EXTRAÑO TU BOCA, Y TÚ A LA MÍA (1)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Mar1803.
Supe lo que pasaría entre nosotros desde la vez en que verificaba cómo hacías tu trabajo para saber si seguías bien las indicaciones que te di. Tú estabas atenta a la forma en que te miraba, tu sonrisa me indicaba que no era para buscar la aprobación de la tarea que debías hacer sino la de tus gestos de coquetería y las poses que dejaban ver más de tu pecho por el amplio escote que lucías ese día.
—Me pones nerviosa al mirarme… —me dijiste para asegurarte que sí era para mí la vestimenta que elegiste ese día.
—¿Por qué? Debo comprobar que entendiste cómo hacer esta parte del trabajo.
—Es que tu mirada ve más allá —dijiste y te agachaste frente a mí al recoger el lazo que estaba en el piso.
—Me gustaría ver más allá de lo que veo, pero si te incomoda, tan pronto termines de envolver ese pedido me voy a mi lugar —contesté.
—No me molesta, sólo me pones nerviosa.
—Yo también me inquieto…
—¿Sí, por qué? —preguntaste continuando con tu trabajo, pero mirando de reojo cómo crecía el bulto de mi entrepierna.
—Porque así soy yo —contesté poniéndome de perfil para que notaras mejor mi turgencia, y te relamiste los labios.
A la siguiente mañana llegué un poco tarde porque busqué en varios comercios que abrían temprano una faja de tu talla ya que no teníamos tan chicas en el almacén. Fue hasta el tercero donde encontré una que me pareció apropiada. Cuando llegué a tu lado, después de saludarte, la saqué de su envoltura y te la entregué.
—Aquí tienes la faja que me pediste para que no te hagan daño los esfuerzos que tienes que hacer, espero que sea de tu tamaño. Pruébatela, ¿o quieres que yo te la ponga? —te digo con un evidente gesto de lujuria.
—… —captas mi intención, sonríes y asientes con la cabeza.
—¿Y si se me pasa la mano y la pongo en esas bonitas tetas?
—¿Bonitas? —dices después de hacer un movimiento más de aceptación, al tiempo que levantas los brazos para que yo te ponga la faja—, ni las conoces… —concluyes a la vez que sonríes retadoramente.
—Las conoceré ahorita —te digo colocándote la faja y al terminar me dedico a acariciarte las chiches a dos manos.
Con suavidad, meto la mano bajo el brasier, saco la punta de uno de los pezones y cuando te empiezo a chupar las tetas, inician tus jadeos. Me acaricias el pelo mientras sigues jadeando. Sobre el pantalón te acaricio la vagina y abres las piernas intensificando los gemidos.
Me detengo para desabrocharte el pantalón, pero primero tengo que quitarte la faja. En cuanto empiezo a bajarte el pantalón, tú tratas de meter la mano en el mío para acariciar mi pene. Crece más entre tus dedos y lo aprietas con una mano, en tanto que con la otra quitas el botón y bajas el cierre. Apenas queda al descubierto, lo miras complacida y te agachas para chuparlo.
Mis manos van a tu pelo, el cual recojo con caricias para poder mirar cómo disfrutas metiendo en tu boca lo más que puedes de mi carne.
—¡Chúpame los huevos! —te suplico conteniendo mis jadeos. Atiendes mi petición metiéndote uno de ellos a la boca.
—¡Ahora los dos juntos! –exijo, poco después que has cambiado para probar el otro; haces el intento abriendo más la boca, pero te resulta imposible.
—No me caben, están muy grandes… —dices después de hacer varios esfuerzos infructuosos, deteniéndote para mirarlos con admiración al tiempo que los manipulas con tu mano.
—¿Los de tu esposo sí te caben juntos? —pregunto intrigado por tu sorpresa.
—Sí, pero están más chicos —, dices antes de volver a intentarlo.
—Uh… ya me dijiste güevón — te reclamo y ríes por la doble intención de mi comentario.
—No, yo digo que los tuyos están más grandes — aclaras mientras los miras y acaricias.
—¿Te gusta mamarla? — te pregunto refiriéndome a la verga cuyo tronco acaricias manteniéndola ante tu vista, como respuesta entornas los ojos y te la vuelves a meter en la boca mostrándome tu gesto de disfrute —¿Se la mamas mucho a tu esposo? —pregunto con dificultad al sentir tanto placer.
