La borrachera
En medio del alcohol se llevó a cabo un intercambio de parejas. No lo disfruté tanto, pero mejor se los cuento aquí..
Con motivo de las elecciones federales en México (presidente, diputados y senadores, además de otros cargos locales), se implantó la “Ley seca” en casi todo el país durante sábado 1 y domingo 2 de junio. Es común que los viernes mi marido se vaya de farra con sus amigos desde que terminan de trabajar hasta la madrugada del sábado. Él suele llegar a casa después de las dos de la mañana, por lo general algo caliente porque seguramente hay “señoritas” acompañantes en el bar para motivar a los clientes a tomar más. Sin embargo, al parecer llega bien (a veces con humedad de presemen entre el prepucio y glande, pero limpio por fuera) respecto al sexo, aunque bastante achispado por las copas. Así, lo primero que quiere es cogerme, y… bueno, ya saben cómo sigue mi rutina, lo he comentado aquí varias veces.
El caso es que el jueves Ramón llegó a casa con dos cartones de cerveza y varias botellas. Pensé que, como no podrá irse con sus amigos a tomar, seguro que iría a emborracharse aquí. Aunque nunca lo hace solo…
–Y eso: ¿qué? – lo inquirí, sobre todo por el exceso de cervezas, las botellas quizá serían para la cava.
–Son para mañana –contestó–. Invité a Pedro para la noche, vendrá con Dalita.
–¡Ah! ¿Entonces debo preparar algo para cenar? –pregunté perpleja, porque no me lo había consultado antes.
–Te voy a pedir que te pongas de acuerdo con la esposa de Pedro para que entre las dos decidan qué hacer para la cena –¿sugirió u ordenó mi marido?, no sé, pero no iba a ponerme a discutir eso.
El viernes siguiente, en cuanto se fue mi marido, le hablé a la nalgona, chichona y pintarrajeada esposa de Pedro (¿Se notan mucho mis prejuicios hacia Dalita? Pueden ver por qué opino así de ella en mi relato «El juego de los celos».)
–Hola, ¿quién habla?
–Buenos días, Dalita. Soy Mar, la esposa de Ramón
–¡Ah, qué bien! Justamente me pescaste con el teléfono en la mano pues te iba a marcar –me aclaró.
–Ayer me dijo mi marido que vendrían hoy en la noche a la casa, y me pidió que nos pusiéramos de acuerdo en lo que tú y yo haríamos de cenar –le dije, subrayando el “tú y yo”.
–Sí, ¿qué quieres que lleve yo? –contestó.
Me pareció correcto lo que dijo, así que yo tomé la dirección en la confección del menú. Aunque a veces ella me complementaba con algunas cosas “Pues son muy tomadores, ya sabes”. Le recordé que sí lo sabía pues hace más de un año habían estado aquí, “pero no tomaron mucho”.
–Pues hace dos viernes tomaron bastante, después que se habían ido los otros dos compañeros de ellos –dijo, pero yo no sabía que mi marido estuvo allá.
–Sí, esa vez llegó muy tarde y bastante impertinente –contesté recordando que estaba más caliente que otras veces–. ¿Quién lo trajo a casa?, ¿acaso fue Pedro? Pues dices que también estaba tomado –le pregunté.
–No, no fue Pedro, él se quedó en casa, no podía ni andar. ¿Por qué dices que se puso impertinente? –me preguntó.
–Pues… porque estaba necio conmigo… –le dije sin querer explicar que me empezó a encuerar y me quería coger desde que abrí la puerta.
–¿Te golpeó o algo parecido? –preguntó extrañada.
–No, me refiero a que estaba muy caliente, más que otras veces, y me bajó la bata de golpe. Al verme desnuda se prendió a mi pecho y ¡quería cogerme aún con la puerta abierta! –confesé.
–¡Ja, ja, ja…! Sí, estaba muy terco… –contestó–. Yo lo llevé a tu casa, ya ves cómo se calientan los machos cuando toman. Pedro me dio una supercogida cuando regresé a casa pues estaba celosísimo –explicó y me dieron vuelta muchas ideas por la cabeza.
–¿También se quiso propasar contigo cuando lo trajiste? ¿Por eso se puso celoso tu marido? –pregunté.
