Juegos por Copas
Relato publicado originalmente en SexoSinTabues.com por Anonimo.
Unos días atrás leí la conclusión de un estudio llevado a cabo en la universidad británica de Durham, sobre uno de los efectos del consumo de bebidas alcohólicas: “el alcohol inhibe las áreas racionales y de toma de decisiones del cerebro, dejando intactas las áreas asociadas al deseo sexual. Aumenta el nivel de lujuria del que lo bebe”.
Doy fe que es así.
Mi concuñada Marina se encargó de demostrármelo empíricamente, en los últimos ocho meses, desde mediados del 2012.
Su marido, Diego, hermano de mi esposa Claudia fue ascendido, a fines de junio pasado, a Country Manager de la sucursal Chile de la empresa multinacional en la cual trabaja y decidió que, en primera instancia, viajaría solo a Santiago y, una vez instalado y elegida la vivienda familiar, vendría a buscar la esposa e hijita Agustina.
Parientes y amigos organizaron una reunión de festejo del ascenso y despedida, un almuerzo el mismo día, lunes, del viaje (el vuelo salía alrededor de la 16:00 Hs.). Hubo algarabía y profusión de comida y bebidas. Marina fue una de las con más entusiasmo regó el almuerzo con vino.
Después del brindis, a eso de las 14:00 Hs Marina, Lucía y yo, llevamos a Diego al aeropuerto.
Nuestros dos hijos Pablito y Luisito, junto con Agustina (todos menores de 5 años) quedaron al cuidado de mi suegra, Lucía, en su departamento. Los tres matrimonios, el de mis suegros, el de Marina y Diego y nosotros nos domiciliamos en el mismo edificio.
De regreso a casa, dejamos a Marina en la puerta del edificio y llevé a Claudia a su trabajo ya que alegó una reunión impostergable. Yo opté por hacer “home working” e ir a la oficina el día siguiente. Sólo que transcurridos unos 10 minutos (apenas llegué a encender la notebook) Marina, llamó por teléfono para pedirme ayuda con “una horrible perdida de agua que le había inundado la cocina y no encontraba al encargado”. Mientras subía los 2 pisos que separan nuestros departamentos pensé “¡Qué fastidio!!”
A este punto debo aclarar que con mi concuñada tenía una relación más bien distante. Ella parecía no tener especial simpatía para conmigo y, si bien es una linda mujer, alta, estilizada, facciones agradables, senos, culo y piernas nada despreciables, su trato ahogaba antes de nascer cualquier destello sexual en mi mente. Me recibió con la misma ropa del almuerzo, blusa ajustada con escote sugerente, pollera amplia, apenas arriba de las rodillas. Sólo había cambiado los zapatos de taco alto por zapatillas (aun así le llevaba no más de 15 cm de estatura).
Ya en la cocina, comprobé que el desperfecto era fácilmente solucionable, se había desprendido, seguramente enganchada por algún utensilio retirado del bajo mesada, la manguera del sifón de desagüe de la pileta de modo que le sugerí que en primer lugar debíamos secar el agua del piso, para que pudiese arrodillarme y reponer las cosas en su lugar. Me sorprendió su entusiasmo, nada habitual, al escuchar mi diagnóstico: “¡Qué bueno, yo sabía que vos ibas a solucionar mi torpeza!!!” Me abrazó y besó en la mejilla y salió disparada a buscar secador y trapos de piso. Yo bajé a mi departamento para hacerme de las herramientas y un pegamento adecuado.
Una vez seco el piso, le pedí a ella un trapo seco para apoyar mis rodillas. Volvió con una alfombrita, una botella de champaña y dos copas.
“Mirá lo que me traje del restaurante. Vamos a brindar antes y después del arreglo” dijo, claramente exaltada.
Pensé: “Está excitada por el alcohol del almuerzo” y no estaba alejado de la verdad.
Con la copa adicional de champaña las cosas tomaron un aspecto imprevisto. Marina se sentó en el segmento derecho de la mesada en L, con las piernas colgando. Yo me arrodillé y hundí mi cabeza debajo de la pileta para volver a conectar la manguera desprendida. Una vez realizada la operación, para verificar que hubiese quedado en orden, saqué la cabeza y estiré el brazo izquierdo con la intención de abrir la canilla. Quedé como petrificado, con el brazo en el aire, al percibir a mi derecha Marina, sonriente, con la espalda apoyada en la pared, las piernas abiertas de par en par, recogidas, los pies en el borde de la mesada poniendo a mi consideración en su entrepiernas el violeta intenso de su bombacha.
Eso era equivalente a decirme a viva voz ¡cogeme!!!
Me incorporé y murmuré algo como “así no voy a poder terminar el arreglo”.
Lo completé dos horas después.
En lugar de la canilla, mi mano buscó el retazo violeta que escondía la concha. Breves minutos después estábamos en la cama matrimonial. Cogimos, difícil es definir quien cogió a quien, dos veces en poco más de una hora.
Sólo después de ese delicioso par de polvos, verifiqué que el arreglo de la pérdida había dado resultado.
La tarde quedó cerrada con un último brindis.
Lo que, a mi juicio, confirma la tesis del estudio de la universidad británica, mencionado al principio de este relato, es que tuve que gastar litros de saliva, ríos de palabras y todo tipo de argumentos para que, en el mes que tardó para unirse al marido en Chile, Marina aceptara ir una vez a un hotel conmigo.
Perturbada por el alcohol, podría decirse que me cogió ella. Sin copas resistió mucho más de lo esperable, en incrementarle los cuernos al esposo.
Una última confirmación del efecto copas sobre el nivel de lujuria, la tuve en ocasión de las últimas fiestas de fin de año. Marina regresó (con el marido) para pasar la Navidad y año nuevo con los familiares.
Como era de esperar tuvo reiteradas ocasiones de brindar con amistades y relaciones varias.
Con el nivel de alcoholemia elevado, no tuve problemas (salvo encontrar el modo de disimular nuestras simultáneas ausencias) para que, en dos encuentros tramposos, me cogiera como el primer día.
Lo dicho, doy fe que la conclusión del estudio inglés, es acertada.
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