EXTRAÑO TU BOCA, Y TÚ A LA MÍA (3)
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Mar1803.
Ambos nos acostumbramos a llegar a la fábrica más temprano que lo normal y nos íbamos directamente a la zona de los privados de los jefes, quienes acostumbraban llegar más tarde. Para nuestros retozos, preferíamos la oficina más grande pues allí había un sofá enorme y resistente.
—¿Te gusta que te chupe la panocha? Te pregunté acomodando mejor mi cabeza sobre tu pierna, después de chuparte la panocha, para hacerte caricias en tu viscosa y aromática raja.
—Sí, mucho…—contestabas con una sonrisa llena de lujuria y entornando los ojos, sin dejar de acariciarme el cabello para aplacarlo un poco pues lo tenía sumamente despeinado por la fruición con la que habías presionabas mi cabeza para sentir completamente hundido mi rostro en tu pubis.
—Mañana en la mañana, te coges mucho a tu marido, antes de venir a verme, y no te limpies, quiero tenerte muy engrasadita con la leche de él para que se me resbale mejor cuando te lo meta; pero hoy, antes de acostarte, te bañas para que no lo hagas por la mañana; te metes a la cama y seduces a tu marido con lo que más le guste. —dije prensando tu clítoris con mis dedos, dándote jalones como si te ordeñara.
Cuando tu esposo debía trabajar en esta ciudad yo podía darme esos gustos. A ti te gustaba sobremanera que yo te chupara pues él no lo hacía. A mí me encanta mamar pepas peludas con labios y clítoris grandes. La tuya los tiene normales, pero su sabor fuerte me gusta. Mi exesposa tenía pucha peluda con labios serrados y notorio botoncito; cuando se excitaba el aroma intenso reclamaba un beso, una lamida y muchas chupadas, pero sabía mejor cuando llegaba a la casa bien cogida por su amante. Desde entonces me quedó el gusto por chupar una vagina usada varias horas antes y sin limpiar, también era un deleite que mi verga chacualeara en ella si la venida era reciente, eso quería volver a disfrutarlo, por eso te pedí que vinieras cogida.
Me viste con un poco de incredulidad y sonreíste. Levantabas las cejas mostrando asombro y preguntándote por qué quería yo que hicieras eso. Te correspondí con una sonrisa acompañada de un gesto cómplice y acentuaste la sonrisa pícaramente para afirmar con la cabeza.
—Vamos a ver qué tal sabe la leche de él —te decía, pero tu sonrisa cambió delatando que más de una vez me habías hecho chupar tu tamalito lleno de la crema conyugal.
—Quiero probarte sabiendo que vienes así… —aclaré y volviste a poner tu sonrisa cómplice, asintiendo con la cabeza nuevamente—. ¿Cuando están solos en la cama, qué le gusta más a tu marido que le hagas?
—Él es como tú: lo que más le gusta son las mamadas que le doy…
—Pues se las das, pero no dejes que se venga en tu boca, que lo haga en tu rica panochita. En la mañana te echas el mañanero para que se venga otra vez en tu vagina y lo dejas completamente exprimido. Llegas pronto a la fábrica y de inmediato nos vamos al cubículo. Tan pronto como te encuere, me tomaré toda la lechita que traigas. Quiero darte la mejor chupada que alguien te haya hecho…
Seguías asombrada, pero sonreías maliciosamente.
—¿Te gusta así? —preguntaste sin salir de tu sorpresa.
—Sí, es cuando mejor sabes. Al menos eso me pareció semana pasada que, estoy casi seguro, venías recién cogida por tu esposo, pues tenías un delicioso olor que delataba haber hecho el amor momentos antes y tu panocha estaba exquisita. —contesté relamiéndome los labios y, con tu rostro sin mostrar un gesto de duda, y al no negar que así hubiera ocurrido, aceptabas tácitamente el hecho.
—¿Antes de mí, ya lo habías hecho así? –preguntaste y yo contesté afirmativamente moviendo la cabeza, ante lo cual volviste a preguntar “¿Con quién?”
—Con mi exesposa, soy divorciado. Ella era muy puta y cogía riquísimo, pero al final de nuestro matrimonio ya no me amaba y seguramente también quería humillarme por alguna razón que nunca entendí. Cuando ella llegaba tarde por haber estado con su amante, procuraba seducirme de inmediato. Entre beso y beso me desnudaba, luego se ensartaba en mí para que mi palo saliera húmedo y reluciente y me obligaba a hacer un 69. Sus mamadas eran divinas, como las que tú das. Entendí que mi esposa disfrutaba el sabor del otro en mi verga y cuando ella consideraba que mi boca y lengua ya estaban impregnadas suficientemente con el semen de su amante, me besaba apasionadamente probando otra vez lo que le habían dejado unos pocos minutos antes.