–No, no me hizo nada– dijo, tranquilizándome, pero añadió algo que me hizo sentir mal –, sólo quiso agarrarme las tetas, cosas de borrachos, pero yo no lo dejé, amiga, aunque temía que me lograra sacar una chiche y se pusiera a mamarla. Pero yo no lo dejé porque iba manejando –explicó, dejándome ver que si ella no manejara en ese momento…
–¡Ay, qué pena, Dalita! ¡Con razón venía tan caliente! Lástima que yo no las tenga tan grandes como tú, pero me las mamó riquísimo… –dije con cinismo–. ¿Le platicaste a tu marido lo que pasó y por eso se puso celoso? –pregunté.
–¡Qué bueno que tu esposo logró su objetivo! No, no le platiqué a mi marido eso, hasta el siguiente viernes –confesó–. Lo que pasa es que cuando vino tu marido, habíamos estado bailando, bueno, yo con todos, alternando con los cuatro, y, ya borrachos, ellos se me repegaban muy rico: sentía en mis piernas la dureza y el tamaño de sus trancas, a veces las manos de ellos bajaban a mis nalgas –contó sin desparpajo y yo me enojaba al imaginar a Ramón bailando con ella, pero también empecé a mojarme, quizá imaginando que yo bailaba con los cuatro.
–Ah, ya entiendo… Al regresar, tu marido te reclamó porque los habías dejado que te manosearan –dije y ella contestó “Sí, así fue” –¿Y qué te dijo Pedro el viernes pasado, cuando le contaste la conducta de Ramón? –pregunté con mucho morbo.
–Pues llegó medio achispado por el alcohol, ya sabes. Cuando ya estábamos en la cama, listos para el “prau-prau”, me recordó lo del viernes anterior: “Te dejaste manosear como puta de cantina, ¡ellos no se contenían porque estás muy buena!”, me dijo y se montó en mí. “¿Así te gusta, puta?”, dijo al moverse más rápido y yo le dije “Me gusta que me mames las chiches cuando me coges”. “Sí, ellos te veían más arrechos cuando te saltaban las tetas al bailar, más Ramón, que estaba babeando y con el pito parado al verlas”, recalcó, calentándose más. “Y eso que no viste lo que quería hacerme cuando lo llevé”, le dije para encelarlo más y me cogiera más duro. Se puso más caliente y me preguntó lo que ocurrió, fue cuando le platiqué y él eyaculó un chorro calientito. “Lo hubieras dejado que te mamara, estás muy rica…”, dijo y me soltó un chorro más. “¿Cómo crees?, además yo iba manejando”, le contesté apretándole el pene con mis músculos vaginales para exprimirlo. Sólo dijo “¡Puta, te hubieras orillado!” y se quedó dormido. Así fue como se enteró –concluyó.
Por lo visto, Pedro es con Dalita igual que mi esposo conmigo cuando me reclama sus celos: ¡Me da unas cogidotas…! Yo tenía sentimientos encontrados cuando oí lo que me platicaba Dalita: sentía enojo al pensar cómo la había manoseado las chiches mi marido y me acariciaba la pepa muy mojaba imaginando la cogida que se daban ellos metiendo al intruso de mi marido en sus fantasías.
–¿Y sí te hubieras orillado? –pregunté con temor a su respuesta.
–No, ¿cómo crees? En la calle no… –aseguró, dejándome ver otras posibilidades–. Además, Ramón no es soltero y yo te estimo mucho, sin tu anuencia no… –aseveró, como pidiéndome autorización.
–¿Te has tirado a otros que son solteros? –pregunté con franqueza.
–Sí, a dos, aquí en la casa, después de esas borracheras. Mi marido se quedó jetón de tanto tomar, y su amigo y yo nos calentamos tanto que no lo pudimos evitar. Sólo una vez en cada caso, con dos muchachos diferentes –confesó y yo creí adivinar a quienes se refería la chichona pues hay dos veinteañeros entre los trabajadores de la cuadrilla que comandan Ramón y Pedro.
–¿Tienes dos amantes? –pregunté sorprendida.
–No, sólo esas dos veces, pero las volvería a repetir ¡Son unas verdaderas máquinas follando esos chicos! –dijo exultante–. Una cosa es coger por caliente, y otra es tener amante de planta –dijo y me pareció que dejaba ver que sabía de mi situación. Pero ella no sabe nada de mí, supongo… Aunque, me quedé pensando en mi vecina quien me dijo que me había visto subir con “mi toro” a su carro, refiriéndose a Amador. ¿Dalita también me habrá visto?
–Pues sí, ha de ser distinto… –dije y regresé al tema de la preparación de la cena.
Mientras nos poníamos de acuerdo, no dejaba de imaginar el agasajo que se dieron esos muchachos con las carnes de Dalita, pero más agasajo ella dejándose coger como lo pidieran.