—Sí —contestas brevemente al sacarla tu boca y dedicar el paso de tu lengua al glande.
—Vamos al sofá del despacho del patrón, ahí nos encueramos, porque aquí sólo nos estorbamos con los pantalones en las rodillas —te pido, y nos levantamos los pantalones para caminar hasta el cubículo vacío de mi jefe, quien acostumbra llegar más tarde. Nos empezamos a quitar la ropa y te sigo preguntando sobre la manera en la que coges con tu esposo, pues me excita mucho escuchar por boca de una mujer cómo le hacen el amor y qué es lo que más le gusta. Te quedas solamente con las tobilleras. Admiro tu cuerpo, lo acaricio y tú lo luces en distintas poses.
Acaricio tus tetas firmes y medianas, ya traes los pezones erguidos por las mamadas que les di. Tienes el vientre poco abultado y con estrías leves que confirman la maternidad, lo acaricio y al besarlo meto mi lengua en tu ombligo. También en la parte baja de esas nalgas redondas y macizas está el inicio de algunas estrías que se extienden por la parte trasera de tus agradables muslos, las cuales beso y lamo. Mi lengua percibe con dificultad las hendiduras que han dejado las diferentes variaciones abruptas de volumen que habrá sufrido tu figura regordeta.
Disfrutas mis caricias y mis besos por todo el cuerpo, te acuesto para chuparte la vagina, sin embargo inicio acariciando tus vellos con mi nariz mientras inhalo el fuerte aroma de tu sexo, después es mi lengua la que enredo en tu mata hasta que la introduzco en tu raja que está inundada por tu flujo; comienzas a dar gemidos cada vez más intensos cada vez que sale mi lengua y vuelve a entrar con mayor profundidad recogiendo el líquido de sabor salado que me obsequias con cada gemido que das. Me prendo de tu clítoris y me afano en los lengüetazos y las chupadas, tus gemidos aumentan hasta convertirse en gritos. Sé que te estás viniendo a chorros porque trago tu flujo cada vez que saco la lengua y al entrar hay más líquido y éste es más viscoso que antes. Cada trago es mejor mientras mantienes tus aullidos los que mezclas con las palabras “sigue, más, mámame, chupa” y otras con las que exiges que no pare— ¿Te gusta cómo te chupo? —pregunto sólo para envanecerme con la respuesta evidente.
—¡Sí, sigue que me estoy viniendo mucho! —gritas apretando mi cabeza contra tu pubis.
Entre sollozos se van calmando tus peticiones y van aminorando con la lentitud con que mi lengua se mueve.
—¿También así te mama la pepa tu esposo? —te inquiero cuando ya estás reposada.
—No, él dice que no le gusta cómo sabe la panocha —contestas, ante ello vuelvo a meter mi boca entre tus piernas, que abres más y trato de recoger con mi lengua todo el flujo que puedo; tiene un sabor muy intenso.
—Pues sabe rico, pruébalo, lame mi lengua —te digo ante de darte un beso, metiendo mi lengua en tu boca para enredarla con la tuya—. ¿Te gusta? —pregunto al concluir el beso.
—El beso sí, pero mi sabor no —contestas riendo después de catar tu flujo.
—Pues a mí sí. También me gusta mamarte las chiches —digo antes de prenderme a una de ellas con la boca y acariciar ambas con sendas manos.
—También en la otra… —me pides pasados unos minutos, sacándomela para ofrecerme la otra, lo cual acepto para hacerte sentir, junto a las caricias que desparramo por todo lo que alcanzo de tu cuerpo, la lujuria que me invade al disfrutarte.
—Mhh, mjhh… —es todo lo que sale de tu boca. Tienes cerrados los ojos y a tientas encuentras mi miembro, el cual jalas desaforadamente mientras gozas de las caricias que hacen mis labios.
—Bueno, al menos las tetas sí te las mamará rico, pues las tienes muy sabrosas —te pregunto después de besarte el cuello y hacer que tu piel se ponga “chinita” por tantas caricias.
—Si las mama, pero no le gusta mucho porque una vez le salió leche cuando yo estaba esperando y no le gustó el sabor.
—El calostro sabe dulce y muy rico, también la leche, no sé por qué no le haya gustado —explico.
—¿A ti sí te gusta? —preguntas asombrada.
