Hay dioses terrenales.
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Sagesse.
Mis deseos se han convertido en deseos mundanos. Aún puedo recordar, sólo de pasada, aquéllos días en que mis fantasías reinaban mi mente y en la que podía volar hasta la montaña más alta de la ciudad, crear unas alas y emprender el vuelo. Las diosas me saludaban y se reían de mi forma de volar. Yo las saludaba abiertamente y me dejaba seducir por cada una de sus maravillas. Jamás en la tierra hallé diosas tan hermosas y maravillosas… Cada una diferente, pero todas por una u otra razón, igual de magníficas. Yo las dejaba jugar conmigo y reírse de mí; no obstante, a pesar de que era torpe, sé que les despertaba ternura a todas. Me acariciaban y me envolvía cada una en sus pechos y yo podía apreciar la textura de cada uno de esos senos. No había ninguno que no me pareciera como estar en un sueño, pues cada uno, con su tamaño, su color y su forma, eran maravillosos ya que los exponían ante mí y me lo daban como una ofrenda… Y a pesar de todo, esto no dejaba de ser sino sueños…
Hacía ya tiempo que todo lo olvidé. Tuve que decidir entre demostrar mi amor a una persona o darles amor a todas las demás. Opté finalmente por la primera opción, aunque ciertamente no estaba muy seguro de si hacía lo acertado, pero fui acomodándome poco a poco. Y aún así, hace tres días que Ella despertó algo muy encerrado dentro de mí. Es por eso que he vuelto a recordar el pasado…
Amo a mi mujer, pero creo que la podría haber amado mucho más y que la podría haber consentido mucho más, si ella no hubiera querido retenerme. Al principio, se lo daba todo pero con el paso del tiempo, al ir exterminando todo de lo que estaba hecho, al ir devorando mi forma, mis instintos, mis deseos… fui amoldándome a ella de tal forma que esto no era más que una relación de casados sin ningún apetito. La seguridad entre nosotros y las restricciones a las que estábamos expuestos, estaba destrozando nuestra relación.
Y yo quería sentirla viva y fogosa como antes, del mismo modo que así quería sentirme yo…
Recorrí su cuerpo por última vez. La besé como todas las mañanas y me fui al trabajo… Sin saber por qué, aunque sabiéndolo, la miré con ternura y la observé durante unos segundos.
Después del trabajo, sabía donde encontrarla a Ella. No pretendía ni siquiera hablarla, pues tan solo prefería observar cada uno de sus movimientos sumergidos dentro de esa silueta. Había despertado algo dentro de mí que quería que continuara despertando; es por ello que me acerqué un poco a la barra donde Ella estaba trabajando. Pedí un café y no le hice caso alguno a sus encantos cuando ella se dirigía a mí. Sin embargo, notaba que estaba un poco tenso porque un tic en mi oreja me estaba delatando.
Pasaron dos horas y decidí irme. Sentía un sentimiento de culpa que luego descubrí que no es más que el sentimiento de culpa que nos impone la sociedad, la moralidad y la psicología en todo lo que se refiere al amor ¿Por qué tenemos que rechazar nuestros instintos y nuestros deseos cuando hemos elegido a una persona? Supongo que estaba sumergido en esos pensamientos, mi cara de culpa se iba delatando y fue por eso por lo que Ella me dejó una nota al irme que decía “No sientas culpa. No es ningún delito. Las diosas como yo, siempre despertamos deseos y sentimientos muy diferentes… Tú bien lo sabes, pues tú eres un dios más ¿por qué te empeñas en negártelo a ti mismo? ¿Qué temes? ¿Qué te hace auto eliminarte?”. Detrás de la nota había una dirección a la que fui.
Toqué la puerta en realidad sin saber por qué, pues sabía que si era la casa de Ella, no estaría. Seguía trabajando. Y aún el sentimiento de culpa estaba ahí diciéndome que era una locura, que tenía que retroceder.
Al parecer, ella sabía perfectamente que lo iba a hacer. Una niña de unos quince años abrió la puerta y me dijo “Hola, dios, diosa te ha dejado algunas ofrendas. Disfrútalas”. La niña desapareció sonriendo y se encerró en su habitación.
