aún no pasaba.
La cogí de la mano, se puso de pie y la llevé hasta mi cama de matrimonio.
Con su vestido como falta se sento a los pies de mi cama, mientras yo buscaba algún condón perdido en un cajón.
Cosa que no encontré.
Es lo que tiene ser monógamo y vivir con tu mujer.
Nos miramos, no nos importó.
Nos deseábamos.
La empujé hacia atrás.
Ella se abrió de piernas totalmente, dejándome su coño húmedo y rojo a mi merced.
Me abalancé sobre ella, cogí sus piernas, las levanté con una mano, mientras lubricaba con mi boca los dedos de la otra para meterlos suavemente por su rajita.
Hice un par de intentos, hasta que por fin metí mi polla dura dentro de ella.
Por fin!! Después de años imaginando y haciéndome pajas con esa fantasía!!
Por fin ella estaba en mi casa recibiendo mis embestidas, con sus bonitas piernas abiertas de par en par, entregada al placer, resignada a ser follada durante el tiempo que nos quedase.
Yo tenía ganas de correrme desde que me eché sus tetas a la boca, pero quería disfrutar este momento único al máximo, así que me esforcé todo lo que pude por alargar el polvo.
Saqué mi pene de su coñito.
Le cogí del pelo como un caballero y le volví a indicar el camino de mi polla.
Quería una breve manada antes de seguir metiéndosela.
Estábamos sudando, encerrados en mi casa, casi sin aire.
El lugar olía a sexo, a su sexo.
Le di la vuelta, me regaló la mejor imagen de su culo, mientras mantenía su cabeza apoyada en la cama, como esperando un nuevo ataque.
Antes de volver a penetrarla, disfruté de ese culazo, con caricias, con mordiscos, y con una incursión de mi lengua a su zona prohibia.
Ella gemía.
Yo me masturbaba.
Otra vez en posición, detrás de ella, super mojada, se la metí fuerte hasta el fondo.
Gritó muy fuerte, con una mezcla de placer y de dolor.
Le cogí del pelo y empecé a embestirla casi con rabia, como una animal en celo, muy caliente.
Mi polla entraba y salía de su coñito, de vez en cuando me ponía sobre ella y abrazaba sus tetas para sentir sus pezones duros.
Le besaba en el cuello a la vez que se la metía muy adentro.
Sus jugos vaginales ya me estaban bañando y me encantaba sentirla así.
Sentirla mía.
La hora avanzaba, aunque mi mujer no vendría hasta muy tarde no era conveniente tentar a la suerte.
Yo seguía penetrándote, era mi posición favorita, verte así era placer puro.
Seguí fuerte y cada vez más rápido, ella gritaba más y más fuerte, estaba a punto de volver a correrse, yo apunto de estallar.
Ella se volvió a correr, y yo saqué mi polla rápidamente.
Intentando evitarlo.
Lo conseguí, a duras penas.
Las gotas de semen ya empezaban a salir, desesperadas, calientes.
Raquel estaba extasiada, quizá agotada de venir de viaje a ser penetrada sin compasión.
Quizá reventada de tanto sexo.
Le di la vuelta, la abracé y la cogí en mis brazos.
Como dije, ella era más pequeña que yo, así que no me costó mucho trabajo.
La levanté y la llevé conmigo hasta la ducha.
Entramos juntos.
Eché a correr el agua, y nos pusimos bajo el chorro.
Nos besamos mucho otra vez.
Me encantaba sentir su lengua en todas partes.
Se volvió a arrodillar.
Ella sabía que yo ya no podía más con la calentura que llevaba encima, así que decidió volver a comerme la polla, bajo el agua.
La volvió a recorrer por todas partes, volvió a saborear mis huevos y a pajearme a la misma vez.
Yo con la mente en blanco ya no podía pensar, así que me dejé llevar hasta el final.
Le dije que se pusiera en pie, que dejara de mamar, y así la volví a voltear.
Se la volví a meter, porque lo que yo deseaba era correrme en ella, dentro de ella.
La embestí suave.
Luego más rápido y más rápido.
Con e sonidol del choque de nuestros cuerpos, el sonido de su culo chocando contra mi bajo el agua, así, en pocos minutos me corrí.
Soltando el más grande de mis gemido, soltando una ráfaga de leche caliente dentro de mi querida amante.
Mi semen caía por su coño entre sus piernas, junto con el agua de la ducha que a su vez le limpiaba.
Ambos en el clímax de un polvazo que tardó años en suceder.
Acabamos de asearnos, para borrar todas las huellas de nuestros cuerpos.
Salimos desnudos, con la casa casi a oscuras y nos metimos a la cama otra vez.
Nos besamos.
Y como aún quedaban un par de horas, permanecimos un rato abrazados.
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