—Claro que me gusta, aunque pocas veces lo he podido probar.
Sin soltarte las tetas, me acuesto sobre ti, que no has dejado de acariciar el pene, y lo diriges hacia el interior de tu vagina, lo sueltas cuando lo sientes dentro y me abrazas para besarme.
Nos movemos sin dejar de unir nuestras bocas, el abrazo es total y movimiento nos acalora. Te vienes pronto y lo dices, abriendo los brazos. Te tomo de las nalgas sin dejar de moverme, me vuelves a abrazar para moverte a mi ritmo y te vienes otra vez
—Yo ya me vine varias veces —dices cuando reposamos —¿Por qué no te has venido?
—Por no embarazarte.
—Ya no se puede, estoy operada desde hace mucho. Vente en mí, quiero sentir tu venida —me pides volviendo a meter mi pene dentro de ti.
—¿A poco sientes cuando uno se viene? ¿No será que sólo te das cuenta porque el orgasmo nos deja sin fuerza?
—Sí siento…
—¿El chorro?
—Siento calientito allí adentro.
—¿A ti te gusta mamar la verga? ¿Se lo haces mucho a tu marido?
—Sí, sí me gusta y también a él le gusta. ¿A ti te gusta que te la mamen? —me preguntas con una sonrisa, la cual contesto sólo ratificando con la cabeza. Ríes más y vuelves a meter mi falo en tu boca.
—¿Lo haces venir así? —pregunto sintiendo más intensas tus caricias, y me contestas respondiendo con la cabeza al sacar mi verga de tu boca para hacerme una chaqueta que muestra experiencia en ese tipo de trabajo—. ¿A qué te saben las venidas? —vuelvo a preguntar.
—Rico y quiero probar la tuya —me dices antes de llenarte otra vez la boca.
Miro tus labios y siento tus ganas…
No logras hacer que me venga así porque, cuando siento cerca el orgasmo y debido a lo intenso de esa sensación, retiro mi pene de tu boca, me reclamas que no quiera venirme. Te volteas y te agachas ofreciéndome tu sexo para que te coja de perrito. “Métemelo así”, me pides al agacharte y dejar tu grupa al aire. “¿Quieres que te lo meta por el culo?”, te pregunto asombrado. “No, por allí no”, por aquí…” precisas tomando y restregando mi verga en la entrada de tu vagina.
—¿Ya te lo han metido por el ano? —te pregunto colocando mi glande sobre tu ojete.
—Sí, pero me duele mucho —explicas volviendo a acomodarme el falo en tu vagina y ensartándote al hacerte para atrás.
Te agarro firmemente de las chiches y me muevo hasta que entre quejidos y gritos ahogados te vienes otro par de veces.
—¿Por qué no gritas fuerte, acaso no te gusta? Nadie puede oírnos, en la zona de afuera es mucho el ruido de las máquinas y este cuarto está aislado.
—Sí me gusta mucho, pero a mi esposo no le gusta que grite…
—Ahorita no estás con él, ahorita soy yo quien te está cogiendo y disfrutando tu hermoso cuerpo —te digo mientras mis manos pasan por todo lo que alcanzan, termino dejando una en las chiches y otra en tu clítoris que muevo con rapidez continuando los embates en la panocha que de tantas venidas comienza a escurrir.
Tu deleite se hace mayúsculo y gritas con franca satisfacción, lo cual me excita para no dejar de moverme. Das otro grito más, apretando los párpados y, sin dejar de corresponder a los movimientos, te contradices al pedirme que ya pare.
—¿Te gusta o no? —te pregunto sin ceder en las metidas ni en las caricias. No respondes, pues sigues gritando y moviéndote más.
Cuando te dejas caer sobre el sofá, descansas dejando salir unas lágrimas que te apresuras a enjugar y me acaricias la cara buscando un beso que correspondo dejando caer mi cuerpo sobre el tuyo.
En pocos minutos, aún desguanzada, te empiezas a vestir. Cuando ya traes las pantaletas puestas me vuelves a chupar el pene por última vez. Nos vestimos entre besos y caricias.
—Gracias por la faja —dices a manera de despedida retirándote a tu zona de trabajo.
—¿Y por la fajada que te di?
—También… —me contestas satisfecha mostrando una sonrisa ancha y mueves tu mano sobre el bulto que sigue firme bajo mi pantalón.
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