En la tarde, llegó mi marido preguntando si ya nos habíamos puesto de acuerdo. Pensé en reclamarle la magreada de chiches que le dio a la esposa de Pedro cuando ella lo trajo, pero sería inútil pues mi marido no recuerda nada de lo que le pasa estando borracho. Yo puse la mesa y Ramón verificó el sonido y escogió la música.
–¿Vamos a bailar? –pregunté.
–¡Claro que sí! Eso será lo más rico… –contestó y creí que él estaba imaginando las tetas y las nalgas de Dalita en sus manos.
–¿Quieres bailar con Dalita la chichona? –pregunté para ver su reacción.
–Si ella quiere, claro que sí… –dijo Ramón y sentí mucha tristeza.
Me fui a llorar a mi recámara y pensé en las contradicciones que yo tenía: me siento mal porque a mi marido se le antoje otra, pero cómo gozo cuando a mi me cogen otros, ¡hasta voy a sus casas por verga! Dalita coge con chicos 30 años menores que ella, y yo sólo he cogido con uno 5 años menor, los demás, incluido mi marido, son mayores que yo. (Pero todos cogen delicioso, pensé; días después, Bernabé me dijo que la deliciosa era yo, también Amador me dijo lo mismo, en ambos casos con la verga dentro de mí, haciéndome ver a las estrellas.) ¿Qué pasaría si me hago la tonta y dejo que mi marido se manosee a Dalita? Claro, si Pedro me pone la mano sobre mis carnes, no se la quitaré de encima, es más, también le mediré, a mano, la pasión que le haya crecido… En fin, con esta última reflexión ya me sentí mejor.
Por fin llegaron los invitados. Les ayudamos a bajar los trastos con lo que Dalita se comprometió a preparar. La plática comenzó por la situación de las elecciones. Pura perdedera de tiempo porque casi todos vamos a votar por el mismo partido, pero sí salieron algunos pocos nombres de algunos conocidos que votarían por la oposición, pero ninguno de ellos quiso apostar algo por su favorito. “Se creen ricos”, dijo Pedro, “pero ni los accionistas de la compañía quieren votar por esos; la compañía ha crecido mucho en este sexenio, y los trabajadores ganamos más”, concluyó y lanzó un brindis por la candidata puntera (aunque creo que dijo “putera” porque llevaba cuatro tragos encima). Conforme una cerveza se sacaba de la hielera se sustituía por otra que se sacaba del cartón
Agotado el chisme sobre algunos vecinos y compañeros que no compartían nuestra visión sobre los candidatos, pasamos a cenar. “Qué lindas meseras hay en este lugar”, dijo Pedro. “Están muy bonitas y buenotas las dos”, dijo mi marido y añadió “con tu perdón”. “No es necesario, estás en lo cierto, ambas se ven más ricas que la comida que nos sirvieron”, lo excusó Pedro. La verdad es que las dos nos pusimos lo más provocativo para la velada. Las chiches de Dalita en un es cote que, al servir la sopa, dejaba ver parte de las aureolas y mi marido se quedaba hipnotizado. Yo fui más descarada, aunque no dejaba ver mucho por el escote, pero qué tal cuando levantaba el codo… Mi blusa sin mangas era muy holgada en los costados y, para rematar, no traía sostén.
–¿Te gustará esto? –le pregunté a Pedro, mostrándole en mi mano derecha un plato con viandas, mientras que levantaba mi codo al acercárselo, dejándole ver casi completa mi chiche.
–¡Está hermoso…!, digo, ¡se ve rico! –contestó mirando mi pecho de perfil en el hueco que dejaba mi blusa y luego cambió la vista hacia el plato.
–Se nota que te gustó, ya verás cuando lo pruebes… –le dije mirando como vería una puta la gran erección que le creció de golpe.
Durante la comida, cada matrimonio nos sentamos del mismo lado de la mesa, enfrentados, pero nosotras atendíamos a los machos llevando y trayendo los platos. Se consumieron casi cuatro botellas de vino, acompañando la comida salpicada de chistes que fueron subiendo de color, luego comentando cosas más íntimas
–No sé ustedes, pero cuando estoy caliente y mi marido está dormido, mi receta es chuparme una paletita hasta que crece lo suficiente para cabalgar –contó la chichona y se puso a imitar a un jinete cabalgando en la silla, moviendo las tetas con una rapidez que le transmitía el ritmo a los ojos de mi esposo.
–¡Ay! –gritó Rubén por el pellizco que le di y todos rieron– ¡Perdón, pero me caí del caballo! –expresó, provocando carcajadas.