Dentro del pequeño agujerito acogedor, muy similar pero nada similar a una casa, había unos olores afrodisíacos muy apetitosos. Sobre el sillón, había una braguita de color carne expuesta por la parte interior donde se delataban algunas manchas. Me acerqué y cogí la braguita. Comencé a olerla. Mi sexo se estaba despertado cada vez más. Decidí meterme la braguita entre mi sexo mientras examinaba otras cosas… Encendí las dos velas que estaban apagadas, recogí del suelo su camisón de dormir, me tendí en el sofá donde había un álbum y abrí el álbum con sus fotos eróticas…
Sentía un ardor muy penetrante dentro de mí y yo quería ignorarlo mientras iba viendo las fotografías. Pero no podía controlarlo… Era más poderoso que el ser que yo había creado, puesto que era mí ser. Se había desecho de la jaula donde lo tenía encerrado y había comenzado a abrirse. Lentamente puse mi mano encima de mi sexo y comencé a tocarlo pero, el deseo era tan fuerte que no esperé mucho tiempo y me desabroché los pantalones. Comencé a tocarme mientras sobre mi nariz se encontraba la braguita de Ella, y mientras observaba sus fotos… Disfrutaba como un niño… Parecía que esa era mi primera vez. Aunque quería mantener un ritmo normal, aunque no quería que este momento terminara nunca, estaba tan excitado que no pude aguantarlo más. Intenté prolongar mi orgasmo pero finalmente acabé corriéndome encima de las braguitas de Ella.
Al terminar, unas manos se posaron sobre mi pecho y una de ellas se adelantó a coger las braguitas… Me levanté sobresaltado y la encontré a ella, dentro de un camisón transparente, chupando lentamente todo mi semen. Se quitó el camisón y comenzó a tocarse. No dijimos nada; no hablamos nada. Su boca estaba entreabierta y a veces salían de ella gemidos. Yo la veía a ella sobre la alfombra disfrutar. Tocaba sus pechos, pellizcaba sus pezones con una mano mientras que con la otra tocaba su sexo. Se masturbaba lentamente y rápidamente, hasta que terminó. Volví a mi casa, me duché e intenté hacer el amor con mi mujer, pero ella me rechazó. No tenía ganas.
Mi esposa apagó la luz… Y pasado mañana volveré a encontrarme con Ella ¿Qué podría despertar ahora de semejante diosa? ¿Qué tendría preparado para la próxima vez?
Y llegó pasado mañana y entré de nuevo en la casa, con el sentimiento de culpa mucho peor, pero a la vez enfadado. Quizás si mi esposa hubiera aceptado tener sexo conmigo, yo no estaría aquí, con Ella.
Y allí estaba, semi desnuda sobre una sabana roja, como las diosas. Con una lencería de encaje negro y unas medias negras de media pierna. Se había pintado los labios de rojo y le había hecho a su largo pelo una trenza de lado. Uno de sus dedos estaba sobre su boca, y de vez en cuando, mientras me miraba, se lo introducía y lo lamía.
– Vamos, acércate, ¿a qué estás esperando? – me dijo ella.
Yo me acerqué como un tonto. Tímido. Como si nunca hubiera hecho esto antes. Ella sonreía y sé que en el fondo se reía de mí.
Me senté en la cama junto a ella y entonces se puso en frente de mí. Puso sus piernas sobre mí y empezó a acariciarme el cuerpo con ellas hasta llegar a mi sexo. Se entretuvo jugando con él y sus pies, mientras se reía de mí porque me sentía bastante intimidado, pero al mismo tiempo estaba bastante excitado. Se acercó entonces a mí y me besó en la boca, de la boca al cuello, del cuello a mis pectorales, de mis pectorales a mi barriga y de mi barriga a mis pantalones… Y ahí se paró. Con la boca abrió el botón, como una absoluta experta, y desabrochó la cremallera. Metió entonces su cabeza por ahí y empezó a lamer mi sexo encima de mis calzoncillos. Yo me sentía muy excitado. Ella los besaba con mucha fuerza, muy rápidamente, como si estuviera hambrienta, y debía estarlo porque perdió la paciencia y con las dos manos bajó mis pantalones como pudo y luego mis calzoncillos; entonces empezó a lamer mi sexo, mis huevos, todo. Lo lamió, se lo metió en la boca, empezó a gemir y empezó a decirme cosas que estaban excitándome demasiado:
– Me encanta tu polla. Me encanta comértela. Mmmm… cómo disfruto.