—¿Tú lo sabías? —inquiriste con asombro.
—Sí, emanaba un fuerte olor a sexo cuando llegaba a casa, sus pantaletas estaban muy mojadas y mi verga resbalaba fácilmente al penetrarla. Al hacer el 69 notaba que los vellos cercanos a la entrada de su raja estaban pringosos con el flujo de ella y el semen de su amante.
—¿Nunca le dijiste nada?
—No. Como esas veces eran las que mejor sexo me daba, llegué a acostumbrarme y francamente me gustó. Hubiéramos seguido así, pero ella no quiso.
—No te entiendo. Entonces, ¿por qué se divorciaron?
—Porque ella no quería ser discreta como se lo pedí, para que no tuviésemos dificultades con los familiares, pero quería andar a plena luz con su amante, que todos supieran que ella era su mujer. Así que, antes de que las cosas se complicaran más, nos divorciamos. Estuvo mejor así, pues ahora que ella vive con su amante, yo soy el “sancho” y sigo cogiéndomela cada vez que quiero y me trata con mucho cariño.
—¡Qué rara es tu exesposa!
Las máquinas ya estaban trabajando y ello era aviso de que pronto llegaría el personal de la zona en que estábamos, así que nos vestimos. Salimos de esa oficina dirigiéndonos a nuestras respectivas labores.
Al día siguiente, cuando entraste a las oficinas, cerré la puerta que separaba de la zona de trabajo.
—Hola. ¿Qué tal la pasaste anoche? —pregunté en clara alusión al revolcón que te habría dado tu esposo—. ¿Te cogieron?
—Sí —. Contestaste cerrando los ojos y regalándome una sonrisa, en tanto que yo con una mano te acariciaba las tetas y con la otra me ocupaba de tus nalgas.
—¿Me trajiste leche? —insistí y tú abriste los ojos para mover afirmativamente la cabeza manteniendo la sonrisa; ya querías darme mi pedido…
—Mi marido se quedó sorprendido porque cuando sentí que se venía dejé de mamársela y me monté en él, lo comencé a besar sin dejar de moverme hasta que se vino… Ya no pudo decir nada, ni protestar por no venirse en mi boca como le gusta, me dormí sobre de él y me bajé como a la media hora.
—¿Y en la mañana, qué pasó?
—Encuerada, me levanté temprano, me puse sólo una bata encima y me la amarré bien, levanté a mis hijos para que se arreglaran y me fui a hacerles el desayuno. Cuando estuvieron listos, les serví y los dejé en la mesa “no quiero gritos ni interrupciones porque su papá está durmiendo”, les dije y me fui a la recámara. Mi marido seguía durmiendo. Me encueré otra vez, le tomé la verga y me la metí a la boca, cuando se le paró lo monté para darle los buenos días; no aguantó mucho, de inmediato se giró para que yo quedara abajo y se movió hasta que se vino. Le hice perrito varias veces para exprimirlo y le dije que ya se nos estaba haciendo tarde, que él tenía que traerme. Se lavó y nos vestimos. Cuando él llegó a la mesa le serví y comimos rápido. Llevamos a los niños a la escuela y me trajo aquí antes de irse a su trabajo.
—Vamos pronto al privado del patrón, antes de que se te escurra toda la leche en las pantaletas. —te ordené después de que te quité el saco.