–No sabía que a ti también te gustaba montar paleta, mano… –replicó Pedro y hubo más risas.
–Noo, ¿qué te pasa? Es que me imaginé que yo iba en ancas… –lo que no entendí, pero el martes, Amador me explicó que quizá se imaginó que se estaban cogiendo entre los dos a Dalita, mi marido por el culo–. Pero acá es parecido, sólo que Mar usa un biberón.
–Bueno, sí, me gusta el bibi cuando quiero tomar leche, pero si lo que quiero es cabalgar y el potro está dormido, me echo un camaroncito del 30 a la boca y pronto crece hasta que se me sale y entonces el cretáceo va a la concha para agitarlo hasta que se le salen los sesos… – dije sonriendo, con una mano sobre el palo de mi marido y nos dimos un beso.
–Mejor vamos a bailar, antes de que se metan a la recámara –exigió Dalita poniéndose de pie.
Mi marido puso una salsa y comenzó el baile. Intercambiamos parejas en algunas piezas “para que no nos dé sueño o algo parecido”, señaló Pedro. Lo cierto es que el manoseo estuvo muy bien. Yo veía de reojo lo que hacía mi marido, para cuidar el “rebaño”, pero me lucía en los pasos donde Pedro me levantaba el brazo para que yo girara y veía cómo se le paraba el pito. “Creo que te estoy incomodando mucho” le dije pasando mi mano por su turgencia. “Al contrario, me siento en el cielo”, contestó pasando su mano por mi pecho. Volteé para ver si mi marido se había dado cuenta y lo pesqué besándole la parte descubierta de la teta a la chichona… Ellos en lo suyo y nosotros en lo nuestro.
Entre una pieza y otra tomábamos un trago, bueno, aunque Dalita y yo ya andábamos mareadas, sólo tomábamos refresco, pero ellos se siguieron con las cervezas hasta que ya no podían mantenerse en pie.
Sugerí que hiciéramos café. “Háganlo para ustedes, nosotros todavía tenemos chelas”, dijo Rubén mostrando la botella de cerveza Dalita me acompañó a la cocina.
–¡Ay Mar, ya no aguanto así a tu marido! –dijo Dalita y yo pensé que estaba molesta–. ¡Quiero encuerarlo…! –confesó–. ¿Tú sólo te conformas con sobarle la pinga por encima al mío? –me preguntó y me di cuenta que sí miró eso, pero no cuando descaradamente le metí la mano bajo el pantalón desde la cintura… ¡Qué huevotes, dios mío!
–Yo también estoy muy caliente, amiga –confesé mientras hervía el agua–. ¿Les preguntamos si quieren cogernos? –pregunté apagando la hornilla y conté las cucharadas de café: –Una, dos…
–¡Claro que a las dos! –exclamó y yo me reí.
Regresamos con nuestras tazas de café y los encontramos enfrascados en una discusión de borrachos.
–Sí, te doy chance, pero tú también me dejas darle a la tuya… –dijo Pedro arrastrando las palabras, pero se quedó sin respuesta porque Rubén se había quedado dormido con la botella entre las piernas.
Nos quedamos viendo Dalita y yo con un gesto de tristeza, mientras les quitábamos las botellas.
–Ven, los llevaré al cuarto de invitados –le dije a Dalita, tomando de un brazo a Pedro que ya no sabía quién era quién pues me dijo “Yo quiero con Mar” creyendo que era su esposa.
–Sí, pero primero hay que encuerarte –le dijo Dalita tomándolo del otro brazo.
Una vez que lo colocamos en la cama, comenzamos a desvestirlo. Me gustó bajarle los calzones porque pude ver esos testículos con tamaño de semental y olor a hombre. No resistí y le acaricié toda la herramienta con mi rostro, aspirando el aroma a macho que huele a presemen, el mismo que me encargué que derramara durante el baile. Su pene era más grande y grueso que el de mi esposo. No dejaba de acariciarlo mientras me quitaba la ropa. Una vez desnuda me puse a chuparlo para ponerlo a tono.
–Yo te ayudo, le gusta el sabor a jaiba –dijo Dalita y, literalmente, se sentó en la cara de Pedro quien comenzó a chupar.
–Tienes un potro antojable para montarlo, amiga –dije metiéndome poco a poco esa gran tranca para disfrutarla. “Ojalá estuviera cabezona como la de Diego”, pensé al irla introduciendo. (Diego es uno de mis admiradores que me ha mandado fotos y videos.)