– No pares – alcancé a decir.
Pero al mismo tiempo quería que parase porque temía que fuera a acabar del placer tan intenso que estaba sintiendo. Y ella, como si supiera que tenía que parar, cual diosa experta, paró. Y me quitó la camiseta. Y se levantó. Puso música algo parecida a la música clásica pero muy, muy sensual, con sonidos de música griega, y se puso entonces sobre la cama de pie. Empezó a moverse al son de la música pero muy sensualmente. Se acariciaba el cuerpo con mucho ardor. Se desabrochó el sujetador y acercó sus pechos a mí para que pudiera olerlos, besarlos. Y eso hice al segundo de acercarlos a mí. Empecé a comérmelos enteros, a morderlos, a chuparlos, lamerlos. Pero ella se quitó juguetona y sonriente, y empezó a bajarse las braguitas de encaje negra, dejándose las medias de media pierna puestas. Se dio la vuelta mientras seguía bailando y me enseñaba su hermoso, gran y perfecto culo. Se puso a tocarlo y como sabiendo lo que yo quería, lo acercó, y lo toqué, y lo besé, y lo apreté fuertemente. La cogí de la cintura, le di la vuelta, empecé a excitarme demasiado, la tire a la cama, empecé a besarle todo el cuerpo. La boca, el cuello, los pechos, el ombligo, su sexo, sus piernas; le quité las medias y besé sus pies.
Yo me senté al borde de la cama y ella se subió encima de mí. Comencé a penetrarla aunque ella llevaba el ritmo, y yo mientras besaba sus pechos. Pronto perdí la paciencia y quise manejar yo la situación, así que la tumbé de lado y la penetré rápidamente. Ella gemía de placer, yo gemía de placer. Ambos estábamos sudando pero a mí no me importaba. Su sudor olía bien y el placer que estaba teniendo lo hacía merecer la pena.
La puse boca abajo y quiso levantarse, pero yo no la dejé. No quería que se pusiera a cuatro patas, quería penetrarla mientras estaba tumbada, y por el culo. Le puse todo el peso encima y ella no podía moverse. Yo empecé a penetrarla por el culo, por los dos lados al final. La saqué al poco porque estaba a punto de correrme, y no quería que este momento terminara tan pronto. Quería que durara más, así que me levanté y me acerqué a la ventana. Ella se levantó e hizo lo mismo. Su ventana era más alta que nosotros y era enorme. Cualquiera podía vernos desde fuera porque vivía en un bajo. Yo quité las cortinas a propósito para que, si alguien pasara, pudiera vernos. La puse contra la ventana, la levanté y empecé a penetrarla; pero me cansé enseguida. Soy hombre de pocas fuerzas a mi edad, así que le di la vuelta, se puso en pompa y así estuvimos un rato, hasta que ya no pude más, dejé de penetrarla, me acerqué a su boca y ella empezó a chupármela. Poco tuvo que hacerlo porque en seguida me corrí: en su boca y en sus pechos. Cuando terminé y me fijé, había una pareja mirando y sonrieron.
Me despedí de ella y volví a casa, a mi vida, a mi esposa, a mi rutina, a mi trabajo de siempre, a mi monotonía; pero volví muy contento. Por fin algo nuevo, algo diferente, por fin un poco de libertad. Me di cuenta entonces de que quizás no volvería a verla, pero de que a partir de ahora, mis días deberían ser así, de sexo esporádico ya que mi mujer no me iba a corresponder y dejarla sería perder demasiadas cosas. Me sentí joven y dispuesto a seguir teniendo aventuras y en busca de otras diosas terrenales aptas para un dios terrenal como yo.
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