Ibas delante de mí y yo te arreaba disfrutando del rico trasero que nos gusta tanto a tu esposo y a mí. Tú sonreías alegremente moviendo la melena a cada palmada que recibías en las nalgas y te desabotonabas la blusa. Antes de llegar al privado ya traías también el brasier en las manos y el botón del pantalón fuera del ojal. Yo tampoco traía ya la camisa puesta. Cerré la segunda puerta sin dejar de darte besos y bajé el cierre del entallado pantalón que resaltaba tus nalgas y piernas. Cuando te dejé con las prendas abajo, acerqué mi cara a tu vagina de olor penetrante. En pocos segundos estábamos desnudos y nuestras ropas alternadamente puestas sobre un sillón. Regresé mi cara cerca de tu olorosa mata para aspirar el aroma del amor que horas antes habías gozado. Con mis manos abrí tus pegajosos labios y mi lengua entró en tu vulva, levantaste la pierna izquierda colocándola sobre el sofá para que mi lengua entrara sin problemas y me puse a lamer tu pepa. Chupé y chupé hasta hacerte gemir. No pudiste sostenerte en pie y caíste en el sofá. Te acostaste abriendo las piernas
—¡Mama mi Nene! ¡Tómate toda la leche que te trajo mami! —exclamabas frenética tomando mi cabeza con ambas manos y yo abrevaba del néctar salado cuyo volumen aumentaba con el flujo que tu lujuria desencadenaba. —¿Te gusta lo que te traje, mi Nene? —me preguntaste abriendo completamente las piernas para que mi lengua entrara sin dificultad y saboreara lo más que pudiera de tu cavidad húmeda. Mi respuesta eran más lengüeteos que hacían cerrar tus ojos y gritar: —¿Te gusta la lechita que mami le sacó a papi? Lo exprimí mucho pensando en las mamadas que me das. ¡Mama, Nene, mama!
Con más expresiones similares me motivaste a seguir chupándote el fragante sexo, revolviéndome el pelo, viniéndote una y otra vez, gritando “Mama, mama, Nene!” en cada orgasmo que llegaba.
—¡Mama, mi niño, mama! ¡Trágate toda la lechita que te trajo mami ordeñando al cornudo de papi! ¡Lo haces riquísimo, lámeme los labios, chúpame el clítoris, hazme venir muchas más veces así, mi Nene! —decías tratándome como a un hijo pequeño, aunque eras varios años menor que yo, me gustaba el juego y lo asumía.
—¡La leche está riquísima mamita, papi da mucha leche y tú nos sabes exprimir muy bien!
—¡Nunca te va a faltar lechita para que mames así de rico, Nene! Voy a cogerme diario a papi para traerte mucha todos los días! —seguías gritando hasta que después de otro orgasmo, abriendo los brazos en cruz, te quedaste quieta
—Me gusta este botoncito todo rojo de tanta fricción del palo de papi y de mi lengua —te dije antes de succionarte el clítoris.
—¡Qué rico chupas, Nene, me haces venir otra vez más, sigue mamón, sigue! —me pedías a gritos y en cada grito, con espasmos y temblor de los cuatro labios, llegaba una nueva oleada de flujo tibio cuya viscosidad y sabor disfrutaba metiendo más mi lengua en tu raja.
—¡Ahh, ahh, ahh…! ¡Más adentro, Nene, más…! ¡Ahh, ahh, ahh…!
No sé cuántas veces te viniste, pero exhausta y entre resuellos alcanzaste a decirme “Ya no, Nene, déjame descansar…” antes de quedarte inmóvil. Dejé de chuparte y te abracé de las nalgas descansando mi rostro en tu panza y aspirando el aroma de tu sudor y tus venidas.
Al poco rato, cuando ya estabas sosegada, me mamaste un poco la verga y te la metiste cuando se puso completamente dura. “¡Qué rica verga!”, gritabas cerrando los ojos mientras cabalgabas, y yo imaginaba que esa era la escena que habías tenido en la noche con tu marido. Nos venimos juntos y te desplomaste sobre mí.
—Ya fue mucho por ahora. —Dijiste dándome un beso y empezaste a vestirte.
Sí, en menos de doce horas te habías venido muchas veces.
—¿Te gustó, mi Nene? —preguntaste con alegría.
—Sí. ¿Cuándo me vas a traer más lechita?
—Cuando me lo pidas, me pongo muy caliente cuando cojo con mi marido al pensar en lo que me harás tú.
—¿Te gusta coger con él?
—Sí, pero ayer a él le gustó más por lo excitada que yo estaba imaginando tus chupadas. Claro que mi esposo no supo por qué me ponía tan caliente cada vez que él se venía.
—El lunes también quiero mamarte la panocha, así: cogida. A ver cómo le haces para no limpiarte la pucha el sábado ni el domingo ni el lunes en la mañana. Creo que estará bien que el viernes en la noche te bañes antes de acostarte. Coge lo más que puedas el fin de semana.
—¡No! ¿Cómo voy a estar sin bañarme dos días?
—Yo te baño el lunes, después de coger…
—¡Qué loco! —dijiste riendo—. Pero me gusta la idea… no me refiero a que me bañes, que también será agradable, sino a lo de no limpiarme la panocha ni bañarme.
Nos vestimos, prendimos el extractor de aire, salimos de la oficina y cada quien se retiró a su sitio de trabajo
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