Cuando comencé a venirme, no pude evitar acariciarle el pecho a Dalita, quien se dejó muy complacida. Al segundo orgasmo que tuve, también se vino Pedro. Dalita se sentó en el pecho de él y yo me puse a mamarle las chiches a mi amiga mientras me reponía.
–Ahora vamos por el otro puto –le dije a mi amiga.
¡Quién lo dijera! ¡Yo no sentía celos! Era un verdadero intercambio de parejas, lástima que ellos no lo disfrutaran tanto como nosotras. Fuimos a la sala por mi marido, a quien casi llevamos arrastrando.
Dalita le puso una teta en la boca y medio despertó para agarrársela con las dos manos. Así, como al burro siguiendo a la zanahoria, lo llevamos a nuestra recámara, donde ella y yo cambiamos los papeles que habíamos tenido en la otra habitación.
–¡Ah, éstos me caben juntos en la boca! –dijo Dalita antes de engullir los dos huevos juntos.
A mi marido se le paró en cuanto comenzó a probar en mi panocha la leche de Pedro.
–¿Cómo le haces para ser tan puta, Mar? –dijo mi marido muy adormilado y yo pensé que era por darse cuenta que estaba muy cogida–. Siento tu panocha en mi boca y en mi verga al mismo tiempo… –precisó.
Pero era porque Dalita ya se lo estaba cogiendo. Sonreímos cómplices ante el comentario de mi esposo que seguía tragando lo que me escurría: leche de Pedro y flujo mío que salía con los orgasmos que la lengua me daba. Veía el rostro de gozo que tenía Dalita. “¡Cuánta leche da este señor!”, poniéndose más arrecha con cada ordeña que hacía. Seguro que yo también ponía cara de puta y sin más atracción que nuestras ganas, le acaricié las tetas y nos fundimos en un beso que terminó de forma imprevista, pues Dalita se desmayó. Me asusté y traté de incorporarla, pero pasó como medio minuto antes que ella reaccionara.
–Qué rico palo tiene tu marido, ¡el tamaño perfecto! –expresó. Precisamente en ese momento me sentí con el útero magullado por haber usado una tranca tan grande como la de Pedro.
Abrazada la llevé al cuarto de visitas.
–¿Quieres algo más? –le pregunté.
–Un vaso de agua, mientras, le doy leche de otro a mi marido por primera vez –dijo al colocar sus cuatro labios sobre la boca de Pedro.
Regresé con el vaso, el cual puse en el buró. “Qué rica estás Dalita, ¡sabes a puta!”, balbuceó Pedro después de tomar aire para seguir mamando la leche de mi esposo en la panocha que había usado. Bajé la vista, vi esos hermosos huevos y los lamí por última vez, antes de retirarme llevándome mi ropa.
¡Mar, estás siguiendo los pasos de Gloria! La diferencia es que ella tiene permiso de su marido para ser puta.
Eso se va a arreglar… No sé cuando, pero si Tita y Gloria tienen cornudos consentidores, ¿por qué yo no voy a poder?
¡Llegó pronto esta oportunidad! Pensé que le ibas a insistir a tu amante para hacer el trío con su ex. ¿Verdad que se siente diferente? Es distinto que con los machos. Pero sí, no hay que separarse de los penes y la leche, también son necesarios. Ya nos contarás como siguió el día. ¿Qué hicieron los machos al día siguiente que amanecieron con cuernos, bueno, ya tenían los dos, pero ahora sí lo sabían.
En el siguiente relato se te despejará la duda.
Respecto al trío con la ex de Bernabé, ya no le temo, sé lo que pasaría.
¡Preciosa! ¿Cuándo me tocará a mí? Ha de ser magnífico servirte de burro para que me cabalgues…
Alguna vez se podrá. Avísame cuando andes por estos lares.
¡Qué compartidas…! ¡Ja, ja, ja…! Me imaginé la escena «Así, como al burro siguiendo a la zanahoria, lo llevamos a nuestra recámara». No conozco a tu marido, pero no ha de ser muy distinto a los demás, ¡ja, ja, ja! Con las tetas los mueve una a donde quiere, te van siguiendo para alcanzar el bocado, ¡ja, ja, ja…!
Sí, las tetonas como ustedes saben mucho de eso.
Al parecer, no te va nada mal. Querías con uno, se te hizo, luego te convenciste a otro, después juntaste al enamorado, pero quisiste al amigo de tu marido, al que lo tomaste con todo y su mujer.
Todo eso, se me hace complicado de entender en una persona normal. Más bien, es una ninfomanía desarrollada y construida.
Pues sí, soy puta por vocación, quizá ninfómana, quizá…